“He aquí que viene tu rey, humilde, montado sobre un pollino"

Diez cosas que deberías decir a tus monaguillos (con copia también para sus padres) 

Los monaguillos son realmente importantes, pero demasiado a menudo no saben porque

Los monaguillos son REALMENTE importantes [mayúsculas del autor, ndt],  pero demasiado a menudo no saben porqué lo son. Esta es la razón por la que a veces llegan tarde o ni siquiera se presentan. A veces no parecen estar orgullosos de su función porque tal vez nadie les ha dicho la razón de su importancia. Por lo tanto, si ayudas con los monaguillos, si tienes hijos que son monaguillos o si piensas que los monaguillos de tu parroquia deberían tener un aspecto impecable, aprende estas diez cosas para decírselas a tus monaguillos. Esta es la idea: imprime esta entrada de blog y dásela a la persona que forma a los monaguillos o haz copias para los niños y sus padres… Te sorprenderá lo que cambia la celebración cuando los monaguillos son de primera.

Estas son las diez cosas que hay que decirles:

1. No eres necesario
¡Hala! Este no parece el mejor modo de empezar, pero es verdad. El sacerdote puede hacer todo lo que tú haces en la misa. Esto significa que tú estás haciendo en la liturgia algo que es MÁS que útil. Lee los restantes nueve puntos para saber el qué.

2. Eres un testigo silencioso
En cuanto llegues a la iglesia, - veinte minutos antes de que empiece la Misa -, ponte tu sotana y empieza a preparar las cosas para la Misa. Con ello estarás diciendo a todo el que está en la iglesia: «Mirad, es importante llegar temprano. Es importante preparar la misa con respeto. Es importante hacerlo con tiempo y cuidadosamente». Recuerda, la gente está mirando todo lo que haces. Les encanta ver cómo lo haces, por lo que hazlo con reverencia y con cuidado.

3. Las acciones hablan más alto que las palabras
Tienes que estar bien vestido para la misa. No hace falta que te pongas ropa elegante porque la sotana la cubrirá, pero lo que la gente vea debe estar bien. Ponte calzado negro. ¿Deportivas? ¿Deportivas fosforescentes? ¿Botas marrones? ¿Chancletas? ¡Anda ya! ¡Eres mejor que esto! Nada sobre tu apariencia tiene que llamar la atención. Nada de pendientes largos, por favor… ¡esto va también por vosotros, chicos! ¿Y qué decir de las lacas de uña de colores rabiosos y los peinados extravagantes? ¿Y de los tatuajes salvajes o los piercings? ¡Ajá! Esto atrae la atención sobre uno mismo. Todo lo que hagáis tiene que llevar la atención al altar, no a los monaguillos. Niñas, recogeros el pelo. Niños, peinaros. Y por favor, limpiaros la cara para eliminar esos restos de desayuno…

4. El lenguaje corporal habla en voz alta
Cuando te dispongas para la misa muévete más lentamente. En la procesión, muévete con majestuosidad. Vivimos de manera muy rápida y para oír a Dios tenemos que estar en silencio y para ir al mismo paso que Dios tenemos que movernos más lentamente. Dios pasea tranquilamente, se toma las cosas con calma. Está aquí para siempre, por lo que mantén una buena postura y muévete bien y con lentitud. No corras nunca. Lo creas o no, esto ayuda a la gente a entrar en la celebración con la mentalidad adecuada, de manera respetuosa.

5. La procesión es más que el hecho de entrar caminando en la iglesia
La procesión, en sí, es una antigua ceremonia religiosa. Al entrar en la iglesia estás guiando a todos a la presencia de Dios. Esto se remonta al Antiguo Testamento, cuando solían subir en procesión por la colina hasta Jerusalén y el Templo de Dios. La procesión eres tú guiando al pueblo de Dios a través de la tierra salvaje hasta la Tierra Prometida. La procesión es el triunfo real del rey entrando en la ciudad. Por lo tanto, la procesión tiene que hacerse majestuosamente, con solemnidad y dignidad. No corras con torpeza hasta tu sitio.
¡Siente el orgullo de ser un monaguillo en el altar del rey! Cuando lleves la cruz en la cabeza de la procesión, llévala con solemnidad porque le estás diciendo a los fieles: «Mirad, todos estamos llamados a coger nuestra cruz y seguir a Cristo. Este es nuestro estandarte para la batalla. ¡Este es nuestro signo de llamada!». Por lo tanto, lleva la cruz silenciosa y solemnemente como un soldado en un desfile.

6. Ser el que sujeta un cirio o un libro es más de lo que piensas
¿Eres el que llevas el cirio? Estás diciendo: «Todos llevamos en nuestros corazones la luz de Cristo que hemos recibido en el Bautismo. Somos las luces en la oscuridad, las estrellas brillantes del universo». Los cirios acompañan a la cruz y al Evangelio porque el Evangelio y la cruz traen la luz al mundo. ¿Sujetas o llevas el libro? Representas a los evangelistas y a los apóstoles que llevaron la palabra de Dios al mundo. También nos recuerdas que estamos llamados a llevar la Buena Nueva del amor de Dios a todo el mundo.

7. Sois los ángeles ante el Trono
En el momento del Santo, Santo, Santo debéis ir a los escalones que conducen al altar y arrodillaros para la oración de la consagración. En este momento representáis a los ángeles de Dios que se inclinan ante el trono de Dios en adoración.
Dije esto una vez a mis monaguillos cuando los estaba formando y una de las madres dijo: «¡Usted bromea!». Ella bromeaba, pero esto dice claramente que vosotros, chicos y chicas normales y comunes, representáis a los ángeles ante el trono de Dios. Arrodillaos en la consagración. Tocad la campanilla con cuidado y belleza. El modo como vosotros adoréis en este momento elevará los corazones y las mentes de toda la gente. Si sois respetuosos, si estáis en silencio, todo ello con sinceridad, ayudaréis a todos a entrar más profundamente en la belleza de lo sagrado.

8. Servid el altar con actos rituales
Haced una reverencia ante el altar. Haced una pequeña reverencia al sacerdote y al diácono después de que hayan cogido los elementos y se hayan lavado las manos. Estos pequeños actos rituales ayudan a la gente a entrar en una actitud ritual. Lo ritual trasciende nuestras propias personalidades y nos hace más grandes que nuestras pequeñas vidas ordinarias.

Cuando servís en el altar de una manera ritual estáis ayudando a elevar los corazones y las mentes de todos. Realizad las acciones con solemnidad y dignidad. Este lenguaje visual ayuda a elevar la mente de las personas a Dios. Ni siquiera se dan cuenta. ¿Es genial, verdad?

9. Siente orgullo por lo que haces
Sé fiel a tus tareas porque Dios te es fiel a ti. Presta atención a los detalles porque Dios está en los detalles. Convierte tus acciones en oraciones porque todo lleva a Dios si nosotros lo permitimos. Lo que estás haciendo es un servicio a Dios y abrirá tu corazón y te acercará a Él incluso cuando no te des cuenta de ello. Si te sientes orgulloso por servir bien en el altar, te sorprenderás al ver cómo esto empieza a afectar a toda tu vida. Pronto te sentirás orgulloso de tu aspecto, de tu trabajo en el colegio, tu deporte y tus amigos.

10. Eres muy necesario
¿Dije que no eras necesario? Lo que quería decir es que eres MÁS que necesario: eres vital porque estás realizando no sólo un papel funcional, sino un papel simbólico, y el simbolismo es el lenguaje de la adoración.

Tus acciones en la misa son mucho más simbólicas de lo que tú piensas y el modo como sirvas en la misa acercará a la gente a Dios.

Eres más que necesario porque la belleza es más que necesaria y lo que estás haciendo es bello.

Hay demasiada poca belleza en nuestro mundo brutal, y al dedicar tu tiempo a hacer algo bello por Dios está haciendo del mundo un lugar mejor. ¡No te avergüences de esto y no subestimes tu importancia!

El Papa muestra un cuadro de Santa Teresa

"Que el ejemplo de la santa infunda valentía a las nuevas generaciones"
Papa: "Santa Teresa fue una comunicadora incansable del Evangelio"
Pide a los jóvenes que tengan el "valor para huir de la mediocridad y la tibieza"

Redacción, 28 de marzo de 2015 a las 12:55

Tras reconocer el papa que su corazón está "hoy en Ávila", ha desgranado los consejos que, de vivir en estos días la santa, daría

El papa Francisco ha destacado en una carta dirigida al general del Carmelo Descalzo, Saverio Cannistrá, y que éste ha leído hoy, que Santa Teresa de Jesús, que nació hoy hace 500 años en Ávila, fue una "comunicadora incansable del Evangelio" que "no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba".

En la misiva, leída por Cannistrá al final de la misa celebrada en el convento-casa natal de la Santa en la capital abulense, el papa, que confirmó que no visitaría España este 2015, ha destacado de la impulsora de la reforma teresiana su dimensión "misionera y eclesial", dos características que, a su juicio, han distinguido también a la Orden del Carmelo Descalzo.

También ha subrayado el papa Francisco ese"cimiento" sobre el que asentó sus conventos, con "fraternidad" y "humildad".

No ha sido el único mensaje del pontífice en el día en el que se cumplen los 500 años del nacimiento de la santa andariega, ya que el obispo de Ávila, Jesús García Burillo, también ha leído, en el transcurso de la misma misa y ante unas 350 personas en el interior del templo y otras 550 que han seguido la Eucaristía desde el exterior, otra misiva suya.

En ella, el papa Francisco repasa los valores de la reformadora del Carmelo y sus andanzas no sólo en Ávila sino en "otros lugares que conservan su memoria" y "por los que pasó con sus sandalias desgastadas".

Tras reconocer el papa que su corazón está "hoy en Ávila", ha desgranado los consejos que, de vivir en estos días la santa, daría a religiosos, sacerdotes, laicos, familias y jóvenes.

A estos últimos, ha lanzado un mensaje especial, para que tengan el "valor para huir de la mediocridad y la tibieza", albergando en su alma "grandes deseos, nobles aspiraciones dignas de las mejoras causas".

"Que el ejemplo de la santa infunda valentía a las nuevas generaciones, para que no se les arrugue el ánima y el ánimo", ha dicho, parafraseando el "Camino de Perfección" de Santa Teresa.

En este sentido, antes de comenzar la celebración Eucarística, el superior general del Carmelo Descalzo ha subrayado, en declaraciones a los medios, que Teresa aporta la luz de la que ella goza para "iluminar" los caminos que "a veces pasan por momentos de oscuridad", tanto "a nivel exterior como interior".

También la santa aporta, a su juicio, calor, porque los corazones se sienten "muchas veces solos y no queridos", lo que lleva a "perder el sentido de la esperanza y la perspectiva de futuro".

El obispo de Ávila, Jesús García Burillo, ha subrayado que en esta jornada se debe dar "gracias a Dios", porque "ha hecho el gran regalo de Teresa de Jesús a la Iglesia y a toda la humanidad", por los valores "no sólo eclesiales sino humanos" de la santa y como mujer, emprendedora, escritora o economista", que pueden dar solución a los "problemas que tiene en este momento la sociedad".

"Si tuviéramos un poquito más de fraternidad, austeridad y servicio a los demás seguramente las cosas nos irían mejor", ha añadido.

Por su parte, la consejera de Cultura y Turismo de la Junta, Alicia García destacado que hoy es el "día más importante" del V Centenario y que la santa es "el mejor patrimonio de Ávila, junto a su muralla", y además, en su opinión, "la mejor mujer de la historia". (RD/Agencias)

Texto completo de la Carta del Santo Padre:

Al Revdmo. P. Saverio Cannistrà, Prepósito general de la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo

Querido Hermano:
Al cumplirse los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia del Carmelo descalzo - religiosas, religiosos y seglares - por el carisma de esta mujer excepcional.

Considero una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios. Se trata de un motivo más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir "la chispa inspiradora" que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades. (cf. Carta a los Consagrados, 21 noviembre 2014).

¡Cuánto bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la Iglesia!

1. Santa Teresa es sobre todo maestra de oración. En su experiencia, fue central el descubrimiento de la humanidad de Cristo. Movida por el deseo de compartir su experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en "tratar de amistad con quien sabemos nos ama" (Vida 8,5). Muchas veces la misma narración se convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo interior con Cristo. La de Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día; surgía espontánea en las ocasiones más variadas: "Cosa recia sería que sólo en los rincones se pudiera traer oración" (Fundaciones 5, 16). Estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta. La Santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.

Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.

2. A partir de su encuentro con Jesucristo, Santa Teresa vivió "otra vida"; se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida 23,1). Deseosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió - dice ella - "hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo" (Camino 1,2). Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando "con Dios negocios de poca importancia" cuando estaba "ardiendo el mundo" (Camino 1,5). Esta dimensión misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo. Como hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.

3. Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica vida comunitaria. Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios fue la fraternidad: "Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar" (Camino 4,7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste "todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo" (Camino 12,2) y poner cuanto somos al servicio de los demás. Para evitar este riesgo, la Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28).

Lo contrario es lo que ella llama la "negra honra" (Vida 31,23), fuente de chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los otros. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios. Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno y de la maternidad de la Iglesia, presentando al Señor las necesidades de nuestro mundo, desgarrado por las divisiones y las guerras.

Querido hermano, no quiero terminar sin dar las gracias a los Carmelos teresianos que encomiendan al Papa con una especial ternura al amparo de la Virgen del Carmen, y acompañan con su oración los grandes retos y desafíos de la Iglesia. Pido al Señor que su testimonio de vida, como el de Santa Teresa, transparente la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca. A toda la familia teresiana imparto mi Bendición Apostólica.

Domingo de Ramos

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.

Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.

Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.

Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Esta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.

Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras... porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.

Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.

José Antonio Pagola. Domingo de Ramos – B (Marcos 14,1-15,47). 29 de marzo 2015

DOMINGO DE RAMOS   (Mc 11, 1-10; Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1-15, 47)

PREGÓN DE PASIÓN

Cuando se cumple hoy la cuarentena de preparación para la Pascua, y entramos en la Semana Mayor, muchos son los aspectos que podríamos meditar.

En los textos que se proclaman en la liturgia de este domingo, deseo fijarme en la concurrencia de los términos “manto”, “vestido”, “ropa” y “túnica”. A primera vista, parece que no tienen nada que ver el gesto de quienes se quitan sus mantos para aparejar el burro o para alfombrar el camino -“Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos” (Mc 11, 8)-, con los demás textos, aunque se citan términos semejantes: “Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica” (Sal 21). “Lo vistieron de púrpura.

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa” (Mc 15,20). En el primer caso es un momento de euforia colectiva de las gentes de Jerusalén; en el segundo se trata de la opción total de Jesús de entregar su vida por amor. En las Sagradas Escrituras, el manto, el vestido y la túnica, son algo más que una pieza de tela para cubrir el cuerpo; significan la propia identidad y la dignidad de la persona, de ahí que dar el manto y la capa es darse enteramente a sí mismo, y echar el manto a los pies del Señor es gesto y obsequio de fe y de reconocimiento total, aunque en el caso del Domingo de Ramos las expresividades, tanto verbales como gestuales, se puedan explicar como reacción emocional colectiva. San Pablo alude al rebajamiento de Jesús, quien “se despojó de su rango” (Flp 2,7). Los relatos de la Pasión narran cómo le quitaron los soldados las ropas al Señor, en actitud de sorna y de desprecio. Y le crucificaron, y repartieron sus vestiduras, echando suertes sobre ellas, para ver qué se llevaría cada uno (Mc 15, 24). Todas estas imágenes, en el pórtico de la Semana Santa, nos invitan a tomar la actitud de entrega del Señor, como quien cambia de vida o se reafirma en el seguimiento evangélico. Estos días, muchos se revestirán con capirotes y distintos atuendos, con el deseo de acompañar de manera penitencial al Señor. No debiera ser artificial ninguna identificación cristiana, sino, por el contrario, debería manifestar una confesión radical de pertenencia al Nazareno.

SANTA TERESA
Dos consejos semejantes nos ofrece la maestra espiritual, que podemos seguir no solo estos días, sino siempre: “Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en el portal de Belén adonde nació, y la cruz adonde murió (Camino de Perfección 2, 9). Parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen Sacratísima, cuyo hábito traemos (Camino de Perfección 13, 3). Todos llevamos el hábito de la naturaleza humana, la que recibió Cristo en las entraña de María, su Madre, y

Evangelio según San Marcos 14,1-72.15,1-47. 

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. 
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo". 

Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. 

Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche de perfume? 

Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres". Y la criticaban. 

Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. 

A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. 

Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. 
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo". 

Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. 

Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo. 

El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?". 

El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua.

Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'. 

El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario". 

Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. 

Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. 

Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo". 

Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré yo?". 

El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. 

El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". 

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo". 

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. 

Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. 

Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios". 
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. 
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. 
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea". 
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré". 
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces". 
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos decían lo mismo. 
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense aquí, mientras yo voy a orar". 
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. 
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando". 
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. 
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". 

Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? 
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil". 
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. 
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. 
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar". 
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. 
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado". 
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y lo besó. 
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. 
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. 
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. 
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras". 
Entonces todos lo abandonaron y huyeron. 
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo. 

Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. 
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. 
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. 
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban. 
Algunos declaraban falsamente contra Jesús: 
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'". 
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. 
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: "¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?". 

El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?". 
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo". 
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron que merecía la muerte. 
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también los servidores le daban bofetadas. 
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo:

"Tú también estabas con Jesús, el Nazareno". 
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". Luego salió al vestíbulo. 
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: "Este es uno de ellos". 
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo". 
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. 
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces". Y se puso a llorar. 
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. 
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices". 
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. 

Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!". 
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. 
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. 
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. 
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. 
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?". 
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. 
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. 
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?". 
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!". 
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!". 
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. 

Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. 
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. 
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los judíos!". 
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje. 
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo. 
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. 
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo". 
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. 
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. 

Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. 
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos". 
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, 
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!". 
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! 
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!". También lo insultaban los que habían sido crucificados con él. 
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; 
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". 
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías". 
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo". 
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró. 
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. 
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!". 
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén. 

Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. 

Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. 

Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. 

Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. 

María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto. 

Una homilía, atribuida a San Epifanio de Salamina (hacia 403) obispo 

Homilía 1 para el domingo de Ramos; PG 43,427ss

“He aquí que viene tu rey, humilde, montado sobre un pollino, ...(cf Za 9,9)

“Hija de Sión, alégrate!” Goza, Iglesia de Dios; “he aquí que viene tu rey” (Cf Za 9,9). Sal a su encuentro, apresúrate para contemplar su gloria. He aquí la salvación del mundo: Dios viene hacia la cruz, y el Deseado de las naciones (Ag 2,8 Vulgata) entra en Sión. La luz viene, gritemos con el pueblo: “Hosana al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor.” (Sal 117) El Señor Dios nos ha aparecido a nosotros que estábamos en las tinieblas y las sombras de la muerte (Lc 1,79) Se manifestó, resurrección de los que duermen, liberación de los cautivos, luz de los ciegos, consuelo de los afligidos, descanso de los débiles, fuente de los sedientos, vengador de los perseguidos, rescate de los perdidos, unión de los divididos, médico de los enfermos, salud de los descarriados.

Ayer, Cristo resucitaba a Lázaro; hoy él mismo avanza hacia la muerte. Ayer arrancó a Lázaro de los lazos que lo retenían; hoy, tiende las manos a los que quieren maniatarlo. Ayer, arrancaba a los hombres de la tinieblas; hoy, por los hombres, se adentra en las tinieblas y las sombras de la muerte. Y la Iglesia está de fiesta. Comienza la fiesta de las fiestas, porque recibe al rey, su esposo, porque su rey está en medio de ella.

Domingo de Ramos - Mc, 11,1-10; Is 50,4-7; Fl 2,6-11; Mc 14, 1-15,47

Gritos de los pueblos

Jesús es aclamado al entrar en Jerusalén. Es aclamado por el pueblo sencillo, los niños, los pequeños, para aquellos de quien había dicho el mismo Jesús que eran los que captar el misterio del Reino, aquellos que están exentos de prejuicios y de intereses de casta privilegiada, para aquellos que, desde de su bondad natural, sintonizaban con la gran bondad espontánea y afectiva del Maestro.

Y éstos, con sus gritos y clamores, con sus palmas y con sus mantos, son auténticos intérpretes de la figura y persona de Jesús, sobre un pollino. El reconocen como el que viene en nombre del Señor, y lo que viene a instaurar el auténtico Reino de David. Y nosotros, desde nuestra perspectiva de fe reconocemos el triunfo de la sencillez de Jesús sobre los poderes de este mundo, de la pobreza sobre la riqueza, del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. La escena de la entrada de Jesús en Jerusalén es el anuncio profético de la resurrección. Renovamos, pues, nuestra fe, todo acompañándolo en su camino hacia la Pascua.

Gritos de los poderosos

Jesús recibe también un gran clamor de sentido totalmente contrario: "Crucifícalo!" Es el grito de los poderosos en dinero y en jerarquía religiosa, que se sienten acusados ​​y puestos en evidencia por Jesús. Y recurren al clamor de rechazo de los que se sienten desmontados y humillados. Los sobra Jesús, les molesta, y por tanto, siguiendo sus tácticas de engañar a la gente los hacen llamar: "Crucifícalo!". Es el grito de la impotencia ante la fuerza de la verdad y del amor que quiere transmitir Jesús.

Grito de Jesús

Y de aquel que fue aclamado por la gente sencilla y denostado por los poderosos también, en el último momento en la cruz lanzó él su gran grito. Es el grito del dolor físico por las diversas torturas de todo el proceso en manos de los verdugos, con sus latigazos atado a la columna, con las burlas de la corona de espinas y los golpes de martillo a llaves de manos y pies.

Es el grito del dolor psicológico del que se siente solo, porque ha sido abandonado por la gente que él tanto amó y por el mal resultado y el fracaso, desde el punto de vista humano, de su misión.

Pero el grito de Jesús en la cruz es también una oración a su Padre para que perdone el pecado de los que le han llevado hasta allí y es, al mismo tiempo, expresión de confianza en su Padre, es una oración para que el Padre del acoja en su gloria.

Gritos de hoy

Y nosotros, hoy, en este grito debemos sentir, con el oído y con el corazón, el clamor del dolor, de tanto dolor, en las personas en soledad, en los hogares de desavenencias, en los hospitales, en los campos de refugiados, en los que pierden un ser querido, en los que carecen de los más necesario, en los que son perseguidos por la justicia y la fe.

Hoy contemplando y sintiendo el grito de Jesús, debemos procurar no hacernos los sordos, especialmente al grito de los que tenemos cerca. Intentamos, por lo menos, suavizar su grito y su dolor con las palmas y los mantos de nuestra sincera y generosa solidaridad.

Francisco, en el domingo de Ramos

"Humildad quiere decir también servicio y vaciarse de uno mismo"
El Papa en el domingo de Ramos: "El estilo de Dios y de los cristianos es la humildad"

Recuerda a "nuestros hermanos perseguidos, por ser cristianos: los mártires de hoy"

 El camino contrario al de Cristo es el de la mundanidad, que nos ofrece el orgullo, la vanidad y el éxito

(José M. Vidal).- Solemne procesión de Ramos. Cardenales, obispos, curas, frailes, monjas y fieles portan sus palmas y sus ramos de olivo. La imponente comitiva rodea el obelisco, en torno al cual se ha montado una especie de pequeña entrada a Jerusalén. Allí, al pie del obelisco, un estrado y la silla del Papa. Y allí comienza la liturgia y la bendición de los ramos. Y tras la bendición, la lectura del Evangelio de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

Tras la lectura, la procesión comienza a moverse de nuevo, desde el obelisco hacia la entrada de la Basílica de San Pedro.

Tras la solemne lectura de la Pasión, la homilía del Papa.

Algunas frases de la homilía papal
"En el centro de este celebración, que parece fastuosa, aparece la humillación de Jesús"
"Esta Palabra nos revela el estilo de Dios y de los cristianos: La humildad"
"A un Dios humilde no nos acostunbranos"
"Dios se humilla para caminar con su pueblo y soportar su infidelidad"
"Esta Semana santa andaremos por este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será semana santa para nosotros"
"Éste es el camino de Dios, el camino de la humildad"
"Es el camino de Jesús y no hay otro"
"Y no existe humildad sin humillación"
"Humildad quiere decir también servicio, dejar espacio a Dios"
"Vaciarse de uno mismo"
"El camino contrario al de Cristo es el de la mundanidad, que nos ofrece el orgullo, el éxito"
"También nosotros podremos vencer la tentación de la vanidad y de la mundanidad"
"Hay muchos hombres y mujeres que, en el silenio, renuncian a sí mismos, para ayudar a los demás"
"La humillación de los que son discriminados"
"Pensemos en nuestros hermanos perseguidos, por ser cristianos: los mártires de hoy, que hay tantos"
"No reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino"
"Pongámonos, también nosotros, en este camino de la humildad"
"Será el amor el que nos guíe y nos dé fuerzas"

Texto íntegro de la homilía del Papa en el Domingo de Ramos

En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: «Se humilló a sí mismo» (2,8). La humillación de Jesús.

Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.

Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo el Libro del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.

En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será «santa» también para nosotros.

Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado.

Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.

Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.

Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la «condición de siervo» (Flp 2,7).

En efecto, la humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, «despojándose», como dice la Escritura (v. 7). Esta es la humillación más grande.
Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, también nosotros podemos vencer esta tentación, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.

En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad...

Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy: no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar de "una nube de testigos" (cf. Hb 12,1).
Como ellos, emprendamos también nosotros con decisión este camino, movidos por el amor a nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros (cf. Jn 12,26). 

Amén.

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