Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya

Honorato de Amiens, Santo

Obispo, 16 de mayo

Patrón de los Panaderos y Pasteleros

Martirologio Romano: En Amiens, de Neustria, Francia, san Honorato, obispo. († c.600)

Breve Biografía

Es un nombre latino (Honoratus) que significa en primer lugar "persona a la que se honra por sus merecimientos". Como derivado de éste, llegamos al significado de "honrado" que nos es más familiar. Tuvo que ser en los primeros tiempos del cristianismo un sobrenombre bastante frecuente, convertido luego en nombre, puesto que aparecen en el santoral hasta ocho santos así llamados, sin contar el femenino Honorata, con cuyo nombre tenemos una santa (hermana de San Epifanio) que murió en Pavía el año 1500 y San Honorio, nombre de la misma raíz latina y que suele asimilarse con el de Honorato.

San Honorato, patrón de los panaderos, fue obispo de la localidad francesa de Amiens allá por el siglo VI. Nació en Port-leGrand, en Pothieu, no conociéndose con exactitud en que fecha concreta, y murió en la misma localidad un 16 de mayo en la primera mitad del siglo VII (alrededor del 650).

Era miembro de una de las familias más importantes del país y practicó desde la infancia la virtud. Fue San Beat su maestro y su guía espiritual, y fallecido su prelado, y en atención a sus altas virtudes fue escogido para sucederle, pese a su fuerte resistencia, ya que no creía merecer tal honor.

Según cuenta la tradición, durante su consagración, Dios quiso confirmarle con un prodigio, y los asistentes vieron descender sobre su cabeza un rayo divino y un aceite misterioso.

Cuando se supo en Port-leGrand que había sido proclamado al episcopado, su mamá, que estaba en esos momentos cociendo pan en la casa paterna, acogió la buena nueva con completa incredulidad, y dijo que sólo se lo creería si la requemada pala para hornear que tenía en la mano echase raíces y se convirtiese en árbol. Fiel a su palabra, a continuación plantó en el patio de la casa la pala, convirtiéndose en una morera que pronto dio flores y frutos. Todavía en el siglo XVI se seguía enseñando este árbol en la casa paterna de San Honorato. Desde entonces, floristas y panaderos se disputaron el santo patrón.

Volviendo a la vida del santo, después de haberse producido el milagro, se cuenta que durante su episcopado fue honrado con otros sucesos extraordinarios, tales como la invención de los cuerpos de los santos Fuscio, Victorico y Genten, que habían permanecido ocultos de los fieles más de trescientos años. Dicen también de San Honorato, que su obispado fue significado por una serie de prodigios que demostraron su santidad, siendo, además especialmente distinguido por el Señor.

Sigue la leyenda atribuyendo a este santo numerosos milagros durante su vida y después de su muerte. Muchos siglos después de su fallecimiento, para socorrer las necesidades del pueblo en épocas de terrible sequía, el obispo Guy, hijo del conde de Amiens, ordenó una procesión general en la que se llevó la urna con el cuerpo del santo alrededor de los muros de la ciudad, consiguiéndose, al fin, la lluvia tan deseada y necesitada. Se le atribuyen a lo largo de los siglos infinidad de milagros, los paralíticos anduvieron, los sordos oyeron, los ciegos vieron y los prisioneros recobraron la libertad.

San Honorato señalaba claramente a los molineros y a los panaderos como sus protegidos. El culto a San Honorato desbordó los límites del obispado y se extendió, primero, por todo el país, y más tarde, más allá de las fronteras.

En 1202, el panadero Renold Theriens, regaló en París unos terrenos para construir una capilla en honor al santo. Más tarde, esta llegó a ser una de las más ricas de París, dando lugar además a la Rue y al Faubourg Saint Honoré, una de las calles más simpáticas y bulliciosas de la capital gala. En 1400, los panaderos de París establecieron su cofradía en la iglesia de San Honorato, celebrando desde entonces su fiesta patronal el 16 de mayo y propagando esta devoción y patronazgo por todo el mundo.

Era tan grande esta devoción, que en 1659, Luis XIV precisa que cada panadero "debe observar la fiesta de San Honorato, asistir el día 16 de mayo al servicio divino y pagar todos los domingos una retribución para subvenir a las expensas de la comunidad".

De todas formas, no en todos los lugares de religión cristiana o católica, los panaderos rinden culto a San Honorato. En otros sitios lo fue San Ludardo, que en el siglo XIII, ejerció la profesión de panadero; en Saint-Denis lo es San Illes, porque su nombre en griego, significa trigo; en Flandes y en diversaas localidades belgas es San Ambert, obispo de Cambrai, porque un panadero fue curado por su mediación; en Valencia es la Virgen de la Merced; en Castellón, Nuestra Sra. De Lidón; en Zaragoza, Santa Rita de Casia. Sin embargo, no siempre lo ha sido, en Barcelona, fueron también patronos de la panadería San Gim y San Juan del Pan.

Aunque haya lugares concretos en donde no sea San Honorato patrón de los panaderos, lo cierto es que para casi todo el mundo cristiano, no cabe lugar a dudas, a quien se debe venerar. El 16 de mayo ha sido y lo será siempre él día en que los panaderos festejan su patronazgo.

Nuestro criterio en medio del sufrimiento

Santo Evangelio según san Juan 15, 18-21. Sábado V de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Hola, Jesús, te doy gracias por el día que me das. En este momento deseo encontrarme contigo; Tú eres mi roca y mi fortaleza.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 15, 18-21

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, yo los he separado del mundo.

Acuérdense de lo que les dije: ‘El siervo no es superior a su señor’. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hace unas semanas celebrábamos la resurrección de Cristo. Cristo, en este momento, nos abre las puertas a la vida, a la vida nueva, vida eterna. Si somos fieles a su palabra, estaremos con Él. Decir que estaremos con Cristo en la eternidad no es sencillo, pero viene la seguridad por medio de la fe. Y esta certeza en la fe acerca de la vida eterna nos alienta a sufrir el odio, las ofensas, faltas al respeto, incluso, la persecución.

Si profundizamos más en esto, Cristo fue odiado, perseguido, azotado, incluso fue asesinado, no para ser un héroe y para ser el protagonista de la historia. Cristo da su vida por obediencia, porque el Padre que está en los cielos se lo pide. Cristo quiere complacer al Padre porque Él es bueno y porque Cristo quiere ser bueno como su Padre, es capaz de perdonar, sanar, callar…

Así pues, como Dios nos llama a verle como criterio, centro y modelo en medio del sufrimiento, así nos pide contemplar el rostro del Padre día y noche para fortalecer el espíritu, porque la carne es flaca y débil. El hombre con corazón y mente unido al Padre, creador de todo el universo, será capaz de unirse al amor misericordioso de Cristo, perdonando a los que lo ofenden, sanando a los que lo lastiman y amando a los que lo odian. En fin, somos llamados a superar a la muerte y lo lograremos, porque Cristo lo hizo.

«En el libro de los Hechos, la persecución aparece como el estado de vida permanente de los discípulos, de acuerdo con lo que había dicho Jesús: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros”. Pero la persecución, en lugar de apagar el fuego de la evangelización, lo atiza todavía más. [...] El Espíritu Santo es el protagonista de la evangelización. “Padre, voy a evangelizar” ? “Sí, ¿qué haces?” ? “Ah, yo anuncio el Evangelio y digo quién es Jesús, trato de convencer a la gente de que Jesús es Dios”. Amigo, eso no es evangelización, si no hay Espíritu Santo no hay evangelización. Eso puede ser proselitismo, publicidad.... Pero la evangelización es dejar que el Espíritu Santo te guíe, que sea Él quien te empuje al anuncio, al anuncio con el testimonio, incluso con el martirio, incluso con las palabras».
(Audiencia de S.S. Francisco, 2 de octubre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Más fuerte que el odio

La historia de una mujer que fue violada por su padrastro y después por un novio que la embarazó

Se trata de la historia de una mujer que fue violada por su padrastro y luego por su novio, quien la dejó embarazada. El chico se desentendió y su familia también. De hecho la echaron a la calle. Cuando tuvo a su hija entre brazos se dio cuenta que la vida tenía sentido y se fue de voluntariado a África. Hoy es una feliz abuelita. La historia completa es la siguiente:

A mis diez años, sufrí abusos sexuales por parte de mi padrastro. A partir de este momento, no consentía que ninguna persona del sexo opuesto me tocara, e incluso se me erizaban todos los pelos del cuerpo cuando tenía a hombres cerca. Yo pensaba que, cuando el amor llamara a mi puerta, se me pasaría esta fobia, pero no fue así.

A los veintidós años me enamoré de un chico y nos hicimos novios, pero yo no me dejaba besar ni tocar. Entonces un día, harto de mi resistencia, me tomó por la fuerza y me violó mientras me decía: «Lo que no me quieres dar por las buenas, lo tomo yo por las malas». ¡Me sentí tan sucia, tan traicionada, tan desesperada...! Parecía como si yo no tuviese valor a los ojos de nadie, como si fuera un objeto de uso y disfrute, sin alma. Y lo peor de todo es que me culpabilizaba de todo lo ocurrido por haber hecho resistencia.

Poco después descubrí que estaba embarazada. Fue un golpe tremendo para mí, pues aún seguía muy traumatizada por lo que me pasó. Le di la noticia al padre de la criatura y la única respuesta que obtuve fue: «Pues aborta».

Yo no estaba dispuesta a matar a una criatura inocente por muy mala que hubiera sido mi experiencia y decidí que lucharía por ella costase lo que costase. Su padre se desentendió del problema y se marchó a Francia para acabar sus estudios. Yo dejé los míos, mis amistades y la ciudad donde vivía y volví a Madrid.

Aquí me encontré con el rechazo de mi familia al completo. No querían enfrentarse al qué dirán de la sociedad. No les importó que hubiese sido víctima de una violación. No intentaron sanar mis heridas (las del alma). Sólo se preocuparon de alejarme de su vida para que no empañara su buen nombre.

Fui llamando de puerta en puerta a las casas de mis amigas de infancia, pero los prejuicios de sus padres me las cerraron. Busqué trabajo, pero en cuanto se percataban de mi estado, me despedían. También me echaron de la pensión para chicas donde fui a vivir por la misma razón que los demás. Así me encontré durmiendo en un banco de la calle, y sin tener ni siquiera un pedazo de pan que llevarme a la boca. Pero no desesperé. Yo confiaba en el Amor de mi Padre Dios y me repetía una y otra vez: «El Señor es mi pastor, nada me faltará, aunque ande por valles de sombra de muerte no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me sostienen».

¡Se hizo la luz!

¡Y por fin se hizo la luz! La hermana casada de una amiga me acogió en su casa (ella no tenía prejuicios). Una chica que vivía en la pensión donde estuve un tiempo viviendo me llevó a trabajar con ella; y así, poco a poco, me fui recuperando.

A medida que se iba acercando el momento del alumbramiento, me acechaban más y más temores. Pensaba: ¿Nacerá sana? ¿En qué medida le habrá afectado tanta necesidad? ¿Cómo será mi vida con un bebé en los brazos habiendo sufrido tanto rechazo cuando aún lo llevaba dentro? ¿Podré sacarlo adelante?

Cuando nació mi niña, tan sana y bonita, se me olvidaron todas las penas y calamidades por las que pasé, aunque era consciente de que aún me quedaban muchas cosas por pasar. Viendo cómo me trató la sociedad civilizada, no me resigné a vivir una vida egoísta y monótona. Mientras trabajaba y cuidaba de mi bebé, retomé los estudios, entré en una ONG y, cuando mi niña cumplió los tres añitos, me fui con ella de voluntaria a África.

Yo me realicé como persona, y ella creció sana, alegre y generosa. Cuando volvimos a Europa, estudió enfermería y ahora se dedica a sanar y reconfortar enfermos. Se casó felizmente, y me ha dado una nietecita preciosa que ya tiene ocho años.

Cuando echo la vista atrás y recuerdo mi pasado, no me queda ni tristeza ni rencor en el corazón. Cuando te entregas a los demás y sanas sus heridas, las tuyas también se sanan. Pero, sobre todo, pude superar todo lo que me pasó, porque sentí que el Señor fue realmente mi (nuestro) Pastor. Me agarré a Él y no le solté.

Si después de haber leído mi testimonio alguien se queda aún con la duda, yo le digo con el corazón en la mano: Sí, ¡valió la pena!

Que el amor crezca en las familias. Donde hay rigidez no hay Espíritu de Dios

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta. 15 de mayo de 2020

Francisco presidió la misa en la Casa Santa Marta (VIDEO INTEGRAL) el viernes de la quinta semana de Pascua. En la introducción dirigió sus pensamientos a las familias:

Hoy es el Día Mundial de la Familia: oremos por las familias para que el Espíritu del Señor, el espíritu de amor, respeto y libertad, crezca en las familias.

En su homilía, el Papa comentó el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 15:22-31) en el que Pablo y Bernabé son enviados a los paganos convertidos de Antioquía, escandalizados y perturbados por los discursos de algunos que no tenían ningún cargo. Los Apóstoles traen una carta que anima y alegra a los nuevos discípulos, explicándoles cómo no están obligados a la circuncisión según la Ley de Moisés, como exigían algunos fariseos convertidos en cristianos.

"En el Libro de los Hechos de los Apóstoles - dijo el Papa - vemos que, en la Iglesia, al principio, hubo tiempos de paz", pero "también hubo tiempos de persecución" y "tiempos de agitación". Y este es el tema de la primera lectura de hoy: un tiempo de agitación". Había sucedido que los cristianos que venían del paganismo "habían creído en Jesucristo y recibido el bautismo, y eran felices: habían recibido el Espíritu Santo. Del paganismo al cristianismo, sin ninguna etapa intermedia".

Pero había cristianos "judaizantes" que "argumentaban que esto no podía hacerse". Si uno era pagano, primero debía convertirse en judío, un buen judío, y luego en cristiano". Y los cristianos convertidos del paganismo no entendieron esto: "¿Pero cómo, somos cristianos de segunda clase? ¿No se puede pasar del paganismo directamente al cristianismo?". Se preguntaban si la Resurrección de Cristo había conducido o no, la antigua ley a una mayor plenitud. Estaban preocupados, turbados, y hubo mucha discusión entre ellos.

Los "judaizantes" apoyaron su tesis "con argumentos pastorales, teológicos, incluso algunos morales" y "esto cuestionaba la libertad del Espíritu Santo, incluso la gratuidad de la Resurrección de Cristo y de la gracia". Eran metódicos. Y también rígidos". Jesús ya había reprochado a estos doctores de la Ley por hacer a los prosélitos peores que ellos. "Estas personas que eran ideológicas", más que dogmáticas, habían "reducido la Ley, el dogma a una ideología", a "una religión de prescripciones, y con ello quitaron la libertad del Espíritu". Y sus seguidores eran "gente rígida", que no conocían la alegría del Evangelio. La perfección del camino para seguir a Jesús era la rigidez". "Estos doctores manipularon las conciencias de los fieles, las convirtieron en rígidas o se fueron".

El Papa lo reitera: "La rigidez no es del buen Espíritu, porque pone en tela de juicio la gratuidad de la redención, la gratuidad de la resurrección de Cristo" y "durante la historia de la Iglesia, esto se ha repetido. Pensemos en los pelagianos", “rígidos famosos”. Y aún en nuestros tiempos hemos visto algunas organizaciones apostólicas que parecían muy bien organizadas, que funcionaban bien... pero todas rígidas, todas iguales entre sí, y entonces nos enteramos de la corrupción que había dentro, incluso en los fundadores".

"Donde hay rigidez no hay Espíritu de Dios, porque el Espíritu de Dios es libertad". Y esta gente se llevó "la libertad del Espíritu de Dios y la gratuidad de la Redención". Pero "la justificación es gratuita. La muerte y la resurrección de Cristo es gratuita. No se paga, no se compra: es un don".

"Los apóstoles se reunieron en este concilio y al final escribieron una carta que comenzaba así: 'Parecía bien, de hecho, al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra obligación', y pusieron estas obligaciones más morales, de sentido común: no confundir el cristianismo con el paganismo" y "al final, cuando estos cristianos turbados, reunidos en asamblea, recibieron la carta" se "alegraron por el aliento que les daba. De la tristeza a la alegría. El espíritu de la rigidez siempre te lleva al turbamiento: "¿Pero he hecho esto bien? ¿No lo hice bien? El escrúpulo." En cambio, el espíritu de libertad evangélica te lleva al gozo, porque eso es precisamente lo que Jesús hizo con su Resurrección: el gozo". La relación con Dios, la relación con Jesús no te lleva a decir: "Yo hago esto y tú me das esto", una "relación comercial: ¡no! Es gratis, así como la relación de Jesús con los discípulos es gratuita: "Sois mis amigos". No los llamo sirvientes, los llamo amigos. No me has elegido a mí: yo te he elegido a ti: esto es la gratuidad".

"Pidamos al Señor que nos ayude a discernir los frutos de la gratuidad evangélica de los frutos de la rigidez no evangélica, y que nos libere de toda perturbación de los que ponen la fe, la vida de fe bajo prescripciones casuísticas, prescripciones que no tienen sentido. Me refiero a estas prescripciones que no tienen sentido, no a los mandamientos. Que nos libere de este espíritu de rigidez que te quita la libertad".

El Papa nos invitó a hacer la comunión espiritual con esta oración:

A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y en tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece; esperando la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo venga a ti. Que tu amor inflame todo mi ser para la vida y la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo. Que así sea.

El Papa Francisco terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística. Antes de salir de la capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantaba la antífona mariana "Regina caeli" en tiempo de Pascua:

Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.

La Sucesión Apostólica en la Biblia

¿Te han dicho que la Sucesión Apostólica no es bíblica? Este articulo te demostrará lo contrario.

Introducción

Hace poco escuché decir en un foro evangélico que la sucesión apostólica no tenía base bíblica, que era un intento de la Iglesia Católica para adjudicarse una autoridad que no le corresponde. He querido con el presente estudio de carecer apologético, estudiar que es la sucesión apostólica, su fundamento bíblico e histórico.

¿Qué es la sucesión apostólica?

Cuando Cristo vino a la tierra y edificó su Iglesia, de entre sus discípulos eligió 12 de ellos, y les dio autoridad, poder, y un ministerio que cumplir: pastorear la Iglesia. Con la expresión sucesión apostólica se indica en teología que los Apóstoles, conscientes de que no vivirían para siempre, y por voluntad de Cristo, estaban destinados a tener sucesores que continuaran su ministerio, con la misma autoridad que ellos recibieron de Cristo.
La autoridad

En la Iglesia solamente puede ostentar autoridad aquel que la tiene por derecho propio (Dios) o aquel al cual le ha sido conferida (delegada).

Cuando Cristo nombró a sus apóstoles les confirió autoridad:

“Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor” Lucas 6,13-16

“Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades” Lucas 9,1

Los apóstoles siempre tuvieron claro que su autoridad provenía del mismo Cristo quien les había nombrado apóstoles.

“Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos.” 1 Tesalonicenses 2,7

Ellos habían sido enviados como el Padre había enviado a Cristo (con su misma autoridad):

“Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» “ Juan 20,21-23

Eran los apóstoles quienes fundaban Iglesias y quienes establecían las ordenanzas a ser obedecidas, ordenando con toda autoridad
“Conforme iban pasando por las ciudades, les iban entregando, para que las observasen, las decisiones tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén.” Hechos 16,4

En las cartas paulinas, se ve como algo común a San Pablo ordenando en todas las Iglesias

“Por lo demás, que cada cual viva conforme le ha asignado el Señor, cada cual como le ha llamado Dios. Es lo que ordeno en todas las Iglesias” 1 Corintios 7,17

Solamente puede tener real autoridad, cuando le ha sido conferida por alguien que a su vez tiene legítima autoridad. Si bien en la Iglesia primitiva se ven casos en donde algunas personas tratan de apropiarse de una autoridad que no les corresponde, sus actitudes son severamente condenadas por la Biblia. Ejemplos clásicos los vemos en las personas de Alejandro, Himeneo y Fileto, quienes por su propia cuenta comenzaron a predicar doctrinas diferentes a las de la Iglesia, desconocieron la autoridad del colegio apostólico y fueron excomulgados.

“Esta es la recomendación, hijo mío Timoteo, que yo te hago, de acuerdo con las profecías pronunciadas sobre ti anteriormente. Combate, penetrado de ellas, el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe; entre éstos están Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendiesen a no blasfemar.” 1 Timoteo 1,18-20

“Evita las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad, y su palabra irá cundiendo como gangrena. Himeneo y Fileto son de éstos: se han desviado de la verdad al afirmar que la resurrección ya ha sucedido; y pervierten la fe de algunos.” 2 Timoteo 2,16-18

La primera sucesión apostólica

La primera sucesión apostólica que vemos en el Nuevo Testamento la tenemos en el capítulo 1 de los Hechos de los apóstoles. San Pedro declara que ha quedado vacante el puesto (MINISTERIO) de Judas Iscariote, y plantea la necesidad de que alguien le reemplace:

Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos - el número de los reunidos era de unos ciento veinte - y les dijo:

«Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado ya acerca de Judas, el que fue guía de los que prendieron a Jesús. Porque él era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio. «Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección.» Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías. Entonces oraron así: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse adonde le correspondía.» Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles. Hechos 1,16-17.21-26

Evidencia bíblica de la institución de los presbíteros con autoridad por medio de los apóstoles u otros presbíteros previamente ordenados

Como hemos visto, está clarísima la conciencia que tenían los apóstoles de que el ministerio del apostolado no quede vacante (posteriormente este ministerio será desempeñado por los obispos). Los apóstoles también estaban conscientes de la obligación que tenían de que sus sucesores pudieran ejercer su ministerio de forma cabal, de organizar Iglesias y poner al frente hombres capaces. Así vemos como en el libro de los hechos de los apóstoles se nos narra como una de las principales actividades de los apóstoles era fundar Iglesias y designar en ellas presbíteros:

“Designaron presbíteros en cada Iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído.” Hechos 14,23

Los presbíteros eran en un comienzo nombrados exclusivamente por los apóstoles, posteriormente también por otros presbíteros ya ordenados, y no cabía aquí lo que suele verse las Iglesias protestantes donde alguien con carisma simplemente funda una Iglesia y toma el puesto de pastor.

Ejemplos claros los vemos en las cartas paulinas, donde Pablo hace mención de la ordenación de Timoteo como presbítero por medio de la imposición de manos, y le exhorta a no instituir presbítero a cualquiera (queda claro que alguien no podía auto-proclamarse presbítero):

“Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús,” 2 Timoteo 1,7-9

“No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros.” 1 Timoteo 4,14

“No te precipites en imponer a nadie las manos, no te hagas partícipe de los pecados ajenos. Consérvate puro.” 1 Timoteo 5,22

Vuelvo a hacer hincapié en notar la mención que Pablo ya hace de que la ordenación de Timoteo la recibió por medio de la imposición de manos del colegio de presbíteros (otras Biblias traducen consejo de ancianos, el cual es un sinónimo). Así vemos que los primeros presbíteros fueron ordenados por los mismos apóstoles, y los siguientes presbíteros podían ser ordenados por los apóstoles, o por presbíteros previamente ordenados. Lo cierto es que para que una ordenación fuera válida SIEMPRE tenía el aspirante que ser ordenado por presbíteros que a su vez fueron ordenados por otros presbíteros hasta por llegar a los apóstoles. A esta legitima línea de sucesión donde los obipos suceden a los apóstoles en su ministerio llamamos sucesión apostólica.

Lo mismo ocurre con Tito, quien siendo también un presbítero, Pablo le ordena organizar las Iglesias, e instituir presbíteros para su gobierno.

“El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené.” Tito 1,5

La finalidad era siempre clara:

“Tú, pues, hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros.” 2 Timoteo 2,1-2

Pablo dejó en sus cartas gran cantidad de recomendaciones referentes a los asuntos del gobierno de la Iglesia. El tenía que asegurarse de que los candidatos a estos ministerios fueran irreprochables porque sabía que en el rebaño se infiltrarían lobos rapaces. Con estas directrices iba a poder la Iglesia identificarlos fácilmente.

“Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de espíscopo, desea una noble función. Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? Que no sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del Diablo. Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes del Diablo. También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos.” 1 Timoteo 3,1-10

“Los presbíteros que ejercen bien su cargo merecen doble remuneración, principalmente los que se afanan en la predicación y en la enseñanza.

“La Escritura, en efecto, dice: = No pondrás bozal al buey que trilla, = y también: = El obrero tiene derecho a su salario. = No admitas ninguna acusación contra un presbítero si no viene con = el testimonio de dos o tres. = A los culpables, repréndeles delante de todos, para que los demás cobren temor.” 1 Timoteo 5,17-20

“Al sectario, después de una y otra amonestación, rehúyele; ya sabes que ése está pervertido y peca, condenado por su propia sentencia.” Tito 3,10-11

Puede consultar también Tito 1,5-11.

La Iglesia es Visible

Mucha de las Iglesias protestantes que niegan la sucesión apostólica, suelen ver también a la Iglesia, no como un organismo visible (compuesto por todos los bautizados, y con las jerarquías que instituyeron los apóstoles: Obispos, presbíteros, diáconos) sino como un organismo invisible donde cada se agrupa en la agrupación cristiana de su preferencia y con tener una relación personal con Dios tiene suficiente. Para ellos no importa mucho a que Iglesia asistas, mientras tu relación con Dios sea verdadera.

Porque aunque justificados por su ignorancia invencible muchos miembros de estas comunidades eclesiales con pureza de intención pueden alcanzar la salvación eterna (CIC 818 , 819, 847), los peligros de permanecer en separados de la plena unidad del cuerpo de Cristo y la ortodoxia siempre tiene sus consecuencias (Las herejías hacen al creyente vulnerable al pecado).

Esto sin contar que la idea de una Iglesia invisible choca de plano con lo que la Biblia enseña. ¿Cómo hubiera podido Pablo imponer disciplina excomulgando a Himeneo, Alejando y Fileto en una Iglesia invisible? (Hubieran simplemente optado por fundar una Iglesia en la calle siguiente).

En la Biblia la Iglesia siempre es descrita, no como un ente invisible, sino como el cuerpo de Cristo, donde cada miembro ocupa una función.

“Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?” 1 Corintios 12,27-30

Una forma de visualizar la Iglesia que utiliza la Escritura a menudo, es como un edificio espiritual, donde algunos son representados como cimientos o columnas (apóstoles), siendo la Piedra angular Cristo.

“Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu.” Efesios 2,19-22

Me resulta claro que la visión de una Iglesia como un ente invisible, donde el conjunto de creyentes está dispersos, no es lo que tenía en mente Cristo, cuando decía que habría un solo rebaño y un solo pastor.

La idea de una Iglesia invisible ha sido adoptada por el protestantismo para justificar su división exponencial, ya que en esta visión de la Iglesia no importa mucho que esté dividida en distintos grupos inclusive con serias diferencias doctrinales, mientras se sea un creyente “verdadero”. En la Escritura no solo no se encuentra nada que justifique esta idea, sino que condena severamente las divisiones, al punto de llamar anticristos a los cismáticos y mandarnos a apartarnos de quienes crean divisiones.

“Os ruego, hermanos, que os guardéis de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido; apartaos de ellos” Romanos 16,17

“Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es ya la última hora. Salieron de entre nosotros; pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros” 1 Juan 2,18-19

“En cambio vosotros, queridos, acordaos de las predicciones de los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos os decían: «Al fin de los tiempos aparecerán hombres sarcásticos que vivirán según sus propias pasiones impías.» Estos son los que crean divisiones, viven una vida sólo natural sin tener el espíritu”. Judas 1,18-19

“Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio” 1 Corintios 1,10

¿Qué Iglesias reconocen la doctrina de la sucesión apostólica?

Actualmente reconocen la doctrina de la sucesión apostólica la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa, orientales, la Iglesia Nestoriana y la anglicana.

Algunas Iglesias Luteranas también pero en la práctica para la mayoría de Iglesias protestantes, esta doctrina no es importante, o incluso la niegan. Saben que en caso de reconocerla, y sin tener una legítima sucesión, la fundación de su Iglesia quedaría sin justificación y tendrían que reconocer como inválida la autoridad de su pastor.

¿Creían en esta doctrina en la Iglesia Primitiva?

Por su puesto, puede usted consultar un breve resumen en el estudio Sucesión apostólica en la enseñanza de los padres.

Noviazgo y matrimonio: ¿cómo acertar con la persona?

Prepararse a emprender un viaje para toda la vida exige escoger el compañero adecuado. ¿Qué orientaciones da la fe cristiana?

¿Cómo combinar cabeza y corazón?

Uno de los cometidos más importantes del noviazgo es poder transitar del enamoramiento (la constatación de que alguien origina en uno sentimientos singulares que le inclinan a abrir la intimidad, y que dan a todas las circunstancias y sucesos un color nuevo y distinto: es decir, un fenómeno típicamente afectivo), a un amor más efectivo y libre. Este tránsito se realiza gracias a una profundización en el conocimiento mutuo y a un acto neto de disposición de sí por parte de la propia voluntad.

En esta etapa es importante conocer realmente al otro, y verificar la existencia o inexistencia entre ambos de un entendimiento básico para compartir un proyecto común de vida conyugal y familiar: “que os queráis –aconsejaba san Josemaría-, que os tratéis, que os conozcáis, que os respetéis mutuamente, como si cada uno fuera un tesoro que pertenece al otro"[1].

A la vez, no basta con tratar y conocer más al otro en sí mismo; también hay que detenerse y analizar cómo es la interrelación de los dos. Conviene pensar cómo es y cómo actúa el otro conmigo; cómo soy y cómo actúo yo con él; y cómo es la propia relación en sí.

El noviazgo, una escuela de amor

En efecto, una cosa es cómo es una persona, otra cómo se manifiesta en su trato conmigo (y viceversa), y aún otra distinta cómo es tal relación en sí misma, por ejemplo, si se apoya excesivamente en el sentimiento y en la dependencia afectiva. Como afirma san Josemaría, “el noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento mutuo. Es una escuela de amor, inspirada no por el afán de posesión, sino por espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza"[2].

Ahondar en el conocimiento mutuo implica hacerse algunas preguntas: qué papel desempeña –y qué consecuencias conlleva– el atractivo físico, qué dedicación mutua existe (tanto de presencia, como de comunicación a través del mundo de las pantallas: teléfono, SMS, Whatsapp, Skype, Twitter, Instagram, Facebook etc.), con quién y cómo nos relacionamos los dos como pareja, y cómo se lleva cada uno con la familia y amigas o amigos del otro, si existen suficientes ámbitos de independencia en la actuación personal de cada uno –o si, por el contrario, faltan ámbitos de actuación conjunta–, la distribución de tiempo de ocio, los motivos de fondo que nos empujan a seguir adelante con la relación, cómo va evolucionando y qué efectos reales produce en cada uno, qué valor da cada uno a la fe en la relación...

Hay que tener en cuenta que, como afirma san Juan Pablo II, “muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la vida familiar derivan del hecho de que, los jóvenes no sólo pierden de vista la justa jerarquía de valores, sino que, al no poseer ya criterios seguros de comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades. La experiencia enseña en cambio que los jóvenes bien preparados para la vida familiar, en general van mejor que los demás"[3].

Lógicamente, importa también conocer la situación real del otro en algunos aspectos que pueden no formar parte directamente de la relación de noviazgo: comportamiento familiar, profesional y social; salud y enfermedades relevantes; equilibrio psíquico; disposición y uso de recursos económicos y proyección de futuro; capacidad de compromiso y honestidad con las obligaciones asumidas; serenidad y ecuanimidad en el planteamiento de las cuestiones o de situaciones difíciles, etc.

Compañeros de viaje

Es oportuno conocer qué tipo de camino deseo recorrer con mi compañero de viaje, en su fase inicial; el noviazgo. Comprobar que vamos alcanzando las marcas adecuadas del sendero, sabiendo que será mi acompañante para la peregrinación de la vida. Los meeting points se han de ir cumpliendo. Para eso podemos plantear ahora algunas preguntas concretas y prácticas que se refieren no tanto al conocimiento del otro como persona, sino a examinar el estado de la relación de noviazgo en sí misma.

¿Cuánto hemos crecido desde que iniciamos la relación de noviazgo? ¿Cómo nos hemos enriquecido –o empobrecido– en nuestra madurez personal humana y cristiana? ¿Hay equilibrio y proporción en lo que ocupa de cabeza, de tiempo, de corazón? ¿Existe un conocimiento cada vez más profundo y una confianza cada vez mayor? ¿Sabemos bien cuáles son los puntos fuertes y los puntos débiles propios y del otro, y procuramos ayudarnos a sacar lo mejor de cada uno? ¿Sabemos ser a la vez comprensivos –para respetar el modo de ser de cada uno y su particular velocidad de avance en sus esfuerzos y luchas– y exigentes: para no dejarnos acomodar pactando con los defectos de uno y otro? ¿Valoro en más lo positivo en la relación? A este respecto, dice el Papa Francisco: “convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo común la ayuda mutua, no la indiferencia o la enemistad"[4].

A la hora de querer y expresar el cariño, ¿tenemos como primer criterio no tanto las manifestaciones sensibles, sino la búsqueda del bien del otro por delante del propio? ¿Existe una cierta madurez afectiva, al menos incoada? ¿Compartimos realmente unos valores fundamentales y existe entendimiento mutuo respecto al plan futuro de matrimonio y familia? ¿Sabemos dialogar sin acalorarnos cuando las opiniones son diversas o aparecen desacuerdos? ¿Somos capaces de distinguir lo importante de lo intrascendente y, en consecuencia, cedemos cuando se trata de detalles sin importancia? ¿Reconocemos los propios errores cuando el otro nos los advierte? ¿Nos damos cuenta de cuándo, en qué y cómo se mete por medio el amor propio o la susceptibilidad? ¿Aprendemos a llevar bien los defectos del otro y a la vez a ayudarle en su lucha? ¿Cuidamos la exclusividad de la relación y evitamos interferencias afectivas difícilmente compatibles con ella? ¿Nos planteamos con frecuencia cómo mejorar nuestro trato y cómo mejorar la relación misma?

El modo de vivir nuestra relación, ¿está íntimamente relacionado con nuestra fe y nuestras virtudes cristianas en todos sus aspectos? ¿Valoramos el hecho de que el matrimonio es un sacramento, y compartimos su alcance para nuestra vocación cristiana?

Proyecto de vida futura

Los aspectos tratados, es decir, el conocimiento del matrimonio –de lo que significa casarse, y de lo que implica la vida conyugal y familiar derivada de la boda–, el conocimiento del otro en sí y respecto a uno mismo, y el conocimiento de uno mismo y del otro en la relación de noviazgo, pueden ayudar a cada uno a discernir sobre la elección de la persona idónea para la futura unión matrimonial. Obviamente, cada uno dará mayor o menor relevancia a uno u otro aspecto pero, en todo caso, tendrá como base algunos datos objetivos de los que partir en su juicio: recordemos que no se trata de pensar “cuánto le quiero" o “qué bien estamos", sino de decidir acerca de un proyecto común y muy íntimo de la vida futura. El Papa Francisco, al hablar de la familia de Nazaret da una perspectiva nueva que sirve de ejemplo para la familia, y que ayuda al plantearse el compromiso matrimonial: “los caminos de Dios son misteriosos. Lo que allí era importante era la familia. Y eso no era un desperdicio"[5]. No podemos cerrar un contrato con cláusula de éxito con el matrimonio, pero podemos adentrarnos en el misterio, como el de Nazaret, donde construir una comunidad de amor.

Así se pueden detectar a tiempo carencias o posibles dificultades, y se puede poner los medios –sobre todo si parecen importantes– para tratar de resolverlas antes del matrimonio: nunca se debe pensar que el matrimonio es una “barita mágica" que hará desaparecer los problemas. Por eso la sinceridad, la confianza y la comunicación en el noviazgo puede ayudar mucho a decidir de manera adecuada si conviene o no proseguir esa relación concreta con vistas al matrimonio.

Casarse significa querer ser esposos, es decir, querer instaurar la comunidad conyugal con su naturaleza, propiedades y fines: “esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad"[6].

Este acto de voluntad implica a su vez dos decisiones: querer esa unión–la matrimonial–, que procede naturalmente del amor esponsal propio de la persona en cuanto femenina y masculina, y desear establecerla con la persona concreta del otro contrayente.

El proceso de elección da lugar a diversas etapas: el encuentro, el enamoramiento, el noviazgo y la decisión de contraer matrimonio.

“En nuestros días es más necesaria que nunca la preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar (…). La preparación al matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo"[7].
 
¿Cómo saber si estoy haciendo la voluntad de Dios?

La paz es uno de los signos de que estamos haciendo la Voluntad de Dios en nuestras vidas

El signo principal de que estamos haciendo la voluntad de Dios es la paz. Paz que no es una simple tranquilidad psicológica porque todo va bien, sino una paz que es mucho más profunda, mucho más íntima. Esta paz se percibe y se confirma especialmente cuando estoy en presencia de Dios, en la oración. La paz del que hace la voluntad de Dios va acompañada de otros elementos: un sentimiento interior de libertad (incluso cuando la voluntad de Dios puede ser exigente, no se cumple como algo restringido o forzado, sino con una motivación personal y libre), una cierta dilatación del corazón (el corazón se hace grande en el deseo de amar a Dios más y más, en la ternura y bondad hacia el prójimo), una alegría interior.

Dicho esto, el sentimiento de paz y aquello que lo acompaña (libertad, amor, alegría) no siempre se siente intensamente, y esto es por diferentes razones. A veces vivimos tiempos de pruebas, de tentaciones, de preguntas y dudas, incluso tormentas interiores, que son normales en toda vida espiritual y que hacen que, aunque seamos fieles a Dios y hagamos su voluntad, no gocemos sensiblemente de esta paz. Pero estos tiempos de prueba son pasajeros y la paz vuelve después de un tiempo, más profunda que antes.

Hay que saber también que no siempre podemos tener la certeza absoluta de estar haciendo la voluntad de Dios. Habrá de repente tiempos de "tantear" en la vida espiritual, tiempos de búsqueda, de interrogación sobre nuestras decisiones, sin que tengamos siempre una respuesta inmediata. La respuesta llegará algún día si tenemos buena voluntad, pero se necesita tiempo. Por otra parte, Dios quiere que nos mantengamos pobres y pequeños, siempre con deseos de progresar. Si alguien tuviera permanentemente la certeza total de hacer la voluntad de Dios, podría tener el riesgo de caer en un cierto orgullo o presunción, de estar demasiado seguro de sí mismo; a veces es mejor para nosotros vivir en una cierta pobreza e incertidumbre, guardando simplemente la buena voluntad. Dios nos da siempre luz para las decisiones esenciales, pero eso no impide que haya una parte de oscuridad o de interrogación en la comprensión de su voluntad.

Otras veces puede haber razones psicológicas que hacen que, aunque estemos en la voluntad de Dios, el corazón no logre sentir paz: un temperamento escrupuloso o demasiado inquieto, un periodo de depresión o de angustia, etc.
De todo esto se derivan las siguientes consecuencias prácticas:

- Cuando estamos en una paz estable y profunda, en general es signo de que estamos en la voluntad de Dios. Pero hay que cuidar no caer en la presunción; debemos mantenernos humildes y pequeños, sabiendo que no estamos exentos de buscar comprender y cumplir cada vez mejor esta voluntad de Dios. Hay que estar siempre en búsqueda... No con inquietud y tensión, obviamente, sino con confianza y paz, deseando siempre y con fuerza avanzar.

- Si no se tiene esta paz hay que intentar comprender por qué. A veces puede significar que no estoy en la voluntad de Dios. Otras veces quiere decir que tengo demasiados escrúpulos, o que estoy en una fase de prueba o de combate espiritual. Y otras veces es el demonio quien, para inquietarme y desmotivarme, me acusa sin un motivo verdadero (en la Escritura, el demonio se llama "acusador de los hermanos").

- Cuando no logremos ver claro por nosotros mismos, es bueno pedir consejo a un orientador espiritual que pueda ayudarnos en nuestro discernimiento. Cuando nos abrimos a una persona que conoce la vida espiritual, en general es bastante fácil descubrir si la falta de paz viene de una infidelidad a Dios o de otra causa.

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