Día de la Madre, día de la paz
- 31 Diciembre 2014
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El Papa bendice con la custodia
Vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Papa: "Hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres"
Francisco clama el último día del año: "Hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles"
José Manuel Vidal, 31 de diciembre de 2014 a las 19:50
Afirma que siempre hay en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad
(RV).- "Agradecer y pedir perdón", fue el punto central de las palabras del Santo Padre durante la celebración de las vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, durante el último día del año. El Santo Padre recordó que con el Te Deum, canto del tradicional himno de agradecimiento por la conclusión del año civil y la Bendición Eucarística, alabamos al Señor y al mismo tiempo pedimos perdón, y la actitud de agradecer "nos dispone a la humildad, a reconocer y a recoger los dones del Señor".
Francisco en su homilía nos invita a hacer un examen de conciencia, y responder a algunas preguntas: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres? O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?.
El Papa Bergoglio afirma que siempre hay en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud, explicó. Además Francisco destacó que la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar, recalcó.
Como Obispo de Roma también se detuvo en el hecho de vivir en Roma que como él dijo "representa un gran don para un cristiano". Por eso nos invita a responder a las siguientes preguntas en esta ciudad, en esta comunidad eclesial: ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?.
Francisco, fiel a su persona, siempre recuerda y está cerca de los más necesitados y así lo hizo también presente en su última intervención del año: es "necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!". Y así asegura que cuando una ciudad ayuda a los pobres a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad. Al contrario, asegura que cuando no se está pendiente de ellos, la sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad.
Concluyendo su homilía, el Papa, insistió en pedir perdón y en dar las gracias, y en recordar que existe una "última hora" y que existe "la plenitud del tiempo".
Texto íntegro de la homilía del Papa:
La Palabra de Dios nos introduce hoy, de forma especial, en el significado del tiempo, en el comprender que el tiempo no es una realidad extraña a Dios, simplemente por que Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia, en el tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro.
La liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: «Hijos míos, ha llegado la última hora» (1Jn 2,18), y la de San Pablo, que nos habla de «la plenitud del tiempo» (Ga 4,4). Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo que ha sido - por decir así - ‘tocado' por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha vuelto ‘el tiempo salvífico', es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia.
Y todo esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro camino. Hubo un comienzo y habrá un final, «un tiempo para nacer y un tiempo para morir», (Eclesiastés 3,2).
Con esta verdad, bastante simple y fundamental, así como descuidada y olvidada, la santa madre Iglesia nos enseña a concluir el año y también nuestros días con un examen de conciencia, a través del cual volvemos a recorrer lo que ha ocurrido; damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido cumplir y, al mismo tiempo, volvemos a pensar en nuestras faltas y en nuestros pecados: Agradecer y pedir perdón.
Es lo que hacemos también hoy al terminar el año. Alabamos al Señor con el himno del Te Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón. La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor.
El apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de estupor!
Alguien podría decir: ‘Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?'. Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.
La liturgia de hoy recuerda también que «en el principio - antes del tiempo - era la Palabra... y la Palabra se hizo hombre' y por ello afirma san Ireneo: Éste es el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo así la filiación divina, se volviera hijo de Dios ( Adversus haereses, 3,19-1: PG 7,939; cfr Catecismos de la Iglesia Católica, 460).
Al mismo tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, del preguntarnos: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres? O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?
Hay siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconcientemente la esclavitud. La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud, en cambio, reduce el tiempo a ‘momento' y así nos sentimos más seguros, es decir, nos hace vivir momentos desligados de su pasado y de nuestro futuro. En otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar.
Decía hace algunos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil quitar a los israelitas de Egipto que a Egipto del corazón de los israelitas. Habían sido liberados ‘materialmente' de la esclavitud, pero durante el camino en el desierto con varias dificultades y con el hambre, comenzaron entonces a sentir nostalgia de Egipto cuando ‘comían... cebollas y ajo' (cfr Num 11,5); pero se olvidaban que comían en la mesa de la esclavitud.
En nuestro corazón se anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente muy lindos, pero que en realidad duran sólo pocos instantes! ¡Y Éste es el reino del momento, esto es lo fascinante del momento!
De este examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales.
Por tal motivo, y siendo Obispo de Roma, quisiera detenerme sobre nuestro vivir en Roma, que representa un gran don, porque significa vivir en la ciudad eterna, significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y por lo tanto, también por ello rendimos gracias al Señor. Pero, al mismo tiempo, representa una responsabilidad. Y Jesús dijo: «Al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más». (Lc 12,48)
Por lo tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados? Sin duda, los graves hechos de corrupción, emergidos recientemente, requieren una seria y conciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como para un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!
La enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando le pidieron a San Lorenzo que llevara y mostrara los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente a algunos pobres. Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad.
Pero, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a ‘mafiarse', esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere ‘el ajo y las cebollas' de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser cristiana.
Queridos hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una ‘última hora' y que existe ‘la plenitud del tiempo'. Al concluir este año, al dar gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, y no ‘añorar' la esclavitud.
Que la Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios - cuando la Palabra - que era en el principio - se hizo uno de nosotros en el tiempo, Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios.
DÍA 1 DE ENERO DE 2015. JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
(Núm 6, 22-27; Sal 66; Gál 4, 4-7; Lc 2, 16-21)
EL DON DE LA PAZ
Dios es Dios de paz.
Jesucristo es príncipe de la paz.
Al Espíritu Santo se le representa con el símbolo de la paz.
La Iglesia saluda con la paz.
Tanto en paz, tanto en Dios.
Los creyentes somos embajadores de paz.
La paz es el mejor deseo.
La paz es don y tarea.
La paz es experiencia y deseo.
La paz es consolación interior.
La paz es tranquilidad de conciencia.
La paz es fruto de la humildad.
La paz es convivencia con la pluralidad.
La paz es anchura del corazón.
Los ángeles cantan la paz.
Cristo desea a sus discípulos la paz.
Los apóstoles llevan el encargo de la paz.
El distintivo del Evangelio es la paz.
La contraseña cristiana es la paz.
La verdad queda autentificada por la paz.
El Espíritu Santo regala la paz.
La paz va de la mano de la misericordia.
La paz acompaña al bien hacer.
La paz es regalo a los hombres de buena voluntad.
La paz es el tesoro de los limpios de corazón.
La paz se percibe en la armonía de la naturaleza.
La paz es el ámbito de la visita de Dios.
La paz precede al nacimiento de Jesús.
La paz es contraria a la violencia.
La paz es enemiga de la envidia.
La paz no convive con la mentira.
La paz no resiste la extorsión.
La paz no es dominable.
La paz reside en la hondura del ser.
La paz da luz a los ojos.
Feliz Jornada de la Paz. Feliz Año Nuevo, Feliz 2015
Santa María, la Madre de Dios, Reina de la Paz, interceda por nosotros y nos acompañe cada uno de los días del año que iniciamos con esperanza.
¿CUÁL ES TU ENFOQUE PARA EL AÑO 2015?
Cada año que termina es bueno que el ser humano revise como le fue en el año anterior, debe hacer un análisis de su vida, lo bueno, lo malo, y lo que hay que cambiar. Muchos enfocamos el año nuevo en la seguridad que será el mejor, sin embargo, si no hay cambios verdaderos y disposición a obedecer a Dios todo será igual. No importa si el año viejo no me trajo mucho, si tengo a Dios en mi vida, él es mi riqueza, mi fuerza, mi aliento para luchar por un mundo mejor. La familia que reza y que está unida no podrán apartarla del tesoro que Dios tiene para ellos. En estos días he escuchado a muchos predicadores hablar sobre la prosperidad para el año nuevo, e inmediatamente surge a mi mente la siguiente respuesta: “Si yo soy rico porque tengo a Dios en mi vida y él está en control”.
Parece que lo importante siempre fuera el dinero, poco decimos de estar cerca de Jesús, de dejarse amar por él. En el libro del Éxodo capítulos 3 y 4 se nos muestra claramente a un Moisés que se enfocaba en sus defectos, aun habiendo tenido la experiencia maravillosa de la Zarza, no estaba seguro que tenía un Dios más grande que sus problemas. Dios que había escuchado y visto la opresión de su pueblo escogió a Moisés para que fuera el libertador, sin embargo, Moisés no estaba seguro de su misión y se fijaba en sus defectos y limitaciones: 1. Se pregunta “¿Quién soy yo para acudir al faraón?” (Ex 3,11). Se consideraba indigno de la misión que Dios le había encomendado, su identidad no la tenía muy clara. Muchas veces creemos que no somos capaces de lograr mejoras en nuestras vidas, Dios está dispuesto a darnos muchos tesoros. 2. Moisés no estaba tan seguro de su Dios (Ex 4,2). Le dice a Dios que a él no le iban a creer, incluso Dios le dio unas herramientas para su misión, él nunca te deja solo, siempre está ahí para ayudarte cuando más lo necesites. 3. “Yo no tengo facilidad de palabra” (Ex 4,10). Si Dios es el que envía, entonces tengamos claro que él no es tonto para sus negocios, sabe cuáles son nuestros defectos y virtudes. Aunque Moisés presentó varias objeciones a la misión que Dios le iba a encomendar, es cierto también que fue claro al hablar de sus defectos, sin embargo hay que recordar que en nuestras debilidades Dios se hace grande.
4. “Envía a otra persona” (Ex 4,13). Ya por ultimo Moisés le dice a Dios que él no quiere la misión encomendada, y le pide que envíe otra persona. El hombre no debe ponerle piedras a los planes de Dios, él es nuestra guía, y aunque las cosas muchas veces se pongan feas, el tiempo es de Dios y ya vendrán mejores momentos. Como hemos podido observar, Moisés se enfocaba en sus defectos y limitaciones, no veía más allá de sus pestañas, muchos hombres hoy día son como Moisés, creen que no son capaces de ser mejores personas, buenos maridos, buen padre, conviven con el pensamiento negativo que no les deja levantar la mirada hacia los cielos. En este año 2015 nuestro enfoque debe ser positivo, siempre de la mano y obediencia de dios para que sus tesoros sean transferidos a nuestras vidas. Piensa que este año Dos te proveerá de todo lo necesario en tu vida; En primer lugar, una nueva relación con él más fuerte y llena de fe y amor y luego vendrán las demás cosas (Casa, colegio, alquiler, carro).
Evangelio según San Lucas 2,16-21.
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.
San Juan Pablo II (1920-2005), papa. Homilía del 1 de Enero de 1979 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana).
Día de la Madre, día de la paz
Hoy la Iglesia venera especialmente la Maternidad de María. Esta es como un mensaje final de la octava de la Navidad del Señor. El nacimiento hace referencia siempre a la que ha engendrado, a la que da la vida, a la que da al mundo al Hombre. El primer día del año nuevo es el día de la Madre. La vemos, pues, como en tantos cuadros y esculturas, con el Niño en brazos, con el Niño en su seno. (…) No hay imagen más conocida y que hable de modo más sencillo sobre el misterio del nacimiento del Señor, como la de la Madre con Jesús en brazos. ¿Acaso no es esta imagen la fuente de nuestra confianza singular? (…)
Pero hay aún otra imagen de la Madre con el Hijo en brazos.
Y se encuentra en esta basílica; es la "Piedad", María con Jesús bajado de la cruz, (…), y que después de la muerte vuelve a aquellos brazos que lo ofrecieron en Belén cual Salvador del mundo.
Así, pues, quisiera unir hoy nuestra oración por la paz a esta doble imagen. Quisiera enlazarla con esta Maternidad que la Iglesia venera de modo particular en la octava del nacimiento del Señor. Por ello digo: «Madre, que sabes lo que significa estrechar entre los brazos el cuerpo muerto del Hijo, de Aquel a quien has dado la vida, ahorra a todas las madres de esta tierra la muerte de sus hijos, los tormentos, la esclavitud, la destrucción de la guerra, las persecuciones, los campos de concentración, las cárceles. Mantén en ellas el gozo del nacimiento, del sustento, del desarrollo del hombre y de su vida. En nombre de esta vida, en nombre del nacimiento del Señor, implora con nosotros la paz y la justicia en el mundo. Madre de la Paz, en toda la belleza y majestad de tu Maternidad que la Iglesia exalta y el mundo admira, te pedimos: “Permanece con nosotros en todo momento. Haz que este nuevo año sea año de paz en virtud del nacimiento y la muerte de tu Hijo.” Amén».
Santa Madre de Dios
Es el mejor de los comienzos posibles para el santoral. Abrir el año con la solemnidad de la Maternidad divina de María es el mejor principio como es también el mejor colofón. Ella está a la cabeza de todos los santos, es la mayor, la llena de Gracia por la bondad, sabiduría, amor y poder de Dios; ella es la cumbre de toda posible fidelidad a Dios, amor humano en plenitud. No extraña el calificativo superlativo de "santísima" del pueblo entero cristiano y es que no hay en la lengua mayor potencia de expresión. Madre de Dios y también nuestra... y siempre atendida su oración.
Los evangelios hablan de ella una quincena de veces, depende del cómputo que se haga dentro de un mismo pasaje, señalando una vez o más.
El resumen de su vida entre nosotros es breve y humilde: vive en Nazaret, allá en Galilea, donde concibió por obra del Espíritu Santo a Jesús y se desposó con José.
Visita a su parienta Isabel, la madre del futuro Precursor, cuando está embarazada de modo imprevisto y milagroso de seis meses; con ella convive, ayudando, e intercambiando diálogos místicos agradecidos la temporada que va hasta el nacimiento de Juan.
Por el edicto del César, se traslada a Belén la cuna de los mayores, para empadronarse y estar incluida en el censo junto con su esposo. La Providencia hizo que en ese entonces naciera el Salvador, dándolo a luz a las afueras del pueblo en la soledad, pobreza, y desconocimiento de los hombres. Su hijo es el Verbo encarnado, la Segunda Persona de Dios que ha tomado carne y alma humana.
Después vino la Presentación y la Purificación en el Templo.
También la huida a Egipto para buscar refugio, porque Herodes pretendía matar al Niño después de la visita de los magos.
Vuelta la normalidad con la muerte de Herodes, se produce el regreso; la familia se instala en Nazaret donde ya no hay nada extraordinario, excepción hecha de la peregrinación a Jerusalén en la que se pierde Jesús, cuando tenía doce años, hasta que José y María le encontraron entre los doctores, al cabo de tres días de angustiosa búsqueda.
Ya, en la etapa de la "vida pública" de Jesús, María aparece siguiendo los movimientos de su hijo con frecuencia: en Caná, saca el primer milagro; alguna vez no se le puede aproximar por la muchedumbre o gentío.
En el Calvario, al llegar la hora impresionante de la redención por medio del cruentísimo sufrimiento, está presente junto a la cruz donde padece, se entrega y muere el universal salvador que es su hijo y su Dios.
Finalmente, está con sus nuevos hijos _que estuvieron presentes en la Ascensión_ en el "piso de arriba" donde se hizo presente el Espíritu Santo enviado, el Paráclito prometido, en la fiesta de Pentecostés.
Con la lógica desprendida del evangelio y avalada por la tradición, vivió luego con Juan, el discípulo más joven, hasta que murió o no murió, en Éfeso o en Jerusalén, y pasó al Cielo de modo perfecto, definitivo y cabal por el querer justo de Dios que quiso glorificarla.
Dio a su hijo lo que cualquier madre da: el cuerpo, que en su caso era por concepción milagrosa y virginal. El alma humana, espiritual e inmortal, la crea y da Dios en cada concepción para que el hombre engendrado sea distinto y más que el animal. La divinidad, lógico, no nace por su eternidad.
Al tiempo que es Dios, es hombre. Alta teología clasifica lo irrepetible de su ser, afirmando dos naturalezas en única personalidad. El Dios infinito, invisible, inmenso, omnipotente en su naturaleza es ahora pequeño, visible, tan limitado que necesita atención. Lo invisible de Dios se hace visible en Jesús, lo eterno de Dios entra con Jesús en la temporalidad, lo inaccesible de Dios es ya próximo en la humanidad, la infinitud de Dios se hace limitación en la pequeñez, la sabiduría sin límite de Dios es torpeza en el gemido humano del bebé Jesús y la omnipotencia es ahora necesidad.
María es madre, amor, servicio, fidelidad, alegría, santidad, pureza. La Madre de Dios contempla en sus brazos la belleza, la bondad, la verdad con gozoso asombro y en la certeza del impenetrable misterio.
Himno
Lucero del alba,
Aurora estremecida,
Luz de mi alma,
Santa María.
Hija del Padre,
Doncella en gracia concebida,
Virgen y madre,
Santa María.
Flor del Espíritu,
Ave, blancura, caricia,
Madre del Hijo,
Santa María.
Llena de ternura,
Bendita entre las benditas,
Madre de todos los hombres,
Santa María. Amén
Señor Dios, que por la maternidad virginal de María, has dado a los hombres los tesoros de la salvación, haz que sintamos la intercesión de la Virgen Madre, de quién hemos recibido al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro. Que vive y reina contigo.
Postrada a vuestros pies, gran reina del cielo, yo os venero con el más profundo respeto y confieso que sois Hija de Dios Padre, Madre del Verbo Divino, Esposa del Espíritu Santo. Sois la tesorera y la distribuidora de las divinas misericordias. Por eso os llamamos Madre de la divina Piedad. Yo me encuentro en la aflicción y la angustia. Dignaos mostrarme que me amáis de verdad. Os pido igualmente que roguéis con fervor a la Santísima Trinidad para que nos conceda la gracia de vencer siempre al demonio, al mundo y las malas pasiones; gracia eficaz que santifica a los justos, convierte a los pecadores, destruye las herejías, ilumina a los infieles y conduce los judíos a la verdadera fe. Obtenednos que el mundo entero forme un solo pueblo y una sola Iglesia.
Nota:
1 de enero (Santa María Madre de Dios): "Jornada por la Paz": Jornada mundial (pontificia).
FIN DE LA OCTAVA DE NAVIDAD
En Occidente el 1 de enero es un día para felicitarse: es el inicio del año civil. Los fieles están envueltos en el clima festivo del comienzo del año y se intercambian, con todos, los deseos de "feliz año".
Sin embargo, deben saber dar a esta costumbre un sentido cristiano y hacer de ella casi una expresión de piedad. Los fieles saben que "el año nuevo" está bajo el señorío de Cristo y por eso, al intercambiarse las felicitaciones y deseos, lo ponen, inplícita o explícitamente, bajo el dominio de Cristo, a quien pertenecen los días y los siglos eternos (cf. Ap 1,8; 22,13).
(Directorio, n. 116)
En algunos lugares, sobre todo en comunidades monásticas y en asociaciones laicales marcadamente eucarísticas, la noche del
31 de diciembre tiene lugar una vigilia de oración que se suele concluir con la celebración de la Eucaristía.
Se debe alentar esta vigilia, y su celebración tiene que estar en armonía con los contenidos litúrgicos de la octava de la Navidad, vivida no sólo como una reacción justificada ante la despreocupación y disipación con la que la sociedad vive el paso de un año a otro, sino como ofrenda vigilante al Señor de las primicias del nuevo año.
(Directorio, n. 114)