Jueves Santo

El Pan y la Comida

La Semana Santa debe ser un tiempo de reflexión, de leer la Palabra de Dios y encontrar el mensaje para nuestra vida. Esta reflexión intenta ayudarnos con esa tarea.

1. LECTURA del texto bíblico ¿Qué dice el texto?

"Por lo que a mi toca, del Señor recibí la tradición que les he transmitido, a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo entregado por ustedes, hagan esto en memoria mía". Igualmente después de cenar, tomó el cáliz y dijo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, cuántas veces beban de él, háganlo en memoria mía". Así pues, siempre que coman de este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que el venga". 1a Cor 11, 23-26

+ San Pablo transmite la tradición recibida del Señor
+ Jesús antes de su pasión nos dio su Cuerpo y su Sangre
+ Hacer esta acción litúrgica es conmemorar la muerte del Señor Jesús

2. EXPLICACIÓN del texto bíblico ¿Qué les dijo a sus primeros destinatarios? Mensaje

San Pablo, coloca este recuerdo de lo que hizo Jesús a favor de los hombres en el contexto de las reuniones que hacía la comunidad de Corinto, a saber, se reunían para alabar a Dios y bendecirlo, pero esas reuniones estaban teniendo otro sentido: sólo se juntaban para comer los alimentos ordinarios y, mientras unos comían mucho otros sólo veían porque no tenían, eso generaba divisiones, sobre todo entre ricos y pobres y para nada buscaban la gracia de Dios. El Apóstol los amonesta y corrige diciendo que en esas reuniones tiene que hacerse lo que él había hecho y enseñado conforme a la tradición recibida de Jesús: tomar el pan y beber el cáliz del Señor. Ese es el fin primario de las Asambleas (Cf. 1a Cor 11, 17-34).

En este contexto, la fidelidad a la tradición tiene un valor sagrado, porque si se sigue tal cual es, conduce a la salvación, pero si no se hace como tal, comemos nuestra propia condenación (Cf. 1a Cor 11, 27-29). Ser fieles a la enseñanza de los apóstoles tiene grandes riquezas espirituales.

Por último, san Pablo pone de manifiesto que Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre por su salvación como símbolo de una nueva alianza, la cual implica, derechos y obligaciones. El derecho es que Dios los va a bendecir abundantemente y el deber es que esa acción siempre tendrá que ser una conmemoración (algo más que un recuerdo) de la salvación realizada por Jesús, siempre en su Nombre. Es una invitación a los Corintios a celebrar con fe, lo que en la Iglesia se llama la última Cena del Señor.

3. APLICACIÓN del texto bíblico ¿Qué nos dice a nosotros hoy? Mensaje

Este texto es una invitación de San Pablo para celebrar la Sagrada Eucaristía con un corazón limpio, alejado de las divisiones y soberbias. Para hacer nuestras reuniones con un sentido eclesial, poniendo a Cristo como cabeza y centro de las mismas.

La Eucaristía es una comida entre hermanos, lo cual implica reconocer la igualdad de relaciones entre los miembros de esta comunidad. La Eucaristía crea la Iglesia, cuando los que participamos en ella nos vemos sin distinción, tenemos los mismos ideales, hablamos el mismo lenguaje y compartimos los mismos sentimientos y padecimientos. Entre nosotros no debe haber diferencias sino relaciones de fraternidad y de solidaridad, esa es la verdadera comunión.

La cena, en familia, adquiere una dimensión antropológica trascendente porque no solo se comparte un mismo alimento sino la vida misma. La mesa (comida-cena) es un espacio privilegiado para poner sobre ella las experiencias vividas cotidianamente. Es un espacio propicio para entregar a los seres amados las victorias y logros del día, pero también las derrotas y fracasos para sobrellevarlas entre todos. Es un banquete celebrativo, por eso debe reunir los elementos de una fiesta.

4. PROFUNDIZACIÓN DEL TEXTO ¿qué cosas más podemos saber del texto?

Los CORINTIOS son los habitantes de una ciudad griega llamada Corinto, considerada puerto de importancia, ubicada cerca del mar a 8 km al suroeste del istmo y actual canal, en el lugar donde hubo una colonia agrupada alrededor de la fuente Peirene, y cuyo origen se remonta al IV milenio a.C. [1]

El CALIZ es la copa utilizada para beber el vino en las fiestas o cenas importantes. En este caso, la Pascua era la fiesta más importante donde se usaba, diciendo en ella las hazañas hechas por Dios a su pueblo (Beraká). Hoy en día, los sacerdotes usan el cáliz en la Sagrada Eucaristía y al ponerle el vino para la consagración dicen: "Bendito seas Señor Dios del universo por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, él será para nosotros bebida de salvación" (Misal Romano).

El PAN que se utilizaba casi siempre era de harina de cebada (Jue 7,3 2Re 4,42 Ez 4,9 Jn 6,9.13); el pan de trigo era un lujo. Comer el pan con alguien significa una comida, un banquete, especialmente una comida de alianza (Gén 31,54 y Lc 14,15). Los panes ácimos: (en hebreo massot) son tortas de pan, delgadas y sin levadura, que se amasaban cuando surgía un compromiso imprevisto (Ex 12,33ss) y en tiempo de la recolección (Rut 2,14 JOS 5,11) [2].

La PASCUA para los judíos era la fiesta que conmemoraba lo que Dios hizo con su pueblo al liberarlo de la esclavitud de los egipcios (Ex 12,11-14), era el paso de la esclavitud a la libertad. La EUCARISTÍA es la nueva pascua de los cristianos, es la fiesta de la liberación porque recuerda y hace presente la RESURRECCION DE JESUS, su paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad [3]. La BENDIDICIÓN de los panes en la Parroquia se hace después de la celebración de la última cena, donde llevamos el pan que abundará en las familias una vez que es puesto en las manos de Dios.

Jueves Santo

2 de abril 2015. Jueves en que Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía, también conocido como la Última Cena.

Significado de la celebración

El Jueves Santo se celebra:

La Última Cena.

El Lavatorio de los pies,

La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio

La oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

En la mañana de este día, en todas las catedrales de cada diócesis, el obispo reúne a los sacerdotes en torno al altar y, en una Misa solemne, se consagran los Santos Óleos que se usan en los Sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos.

En la Misa vespertina, antes del ofertorio, el sacerdote celebrante toma una toalla y una bandeja con agua y lava los pies de doce varones, recordando el mismo gesto de Jesús con sus apóstoles en la Última Cena.

a )Lecturas bíblicas:

Libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14; Primera carta del apóstol San Pablo a los corintios 11, 23-26; Evangelio según San Juan 13, 1-15.

b) La Eucaristía

Este es el día en que se instituyó la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino. Cristo tuvo la Última Cena con sus apóstoles y por el gran amor que nos tiene, se quedó con nosotros en la Eucaristía, para guiarnos en el camino de la salvación.

Todos estamos invitados a celebrar la cena instituida por Jesús. Esta noche santa, Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre. Revivamos este gran don y comprometámonos a servir a nuestros hermanos.

c )El lavatorio de los pies

Jesús en este pasaje del Evangelio nos enseña a servir con humildad y de corazón a los demás. Este es el mejor camino para seguir a Jesús y para demostrarle nuestra fe en Él. Recordar que esta no es la única vez que Jesús nos habla acerca del servicio. Debemos procurar esta virtud para nuestra vida de todos los días. Vivir como servidores unos de otros.

d) La noche en el huerto de los Olivos

Lectura del Evangelio según San Marcos14, 32-42.: 

Reflexionemos con Jesús en lo que sentía en estos momentos: su miedo, la angustia ante la muerte, la tristeza por ser traicionado, su soledad, su compromiso por cumplir la voluntad de Dios, su obediencia a Dios Padre y su confianza en Él. Las virtudes que nos enseña Jesús este día, entre otras, son la obediencia, la generosidad y la humildad.

Los monumentos y la visita de las siete iglesias 

Se acostumbra, después de la Misa vespertina, hacer un monumento para resaltar la Eucaristía y exponerla de una manera solemne para la adoración de los fieles.

La Iglesia pide dedicar un momento de adoración y de agradecimiento a Jesús, un acompañar a Jesús en la oración del huerto. Es por esta razón que las Iglesias preparan sus monumentos. Este es un día solemne.

En la visita de las siete iglesias o siete templos, se acostumbra llevar a cabo una breve oración en la que se dan gracias al Señor por todo su amor al quedarse con nosotros. Esto se hace en siete templos diferentes y simboliza el ir y venir de Jesús en la noche de la traición. Es a lo que refieren cuando dicen “traerte de Herodes a Pilatos”.

La cena de pascua en tiempos de Jesús

Hace miles de años, los judíos vivían en la tierra de Canaán, pero sobrevino una gran carestía y tuvieron que mudarse a vivir a Egipto, donde el faraón les regaló unas tierras fértiles donde pudieran vivir, gracias a la influencia de un judío llamado José, conocido como El soñador.

Después de muchos años, los israelitas se multiplicaron muchísimo en Egipto y el faraón tuvo miedo de que se rebelaran contra su reino.

Ordenó matar a todos los niños varones israelitas, ahogándolos en el río Nilo. Moisés logró sobrevivir a esa matanza, pues su madre lo puso en una canasta en el río y fue recogido por la hija del faraón.

El faraón convirtió en esclavos a los israelitas, encomendándoles los trabajos más pesados.

Dios eligió a Moisés para que liberara a su pueblo de la esclavitud. Como el faraón no accedía a liberarlos, Dios mandó caer diez plagas sobre Egipto.

La última de esas plagas fue la muerte de todos los primogénitos del reino.

Para que la plaga no cayera sobre los israelitas, Dios ordenó a Moisés que cada uno de ellos marcara la puerta de su casa con la sangre de un cordero y le dio instrucciones específicas para ello: En la cena, cada familia debía comerse entero a un cordero asado sin romperle los huesos. No debían dejar nada porque al día siguiente ya no estarían ahí. Para acompañar al cordero debían comerlo con pan ázimo y hierbas amargas. La hierbas amargas ayudarían a que tuvieran menos sed, ya que tendrían que caminar mucho en el desierto. El pan al no tener levadura no se haría duro y lo podían llevar para comer en el camino. Les mandó comer de pie y vestidos de viaje, con todas sus cosas listas, ya que tenían que estar preparados para salir cuando les avisaran.

Al día siguiente, el primogénito del faraón y de cada uno de los egipcios amaneció muerto. Esto hizo que el faraón accediera a dejar a los israelitas en libertad y éstos salieron a toda prisa de Egipto. El faraón pronto se arrepintió de haberlos dejado ir y envió a todo su ejército para traerlos de nuevo.

Dios ayudó a su pueblo abriendo las aguas del mar Rojo para que pasaran y las cerró en el momento en que el ejército del faraón intentó pasar.

Desde ese día los judíos empezaron a celebrar la pascua en la primera luna llena de primavera, que fue cuando Dios los ayudó a liberarse de la esclavitud en Egipto.

Pascua quiere decir “paso”, es decir, el paso de la esclavitud a la libertad. El paso de Dios por sus vidas.

Los judíos celebran la pascua con una cena muy parecida a la que tuvieron sus antepasados en la última noche que pasaron en Egipto.

Las fiesta de la pascua se llamaba “Pesaj” y se celebraba en recuerdo de la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. Esto lo hacían al llegar la primavera, del 15 al 21 del mes hebreo de Nisán, en la luna llena.

Los elementos que se utilizaban en la cena eran los siguientes:

  • El Cordero: Al salir de Egipto, los judíos sacrificaron un cordero y con su sangre marcaron los dinteles de sus puertas.
  • Karpas: Es una hierba que se baña en agua salada y que recuerda las miserias de los judíos en Egipto.
  • Naror: Es una hierba amarga que simboliza los sufrimientos de los hebreos durante la esclavitud en Egipto. Comían naror para recordar que los egipcios amargaron la vida sus antepasados convirtiéndolos en esclavos.
  • Jarose: Es una mezcla de manzana, nuez, miel, vino y canela que simboliza la mezcla de arcilla que usaron los hebreos en Egipto para las construcciones del faraón.
  • Matzá: Es un pan sin levadura que simboliza el pan que sacaron los hebreos de Egipto que no alcanzó a fermentar por falta de tiempo.
  • Agua salada: Simboliza el camino por el Mar Rojo.
  • Cuatro copas de vino: Simbolizan cuatro expresiones Bíblicas de la liberación de Israel.
  • Siete velas: Alumbran dan luz. Esta simbolizan la venida del Mesías, luz del mundo.

La cena constaba de ocho partes:

1. Encendido de las luces de la fiesta: El que presidía la celebración encendía las velas, todos permanecían de pie y hacían una oración.

2. La bendición de la fiesta (Kiddush): Se sentaban todos a la mesa. Delante del que presidía la cena, había una gran copa o vasija de vino.

Frente a los demás miembros de la familia había un plato pequeño de agua salada y un plato con matzás, rábano o alguna otra hierba amarga, jaroses y alguna hierba verde.

Se servía la primera copa de vino, la copa de acción de gracias, y les daban a todos los miembros de la familia. Todos bebían la primera copa de vino. Después el sirviente presentaba una vasija, jarra y servilleta al que presidía la celebración, para que se lavara sus manos mientras decía la oración. Se comían la hierba verde, el sirviente llevaba un plato con tres matzás grandes, cada una envuelta en una servilleta. El que presidía la ceremonia desenvolvía la pieza superior y la levantaba en el plato.

3. La historia de la salida de Egipto (Hagadah) Se servían la segunda copa de vino, la copa de Hagadah. Alguien de la familia leía la salida de Egipto del libro del Éxodo, capítulo 12. El sirviente traía el cordero pascual que debía ser macho y sin mancha y se asaba en un asador en forma de cruz y no se le podía romper ningún hueso. Se colocaba delante del que presidía la celebración les preguntaba por el significado de la fiesta de Pesaj. Ellos respondían que era el cordero pascual que nuestros padres sacrificaron al Señor en memoria de la noche en que Yahvé pasó de largo por las casas de nuestros padres en Egipto. Luego tomaba la pieza superior del pan ázimo y lo sostenía en alto. Luego levantaba la hierba amarga.

4.Oración de acción de gracias por la salida de Egipto: El que presidía la ceremonia levantaba su copa y hacía una oración de gracias. Colocaba la copa de vino en su lugar. Todos se ponían de pie y recitaban el salmo 113.

5. La solemne bendición de la comida: Todos se sentaban y se bendecía el pan ázimo y las hierbas amargas. Tomaba primero el pan y lo bendecía. Después rompía la matzá superior en pequeñas porciones y distribuía un trozo a cada uno de los presentes.

Ellos lo sostenían en sus manos y decían una oración. Cada persona ponía una porción de hierba amarga y algo de jaroses entre dos trozos de matzá y decían juntos una pequeña oración.

6. La cena pascual: Se llevaba a cabo la cena.

7. Bebida de la tercera copa de vino: la copa de la bendición.- Cuando se terminaban la cena, el que presidía tomaba la mitad grande de la matzá en medio del plato, la partía y la distribuía a todos los ahí reunidos. Todos sostenían la porción de matzá en sus manos mientras el que presidía decía una oración y luego se lo comían. Se les servía la tercera copa de vino, “la copa de la bendición”. Todos se ponían de pie y tomaban la copa de la bendición.

8. Bendición final: Se llenaban las copas por cuarta vez. Esta cuarta copa era la “Copa de Melquisedec”. Todos levantaban sus copas y decían una oración de alabanza a Dios. Se las tomaban y el que presidía la ceremonia concluía la celebración con la antigua bendición del Libro de los Números (6, 24-26).

Día de la Caridad:
En México, los obispos, han establecido que el Jueves Santo sea el día de la caridad. El objetivo de esto no es llevar a cabo una colecta para los pobres, sino mas bien el impulso de seguir el ejemplo de Jesús que compartió todo su ser.

El Amor que se entrega

Entramos en la gran semana de los cristianos como la ha llamado un Padre de la Iglesia. En el JUEVES SANTO celebramos de manera especial el AMOR. El anuncio de un amor que se entrega libremente. A los que yo amo los reprendo y los corrijo; sé ferviente y enmiéndate. Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos (Apoc 3,19)

La Iglesia abre hoy la puerta a quien está llamando: ábreme, amada mía, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío, mis rizos, del relente de la noche…(Ct 2,2)

Tú eres Iglesia, Él, tu Amado, quiere sentarse a tu mesa y decirte su amor; en la nostalgia de un atardecer especial quiere hacerte confidencias de amor; quiere tener contigo palabras y gestos inolvidables. Son muchos, este Amado que viene con la cabeza cuajada de rocío, con el frío de la noche y que necesitan sentarse a la mesa.

No dejes sitios vacíos en tu mesa. Si es necesario llama a otras familias, llama a otros invitados. En la mesa del Señor no puede haber sitios vacíos, ni quiere Él que haya sobra de alimentos. Como una madre que desea que su hijo pequeño lo coma todo.

A los que yo amo los reprendo y los corrijo… Y esto hace Jesús este atardecer único: reprende a Pedro, le corrige… ¡Tanto tiempo que está conmigo y todavía no me conoces Pedro! No ha percibido en todo el tiempo que ha convivido con Jesús que la vida, la auténtica vida es servicio. Que la vida verdadera es aquella que lleva a pasar haciendo el bien, sirviendo el bien, con la palabra y con el gesto. La palabra y el gesto capaces de llegar al corazón y quemar como comenta el poeta:

Amor de ti nos quema
Amor que es hambre
de las entrañas
Hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
Solo comerte nos apaga el ansia
Pan de inmortalidad, carne divina

(Unamuno, El Cristo de Velazquez)

No solo nos quema este amor, sino que nos lleva a morir
De amor se muere
y muriendo de amor vida recobra
vida que nunca muere

Si uno me oye y me abre entraré en su casa y cenaremos juntos. Ábrele. Es el Amor que te llama. Deja que tu corazón oiga y acoja el Amado. Porque necesitas aprender el lenguaje del amor. De amor se muere sí, pero muriendo de amor se recobra vida que nunca ya muere. Sacia hoy en esta mesa de la Eucaristía tu nostalgia de vida y de amor. Siéntate a su mesa. Pero no dejes sitios vacíos, llama a muchos a esta mesa, a contemplar el gesto del Amado.

Comprendéis lo que he hecho con vosotros…Vosotros debéis hacer lo mismo. Os he dado ejemplo. Seréis dichosos si lo hacéis…. Hacedlo lo mismo, como yo lo he hecho.

El mundo, el hombre de hoy necesita este servicio.

¿Cuánto tiempo llevas como cristiano, como monje…? Hemos aprendido la lección del amor? ¿hemos aprendido este gesto del servicio?

El Amigo halló a un hombre que moría sin amor. Y el Amigo lloró por la ofensa que esta muerte hacía a su Amado. Dijo al moribundo: ¿Por qué mueres sin amor? –El hombre respondió: Porque yo jamás he hallado a nadie que me enseñara la doctrina del amor, porque nadie ha nutrido mi espíritu para hacer de mí un enamorado. Y el Amigo dijo suspirando y llorando: ¡Oh devoción! Cuando será lo bastante amplia para echar fuera el pecado y para dar a mi Amado una legión de fervientes y valientes enamorados para cantar por siempre sus perfecciones? (R.Llull, Libro del Amigo y del Amado, nº 209)

Jamás nadie me ha enseñado la doctrina del amor. El cristiano, el monje están llamados a estar enamorados del Amor, y ser a la vez testigos del amor, instrumentos del Amor en este mundo. Esta semana tiene unas celebraciones para contemplar el amor, y aprender los caminos del amor. Fundamentalmente es el camino del servicio.

Y el VIERNES SANTO celebramos el AMOR hasta el extremo, manifestado en la CRUZ. El camino del servicio, es el camino de la CRUZ

También la cruz es una mesa. Una mesa muy especial. Una mesa hecha de dos maderos cruzados. Hoy la mesa es una cruz. Son muchos, innumerables, los que están sentados en esta mesa. Habría que añadir algo más, o mejor: pensar que somos fabricantes de mesas en cruz.

¿Acaso no es fabricar cruces, innumerables cruces vender en el año más de 3.900 millones de armas, después de pasar en 10 años de 400 a 3.900, y ser los séptimos en el mundo en la venta de estas cruces?

¿Acaso no es fabricar cruces que nuestro planeta tenga 218 millones de niños entre 5 y 17 años, en condiciones de esclavitud, en trabajos forzosos, explotación sexual, niños soldados…?

¿Acaso no es fabricar cruces que en nuestro planeta haya 870 millones hundidos en la miseria del hambre y griten también que tienen sed de saciarse, cuando en el planeta estamos 7.000 millones pero se produce alimentos para saciar a 12.000 millones?

Esta es una pequeña muestra de la inmensa fabricación de cruces de nuestra sociedad. Porque hay muchos otros espacios de nuestra sociedad donde se fabrican cruces. Aquí, por desgracia, no hay paro.

Fabricamos muchos cruces pero no para que queden vacías. Inmediatamente las llenamos de crucificados.

Y hoy Viernes Santo volvemos a escuchar el grito en la celebración litúrgica:

Mira el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo

Pero, acaso, antes tendríamos que cambiar el verbo de esta frase para que nos llegue el sonido con más actualidad, y decir:

Mira el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo

Porque el que estuvo clavado como salvación del mundo dijo también: Lo que hicisteis con uno de estos más humildes conmigo lo hicisteis…

Por tanto si ayer estuvimos sentados a la mesa de la Eucaristía con el Señor, que nos manifestó el más profundo y entrañable amor, hoy hemos de tener el coraje de mirar al árbol de la cruz. Ayer Cristo en la Ultima Cena nos enseñaba la necesidad del servicio para ser cristiano. Hoy nos pide mirar el árbol de la Cruz, su Cruz. Hoy hemos de saber aguantar el silencio de Dios y mirar el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo, es decir tu salvación, la mía, la de toda persona humana.

Hoy hemos de aguantar el silencio de Dios y mirar el árbol de la cruz y dejar que su madera manchada de sangre manche también nuestro corazón. Y que allí dentro la palabra del profeta, ilustre el retrato del crucificado con su palabra dura, pero llena de vida, nuestra existencia:

Desfigurado no parece hombre; no tiene aspecto humano

Ante él muchos cierran la boca, miran a otra parte

Sin figura, sin belleza, despreciado y evitado, hombre de dolores y de sufrimiento

Ante él buscamos otras figuras, otras bellezas

Traspasado, triturado por nuestros crímenes. Es dura la palabra del profeta: dice que traspasado por nuestros crímenes.

Muchos crucificados, mudos, sin defensa, sin justicia
El Amado se mostró a su Amigo vestido con nuevos hábitos color púrpura, y extendió los brazos para que el Amigo pudiera abrazarlo, e inclinó la cabeza para que pudiera besarle, y la Cruz estaba en el cielo para que sus ojos pudieran encontrarle siempre. (Libro del Amigo y del Amado, nº 90)
Sí, el Amado se nos muestra hoy con nuevos vestidos también de color púrpura y con este perfil dramático que nos describe la palabra del profeta Isaías. Y este Amado continúa con sus brazos extendidos y la cabeza inclinada hacia nosotros, para que podamos abrazarle. O que no basta con mirar el árbol de la cruz, es preciso también abrazarla.

EL ABANDONO Y LA CONFIANZA EN DIOS

Jesús en Getsemaní oró diciendo: “Dios mío, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres”. Los que confían en el Señor, cuando se encuentran con un muro infranqueable o una puerta cerrada, cuando experimentan la oscuridad de la noche, y los sacude alguna noticia fatal, pueden reaccionar con el silencio o con el grito de auxilio; en todo caso, saben que hay Otro que los mira y los oye, y en el límite de la prueba, sienten fuerza a pesar de la debilidad. “Los que en ti confían no quedan defraudados” (Dn 3, 40-43). Los que confían en el Señor son como árboles plantados junto a la corriente, que no pierden el verdor aun en tiempo de sequía.

Sorprende que la oración más intensa de Jesús acontezca en el Huerto de los Olivos, árboles de hoja perenne, símbolo de quien confía. Los que confían en el Señor gustan la perfecta alegría, la que cabe experimentar en el momento de mayor contrariedad, porque viven la ocasión de saber que el gozo se funda en Dios y no en el favor recibido. “Confiad siempre en Dios, Él es la Roca perpetua”. Los que confían en el Señor, son como el Monte Sión, no tiemblan ni temen el futuro, saben que en todo los acompañará la mano providente. Jesús pronuncia sin arredrarse su oración de Getsemaní ante el Monte Sión, frente al Monte del Templo. Los que confían en el Señor gustan la paz en su interior, y hasta el descanso del alma y la serenidad de la mente, porque cuando los asaltan las posibles especulaciones, saben trascenderlas y se fían de Dios. Los que confían en el Señor, una vez que han realizado su tarea del mejor modo, no andan pendientes de su efecto, dejan que Dios infunda el incremento y dé el fruto fecundo, sin reivindicar la autoría. Los que confían en el Señor no son personas ilusas o inconscientes ante la adversidad o el despojo. Les duele como a todos. Pero saben reaccionar y deciden mantenerse en actitud esperanzada. Los que confían en el Señor, además de apoyarse en recursos técnicos, económicos, sociales, logísticos y humanos, apelan en toda circunstancia al recurso de la fe, y no se sienten solos frente al abismo. Los que confían en el Señor no están libres de accidentes en el camino, pero tienen más posibilidades de evitarlos, porque no andan desasosegados y nerviosos. Los que confían en el Señor no lo hacen por incautos o irreales, como si no pisaran tierra. Guardan memoria y saben, por experiencia, que en otros momentos fuertes y dolorosos han contado con la asistencia del Señor y con la providencia de circunstancias bondadosas, como alivio en la fatiga. Los que confían en el Señor, cuando hacen todo lo que está en sus manos, no se angustian si no ven los resultados, sino que se fían de Dios, quien tiene su momento y su hora para actuar. Los que confían en el Señor conocen el secreto para vivir cada día con intensidad, sin quedar secuestrados en el ayer, ni hipotecados por lo acontecido, y sin evadirse ante un futuro que imaginan. Viven el presente de manera comprometida.

Jesús Nazareno

Hace 70 años, desde una cárcel de Hitler, en momentos de desesperación tras el holocausto y años en guerra, uno de los grandes profetas de nuestro futuro, escribió que hay una razón para seguir amando a esta tierra sin desesperar: y es que ha producido a Jesús de Nazaret. Parecerá una afirmación exagerada, pero sorprende por venir de alguien tan sobrio y contenido como D. Bonhoeffer. ¿Quién era pues ese tal Jesús?

De los primeros testigos de su paso por la tierra quedan dos rápidas pinceladas: “no buscó su propio interés”; “pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos”. De quienes recogieron recuerdos de su vida y los sistematizaron en forma de biografías-invitaciones a la fe, podemos destacar algunos rasgos:

Procedía de un pueblo pequeño casi desconocido. No tuvo estudios especiales, trabajó durante años en cosas de albañilería. Un buen día comenzó a recorrer su tierra anunciando que es posible otro mundo si nos decidimos a mirar a Dios con una palabra que, a la vez, denota el máximo de familiaridad y cercanía, pero también la imposibilidad de disponer de Él: pues, llámesele padre o madre, lo es de todos, no sólo mío. Otro de sus biógrafos presenta como programa de su vida unas palabras del profeta Isaías: “el Espíritu de Dios está sobre mí… para anunciar una buena noticia a los pobres y liberación a los oprimidos”.

En consonancia con este programa, solía comer públicamente con “gentes de malvivir”, desafiando una costumbre de su época de públicos banquetes ostentosos de las clases altas. Se le conoce amistad y cercanía con algunas prostitutas, a las que liberó de su esclavitud, pero de las que decía que estaban más cerca de Dios que sus oyentes. Defendió a las mujeres, rechazando el derecho al repudio que se atribuían los hombres de su época, y abriendo a la mujer el estudio de la “Ley de Dios”, que su sociedad reservaba a solos los machos.

Fue también un terapeuta innegable, pero provocativo: parece que prefería curar en días “de precepto”, como si quisiera mostrar que los enfermos tienen derecho a no esperar más, porque su salud es más importante que la guarda de preceptos cúlticos. Una de las expresiones que más se dicen de él es que “se le conmovieron las entrañas”.

Junto a esa práctica de misericordia tenía a veces un lenguaje duro y provocativo: enseñaba a no llamar a nadie padre ni señor: porque los hombres (aunque tengamos funciones diversas) somos todos hijos de un mismo Padre y tenemos un único Señor que es Dios. Armó una escandalera en el “vaticano” de su época, alegando que el culto a Dios no debe ser ocasión de comercio. Su visión de los hombres cabe en un palabra que sólo se ha conservado en sus labios: hipócritas (aunque esa acusación la dirigió sobre todo a los poderes religiosos). Pese a ello, exhortaba a ser misericordiosos como el Dios que Él anunciaba.

Su regalo era siempre la paz; y tenía una extraña concepción de la felicidad, que prometía a quienes opten por los condenados de la tierra desde una actitud de misericordia que genera hambre de justicia. Porque veía al mundo dividido entre pobres, hambrientos, llorosos y perseguidos, por un lado y, por el otro, ricachones hartos, que ríen y persiguen, los cuales son “malditos”.

Por eso eran provocativas sus palabras cuando entraba en el campo económico: los propietarios del “proyecto de Dios” que él anunciaba son sencilla y únicamente los pobres (vivió en una sociedad agobiada por las deudas, que llevaban a muchos a perder su terruño y dedicarse a la esclavitud, la prostitución o el bandolerismo). Enseñaba que es imposible que un multimillonario se salve, a menos que se produzca un milagro que sólo Dios puede hacer: que se desprenda de su fortuna (salvo aquello que necesite para una vida sobria y digna), poniéndola al servicio de las víctimas. Porque, según él, “es imposible servir al hombre y al dinero”.

La otra palabra que más se le aplica en los evangelios significa, a la vez, libertad y autoridad: “las gentes se maravillaban de la libertad-autoridad con que hablaba” y que no tenía nada que ver con lo que estaban acostumbrados a oír.

Sorprendentes vida y palabras. Pero más sorprendente es la reacción que desató: los responsables de aquella sociedad se hartaron de acusarlo de populista y terrorista. La conflictividad explotó cuando él puso de relieve que hablaba y actuaba así porque así es como actúa Dios. Entonces se le tachó de blasfemo, y los poderes religiosos y políticos dieron un respiro porque ya tenían algo claro por lo que condenarlo. Aun así, buscaron para él la muerte más ignominiosa y la condena más “ejemplar”…

¿Es posible que haya existido un hombre así? preguntaba R. Attenborough en su película sobre Gandhi. Prescindiendo ahora del santo hindú (que se confesaba muy influido por Jesús), esa misma pregunta sigue vigente para nosotros hoy. Los cristianos confiesan que un hombre así fue posible porque era transparencia y calco del mismo Dios, revelado en la humanidad de aquel hombre. Dios “hecho hombre”, pero no simplemente hombre, sino Dios hecho esclavo.

Esa fe no se les exige hoy a todos. Pero lo que sí pueden (y deberían) todos hoy, es paladear la humanidad de aquel Nazareno. Y sacar consecuencias.

Evangelio según San Juan 13,1-15. 

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes." 

Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa. El diálogo, 134

“Tomando la copa...les dijo: Esta es la copa de mi sangre...derramada por muchos para la remisión de los pecados.”  (Mt 26.28)

Oh, Amor inestimable! Revelando tus secretos me has dado el remedio dulce y amargo a la vez que me cura de mis enfermedades, que arranca de  mi ignorancia y de mi negligencia. Reanima mi esfuerzo y me llena de un deseo ardiente de refugiarme en ti. Me has mostrado tu bondad y los ultrajes que has sufrido de parte de todos los hombres, entre ellos de los ministros sagrados. Me haces llorar sobre mí  misma, pobre pecadora, y sobre los que viven miserablemente, más muertos que vivos, tú que eres la bondad infinita. ...Te pido insistentemente: ten misericordia del mundo y de tu Iglesia santa!    Oh, pobre de mí, mi alma está dolorida a causa del mal que he cometido. No tardes, Señor, a hacer misericordia al mundo, accede a cumplir los deseos de tus servidores...Desean la sangre por la que has lavado la iniquidad y borrado la mancha del pecado de Adán. Esta sangre nos pertenece ya que en ella nos ofreces un baño. Tú no quieres ni puedes negarla a quien te la pide sinceramente. Da, pues, el fruto de esta sangre a tus criaturas... Por esta sangre, te piden que tengas misericordia de este mundo.

Jueves Santo. Misterio Eucarístico
Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con su Eucaristía mientras recorremos el camino de la vida.

Hoy Jueves Santo sentimos una necesidad imperiosa de recordar y más que recordar llegar con nuestra imaginación y nuestro sentir hasta el Cenáculo, lugar que tuvo que quedar perfumado con las palabras eucarísticas que pronunció allí Jesús la misma noche en que sería entregado a la muerte. En aquel sagrado recinto vemos a Cristo rodeado de sus apóstoles junto a una mesa y le vemos tomar el pan y el cáliz en sus manos sacerdotales para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre divinos. Jesucristo se nos presenta con todo el poder de que es verdadero Dios, por su milagro, por el dominio de su pena interna, por el infinito amor con que corresponde a la soledad de los sagrarios de todo el mundo y de todos los tiempos, a los sacrilegios y perversiones de los corazones de los hombres, al desamor, y a la tibieza de los malos cristianos que lo reciben con gran indiferencia.

San Pablo nos dice: Porque yo aprendí del Señor lo que también os tengo enseñado; y es que el Señor Jesús, la noche misma en que había de ser entregado, tomó el pan y dando gracias lo partió y dijo a sus discípulos: "Tomad y comed. Esto es mi cuerpo que por vosotros será entregado a la muerte. Haced esto en memoria mía". Y de la misma manera el cáliz, después de haber cenado, diciendo: "Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre. Haced esto cuantas veces lo bebiereis en memoria mía, pues todas las veces que comierais este pan o bebierais este cáliz, anunciareis la muerte del Señor hasta que venga.

Así es que, cualquiera que comiera este pan o bebiera el cáliz del Señor indignamente será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Porque quién lo come o bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación". (Cor, ll,2O-32). Las palabras del Señor en esa noche son una promesa de amor de que jamás estaremos solos sin El, de que podremos alimentar nuestra alma y cuerpo con el mismo Dios nuestro Creador que se quedó en el Sagrario pero también palabras fuertes de una advertencia grave para que no tomemos a la ligera al acercarnos a recibirle sin que antes reconciliemos nuestro corazón, si le hemos ofendido gravemente, con el acto humilde de reconocer nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia. Y de nuevo ante esta inconmensurable escena de amor en la noche del Jueves Santo podemos ver su rostro trasfigurado y sus ojos llenos de pesadumbre, su corazón dolorido y sus palabras misteriosas para quedarse por siempre, hasta la consumación de los siglos, entre los hombres

Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con su Eucaristía mientras recorremos el camino de la vida, que nos consuele en nuestras penas, que participe de nuestras alegría y que nos ayude a no perder la gracia para poderlo recibir frecuentemente y de una manera digna.
 
Texto completo de la homilía del Papa en la misa crismal

Fecha: 02 de Abril de 2015

«Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.

El cansancio de los sacerdotes... ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajais en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias — que son suaves y ligeras —, en sus complacencias — a ellos les agrada estar en mi compañía —, en sus intereses y referencias — a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios —? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado»(2 Tm 1,12)?

Repasemos un momento las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

No son tareas fáciles, exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas — construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... —; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones, si hablamos con el corazón abierto, tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente: «Tomad, comed». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomad y comed, tomad y bebed...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre cansa.

Quisiera ahora compartir con vosotros algunos cansancios en los que he meditado.

Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador —lo dice el evangelio—, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallada o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium, 83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No temáis, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y por último — para que esta homilia no os canse — está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos). Este cansancio, en cambio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.

La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.

El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,21). Y por favor pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ibien cansados!

El Papa lava los pies a un niño y su madre

Francisco lava los pies de seis hombres, seis mujeres y un niño, presos de Rebbibia
Las lágrimas de un Papa arrodillado a los pies de la Humanidad
"El amor de Jesús no tiene límites, no se cansa de amar. A ninguno"

Jesús Bastante, 02 de abril de 2015 a las 18:39

Francisco ha lavado los pies de doce presos, hombres y mujeres, hijos todos del mismo Dios que muere, y que resucitará, por el Amor con mayúsculas

(Jesús Bastante).- El día del Amor Fraterno. Dios se hace hombre, se hace rotundamente humano, y nos lava, y nos besa los pies. Se hace uno con nuestro sufrimiento, sea cual sea. No importa su origen, sus pecados, su pasado. Sólo importa el Amor. Lágrimas, emoción, mucha emoción. Esta fue la principal sensación que un cronista saca después de seguir la ceremonia del Lavatorio de los Pies de este Jueves Santo, en el que el Papa Francisco ha lavado los pies de doce presos, hombres y mujeres, hijos todos del mismo Dios que muere, y que resucitará, por el Amor con mayúsculas.

Francisco no pudo evitar emocionarse cuando se arrodilló, no sin esfuerzo, a lavar los pies de seis hombres, seis mujeres y un pequeño niño negro, en la parroquia del Padre Nuestro de Rebbibia. Presos, presas, voluntarios, sufrientes en los márgenes, que sintieron la acogida y la cercanía de un Papa que, hoy más que nunca, se hizo presente en una emotiva ceremonia, que hizo saltar sus propias lágrimas, y las de todos cuanto participaban en la misma.

Unos 300 presos participaron en la ceremonia que recuerda el momento en que Jesús instituyó la Eucaristía y lavó los pies de sus discípulos. No sólo se lavó a hombres, como estipulaban las normas vaticanas -aduciendo que los discípulos, como los sacerdotes, eran sólo varones-: hubo mitad hombres, mitad mujeres, incluso un niño, al que el Papa lavó el pie derecho mientras su madre y una reclusa cercana estallaban en lágrimas.

"Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo", dijo el Papa en su homilía previa al gesto del lavado de pies. Y es que, recordó Francisco, "el amor de Jesús por nosotros no tiene límites. Siempre más, siempre más. No se cansa de amar. A ninguno".

"Nos ama a todos nosotros, hasta el punto de dar la vida por nosotros, por todos nosotros" añadió Bergoglio. "Da la vida por cada uno de nosotros. Por cada uno. Cada uno podemos decir: fue por mí. Porque su amor es así, personal. El amor de Jesús no desilusiona nunca, porque él no se cansa de amar. Como no se cansa de perdonar, de abrazarnos.".

"Jesús se ha hecho esclavo para servirnos, para curarnos, para pulirnos", sostuvo el Santo Padre, quien explicó el gesto que, posteriormente, llevó a cabo. "La Iglesia quiere que el sacerdote lave los pies de doce personas en memoria de los 12 apóstoles. Pero en nuestro corazón tenemos que tener la certeza, la seguridad de que cuando el Señor nos lava los pies nos lava enteros, nos purifica. Nos hace sentir otra vez su amor".

Una iglesia hospital de campaña, que no se olvida de ninguno de sus hijos, esté en prisión, perdido o renegado. "¿Puede una madre olvidarse de su hijo? Si una madre se olvidara de su hijo, yo nunca me olvidaré de ti. Así es el amor de Dios con nosotros", insistió el Papa, quien apuntó que "hoy lavaré los pies de doce de vosotros, y en esos hermanos y hermanas estáis todos vosotros, todos los que vivís aquí. Representáis a todos ellos"

"También yo necesito ser lavado por el Señor, y por esto rezad durante la misa, para que el Señor también lave mi suciedad. Para que yo me vuelva más esclavo vuestro, más esclavo en el servicio de la gente, como lo ha sido Jesús", terminó el Papa, antes de arremangarse y colocarse un delantal blanco para, con ayuda de un par de acólitos, arrodillarse y levantarse doce -contando al niño, trece- veces para lavar los pies de estos presos. Y, con ellos, los de toda la Humanidad.

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