Hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén
- 30 Diciembre 2020
- 30 Diciembre 2020
- 30 Diciembre 2020
Sagrada Familia de Nazaret
Fiesta Litúrgica
Fiesta de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, desde la que se proponen santísimos ejemplos a las familias cristianas y se invocan los auxilios oportunos.
Esta festividad se celebra el domingo que cae entre la Octava de Navidad (25 de diciembre al 1 de enero), o el 30 de diciembre, si no hay un domingo entre estos dos días. En 2018 coincide que el domingo entre la octava de Navidad es el día 30 de diciembre.
En la festividad de la Sagrada Familia, recordamos y celebramos que Dios quiso nacer dentro de una familia para que tuviera alguien que lo cuidara, lo protegiera, lo ayudara y lo aceptara como era.
Al nacer Jesús en una familia, el Hijo de Dios ha santificado la familia humana. Por eso nosotros veneramos a la Sagrada Familia como Familia de Santos.
¿Cómo era la Sagrada Familia?
María y José cuidaban a Jesús, se esforzaban y trabajaban para que nada le faltara, tal como lo hacen todos los buenos padres por sus hijos.
José era carpintero, Jesús le ayudaba en sus trabajos, ya que después lo reconocen como el “hijo del carpintero”.
María se dedicaba a cuidar que no faltara nada en la casa de Nazaret.
Tal como era la costumbre en aquella época, los hijos ayudaban a sus mamás moliendo el trigo y acarreando agua del pozo y a sus papás en su trabajo. Podemos suponer que en el caso de Jesús no era diferente. Jesús aprendió a trabajar y a ayudar a su familia con generosidad. Él siendo Todopoderoso, obedecía a sus padres humanos, confiaba en ellos, los ayudaba y los quería.
¡Qué enseñanza nos da Jesús, quien hubiera podido reinar en el más suntuoso palacio de Jerusalén siendo obedecido por todos! Él, en cambio, rechazó todo esto para esconderse del mundo obedeciendo fielmente a María y a José y dedicándose a los más humildes trabajos diarios, el taller de San José y en la casa de Nazaret.
Las familias de hoy, deben seguir este ejemplo tan hermoso que nos dejó Jesús tratando de imitar las virtudes que vivía la Sagrada Familia: sencillez, bondad, humildad, caridad, laboriosidad, etc.
La familia debe ser una escuela de virtudes. Es el lugar donde crecen los hijos, donde se forman los cimientos de su personalidad para el resto de su vida y donde se aprende a ser un buen cristiano. Es en la familia donde se formará la personalidad, inteligencia y voluntad del niño. Esta es una labor hermosa y delicada. Enseñar a los niños el camino hacia Dios, llevar estas almas al cielo. Esto se hace con amor y cariño.
“La familia es la primera comunidad de vida y amor el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios.” (Juan Pablo II, Encuentro con las Familias en Chihuahua 1990).
El Papa Juan Pablo II en su carta a las familias nos dice que es necesario que los esposos orienten, desde el principio, su corazón y sus pensamientos hacia Dios, para que su paternidad y maternidad, encuentre en Él la fuerza para renovarse continuamente en el amor.
Así como Jesús creció en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, en nuestras familias debe suceder lo mismo. Esto significa que los niños deben aprender a ser amables y respetuosos con todos, ser estudiosos obedecer a sus padres, confiar en ellos, ayudarlos y quererlos, orar por ellos, y todo esto en familia.
Recordemos que “la salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia”.
La salvación del mundo, el porvenir de la humanidad de los pueblos y sociedades pasa siempre por el corazón de toda familia. Es la célula de la sociedad.
Oración
“Oremos hoy por todas las familias del mundo para que logren responder a su vocación tal y como respondió la Sagrada Familia de Nazaret.
Oremos especialmente por las familias que sufren, pasan por muchas dificultades o se ven amenazadas en su indisolubilidad y en el gran servicio al amor y a la vida para el que Dios las eligió” (Juan Pablo II)
“Oh Jesús, acoge con bondad a nuestra familia que ahora se entrega y consagra a Ti, protégela, guárdala e infunde en ella tu paz para poder llegar a gozar todos de la felicidad eterna.”
“Oh María, Madre amorosa de Jesús y Madre nuestra, te pedimos que intercedas por nosotros, para que nunca falte el amor, la comprensión y el perdón entre nosotros y obtengamos su gracia y bendiciones.”
“Oh San José, ayúdanos con nuestras oraciones en todas nuestras necesidades espirituales y temporales, a fin de que podamos agradar eternamente a Jesús. Amén.”
Santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40. Miércoles de la Octava de Navidad
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, ayudame a aprender a vivir las cosas ordinarias de forma extraordinaria. Acrecienta mi fe para verte en las cosas que hago y mi confianza para esperar tus designios en mi vida. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño). Ana se acercó, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia del Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Este pasaje evangélico nos muestra dos situaciones que presenta la relación personal con Dios en la vida ordinaria: la de la profetisa Ana y la infancia y vida de Jesus. La vida de Ana transcurría sencillamente en el templo al servicio de Dios y motivada por la oración; su vida fue recompensada con ver al Salvador que tanto anhelaba. Dios no abandona a las almas que están cerca de él.
Por otro lado encontramos a Jesús en su infancia y desarrollo donde, como nos dice el evangelio, “iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él”. Dios se hace hombre y aprende a vivir como nosotros. Él se convierte en ejemplo y modelo de como hemos de vivir. Y lo que más sobresalió en su vida fue la relación con el Padre. La oración era lo que alimentaba su alma para cumplir la misión que le había sido encomendada.
Tanto Ana como Jesús, vivieron una vida ordinaria y simple, y esto no le quitaba valor dado que, lo que les alentaba era cumplir la voluntad de Dios. Esto nos enseña el valor fundamental de lo que es nuestra vida ordinaria y nos podemos preguntar, ¿cómo vivo mi vida ordinaria, cómo vivo mi relación con Dios cada día?
«Cuando las familias tienen hijos, los forman en la fe y en sanos valores, y les enseñan a colaborar en la sociedad, se convierten en una bendición para nuestro mundo. La familia puede ser bendición para el mundo. El amor de Dios se hace presente y operante a través de nuestro amor y de las buenas obras que hacemos. Extendemos el reino de Cristo en este mundo. Y al hacer esto, somos fieles a la misión profética que hemos recibido en el bautismo. Durante este año, […], os pediría, como familias, que fuerais especialmente conscientes de vuestra llamada a ser discípulos misioneros de Jesus. Esto significa estar dispuestos a salir de vuestras casas y atender a nuestros hermanos y hermanas más necesitados».
(Homilía de S.S. Francisco, 16 de enero de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Darle gracias a Dios con un acto concreto por el don de la vida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
El fin de año momento para pedir perdón y agradecer
¡Que tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor con las manos llenas.
Un día de balance. Nuestro tiempo es breve. Es parte muy importante de la herencia recibida de Dios.
Actos de contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que termina. Acciones de gracias por los muchos beneficios recibidos.
Propósitos para el año que comienza
I. Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos. Ella misma está presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina (1). Se dirige hacia su Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Diosƒy (2).
Nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios. Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. En realidad, cada día nuestro es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras agradables a los ojos de Dios. Ahora es el momento de hacer el tesoro que no envejece. Este es, para cada uno, el tiempo propicio, éste es el día de la salud (3). Pasado este tiempo, ya no habrá otro.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que le amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por eso nos advierte San Pablo: andad con prudencia, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo (4), pues pronto viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar (5). Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno(6).
San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la insignificancia que tienen las cosas en sí mismas, dice: pasa la sombra de este mundo (7). Esta vida, en comparación de la que nos espera, es como su sombra.
La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios. Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y con lo inesperado.
Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios.
No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos (8).
II. Al hacer examen es fácil que encontremos, en este año que termina, omisiones en la caridad, escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad espiritual aceptada, poca limosna, egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en las comidas, gracias del Espíritu Santo no correspondidas, intemperancia, mal humor, mal carácter, distracciones más o menos voluntarias en nuestras prácticas de piedad… Son innumerables los motivos para terminar el año pidiendo perdón al Señor, haciendo actos de contrición y de desagravio. Miramos cada uno de los días del año y cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido (9). Ni un solo día se escapa a esta realidad: han sido muchas nuestras faltas y nuestros errores. Sin embargo, son incomparablemente mayores los motivos de agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son incontables las mociones del Espíritu Santo, las gracias recibidas en el sacramento de la Penitencia y en la Comunión eucarística, los cuidados de nuestro Angel Custodio, los méritos alcanzados al ofrecer nuestro trabajo o nuestro dolor por los demás, las numerosas ayudas que de otros hemos recibido. No importa que de esta realidad sólo percibamos ahora una parte muy pequeña. Demos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante el año.
Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos, porque con esa condición las da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos lo tornará a tomar y nos quedaremos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros. Pues, cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible, conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios; porque somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento, quien no entiende tiene alguna prenda de lo de allá (10).
Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez, terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.
Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.
III. En estos últimos días del año que termina y en los comienzos del que empieza nos desearemos unos a otros que tengamos un buen año. Al portero, a la farmacéutica, a los vecinos…, les diremos Feliz año nuevo! o algo semejante. Un número parecido de personas nos desearán a nosotros lo mismo, y les daremos las gracias.
Pero, qué es lo que entienden muchas gentes por un año bueno, un año lleno de felicidad, etcétera? Es, a no dudarlo, que no sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna contrariedad, ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio, que ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los salarios se vean incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la radio os comunique cada mañana buenas noticias. En pocas palabras, que no experimentéis ningún contratiempo(11).
Es bueno desear estos bienes humanos para nosotros y para los demás, si no nos separan de nuestro fin último. El año nuevo nos traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año bueno, para un cristiano, es aquel en el que unas y otras nos han servido para amar un poco más a Dios. Un año bueno para un cristiano no es aquel que viene cargado, en el supuesto de que fuera posible, de una felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos servido mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido un completo desastre. Puede ser, por ejemplo, un buen año aquel en el que apareció la grave enfermedad, tantos años latente y desconocida, si supimos santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a nuestro alrededor.
Cualquier año puede ser el mejor año si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene reservadas y que pueden convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios nos ha preparado todas las ayudas que necesitamos para que sea un buen año. No desperdiciemos ni un solo día. Y cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas ocasiones, a través del sacramento de la Penitencia.
Que tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor, una vez concluido, con las manos llenas de horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos, incontables muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños vencimientos, encuentros irrepetibles en la Comunión…
Hagamos el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de nuevo.
Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos concede.
(1) CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctum concilium, 2.- (2) IDEM, Const. Lumen gentium, 8.- (3) 2 Cor 6, 2.- (4) Ef 5, 15-16.- (5) Jn 9, 4.- (6) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 39.- (7) 1 Cor 7, 31.- (8) Gal 6, 9-10.- (9) SAN AGUSTIN, Sermón 256.- (10) SANTA TERESA, Vida, 10, 3.- (11) G. CHEVROT, El Evangelio al aire libre, p. 102.
En el año del distanciamiento, la proximidad del Papa
Acompañó a muchos creyentes y no creyentes con la Misa de Santa Marta.
El año 2020 del Papa Francisco, como el de cada uno de nosotros, ha sido profundamente marcado por la pandemia. Sin viajes, unas cuantas audiencias generales con la presencia contingente de personas al final del verano, luego interrumpidas de nuevo con la llegada de la segunda ola de contagio, celebraciones públicas con la participación de pequeños grupos de fieles. Lo que faltaba era el contacto diario con la gente, el contacto físico hecho de abrazos, apretones de manos, palabras susurradas con lágrimas en los ojos, bendiciones dibujadas en la cabeza, miradas que se cruzan y se encuentran. Incluso Francisco, a su manera, ha tenido que llevar a cabo su misión quedándose en casa, conectándose virtualmente, multiplicando los contactos telefónicos.
El año del Papa Francisco estuvo marcado por las palabras de la exhortación Querida Amazonia, que recogió el discernimiento del Sínodo de octubre de 2019 y se publicó en la víspera del brote de la pandemia: un fuerte llamado a mirar lo que está sucediendo en esa región olvidada. La indicación de caminos concretos para una ecología humana que tenga en cuenta a los pobres, para el aprecio de las culturas y para una Iglesia misionera con rostro amazónico. Entonces, tan pronto como el covid-19 pareció dar un respiro, al menos en Italia, Francisco reanudó las audiencias generales con los fieles proponiéndoles un ciclo de catequesis sobre qué futuro queremos construir después de la pandemia. Finalmente, en octubre pasado, el regalo de una nueva encíclica, Fratelli tutti, que señaló la fraternidad y la amistad social como la respuesta a las sombras del odio, la violencia y el egoísmo que a veces parecen prevalecer en nuestro mundo plagado no sólo por el coronavirus, sino por las guerras, la injusticia, la pobreza y el cambio climático.
El acontecimiento simbólico del año pasado, en la memoria de todos, fue el del 27 de marzo, con la Statio Orbis, la súplica a Dios para que interviniera y ayudara a la humanidad golpeada por la pandemia: Francisco solo, bajo la lluvia, en la Plaza de San Pedro desoladamente vacía como nunca antes y al mismo tiempo nunca tan llena, gracias a millones y millones de personas conectadas en la televisión mundial para rezar en silencio. El Papa subiendo lentamente los anchos escalones para llegar al atrio y recordarnos que todos estamos en la misma barca, incapaces de salvarnos solos; el Papa besando los pies del Crucifijo de San Marcelo, llevado en procesión por los romanos contra la peste; el Papa bendiciendo la ciudad y el mundo con el Santísimo Sacramento mientras en el fondo se oyen sirenas en una Roma paralizada por el encierro. Pero hubo otro acontecimiento diario, menos llamativo y aún más importante, que permitió a Francisco acompañar a millones de personas en todo el mundo durante la primera parte de este 2020, en la época del miedo y el desconcierto. Era la misa diaria que se celebraba en la capilla de la Casa Santa Marta a las 7 de la mañana: durante tres meses el Sucesor de Pedro llamaba suavemente a las puertas de nuestras casas, nos invitaba a no escuchar grandes discursos ni largas catequesis, sino a escuchar primero las palabras de la Escritura, comentadas con breves homilías y seguidas, después de la celebración eucarística, por unos minutos de adoración silenciosa ante el Santísimo Sacramento. Cada mañana, cada mediodía o cada noche, dependiendo de la zona horaria, mucha, mucha gente, incluso no practicantes y no creyentes, sintonizan la radio, la TV, el streaming, para escuchar el mensaje del Evangelio y la voz del Obispo de Roma que se ha convertido en el párroco del mundo. La sobriedad esencial de esas celebraciones, precedidas de breves oraciones por los grupos más afectados por el Covid-19, nos hacía compañía, nos ofrecía destellos de esperanza, nos ayudaba a rezar, nos hacía sentir menos solos, menos aislados, menos abandonados. La proximidad al pueblo de Dios, el acompañamiento logrado con esas misas compartidas en las pantallas de todo el mundo, dejó claro lo que significa para el Papa ser pastor de la Iglesia universal, intercesor de la humanidad herida, testigo del Evangelio que actúa en toda la familia humana de tantas maneras a menudo impredecibles y ocultas.
Una forma realmente católica de despedir el año
Una respuesta llena de fe a las supersticiones y ritos con las muchos inician el año
Una de las cosas más divertidas de la despedida del año viejo –o el recibimiento del nuevo, depende de cómo se mire– es ver la cantidad de rituales que hace la gente. Que si andar con una maleta… o darse un baño de rosas… o vestirse de tal o cual color… o comer 12 uvas… o poner una moneda dentro de tu calzado… todo esto para “despojarse” de la mala suerte y “atraer” la “energía” positiva. ¡Hay que ver las cosas que cree la gente…!!!
Lamento darte la noticia, pero esto no funciona… y, encima de eso, en lugar de comenzar el año “despojado”, lo que haces es añadirle a tu alma el pecado de poner tu confianza en supersticiones en lugar de ponerla en Dios.
Lo sé, el año que termina ha estado duro. Mucha gente perdió sus trabajos y la economía anda por el piso. La violencia y la criminalidad nos arropan. Los gobiernos, en lugar de aliviar la crisis, parecen agravarla. Y la actitud general de la mayoría va desde la desesperanza hasta la desesperación. Ante tal panorama, no en balde se busca algo de qué aferrarse.
Por eso quiero darte la receta del mejor ritual para despedir este año que termina y comenzar el nuevo:
Comienza por ir a visitar al Señor… Muchas Iglesias tienen hoy una Hora Santa para dar gracias por el año que pasó. También puedes ir a visitarlo al Sagrario, Él siempre está allí esperándonos. Si puedes asistir a Misa y recibirlo en la Eucaristía, ¡mejor!
Un examen de conciencia exhaustivo te vendría bien. Si puedes completarlo con una buena Confesión, ¡perfecto! Así comienzas el próximo año en gracia y con el alma limpiecita. (Recuerda que si estás en pecado, la Confesión debe venir primero que la Comunión.)
Ten fe… y junto con la fe vienen la confianza, la esperanza y la caridad. Cree en Dios y, sobre todo, créele a Dios. Las Escrituras están llenas de Palabras maravillosas que van dirigidas a ti. ¡Créelas! Dios te ama, te conoce desde el vientre de tu madre, te tiene tatuado en la palma de su mano, no cae uno de tus cabellos sin que Él lo permita… abandónate en Él y proponte hacer su Voluntad. Te prometo que todo marchará sobre ruedas si lo haces.
Abraza a tu esposa/o, a tus hijos, a tus padres, a tus amigos… abrázales y diles que los amas. Que tus palabras broten del fondo de tu corazón, que sean tan sólidas que casi puedan cogerse con la mano. Y no olvides sonreír. La alegría es contagiosa y si tú estás alegre, las personas a tu alrededor también lo estarán.
Hazte el propósito de ser mejor en el próximo año… pero, al contrario de la sociedad que nos rodea, este próximo año no será mejor si progresamos económicamente, sino si hemos crecido en el amor a Dios… si hemos sido mejores esposos, mejores padres, mejores hijos, mejores amigos: en fin, será un año bueno si al final podemos decir que somos mejores seres humanos.
¡Muchas felicidades… y que Dios te bendiga!
Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios.
El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.
El día de hoy podríamos considerar tres cosas:
a) El tiempo pasa.
b) La muerte se acerca.
c) La eternidad nos espera.
La muerte se acerca. Cada día que pasa estoy más cerca de ella. Es necio no querer pensar esto. Muchos de los que murieron el año pasado se creían que iban a seguir vivos en éste, pero se equivocaron. Puede que este año sea el último de nuestra vida. No es probable, pero sí posible. Debo tenerlo en cuenta. En ese momento trascendental, ¿qué querré haber hecho? ¿Qué NO querré haber hecho? Conviene hacer ahora lo que entonces me alegraré de haber hecho, y no lo que me pesará haber hecho.
La eternidad nos espera. Nos preocupamos mucho de lo terrenal que va durar muy poco. Nos preocupamos de la salud, del dinero, del éxito, de nuestra imagen, etc. Todo esto es transitorio. Lo único que va a perdurar es lo espiritual. El cuerpo se lo van a comer los gusanos. Lo único que va a quedar de nosotros es el alma espiritual e inmortal.
Con la muerte no termina la vida del hombre: se transforma, como dice el Prefacio de Difuntos. Palabras de Santo Tomás Moro sobre la morada en el cambio de destino.
Los que niegan la vida eterna es porque no les conviene. Pero negarla no es destruirla. La verdad es lo que Dios nos ha revelado.
Hoy es el momento de hacer balance. No sólo económico, sino también espiritual y moral.
Hagamos examen del año que termina.
Sin duda que habrá páginas maravillosas, que besaremos con alegría.
Pero también puede haber páginas negras que desearíamos arrancar. Pero eso ya no es posible. Lo escrito, escrito está.
Hoy abrimos un libro nuevo que tiene todas las páginas en blanco. ¿Qué vamos a escribir en él?
Que al finalizar el año 2016, podamos besar con alegría cada una de sus páginas.
Que no haya páginas negras que deseemos arrancar.
Puede que en ese libro haya cosas desagradables que no dependen de nosotros.
Lo importante es que todo lo que dependa de nosotros sea bueno.
Pidamos a Dios que dirija nuestra mano para que a fin de año podamos besar con alegría todo lo que hemos escrito.
También es el momento de examinar todas las ocasiones perdidas de hacer el bien.
Ocasiones irrecuperables. Pueden venir otras; pero las perdidas, no se recuperarán.
Finalmente, demos gracias a Dios de todo lo bueno recibido en el año que termina.
De la paciencia que Dios a tenido con nosotros.
Y de su gran misericordia.
10 clásicos del cine que ningún católico se puede perder
Buenas películas, bien realizadas y con contenidos profundos
Buenas películas, bien realizadas y con contenidos profundos hay muchas, aunque quizás no tantas como quisiéramos. Hay producciones que, además, nos introducen en aspectos esenciales de la fe y nos permiten vislumbrar, con el lenguaje del cine, verdades imperecederas. Son ventanas a lo esencial y dan color, sonido y voz a aquello invisible a los ojos pero fundamental para comprender cada vez más la vida cristiana. Hemos escogido 10 películas de esta clase, sin deseo de hacer un “ranking” ni pensando que son las mejores. De hecho, estamos seguros de que hay muchas más y que, como toda lista de este tipo, está siempre un poco sujeta a la opinión personal y un tanto subjetiva de cada persona. Nota: hemos dejado de lado las películas sobre la vida de Cristo y sobre las vidas de los santos para otra ocasión.
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La fiesta de Babette (1987):
Es una película danesa y una de las preferidas del Papa Francisco. La historia —que transcurre en un apartado pueblo de la costa— parece sencilla pero encierra profundas analogías con el cristianismo. Es una gran virtud de esta película mostrarnos, con gran arte y belleza, que lo que opera detrás de lo aparente es algo mucho más profundo, y en el fondo, no otra cosa que la gracia de Dios que va transformando, a partir de una experiencia que empieza en lo sensible, los corazones que se abren a Él. En La fiesta de Babette, una auténtica fiesta de gozo, entrega y alegría, cada comensal va descubriendo un sentido más profundo para la vida, lleno de belleza y verdad.
La misión (1986):
Una gran producción cuya historia gira alrededor de las misiones jesuitas en Paraguay. Su historia encierra profundos elementos de perdón y reconciliación, además de evidenciar la tarea de los misioneros en esa parte del continente, con sus aciertos y desaciertos. Nos muestra también las grandezas que puede realizar el ser humano, al mismo tiempo que sus facetas más oscuras. La música que acompaña la película es una obra maestra en sí misma.
De dioses y hombres (2010):
Narra los días previos al asesinato de una comunidad de monjes trapenses en Argelia. La película no es un homenaje innecesario a la valentía de siete hombres, ni una invitación a la resignación frente a eventos desafortunados. Es, por el contrario, una llama de esperanza que ilumina un mundo lleno de odio y violencia, y lo es precisamente porque la historia de estos hombres resulta también un llamado a la acción decidida, incluso cuando esto significa elegir, por amor a Dios, confiar absolutamente en Él.
Ben Hur (1959):
Un clásico del cine además de una producción que nos lleva al encuentro de la figura histórica de Jesús. En ese recorrido que lleva a Ben Hur de la nobleza a la esclavitud de las galeras, de la servidumbre a la libertad como hijo adoptivo de un acaudalado romano, del triunfo y la aclamación al sufrimiento y desesperación por sus seres queridos, nos encontramos con otra persona que parece acompañarlo desde lejos: Jesús el Cristo. Ben Hur es siempre un hombre en búsqueda, y su corazón permanecerá inquieto hasta alcanzar lo que de verdad anhela: el rostro de Cristo.
Qué bello es vivir (1946):
Otro clásico del cine y en particular del tiempo de Navidad. Una película que nos lleva a comprender el valor del servicio sincero y la entrega desinteresada a los demás, y a valorar nuestras acciones no por sus frutos inmediatos sino más bien por los imperecederos. «Ningún hombre que tiene amigos es un fracaso», nos dice esta historia. Tampoco el hombre o mujer que ama y se deja amar. Al final de la película, mientras suenan las campanas de la iglesia y se celebra el nacimiento del Señor, quien vino no a buscar su propia gloria sino a realizar el bien y ponerse al servicio de la humanidad, la desesperanza del protagonista se convierte en alegría y cercanía con todos los que lo rodean, y las voces se elevan ya no en una petición de ayuda, sino en gloria a Dios en la forma de un villancico navideño.
Las flores de la guerra (2011):
Cruda representación de la masacre de la ciudad de Nankin (China) ocurrida en 1937. Las flores de la guerra es una película dura pero llena de belleza y significado. Es, en un sentido, un canto de esperanza para el corazón humano, que incluso herido por el mal puede hallar espacio para vencer al egoísmo y optar por el bien y el sacrificio. Enseña también a no desesperar de la condición humana, capaz de tanta destrucción y violencia, pero también de entrega y abnegación extraordinarias. Nos recuerda al mismo tiempo aprender a no juzgar por lo externo. Son a veces los más pecadores quienes descubren con mayor fuerza la necesidad del amor y la misericordia, y se hacen así capaces de ponerse de rodillas y, entrando en sí mismos, recorrer el sendero de todos los hijos pródigos de la humanidad.
El árbol de la vida (2011):
Esta producción de Terrence Malick tiene quizás como gran defecto lo que es su mayor virtud: el intento de presentar una visión total del misterio de la creación, del pecado y del amor de Dios en la vida del hombre, misterio imposible de aprehender —y de representar— en su totalidad. Su lenguaje analógico es quizás por momentos de difícil comprensión, pero la belleza de su ejecución y la profundidad de los temas que toca es innegable. Se trata, por tanto, de una gran intento de presentar con imágenes el misterio de la vida, que involucra la acción de Dios, la respuesta del hombre, la libertad, el sufrimiento, la vida eterna, entre otros muchos temas tan importantes de reflexionar en todo peregrinar terreno.
Marcelino pan y vino (1955):
Hermosísima película española sobre un niño huérfano acogido en un monasterio. En medio de sus travesuras nos hará reír, sufrir y también llorar al descubrir, como lo hicieron los monjes, la sencillez y bondad que encierra el corazón de un niño, y sobre todo, su capacidad para hablar con Dios. Película de una ternura extraordinaria, que al mismo tiempo despierta en el interior el anhelo de un encuentro profundo, natural y cotidiano con Dios y con la Virgen.
Los miserables (2012):
Una de las producciones más importantes de los últimos tiempos y genial adaptación del musical basado en la famosa obra de Víctor Hugo. Difícil resumir o destacar los aspectos más importantes o interesantes de la película. En ella, en realidad, se muestra lo mejor y lo peor de la humanidad, con muchas de sus complejidades, anhelos, alegrías, fracasos y dolores. Lo épico se entremezcla con el sinsentido, el amor va de la mano del dolor, la felicidad con el desprendimiento, y el camino que separa la felicidad de la amargura y la desesperación es a veces una sutil línea donde las intenciones y el uso correcto o equivocado de la libertad deciden batallas de alcance insospechado.
Yo confieso (1953):
Una gran producción de Alfred Hitchcock que gira en torno al secreto de la confesión sacramental. Si bien por un lado resalta el misterio y suspenso de la historia, detrás de ellos se encuentra el gran valor del p. Michael Logan para proteger el sigilo sacramental y ser fiel a sus propios compromisos, incluso a pesar de lo que puede significar para su propia vida. Toda una lección para nuestro tiempo. Es, al mismo tiempo, una historia de perdón y amor al prójimo, en especial hacia aquel que nos daña.
Y un bonus…
Cartas a Dios (2009):
Cartas a Dios es una hermosa alegoría de la vida cristiana vista a través de los ojos de un niño con una enfermedad terminal. No busca soslayar la dureza de la enfermedad, ni presentar una visión rosa de la vida. Enseñándonos lo verdaderamente valioso en la vida cuando se ilumina por lo que Dios nos ha revelado, Cartas a Dios resulta una película llena de ternura, compasión y, paradójicamente a ojos humanos, llena de gozo y paz. Es, en este sentido, toda una catequesis sobre la vida cristiana.
El Papa Francisco: El mundo necesita esperanza, agradecer por la vida en 2020
La esperanza en medio de la pandemia con la oración de gracias. El mensaje del Papa en la última audiencia general del año 2020 marcado por el Covid-19
“El mundo necesita de esperanza y con esta actitud de dar gracias, nosotros transmitimos un poco de esperanza”, dijo el papa Francisco en la última Audiencia General del año 2020, este 30 de diciembre, que tuvo lugar en la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
Francisco ha pedido hoy a los fieles no evaluar el fin del año 2020 a través de los sufrimientos, las dificultades o las limitaciones vividas durante la pandemia.
Por el contrario, exhortó a pensar en el bien recibido cada día de este año, como también la cercanía y la bondad de los hombres, el amor de los seres queridos y todas las personas que nos rodean. Además del dono de la vida misma.
San José, patrón del próximo año
“Agradezcamos al Señor todas las gracias recibidas y miremos al futuro con confianza y esperanza, confiando en la intercesión de San José, patrón del nuevo año. Que sea para cada uno de ustedes y sus familias un año feliz lleno de gracias divinas».
«Somos hijos del amor, somos hermanos del amor, somos hombres y mujeres de gracia”, dijo el Papa en su discurso, con el cual ha retomado el ciclo de catequesis sobre la oración y centró su meditación en el tema «La oración de acción de gracias» (Lectura: 1 Ts 5,16-19).
La oración de gracias
La oración de acción de gracias comienza siempre desde aquí: del reconocerse precedidos por la gracia.
Hemos sido pensados antes de que aprendiéramos a pensar; hemos sido amados antes de que aprendiéramos a amar; hemos sido deseados antes de que en nuestro corazón surgiera un deseo.
Si miramos la vida así, entonces el “gracias” se convierte en el motivo conductor de nuestras jornadas. Gracias y tantas veces nos olvidamos de decir ‘gracias’.
No dejemos de dar gracias: si somos portadores de gratitud, el mundo también se vuelve mejor, aunque sea un poco, pero eso es suficiente para darle un poco de esperanza
Para nosotros cristianos el dar las gracias ha dado nombre al Sacramento más esencial que hay: la Eucaristía. La palabra griega, de hecho, significa precisamente esto: acción de gracias”, expresó el Papa.
La Eucaristía y el agradecimiento
“Para nosotros cristianos el dar las gracias ha dado nombre al Sacramento más esencial que hay: la Eucaristía. La palabra griega, de hecho, significa precisamente esto: acción de gracias.
Los cristianos, como todos los creyentes, bendicen a Dios por el don de la vida. Vivir es ante todo haber recibido; recibido la vida”.
El Papa explica que vivir ya es un dono. Por eso, hay que agradecera Dios.
El mundo se divide en dos personas…
En este sentido, rememoró el episodio de los diez leprosos sanados. “Naturalmente todos estaban felices por haber recuperado la salud, pudiendo así salir de esa interminable cuarentena forzada que les excluía de la comunidad”.
Pero – añadió – entre ellos hay uno que a la alegría añade alegría: además de la sanación, se alegra por el encuentro sucedido con Jesús. No solo está libre del mal, sino que ahora también posee la certeza de ser amado. Así el Papa nos muestra cómo el mundo puede dividirse en dos tipos de personas: los que dan gracias y los que creen que todo se les debe. “La oración de acción de gracias nace precisamente de sentir que todo lo que tenemos es don, que estamos vivos, porque alguien nos ha querido antes incluso de que nosotros aprendiéramos a pensar, amar o desear”.
El demonio nos deja tristes y solos
Por tanto, el líder de la Iglesia católica, invitó: “hermanos y hermanas, tratemos de estar siempre en la alegría del encuentro con Jesús. Cultivamos la alegría.
Sin embargo el demonio, después de habernos engañado, nos deja siempre tristes y solos. Si estamos en Cristo, ningún pecado y ninguna amenaza nos podrán impedir nunca continuar con alegría el camino, junto a tantos compañeros de viaje”. Sobre todo, no dejemos de agradecer: si somos portadores de gratitud, también el mundo se vuelve mejor, quizá solo un poco, pero es lo que basta para transmitirle un poco de esperanza”.
El mundo necesita esperanza
El Papa indicó que el mundo necesita de esperanza y con la gratitud y esta actitud de dar gracias, nosotros transmitimos un poco de esperanza. “Todo está unido y conectado, y cada uno puede hacer su parte allá donde se encuentra. El camino de la felicidad es el que San Pablo ha descrito al final de una de sus cartas: «Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu» (1 Ts 5,17-19)”.
Después de resumir su catequesis en varios idiomas, el Papa dirigió expresiones especiales de saludo a los fieles: “No extingáis el Espíritu. Que bonito proyecto de vida: No extingáis el Espíritu que nos lleva a la gratitud”.
Preces
Dios ha amado tanto al mundo que ha enviado a su Hijo único. Con fe le decimos:
R/MSeñor, haznos crecer en el amor.
Que nunca olvidemos que tú nos has amado primero,
– y sepamos agradecértelo haciendo el bien a los demás.MR/
Por tu encarnación quisiste entrar en nuestro mundo,
– que sepamos tratar adecuadamente la naturaleza y nadie quede excluido de sus bienes.MR/
Tú que te abajaste para elevar al hombre,
– ayúdanos a ser humildes para poder cumplir mejor tu voluntad.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
Oración
Concédenos, Dios todopoderoso, que el renovado nacimiento de tu Unigénito encarnado libere a quienes nos domina la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.