“¡Es el Señor!”

Contemplación

Estar contigo, Señor,
tan solo estar.
Sabiendo que me miras,
dejándote mirar.
Transfundes a mis ojos
tu ternura entrañable,
reflejo de tu luz,
tu rostro semejante.
Y yo me veo en ti,
curado en mi herida,
abrazado en tu llaga,
recostado en tu seno.
¡Privilegio de amor,
el que Tú me tienes!
Al dejármelo gustar,
un tiempo en tu presencia.
Y fluye el manantial
de paz serena.
Y el gusto por estar
contigo a solas.
Sin más que solo estar.
Tan solo estar,
mirando que me miras,
dejándote mirar.

Evangelio según San Juan 21,1-14. 

Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". 

El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. 

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 

Juan Pedro de Caussade (1675-1751), jesuita 
Abandono en la Providencia divina 

“¡Es el Señor!”

En las manos de Dios todas las criaturas son vivas; es cierto que los sentidos no perciben más que la acción de la criatura, pero la fe cree en la acción divina sobre todo. Ve que Jesucristo vive en todo y opera a lo largo de todos los siglos, que el más mínimo instante y el más pequeño de los átomos encierran una porción de esta vida escondida y de esta acción misteriosa. La acción de las criaturas es un velo que encubre los profundos misterios de la acción divina.

Después de su Resurrección, Jesucristo, en sus apariciones, sorprendía a sus discípulos, se presentaba a ellos bajo figuras que le disfrazaban, y tan pronto como se daba a conocer, desaparecía. Este mismo Jesús que está siempre viviente y operante, todavía sorprende a las almas que no tiene la fe suficientemente pura ni profunda. No hay ningún momento en el que Dios no se presente debajo de alguna pena, de alguna obligación o de algún deber. Todo lo que se realiza en nosotros, alrededor de nosotros y a través de nosotros, encierra y esconde su acción divina que, aunque invisible, hace que siempre nos veamos sorprendidos y que no conozcamos su operación más que cuando ella ya no subsiste.

Si perforáramos el velo y si estuviéramos vigilantes y atentos, Dios se nos revelaría sin cesar y gozaríamos de su acción en todo lo que nos acontece. Frente a cada acontecimiento diríamos: “¡Es el Señor!”. Y en todas las circunstancias encontraríamos que recibimos un don de Dios, que las criaturas no son más que débiles instrumentos, que nada nos faltaría, y que el constante cuidado de Dios hacia nosotros le lleva a darnos lo que nos conviene.

10 de abril 2015 Viernes de Pascua Hch 4, 1-12

La catequesis de Pedro no es bien acogida por los principales de la ciudad, pero Pedro vuelve a dar testimonio de su fe en un ambiente hostil y dice lo que cree. ¿Somos capaces de decir el contenido de nuestra fe, a pesar de que el ambiente no sea favorable? Señor, acuérdate de los que no tiemblan ante los adversarios de su fe y, si yo me encuentro, que el miedo no me arrastre sino que me ilumine la convicción de que vivo en la verdad.

VIGILIA PASCUAL 4-5 de abril de 2015

En la alegría de esta noche santa, en la que por Jesucristo la luz y la vida vencen la tiniebla y la muerte, la Iglesia, recorre los pasos más importantes de la relación de Dios con su pueblo hasta enviarnos a su Hijo hecho hombre. Y empieza por el relato bíblico de la creación. No es una crónica científica del origen de el universo sino la revelación del porqué existe y del sentido que tiene el mundo y sobre todo el ser humano. Es una revelación de la relación que Dios quiere establecer con el ser humano y del papel central que la humanidad tiene en el mundo. En este relato, se nos dice que Dios creó al hombre y la mujer a su imagen y semejanza. Esto nos sugiere enseguida una pregunta. Si Dios es invisible, todo espíritu, y ninguna imagen no lo puede representar, ¿de acuerdo con qué imagen Dios los pudo crear? ¿De quienes son imagen y semejanza del hombre y la mujer? Esta noche santa nos da la respuesta. Sólo hay una imagen llena de Dios invisible: Jesucristo (cf. Col 1, 15). A Nazaret, predicando el Evangelio, sufriendo la pasión, en la cruz, en la resurrección, Jesucristo es imagen del Dios invisible. Dios, pues, creó al hombre y la mujer a imagen de Jesucristo. Nos creó por amor para que fuéramos santos y llegáramos así a ser sus hijos por Jesucristo (Ef 1, 4-5). Él es la medida del ser humano; él nos hace conocer quién es el hombre.

Pero este plan de Dios, la libertad humana el rompió. Prefiero dejarnos llevar por nuestro albedrío que por la Palabra de Dios que nos guiaba por caminos de libertad y de vida. Quisimos ser autónomos, fiándose de nuestro criterio y desconfiando de la sabiduría y del amor de Dios. El resultado fue tener el alma herida sin bálsamo para curarla plenamente, perder el sentido último de la existencia, vivir sin una esperanza sólida y perdernos por los caminos de la vida buscando el amor. El resultado fue, también, el egoísmo con las divisiones y las agresividades que conlleva. El fiarse de falsas divinidades como el dinero y el poder; el fiarse del movimiento de los astros o de las energías naturales que no pueden salvar. Y el pecado ...Y la muerte como último horizonte, a pesar del anhelo de trascendencia y de inmortalidad.

La imagen de Dios según la cual habíamos estado creados se había dañado gravemente, y la semejanza de Dios nos quedaba muy lejos.

Vivíamos descarriados, perdidos en nuestros sentimientos y en nuestras ideas, hombres y mujeres de deseo pero siempre insatisfechos y sin encontrar la salida. Dios, sin embargo, no había dejado de amar la humanidad que había creado con tarde de amor. Y nos envió a Jesucristo, como uno más de nosotros para que restaurara nuestra dignidad de ser creados a imagen y semejanza de Dios. Ha sido un proceso trabajoso porque no ha sido suficiente con la predicación del Evangelio, Jesucristo ha tenido que sufrir la pasión asumiendo nuestras heridas y nuestras infidelidades como suyas. Efectivamente, es en su sangre que nos es ofrecido el perdón y nos es restituida la herencia a la que estábamos destinados (Ef 1,7:11) y que habíamos perdido a causa del pecado, del prescindir del camino evangélico. Hoy que contemplamos glorioso como vencedor del mal y de la muerte, le damos gracias. Para restaurar en nosotros la imagen de hijos y hacernos semejantes a él, nos ha incorporado a su muerte y a su resurrección por medio del bautismo. Así podemos morir, sacramentalmente pero realmente, a todo aquello que nos aleja del plan que Dios quería en crearnos y podemos nacer a una vida nueva, podemos ser una nueva creación (cf. 2C 5, 17). Con el bautismo somos perdonados, hechos hijos y, por tanto, amigos de Dios, y con la vida nueva que nos infunde podemos pensar como Jesucristo, amar como él, sirvió como él, llegar con él en la gloria pascual después de la muerte. Desde él todo tiene un sentido nuevo. No es un proceso automático.

Hay un proceso creciente de interiorización. Así como una criatura se va formando en el seno de la madre, el creyente va creciendo y experimentando un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 3-8) que le forma "un corazón nuevo y un espíritu nuevo" (Ez 11, 19), que lo sella con el don del Espíritu Santo y le da una nueva luz para analizar la realidad, que lo hace participante de la vida divina. El bautismo es un inicio que luego hay que ir desplegando con la colaboración personal con la gracia, lo que pide cada día un trabajo espiritual, una lucha ascética.

En esta noche santa será incorporada a Jesucristo por medio de los sacramentos de la iniciación cristiana a todos los catecúmenos que, después de todo un tiempo de investigación, han descubierto la persona de Jesucristo y la luz que aporta su Evangelio como centro de sus vidas.

Dios nos llamó a la vida porque le quería, pero nos quería unidos a Jesucristo para que cada vez seamos más semejantes a él y se abre ante vosotros un camino de libertad interior y de esperanza. Hoy Jesucristo resucitado hará de todos vosotros una nueva creación. Con la ayuda de él no dejen nunca de crecer en la vida nueva que la mujer y el hombre sean testigos de la alegría de dejarse tomar por Cristo.

Todos los demás que ya recibimos el bautismo en el pasado, hoy renovaremos, también, nuestro compromiso bautismal de ser incorporados a Jesucristo resucitado, de vivir como hijos de Dios, de dejarnos llevar por el Espíritu, de revitalizar nuestra vivencia el Evangelio y nuestra conciencia eclesial.

Ser incorporados a Jesucristo significa entrar en la fraternidad de todos los cristianos. No sólo los que tenemos cerca sino también de los que están lejos. Con todos los hermanos en la fe compartimos la alegría de la resurrección del Señor y queremos ser solidarios de los que pasan necesidades. Concretamente tenemos presentes los cristianos de Oriente Medio que desde hace dos mil años testimonian en aquellas tierras el nombre de Jesús. El Papa Francisco pide que, en estos días santos, seamos particularmente solidarios con la oración y con la ayuda material, debido a las dificultades, de la marginación y de la persecución que sufren.  Por la acogida de los refugiados, el desarrollo social, a las actividades pastorales, culturales, científicas y ecuménicas de la Iglesia de Tierra Santa y de todo el Oriente Medio.

Queridos todos: la gracia de esta noche es abundante, el amor de Dios actúa vigorosamente como actuó en la resurrección de Jesús. Acogemos con un corazón bien abierto y alegre. Les deseo a todas las MISIONERAS DE PAX VOBIS UNA FELIZ PASCUA DE RESURRECCION PARA ELLAS Y TODOS LOS SUYOS QUE LA EXTIENDO A TODA LA COMUNIDAD DE JESUS Y AMIGOS DE PAX EN SERVICIO DE AMOR.

Macario de Antioquía, Santo Obispo, 10 de abril

Obispo y Peregrino

Martirologio Romano: En Gante, en Flandes, ahora en Bélgica, san Macario, peregrino, que fue recibido entre los monjes de San Bavón, y al año siguiente falleció consumido por la peste († 1012).
Breve Biografía

Hijo de una familia cristiana de origen armenio, fue educado por el arzobispo de Antioquía, fue tan buen estudiante que muy pronto se vio ejerciendo tareas encargadas por su mentor, en su cumplimiento resaltaban siempre sus conocimientos y virtudes, por lo que el arzobispo decidió nombrarlo su sucesor.
Gobernó durante algún tiempo la Iglesia en Antioquía, pero temiendo que los honores que recibía constantemente le hicieran perder la humildad, renunció al cargo y partió en secreto en peregrinación a Palestina. Allí se intenta convertir a sarracenos reacios a escucharle, y fue echado a la cárcel, atado de pies y manos y cargado una pesada piedra colgada de su cuello. Sin embargo, milagrosamente logra escapar sin sufrir ningún daño.

Decidió, entonces, peregrinar hacia el oeste, pasa por varias provincias de Francia, llegando finalmente a Flandes y, deteniéndose en Gante, donde es recibido por los monjes de San Bavón . Después de unos meses, pensó regresar al este, pero una terrible enfermedad cayó sobre Gante, por lo que decidió quedarse para atender a los enfermos, mientras en sus oraciones pedía al Señor que permitiera la sanación del pueblo que sufría, ofreciendo su vida a cambio de la vida de toda esa gente, murió poco después, y junto con él desapareció la enfermedad, era el 12 de abril de 1012.

Echad la red otra vez y encontraréis
Juan 21, 1-14. Viernes de Pascua. Otra vez Cristo se asoma a nuestras vidas para dejarse ver de quien tiene los ojos con fe. 

Oración introductoria
Jesucristo, ¡qué privilegio tuvieron tus apóstoles! Ellos pudieron hablar, comer, convivir contigo. Cara a cara.

Ayúdame a darme cuenta, en esta oración, que yo no estoy tan lejos de poder tener esta misma experiencia, porque Tú siempre sales a mi encuentro, me ofreces el alimento de la Eucaristía y me hablas por medio de tu Palabra.

Dame tu gracia para poder escucharte, Señor.

Petición
Dame el ímpetu y el liderazgo de Pedro, que supo reconocerte a pesar de su debilidad.

Meditación del Papa Francisco
Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios. Me viene ahora a la memoria un consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.

Pero todo esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy; hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El evangelista subraya que “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como “el Señor”. ¡Adorarlo!» (Homilía de S.S. Francisco, 14 de abril de 2013).

Reflexión
Como la primera vez. Otra vez Cristo se asoma a la rivera de nuestras vidas para dejarse ver de quien tiene los ojos sublimados por la fe. Y sin exigir nada. Sin obligar a nadie. Sólo se deja ver dando.

Pedro había regresado a su antiguo oficio. Quizás así podía asimilar todo lo que había vivido durante esos intensos días de pascua. Le remordería la amargura terrible de la traición. ¿Qué lo diferenciaba de Judas hasta ese momento? Fue a pescar, pues, con otros. Y no obtuvo nada. Como la primera vez en que vio a Cristo junto al mar de su vida.

Ahora nuevamente el Señor se le presenta y no lo conoce. Están todos fatigados y malhumorados. Nadie puede sentir paz cuando no tiene a Cristo dentro. En ese momento el Señor les habla: "¿tenéis peces?" Podrían no haberle hecho caso. Pero optan por una elemental educación. Responden: "¡No!" Ahora el desconocido les señala cómo obtenerlas: "Echad..." Pudieron no haberle hecho caso.

¿Quién era ése para decirles lo que ellos bien sabían hacer? El hecho es que le hacen caso, hacen un acto de fe, como la primera vez en que Pedro en Su Nombre echó las redes. Ahora lo hacían sabiendo que no era momento de peces. Y, ¡cuál fue su sorpresa! Porque quien confía en el Señor no puede no recibir más de lo que espera. Es por eso que Juan lo reconoce: "¡Es el Señor!" Porque han creído al Desconocido y han sido premiados con la fe en Él.

Pedro, que pudo seguir el mismo derrotero de Judas se deja llevar por su corazón, un corazón que añoraba al Señor y su misericordia. Se tira al agua y no espera llegar con la barca. Está ansioso de estar junto al Señor. Ha comprendido en qué consiste ser pecador y dejarse amar por el Señor que lo busca con su perdón. Porque primero ha creído en alguien que no sabía quién era en ese momento. Cuando ve lo que puede su fe, no puede no pedir misericordia del Señor, como la primera vez. Y como Cristo quería peces, es Pedro quien saca las redes, símbolo de las almas del apóstol. Ha sido Cristo el que ha dado los frutos ciertamente, pero ellos han secundado su acción. Pedro le ofrece los peces. Pero antes ya le ha ofrecido su corazón. Por eso tuvo los peces, porque se dejó pescar del Señor.

Propósito
Hacer una oración especial por todos aquellos que han perdido la fe.

Diálogo con Cristo
Señor, tengo una enorme necesidad de encontrarme con tu amor redentor. Aumenta mi fe para saber reconocerte en la Eucaristía, en la oración, en las demás personas, en los incidentes de mi día a día. Mi testimonio es lo que más puede valer en la Nueva Evangelización, así que ayúdeme a ser coherente, que no me olvide que nada convence tanto como la caridad auténtica, hecha disponibilidad, servicio y entrega a los demás.

Anunciar la Pascua
¡No tengáis miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! Jesús ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

La Cruz. La esperanza había quedado sepultada. Los discípulos huyeron (todos menos Juan). La tumba engullía el cuerpo del Maestro, mientras unas mujeres lloraban, sin comprender el porqué de aquel misterio.

Los milagros, las parábolas, los discursos, el entusiasmo de la gente. Mil recuerdos pasaban por la mente de los primeros discípulos. ¿Había sido un sueño? ¿Vivieron una ilusión vana? ¿Un engaño, un fracaso, un sinsentido?

Al tercer día, el domingo, brilló la esperanza. Son mujeres las primeras que dan el anuncio, que transmiten la noticia. Luego, el mismo Jesús, crucificado victorioso, confirma la fe de los hermanos.

Nace la Iglesia. Quienes habían sucumbido al miedo, a la angustia, a la desesperanza, escuchan con una alegría profunda, completa, palabras de consuelo: “Paz... No tengáis miedo”.

Han pasado muchos siglos. La tumba vacía es un testigo mudo de que la muerte fue vencida. La aparente derrota del Maestro se ha convertido en bandera salvadora. Los sucesores de Pedro, de Santiago, de Juan, de Pablo, han llevado, llevan y llevarán, el mensaje hasta el último rincón de la tierra, hasta el corazón que viva angustiado, triste, lejos de la dulzura de Dios.

Obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros laicos, hombres y mujeres de todas las edades, serán anunciadores, serán testigos de Cristo resucitado.

No hemos de tener miedo. Nos lo repetía Juan Pablo II, en la carta “El rápido desarrollo” (24 de enero de 2005):

“¡No tengáis miedo de la oposición del mundo! Jesús nos ha asegurado «Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). ¡No tengáis miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! El divino Maestro ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Comunicad el mensaje de esperanza, de gracia y de amor de Cristo, manteniendo siempre viva, en este mundo que pasa, la perspectiva eterna del cielo, perspectiva que ningún medio de comunicación podrá alcanzar directamente: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9)”.

Todos podemos ser comunicadores, todos podemos dar testimonio del mensaje. Sin miedo, porque Jesús sigue aquí, a nuestro lado. Con alegría, porque el Padre nos ofrece, siempre, sin límites de tiempo, su misericordia. En la valentía que nos da el Espíritu Santo, que es Consolador, que nos defiende, que nos vivifica.

Así podremos compartir un tesoro que no es nuestro, que es para todos. Un tesoro que alguien, quizá muy cerca de mí, necesita conocer para dejar dudas y tristezas, para descubrir que el Padre nos ha amado, que nos lo ha dicho todo en Jesús, su Hijo amado. 

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