Tú me amas por ser yo. Yo te amo por ser Tú

El significado de los 7 dones del Espíritu Santo

¡Católico, toma nota!

Desde la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, en Pentecostés, los cristianos son conscientes de los dones con los que asiste al creyente la tercera Persona de la Trinidad.

El Catecismo de la Iglesia católica, en el número 1830, explica que “la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo es, para muchos, el «gran desconocido» de la vida cristiana. No obstante, no es posible sin él la vida de fe, ni la esperanza, ni la caridad. Es él quien actúa en los corazones y quien transforma la vida de las personas.

Él es quien mueve a amar y quien impulsa los actos de valor. Es el Espíritu el que da alas a la evangelización y quien da inteligencia a los hombres para llegar a conocer a Dios. No puede existir la vida cristiana sin que Él la sostenga, ni siquiera la misma Iglesia.

Importante: No hay que confundir los dones del Espíritu con los frutos que el Espíritu produce en la vida de las personas. Los dones del Espíritu son siete y son los «regalos» que el Espíritu da. Mientras que los frutos, según ha enseñado siempre la Iglesia, son las perfecciones que esos dones producen en las personas.
 
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Descubramos, entonces, cuáles son y cuál es el significado de los 7 dones del Espíritu Santo:

1 EL DON DE LA SABIDURÍA

Es el don de entender lo que favorece y lo que perjudica al proyecto de Dios. Él fortalece nuestra caridad y nos prepara para una visión plena de Dios.

El mismo Jesús nos dijo: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10, 19-20).

La verdadera sabiduría trae el gusto de Dios y su Palabra.

2 EL DON DEL ENTENDIMIENTO

Es el don divino que nos ilumina para aceptar las verdades reveladas por Dios. Mediante este don, el Espíritu Santo nos permite escrutar las profundidades de Dios, comunicando a nuestro corazón una particular participación en el conocimiento divino, en los secretos del mundo y en la intimidad del mismo Dios.

El Señor dijo: “Les daré corazón para conocerme, pues yo soy Yahveh” (Jer 24,7).

3 EL DE CONSEJO

Es el don de saber discernir los caminos y las opciones, de saber orientar y escuchar. Es la luz que el Espíritu nos da para distinguir lo correcto e incorrecto, lo verdadero y falso.

Sobre Jesús reposó el Espíritu Santo, y le dio en plenitud ese don, como había profetizado Isaías: “No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra” (Is 11, 3-4).

4 EL DE CIENCIA

Es el don de la ciencia de Dios y no la ciencia del mundo. Por este don el Espíritu Santo nos revela interiormente el pensamiento de Dios sobre nosotros, pues “nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1Co 2, 11).

5 EL DON DE PIEDAD

Es el don que el Espíritu Santo nos da para estar siempre abiertos a la voluntad de Dios, buscando siempre actuar como Jesús actuaría.

Si Dios vive su alianza con el hombre de manera tan envolvente, el hombre, a su vez, se siente también invitado a ser piadoso con todos.

En la Primera Carta de San Pablo a los Corintios escribió: “En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo” (1Co 12, 1-3).

6 EL DE FORTALEZA

Este es el don que nos vuelve valientes para enfrentar las dificultades del día a día de la vida cristiana. Vuelve fuerte y heroica la fe.

Recordemos el valor de los mártires. Nos da perseverancia y firmeza en las decisiones.

Los que tienen ese don no se amedrentan frente a las amenazas y persecuciones, pues confían incondicionalmente en el Padre.

El Apocalipsis dice: “No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).

7 EL DON DEL TEMOR DE DIOS

Este don nos mantiene en el debido respeto frente a Dios y en la sumisión a su voluntad, apartándonos de todo lo que le pueda desagradar.

Por eso, Jesús siempre tuvo cuidado en hacer en todo la voluntad del Padre, como Isaías había profetizado: “Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh” (Is 11,2).
 
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Así lo dice la misma Biblia, refiriéndose al significado de los 7 dones del Espíritu Santo:

«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).

«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios […] Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)

¿Cuáles son los frutos del Espíritu Santo en las personas?

La tradición de la Iglesia enumera 12

“Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Gálatas 5, 22-23)” (Catecismo, 1832).

Son los frutos que produce el Espíritu Santo en la vida del cristiano a lo largo de su vida después de recibir sus 7 dones, dones que son recibidos, junto a las virtudes teologales, en el sacramento del bautismo; dones que son aumentados con el sacramento de la confirmación (Catecismo, 1302), dados en plenitud.

El cristiano es como los árboles: cuando está maduro dará sus frutos; por sus frutos os conocerán (Mt 12, 33).

Cuando los árboles están maduros, darán unos frutos que no son agrios, sino dulces y buenos a la vista.

Los santos son quienes han sabido dar todos estos frutos y han sabido practicar las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza). Ojo, que no hay que confundir estos frutos con la vivencia de los valores humanos.

Veamos ahora en qué consisten dichos frutos del Espíritu en la vida de las personas:

1. Amor o caridad

Quien da este fruto hace ver a Cristo en su vida; es quien permite actuar a Cristo en su vida (Ga2, 20). Si falta el amor no puede encontrarse acción sobrenatural, ni mérito para la vida eterna, ni tampoco verdadera y completa felicidad.

2. Alegría o gozo

Es el fruto que emana naturalmente del amor; es como la luz del sol, o el perfume de la flor, o el calor del fuego. Esta alegría no se apaga en medio de los problemas; todo lo contrario, crece y se robustece en medio de ellos pues se hace más necesaria que nunca. Cuando se está en comunión con Dios amor, la persona es feliz; y busca también hacer felices a los demás. Es una alegría que supera todo goce fundado en la carne o en las cosas materiales.

3. Paz

La paz es la perfección de la alegría, porque supone el goce del objeto amado. El «objeto» amado, por excelencia, no puede ser otro sino Dios, y de ahí, la seguridad de la paz que brota de tener a Dios en el corazón. La paz nos hace ser personas serenas y mantiene al alma en la posesión de una constante alegría a pesar de todo.

4. Paciencia

Quien da este fruto, supera las turbaciones que implica la lucha permanente contra los enemigos del alma y sus fuerzas invisibles y visibles. También facilita un encuentro armonioso con las criaturas con las que nos relacionamos. La paciencia nos hace ser cristianos que se saben controlar e impide que seamos resentidos o vengativos. Este fruto ayuda a superar la tristeza e impide que nos quejemos ante los problemas y sufrimientos de la vida.

5. Longanimidad

Longanimidad es el mismo coraje o el ánimo en las dificultades que se oponen al bien; es un ánimo sobrenatural para concebir y ejecutar las obras de la verdad. Este fruto permite al cristiano saber esperar la acción de la Divina Providencia, cuando ve que, según la lógica humana, se retrasa el cumplimiento de sus designios. Es un fruto que permite mantenernos perseverantes ante las dificultades.

6. Benignidad

Es una disposición permanente a la indulgencia y a la afabilidad. Es un fruto que nos ayuda a ser gentiles y ayuda a defender la verdad sabiendo ‘discutir’. Da una dulzura especial en el trato con los demás. Es una gran señal de la santidad de un alma y de la acción en ella del Espíritu Santo.

7. Bondad

Es la fuerza que nos ayuda a ocuparnos del prójimo y beneficiarlo. Es como consecuencia de la benignidad pero de manera más incisiva en quien sufre y necesita ayuda. Quien da este fruto no critica malsanamente y tampoco condena a los demás; es más, ayuda a sanar a ejemplo de Jesucristo, la bondad infinita.

8. Mansedumbre

Ayuda a evitar la cólera y las reacciones violentas. Se opone a la ira y al rencor, evita que el cristiano caiga en sentimientos de venganza. La mansedumbre hace al cristiano suave en sus palabras y en el trato frente a la prepotencia de alguien. Es el fruto que nos asemeja a Jesús manso y humilde de corazón.

9. Fidelidad

Quien da este fruto defiende la fe en público y no la oculta por miedo o vergüenza. La fidelidad es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer; es firmeza para afianzarnos en ello y tener la seguridad de la verdad que creemos sin sentir dudas. Al dar este fruto estamos glorificando a Dios quien es la verdad absoluta.

10. Modestia

Quien da este fruto excluye todo lo que sea áspero y mal educado; este fruto se le nota al cristiano en el vestir, en el hablar, en su comportamiento, etc.. Ayuda para que nuestros sentidos no se fijen en cosas indecorosas y vulgares. Ayuda a ser discreto y cuidadoso con el cuerpo, evitando ser ocasión de pecado para los demás; así como también a preparar y mantener nuestro cuerpo para ser, en medio de nuestra debilidad, digna morada de Dios.

11. Continencia

Como indica su nombre, ayuda a contener o a tener a raya la concupiscencia en lo que concierne al comer, al beber, al divertirse y en los otros placeres de la vida terrenal. La satisfacción de estos instintos es ordenada por la continencia como consecuencia de la dignidad de los hijos de Dios que tenemos. La continencia mantiene el orden en el interior del hombre.

12. Castidad

La castidad es la victoria conseguida sobre la carne y ayuda a que el cristiano sea más un templo vivo del Espíritu Santo. Quien da este fruto es cuidadoso y delicado en todo lo que se refiere al uso de la sexualidad. Quien es casto (ya sea virgen o casado) experimenta la alegría de la íntima amistad de Dios: felices los limpios de corazón, porque verán a Dios.

Rita de Casia, Santa

Memoria Litúrgica, 22 de mayo
 
Viuda, Religiosa,
y Abogada de Imposibles

Martirologio Romano: Santa Rita, religiosa, que, casada con un hombre violento, toleró pacientemente sus crueldades reconciliándolo con Dios, y al morir su marido y sus hijos ingresó en el monasterio de la Orden de San Agustín en Casia, de la Umbría, en Italia, dando a todos un ejemplo sublime de paciencia y compunción († c.1457).

Fecha de beatificación: 1 de octubre de 1627 por el Papa Urbano VIII

Fecha de canonizacicón: 24 de mayo de 1900 por el Papa León XIII

Breve Biografía

Vista de cerca, sin el halo de la leyenda, se nos revela el rostro humanísimo de una mujer que no pasó indiferente ante la tragedia del dolor y de la miseria material, moral y social. Su vida terrena podría ser de ayer como de hoy.

Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.

Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio.

Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.

Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.

Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.

ORACIÓN

Oh Dios omnipotente,
que te dignaste conceder
a Santa Rita tanta gracia,
que amase a sus enemigos y
llevase impresa en su corazón
y en su frente la señal de tu pasión,
y fuese ejemplo digno de ser imitado
en los diferentes estados de la vida cristiana.
Concédenos, por su intercesión,
cumplir fielmente las obligaciones
de nuestro propio estado
para que un día podamos
vivir felices con ella en tu reino.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.

Amarte solo porque eres Tú

Santo Evangelio según san Juan 21, 20-25. Sábado VII de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dios te salve, María. Tú eres llena de gracia. El Señor está contigo. Eres bendita. Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre mía y madre de Dios. Ruega por mí. Ruega por mis hermanos y mis hermanas. Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 21, 20-25

En aquel tiempo, Jesús dijo a Pedro: “Sígueme”. Pedro, volviendo la cara, vio que iba detrás de ellos el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?”. Al verlo, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¿qué va a pasar con éste?”. Jesús le respondió: “Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme”.

Por eso comenzó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no habría de morir. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino: ‘Si Yo quiero que permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?’.

Este es el discípulo que atestigua estas cosas y las ha puesto por escrito, y estamos ciertos de que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús y creo que, si se relataran una por una, no cabrían en todo el mundo los libros que se escribieran.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Me gusta compararme con los demás. No sé, experimento como un tipo de oscura satisfacción en la certeza de saber que soy mejor en algo, no importa lo que sea. De verdad, tantas veces alimento la falsa convicción de que mi valor proviene de lo que pueda yo añadir a mi persona. Adornos, adornos, adornos: los hay en material y en espiritual. Llámense riquezas o virtudes.

Pero ¿no los he perdido tantas veces? Un día creo haber alcanzado una virtud, otro día la pierdo. Un día alcanzo un logro, otro día me frustro. En ocasiones he estado convencido de que no sirvo para nada, o que me he equivocado de camino. Y pienso, «si tan sólo tuviera las oportunidades que ya dejé detrás de mí» De verdad que no existe nada más triste que el permanecer en un error por la tristeza de haberlo cometido. ¡Y, sin embargo, para Dios las cosas son tan distintas!…

No son mis virtudes, ni mis talentos, ni mis logros, ni siquiera mi nombre «bonito» o «feo», ni mi apariencia «agradable» o no. No son mi modo de hablar, ni mi modo de vestir, ni mis ocupaciones, ni siquiera mis más profundos pensamientos. Nada, nada de eso es por lo que Dios me quiere. Desde luego que, con cada una de esas cosas, con cada instante, a decir verdad, puedo agradar a Dios. Pero no por eso Dios me quiere.

No ha preocuparme mi entrega, mi virtud, mi santidad, mi avance, mi retroceso, nada ha de preocuparme de cara a los demás. No he de compararme preguntándote: «Señor, ¿qué va a pasar con éste?». No. Amarte incondicionalmente, ése es mi deseo. Mis inclinaciones y mi competitividad, quizá nadie me las quitará. Quizá nadie logrará quitarme aquella vanidad que a veces me parece ser la única motivación de mi vida. Pero sí que quiero que mi corazón, aun contra la corriente de mí mismo, se dirija sólo a ti. Porque quiero amarte como Tú me amas. Ésa es la gracia que hoy te pido.

Tú me amas por ser yo. Yo te amo por ser Tú.

«Sin embargo, ser sanado allí convirtió a Pedro en un Pastor misericordioso, en una piedra sólida sobre la cual siempre se puede edificar, porque es piedra débil que ha sido sanada, no piedra que en su contundencia lleva a tropezar al más débil. Pedro es el discípulo a quien más corrige el Señor en el Evangelio. El más “apaleado”. Lo corrige constantemente, hasta aquel último: “A ti qué te importa, tú sígueme a mí”. La tradición dice que se le aparece de nuevo cuando Pedro está huyendo de Roma. El signo de Pedro crucificado cabeza abajo, es quizás el más elocuente de este receptáculo de una cabeza dura que, para ser misericordiada, se pone hacia abajo incluso al estar dando el testimonio supremo de amor a su Señor».

(Meditación de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En la noche de hoy me tomaré unos minutos para mirar mi día y ver si mi corazón buscó, sobre todo, agradar a Dios con lo que hice.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Primado e infalibilidad: 150 años después de la proclamación de los dogmas

¿Qué y cuáles son estos dogmas de la Iglesia?
 
Hace ciento cincuenta años, el 18 de julio de 1870, se promulgó la Constitución "Pastor Aeternus" que definía los dos dogmas, del primado del Papa y la infalibilidad papal.

Largas y agitadas discusiones

La Constitución Dogmática fue aprobada por unanimidad por los 535 Padres Conciliares presentes "después de largas, intensas y agitadas discusiones", como dijo Pablo VI durante una audiencia general, describiendo ese día como "una página dramática en la vida de la Iglesia, pero no por esto menos clara y definitiva" (Audiencia general del 10 de diciembre de 1969). Ochenta y tres fueron los Padres Conciliares que no participaron en la votación. La aprobación del texto llegó el último día del Concilio Vaticano I, suspendido tras la guerra franco-prusiana iniciada el 19 de julio de 1870 y prolongado "sine die" tras la toma de Roma por las tropas italianas el 20 de septiembre de ese mismo año, que de hecho decretó el fin del Estado Pontificio. La Constitución refleja una posición intermedia entre las diversas reflexiones de los participantes, excluyendo, por ejemplo, que la definición de infalibilidad se extienda en su totalidad a las Encíclicas u otros documentos doctrinales. Los contrastes que surgieron en el Concilio fueron seguidos por el cisma de los vetero-católicos que no querían aceptar el dogma del Magisterio infalible del Papa.

El dogma sobre la racionalidad y la sobrenaturalidad de la fe

Los dos dogmas fueron proclamados después del de la racionalidad y sobrenaturalidad de la fe, contenido en la otra Constitución Dogmática del Concilio Vaticano I "Dei Filius" del 24 de abril de 1870. El texto afirma que "Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a través de las cosas creadas; de hecho, las cosas invisibles de Él son conocidas por la inteligencia de la criatura humana a través de las cosas que fueron hechas (Rom 1,20)". Este dogma – explicó Pablo VI en la audiencia de 1969 – reconoce que "la razón, con su propia fuerza, puede alcanzar el conocimiento cierto del Creador a través de las criaturas. La Iglesia defiende así, en el siglo del racionalismo, el valor de la razón", argumentando por un lado "la superioridad de la revelación y de la fe sobre la razón y sus capacidades", pero declarando, por otro lado, que "no puede haber contraste entre la verdad de la fe y la verdad de la razón, siendo Dios la fuente de ambas".

El dogma del primado

En "Pastor Aeternus", Pío IX, antes de la proclamación del dogma sobre el primado, recuerda la oración de Jesús al Padre para que sus discípulos sean "una cosa sola": Pedro y sus sucesores son "el principio intemporal y el fundamento visible" de la unidad de la Iglesia. Por lo tanto, afirma solemnemente: "Proclamamos, pues y afirmamos, basándonos en los testimonios del Evangelio, que el primado de la jurisdicción sobre toda la Iglesia de Dios ha sido prometido y conferido al bienaventurado Apóstol Pedro por Cristo el Señor de manera inmediata y directa (...) Lo que el Príncipe de los pastores, y gran pastor de todas las ovejas, el Señor Jesucristo, instituyó en el bienaventurado Apóstol Pedro para hacer continua y perenne la salvación y el bien de la Iglesia, es necesario, por voluntad de quien lo instituyó, que perdure para siempre en la Iglesia, la cual es fundada sobre piedra, permanecerá firme hasta el fin de los siglos (...) De ello se desprende que quien suceda a Pedro en esta cátedra, en virtud de la institución del propio Cristo, obtiene el primado de Pedro sobre toda la Iglesia (...) todos los pastores y fieles, de cualquier rito y dignidad, están vinculados a él por la obligación de la subordinación jerárquica y la verdadera obediencia, no sólo en las cosas que pertenecen a la fe y a las costumbres, sino también en las relativas a la disciplina y al gobierno de la Iglesia, en todo el mundo. De esta manera, habiendo salvaguardado la unidad de la comunión y la profesión de la misma fe con el Romano Pontífice, la Iglesia de Cristo será un solo rebaño bajo un solo pastor supremo. Esta es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede apartarse sin perder la fe y peligro de salvación".

El Magisterio infalible del Papa

En el primado del Papa – escribe Pío IX – "se contiene también la suprema potestad de magisterio", conferida a Pedro y a sus sucesores "para la salvación de todos", como "confirma la constante tradición de la Iglesia (...) Pero como es precisamente en este momento, en el que se siente particularmente la necesidad de la sana presencia del ministerio apostólico, en el que son muchos los que se oponen a su poder, creemos verdaderamente necesario proclamar de manera solemne la prerrogativa que el Hijo unigénito de Dios se ha dignado vincular al supremo oficio pastoral. Por lo tanto, nosotros, manteniéndonos fieles a la tradición recibida desde los comienzos de la fe cristiana, para la gloria de Dios nuestro Salvador, para la exaltación de la religión católica y para la salvación de los pueblos cristianos, con la aprobación del sagrado Concilio proclamamos y definimos el dogma revelado por Dios que el Romano Pontífice, al hablar ex cathedra, es decir, cuando ejerce su supremo oficio de Pastor y Doctor de todos los cristianos, y en virtud de su supremo poder apostólico define una doctrina sobre la fe y las costumbres, vincula a toda la Iglesia, por la divina asistencia que se le promete en la persona del Beato Pedro, goza de esa infalibilidad con la que el divino Redentor quiso acompañar a su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres: por lo tanto, tales definiciones del Romano Pontífice son inmutables en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia".

Cuando se da la infalibilidad

Juan Pablo II explicó el significado y los límites de la infalibilidad en la audiencia general del 24 de marzo de 1993: "La infalibilidad – afirmó – no se da al Romano Pontífice como a una persona privada, sino en la medida en que cumple el oficio de pastor y maestro de todos los cristianos. Tampoco la ejerce como si tuviera autoridad en sí mismo y por sí mismo, sino "por su suprema autoridad apostólica" y "por la divina asistencia que se le prometió en el Beato Pedro". Finalmente, no la posee como si pudiera disponer de ella o contar con ella en cualquier circunstancia, sino sólo "cuando habla desde la cátedra", y sólo en un campo doctrinal limitado a las verdades de la fe y de la moral y a las que están estrechamente relacionadas con ellas (...) el Papa debe actuar como "pastor y doctor de todos los cristianos", pronunciándose sobre las verdades relativas a "la fe y la moral", en términos que expresen claramente su intención de definir una determinada verdad y de exigir la adhesión definitiva de todos los cristianos. Esto es lo que ocurrió – por ejemplo – en la definición de la Inmaculada Concepción de María, sobre la cual Pío IX afirmó: "Es una doctrina revelada por Dios y por esta razón debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles"; o también en la definición de la Asunción de María Santísima, cuando Pío XII dijo: "Por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y por nuestra autoridad, declaramos y definimos como dogma divinamente revelado... etc.". En estas condiciones se puede hablar de un magisterio papal extraordinario, cuyas definiciones son irreformables "por si mismas, no por el consentimiento de la Iglesia" (...) Los Sumos Pontífices pueden ejercer esta forma de magisterio. Y esto, de hecho, ha sucedido. Sin embargo, muchos Papas no lo han ejercido".

¿Qué es un dogma?

Los dogmas son verdades de fe que la Iglesia enseña como reveladas por Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 74-95). Son puntos fijos de nuestra creencia. Los principales son estos: Dios es uno y trino; el Padre es el creador de todas las cosas; Jesús, el Hijo, es verdadero Dios y verdadero hombre, encarnado, muerto y resucitado por nuestra salvación; el Espíritu Santo es Dios; la Iglesia es una, así como uno es el Bautismo. Y además: el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos, la existencia del Paraíso, el Infierno y el Purgatorio, la transubstanciación, la maternidad divina de María, su virginidad, su Inmaculada concepción y su Asunción. Todas estas verdades no son abstractas y frías, sino que deben ser comprendidas en la gran verdad de Dios que es el amor y quiere compartir la vida divina con sus criaturas. Jesús revela los más grandes mandamientos: el amor a Dios y al prójimo (Mt 22, 36-40). Al final de la vida seremos juzgados por el amor.

Dogmas y desarrollo de la doctrina

Un dogma, entonces, es un punto fijo para la vida de la fe. Está definido por el Magisterio de la Iglesia que lo reconoce en la Sagrada Escritura como revelado por Dios y en estrecha relación con la Tradición. La tradición, sin embargo, no es algo inmóvil y estático, sino que – como dice Juan Pablo II (Carta Apostólica Ecclesia Dei) en línea con el último Concilio – está viva y es dinámica a medida que crece la inteligencia de la fe. Los dogmas no cambian, pero gracias al Espíritu Santo entendemos cada vez más la amplitud y profundidad de las verdades de la fe. Así, el Papa Wojtyla puede afirmar "que el ejercicio del Magisterio concreta y manifiesta la contribución del Romano Pontífice al desarrollo de la doctrina de la Iglesia" (Audiencia General, 24 de marzo de 1993).

Primado, colegialidad, ecumenismo

Pablo VI, en la audiencia de 1969, reafirmó la actualidad del Concilio Vaticano I y la conexión con el siguiente Concilio: "Los dos Concilios Vaticanos, el primero y el segundo, son complementarios" aunque difieran mucho "por muchas razones". Así, la atención a las prerrogativas del Pontífice en el Vaticano I se extiende en el Vaticano II a todo el Pueblo de Dios con los conceptos de "colegialidad" y "comunión", mientras que la atención a la unidad de la Iglesia que tiene en Pedro el punto de referencia visible se desarrolla en un fuerte compromiso con el diálogo ecuménico. Tanto es así que Juan Pablo II en "Ut unum sint" puede lanzar un llamamiento a las comunidades cristianas para que encuentren una forma de ejercicio del primado que, "sin renunciar en modo alguno a lo esencial de su misión, se abra a una nueva situación", como "un servicio de amor reconocido por unos y otros" (Ut unum sint, 95). Y el Papa Francisco en Evangelii gaudium habla de una "conversión del papado".  "El Concilio Vaticano II – observa – ha afirmado que, de manera similar a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias Episcopales pueden "aportar una múltiple y fructífera contribución, para que el sentido de la colegialidad se realice concretamente" (Lumen Gentium, 23). Pero esta esperanza no se ha realizado plenamente, porque un estatuto para las Conferencias Episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo alguna autoridad doctrinal auténtica, no ha sido aun suficientemente explícito. Una excesiva centralización, en lugar de ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera" (Evangelii gaudium, 32). Y hay que recordar que, según el Concilio Vaticano II, "la infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro" (Lumen Gentium, 25).

Amar al Papa y a la Iglesia es construir sobre Cristo

Más allá de los dogmas, Pío X recordó, en una audiencia en 1912, la necesidad de amar al Papa y obedecerle y dijo que se sentía apenado cuando esto no sucedía. Don Bosco exhortó a sus colaboradores y a sus muchachos a guardar en sus corazones los "tres amores blancos": la Eucaristía, la Virgen y el Papa. Y Benedicto XVI, el 27 de mayo de 2006, hablando en Cracovia con los jóvenes que habían crecido con Juan Pablo II, explicó con palabras sencillas lo que afirman esas verdades de fe proclamadas en 1870: "¡No tengan miedo de construir su vida en la Iglesia y con la Iglesia! Estén orgullosos del amor a Pedro y a la Iglesia que se les ha confiado. ¡No se dejen engañar por los que quieren poner a Cristo contra la Iglesia! Sólo hay una roca en la que vale la pena construir la casa. Esta roca es Cristo. Sólo hay una roca sobre la que vale la pena descansar. Esta roca es la que Cristo dijo: "Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia" (Mt 16:18). Ustedes, jóvenes, han conocido bien al Pedro de nuestros tiempos. Por lo tanto, no olviden que ni ese Pedro que está mirando nuestro encuentro desde la vetana de Dios Padre, ni este Pedro que ahora está delante de ustedes, ni ningún otro Pedro posterior estará nunca contra ustedes, ni contra la construcción de un hogar duradero en la roca. Al contrario, comprometerá su corazón y sus manos para ayudaros a construir la vida en Cristo y con Cristo".

Novedad para el Sínodo: se comienza con las Iglesias locales

El próximo octubre, el Papa dará inicio a un camino sinodal de tres años de duración y articulado en tres fases (diocesana, continental y universal).

«Uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo». Para concretar y hacer visible esa sinodalidad deseada por el Papa Francisco desde el inicio de su pontificado, el próximo Sínodo de los Obispos se celebrará no sólo en el Vaticano sino en cada Iglesia particular de los cinco continentes, siguiendo un itinerario de tres años articulado en tres fases, hechas de escucha, discernimiento, consulta. Laicos, sacerdotes, misioneros, personas consagradas, Obispos, Cardenales, incluso antes de discutir, reflexionar e interrogarse sobre la sinodalidad en la Asamblea de octubre de 2023 en el Vaticano, se encontrarán por tanto viviéndola en primera persona. Cada uno en su diócesis, cada uno con rol, con sus exigencias.

Un proceso sinodal integral

El itinerario sinodal, que el Papa ha aprobado, se anuncia en un documento de la Secretaría del Sínodo en el que se explican sus modalidades. "Un proceso sinodal pleno se realizará de forma auténtica sólo si se implican a las Iglesias particulares", se lee. Además, será importante la participación de los "organismos intermedios de sinodalidad, es decir, los Sínodos de las Iglesias Orientales Católicas, los Concejos y las Asambleas de las Iglesias sui iuris y las Conferencias Episcopales, con sus expresiones nacionales, regionales y continentales".

Por primera vez un Sínodo descentralizado

Es la primera vez en la historia de esta institución, deseada por Pablo VI en respuesta al deseo de los Padres Conciliares de mantener viva la experiencia colegial del Vaticano II, que un Sínodo comienza descentralizado. En octubre de 2015, el Papa Francisco, conmemorando el 50 aniversario de esta institución, había expresado el deseo de un camino común de "laicos, pastores, Obispo de Roma" a través del "fortalecimiento" de la Asamblea de los Obispos y "una sana descentralización". El deseo ahora se hace realidad.

Apertura solemne con el Papa en el Vaticano

Superando cualquier "tentación de uniformidad", pero apuntando a una "unidad en la pluralidad", la apertura del Sínodo tendrá lugar tanto en el Vaticano como en cada una de las diócesis. El camino será inaugurado por el Papa en el Vaticano el 9 y 10 de octubre. Seguirán tres fases – diocesana, continental, universal – que pretenden hacer posible una verdadera escucha del pueblo de Dios y al mismo tiempo implicar a todos los Obispos en los diferentes niveles de la vida eclesial.

Fase diocesana: consulta y participación del Pueblo de Dios

Siguiendo el mismo esquema, es decir, con un momento de encuentro/reflexión, oración y celebración Eucarística, las Iglesias particulares iniciarán su camino el domingo 17 de octubre, bajo la presidencia del Obispo diocesano. "El objetivo de esta fase es la consulta al pueblo de Dios para que el proceso sinodal se realice en la escucha de la totalidad de los bautizados", se lee en el documento. Para facilitar la participación de todos, la Secretaría del Sínodo enviará un Documento Preparatorio, acompañado de un Cuestionario y un Vademécum con propuestas para realizar la consulta. El mismo texto se enviará a los Dicasterios de la Curia, a las Uniones de Superiores y Superioras Mayores, a las uniones o federaciones de vida consagrada, a los movimientos internacionales de laicos, a las Universidades o Facultades de Teología.

Un responsable diocesano

Cada Obispo, antes de octubre de 2021, nombrará un responsable diocesano como punto de referencia y enlace con la Conferencia Episcopal que acompañará la consulta en la Iglesia particular en cada paso. A su vez, la Conferencia Episcopal nombrará un responsable o un equipo como punto de referencia con los responsables diocesanos y la Secretaría General del Sínodo. El discernimiento diocesano culminará con una "Reunión Pre-Sinodal" al finalizar la consulta. Las contribuciones se enviarán a su propia Conferencia Episcopal, en la fecha que ésta determine.

El discernimiento de los Pastores

A continuación, corresponderá a los Obispos reunidos en Asamblea abrir un período de discernimiento para "escuchar lo que el Espíritu ha suscitado en las Iglesias que se les ha confiado" y hacer una síntesis de las aportaciones. La síntesis se enviará a la Secretaría del Sínodo, así como las contribuciones de cada Iglesia particular. Todo esto se hará antes de abril de 2022. Del mismo modo, también se recibirán las aportaciones enviadas por los Dicasterios, Universidades, Unión de Superiores Generales, Federaciones de Vida Consagrada, movimientos. Una vez obtenido el material, la Secretaría General del Sínodo elaborará el primer Instrumentum Laboris, que servirá de esquema de trabajo para los participantes en la Asamblea del Vaticano y que será publicado en septiembre de 2022 y enviado a las Iglesias particulares.

Fase continental: diálogo y discernimiento

Comienza así la segunda fase del camino sinodal, la "continental", prevista hasta marzo de 2023. El objetivo es dialogar a nivel continental sobre el texto del Instrumentum laboris y realizar así "un nuevo acto de discernimiento a la luz de las particularidades culturales de cada continente". Cada reunión continental de los Episcopados nombrará a su vez, antes de septiembre de 2022, un responsable que actuará como referente con los propios Episcopados y la Secretaría del Sínodo. En las Asambleas Continentales se elaborará un documento final que se enviará en marzo de 2023 a la Secretaría del Sínodo. Paralelamente a las reuniones continentales, también deberán celebrarse Asambleas Internacionales de especialistas, que podrán enviar sus contribuciones. Por último, se redactará un segundo Instrumentum Laboris, que se publicará en junio de 2023.

Fase universal: los Obispos del mundo en Roma

Este largo camino, que pretende configurar "un ejercicio de colegialidad dentro del ejercicio de la sinodalidad", culminará en octubre de 2023 con la celebración del Sínodo en Roma, según los procedimientos establecidos en la Constitución promulgada en 2018 por el Papa Francisco Episcopalis Communio.

Presencia de María en el origen de la Iglesia

María desempeña su papel de Madre de la Iglesia, favoreciendo la comprensión entre los Apóstoles.

Por: SS Juan Pablo II

SS Juan Pablo II durante la audiencia general del miércoles 6 de septiembre de 1995

1. Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis a profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió perfectamente la santidad y constituye su modelo.

Es lo mismo que hicieron los padres del concilio Vaticano II: después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histórico-salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia.

2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres de los Apóstoles (Hch. 1, 13), afirma: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos (Hch. 1, 14).

En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario con respecto al ministerial o jerárquico.

3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en el cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres a la vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relaciones personales y progresar en la unión de los corazones.

"Bendita tú entre las mujeres" (Lc. 1, 42), María cumple de modo eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que ella, la concordia y el amor?

Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido una misión, son igualmente miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo.

4. La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (cf. Hch. 1, 14), evoca el papel que desempeñó en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (cf. Lc. 1, 35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados.

La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo singular con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio del Calvario.

Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra notable importancia. Después de la ascensión, y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.

5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba en el cenáculo "con los hermanos de Jesús" (Hch. 1, 14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: "Quien cumpla la voluntad de Dios, -había dicho Jesús-, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc. 3, 34).

En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a María "la madre de Jesús" (Hch. 1, 14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.

El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.

Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.

Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda.

6. Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos.

Treinta días de oración a la Reina del Cielo. Flores del 21 al 25 mayo

Devoción a la Virgen a lo largo del mes de mayo con audio

Flor del 21 de mayo: María en la Resurrección

Meditación: María en la soledad, María en el dolor esperaba en la Resurrección la promesa del Señor. Ella era dueña de toda fortaleza, con su Corazón enllagado esperaba el cumplimiento de lo por su Hijo anunciado. No tenia una fe débil, como la de los apóstoles, Ella creía que su Hijo resucitaría. En el dolor, la esperanza…en el dolor, la fe…en el dolor, sólo buscarlo a El. Oh alma mía, si alguna vez te agobia el peso de la cruz, confía en las delicias de la Divina Bondad, que Ella te consolará, te abrazará, te hará esperar segura de que Dios jamás te abandonará y te la hará más llevadera, anticipando los regalos eternos que se nos reservan en el Paraíso.

Oración: ¡María fortaleza de toda agonía, María esperanza mía!, fortaléceme en la fe y en la esperanza también, seguro de que al Rey me haréis ver. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Meditar y hallar el dolor y el temor de este día, y entregarlo a María confiado en que será Ella la que intercederá ante su Hijo para que El se haga cargo de nuestra vida.


Flor del 22 de mayo: María esperando el Espíritu Santo

Meditación: Reunida en Jerusalén, María aguardaba junto a los apóstoles la venida del Espíritu Santo, y lo hacia orando. Ella, que tenía en sí la plenitud de todos los Dones, se refugió en el apostolado, en piadoso retiro para unir su oración a la de los apóstoles. “A cada cual ha dado Dios cargo de su prójimo” dice el apóstol. La oración y el amor nos señalan a Dios como signo de vida interior y santificación, darse por los demás y orar, por los vimos y muertos, por los justos y pecadores, por los conocidos y los que nunca hemos visto, por los que te quieren bien y te quieren mal. ¡Ora y a Dios escucharás!.

Oración: ¡Oh María, la que en Dios siempre confía, oh María, Reina mía!, alcánzame el don de la piedad y enséñame a todo dar, para así con Dios hablar. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Borrar el propio ego, vaciarse interiormente y preparar nuestra alma para que sea un refugio en el que pueda anidar el Espíritu Santo.

Flor del 23 de mayo: María, la alegría del Pentecostés

Meditación: El gran día del Pentecostés llegó y el Espíritu Divino descendió cubriendo a todos con el Fuego del Amor y la Purificación, de Dones los llenó y María llena de alegría vio a los discípulos de su Divino Hijo así bendecidos. Espiritual alegría debe tener toda alma, cuando vea descender Gracias del Cielo sobre sus hermanos, anticipando para Gloria de Dios y bien de la Iglesia, la gran Fiesta.

Oración: ¡Oh Virgen Santa, Madre de alabanza, que descienda sobre todos tus hijos el Espíritu Divino, para que seamos guiados por El y veamos al Rey!. Amén.

Repetir tres veces: Ven Espíritu Santo, ven, por medio de la poderosa intercesión del Corazón Inmaculado de María, Tu Amadísima Esposa, ven.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Invocar a través del Inmaculado Corazón de María, Esposa del Espíritu Divino, la venida del Santo Espíritu sobre nosotros.

Flor del 24 de mayo: María Auxiliadora de los Cristianos

Fiesta de María Auxiliadora

Meditación: “Todos estaban unidos, insistiendo en la oración, con María la Madre de Jesús” (Hechos 1,14). María siempre ha estado presente en todas las persecuciones de la Iglesia, por su ayuda en Lepanto protegió milagrosamente a toda la cristiandad, incluyéndola San Pío X en las Letanías. También es el auxilio de la Iglesia del silencio, ya que todo cristiano fiel “padecerá persecución” (Segunda carta a Timoteo 3,12), pero “de los perseguidos por causa de la Justicia es el Reino de los Cielos” (Mateo 5,10). ¿Defendemos a Cristo y Su Doctrina con la voz, con el corazón y con nuestra labor, o sólo tenemos un corazón tibio y poco digno?. Seamos soldados valientes, enamorados de Jesús y María, quien como Capitana nos defenderá con la Espada de la Justicia y el Manto de la Verdad. Y a través de Ella el Espíritu con Sus Alas nos cubrirá y nada nos pasará.

Oración: ¡Oh María auxilio de los cristianos!, cúbrenos con tu Manto de toda amenaza física y espiritual, para así poder luchar por la Patria Celestial. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Auxiliar a un hermano cercano que esté en dificultad física o espiritual, dando testimonio mediante ésta obra de misericordia de la fe en Cristo a través de Su Madre.

Flor del 25 de mayo: María, refugio de los pecadores

Meditación: Yo pecador, yo que me olvido de Dios, yo que no llevo Su Voz y no doy amor, ¿por qué reclamo obtendré los favores del Señor?. Les puedo responder que por los de la Madre del Juez, ya que la Santa Palabra nos señala “si alguno peca, tenemos un intercesor, ante el Padre: Jesucristo” (Primera carta de Juan 2,1), y El nos dejó Su Madre Santa como Abogada para defender a sus hijos del enemigo y evitar el martirio eterno de no ver el Cielo. Toda alma esforzada que busca este Santo Refugio será protegida y enriquecida conservando la verdadera Vida.

Oración: María refugio de los pecadores, Madre de los confesores, llena de misericordia, escóndenos en tu Corazón para que sólo seamos fieles a vos y al Señor. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Realizar una buena confesión con el firme propósito de llegar a la pureza y humildad de María, para fortalecerme en Ella y no volver a caer.
 
PRECES

Con María, que oraba con los apóstoles esperando el Espíritu Santo, elevemos nuestras súplicas a Dios, diciendo:
R/MPor María, envíanos tu Espíritu Santo.
Para que la buena noticia de la resurrección llegue a todos los pueblos.MR/
Para que crezca el amor a la Iglesia en el corazón de todos los fieles.MR/
Para que a lo largo de este día conservemos la conciencia de que somos hijos de Dios.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…

ORACIÓN

Concédenos, Dios todopoderoso, a los que hemos celebrado las fiestas de Pascua, conservarlas, por tu gracia, en las costumbres y en la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.

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