El hombre que escucha la Palabra y la comprende produce fruto...
- 12 Julio 2020
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BENEDICTO XVI, PREOCUPADO PORQUE LAS RELIGIONES PUEDAN INCITAR A LA VIOLENCIA
«La negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia»
"Los que no creen, pero buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios"
27 Oct 2011 - 13:02 CET
Archivado en: Benedicto XVI | Iglesia Católica | Vaticano
Que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente
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"El mundo tiene necesidad de constructores de la paz, a través de la fe"
(Las religiones no pueden dar cancha a la violencia entre los pueblos, sino que tiene que ser generadoras de confianza, paz y concordia en todo el mundo. Cualquier otra cosa es extremadamente preocupante. Este fue el núcleo del discurso que Benedicto XVI pronuncíó este mediodía en la basílica de Santa María de los Ángeles, en Asís, donde se conmemoran los XXV años del histórico encuentro por la paz convocado por Juan Pablo II. Ante representantes de las principales religiones del mundo, y también los no creyentes, el Papa trazó una hoja de ruta del hombre religioso en su camino a la paz. «La negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia«.
El Pontífice comenzó reflexionando sobre el deseo de los pueblos a ser libres, que «fue más fuerte que los armamentos de la violencia», en un claro recuerdo a la caída del muro de Berlín, acaecido tres años después del primer encuentro de Asís.
«Que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente» afirmó el Papa, cuando habló de los que justifican el terrorismo y la crueldad despiadada, con la defensa de una religión contra los otros. Dijo que «aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso».
Por otra parte, dijo «el no a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios», y que «la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y lo lleva a la violencia».
Pero ¿dónde está Dios? -se preguntó el Papa ante los representantes religiosos en Asís- ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz?.
Seguidamente habló de las personas a las «que no se les ha sido dado el don de poder creer y que sin embargo buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios». Estos despojan a los ateos combativos de su falsa certeza -dijo, y por otra parte llaman en causa a los seguidores de las religiones para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia».
Finalmente Benedicto concluyó señalando a los representantes en el encuentro «la importancia del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia».
Éste es el discurso íntegro de Benedicto XVI:
Queridos hermanos y hermanas,
Distinguidos Jefes y representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales y de las Religiones del mundo, queridos amigos
Han pasado veinticinco años desde que el beato Papa Juan Pablo II invitó por vez primera a los representantes de las religiones del mundo a Asís para una oración por la paz. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?
¿A qué punto está hoy la causa de la paz? En aquel entonces, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno. Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con ningún respaldo espiritual. Apreciamos esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz. Y es preciso añadir en este contexto que, aunque no se tratara sólo, y quizás ni siquiera en primer lugar, de la libertad de creer, también se trataba de ella. Por eso podemos relacionar también todo esto en cierto modo con la oración por la paz.
Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente, no podemos decir que desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la paz. Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya guerras frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La libertad es un gran bien. Pero el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación, y muchos tergiversan la libertad entendiéndola como libertad también para la violencia. La discordia asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe estimular a todos nosotros de modo nuevo.
Tratemos de identificar más de cerca los nuevos rostros de la violencia y la discordia. A grandes líneas – según mi parecer – se pueden identificar dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades. Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia.
A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la religión.
Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión? Vuestra pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha apagado entre vosotros? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.
Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad.
Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.
Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo
La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia.
Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella.
Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta.
Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz».
Teresa de los Andes, Santa
Religiosa, 12 de julio
Religiosa Carmelita
Martirologio Romano: En la ciudad de Los Andes, en Chile, santa Teresa de Jesús (Juana) Fernández Solar, virgen, que, siendo novicia en la Orden de Carmelitas Descalzas, consagró, como ella misma decía, su vida a Dios por el mundo pecador, muriendo de tifus a los veinte años de edad (1920).
Fecha de beatificación: 3 de abril de 1987 por el Papa Juan Pablo II
Fecha de canonización: 21 de marzo de 1993 por el Papa Juan Pablo II.
También conocida como Santa Teresa de los Andes.
También conocida como Santa Teresa Fernándes Solar.
Nota: Hoy 12 de julio se la festeja en el calendario carmelita, el Martirologio Romano la recuerda el 12 de abril, el día de su ingreso a la Casa del Padre.
Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, es de origen griego.
Breve Biografía
El Continente joven, nuestra América, nos da también Santos muy jóvenes. Hoy nos toca presentar a Teresa de los Andes, una Santa que muere en la flor de la edad ?diecinueve años sólo?, y que se gana todos los corazones. ¡Qué linda esta jovencita chilena, que nace con el siglo veinte, el año 1900!
Muy niña aún, entabla con el Padre Capellán este diálogo encantador:
- Padrecito, vámonos al cielo.
- Bien, vamos. Pero, ¿dónde está el cielo?
- Allá, en los Andes. Mírelos qué altos son, que tocan al cielo.
- Está bien, hijita. Pero fíjate: cuando hayamos trepado esos montes, el cielo estará mucho más arriba. No; ése no es el camino del cielo. ¿Sabes dónde está el verdadero camino del Cielo? En el Sagrario, donde está Jesús.
Teresa lo entiende, y ya no suspira sino por recibir a Jesús. El santo Padre Mateo Crawley entroniza en el hogar al Sagrado Corazón, y la mamá le pide:
- Padre, consagre especialmente mi hija al Sagrado Corazón.
Así lo hace el Padre Mateo. Y la mamá, al conocer después la santidad de su hija, dirá:
- Con todo el corazón se la presenté yo también. Y Nuestro Señor no desechó la ofrenda.
Teresa recibe la Primera Comunión de manos del gran Obispo Monseñor Jara, de quien es esa célebre página sobre la madre. La niña Teresa se sintió feliz, y escribió:
- Jesús, desde ese primer abrazo, no me soltó y me tomó para sí. Todos los días comulgaba y hablaba con Jesús largo rato.
Su devoción a María va a ser también muy tierna, como nos dice ella misma: -Mi devoción espe-cial era la Virgen. Le contaba todo. La Virgen, que jamás ha dejado de consolarme y oírme.
Teresa es cada día más buena. Pero no vayamos a pensar que era sin esfuerzo. Si le preguntamos a la mamá, ésta nos responde:
- Solía tener sus rabietas, que se traducían en llantos a mares y en tenacidad para no obedecer. Pero fue venciéndose y adquiriendo gran dominio de sí misma.
Afectuosa, se hacía querer de todos. Juegan mucho los seis hermanos, gana ella casi todas las partidas, y hasta le tienen que prohibir el juego por tantas discusiones. Montar a caballo y nadar constituían sus delicias... En suma, una muchachita normal, encantadora: buena y traviesa, inocente y enredona...
Desde niña, aprende el Catecismo y se convierte en catequista. De familia acomodada, busca los niños más pobres. Les enseña la doctrina, les dice cómo amar a Jesús y a la Virgen, les hacer mirar la eternidad del Cielo y del Infierno...
Y tiene siempre alegres a estos niños. Era una consecuencia de la alegría que llevaba dentro de sí este ángel caído del cielo, y que tenia por máxima:
- Dios es alegría infinita.
¿Y se puede estar tristes cuando se tiene a Dios dentro de nuestro ser? Con Dios no cesa nunca la alegría en el alma. La alegría es la manifestación más pura de la presencia de Dios con nosotros.
Se hizo famoso el caso del niño que encuentra perdido en la calle. Harapiento y muerto de hambre, se lo lleva a casa. Lo cuida, lo mima. Se las ingenia para sacar dinero de sus ahorritos, y escribe:
- El día de mi cumpleaños junté treinta pesos. Voy a comprarle unos zapatos a Juanito y lo demás se lo entregaré a mi mamá para que ayude a los pobres.
Todos se extrañan de su proceder, y le preguntan:
- Pero, ¿qué has hecho?...
Y ella, con la naturalidad más grande del mundo:
- Nada. Le he dado mis zapatos a la mamá de Juanito, porque ella no tenía. Y al papá, como es aficionado al licor y hace padecer a los suyos, lo he llamado y le he hecho ir a confesarse y comulgar. Después, fui a su casa para consagrar la familia al Sagrado Corazón de Jesús.
Así es Teresa. Entre las compañeras, es la mejor del Colegio. Queda la primera muchas veces, y ella lo consigna con simpático orgullo, por amor a sus papás:
- Salí primera en Historia. Estoy feliz. Yo que jamás tenía puestos, ahora la Virgen me los da. Se los pido para dar gusto a mi papá y a mi mamá.
¿Por qué es tan querida de todos? Porque es fiel a sus lemas, cumplidos con tesón:
- El deber ante todo, el deber siempre.
- El amor es la fuerza que ayuda a obrar.
- Me esmeraré en labrar la felicidad de los demás. Para ello, olvidarme de mí misma.
Ya lo vemos: una chica como cualquier otra en apariencia, pero con un tesón enorme por superarse.
La vida le sonríe, pero Teresa la va a sacrificar generosamente. Pide entrar en el convento de las Carmelitas de clausura, de Los Andes, y en él se encierra para siempre. La que se llamaba Juanita, ahora se quiere llamar Teresa, y como Santa Teresa de Los Andes será conocida para siempre en la Iglesia.
Pero su vida de religiosa va a ser muy corta. No llegará a un año, pues, a los once meses, el Señor se la lleva para darle el premio de su vida preciosa. En vida y en muerte, se le ha cumplido su gran deseo:
- ¿Quién puede hacerme más feliz que Dios? Nadie. En Él lo encuentro todo....
Sembrar en nuestro corazón
Santo Evangelio según san Mateo 13, 1-23. Domingo XV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, ilumina este momento de oración para que sea esa tierra buena dónde fructifique la semilla de tu gracia.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 1-23
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron sobre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”.
Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Al que tiene, se le dará en abundancia; pero al que tiene poco, aún eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo, no ven y oyendo no oyen ni entienden.
En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.
Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron.
Escuchen, pues, ustedes, lo que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.
Lo sembrado sobre terreno pedregoso, significa al que oye la palabra, y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre espinos representa aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y se queda sin fruto.
En cambio, lo sembrado en tierra buena, representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Benditos apóstoles que después de escuchar una parábola y no entender, simplemente, cuando se iba la gente, se acercaban con Jesús y le pedían que les explicara. ¡Qué delicia poder hacer esto! Nosotros también podemos, según la fe que tengamos en Jesús.
Jesús, antes de hacer sus milagros, quería ver cómo estaba la fe de aquella persona. Les preguntaba si creía que Él lo podía curar. De igual manera lo hace con nosotros. Si creemos que nos puede explicar, hablar, sanar, curar, amar, salvar… lo hará, así de sencillo es para Él. Aunque para nosotros implica preguntar con fe.
Entonces Jesús se pone a explicarles la parábola del sembrado. Y va explicando la situación de cada semilla que el sembrador ha tirado. Primero la que cae en terreno pedregoso, después la que cae en espino y al final la que cae en tierra buena.
El Sembrador sale a sembrarse a sí mismo. Cuando explica la parábola, en los tres casos hace referencia a alguien que «oye la palabra», «lo sembrado sobre terreno pedregoso, significa al que «oye la palabra».
Él, literalmente, es la Palabra. Jesús se está sembrando a sí mismo. Se quiere sembrar en los corazones, en nuestros corazones. Quiere crecer ahí. Nos prevé de los males que nos alejan de Él. Pero Él no quiere estar separado de nosotros. Quiere que reguemos y trabajemos la tierra para que sea buena, y cuando caiga la semilla, pueda Él mismo crecer y habitar con nosotros. Nos ama tanto y nos lo repite de muchas maneras distintas. Él solo quiere amarnos y estar con nosotros.
«Que el anuncio de la belleza, de la alegría y de la novedad del Evangelio, tanto explícito como implícito, abarque todas las situaciones de la aventura humana. No tengáis miedo de dar testimonio de Jesús aun cuando sea incómodo o poco conveniente. Pero testimoniarlo con toda la vida, no con métodos empresariales que parecen más una mística de proselitismo que una verdadera evangelización. No olvidéis que el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo... El Señor sabrá encontrar la manera de arraigar esa pequeña semilla que es su nombre pronunciado en el amor por un misionero o una misionera y transformarla poco a poco en una planta de fe sólida a cuya sombra tantos podrán descansar».
(Discurso de S.S. Francisco, 30 de septiembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Proponerme quitar lo que más me aleje de Jesús y le impida estar conmigo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La historia de san Agustín y el niño junto al mar
Una tradición medieval cuenta la siguiente anécdota: Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar...
Una tradición medieval, que recoge la historia inicialmente narrada sobre un teólogo en abstracto que más tarde fue identificado con San Agustín, cuenta la siguiente anécdota:
Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, alza la vista y ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo.
Así el niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca al niño y le pregunta: "Oye, niño, ¿qué haces?" Y el niño le responde: "Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo". Y San Agustín dice: "Pero, eso es imposible".
Y el niño responde: "Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas haciendo: Tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios".
Latinos se reúnen en Roma para orar por sus países
La Comunidad de San Egidio recordó a enfermos y fallecidos por COVID-19
Decenas de católicos latinoamericanos se reunieron en Roma para orar por las víctimas de la pandemia del coronavirus COVID-19 en América Latina.
La Comunidad de San’t Egidio quiso recordar así a los enfermos y víctimas de la pandemia. En México se han confirmado hasta este jueves 9 de julio 282,283 casos y 33,526 defunciones.
Sólo en Brasil, el balance de los fallecidos es de casi 70,000; mientras que Perú 316,000 casos confirmados y 11,314 muertes.
En una nota en su sitio oficial, la comunidad de San’t Egidio recordó que Latinoamérica es una región muy importante para ellos.
“El continente americano siempre ha ocupado un lugar especial en el corazón de Sant’Egidio gracias a la presencia de muchas Comunidades”.
“Cada día, desde México hasta Perú, desde Argentina hasta El Salvador, solo por citar algunas, viven la solidaridad concreta con los más pobres llevándoles alimentos, mascarillas y gel para evitar el contagio.
El padre salvadoreño Pedro Guevara guio en oración a más de 100 personas que acudieron al llamado de la Comunidad de San’t Egidio, siguiendo las medidas sanitarias que han impuesto las autoridades.
El camino corto a la Santidad: conocer, amar e imitar a Jesucristo
Sin temer reducir el contenido de la santidad cristiana podemos afirmar que el principio práctico fundamental, que puede inspirar todo nuestro esfuerzo y actuación es el siguiente: conocer, amar, e imitar a Jesucristo.
Sin temer reducir el contenido de la santidad cristiana podemos afirmar que el principio práctico fundamental, que puede inspirar todo nuestro esfuerzo y actuación es el siguiente: conocer, amar, e imitar a Jesucristo.
Dios, en quien creemos, a quien amamos y en quien esperamos, es el que ha revelado a su Hijo Jesucristo; lo ha revelado en plenitud, haciéndose personalmente visible y encontrable por los hombres, Hombre Él mismo y a la vez el mismo Dios. Él es el punto de referencia concreto, la fuente de toda búsqueda de Dios, y el término de lo que buscamos. Él nos admite a la amistad con Dios; Él es Dios que nos busca para salvarnos y hacernos santos como Él es santo. En Él somos hijos del Padre, como Él es Hijo.
Con San Pablo el cristiano exclama: «No ha sido dado al hombre otro nombre bajo el cielo en el cual pueda salvarse». La predicación de los primeros apóstoles, tal como la leemos en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas apostólicas, resume esta certeza, que para ellos era una evidencia, una luz clarísima: Jesucristo es el Salvador, Hijo de Dios, Dios mismo entre nosotros, el único que ha sido capaz a través de su cruz y resurrección de levantar al hombre del pecado y de la muerte y admitirlo a la vida divina, a la amistad con Dios.
San Juan termina su Evangelio diciendo que «estas cosas han sido escritas, para que vosotros creáis que Jesús es el Mesías y para que, creyendo tengáis vida en su nombre».
El Papa después de dos mil años no deja de recordarnos que abramos las puertas de nuestro corazón a Jesucristo, porque en Él se encuentra la salvación.
Por lo tanto de una manera práctica todo camino espiritual en el cristianismo se puede centrar en lo que es más esencial: conocer, amar e imitar a Jesucristo.
1.Conocer a Jesucristo
La primera necesidad es la de conocer cada día más a Jesucristo, hasta llegar a poseer íntimamente la ciencia y la sabiduría de Jesucristo. Es un conocimiento que significa llegar a pensar, querer y sentir como Jesucristo.
No es un conocimiento de un estudioso, adquirido en libros, con el raciocinio y de tipo especulativo. Es un conocimiento de experiencia espiritual, adquirida por medio de la fe y del amor a Jesucristo. Tal conocimiento es fruto más de la iluminación del Espíritu Santo que de nuestro esfuerzo personal, y se adquiere por gracia de Dios en la oración, en la lectura y reflexión sobre el Evangelio, en la relación personal del alma con Jesucristo, en las múltiples circunstancias de la vida.
Hay que proponerse alcanzar este conocimiento y a la vez con humildad saber esperar la gracia de Dios. No resignarse a vivir sin una experiencia personal del Señor, sin una clara conciencia de conocerle, y sin entender su ejemplo y su mensaje. Hay que merecer esta gracia con nuestro esfuerzo y perseverancia en la oración y en el sacrificio. Jesucristo no niega la gracia de revelarse al corazón que le busca con humildad.
2.Amar a Jesucristo
El mismo Espíritu Santo que nos revela el rostro de Jesús nos abre a su amor, nos hace saborear su amor maravilloso, suscitando una profunda y amorosa relación con El.
El amor a Jesucristo, cuando es verdadero, en la experiencia de los santos, tiene estas características:
a) es amor real
Es amor que se manifiesta no solamente en las palabras y en los deseos, sino sobre todo en las decisiones y en la conducta. La medida del amor es la vida: «si me amáis cumplís mis mandamientos», dijo el Señor. Los apóstoles nos recuerdan muchas veces en sus escritos que este amor es ante todo vida concreta.
b) es amor personal
Es amor que se dirige a la persona de Jesucristo, resucitado y viviente a la derecha del Padre, realmente intercesor para cada uno de nosotros, que sigue presente con su acción salvadora en el mundo por medio del Espíritu Santo. Una experiencia de encuentro con esta persona divina, que sepa reconocer y con la cual puedo dialogar, misteriosa, pero realmente. Sentir su amor personal hacia mí, y expresar mi amor personalmente a Él.
c) es amor apasionado
Es amor que envuelve todos los sectores de mi personalidad, y penetra todas las facultades, de tal manera que sea una verdadera "pasión", que todo lo que haga en la vida sea con Él y para Él, y según Él. El amor de Cristo cuando es verdadero, es totalizante.
d) es amor fiel
Un amor que se renueva cada día, y que crece y madura en las circunstancias de la vida, sin venir a menos, ni caer en la rutina. Un amor que cada día se enamora de nuevo.
3.Imitar a Jesucristo
Cuando hablamos de las características del amor a Jesucristo ya mencionamos la necesidad de que no se quede en palabras y deseos, sino que baje a la vida, sea real. Es decir, cuando el amor a Cristo es verdadero induce a configurarse con Él, a imitarle en lo que Él es, en su manera de actuar y a aplicar los criterios de vida que son propios suyos. «Si quieres ser perfecto -dijo el Señor al joven que le admiraba y quería demostrarle su amor - ve, vende lo que tienes, luego ven y sígueme». Así Jesús invita a sus discípulos a seguirle ("Ven y sígueme"), y a compartir su mismo estilo de vida, y a imitarle.
Jesús muchas veces tiene que ser paciente, porque se da cuenta que sus discípulos no captan sus criterios, y con bondad vuelve a explicar y corregir los errores, hasta que logren imitarle.
Es la fuerza del Espíritu Santo, dijo Cristo a sus discípulos, la que nos ayuda a configurarnos con Cristo y poderle seguir en todo, poder obrar las mismas cosas que Él ha hecho y aún mayores.
Esto significa en concreto esforzarse seriamente (sabiendo que es la gracia de Dios la que puede lograr el resultado) en vivir como Cristo, en pensar, en sentir, en querer y en obrar como El.
Esta imitación paisa necesariamente por la cruz y la purificación: «quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame».
4.El amor a Jesucristo implica el amor a los hombres
El conocimiento, amor e imitación de Jesucristo, no se queda en un trabajo individual, de perfección personal. Jesucristo no se reduce a nuestro pequeño yo, sino que abarca a todos los hombres, y aún a toda la creación. Quien se acerca a Cristo de verdad, se siente implicado con este amor universal. Se abre con generosidad a los hermanos, y a todos los hombres y abraza a toda la creación con el amor de Dios. No lo hace de manera teórica, sino en un compromiso práctico de vivir amando y donándose a todos, especialmente a los que más podrán extender el Reino, a quienes luchan denodadamente por conquistar, formar y lanzar al apostolado, y a los más necesitados. Explica y entrega el amor de Dios a todos.
5.El ejemplo de María
María se puede poner como el ejemplo más acabado de conocimiento, amor e imitación de Jesucristo.
Especialmente podemos ver cómo María vivió todas las características esenciales del amor a Cristo, de una manera clara y excelente.
Para María el amor hacia Dios y hacia Jesucristo fue verdaderamente real: no podemos decir que María se perdió en palabras y discursos vanos. Ella comprometió su vida, actuó según la voluntad del Padre, y entregó todo su ser de una forma práctica a la misión redentora del Hijo, colaborando en todo lo que Dios le pidiera. Sus únicas palabras han sido registradas en orden a la acción y a la entrega. Ante el ángel que le pedía aceptar en su seno al Hijo de Dios, respondió: «hágase en mí según tu palabra». A los servidores durante la cena de Caná recomendó lo mismo: «Haced lo que Él os diga». Y cuando alaba a Dios, en el cántico del "Magnificat", se alegra por las acciones maravillosas que el brazo poderoso de Dios ha hecho en favor de la salvación de los hombres. Para Ella amor real significó obediencia y disponibilidad total a la voluntad de Dios.
María vivó más que nadie un amor personal hacia Dios y su Hijo Jesucristo. Un amor tan personal que le permitió ser la persona de confianza de Dios, a la cual reveló a sí mismo en totalidad, moró en su ser como en ninguno más, se hizo Hijo de ella. Una relación tan especial que sólo Ella puede conocer. Es la relación personal, única que tiene el alma que está abierta a Cristo, que es de confianza de Cristo.
Esta relación personal le llevó a conocerle más allá de las formas oficiales, de las palabras, de la misma cultura y mentalidad de su tiempo. Los Israelitas de su tiempo no conocían a Dios de la manera como la Virgen le conoció, ni siquiera lo podían imaginar. Ha sido una relación personal, y tan verdadera que ella supo aceptar, confiar, que era auténtica, aun siendo la única que poseía tan gran secreto de Dios y de su Hijo Jesucristo.
La presencia auténtica, real y personal de Dios, de Jesucristo, le hizo superar la soledad tan total en se podía encontrar ante esa realidad revelada solamente a Ella. María recibiría un gran consuelo humano al ver como esa fe en Jesucristo Hijo de Dios, se iba revelando también a otros hombres, y que muchos más recibían la gracia de conocer la revelación que al comienzo llevó Ella sola como un secreto en su corazón.
María vivió un amor apasionado hacia su Hijo Jesucristo, porque le comprometió todas las fibras de su ser, hasta las más íntimas: su cuerpo, su mente, su corazón, su psicología, sus sentimientos y su fuerza pasional. Cuánto cambió su vida la presencia de Jesucristo, cuánto se dejó implicar totalmente con Él, con su misión; cuánto sufrió por Él y con Él; cuánto se alegró en su alma por Él, por su presencia, por su resurrección: «se alegra mi alma en Dios mi salvador».
María también fue fiel, siempre fiel, la más fiel. Dios pudo fiarse totalmente de Ella, y le confió lo más importante y delicado, a su mismo Hijo. Fiel hasta los pies de la Cruz, y fiel para siempre.
Además la presencia de un amor tan grande para con Dios en María, la abrió al amor infinito hacia los hombres: después de la anunciación se pone en seguida al servicio de su prima Isabel, a la cual anuncia la venida del Salvador, y le manifiesta su alegría porque Dios ha venido a salvar a los hombres; es decir su pensamiento se dirige a todos los demás. En Caná demuestra esta gran sensibilidad hacia las necesidades de los demás, y casi fuerza a su Hijo Jesucristo a demostrar la finalidad de su venida en este mundo: la salvación de los hombres. Y debajo de la Cruz, recibe del mismo Jesucristo la misión de ser Madre de todos los hombres, tarea que no deja de desempeñar con infinita solicitud.
María, llena de amor, no dejaba de asimilar las enseñanzas que recibía de Jesucristo, y cada día le conocía más. Y no dejaba de esforzarse para imitarle, para ser una verdadera discípula de su Hijo, a quien conocía bien como Hijo de Dios.
6.La humildad, la caridad, y el cumplimiento de la misión
Los puntos principales en que Jesucristo nos pide que le imitemos son la humildad y el amor de caridad vividos en el cumplimiento cabal de la misión. Los dos son opuestos al egoísmo, porque la humildad es la muerte del propio yo egoísta, del hombre viejo, del hombre de pecado, de la soberbia. Mientras que la caridad es la entrega a Dios y a los hombres.
Estas virtudes constituyen, en pocas palabras la senda principal de toda santidad. No podemos imaginar a un santo soberbio, ni a un santo egoísta y cerrado a los demás. Donde quiera que haya algo de Dios y de Jesucristo, deben estar estas dos virtudes. Puede que haya muchos más defectos, pero estas dos virtudes garantizan la presencia de Dios, e incluso favorecen la superación de los demás defectos. La santidad no es la autoperfección, sino el desprendimiento de sí mismos para entregarse a Dios y al prójimo. Cuando Jesucristo nos dijo que le imitáramos lo expresó con estas palabras: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».
a) La humildad y el amor en Jesucristo
Jesucristo es el modelo más grande de humildad:
-En la encarnación hay un misterio grande de humildad y de amor. San Pablo cuando escribe a los Filipenses, para animarlos a vivir la caridad entre ellos y practicar la humildad, les pone el ejemplo de Jesucristo, que cuando se hizo hombre por amor nuestro, por nuestra salvación se puso a nuestro servicio, pensó más en nosotros que en Él mismo, nos consideró más que a Él mismo. La humildad y el amor son dos facetas de la misma actitud. Dice así San Pablo:
«No hagáis nada por rivalidad y vanagloria; sed, por el contrario humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás. Tened pues los sentimientos que corresponden a los que están unidos a Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no consideró como cosa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo, y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz». (Fil. 2,3-8)
Esta humildad y este amor, en el acto de la encarnación de Cristo, están dirigidos por supuesto en primer lugar a Dios Padre, en cuanto Hijo de Dios e hijo del hombre, y en este contexto de amor y sometimiento al Padre realiza el amor, sometimiento y servicio a los hombres. El que se rebela y es soberbio hacia Dios, difícilmente sirve y ama a los hombres, si no es por algún interés personal. El amor y respeto verdadero hacia todo hombre nacen solamente del alma desprendida y llena de Dios. Esta actitud hacia el Padre, ha sido recogida en las palabras de la carta a los Hebreos:
«Por eso al entrar en este mundo, dice Cristo: no has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo; no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces yo dije: Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mí en el capítulo del libro... Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios» (Heb 10, 5-7.10).
Las circunstancias de su nacimiento hablan claramente de esta elección de humildad, desprendimiento y servicio al hombre: «no vine a ser servido, sino a servir», dirá Jesús mismo a sus discípulos. No quiso para sí ni honores ni comodidades. Sólo un poco de paja. Pero resplandeció como luz de cometa en la noche de la oscuridad de este mundo.
-La humildad y la caridad brillaron de manera especial, en su pasión y muerte. San Juan nos dice que Jesucristo era perfectamente consciente de enfrentarse a la muerte de cruz, y lo quiso hacer por amor, sabiendo que así, según una eficacia divina que supera nuestras posibilidades de explicación, liberaría a la humanidad del pecado y de la muerte y entregaría la vida divina a cada nombre. «Jesús sabía que había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre: Y él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin» (Jn 13,1).
Su aniquilación en la muerte es el signo supremo, más intenso, el esfuerzo de amor más total que tuvo Cristo hacia la humanidad.
b) Jesucristo cumplió así su misión
Leemos en los Evangelios que estando Cristo crucificado, los fariseos y la gente le gritaba que demostrara su poder bajando de la cruz. Allí Él superó toda tentación de soberbia, de vanagloria, de poder para sí, y eligió una vez más su rebajamiento para cumplir la misión que el Padre le había señalado y servir. Él hubiera podido hacerlo, tanto que los mismos fariseos lo reconocían, puesto que había resuelto situaciones aún más difíciles para otros, como resucitar muertos. Y en esa misma circunstancia Jesucristo tiene palabras de perdón hacia los que lo están crucificando: «Padre perdónales, porque no saben lo que hacen». Y al ladrón que estaba crucificado al lado suyo, que representaba a la humanidad pecadora, le perdona todos sus pecados y le abre las puertas de la felicidad eterna. Para eso Él estaba muriendo, por amor, para salvar, para dar vida a los muertos.
Y más que nunca su sometimiento y su amor es ante todo hacia el Padre, a quien está obedeciendo para realizar el plan de salvación de los hombres, y en las manos del cual se abandona confiadamente: «Padre no se haga mi voluntad, sino la tuya»; «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu»; «Todo está cumplido».
Es este sometimiento y este amor al Padre la raíz de todo amor a los hombres, del servicio y estima de sus hermanos los hombres hasta la entrega de su vida.
Considerando la humildad y la caridad que Jesucristo vive obedeciendo al Padre y cumpliendo así su misión de Redentor, estamos ante el núcleo de su mensaje, de lo que Él quiso expresar con su vida y sus palabras, cuando estuvo entre nosotros. Y esto es el núcleo de la santidad cristiana: conocimiento, amor e imitación de Cristo. Imitación en la caridad y en la humildad y en el cumplimiento de la misión.
Santo Tomás Moro: un ejemplo para el mundo político
El padre de los políticos católicos nos enseña a ser fieles hasta morir en la raya con su testimonio como: “buen servidor del Rey, pero primero de Dios”
La vida de muchos católicos a lo largo de la historia ha sido un ejemplo no sólo para nosotros, como católicos, sino para el mundo en general. Tenemos claramente ejemplos de muchas personas a lo largo de la historia, personas que han enseñado con su vida cual es el camino para poder estar cada día más cerca de Cristo.
A estos grandes seres humanos la Iglesia los reconoce y honra elevándolos al titulo de Santos. Podemos encontrar por esto que tenemos Santos para todos los días del año; pero a pesar de tener tantos Santos, existen muy pocos ejemplos dentro del mundo político, y este es en verdad un campo de la vida diaria del hombre en el cual es clara la necesidad de modelos creíbles que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades[1].
Es por esto que el Santo Padre Juan Pablo II nombró a Santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y Políticos. Tomás Moro se distinguió toda su vida por la fidelidad a las autoridades y a las instituciones legitimas, pero siempre respetando la inalienable dignidad de su conciencia. Nació en la ciudad de Londres el 7 de febrero de 1478, a los trece años se fue a trabajar de mensajero con el Obispo de Canterbury, Juan Morton, quien era el canciller del reino; éste, observando el gran carisma e inteligencia de Tomás, lo mando a estudiar a la Universidad de Oxford, donde estudió Leyes, y a los 22 años ya era un notable abogado y un brillante profesor; era además un gran lector y se interesaba por amplios sectores de la cultura, la literatura y la teología.
Le llegaron dudas acerca de cuál era la verdadera vocación para la cual Dios lo quería, y estuvo 4 años con los monjes cartujos, llevando un vida ascética; después de esto, ingresó en la tercera Orden de los Franciscanos donde permaneció por poco tiempo, pues se sintió llamado a la vida familiar y al compromiso laical. Se casó en 1505 con Jane Colt, de la cual tuvo cuatro hijos; ella falleció en 1511, y Tomás contrajo segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue un padre cariñoso fiel y profundamente comprometido con la educación de sus hijos.
Su carrera de abogado lo llevó a la política, y el rey Enrique VII lo eligió para integrar el Parlamento. Escribió varios libros, pero sin lugar a dudas el más importante de ellos es el llamado “Utopía”, escrito en 1916, y que le valió que el Rey Enrique VIII se fijara nuevamente en él y lo ratificara en el parlamento; posteriormente, viendo su gran agudeza, integridad y erudición extraordinaria, el Rey lo nombró Representante de la Corona en Londres y después lo envió a varias misiones diplomáticas en Flandes y en el territorio actual de Francia; después fue miembro del Consejo de la Corona, Juez, Vicetesorero, Presidente de la Cámara de los Comunes en 1523 y finalmente, en 1529, el Rey lo nombró Lord Canciller, puesto que era lo máximo a lo que podía aspirar, además de que fue el primer laico en ocuparlo.
Se encontraba Tomás Moro en el culmen de su carrera, en una posición verdadera de privilegios, cuando en 1532, el Rey abandonó a su esposa para irse a vivir con su concubina Ana Bolena; dado que el Sumo Pontífice no aprobó el divorcio, el impúdico Rey Enrique VIII se declaro Jefe Máximo de la Iglesia en su País y declaró persecución contra todo aquel que no aceptara su divorcio ni a él como Pontífice Máximo de la Iglesia. Esto causó que Tomás Moro, siguiendo la firmeza de sus convicciones y de su conciencia, hiciera eso que aun en nuestros tiempos cuesta tanto: presentó su dimisión por aquello que no aceptaba, ni aceptaría.
La consecuencia fue que Tomas perdió casi todas sus partencias, sus títulos, su poder e inclusive a aquellos amigos que no lo eran realmente, pero lo que no perdió fue su dignidad y se mantuvo firme en sus convicciones, firmeza que deberían tener todos y cada uno de los políticos y gobernantes de la actualidad, pues si Tomás Moro se atrevía a hacer esto en un tiempo en que la represión era tanta, ¿por qué no se puede seguir su ejemplo y no permitir nada de lo que no estemos convencidos?
El Rey, considerando peligroso a Santo Tomás, lo encerró en la Torre de Londres en 1534 y allí estuvo durante 14 meses (17 de abril de 1534 al 6 de julio de 1535); fue sometido a diversas formas de presión psicológica para que aceptar y jurara obediencia al Rey, pero nunca cedió. Inclusive durante su estancia en la Torre escribió varios cientos de hojas que forman uno de los mas conmovedores testimonios de la fidelidad de un ser humano a su conciencia, a la verdad y a sus principios[2].
Como Tomás Moro no cedió fue condenado a muerte y en la madrugada de 1535 lo llevaron a su decapitación y ante toda la gente allí reunida dijo que moría como “buen servidor del Rey, pero primero de Dios”. Tras decir esto fue decapitado.
Fue beatificado por el Papa León XIII en 1886 y canonizado posteriormente por Pió XI en 1935; luego fue nombrado, como mencionamos, Patrono de los Gobernantes y Políticos por Juan Pablo II el 31 de octubre de 2002.
¡Qué gran ejemplo tenemos en Santo Tomás Moro, para que todos los gobernantes, políticos, abogados y administrativos puedan seguir fielmente su obligación, permaneciendo firmes ante las adversidades! Pues ya vimos en este gran ejemplo a un hombre que demostró con su vida y con su muerte que se debe seguir fielmente a la conciencia y a los principios, aunque parezca el camino más difícil; sin duda alguna es el mejor pues “dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia, porque su premio será muy grande en el reino de los cielos” (Mt 5,11).
Notas:
1. Motu Proprio del Santo Padre Juan Pablo II declarando a Santo Tomás Moro Patrono de Gobernantes y Políticos.
2. Sobre los Escritos de Tomás Moro, véase ESTEBAN KRISKOVICH, Director del “Instituto Tomás Moro” de la Universidad Católica de la Asunción, Paraguay.
Las 12 reglas de San Alfonso para ser un buen abogado
La lista de conductas éticas puede ser aplicada también hoy y sirve además de reflexión para otras profesiones
Alfonso María Ligorio fue un hombre de una personalidad extraordinaria: noble y abogado; pintor y músico; poeta y escritor; obispo y amigo de los pobres; fundador y superior general de su congregación; misionero popular y confesor lleno de unción; santo y doctor de la Iglesia.
Hay que mi admirar los múltiples talentos que tenía Alfonso y la fuerza creadora que poseía. A los 12 años era estudiante universitario y a los 16 era doctor en derecho, es decir, abogado. Como misionero popular y superior general de su Congregación y obispo, llevó a cabo una gran labor, a pesar de su delicada salud. Desde los 47 a los 83 años de su vida, publicó más o menos 3 libros por año.
Alfonso María de Ligorio, a los 20 años de edad, estaba en el auge de su carrera como abogado, sin que hubiera perdido una sola causa en Nápoles, Italia, a principios del siglo XVIII. Estaba muy empeñado en dedicarse al Derecho con desinterés y ganaba todas las causas porque sólo defendía aquellas que juzgaba justas.
En su vida particular Alfonso vivió actitudes que podemos interpretar como protesta frente a la corrupción de su medio ambiente. Con su estilo de vida ejerció una fuerte crítica de su tiempo y de su sociedad.
Preocupado por la malicia y la mentira con que actuaban sus colegas de profesión, antes de desistir de la carrera y ser ordenado sacerdote, san Alfonso escribió una lista de conductas éticas que pueden ser aplicadas también hoy. Son estas:
1 – No es lícito jamás aceptar causas injustas, porque son perniciosas para la conciencia y el decoro.
2 – No se debe defender una causa con medios ilícitos.
3 – No se debe cargar al cliente con demasiados gastos, teniendo la obligación de restituir lo no necesario.
4 – Las causas de los clientes deben ser tratadas esa dedicación con la que se tratan las propias causas.
5 – Es necesario el estudio de los procesos para sacar de ellos los argumentos precisos para la defensa de la causa.
6 – Muchas veces, la dilación y la dejadez de los abogados perjudican a los clientes y los perjuicios deben ser reparados; de lo contrario, se peca contra la justicia.
7 – El abogado debe implorar a Dios su auxilio en la defensa, porque Dios es el primer protector de la justicia.
8 – No es digno de elogio un abogado que acepta muchas causas, superiores a sus talentos, a sus fuerzas y al tiempo que frecuentemente le faltará con el fin de prepararse para la defensa.
9 – La justicia y la honradez nunca deben separarse de un abogado; al contrario, deben siempre guardarse como se guardan las niñas de sus ojos.
10 – Un abogado que pierde una causa por negligencia suya, está obligado a reparar los daños.
11 – Al defender las causas es preciso ser verdadero, sincero, respetuoso y razonable.
12 – Finalmente, los requisitos de un abogado son: ciencia, diligencia, verdad, fidelidad, justicia.
Fonte: Michelotto, João Batista. C.Ss. R. Peripécias de um Santo. 3ª ed. Editora Santuário. 1980.
Papa Francisco: la Palabra de Dios, semilla fecunda y eficaz
Jul 12, 2020
El Papa Francisco, este domingo 12 de julio, ha recitado la oración del Ángelus ante cientos de peregrinos que se han hecho presente en la Plaza de San Pedro en Roma
Es mediodía en la ciudad de Roma y el Papa Francisco da inicio a la oración del Ángelus. Cientos de peregrinos están distribuidos en la Plaza de San Pedro, respetando las medidas sanitarias para evitar la propagación del Covid-19.
El Papa francisco retoma el texto del Evangelio de Mateo 13,1-23, en el que Jesús cuenta a una gran multitud la parábola del sembrador. En este relato, afirma el Obispo de Roma hay “cuatro tipos diferentes de terreno. La Palabra de Dios, representada por las semillas, no es una Palabra abstracta, sino que es Cristo mismo, el Verbo del Padre que se ha encarnado en el vientre de María. Por lo tanto, acoger la Palabra de Dios quiere decir acoger la persona de Cristo”.
Distintas maneras de recibir la Palabra de Dios
El Papa identifica en el texto cuatro maneras de acoger la Palabra de Dios: como un camino, como un pedregal, como un terreno donde crecen arbustos y como el terreno bueno.
Acoger la palabra de Dios como un camino donde vienen los pájaros y se comen las semillas. Aquí, dice Francisco, “Es la distracción, un gran peligro de nuestro tiempo. Acosados por tantos chismorreos, por tantas ideologías, por las continuas posibilidades de distraerse dentro y fuera de casa, se puede perder el gusto del silencio, del recogimiento, del diálogo con el Señor, tanto como para arriesgar perder la fe”.
En el pedregal no abunda la tierra, afirma el Papa, “Allí la semilla brota en seguida, pero también se seca pronto, porque no consigue echar raíces en profundidad. Es la imagen del entusiasmo momentáneo pero que permanece superficial, no asimila la Palabra de Dios. Y así, ante la primera dificultad, un sufrimiento, una turbación de la vida, esa fe todavía débil se disuelve, como se seca la semilla que cae en medio de las piedras”.
En el terreno donde abundan los arbustos espinosos, las espinas se constituyen en “el engaño de la riqueza, del éxito, de las preocupaciones mundanas… Ahí la Palabra se ahoga y no trae fruto”.
Finalmente, el terreno bueno. Aquí enfatiza Francisco, “y solamente aquí la semilla arraiga y da fruto. La semilla que cae en este terreno fértil representa a aquellos que escuchan la Palabra, la acogen, la guardan en el corazón y la ponen en práctica en la vida de cada día”.
La Palabra de Dios, semilla fecunda y eficaz
El Papa Francisco afirma que la parábola del Sembrador “Nos recuerda que la Palabra de Dios es una semilla que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con generosidad, sin importar el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios! Cada uno de nosotros es un terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra, ¡sin excluir a nadie!” Seguidamente, nos invita a cuestionarnos cómo cada uno de nosotros acogemos la Palabra de Dios y a identificar el tipo de terreno que somos.
La misión
Francisco nos invita a hacer madurar la semilla de la Palabra de Dios: “hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida que reservamos a esta semilla. A menudo estamos distraídos por demasiados intereses, por demasiados reclamos, y es difícil distinguir, entre tantas voces y tantas palabras, la del Señor, la única que hace libre. El Papa animó a quienes le escuchaban a llevar con ellos un ejemplar de la Palabra de Dios, “una edición de bolsillo del Evangelio, en tu bolsillo, en tu bolso… Y así, lee un trocito cada día, para que te acostumbres a leer la Palabra de Dios y entiendas bien qué semilla te ofrece Dios y pienses con qué tierra la recibo”.
Francisco terminó la reflexión invocando a la Virgen María, “modelo perfecto de tierra buena y fértil, nos ayude, con su oración, a convertirnos en tierra disponible sin espinas ni piedras, para que podamos dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos”.
Cinco lecciones del coronavirus, según un médico católico
El doctor José María Simón Castellví, presidente emérito de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC)
Después de meses de la pandemia originada por el coronavirus, que remite en unas partes del mundo mientras que empeora en otras, el doctor José María Simón Castellví, presidente emérito de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC), ha recogido las lecciones que puede aprender todo creyente.
ACEPTAR NUESTRA FRAGILIDAD
La primera, lección que subraya el doctor Simón “es muy evidente pero que no parece que queramos asumir completamente: el ser humano es frágil y mortal”.
Según el médico, esta situación “nos tendría que llevar a todos a reflexionar más sobre la propia muerte y sobre el sentido de la vida. Esta es un don que debemos hacer fructificar. No vivimos para nada ni morimos para nada. Estamos siendo probados y deberíamos dar lo mejor de nosotros mismos a los demás y a Dios. Es deseable que el día de nuestra muerte podamos presentar algunos activos”.
PREPARAR NUESTRO ENCUENTRO CON DIOS
En segundo lugar, invita a “estar siempre preparados para irnos de este mundo en paz y en gracia. En cuanto a nuestra fragilidad, su existencia es tan obvia que incluso los que rebosan de salud, esperan una larga vida e imperan sobre los demás como dioses, un día no podrán levantarse y lo saben”.
“La fragilidad atrae a Dios y las obras de misericordia que todos deberíamos realizar a menudo -junto con la misión de los sanitarios, que también es un envío del Altísimo-, atenúa los sufrimientos ajenos”.
OFRECER ACTOS DE CARIDAD
De este modo, el doctor continúa recomendando “en estos tiempos, una visita (si están permitidas) a un anciano solo, una llamada telefónica, un buen consejo, una caja de bombones o unas flores…”.
Estos gestos, subraya, “pueden reparar en parte la soledad de los que están en las prisiones de la enfermedad o la vejez. Estas condiciones son en las que delega ordinariamente Dios para pasar de este mundo al otro”.
PURIFICAR CUERPO… Y ALMA
El doctor Simón considera que las normas higiénico-sanitarias adoptadas para evitar el coronavirus son muy útiles para no enfermar. “Yo creo que incluso nos servirán para sufrir menos resfriados, gripes o toxiinfecciones alimentarias por E. coli en este mismo verano en el hemisferio norte”.
“El distanciamiento interpersonal, la buena ventilación de las estancias, el frecuente lavado de manos y el uso de máscaras es muy útil para cortar la cadena de transmisión del virus que produce la epidemia.
Incluso en el interior de las iglesias y en funciones religiosas se toman medias prudenciales de este tipo. Sin embargo, no hay que olvidar que somos cuerpo y alma y que esta debe también limpiarse prioritariamente antes de presentarnos ante Dios hoy y siempre”.
CAMBIO DE VIDA
Por último, el doctor Simón considera que “esta epidemia puede tomarse también como una oportunidad para cambiar de vida y de sistema de vida a mejor. Es un aviso-oportunidad para todos, un castigo para algunos, una gran prueba para muchos y quizá para otros un regalo. Pienso en una paciente concreta, viuda mayor muy piadosa que deseaba irse con Dios y con su familia. A ella le ha ido bien”.
El cardenal Peter Turkson, presidente de la comisión vaticana COVID-19 creada por el Papa Francisco, reafirmaba recientemente algunos elementos de la Doctrina Social que tienen toda lógica.
“Es mejor invertir en sanidad que en armas, promover la paz, afrontar con valentía la crisis económica priorizando los empleos y cuidar más de la Creación”, concluye el doctor.