El humilde servicio

Margarito Flores García, Santo

Mártir, 12 Noviembre

Nació en Taxco, Gro. (Diócesis de Chilapa), el 22 de febrero del 1899.

Párroco de Atenango del Río, Guerrero., (Diócesis de Chilapa). Tres años de ministerio fueron suficientes para conocer la entrega sacerdotal del Padre Margarito.

Se encontraba fuera de la Diócesis a causa de la persecución, cuando supo de la muerte heroica del Sr. Cura David Uribe, exclamó: «Me hierve el alma, yo también me voy a dar la vida por Cristo; voy a pedir permiso al Superior y también voy a emprender el vuelo al martirio».

El Vicario general de la Diócesis le nombró vicario con funciones de párroco de Atenango del Rio, Guerrero. El Padre Margarito se puso luego en camino.

Fue descubierto como sacerdote al llegar a su destino; apresado y conducido a Tulimán, Guerrero., donde se dio la orden de fusilarlo.

El Padre Margarito pidió permiso para orar, se arrodilló unos momentos, besó el suelo y luego, de pie, recibió las balas que le destrozaron la cabeza y le unieron para siempre a Cristo Sacerdote, el 12 de noviembre de 1927.

Es uno de los mártires mexicanos canonizados por Juan Pablo II el 21 de mayo del año 2000.

Jesús ayúdame a ser espiritual

Santo Evangelio según san Lucas 17, 7-10. Martes XXXII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, ayúdame a conocerte como la Persona que más me ama, aunque sea un «siervo inútil».

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 7-10

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú?’. ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos inútiles; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando leemos este pasaje, nos podemos sentir un poco insultados, como si las palabras «siervos inútiles» chocaran en nuestro interior. El hombre natural que hay dentro de nosotras así lo percibe. Nuestra naturaleza humana salta pues no son palabras bonitas en el ámbito humano. Aunque es Jesús quien lo dice. ¡Es Él!! ¿Cómo una persona que me ama me puede hablar así?

Jesús le habla al hombre espiritual. En el ámbito espiritual estas palabras toman un significado completamente diferente. En el ámbito espiritual el ser siervo inútil es una realidad, es una verdad. Si me pide Jesús que convierta el corazón de mi mejor amigo que va por mal camino, no puedo. Por más que quiera, no puedo.

Entonces empiezo a comprender que ese campo de donde venían los trabajadores no es mi campo sino el campo del Dueño. Empiezo a comprender que no es mi misión, sino es la misión que el Padre le encomendó a Jesús. Que soy enviado a pastorear, a labrar el campo, a preparar la tierra, a moverla y regarla para que, cuando el sembrador salga a sembrar, la semilla caiga en buena tierra. Jesús sí tiene el poder de convertir el corazón de mi mejor amigo que va por mal camino. Me quiere utilizar para obrar en él. Me invita a colaborar con Él en su misión. Solamente soy un siervo inútil.

Cuando siervo inútil aparenta ser un reproche de Jesús, es más bien un regalo. Me está guiando, me está enseñando gratuitamente el camino de la pobreza espiritual. «Bienaventurados los pobres de espíritu». María enaltece este atributo de Dios en su magnificat: «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lc 1,52).

«Lo recuerda el Evangelio, que habla de “siervos inútiles”. Es una expresión que también puede significar “siervos sin beneficio”. Significa que no nos esforzamos para conseguir algo útil para nosotros, un beneficio, sino que gratuitamente damos porque lo hemos recibido gratis. Toda nuestra alegría será servir porque hemos sido servidos por Dios, que se ha hecho nuestro siervo. Queridos hermanos, sintámonos convocados aquí para servir, poniendo en el centro el don de Dios».

(Homilía de S.S. Francisco, 6 de octubre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

No dejaré que la soberbia y el amor propio me atribuyan lo que hace el Espíritu Santo. Lo invocaré y le pediré que me ayude a colaborar con Él.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Dónde está la diferencia?

Fe es también saber obedecer y servir a Dios con humildad, sencillez, amor y dedicación.

Lucas 17, 5-10

Dijeron los apóstoles al Señor; Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: Arráncate y plántate en el mar, y os habría obedecido. ¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: Pasa al momento y ponte a la mesa? ¿No le dirá más bien: Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú? ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.

Reflexión

¿Cuál es la diferencia entre un creyente y un ateo? ¿O qué distingue a una persona religiosa de otra que es indiferente a la religión? Por supuesto que muchas cosas. Pero yo creo que la diferencia más fundamental es, precisamente, la fe. Es muy diferente creer y no creer, tener fe o vivir como si Dios no existiera.

Muchas veces he preguntado a niños, jóvenes y adultos si es igual estar bautizado o no, tener fe o no tenerla; y qué es lo que hace la diferencia. Y, desafortunadamente, no siempre me lo han sabido decir. Yo estoy convencido de que existe un abismo entre uno y otro. La persona bautizada ha recibido, además de la purificación del pecado original y la filiación divina –que es un regalo verdaderamente increíble— el don incomparable de la fe. Y la fe cambia radicalmente la vida. Es como si un ciego de nacimiento comenzara a ver y pudiera contemplar toda la belleza de esta maravillosa creación que Dios ha hecho para nosotros. O como si un hombre encerrado en una cueva fuera, de pronto, llevado a la cima de una elevada montaña para contemplar desde las alturas todos los valles y el paisaje que se extiende delante de sus ojos.

Una persona con fe es tremendamente afortunada. Tiene en su mano la llave de la felicidad y el secreto para vivir en paz, con alegría y serenidad todos los momentos de su existencia, incluso los más difíciles e incomprensibles para nuestra pobre naturaleza humana. Muchas veces he podido asistir y acompañar a tantas personas en momentos terribles de dolor –ante la muerte de un ser querido o ante desgracias inesperadas— y siempre me han dado mucho que pensar. Unos, porque han sabido aceptar esos sufrimientos con una grandísima paz y serenidad, y siempre me han edificado muchísimo; y los otros porque, en las mismas circunstancias o ante situaciones menos dramáticas, se han rebelado contra Dios, se han desesperado y perdido temporalmente la luz e incluso la razón de su misma existencia....

¡De veras que la fe cambia radicalmente la vida! Y, por desgracia, en nuestro mundo secularizado de hoy –sobre todo acá en Europa— es cada vez más frecuente encontrar a gente que se declara agnóstica o que, siendo cristianos, viven una fe muy superficial y subjetiva; o que, por el ambiente tan materialista que los envuelve, parece como si Dios no existiese para ellos.

En el Evangelio de hoy, los discípulos le piden a nuestro Señor, a quemarropa: “Señor, auméntanos la fe”. Seguramente, al lado de Cristo, ya habían aprendido lo que era la fe, y la diferencia tan abismal entre una persona creyente y otra incrédula. Jesús, antes de hacer cualquier milagro, ponía siempre la fe como condición para realizarlo. Aquella mujer sirofenicia, a pesar de no pertenecer al pueblo elegido, arrancó de Cristo la curación de su hijita gracias a su fe humilde y perseverante. Y aquel centurión romano –que también era “pagano”— logró de Jesús un milagro para uno de sus servidores enfermos, y nuestro Señor quedó profundamente conmovido ante una fe tan maravillosa. Fue también la fe de aquella mujer hemorroísa la que arrancó de Cristo su curación, después de doce años enferma y tras haber gastado toda su fortuna en médicos. Gracias también a la fe, Jairo consiguió que Jesús resucitara a su hijita muerta.

Todo el Evangelio está lleno de estos ejemplos. Y Cristo nos dice hoy algo muy impresionante. Tal vez, a fuerza de escucharlo, ya nos hemos acostumbrado. Pero fijémonos muy bien en sus palabras: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, dirías a esta morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y os obedecería”.

¿Cuántos de nosotros, que nos llamamos buenos cristianos –y que, seguramente lo somos— hemos hecho algún milagro? O mejor: ¿cuántos milagros hemos realizado hasta el día de hoy, gracias a nuestra fe en Cristo? Cristo cumple siempre su palabra. Entonces, ¿dónde está el problema? Tal vez en que nuestra fe es tan, tan pequeña que no llega ni siquiera al tamaño de un minúsculo granito de mostaza... Y no me estoy refiriendo yo a milagros “espectaculares”.

Cuando Cristo habla de trasplantar moreras y de mover montañas, se refiere no tanto a las montañas físicas, sino a las dificultades de la vida y a circunstancias aparentemente insuperables. La fe, si es auténtica, es capaz de remover obstáculos gigantescos.

En la segunda parte del Evangelio de hoy se nos presenta otro tema que, en apariencia, no tiene nada que ver con esta primera parte. Nuestro Señor nos pone el caso del criado que sirve a su amo en cuanto éste llega del campo. Y Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Acaso deberá estar agradecido con el criado porque ha hecho lo mandado?”. La frase, aunque cierta, podría desconcertarnos un poco, como si nuestro Señor nos estuviera diciendo que Dios no tiene por qué agradecer nuestros servicios. Aparte de que no se ve mucha relación con el tema de la fe, la afirmación parece un poco dura...

Pero vamos a explicarlo. Hay que decir, en primer lugar, que no tenemos que aplicar esta frase a Dios, sino a nosotros. O sea, Jesús no nos está revelando los sentimientos del Padre en relación con nosotros, sino que nos está indicando cuáles deben ser nuestros sentimientos y actitudes personales en nuestras relaciones con Dios. En otras palabras, nuestro Señor no se identifica con ese amo de la parábola, que con razón nos resulta un poco chocante: un arrogante señorón, mandón y orgulloso, que primero se interesa de sí mismo y luego de los demás. En realidad, el amo tiene el derecho de comportarse así con el criado, pero nos parece egoísta y pretencioso. Al menos, debería cuidar las buenas formas de educación, también con su criado.

Pero hay que mirar las cosas en sentido inverso. Es decir, desde la perspectiva del criado. Nosotros somos esos “siervos inútiles” del Evangelio. Y, cuando hayamos hecho todo lo que nos está mandado, digamos como el siervo de la parábola: “Somos unos siervos inútiles, y lo que teníamos que hacer, eso hicimos”.

Somos nosotros los afortunados al haber sido llamados por Dios para su servicio. Es una honra y un santo orgullo poder ser contados entre los servidores de Dios. Y lo que necesitamos para cumplir bien con nuestro deber es, ante todo, una grandísima humildad, disponibilidad, empeño generoso y docilidad para servir y obedecer. Es un don gratuito el que hemos recibido de parte de Dios. ¡Y dichosos nosotros si nos comportamos así! Además, es lo único lógico y sabio que podemos hacer, siendo creaturas e hijos de un Padre tan generoso y tan bueno.

Esto, en definitiva, es también fe. No sólo es la capacidad para hacer milagros. Fe es también saber obedecer y servir a Dios con humildad, sencillez, amor y dedicación. La fe debe traducirse en obras. Si no –como nos dice el apóstol Santiago— “es una fe muerta” (cfr. St 2, 14-26) . La fe debe ser activa y operante para ser auténtica. Una fe amorosa hecha obediencia, humildad y servicio fiel a Dios nuestro Señor.

El Papa: la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad

En el Ángelus del domingo.

La mañana del domingo 10 de noviembre, el Papa Francisco, reunido con los peregrinos en la Plaza de San Pedro, reflexionó sobre el Evangelio de Lucas 20, 27-38, que “nos ofrece una maravillosa enseñanza de Jesús sobre la resurrección de los muertos”.

El Papa describió la situación en la que se ve implicado Jesús: “es interrogado por algunos saduceos, los cuales no creían en la resurrección y por lo tanto lo provocan con una pregunta insidiosa. Se trata de un caso paradójico, basado en la Ley de Moisés: ¿de quién será esposa, en la Resurrección, una mujer que tuvo siete maridos sucesivos, todos hermanos entre sí, que murieron uno tras otro?”.

La respuesta de Jesús, afirma el Papa, le permite no caer en la trampa “y responde que los resucitados en el más allá ‘no toman ni mujer ni marido: porque, de hecho, no pueden morir más, porque son iguales a los ángeles y, porque son hijos de la resurrección, son hijos de Dios’ (vv. 35-36)”.

La vida pertenece a Dios
Francisco profundiza afirmando: “Con esta respuesta, Jesús invita en primer lugar a sus interlocutores – y a nosotros también – a pensar que esta dimensión terrena en la que vivimos ahora no es la única, sino que hay otra, ya no sujeta a la muerte, en la que se manifestará plenamente que somos hijos de Dios. Es un gran consuelo y esperanza escuchar esta palabra sencilla y clara de Jesús sobre la vida más allá de la muerte; la necesitamos mucho sobre todo en nuestro tiempo, tan rico en conocimientos sobre el universo, pero tan pobre en sabiduría sobre la vida eterna”.

“Jesús responde que la vida pertenece a Dios, que nos ama y se preocupa tanto por nosotros, hasta el punto de vincular su nombre al nuestro: es “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Dios no es el dios de los muertos, sino de los vivos; porque todos viven por él”. (vv. 37-38).

La vida subsiste donde hay vínculo, comunión y fraternidad
El Papa prosigue: “Aquí se revela el misterio de la resurrección, porque se revela el misterio de la vida: la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y vínculos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida si se tiene la presunción de pertenecer sólo a uno mismo y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte”.

Finalizó la reflexión pidiendo “Que la Virgen María nos ayude a vivir cada día en la perspectiva de lo que afirmamos en la parte final del Credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo que vendrá”.

¿Sabe cuál es el valor de una Misa?

¿Te has preguntado alguna vez cuál es el valor de una Misa? Si no lo has hecho, ésta hermosa reflexión te dará una idea

Hace muchos años, en la ciudad de Luxemburgo, un capitán de la guardia forestal se entretenía en una animada conversación con un carnicero cuando una señora ya mayor entró a la carnicería. Ella le explicó al carnicero que necesitaba un pedazo de carne, pero que no tenía el dinero para pagarlo.

Mientras tanto, el capitán encontró la conversación entre los dos muy entretenida, "un pedazo de carne, pero ¿Cuánto me va a pagar por eso?" preguntó el carnicero. La señora le respondió, "perdóneme, no tengo nada de dinero, pero iré a Misa por usted y rezaré por sus intenciones". El carnicero y el capitán eran buenos hombres pero indiferentes a la religión y se empezaron a burlar de la respuesta de la mujer.

"Está bien" dijo el carnicero, "entonces usted va a ir a Misa por mí, y cuando regrese le daré tanta carne como pese la Misa". La mujer se fue a Misa y regresó. Cuando el carnicero la vio viniendo cogió un pedazo de papel y anotó la frase "ella fue a Misa por ti", y lo puso en unos de los platos de la balanza, y en el otro plato colocó un pequeño hueso. Nada sucedió e inmediatamente cambió el hueso por un pedazo de carne. El pedazo de papel pesó más.

Los dos hombres comenzaron a avergonzarse de lo sucedido, pero continuaron. Colocaron un gran pedazo de carne en unos de los platos de la balanza, pero el papel siguió pesando más.

Entrando en desesperación, el carnicero revisó la balanza, pero todo estaba en perfecto estado. "¿Qué es lo que quiere buena mujer, es necesario que le de una pierna entera de cerdo?", preguntó. Mientras hablaba, colocó una pierna entera de carne de cerdo en la balanza pero el papel seguía pesando más. Luego un pedazo más grande fue puesto en el plato, pero el papel siguió pesando más.

Fue tal la impresión que se llevó el carnicero que se convirtió en ese mismo instante y le prometió a la mujer que todos los días le daría carne sin costo alguno. El capitán dejó la carnicería completamente transformado y se convirtió en un fiel asistente de Misas todos los días. Dos de sus hijos se convertirían más tarde en sacerdotes, uno de ellos jesuitas y el otro del Sagrado Corazón. El capitán los educó de acuerdo a su propia experiencia de fe. Luego advirtió a sus dos hijos que "deberán celebrar Misa todos los días correctamente y que nunca deberán dejar el sacrificio de la Misa por algo personal".

El Padre Stanislao, quien fue el que me contó todos los hechos, acabó diciéndome: "Yo soy el sacerdote del Sagrado Corazón, y el capitán era mi padre".

Niño de 5 años al que llevó un importante mensaje de la Virgen al Papa Pío XII

Gilles Bouhours tuvo una vida corta pero muy intensa y de unión con la Virgen

Murió muy joven pero desde muy pequeño tuvo una vida muy intensa y ligada a Dios y a la Virgen. La historia de Gilles Bouhours no es demasiado conocida fuera del mundo francófono pero Cari Filii News se hace eco de un reportaje de Portaluz del encarto que María le hizo para que llevara al Papa:

Gilles nació en Francia el año 1944, un 27 de noviembre, día en que se celebra la fiesta de la Medalla Milagrosa. Sin embargo no tendría una infancia y adolescencia plácida. La cruz sería un signo en la vida de este particular niño.

No cumplía un año de haber nacido, cuando los médicos diagnosticaron que Gilles padecía meningitis y encefalitis, dolencias cuya gravedad era entonces fatal. Pero la fe de una religiosa de las “Hermanitas de los Pobres”, Madeleine, amiga de la familia, conmovería la gracia de Dios. Siguiendo lo indicado por la mujer, los padres de Gilles situaron bajo la almohada donde reposaba el pequeño, una estampa y reliquia de Santa Teresa del Niño Jesús que la Hermana Madeleine les había entregado. Cumplieron también la recomendación de orar a Dios sin desfallecer. Pasadas tres noches y sin ver mejoría, la noche siguiente los venció el sueño. Al despertar el niño -que había sido desahuciado- respiraba con normalidad, ya no tenía fiebre y “un enrojecimiento en forma de T era visible en cada mejilla”, escribiría luego su padre Gabriel Bouhours.

Nadie dudó de la mediación de Santa Teresa del Niño Jesús y al poco tiempo viajaron a Lisieux para agradecer la sanación. En un escrito posterior, del 8 de septiembre de 1948, el doctor Dives, médico tratante, escribió a su colega el doctor Carrière: “Gilles salió con gran dificultad de este mal paso, aparentemente sin secuelas. En dos o tres ocasiones hizo después accidentes digestivos sin gravedad y me pareció en perfecta salud cuando la familia salió de Bergerac”.

Elegido por Dios, educado por la Virgen
El niño de forma espontánea comenzó a mostrar una devoción por la oración y ofrecimientos de penitencia, poco habitual para alguien que apenas había aprendido a hablar.

Pronto se haría evidente que Dios en su infinito misterio de misericordia le comenzaba a formar para una particular tarea. Y tendría por maestra nada menos que a la Santísima Virgen María.

Los biógrafos en diversos libros sobre la vida de Gilles Bouhours, citan que el niño testimonia haber tenido una primera aparición el 30 de septiembre de 1947 en Arcachon. “La Santísima Virgen tenía un vestido blanco, la cabeza cubierta con un velo amarillo”, describió el pequeño.

El 15 de agosto de 1948, una nueva visión fue descrita en detalle por el niño: “Veo como un gran botón (la tierra) y por encima, una gran bestia, como un lagarto con cola grande y piernas grandes. No muy lejos, veo como un caballero con plumas en la espalda”. Sin saberlo, el pequeño Gilles describía la presencia del arcángel San Miguel y al demonio.

Ese mismo día refiere haber visto nuevamente a la Santísima Virgen María -“vestida de azul pero sin velo”-, quien le pidió unirse a la procesión organizada por los peregrinos de Espis y cantara: “Con nosotros está la Reina”.

Durante su breve vida el pequeño Gilles continuaría viendo y escuchando a la Santísima Virgen María, animándole a orar para unirse a la lucha del arcángel San Miguel en beneficio de las almas.

Un secreto bien guardado
El 13 de diciembre, Gilles comunicó a su padre que la Santísima Virgen María le había confiado un “secreto” que debía comunicar sólo al Papa. Algo incrédulo Gabriel, el padre, le pidió le explicara en algo este asunto, pero el niño no vaciló en resistirse a decir algo.

Intentando hacerle desistir algunos días después el padre le sugirió al niño le explicara a la Virgen María que no tenía dinero para viajar a Roma. Así lo hizo Gilles y grande sería la sorpresa de Gabriel cuando el pequeño lo confrontó: “La Santísima Virgen María me ha dicho que sí tienes dinero para el viaje y no te preocupes por lo demás, todo se solucionará”.

Finalmente partieron a Roma y se hospedaron en un Colegio Mayor donde nada les cobraron por la estancia. Pudieron concertar entrevista para el jueves 10 de diciembre de 1949 a las 11 de la mañana. Sin embargo no fueron recibidos sino hasta el día 12 siguiente. Cuando Guilles se percató que la Audiencia no era privada sino junto a otras personas, se negó a decir nada.

Contrariado su padre regresó con el chico a Francia. Finalmente serían recibidos por el Papa Pio XII el 1 de mayo de 1950. En la audiencia el niño pidió al Papa quedarse a solas con él. Solo entonces Gilles se acercó al Santo Padre y le comunicó el mensaje: “La Santísima Virgen María no está muerta, ella ascendió al cielo con su cuerpo y alma“. El Papa se mostró visiblemente emocionado tras escuchar al pequeño.

El signo del cielo
En 1939 tras ser elegido Papa, una de las certezas de Pio XII era que debía proclamar el Dogma de la Asunción. Todos los estudios e investigaciones previas, los que él encargó, la propia tradición de la Iglesia confirmaban el anhelado dogma. Pero teólogos alemanes mantenían discrepancias. Para zanjar este asunto el 1 de mayo de 1946 Pio XII envió a “patriarcas, primados, arzobispos, obispos y otros ordinarios…” la encíclica Deiparae Virginis, consultando su parecer sobre la Asunción de María y propuesta de definición del dogma. Luego de esto –al decir de los cronistas- el Papa oró rogando a Dios un signo que dejara claro el asunto.

El pequeño Gilles Bouhours, señalan sus biógrafos, fue preparado y enviado por la Virgen María a presentar el signo que Papa Pio XII esperaba. El 1 de noviembre de 1950 Papa Pio XII proclamó el Dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos en la constitución apostólica Munificentissimus Deus.

Luego, el 11 de octubre de 1954, en su encíclica Ad Caeli Reginamel Papa señaló la realeza universal de la Santísima Virgen María.

El 24 de febrero de 1960 Gilles enfermó sin que los médicos lograsen diagnosticar la causa del deterioro orgánico y tras recibir la Unción de los Enfermos, confesarse y comulgar, falleció. Era apenas un adolescente.

Sobre su tumba en el cementerio de la aldea Seilhan (departamento de Alto Garona Montréjeau), se encuentran grabadas estas palabras que él mismo pronunció: “Amad a Dios y a la Santísima Virgen. Ofrecedles todos vuestros sufrimientos. Y así recobraréis la paz del alma. Gilles”.

Puedes dejar de ir a misa si...

Estamos obligados a oír Misa entera todos los bautizados con uso de razón a no ser que haya una causa excusante

Por: P. Jorge Loring, S.I. | Fuente: Para salvarte

Santificar las fiestas es oír Misa entera y no trabajar sin verdadera necesidad. El día más grande del año es el domingo de la Resurrección del Señor. Todos los domingos son una conmemoración de este gran día de Pascua. En el Antiguo Testamento el día de fiesta era el sábado. Pero los Apóstoles lo trasladaron al domingo porque en este día resucitó Nuestro Señor.

En los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta que los cristianos se reunían los domingos para celebrar la Eucaristía(621). Y la «Didajé» escrita entre los años 80 y 90 de Nuestra Era afirma que los cristianos asistían a Misa el domingo(622).

Están obligados a oír Misa entera los días de precepto todos los bautizados que han cumplido los siete años y tienen uso de razón. «Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave»(623). Una falta habitual a la Santa Misa, sin causa excusante, supone un desprecio del precepto. El precepto de oír Misa consiste en asistencia personal a la iglesia. No satisface el precepto quien la oye por televisión. Aunque oír Misa por televisión siempre será una cosa laudable, pero no suple la obligación de ir a oírla personalmente, a no ser que haya una causa excusante.

Además de la presencia física es necesario estar presente también mentalmente, es decir, atendiendo. Una distracción voluntaria puede ser pecado, si es prolongada. Las distracciones involuntarias no son pecado. El precepto es de oír Misa entera, pero omitir una pequeña parte, al principio o al final, no es pecado grave.

Aunque lo mejor es oírla desde que sale el sacerdote hasta que se retira. Al que llega después de haber empezado el Ofertorio, esa Misa no le vale.

El precepto de oír Misa puede cumplirse el sábado por la tarde. Lo mismo en las vísperas de las demás fiestas de precepto. Cuando hay dos fiestas de precepto seguidas, hay que oír Misa por cada día, en las horas oportunas.

Decir que lo mismo da ir a Misa el domingo que el lunes es como decir que lo mismo da ir a felicitar a tu padre porque es su santo, el día que acude toda la familia, o tres días después porque es más cómodo para ti.

Quedan excusados de ir a Misa los que tienen algún impedimento: una enfermedad que no permita salir de casa, un viaje que no te dé tiempo de oírla, el vivir lejos de la iglesia más cercana, una ocupación que no puede abandonarse, por ejemplo: los que cuidan enfermos y no tienen quien los sustituya. Para saber cuándo tenemos un motivo razonable que nos excuse de ir a Misa lo mejor es consultar con un sacerdote.
Si no tienes un sacerdote a mano, y te urge solucionar tu duda, puede ayudarte la norma siguiente:

Puedes dejar la Misa si, dadas las circunstancias en que te encuentras, dejarías también prudentemente un negocio de cierta importancia para ti. Si en esas circunstancias en que te encuentras tuvieras una ocasión única de cobrar una cantidad importante de dinero, ¿dejarías pasar esa ocasión? Pues la Misa vale más de un millón. Tiene valor infinito.
Notas:

(621) - Hechos de los Apóstoles, 20:7. Véase la nota de la Biblia de Jerusalén sobre la costumbre de llamar al domingo «Día del Señor»

(622) - Didajé, XIV

(623) - Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 2181

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