«El que quiera ser grande, sea vuestro servidor»

Francisco, hoy, en la Pablo VI

"El camino sinodal empieza escuchando al Pueblo, que participa de la función profética de Cristo"
Francisco anuncia la urgencia de "una sana descentralización" de la Iglesia y una "conversión del Papado"
"La única autoridad, también la del Obispo de Roma, es la del servicio, el único poder es el poder de la cruz"

Jesús Bastante, 17 de octubre de 2015 a las 12:19

El Papa no está por sí mismo, por encima de la Iglesia, pero sí dentro de ella como bautizado entre bautizados; dentro del colegio episcopal como obispo de obispos, y llamado a la vez, como sucesor de Pedro, a guiar la Iglesia de Roma


(Jesús Bastante).- Y, de pronto, sopló el Espíritu en mitad del Aula Pablo VI. Con todos los padres sinodales, y durante la celebración del 50 aniversario del Sínodo de Obispos, el Papa Francisco anunció la urgencia de "una sana descentralización" de la Iglesia, que lleve a "una conversión del Papado" y de la autoridad en la Iglesia, donde se escuche, primero y ante todo, al pueblo de Dios, "que participa de la función profética de Cristo".

Francisco entró al aula mientras el coro entonaba "Heal the World", el himno que Michael Jackson compuso para luchar por un mundo más unido en contra de las injusticias. Se hacía raro escuchar al "rey del pop" en la Pablo VI, pero apenas resultó una anécdota cuando, tras una suerte de interminables intervenciones (desde Baldisseri a Schonborn, pasando por representantes de las iglesias de los cinco continentes), Bergoglio tomó la palabra para señalar que "la única autoridad, también la del Obispo de Roma, es la del servicio; el único poder es el poder de la cruz".  "Desde el comienzo de mi ministerio como Obispo de Roma, he querido valorar el Sínodo, una de las herencias más bonitas del Conicilio Vaticano II", arrancó el Papa, destacando la belleza de la "colegial responsabilidad pastoral"

"El mundo en el que vivimos, y donde estamos llamados a servir, aun con sus contradicciones, exige de la Iglesia potenciar las sinergías, en todos los ámbitos de su misión", subrayó, indicando que "el camino de la sinodalidad es el que Dios espera para la Iglesia en el tercer milenio". Un camino cuyo significado "está contenido en la palabra 'Sínodo'. Caminar juntos: laicos, pastores, obispo de Roma. Es un concepto fácil de llevar a palabras, pero difícil de llevar a la práctica", constató Bergoglio, quien dejó claro, frente a los profetas de desventuras y los expertos en descartes, que "el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, llamados a un sacerdocio santo". Se trata de la "infalibilidad de los creyentes", del pueblo santo, al que ya se refirió Bergoglio en Evangelii Gaudium.

"El pueblo de Dios es santo en razón de esta unción, que lo hace infalible. Cualquier bautizado, sea cual sea su función en la Iglesia, o su grado de instrucción, es un sujeto activo de evangelización. Es inadecuado un esquema de evangelización con "actores cualificados"; en los que el resto del pueblo de Dios sea mero receptor de sus acciones", criticó el Papa, que recordó que el "sensus fidei" impide "separar rígidamente los maestros y los discípulos". Es por ello que "quise consultar al Pueblo de Dios" en sendas encuestas, antes del Sínodo de la Familia. "Una consulta, en ningún modo, podría bastar para escuchar el sensus fidei. Pero no es posible hablar de familia sin interpelar a las familias, ver sus dolores, esperanzas y angustias", justificó Francisco, quien añadió que a través de las respuestas a los dos cuestionarios, "hemos tenido la posibilidad de escuchar al menos algunas de esas cuestiones, que le tocan cerca y sobre la que tienen tanto que decir". Y es que "una Iglesia sinodal, es una Iglesia de la escucha. Escuchar y sentir. Es una escucha recíproca: pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma. Los unos escuchando a los otros, y todos a la escucha del Espíritu Santo, el espíritu de verdad, para saber qué dice Él a la Iglesia". En este punto, "el Sínodo de Obispos es el punto de convergencia de este dinamismo". "El camino sinodal se inicia escuchando al pueblo, que puede participar en la función profética de Cristo, siguiendo el principio de la Iglesia del primer milenio. El camino continúa escuchando a los pastores, a través de los padres sinodales, auténticos custodios e intérpretes de la fe de toda la Iglesia, que debemos saber distinguir de lo espeso de la opinión pública". "En la vigilia del Sínodo del pasado año -recordó el Papa-, afirmaba que el Espíritu Santo, tengamos el don de la escucha. Escucha de Dios, para sentir el grito del pueblo. Escucha del pueblo, para respirar la voluntad a la que Dios nos llama". 


Finalmente, el camino sinodal "culmina en la escucha del Obispo de Roma, llamado a pronunciarse como pastor y doctor de todos los cristianos, no a partir de su personal convicción, pero sí como supremo garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la tradición de la Iglesia", explicó el Papa.

"El hecho de que el Sínodo actúe siempre cum Petro et sub Petro -no sólo cum Petro, también sub Petro- no es una limitación de la libertad, sino una garantía de la unidad", observó Francisco, quien advirtió que la sinodalidad, "como dimensión constitutiva de la Iglesia" es necesaria para entender el ministerio jerárquico. "Si sostenemos que Iglesia y Sínodo son sinónimos, ninguno puede ser elevado por encima del otro. En la Iglesia es necesario que cualquiera se abaje para entrar al servicio de llos hermanos durante el camino". Desde el Papa hasta los fieles. "Jesús ha constituido a la Iglesia, poniendo en su vértice al colegio apostólico, en la que Pedro es la roca, que tiene que confirmar a sus hermanos en la fe. Pero en esta Iglesia, como en una pirámide dada la vuelta, el vértice se coloca en el lugar de la base, por eso los que ejercen la autoridad se llaman "ministros", porque son los más pequeños de todos. Sirviendo al pueblo de Dios", recordó el Papa a los obispos. Y se puso a sí mismo de ejemplo, como vicario de Cristo, "vicario del mismo Jesús que en la Última Cena se inclinó a lavar los pies de los apóstoles".

"Los sucesores de Pedro no son sino los siervos de los siervos de Dios", recordó el Papa. Y fue más allá: "la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz". Las palabras de Jesús, Quien quiera ser el primero, que sea el servidor, resultan fundamentales. "Aquí radica el ministerio de la Iglesia", subrayó.

"En una Iglesia sinodal, el Sínodo de Obispos es solo la manifestación más evidente de un dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales (...). Así, el Sínodo, que representa al episcopado católico, se convierte en expresión de la colegialidad episcopal, dentro de una Iglesia toda sinodal", reclamó Francisco, quien puso como ejemplo las iglesias particulares, las provincias y regiones episcopales, las conferencias episcopales... y el Papado.

"En una Iglesia sinodal no es oportuno que el Papa sustituya al episcopado local en el discernimiento de cada problemática. En este sentido, veo la necesidad de proceder a una saludable descentralización", proclamó Francisco, arrancando la única ovación que interrumpió su discurso. Por ello, el Papa mostró su empeñó en "edificar una Iglesia sinodal en misión, a la que todos seamos llamados, según el rol que el Señor nos diga". Laicos, obispos, Papa de Roma. Con unas implicaciones ecuménicas, que implican el propio "ejercicio del primado petrino".

"Estoy convencido de que, en una Iglesia sinodal, también el ejercicio del primado petrino recibirá una mayor luz. El Papa no está por sí mismo, por encima de la Iglesia, pero sí dentro de ella como bautizado entre bautizados; dentro del colegio episcopal como obispo de obispos, y llamado a la vez, como sucesor de Pedro, a guiar la Iglesia de Roma, que preside en el amor a toda la Iglesia".

Por ello, reclamó "la necesidad, la urgencia, de pensar en una conversión del Papado", para llegar a "una Iglesia sinodal en un mundo que invoca la participación, la solidaridad y la transparencia". "Como Iglesia que camina junto a los hombres, partícipe de los trabajos de la Historia, custodiamos el sueño de la dignidad inviolable del pueblo y del servicio de la autoridad, podrán ayudarnos a que la sociedad civil se edifique en la justicia y la fraternidad, generando un mundo más bello para las generaciones posteriores", concluyó, en un discurso histórico. 


Texto del discurso del Papa:
Texto completo del discurso del Papa Francisco

Beatitudes, Eminencias, Excelencias, Hermanos y Hermanas,

Mientras se encuentra en pleno desarrollo la XIV Asamblea General Ordinaria, conmemorar el cinquantesimo aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos es para nosotros motivo de alegría, de alabanza y de agradecimiento al Señor. Desde el Concilio Vaticano II a la actual Asamblea sinodal sobre la familia, hemos experimentado de manera poco a poco más intensa la necesidad y la belleza de "caminar juntos".

En esta alegre circunstancia deseo dirigir un cordial saludo a Su Eminencia el Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General, con el Sub-Secretario Su Excelencia Monseñor Fabio Fabene, los Oficiales, los Consultores y los otros Colaboradores de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos. Junto a ellos, saludo y agradezco por su presencia a los Padres sinodales y a los otros Participantes a la Asamblea en curso, así como a todos los presentes en esta Aula.

En este momento también queremos recordar a aquellos que, en el transcurso de cincuenta años, han trabajado al servicio del Sínodo, comenzando por los Secretarios Generales que se han alternado: los Cardenales Władysław Rubin, Jozef Tomko, Jan Pieter Schotte y el Arzobispo Nikola Eterović. Aprovecho esta ocasión para expresar de corazón mi gratitud a todos cuantos, vivos o difuntos, han contribuido con un compromiso generoso y competente al desarrollo de la actividad sinodal.

Desde el inicio de mi ministerio como Obispo de Roma he intentado valorizar el Sínodo, que constituye una de las herencias más preciosas de la última reunión conciliar. Para el Beato Pablo VI, el Sínodo de los Obispos debía volver a proponer la imagen del Concilio ecuménico y reflexionar sobre su espíritu y el método. El mismo Pontífice anunciaba que el organismo sinodal «con el pasar del tiempo podrá ser mayormente perfeccionado». A él hacia eco, veinte años más tarde, San Juan Pablo II, cuando afirmaba que «tal vez este instrumento podrá aun ser mejorado. Quizás la colegial responsabilidad pastoral puede expresarse en el Sínodo aún más plenamente» . Finalmente, en el 2006, Benedicto XVI aprobaba algunas variaciones al Ordo Synodi Episcoporum, también a la luz de las disposiciones del Código de Derecho Canónico y del Código de los Cánones de las Iglesias orientales, promulgados en el interin .

Debemos proseguir por este camino. El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el potenciamiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio

Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra "Sínodo". Caminar juntos - Laicos, Pastores, Obispo de Roma - es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica.

Después de haber reafirmado que el Pueblo de Dios está constituido por todos los Bautizados llamados a "formar una casa espiritual y un sacerdocio santo", el Concilio Vaticano II proclama que "la totalidad de los Fieles, teniendo la unción que viene del Santo (Cfr. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse en creer, y manifiesta esta propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el Pueblo, cuando desde los Obispos hasta el último de los Fieles laicos muestra su consenso universal en cosas de fe y moral".
En la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium he subrayado como "el Pueblo de Dios es santo en razón de esta unción que lo hace infalible in credendo", agregando que "todo Bautizado, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización y sería inadecuado pensar a un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados en el cual el resto del Pueblo fiel sería solamente receptivo de sus acciones". El sensus fidei impide separar rígidamente entre Ecclesia docens ed Ecclesia dicens, ya que también la Grey posee un "instinto" propio para discernir los nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia.

Ha sido esta convicción a guiarme cuando he deseado que el Pueblo de Dios viniera consultado en la preparación de la doble cita sinodal sobre la familia. Ciertamente, una consultación de este tipo en ningún modo podría bastar para escuchar el sensus fidei. Pero, ¿cómo sería posible hablar de la familia sin interpelar las familias, escuchando sus alegrías y sus esperanzas, sus dolores y sus angustias? Por medio de las respuestas de los dos cuestionarios enviados a las Iglesia particulares, hemos tenido la posibilidad de escuchar al menos algunas de ellas en relación a las cuestiones que tocan muy de cerca y sobre el cual tienen mucho que decir.
Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia que escuchar "es más que oír". Es una escucha reciproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio Episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el "Espíritu de verdad" (Jn 14,17), para conocer lo que Él "dice a las Iglesias" (Ap 2,7).

El Sínodo de los Obispos es el punto de convergencia de este dinamismo de escucha llevado a todos los niveles de la vida de la Iglesia. El camino sinodal inicia escuchando al Pueblo, que "también participa en la función profética de Cristo", según un principio querido en la Iglesia del primer milenio: "Quod omnes tangit ab ómnibus tractari debet". El camino del Sínodo prosigue escuchando a los Pastores. Por medio de los Padres sinodales, los Obispos actúan como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia, que debe saber distinguir atentamente de los flujos muchas veces cambiantes de la opinión pública. A la vigilia del Sínodo del año pasado afirmaba: "da el Espíritu Santo para que los Padres sinodales pidan, sobre todo, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta sentir junto con Él el grito del Pueblo, escucha del Pueblo, hasta respirar la voluntad a la cual Dios nos llama". Además, el camino sinodal culmina en la escucha del Obispo de Roma, llamado a pronunciarse como "Pastor y Doctor de todos los cristianos": no a partir de sus convicciones personales, sino como testigo supremo de la fides totius Ecclesiae, "garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la tradición de la Iglesia".

El hecho que el Sínodo actué siempre cum Petro et sub Petro - por lo tanto no sólo cum Petro, sino también sub Petro - no es una limitación de la libertad, sino una garantía de la unidad. De hecho el Papa es por voluntad del Señor, "el perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad tanto de Obispos cuanto de la multitud de los Fieles". A esto se une el concepto de ""jerarchica communio", usado por el Concilio Vaticano II: Los Obispos están unidos al Obispo de Roma por el vínculo de la comunión episcopal (cum Petro) y al mismo tiempo están jerárquicamente sometidos a él como jefe del Colegio (sub Petro)

El carácter sinodal, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico. Si comprendemos que, como dice San Juan Crisóstomo, "Iglesia y Sínodo son sinónimos" - porque la Iglesia no es otra cosa que el "caminar juntos" de la Grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de a Cristo Señor - entendemos también que en su interior nadie puede ser "elevado" por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno "se abaje" para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino.

Jesús ha constituido la Iglesia poniendo en su cumbre al Colegio apostólico, en el que el apóstol Pedro es la "roca" (Cfr. Mt 16, 18), aquel que debe "confirmar" a los hermanos en la fe (Cfr. Lc 22, 32). Pero en esta Iglesia, como en una pirámide dada vuelta, la cima se encuentra por debajo de la base. Por esto quienes ejercen la autoridad se llaman "ministros": porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la Grey que le ha sido encomendada, vicarius Christi, vicario de Jesús, quien en la última cena se inclinó para lavar los pies de los apóstoles (Cfr. Jn 13, 1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es el servus servorum Dei.

¡Jamás lo olvidemos! Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: "Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo" (Mt 20, 25-27).
Entre ustedes no será así: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico.

En una Iglesia sinodal, Sínodo de los Obispos es sólo la más evidente manifestación de un dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales.

El primer nivel de ejercicio de la sinodalidad se realiza en las Iglesias particulares. Después de haber citado la noble institución del Sínodo diocesano, en el cual Presbíteros y Laicos están llamados a colaborar con el Obispo para el bien de toda la comunidad eclesial, el Código de derecho canónico dedica amplio espacio a aquellos que usualmente se llaman los "organismos de comunión" de la Iglesia particular: el Consejo presbiteral, el Colegio de los Consultores, el Capítulo de los Canónigos y el Consejo pastoral. Solamente en la medida en la cual estos organismos permanecen conectados con lo "bajo" y parten de la gente, de los problemas de cada día, puede comenzar a tomar forma una Iglesia sinodal: tales instrumentos, que algunas veces proceden con cansancio, deben ser valorizados como ocasión de escucha y de participación.

El segundo nivel es aquel de las Provincias y de las Regiones Eclesiásticas, de los Consejos Particulares y, en modo especial, de las Conferencias Episcopales. Debemos reflexionar para realizar todavía más, a través de estos organismos, las instancias intermedias de la colegialidad, quizás integrando y actualizando algunos aspectos del antiguo orden eclesiástico. El auspicio del Consejo de que tales organismos puedan contribuir a acrecentar el espíritu de la colegialidad episcopal todavía no se ha realizado plenamente. En una Iglesia sinodal, como ya afirmé, "no es oportuno que el Papa sustituya a los Episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, advierto la necesidad de proceder a una saludable descentralización".

El último nivel es aquel de la Iglesia universal. Aquí el Sínodo de los Obispos, representando al episcopado católico, se transforma en expresión de la colegialidad episcopal al interno de una Iglesia toda sinodal. Eso manifiesta la collegialitas affectiva, la cual puede volverse en algunas circunstancias "efectiva", que une a los Obispos entre ellos y con el Papa, en el cuidado por el Pueblo de Dios.

El compromiso de edificar una Iglesia sinodal - misión a la cual todos estamos llamados, cada uno en el papel que el Señor le confía - está grávido de implicaciones ecuménicas. Por esta razón, hablando con una delegación del Patriarcado de Constantinopla, he reiterado recientemente la convicción de que "el atento examen sobre cómo se articulan en la vida de la Iglesia el principio de la sinodalidad y el servicio de quien preside ofrecerá una aportación significativa al progreso de las relaciones entre nuestras Iglesias".

Estoy convencido de que, en una Iglesia sinodal, también el ejercicio del primado Petrino recibirá mayor luz. El Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como Bautizado entre los Bautizados y dentro del Colegio episcopal como Obispo entre los Obispos, llamado a la vez, como Sucesor del apóstol Pedro- a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en el amor a todas las iglesias.

Mientras reitero la necesidad y la urgencia de pensar a «una conversión del papado», de buen grado repito las palabras de mi predecesor el Papa Juan Pablo II: "Como Obispo de Roma soy consciente [...], que la comunión plena y visible de todas las Comunidades, en las que gracias a la fidelidad de Dios habita su Espíritu, es el deseo ardiente de Cristo. Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva". Nuestra mirada se extiende también a la humanidad. Una Iglesia sinodal es como un emblema levantado entre las naciones (cfr. Is 11, 12) en un mundo que - aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de la cosa pública - a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder. Como Iglesia que "camina junto" a los hombres, partícipe de las dificultades de la historia, cultivamos el sueño que el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de servicio de la autoridad podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, generando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros.

Nada de eso entre vosotros

Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, se separan del grupo y se acercan ellos solos a Jesús. No necesitan de los demás. Quieren hacerse con los puestos más privilegiados y ser los primeros en el proyecto de Jesús, tal como ellos lo imaginan. Su petición no es una súplica sino una ridícula ambición: «Queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Quieren que Jesús los ponga por encima de los demás.

Jesús parece sorprendido. «No sabéis lo que pedís». No le han entendido nada. Con paciencia grande los invita a que se pregunten si son capaces de compartir su destino doloroso. Cuando se enteran de lo que ocurre, los otros diez discípulos se llenan de indignación contra Santiago y Juan. También ellos tienen las mismas aspiraciones.La ambición los divide y enfrenta. La búsqueda de honores y protagonismos interesados rompen siempre la comunión de la comunidad cristiana. También hoy. ¿Qué puede haber más contrario a Jesús y a su proyecto de servir a la liberación de las gentes?

El hecho es tan grave que Jesús «los reúne» para dejar claro cuál es la actitud que ha de caracterizar siempre a sus seguidores. Conocen sobradamente cómo actúan los romanos, «jefes de los pueblos» y «grandes» de la tierra: tiranizan a las gentes, las someten y hacen sentir a todos el peso de su poder. Pues bien, «vosotros nada de eso».

Entre sus seguidores, todo ha de ser diferente: «El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». La grandeza no se mide por el poder que se tiene, el rango que se ocupa o los títulos que se ostentan. Quien ambiciona estas cosas, en la Iglesia de Jesús, no se hace más grande sino más insignificante y ridículo. En realidad, es un estorbo para promover el estilo de vida querido por el Crucificado. Le falta un rasgo básico para ser seguidor de Jesús.

En la Iglesia todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana, no desde arriba, desde la superioridad, el poder o el protagonismo interesado, sino desde abajo, desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús. No vivió nunca «para ser servido, sino para servir». Este es el mejor y más admirable resumen de lo que fue él: servicio a todos.

José Antonio Pagola

29 Tiempo Ordinario - B
(Marcos 10,35-45)
18 de octubre 2015

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, “B”
(Is 53, 10-11; Sal 32; Hbr 4, 14-16; Mc 10, 35-45)

EN LAS MANOS DE DIOS


Suele ser normal, al principio de curso, hacer proyectos, marcar objetivos, programar acciones para evaluar resultados. Y cuando cumplimos los objetivos y realizamos las actividades programadas nos sentimos satisfechos.

Es bueno, mientras no se escucha la voz interior, seguir la disciplina de un posible programa, pero hay realidades que no son fruto de la realización de un proyecto, sino de la obediencia al plan que Dios revela de diversas maneras, bien con mociones interiores, en los acontecimientos, bien con una sorprendente providencia que conduce como de la mano. El profeta afirma: “Lo que el Señor quiere prosperará por su mano” (Is 52,13). A la vez que trabajamos en los distintos objetivos, esta experiencia debe darnos confianza y sensibilidad para averiguar lo que Dios quiere.

Es natural que al ver realizados nuestros deseos sintamos alegría, pero no siempre lo que Dios quiere pasa por el éxito mundano. Con frecuencia la voluntad divina se manifiesta en la paradoja de la Cruz. “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45).

El autor de la carta a los Hebreos nos invita a poner nuestros ojos en el Trono de gracia -“Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (Hbr 4, 16), que no es, como podría parecer, la sede lujosa, sino la Cruz de Cristo. El creyente no desea otra cosa que colaborar con el plan divino, y cuando pone su afán en diversas tareas, siempre debe condicionar el esfuerzo a la coincidencia con la gracia, para no hacer del seguimiento evangélico, o de la evangelización un proyecto pretencioso. El salmista recomienda la actitud adecuada: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo” (Sal 32). Este planteamiento choca con el que tenían los discípulos de Jesús, cuando discutían por los primeros puestos, y en ello cifraban el logro o el fracaso. ¡Cuantas veces los éxitos nos llevan a un personalismo inadecuado! El Maestro les indica la participación necesaria en su Cáliz, que no es otro que el dar la vida por amor a los demás. Todo proyecto que busque la realización personal, aunque sea honesto, puede caer en el error de los Zebedeos, cuando le pidieron a Jesús: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Mientras que los que buscan el plan de Dios, no pretenden otra cosa que entregar la vida.

Evangelio según San Marcos 10,35-45. 

Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". El les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?". Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria". Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?". "Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados". Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. 

Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". 

San Lucas, evangelista

Fiesta de san Lucas, evangelista, que, según la tradición, nació en Antioquía de familia pagana y fue médico de profesión. Convertido a la fe de Cristo, fue compañero carísimo del apóstol san Pablo, y en su libro del Evangelio expuso por orden, cual escriba de la mansedumbre de Cristo, todo lo que hizo y enseñó Jesús. Asimismo, en el libro de los Hechos de los Apóstoles narró los comienzos de la vida de la Iglesia hasta la primera venida de Pablo a la ciudad de Roma.

Tremenda ascesis nos impone la Biblia cuando nos brinda 73 libros para los que prácticamente no tenemos referencia cierta de su autor humano. De unos pocos, apenas 7, podemos decir con certeza científica (es decir, menos del 100% pero cercano a ello) que son de San Pablo y.... nada más. De todos los demás libros, la atribución a un autor concreto (el Pentateuco a Moisés, los Salmos a David, los evangelios a cada uno de sus nombres, el Apocalipsis a Juan Apóstol, etc) son atribuciones que -no unánimemente- ha ido señalando la tradición posterior, basándose en casi todos los casos en evidencia puramente circunstancial. ¡Es que del Paraíso para aquí, si hay algo molesto es no saber! así que las lagunas del saber histórico la imaginación legendaria de cada época las va rellenando, a veces con datos completamente ficticios, a veces con datos reales pero exagerados, a veces con datos verosímiles aunque inciertos.

Mala manera de comenzar una hagiografía de san Lucas evangelista sembrando duda sobre si el «Evangelio de San Lucas» será o no de san Lucas... Sin embargo, no podemos ya en el siglo XXI presentar una hagiografía sobre el autor del tercer evangelio sin tomar en cuenta datos que la crítica histórica ha establecido con razonable certeza. Pero veamos el problema más de cerca, con la crítica histórica como transfondo y los datos de la tradición piadosa a mano:

-¿Existió un San Lucas autor del tercer evangelio y de Hechos de los Apóstoles?
Sí, por supuesto: el Evangelio y Hechos pertenecen al estilo, la manera de contar, el plan narrativo, la sensibilidad de un escritor; esas obras no se escribieron solas, ni son el mero resultado de una mezcla azarosa de papeles. Ahora bien, como datos ciertos, no hay mucho más que eso: podemos deducir algo de su personalidad a través de sus escritos (porque siempre, aunque no sea su intención, un escritor se retrata al escribir), pero la atribución que la tradición piadosa ha hecho con el Lucas que menciona san Pablo algunas veces, no puede asegurarse.

-¿En qué se basaba esa atribución?

En los siguientes datos:

-Dice San Pablo en Colosenses 4:14: «Os saluda Lucas, el médico querido, y Demás.»
-Dice en 2 Timoteo 4:11: «El único que está conmigo es Lucas. Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el ministerio.»
-Dice en Filemón 1:23-24: «Te saludan Epafras, mi compañero de cautiverio en Cristo Jesús, Marcos, Aristarco, Demás y Lucas, mis colaboradores.»

Y además en Hechos de los Apóstoles, al narrar los viajes de san Pablo se acude varias veces a hablar en primera persona del plural, en las llamadas «secciones nos» (por ejemplo, en el capítulo 20), que parecerían indicar que el autor estuvo allí.

Hasta aquí nada extraño, es bastante natural que pensemos que el autor del libro tiene que ser uno de los que san Pablo menciona, pero ¿por qué Lucas el médico? las razones de la tradición son que el Evangelio de Lucas es un escrito elegante desde el punto de vista del idioma, que no está lleno de semitismos como los demás, así que su autor sería genuinamente griego, además trasluce una personalidad de cierta formación humanística... por lo que «cierra bien» con el médico que menciona san Pablo. Si todo quedara en una hipótesis razonable, no habría ninguna objeción, ¿qué problema hay en identificar al autor de un evangelio con este o con aquel colaborador de san Pablo, si lo que en definitiva se está queriendo decir es que esos escritos son cercanos a la predicación de San Pablo? El problema está en cuando queremos sacar consecuencias teológicas, catequéticas y religiosas de una atribución basada en evidencia circunstancial. Cuántas veces hemos escuchado que san Lucas describe con maestría el aspecto humano de la agonía del Señor porque es médico... ¡cuando en realidad habíamos deducido de que debía ser el médico porque describe con maestría el aspecto humano del Señor! de tanto repetir la hipótesis razonable, nos olvidamos que se trataba sólo de eso, de una hipótesis razonable, y la comenzamos a tomar como una fuente de certezas. Pero entonces ¿qué celebramos hoy? Hoy celebramos que hubo un santo que escribió el evangelio de Lucas y el libro de Hechos, que desde su evidente origen pagano, vinculado casi con seguridad a la comunidad de Antioquía de Siria, en la actual Turquía, supo penetrar en el misterio de Jesús con los ojos de un no-judío (el único caso entre los cuatro evangelios). San Lucas representa, sea cual sea la relación de familiaridad con san Pablo, uno de los grandes logros de la predicación paulina, el buen fruto del injerto del olivo silvestre (los paganos) en el olivo cultivado (Israel), como dice la metáfora de Romanos 11.

Sería o no médico, tal vez sí, pero lo que es más importante para nosotros no es su colegiación profesional, sino que llevó a la Iglesia cuanto poseía como pagano: una tradición humanística, de valoración de los rasgos humanos, que están incorporados al Evangelio, no sólo al de Lucas, sino al anuncio del Evangelio tal cual lo entiende la Iglesia (no de Pablo ni de Apolo, sino de Cristo). Aunque sea un rompedero de cabeza para la cristología, ¿qué más saludable que esa mirada hecha de humanidad al contemplar al niño Jesús que se va haciendo hombre: «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.» (Lc 2,52)? Ninguno de los otros evangelios dice algo así; hacía falta un genuino griego para mirar con mirada de humanismo griego al niño que crece. ¡Y Dios sabe cuánta falta nos hace siempre que al menos uno de los cuatro evangelios nos baje a la tierra en nombre del propio Dios!

También san Lucas es, por eso mismo, el gran poeta de María; en esto se disputa con Juan, enamorado también de la Madre de Dios. Sin embargo, como Juan aventaja a Lucas en penetrar en la hondura mística donde apenas si distinguimos a la Madre de Jesús de la Madre-Iglesia; así Lucas aventaja a Juan en recordarnos -y siempre- que cualquier hondura mística empieza en lo particular, en lo concreto, en lo humano: en alguien que percibe su infinita nada frente a Dios, que canta como en el Magnificat y se alegra del gran don con el que ha sido honrada, que sufre silenciosa, también, al ver un Hijo al que apenas si puede humanamente comprender, pero cuya misión sabe, en la certeza de la fe, que viene de Dios.

 A esto se pueden añadir las simpáticas leyendas piadosas, pero carentes de todo apoyo documental, sobre que fue el primer pintor de la Virgen, sobre todos los lugares en los que predicó luego de muerto Pablo, etc.

Pero con lo dicho, y sin necesidad de inventar nada, tenemos mucho material para inspirar con seriedad una vida cristiana.
Señor y Dios nuestro, que elegiste a San Lucas para que nos revelara, con su predicación y sus escritos, tu amor a los pobres, concede, a cuantos se glorían en Cristo, vivir con un mismo corazón y un mismo espíritu y atraer a todos los hombres a la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Santo Tomás de Aquino (1225-1274), dominico, teólogo, doctor de la Iglesia. Conferencia sobre el Credo, 6

«El que quiera ser grande, sea vuestro servidor»

¿Qué necesidad había para que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Una gran necesidad que se puede resumir en dos puntos: necesidad de remedio por lo que se refiere a nuestros pecados, necesidad de ejemplo para nuestra conducta... Porque la Pasión de Cristo nos proporciona un modelo válido para nuestra vida... Si buscas un ejemplo de caridad: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13)... Si buscas la paciencia, es sobre la cruz donde se encuentra en grado máximo...

Cristo sufrió grandes males en la cruz, y pacientemente, puesto que «cuando lo insultaban, no devolvía el insulto» (1P 2,23), «como un cordero llevado al matadero, no abría la boca» (Is 53,7)... «Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz» (Hb 12,1-2).

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado. Porque un Dios ha querido ser juzgado bajo Poncio Pilato y morir... Si buscas un ejemplo de obediencia, no tienes que hacer más que seguir al que se hizo obediente al Padre «hasta la muerte» (Flp 2,8). «Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos» (Rm 5,19). Si buscas un ejemplo de menosprecio de los bienes de la tierra no debes hacer otra cosa que seguir al que es «Rey de reyes y Señor de los señores», «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (1Tm 6,15; Col 2,3); sobre la cruz estuvo desnudo, convertido en la mofa de todos, cubierto de salivazos, golpeado, coronado de espinas, y finalmente, apagando su sed con hiel y vinagre.

B - Domingo 29o Is 53, 2a.3a.10-11; Heb 4, 14-16; Mc 10, 35-45

Nexo entre las lecturas
La expresión servir para redimir sintetiza el contenido sustancial de la liturgia de hoy. "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, nos dice Jesús en el Evangelio. Jesús nos precede a todos en el servicio, realizando en sí la figura del siervo de Yahvéh, despreciado, marginado, hombre doliente y enfermo, que se da a sí mismo en expiación (primera lectura), y la figura de Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas porque ha sido tentado en todo como nosotros, excepto en el pecado (segunda lectura).

Mensaje doctrinal
1. Poder y servicio. Jesús en el Evangelio parece contraponer dos concepciones de la sociedad y de las relaciones entre los hombres. Una de ellas, vertical, centrada en el poder; un poder que resalta la diferencia entre los poderosos y los que de poder carecen, entre los que dominan y los que son dominados, entre los opresores y los oprimidos. Esta concepción va contra las exigencias más perentorias de la naturaleza libre del hombre, sólo puede mantenerse con la fuerza de las armas, y lleva dentro de sí el virus mortal que la destruirá. A esta concepción Jesucristo opone la suya, la que Él ha venido a traer al mundo con su presencia, la que quiere dejar como herencia a sus discípulos. La concepción de Jesús es horizontal, pone de relieve la igualdad entre todos y se centra en el servicio.

Un servicio generoso, hasta ser bautizados con Cristo en la sangre del martirio y beber juntamente con él el cáliz de la pasión. Nadie está obligado a servir, porque nadie es obligado a amar, y el servicio expiatorio y redentor de Cristo y de sus discípulos surge de la fuente del amor auténtico. La fuerza de las armas viene sustituida en esta nueva sociedad por la fuerza del amor verdadero, el arma más eficaz de la historia y de las relaciones entre los hombres y las naciones, pero no pocas veces desconocida, despreciada, abandonada, destruida. La sociedad victoriosa con las armas del amor no está contaminada, no tiene ningún virus que la carcoma. Es una sociedad sana, libre, amable, solidaria. Ésta es la sociedad por la que Dios se hizo presente entre nosotros en la vida de Jesús de Nazaret; esta sociedad es la razón de ser de la Iglesia y de todos los que a ella pertenecemos. No es utopía, es Evangelio, buena nueva de Dios. ¿Seremos tan mezquinos de dejar que se convierta en utopía lo que es la esencia misma del cristianismo? Caracteres del servicio cristiano.

1) El servicio cristiano, como viene expuesto en los textos litúrgicos de este domingo, se caracteriza primeramente por ser expiatorio y redentor. Es la experiencia del siervo de Yahvéh (primera lectura), quien, por haber conocido en su vida el sufrimiento y la prueba, justificará a muchos y llevará sobre sí sus culpas. Es la experiencia histórica de Jesús, que ha venido no a ser servido sino a servir y a dar su vida en redención y rescate de muchos (Evangelio) y que, como sumo sacerdote de la Nueva Alianza ha experimentado el sufrir, siendo como es uno de nosotros igual a nosotros en todo, menos en el pecado (segunda lectura).

2) El servicio cristiano es también participativo. Cristo siervo desea vivir y estar presente en medio de una comunidad de siervos. Por eso, entre los cristianos el primero ha de ser el siervo de todos, es decir, ha de ser el primero en el servicio. Esto no es algo opcional, es ley constitutiva de la comunidad cristiana.

3) Finalmente, el servicio es eficaz y fecundo. Fue eficaz y fecundo en la vida del siervo de Yahvéh, que "por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará". Fue fecundo y eficaz entre los primeros cristianos, que se consideraban, como Pablo, siervos de Cristo en el servicio a los hermanos, y que formaron comunidades fundadas en el amor y en la solidaridad. Fue eficaz y fecundo en Jesús que como sumo sacerdote penetró en los cielos y ahora está sentado en el trono de gracia para bien y beneficio nuestro. A ese trono todos los hombres tienen acceso y desde él, Jesucristo sirve a la humanidad el tesoro de su gracia y de su misericordia.

Sugerencias pastorales
1. Cristiano, o sea, servidor. Es indudable que en el cristianismo actual hay una mayor conciencia de la Iglesia como comunidad de servicio, de cada cristiano como servidor, aunque puede haber individuos o grupos en que esta conciencia esté disminuida o casi no exista. Esta conciencia es una gran riqueza de la Iglesia de nuestro tiempo. Una conciencia que recorre el cuerpo entero eclesial. Demos gracias al Señor porque esta conciencia es ya un fruto de su gracia redentora. La conciencia, lo sabemos, es insuficiente.

De la conciencia hay que pasar a la vivencia. Y este paso, gracias al Señor, lo han dado también , y lo dan cada día, muchos hijos de la Iglesia.

2. La Iglesia está en primera línea en el servicio a los marginados socialmente (drogadictos, enfermos de SIDA, emigrantes, niños abandonados...). La Iglesia está en primera línea en la ayuda eficaz, por más que sea pequeña, a los países que sufren calamidades naturales, o el terrible flagelo de la guerra. Está en primera línea en el servicio al hombre, sobre todo al hombre indefenso, defendiendo con vigor y constancia los derechos fundamentales del ser humano, particularmente el derecho más fundamental como es el de la vida. La Iglesia está en primera línea en la promoción y defensa de los valores humanos y cristianos. En cada parroquia, en cada diócesis, ¡cuántos modos, a veces muy sencillos, de servir al hombre! Servir y sufrir. Aunque espiritualmente el servicio puede ser un manantial de alegría, el sufrimiento con sus diferentes rostros no está ausente del servicio. Para servir hay que sufrir. Hay que sufrir la fatiga, el duro esfuerzo del estar dándose en primera fila, la enfermedad incluso. Hay que sufrir muchas veces la humillación, y hasta el desprecio y la ingratitud de aquéllos a quienes sirves. Hay que sufrir, en otras ocasiones, el drama de la enorme distancia entre lo que uno hace al servicio del hombre y las ingentes necesidades de muchos millones de hombres en el mundo. Hay que sufrir quizás la incomprensión de los demás, los comentarios hirientes y a veces mordaces, las interpretaciones equivocadas que algunas personas pueden dar a tu servicio. No es fácil servir sufriendo. Puede hacerse gracias a la fuerza de la meditación orante de la Palabra de Dios que vivifica el espíritu; gracias a la energía que nos viene del pan eucarístico; gracias a una fe gigantesca, que hace descubrir en el hombre, cualquiera que sea, al mismo Cristo vivo y presente entre nosotros en el hoy de nuestra vida. Hermano o hermana que sufres por servir, ¡no tengas miedo! En el servicio sufrido al prójimo encontrarás con toda seguridad a Dios y te encontrarás a ti mismo.

Octubre mes de las Misiones
La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado a despertar el Espíritu Misionero en los fieles

La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado mundialmente a despertar el Espíritu Misionero en los fieles, con gestos de solidaridad hacia los 200,000 misioneros que entregan sus vidas por el anuncio del Evangelio en el mundo.

Durante este mes, llamado "Mes de las Misiones" se intensifica la animación misionera, uniéndonos todos en oración, el sacrificio y el aporte económico a favor de las misiones, a fin de que el evangelio se proclame a todos los hombres.

El domingo 18 de octubre de 2015 se celebrará la Jornada Mundial de las Misiones "Domund" en todas las Iglesias locales, como fiesta de la catolicidad y de solidaridad universal. La colecta de este día es destinada al fondo universal para las misiones más necesitadas.

Juan Pablo II en el Nº 72 de la Redemptoris Missio, mencionó a los "movimientos eclesiales dotados de dinamismo misionero" que, "cuando se integran con humildad en la vida de las iglesias locales y son acogidos cordialmente por los Obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha".

Queridísimos hermanos y hermanas:

El compromiso misionero de la Iglesia constituye, también en este comienzo del tercer milenio, una urgencia que en varias ocasiones he querido recordar. La misión, como he recordado en la Encíclica Redemptoris Missio, está aún lejos de cumplirse y por eso debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio (cfr. n.1). Todo el Pueblo de Dios, en cada momento de su peregrinar en la historia, está llamado a compartir la "sed" del Redentor (cfr Jn 19, 28). Los santos han advertido siempre con mucha fuerza esta sed de almas que hay que salvar: baste pensar, por ejemplo, a santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones, y a monseñor Comboni, gran apóstol de África, que he tenido la alegría de elevar recientemente al honor de los altares.

Consagrados y enviados para la misión

Todos nosotros, miembros de la Iglesia e impulsados por el mismo Espíritu, somos consagrados, aunque de diverso modo, para ser enviados: por el bautismo se nos confía la misma misión de la Iglesia. A todos se nos llama y todos estamos obligados a evangelizar, y esta misión fontal, común a todos los cristianos, ha de constituir un verdadero "acicate" cotidiano y una solicitud constante de nuestra vida. Es muy bello y estimulante recordar la vida de las comunidades de los primeros cristianos, cuando éstos se abrían al mundo, al que por vez primera miraban con ojos nuevos: era la mirada de quien ha comprendido que el amor de Dios se debe traducir en servicio por el bien de los hermanos. El recuerdo de su experiencia de vida me induce a reafirmar la idea central de la reciente encíclica: "La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!"(n. 2).

Sí, la misión nos ofrece la extraordinaria oportunidad de rejuvenecer y embellecer a la Esposa de Cristo y, al mismo tiempo, nos hace experimentar una fe que renueva y fortalece la vida cristiana, precisamente porque se dona.

Pero la fe que renueva la vida y la misión que fortalece la fe no pueden ser tesoros escondidos o experiencias exclusivas de cristianos aislados. Nada está tan lejos de la misión como un cristiano encerrado en sí mismo: si su fe es sólida, está destinada a crecer y debe abrirse a la misión. El primer ámbito de desarrollo del binomio fe-misión es la comunidad familiar. En una época en la que parece que todo concurre a disgregar esta célula primaria de la sociedad, es necesario esforzarse para que sea, o vuelva a ser, la primera comunidad de fe, no sólo en el sentido de la adquisición, sino también del crecimiento, de la donación y, por tanto, de la misión. Es hora de que los padres de familia y los cónyuges asuman como deber esencial de su estado y vocación evangelizar a sus hijos y evangelizarse recíprocamente, de modo que todos los miembros de la familia y en toda circunstancia -especialmente en las pruebas del sufrimiento, la enfermedad y la vejez- puedan realmente recibir la Buena Nueva. Se trata de una forma insustituible de educación a la misión y de preparación natural de las posibles vocaciones misioneras, que casi siempre encuentran su cuna en la familia.

Otro ámbito, asimismo importante, es la comunidad parroquial, o la comunidad eclesial de base, la cual, mediante el servicio de sus pastores y animadores, debe ofrecer a los fieles el alimento de la fe e ir en busca de los alejados y extraños, realizando así la misión. Ninguna comunidad cristiana es fiel a su cometido si no es misiones: o es comunidad misionera o no es ni siquiera comunidad cristiana, pues se trata de dos dimensiones de la misma realidad, tal como es definida por el bautismo y los otros sacramentos. Además, este empeño misionero de cada comunidad reviste la máxima urgencia hoy que la misión, entendida incluso en el sentido específico de primer anuncio del Evangelio a los no-cristianos, está llamando a las puertas de las comunidades cristianas de antigua evangelización y se presenta cada vez más como "misión entre nosotros".

Motivo de esperanza, para responder a las nuevas exigencias de la misión actual, son asimismo los Movimientos y grupos eclesiales, que el Señor suscita en la Iglesia para que su servicio misionero sea más generoso, oportuno y eficaz.

Cómo cooperar en la actividad misionera de la Iglesia.

Si todos los miembros de la Iglesia son consagrados para la misión, todos son corresponsables de llevar a Cristo al mundo con la propia aportación personal. La participación en este derecho-deber se llama "cooperación misionera" y se enraiza necesariamente en la santidad de vida: sólo injertados en Cristo, como los sarmientos en la vid (cf. Jn 15, 5), daremos mucho fruto. El cristiano que vive su fe y observa el mandamiento del amor dilata los horizontes de su actuación hasta abarcar a todos los hombres mediante la cooperación espiritual, hecha oración, sacrificio y testimonio, que permitió proclamar co-patrona de las misiones a santa Teresa del Niño Jesús, aunque nunca fue enviada a la misión.

La oración debe acompañar el camino y la obra de los misioneros para que la gracia divina haga fecundo el anuncio de la Palabra. El sacrificio, aceptado con fe y sufrido con Cristo, tiene valor salvífico. Si el sacrificio de los misioneros debe ser compartido y sostenido por el de los fieles, entonces todo el que sufre en el espíritu y en el cuerpo puede llegar a ser misionero, si ofrece con Jesús al Padre los propios sufrimientos. El testimonio de vida cristiana es una predicación silenciosa, pero eficaz, de la palabra de Dios. Los hombres de hoy, aparentemente indiferentes a la búsqueda del Absoluto, experimentan en realidad su necesidad y se sienten atraídos e impresionados por los santos que lo revelan con su vida.

La cooperación espiritual en la obra misionera debe tender sobre todo a promover las vocaciones misioneras. Por eso, invito una vez más a los jóvenes y a las jóvenes de nuestro tiempo a decir "sí", si el Señor les llama a seguirlo con la vocación misionera. No hay opción más radical y valiente que ésta: dejan todo para dedicarse a la salvación de los hermanos que no han recibido el don inestimable de la fe en Cristo.

La Jornada mundial de las misiones une a todos los hijos de la Iglesia, no sólo en la oración, sino también en el esfuerzo de solidaridad, compartiendo la ayuda y bienes materiales para la misión ad gentes. Tal esfuerzo responde al estado de necesidad que sufren tantas personas y poblaciones de la tierra. Se trata de hermanos y hermanas que, necesitados de todo, viven principalmente en los países identificados con el Sur del mundo y que coinciden con los territorios de misión. Los pastores y los misioneros necesitan, pues, medios ingentes, no sólo para la obra de la evangelización -que es, ciertamente, primaria y onerosa-, sino también para salir al paso de las múltiples necesidades materiales y morales mediante las obras de promoción humana que acompañan siempre a toda misión.

Ojalá que la celebración de la Jornada mundial de las misiones sea un estímulo providencial para poner en marcha las estructuras de caridad y para que cada uno de los cristianos y sus comunidades den testimonio efectivo de la caridad. Se trata de "una cita importante en la vida de la Iglesia, porque enseña cómo se ha de dar: en la celebración eucarística, esto es, como ofrenda a Dios, y para todas las misiones del mundo" (Redemptoris missio, 81).

La animación de las Obras Misionales Pontificias.

En la obra de animación y cooperación misionera, que atañe a todos los hijos de la Iglesia, deseo reafirmar el cometido peculiar y la responsabilidad específica que incumben a las Obras Misionales Pontificias, como lo hice destacar ya en la citada encíclica (cf. n. 84).

Las cuatro Obras -Propagación de la fe, San Pedro Apóstol, Infancia Misionera y Unión Misional- tienen como objetivo común promover el espíritu misionero en el pueblo de Dios. Son la expresión de la universalidad en las Iglesias locales.

Deseo recordar especialmente la Unión Misional, que celebra su 75º aniversario de fundación. Tiene el mérito de realizar un esfuerzo continuo de sensibilización entre los sacerdotes, religiosos, religiosas y animadores de las comunidades cristianas, para que el ideal misionero se traduzca en formas adecuadas de pastoral y de catequesis misionera.

Las Obras Misionales deben ser las primeras en llevar a la práctica cuanto afirmé en la encíclica: "Las Iglesias locales, por consiguiente, han de incluir la animación misionera como elemento primordial de su pastoral ordinaria en las parroquias, asociaciones y grupos, especialmente los juveniles" (n. 83). Las Obras Misionales han de ser protagonistas de este importante mandato en la animación, formación misionera y organización de la caridad para la ayuda a las misiones.

Pero, una vez recordada la función de estas Obras y el empeño permanente en favor de la misión, no puedo terminar esta exhortación sin hacer llegar expresamente a los misioneros y misioneras -sacerdotes, religiosos y laicos esparcidos por el mundo- una expresión de afectuoso agradecimiento y estímulo, para que perseveren con confianza en su actividad evangelizadora, aun cuando llevarla a cabo pueda costar y cueste los mayores sacrificios, incluso el de la vida.

Queridísimos misioneros y misioneras: mi pensamiento y afecto os acompañan siempre, junto con la gratitud de toda la Iglesia. Sois la esperanza viva de la Iglesia, como testigos y artífices de su misión universal en el acto mismo que se realiza, y también el signo creíble y visible del amor de Dios, que a todos nos ha llamado, consagrado y enviado, pero que a vosotros os ha dado un mandato especial: el don singular de la vocación ad gentes. Vosotros lleváis a Cristo al mundo; y, en su nombre, como Vicario suyo, os bendigo y os llevo en el corazón. Con vosotros, bendigo a todos aquellos que con amor y generosidad participan en vuestro apostolado de evangelización y de promoción integral del hombre.

Misioneros, que María, Reina de los Apóstoles, guíe y acompañe vuestros pasos y los de todos aquellos que, de cualquier forma, cooperan en la misión universal de la Iglesia.

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada mundial de las Misiones 2015

Existen varios grupos misioneros alrededor del mundo, visita el sitio de Juventud y Familia Misionera

Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND)

Miles de fieles en la canonización

"En el actual contexto de Oriente Medio es decisivo, más que nunca, que se haga la paz"
El Papa clama por la paz en Tierra Santa y pide "la valentía de dar pasos concretos de distensión"
Francisco denuncia la "situación de gran tensión y violencia" entre Israel y Palestina

Jesús Bastante, 18 de octubre de 2015 a las 12:09

Hay necesidad de mucha valentía y mucha fuerza de ánimo para decir 'no' al odio y la venganza, y realizar gestos de paz. Recemos por esto

(Jesús Bastante).- La violencia en Tierra Santa, la tierra de Jesús, crece cada día. En su oración durante el Angelus -que hoy se llevó a cabo en la plaza de San Pedro, al término de la ceremonia de canonización-, Francisco reclamó a "gobernantes y ciudadanos la valentía de oponerse a la violencia y dar pasos concretos de distensión".

"En el actual contexto de Oriente Medio es decisivo, más que nunca, que se haga la paz en Tierra Santa. Esto nos piden Dios y el bien de la Humanidad", subrayó Bergoglio, quien reconoció la "situación de gran tensión y violencia" entre judíos y palestinos, que ya ha causado varias muertes, ataques mutuos y actos de violencia, como el incendio en la tumba del patriarca José en Nablús. "Hay necesidad de mucha valentía y mucha fuerza de ánimo para decir 'no' al odio y la venganza, y realizar gestos de paz. Recemos por esto", concluyó el Papa, quien saludó a todos "los que habéis venido a rendir homenaje a los nuevos santos", en especial a las delegaciones de Italia, Francia y España.

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas,

Sigo con gran preocupación la situación de tensión y violencia que afecta la Tierra Santa. En este momento se necesita mucho coraje y mucha fortaleza de ánimo para decir no al odio y a la venganza y cumplir gestos de paz. Por esto rezamos, para que Dios refuerce en todos, gobernantes y ciudadanos, la valentía de oponerse a la violencia y de realizar pasos concretos de distensión. En el contexto actual de Oriente Medio es más que nunca decisivo que se haga la paz en la Tierra Santa: esto nos pide Dios y el bien de la humanidad.

Al final de esta celebración, deseo saludar a todos ustedes que han venido a rendir homenaje a los nuevos Santos, especialmente a las Delegaciones oficiales de Italia, España y Francia.

Saludo a los fieles de la diócesis de Lodi y Cremona, así como a las Hijas del Oratorio. Que el ejemplo de San Vicente Grossi sostenga el compromiso por la educación cristiana de las nuevas generaciones.

Saludo a los peregrinos que han venido de España, en particular de Sevilla, y a  las Hermanas de la Compañía de la Cruz. Que el testimonio de Santa María de la Purísima nos ayude a vivir la solidaridad y cercanía con los más necesitados. Saludo a los fieles provenientes de Francia, sobre todo de Bayeux, Lisieux y Sées: a la intercesión de los santos esposos Luis Martin y Maria Celia Guérin encomendamos las alegrías, las esperanzas y las dificultades de las familias francesas y de todo el mundo.

Agradezco a los señores Cardenales, a los Obispos, sacerdotes, personas consagradas, así como a las familias, los grupos religiosos y asociaciones.

Y ahora nos dirigimos con amor filial a la Virgen María. Ángelus domini...

Francisco canoniza a cuatro nuevos santos

Fecha: 18 de Octubre de 2015

Este domingo, 18 de octubre, ha sido canonizada en el Vaticano la beata española Madre María de la Purísima de la Cruz, superiora general de la Congregación de las Hermanas de la Compañía de la Cruz, quien dedicó su vida a atender a los pobres, los enfermos y a los más necesitados. Es la segunda religiosa de este instituto en subir a los altares, junto con la fundadora sor Ángela de la Cruz.

Un gran número de fieles de España han peregrinado a Roma acompañados por el arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo, y numerosas Hermanas de la Cruz y sacerdotes, quienes han participado en la ceremonia de canonización que ha llevado a cabo el papa Francisco sobre las 10 de la mañana, y donde también han sido proclamados santos Luis y Celia Martin, padres de santa Teresita del Niño Jesús, y el sacerdote diocesano Vincenzo Grossi, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio.

Durante la misa, ha tenido lugar el tradicional rito, en el que el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causas de los Santos, ha leído una breve biografía de cada uno de los nuevos santos y ha solicitado al Pontífice su canonización. Después, los postuladores han llegado con las reliquias para ponerlas en el altar y el Santo Padre ha pronunciado solemnemente la fórmula con la que, a partir de ese momento, los cuatros beatos pasan a formar parte del santoral romano.  

La Madre María de la Purísima de la Cruz, superiora de la Compañía de la Cruz, nació en Madrid en 1926 y falleció en Sevilla en 1998. Fue beatificada en el año 2010. Las Hermanas de la Cruz se dedican al cuidado de los más pobres.

Los padres de santa Teresa de Lisieux, Luis y Celia Martin, fueron declarados beatos en 2009 por Benedicto XVI. Se trata del primer matrimonio canonizado en la misma ceremonia. Además han subido a los altares como santos durante el Sínodo de la Familia, para resaltar el papel fundamental de los padres en la transmisión de la fe a sus hijos.

El sacerdote italiano Vincenzo Grossi, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio, nació en 1845 en Cremona y falleció en 1917. La orden que fundó en 1895 está dedicada, especialmente, a la evangelización de los niños y jóvenes. Tienen casas en Italia, Argentina y Ecuador. Vincenzo Grossi fue beatificado por Pablo VI en 1975.

A la celebración eucarística han asistido también algunos padre sinodales que están participado en la Asamblea de los Obispos, que se celebra en el Aula Pablo VI hasta el próximo 25 de octubre.

Francisco, durante la canonización

El Papa denuncia la "incompatibilidad" entre "el carrerismo y el seguimiento de Cristo"
Francisco: "Cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo"
Multitudinaria canonización de María de la Purísima, Vincenzo Grossi y los padres de Santa Teresita

Jesús Bastante, 18 de octubre de 2015 a las 10:59

Somos «canales» de su amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los que están angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos

(Jesús Bastante).- Si ayer hizo un llamamiento a la sinodalidad, Francisco aprovechó la homilía de la misa de canonización de Madre María de la Purísima, del sacerdote Vincenzo Grossi, y de los padres de Santa Teresita de Lisieux para recordar la responsabilidad de todos los cristianos: "Cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo". Ante decenas de miles de personas, el Papa incluyó en el libro de los santos a cuatro nuevos miembros, representantes de todo el pueblo de Dios: un sacerdote, una religiosa y un matrimonio, el primero canonizado en la era moderna. En pleno Sínodo de la Familia, un gran ejemplo de vida y una demostración que, pese a las dificultades, es posible llevar a cabo una vida cristiana.

En su homilía, Francisco hizo especial hincapie en una de las frases clave de su pontificado: el verdadero poder está en el servicio. "Jesús es el Siervo del Señor, su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio, son la fuente de nuestra salvación", recordó el Papa, quien hizo suya la imagen de Jesús frente a los discípulos que querían estar a su derecha e izquierda en el Reino que imaginaban. "Jesús les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás".

"Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario", incidió Bergoglio, señalando que es el propio Cristo quien "señala que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio. El que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia".

"Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad", añdió el Papa, quien afirma, con Jesús, que "él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de la vida".

Y es que "hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús", incompatibilidad "entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado".

"Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de compasión", subrayó el Pontífice, indicando la necesidad de acercarse, pues Cristo "conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide entender a los pecadores. Su gloria no está en la ambición o la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino".

"Cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo; los fieles laicos del sacerdocio común, los sacerdotes del sacerdocio ministerial. Así, todos podemos recibir la caridad que brota de su Corazón abierto, tanto por nosotros como por los demás: somos «canales» de su amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los que están angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos", concluyó el Papa, quien recordó los ejemplos de Vicente Grossi, "un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su gente"; Santa María de la Purísima, quien "vivió personalmente con gran humildad el servicio a los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos de los pobres y enfermos"; y "los santos esposos Luis Martin y María Azelia Guérin", quienes "vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús".

Texto completo de la homilía:

Las lecturas bíblicas de hoy nos hablan del servicio y nos llaman a seguir a Jesús a través de la vía de la humildad y de la cruz.

El profeta Isaías describe la figura del Siervo de Yahveh (53,10-11) y su misión de salvación. Se trata de un personaje que no ostenta una genealogía ilustre, es despreciado, evitado de todos, acostumbrado al sufrimiento. Uno del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y silenciosa y con su propio sufrimiento. Su misión, en efecto, se realiza con el sufrimiento, que le ayuda a comprender a los que sufren, a llevar el peso de las culpas de los demás y a expiarlas. La marginación y el sufrimiento del Siervo del Señor hasta la muerte, es tan fecundo que llega a rescatar y salvar a las muchedumbres.

Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio (cf. Flp 2,7), son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios. El kerigma, corazón del Evangelio, anuncia que las profecías del Siervo del Señor se han cumplido con su muerte y resurrección. La narración de san Marcos describe la escena de Jesús con los discípulos Santiago y Juan, los cuales -sostenidos por su madre- querían sentarse a su derecha y a su izquierda en el reino de Dios (cf. Mc 10,37), reclamando puestos de honor, según su visión jerárquica del reino. El planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena. Jesús entonces produce una primera «convulsión» en esas convicciones de los discípulos haciendo referencia a su camino en esta tierra: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis ... pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado» (vv. 39-40). Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás.

Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario. Por eso les advierte: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (vv. 42-43). Con estas palabras señala que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio. El que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad.

Y después de haber presentado un ejemplo de lo que hay que evitar, se ofrece a sí mismo como ideal de referencia. En la actitud del Maestro la comunidad encuentra la motivación para una nueva concepción de la vida: «Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (v. 45).

En la tradición bíblica, el Hijo del hombre es el que recibe de Dios «poder, honor y reino» (Dn 7,14). Jesús da un nuevo sentido a esta imagen y señala que él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de la vida. En efecto, con su pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia.

Hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Incompatibilidad entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado. En cambio, sí que hay compatibilidad entre Jesús «acostumbrado a sufrir» y nuestro sufrimiento. Nos lo recuerda la Carta a los Hebreos, que presenta a Cristo como el sumo sacerdote que comparte totalmente nuestra condición humana, menos el pecado: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (4,15). Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de compasión. Ha experimentado directamente nuestras dificultades, conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide entender a los pecadores. Su gloria no está en la ambición o la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino.

Cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo; los fieles laicos del sacerdocio común, los sacerdotes del sacerdocio ministerial. Así, todos podemos recibir la caridad que brota de su Corazón abierto, tanto por nosotros como por los demás: somos «canales» de su amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los que están angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos.

Los santos proclamados hoy sirvieron siempre a los hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro. San Vicente Grossi fue un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes. Distribuyó a todos con ardor el pan de la Palabra y fue buen samaritano para los más necesitados.

Santa María de la Purísima vivió personalmente con gran humildad el servicio a los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos de los pobres y enfermos.

Los santos esposos Luis Martin y María Azelia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús.

El testimonio luminoso de estos nuevos santos nos estimulan a perseverar en el camino del servicio alegre a los hermanos, confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María. Ahora, desde el cielo, velan sobre nosotros y nos sostienen con su poderosa intercesión.

 

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