"¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!"

Evangelio según San Lucas 18,35-43. 

Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!". Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!". Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: 

"¿Qué quieres que haga por ti?". "Señor, que yo vea otra vez". Y Jesús le dijo: "Recupera la vista, tu fe te ha salvado". 
En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios. 

Santa Margarita de Escocia, reina

Santa Margarita, nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, y fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia; a la oración y a los ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina.

Margarita era una de las hijas de Eduardo d'Outremer («El Exilado»), pariente muy cercano de Eduardo el Confesor, y hermana del príncipe Edgardo. Este último, cuando huía de las acechanzas de Guillermo el Conquistador, se refugió junto con su hermana, en la corte del rey Malcolm Canmore, en Escocia. Una vez allí, Margarita, tan hermosa como buena y recatada, cautivó el corazón de Malcolm y, en el año de 1070, cuando ella tenía veinticuatro años de edad, se casó con el rey en el castillo de Dunfermline. Aquel matrimonio atrajo muchos beneficios para Malcolm y para Escocia. El rey era un hombre rudo e inculto, pero de buena disposición, y Margarita, atenida a la gran influencia que ejercía sobre él, suavizó su carácter, educó sus modales y le convirtió en uno de los monarcas más virtuosos de cuantos ocuparon el trono de Escocia. Gracias a aquella admirable mujer, las metas del reino fueron, desde entonces, establecer la religión cristiana y hacer felices a los súbditos. «Ella incitaba al monarca a realizar las obras de justicia, caridad, misericordia y otras virtudes», escribió un antiguo autor, «y en todas ellas, por la gracia divina, consiguió que él realizara sus piadosos deseos. Porque el rey presentía que Cristo se hallaba en el corazón de su reina y siempre estaba dispuesto a seguir sus consejos». Así fue por cierto, ya que no sólo dejó en manos de la reina la total administración de los asuntos domésticos, sino que continuamente la consultaba en los asuntos de Estado.

Margarita hizo tanto bien a su marido como a su patria adoptiva, donde dio impulso a las artes de la civilización y alentó la educación y la religión. Escocia era víctima de la ignorancia y de muchos abusos y desórdenes, tanto entre los sacerdotes como entre los laicos; pero la reina organizó y convocó a sínodos que tomaron medidas para acabar con aquellos males. Ella misma estuvo presente en aquellas reuniones y tomó parte en los debates. Se impuso la obligación de celebrar los domingos, los días de fiesta y los ayunos. A todos se les recomendó que se unieran en la comunión pascual y se prohibieron estrictamente muchas prácticas escandalosas, como la simonía, la usura y el incesto.

Santa Margarita se esforzó constantemente para obtener buenos sacerdotes y maestros para todas las regiones del país y formó una especie de asociación de costura entre las damas de la corte, a fin de proveer de vestiduras y ornamentos a las iglesias. Junto con su esposo, fundó y edificó varias iglesias, entre las que destaca, por su grandiosidad, la de Dunfermline, dedicada a la Santísima Trinidad.

Dios bendijo a los reyes con seis varones y dos hijas, a quienes su madre educó con escrupuloso cuidado; ella misma los instruyó en la fe cristiana y, ni por un momento dejó de vigilar sus estudios. Su hija Matilde se casó después con Enrique I de Inglaterra y pasó a la historia con el sobrenombre de «Good Queen Maud» («la buena reina Maud», por este matrimonio, la actual Casa Real Británica desciende de los reyes de Wessex y de Inglaterra, anteriores a la conquista), mientras que tres de sus hijos, Edgardo, Alejandro y David, ocuparon sucesivamente el trono de Escocia; al último de los nombrados se le veneraba localmente como santo. Los cuidados y la solicitud de Margarita se prodigaban entre los servidores de palacio, en el mismo grado que entre su propia familia. Y todavía, a pesar de los asuntos de Estado y las obligaciones domésticas que debía atender, mantenía su espíritu en total desprendimiento de las cosas de este mundo y enteramente recogido en Dios. En su vida privada, observaba una extrema austeridad: comía frugalmente y, a fin de que le quedara tiempo para sus devociones, se lo robaba al sueño. Cada año observaba dos cuaresmas: una en la fecha correspondiente y la otra antes de la Navidad. En esas ocasiones, dejaba el lecho a la media noche y asistía a la iglesia para oír los maitines; a menudo, el rey la acompañaba. Al regreso a palacio, lavaba los pies a seis pobres y les daba limosnas. También durante el día empleaba algunas horas en la oración y sobre todo, en la lectura de las Sagradas Escrituras.

El librito en que leía los Evangelios, cayó en cierta ocasión al río; pero no quedó dañado en lo más mínimo, aparte de una mancha de agua en la cubierta; ese mismo volumen se conserva todavía entre los tesoros más preciados de la Biblioteca Bodleiana en Oxford. Quizá la mayor virtud de la reina Margarita era su amor hacia los pobres. Con frecuencia salía a visitar a los enfermos y los cuidaba y limpiaba con sus propias manos. Hizo que se construyeran posadas para los peregrinos y rescató a innumerables cautivos, sobre todo a los de nacionalidad inglesa. Siempre que aparecía en público, lo hacía rodeada por mendigos y ninguno de ellos quedaba sin una generosa recompensa. Nunca llegó a sentarse a la mesa, sin haber dado de comer antes a nueve niños huérfanos y a veinticuatro adultos. Muchas veces, especialmente durante el Adviento y la Cuaresma, el rey y la reina invitaban a comer en palacio a trescientos pobres y ellos mismos los atendían, a veces de rodillas, y con platos y cubiertos semejantes a los que usaban en su propia mesa.

En 1093, el rey Guillermo Rufus tomó por sorpresa el castillo de Alnwick y pasó por la espada a toda la guarnición. En el curso de la contienda que siguió a aquel suceso, el rey Malcolm fue muerto a traición y su hijo Eduardo pereció asesinado. Por aquel entonces, la reina Margarita yacía en su lecho de muerte. Al enterarse del asesinato de su marido, quedó embargada por una profunda tristeza y, entre lágrimas, dijo a los que estaban con ella: «Tal vez en este día haya caído sobre Escocia la mayor desgracia en mucho tiempo». Cuando su hijo Edgardo regresó del campo de batalla de Alnwick, ella, en su desvarío, le preguntó cómo estaban su padre y su hermano. Temeroso de que las malas noticias pudiesen afectarle, Edgardo repuso que se hallaban bien. Entonces, la reina exclamó con voz fuerte: «¡Ya sé lo que ha pasado!». Después alzó las manos hacia el cielo y murmuró: «Te doy gracias, Dios Todopoderoso, porque al mandarme tan grandes aflicciones en la última hora de mi vida, Tú me purificas de mis culpas. Así lo espero de Tu misericordia». Poco después, repitió una y otra vez estas palabras: «¡0h, Señor mío Jesucristo, que por tu muerte diste vida al mundo, líbrame de todo mal!». El 16 de noviembre de 1093, cuatro días después de muerto su marido, Margarita pasó a mejor vida, a los cuarenta y siete años de edad. Fue sepultada en la iglesia de la abadía de Dunfermline, que ella y su marido habían fundado. Santa Margarita fue canonizada en 1250 y se la nombró patrona de Escocia en 1673.

Las bellas memorias de santa Margarita, que probablemente debemos a Turgot, prior de Durham y posteriormente obispo de Saint Andrews, quien conoció bien a la reina, puesto que, durante toda su vida oyó sus confesiones, nos hacen una inspirada descripción de la influencia que ejerció sobre la ruda corte escocesa. Al hablarnos sobre su constante preocupación por tener bien provistas a las iglesias con manteles y ornamentos para los altares y vestiduras para los sacerdotes, dice: Aquellas labores se confiaban a ciertas mujeres de noble linaje y comprobada virtud, que fueran dignas de tomar parte en los servicios de la reina. A ningún hombre se le permitía el acceso al lugar donde cosían las mujeres, a menos que la propia reina llevase un acompañante en sus ocasionales visitas. Entre las damas no había envidias ni rivalidades, y ninguna se permitía familiaridades o ligerezas con los hombres; todo esto, porque la reina unía a la dulzura de su carácter un estricto sentido del deber y, aun dentro de su severidad, era tan gentil, que todos cuanto la rodeaban, hombres o mujeres, llegaban instintivamente a amarla, al tiempo que la temían, y por temerla, la amaban. Así sucedía que, cuando ella estaba presente, nadie se atrevía a levantar la voz para pronunciar una palabra dura y mucho menos a hacer algún acto desagradable. Hasta en su mismo contento había cierta gravedad, y su cólera era majestuosa. Ante ella, el contento no se expresaba jamás en carcajadas, ni el disgusto llegaba a convertirse en furia. Algunas veces señalaba las faltas de los demás -siempre las suyas-, con esa aceptable severidad atemperada por la justicia que el Salmista nos recomienda usar siempre, al decirnos: «Encolerízate, pero no llegues a pecar». Todas las acciones de su vida estaban reglamentadas por el equilibrio de la más gentil de las discreciones, cualidad ésta que ponía un sello distintivo sobre cada una de sus virtudes. Al hablar, su conversación estaba sazonada con la sal de su sabiduría; al callar, su silencio estaba lleno de buenos pensamientos. Su porte y su aspecto exterior correspondían de manera tan cabal a la firme serenidad de su carácter, que bastaba verla para sentir que estaba hecha para llevar una vida de virtud. En resumen, puedo decir que cada palabra que pronunciaba, cada acción que realizaba, parecía demostrar que la reina meditaba en las cosas del cielo.

 Acta Sanctorum, junio, vol. V, debe consultarse, lo mismo que una excelente traducción del mismo al inglés, hecha por Fr. W. Forbes-Leith (1884). El resto del material nos lo proporcionan cronistas como Guillermo de Malmesbury y Simeón de Durham: la mayoría de estas crónicas han sido resumidas con provecho por Freeman, en Norman Conquest. Se encontrará un interesante relato sobre la historia de sus reliquias, en Dictionary of National Biography, vol. XXXVI. Hay modernas biografías de Santa Margarita, como la de S. Cowan (1911) , L. Menzies (1925), J. R. Barnett (1926) y otras.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

oración:

Señor Dios nuestro, que hiciste de santa Margarita de Escocia un modelo admirable de caridad para con los pobres, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo su ejemplo, seamos nosotros fiel reflejo de tu bondad entre los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre el Evangelio de San Mateo 66,1 (trad. directa del griego por Rafael Ramírez Torres, S. J.)

"¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!"

Escuchemos a estos ciegos, mucho mejores que muchos de los que ven. Pues sin tener guía, sin ver a Jesús que se acercaba, procuraban empeñosamente acercársele. Y comenzaron a clamar con grandes voces; y como se les ordenara callar, más aún clamaban. Así es un alma perseverante: se aprovecha por medio de los mismos que procuran impedirla.

Cristo permite que se les ordene callar para que resalte el fervor de ellos y conozcas que en realidad eran dignos de recibir la salud. Por lo mismo ni siquiera les pregunta si creen, como solía hacerlo, pues sus clamores y el anhelo de acercársele suficientemente manifestaban su fe. Por aquí conoces, carísimo, que aún cuando seamos viles y bajos en exceso, si nos acercamos anhelosos a Dios, podremos alcanzar por nosotros mismos lo que pedimos. Observa cómo estos ciegos, sin tener el patrocinio de ninguno de los apóstoles y por el contrario habiendo muchos que los detenían, pudieron pasar por sobre todos los obstáculos y acercarse a Jesús. Y aunque los evangelistas no testifiquen haber tenido ellos alguna confianza por su género de vida, pero el fervor les valió para todo.

Imitémoslos. Aunque el Señor dilate su don, aunque muchos se nos interpongan, no cesemos de pedir. Así nos conciliaremos especialmente a Dios.

El Papa, el pastor luterano y el regalo de los niños

El Papa visitó la histórica iglesia luterana de Roma
Francisco a los luteranos: "Pedirnos perdón por el escándalo de estar divididos"
"Lo que más me gusta es ser párroco, pastor" , le contestó a un niño

Redacción, 15 de noviembre de 2015 a las 19:24

Recordó que "existieron tiempos difíciles entre nosotros, ¡teniendo el mismo bautismo! Piensen a tantos quemados vivos

(Zenit).- El papa Francisco visitó este domingo por la tarde a la comunidad evangélica luterana de Roma, en el templo Christuskirche, ubicado en la via Sicilia, cerca de Vía Veneto. Estaba previsto que el Papa leería un discurso. Entretanto el pastor le pidió dialogar y tres personas: un niño; una señora luterana casada con un católico y una señora que llevaba un proyecto con refugiados le hicieron su pregunta. Y el encuentro tomó un aspecto informal, pero con temas muy profundos.

Al niño que le preguntó qué le gustaba más de ser Papa, el Santo Padre respondió que era como la comida que uno le gusta, aunque después hay que comerla toda. "Lo que más me gusta es ser párroco, pastor" dijo. Recordó le gustaba enseñar el catecismo a los niños, visitar a los enfermos, a los presos. Y confió que "cada vez que entro en una cárcel me pregunto, ¿por qué ellos y yo no? Y allí siento el amor de Jesús conmigo. Yo no soy menos pecador que ellos. A la señora luterana casada con un católico le indicó: "Cuando usted se siente pecadora y su marido pecador, vaya delante del Señor y pida perdón, su marido también lo hará, él irá al sacerdote para pedir perdón". Y "cuando ustedes rezan juntos ese remedio se vuelve fuerte". Y cuando le enseñan a sus hijos quién es Jesús y qué hizo Jesús, sea en idioma luterano o católico, es lo mismo. Recordó que un pastor amigo decía, 'creemos que el Señor que está allí presente, ustedes creen que el Señor está allí presente" aunque haya diferencia en la doctrina. Sobre sacramentos comunes concluyó: "No osaré nunca dar permiso para ésto porque no es mi competencia, recen y vayan adelante. No oso decir más". A la tesorera de la comunidad, empeñada en el proyecto de los refugiados, que sostiene a 80 mamás y a sus niños. Le recordó dos cosas, la primera los muros: los hombres desde el primer momento es un gran constructor de muros, que separan de Dios, y como en la torre de Babel la actitud es 'Seréis como Dios'. En cambio Jesús invita a lavar los pies, a servir a los más necesitados. Y concluyó "Es feo tener el corazón cerrado. Hoy lo vemos, el drama de París, que mencionó mi hermano pastor, Corazones cerrados, también el nombre de Dios es usado para esto". Después de la lectura del evangelio, el Santo Padre dejó de lado el discurso que había preparado e improvisó, recordó las malas épocas que existieron entre luteranos y católicos. Recordó que "existieron tiempos difíciles entre nosotros, ¡teniendo el mismo bautismo! Piensen a tantos quemados vivos. Tenemos que pedirnos perdón por ésto, es el escándalo de la división, porque todos, luteranos y católicos debemos elegir. Si es servicio como Él nos indicó, siendo siervos del Señor".

Explicando que en el juicio delante del Señor contará no lo que sea formal, sino lo que hicimos por los pobres, puesto que ellos están en el centro del evangelio, se preguntó:"¿Nosotros luteranos o católicos de que parte estaremos, a la derecha o a la izquierda?

Y señaló que "cuando veo al Señor que sirve" pido "que nos ayude a caminar juntos, rezar juntos, trabajar juntos por los pobres, querenos juntos, con verdadero amor de hermanos". A pesar de que nuestros libros doctrinales sean diversos. En sus palabras el Papa recordó que la gente los seguía y Jesús enseñaba a los apóstoles y cuando ellos sugerían cosas equivocadas, como pedir fuego del cielo, él los reprendía; o a la madre de dos apóstoles que pedía privilegios para sus hijos. Recordó que en el camino a Emaús, Jesús les acompaña a quienes que se escapan de Jerusalén porque tenían miedo. O en la parábola del banquete cuando dice 'vayan a los cruces de caminos y traigan a buenos y malos'. Y en la parábola de la oveja perdida, Jesús no hace cuentas y deja las 99 para buscar a una. ¿Pero qué preguntas el Señor nos hará ese día final¿: ¿Has ido a misa? ¿Has hecho una buena catequesis? No. Las preguntas serán sobre los pobres, "porque la pobreza está en el centro del evangelio". La elección Él la hará sobre esto: "tu vida las has usado para ti o para servir. Para defenderte de los otros con los muros, o para acoger". El Papa al concluir pidió a Dios "la gracia de esta diversidad reconciliada en el Señor, en ese Hijo que vino para servirnos y no para ser servido". El papa Se despidió dando su bendición, sin la gestualidad habitual, sino estando recogido con las manos unidas y la mirada baja. Antes de partir, los evangelistas luteranos le regalaron al Santo Padre, una corona de adviento, con ramas de pino y cuatro velas, deseándole que "Estas luces le acompañan también durante el adviento" y una cartelera hecha por los niños con manos recortadas y el deseo de cada uno de ellos.



Niño, con una flor, tras loa atentados de París

"La religión, blanco de todas las iras"
Viernes de terror en París
Tocamos los límites de nuestra repugnancia moral"

José Ignacio Calleja, 15 de noviembre de 2015 a las 13:55

Occidente, cuya política económica y geoestratégica es demencial por sesgada e injusta en tantos casos, ha logrado una ética civil humanista 

(José I. Calleja).- Al "estallar París en muertes, dolor y terror" -es la noche del viernes trece de noviembre-, la gente de bien no puede sino llevarse las manos a la boca y la cabeza, y es que tocamos los límites de nuestra repugnancia moral. Las ideas y las palabras se nos paralizan hasta conocer cuántas son las víctimas, quiénes las han masacrado y dónde están sus asesinos. Sabemos quiénes son, decía el presidente Hollande, y no podía decir, sabemos dónde están. Todavía.

Si yo fuera un especialista en la explicación estratégica de los conflictos internacionales, algo extraordinario podría decir, pero sólo soy un cultivador de ideas sobre la ética cotidiana, la que podría hacernos más personas. ¿Es posible acaso ser más personas unos que otros? Es posible comportarse de una forma más propia de personas unos que otros.

El ser es aquí el hacer y de aprender esto se trata. Y eso soy, un cultivador de la ética como concepto y en lo posible un compañero de viaje en la aventura de vivir con humanidad hacia todos y con todos. El viejo sueño de los ilustrados humanistas que lo han sido y serán siempre desde la inclusión, la gran aportación de occidente al mundo.

Y en ese movimiento humanitario, social y cultural, es imprescindible no confundir creencias y valores, pero es imposible separarlos. Las creencias se manifiestan democráticamente por quien quiera, tomando la fuente o inspiración de donde estime, con respeto de la dignidad humana de todos; sin este respeto, las religiones declinan como derecho de las personas; y los valores y normas morales, estos sí, han de ser democrática y argumentativamente expuestos por todos, sin parapetarse los creyentes en la revelación y los no creyentes, en una racionalidad sólo para los liberados de la fe.

Los valores, y su concreción en normas morales o éticas universales, y en leyes precisas, son tarea de todos, argumentando todos, y concretando todos sus mínimos de interpretación y su práctica social. Europa es una cultura notable en este camino; en su teorización mucho más que en su práctica, desde luego. Pero sólo logramos certezas éticas en la vida civil, a la medida de los humanos, no de los dioses; tampoco los creyentes somos dioses; en ningún lugar ni religión los creyentes somos dioses, ni hablamos y actuamos sustituyéndolos; ni cuando hacemos el bien, ni cuando hacemos el mal. Somos los humanos los que elegimos uno u otro proceder, y de ello nos responsabilizamos, sin disculpas ni encargos trascendentes. Tú has matado, tú has explotado, tú has torturado. Tú recurres al terror. Deja en paz a Dios.

La religión, la pobre religión, se vuelve a convertir en estos casos en el blanco de todas las iras; la política y la economía tienen mil razones para precederla en nuestro enfado, pero eso no está claro siempre. La religión, la pobre religión, aparece al fondo de todos los males, y yo me alegro de que una sospecha extrema hacia ella esté ahí, en tantas bocas y almas. Porque es una experiencia purificadora que las religiones necesitamos y el islamismo, más si cabe que ninguna otra.

Occidente, cuya política económica y geoestratégica es demencial por sesgada e injusta en tantos casos, ha logrado una ética civil humanista capaz de poner al ser humano en otras vías. No sólo ella, pues la ética sin poder social y político, no es nadie; pero ella es una oportunidad de hacer internacionalmente bien las cosas, a la medida siempre de las fuerzas humanas. Nosotros, hablo desde el País Vasco, pareciendo que este decir moral es vaporoso e idealista, tenemos una experiencia reducida pero cierta de cómo puede progresar un sociedad de la violencia indiscriminada a la política y el entendimiento. Es un pequeño prodigio que de tan liviano como se presenta en el escenario de la historia, pareciera que nadie lo busca y llega solo. Pero no es así, viene cuando le abrimos paso.

Bien lejos en cantidad y dureza está lo que representa la noche roja y negra del viernes trece en París, pero la confianza en que una ética política y social humanista, inclusiva y justa, nos ha de llevar a donde vamos, está ahí. Sabemos en qué creemos, sabemos lo que queremos, y exigimos su respeto; las religiones y las políticas, las sociedades y los ejércitos, las empresas y los voluntarios tenemos que respetar esa ética de lo humano imprescindible e irrenunciable.

Nosotros lo tenemos que creer y exigir siempre, y el terrorismo lo tiene que entender y, mientras subsista, con la ley penal y la fuerza justa tenemos que combatirlo. Es muy duro decir que esa fuerza, nuestra fuerza, es a menudo indiscriminada y contra víctimas totalmente inocentes. Daños colaterales que decimos. No puede ser. Hay cifras escalofriantes sobre esos daños colaterales con centenares y centenares de víctimas inocentes. Así, la espiral de violencia se multiplica incontrolada. Los que aprisionan la verdad de la justicia en la violencia indiscriminada con víctimas inocentes, no pueden apelar a dioses ni a leyes justas.

París es un drama sin cuento en la noche de este viernes y trece; el terrorismo no tiene ninguna justificación y legitimidad, ni política ni religiosa; el terrorismo es terror, la expresión máxima de la inmoralidad humana en cualquier situación. Pero este es un discurso que amamos y compartimos masivamente. Nosotros creemos además que nadie sobra en el camino, ni la distribución de responsabilidades es única. Que las religiones tengan una historia compleja en la generación de violencia fundamentalista, no nos permite simplificar los procesos de violencia social y rehusar una lectura más completa por abierta a más sujetos y causas. Es difícil hacer que un ciudadano entienda algo cuando su modo de vida depende de que no lo entienda. Nos debemos esta libertad.

¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Lucas 18, 35-43. Tiempo Ordinario. Cristo se compadece de nuestras necesidades, solo hay que pedirlo con fe. 

Oración introductoria
Señor Jesús, aquí me tienes, como un mendigo ciego y pobre. ¡Ten compasión de mí! ¡Haz que vea y experimente en esta meditación el gran amor que Tú me tienes! Que tu Palabra penetre en mi mente y en mi corazón.

Petición
Señor, concédeme perseverar en la vida de oración y en mi fidelidad a Ti.

Meditación del papa Francisco
Esta periferia no podía llegar al Señor [el ciego en el camino a Jericó], porque este círculo -pero con buena voluntad - cerraba la puerta. Y esto sucede con frecuencia, entre nosotros creyentes: cuando hemos encontrado al Señor, sin que nosotros nos demos cuenta, se crea este microclima eclesiástico. No solo los sacerdotes, los obispos, también los fieles.

Pero nosotros somos esos que están con el Señor. Y de tanto mirar al Señor no miramos la necesidad del Señor, no miramos al Señor que tiene hambre, que tiene sed, que está en prisión, que está en el hospital. Ese Señor, en el marginado. Y este clima hace mucho mal.

El grupo que se siente preelegido, que quiere conservar este pequeño mundo alejando a quien moleste al Señor, incluidos los niños. Cuando en la Iglesia, los fieles, los ministros se convierten en un grupo así... no eclesial, sino 'eclesiástico', de privilegio de cercanía al Señor, tienen la tentación de olvidar el primer amor, ese amor tan bonito que todos hemos tenido cuando el Señor nos ha llamado, nos ha salvado, nos ha dicho: 'Pero yo te quiero mucho'. Esta es una tentación de los discípulos: olvidar el primer amor, es decir, olvidar también las periferias, donde yo estaba antes, aunque sintiera vergüenza. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 17 de noviembre de 2014, en Santa Marta).

Reflexión
Cada vez que Jesús llegaba a una población se armaba un gran revuelo. Mucha gente tenía un deseo de conocerle por lo que habían oído de Él y otros lo hacían por mera curiosidad. Al acercarse a Jericó se encuentra un ciego que pedía limosna. Se sorprende al escuchar tanto ruido y se interesa por lo que pasa. Alguien le dice: "Jesús, el de Nazaret, está pasando por ahí", y el ciego comienza a gritar: "Hijo de David, ten compasión de mí". Con esto consiguió que algunos se molestaran con sus gritos e intentaron que se callara. Pero insistía más. Jesús se detiene y ordena que le traigan al ciego. Le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? "Señor, que vea", respondió. La reacción de Jesús es inmediata: "Recobra la vista, tu fe te ha salvado". El ciego logra por su fe lo que Cristo ofrece por su caridad.

Cuánto nos enseña el Señor en un solo hecho. En este pasaje se muestra una persona que busca la solución a su problema físico. Solución que pasa por la fe. Este hombre probablemente nunca había visto al Señor; habría oído mucho sobre él. Esto le bastó para creer que Jesús era hijo de David y también para saber que Jesucristo tenía un corazón tan grande que siempre se compadecía de aquellos que sufrían. Cristo nunca coarta la libertad, sino que respeta profundamente a cada ser humano. "¿Qué quieres que haga por ti?" El ciego responde sencillamente con lo que tenía dentro del corazón: "Señor haz que vea", y Jesús se compadece de inmediato.

Lo hermoso del pasaje y lo que nos puede ayudar a reflexionar más es la actitud del ciego una vez que deja de serlo, y es que "sigue a Jesús glorificando a Dios".

Propósito. No sólo buscar a Jesús por conveniencia o por curiosidad, sino buscarlo para tener un encuentro personal conÉl.

Diálogo con Cristo
Señor, dame la fe para saber que Tú siempre estás conmigo. Necesito la habilidad de ver todo desde tu punto de vista. Permíteme adorarte y glorificarte por tu constante compañía y por nunca dejarme solo en mis problemas y tristezas. Aumenta mi fe para ser capaz de experimentar tu amor en las dificultades y pruebas.

¿Cómo es nuestro Cristo Rey?
En la fiesta de Cristo Rey, te pido la gracia que establezcas tu Reino de paz en mi corazón.

OBJETIVO
Renovar nuestra ilusión de trabajar por Cristo Rey, a fin de llevar su Reino a nuestro alrededor, a nuestra familia, a nuestros amigos.

PETICIÓN
Señor Jesucristo, Rey del Universo, te pido la gracia de que establezcas tu Reino de paz, de verdad, de amor, de esperanza y de pureza, en mi corazón, para que después me lance a llevar bien alta tu bandera, esa bandera cuyos colores me trazaste en las bienaventuranzas (Mateo 5, 1-8).

PUNTOS DE REFLEXIÓN
1. ¿Cómo es nuestro Cristo Rey? Cuando vino hace dos mil años, vino oculto en pañales, en la humildad, sencillez, pobreza, mansedumbre. No quiso imponerse, sino proponerse. No quiso ser temido, sino acogido y amado. No quiso hacer ruido, sino pasar desapercibido. Se dejó alimentar, enseñar, adoctrinar. Caminó, se cansó, tuvo sed, lloró. Fue amado por uno hasta la locura del martirio. Y odiado por otros, hasta llevarle a la muerte. Un Rey que guardó la espada de su justicia, para desplegar sólo la capa de su misericordia, que tendía a todos los que a Él se acercaban. Un Rey que salió a la conquista del mundo, no con un ejército de fieros guerreros, adiestrados en artes marciales o bélicas; sino con un minúsculo equipo de humildes pescadores, que sólo sabían el arte de pescar y remendar las redes. Un Rey que anunció su Reino maravilloso de paz, de humildad, de pobreza, de pureza, de verdad.
Un Rey que prefirió morir por sus súbditos, y así salvarnos. Pero un Rey que resucitó, se fue al Cielo, nos dejó su presencia viva en la Eucaristía y en los sacramentos. Y un Rey que vendrá Glorioso, al final de los tiempos para desplegar su Justicia y dar su premio a quienes lucharon con Él.

2. ¿Cuál es el objetivo de este Rey? El plan estratégico de Cristo Rey es llevar su Reino a todas partes, no por las armas, ni por la violencia, ni por el engaño, sino por la fuerza del amor. Llevar su Reino de justicia, que destruya toda injusticia. Su Reino de amor, que acabe con los odios y egoísmos. Su Reino de verdad, que aniquile la mentira y los errores doctrinales. Su Reino de paz, que suplante a la guerra. Su Reino de pureza, que limpie toda inmundicia.

Su Reino de vida, que termine con esa terrible cultura de la muerte (aborto, eutanasia, manipulación genética). Su Reino de luz, que desenmascare a las falsas antorchas del liberalismo, neomodernismo, tecnicismo que pretenden iluminar nuestra sociedad y lo único que están logrando es dejarnos bizcos y ciegos para las cosas espirituales y echar de un plumazo a Dios de la esfera política, económica y social. Su Reino de desprendimiento interior, que desate todas esas cadenas que nuestro mundo y del dinero nos pone, arrebatándonos la verdadera libertad interior. Su Reino de esperanza, que anime a los desalentados y desilusionados de la vida. Su Reino de verdadera alegría, que supla esa otra alegría postiza y ligera de los fáciles placeres. Su Reino de fe, que disipe el ateísmo, el agnosticismo y el indiferentismo religioso que cunden en nuestro mundo; y que acabe con esos movimiento pseudorreligiosos que intentan robar nuestra fe y mezclarla con elementos paganos.

3. ¿Cuáles son las exigencias de Cristo Rey? Son tres: negarse a sí mismo, tomar la cruz de cada día y seguir las huellas de este Rey, llevando en la mano y en el corazón su estandarte y su bandera. Negarse a sí mismo significa luchar para contrarrestar esas tendencias desordenadas que todos llevamos dentro desde el pecado original: la tendencia a la ambición, a los apegos, a la vida fácil, al egoísmo, al disfrute sin freno, a la vanidad, a la soberbia, a querer tener la razón, a imponerme. El medio para negarnos es la mortificación de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos...y la búsqueda de cuanto me cuesta por amor a Cristo. Tomar la cruz cada día significa mirar la cruz de frente, no rehuir, ni acortarla, ni cubrirla de terciopelo para que no me moleste, agradecerla todos los días a Dios, llevarla con serenidad, paciencia y, si es posible, con alegría interna...Todos los días, no sólo cuando no me pesa. Seguir las huellas de Cristo significa que tengo que poner mi pie donde Jesús lo ha puesto, pues Él va delante marcando el camino. Llevando su bandera con orgullo, con amor y alegría y clavándola en mi casa, en mi trabajo, en todas partes donde vaya.

4. ¿Cuál es el premio a quienes luchen en su ejército y bajo su bandera? Aquí en la tierra: seguridad de éxito, alegría interior, paz del alma, certeza de la compañía de Jesús, realización en la vida. Y allá arriba, la vida eterna, el premio del cielo.

Miles de personas se agolpan a las puertas de Notre Dame

Emotivo funeral en Notre Dame por las víctimas de la masacre de París
La iglesia de San Antón habilita un libro de firmas y pide encender velas por las víctimas

Redacción, 16 de noviembre de 2015 a las 08:29

Los asistentes mostraron su "apoyo sincero" a las familias de las víctimas. "No tenemos miedo y por eso estamos aquí"

El arzobispo de París, André Vingt-Trois, ofició ayer una misa en la catedral de Notre Dame en homenaje a las víctimas del atentado que el viernes pasado costó la vida de al menos 132 personas en la capital francesa.

Las campanas del templo comenzaron a sonar a las 18.15 horas (17.15 GMT) durante quince minutos en los que la plaza de Notre Dame estaba llena de gente que se acercó a dar aliento a los familiares de las víctimas. En los alrededores de la catedral, el silencio y algunas velas y flores acompañaron el acto, aunque la intervención del dispositivo de seguridad recordó pronto que toda manifestación está prohibida con motivo del estado de emergencia decretado por el Gobierno.

Los asistentes mostraron su "apoyo sincero" a las familias de las víctimas. "No tenemos miedo y por eso estamos aquí", declaró la parisina Malzac Michelle. Natalie Lacroix, también parisina, destacó que ese homenaje popular tiene más valor que los que puedan rendir las autoridades.

"Los que estamos aquí fuera somos personas que sinceramente queremos rendir homenaje a los fallecidos y los que están en primer plano son políticos muchas veces responsables de todo", lamentó. "Llevo dos días viviendo en un estado de 'shock', yo sí tengo miedo y profunda tristeza, pero hay que levantarse como le digo a mi gente", añadió. La misa en la catedral de Notre Dame es uno de los numerosos actos de homenaje que se suceden estos días en la capital francesa, tras la tragedia.

Velas, flores, mensajes y cánticos han ocupado los principales lugares de los atentados terroristas del pasado viernes en París, con gente que se congregó de forma improvisada pese a que las autoridades han prohibido las manifestaciones hasta el próximo jueves.

"Hay que demostrar que la vida es más fuerte, que París está de pie. No hay que dejar que el miedo gane, porque es entonces cuando dejas de vivir", dijo Ludovic Mouly, uno de los muchos ciudadanos que se acercaron hasta allí para dejar una vela o simplemente transmitir su apoyo con su presencia.

El lema 'Fluctuat Nec Mergitur' (oscila pero no se hunde), que figura en el escudo de París, pintado bajo un fondo negro en un cartel de una de las esquinas de la plaza por un colectivo de Street Art, resumía el sentir de la población. Pero a diferencia de los atentados de enero, que afectaron también a una agente de policía y a un supermercado judío y se vieron como un ataque contra varios símbolos de la sociedad francesa, como la libertad de expresión, las fuerzas del orden y la religión, estos últimos han hecho mella personal. 


"Te sientes atacada directamente, como parisina y como francesa", explica Camille Divay, de 27 años de edad, ante una oleada de atentados que se cobró al menos 132 muertos y cientos de heridos, y que golpearon dos barrios de moda en la capital y una conocida sala de conciertos.

Los mensajes colocados en los altares improvisados oscilaban entre el pesimismo ("La humanidad desaparece"), la valentía ("Ni miedo ni odio"), la solidaridad con las víctimas ("Una oración por nuestros amigos") y la constatación de que los autores del ataque, reivindicado por el Estado Islámico, "no son musulmanes, sino terroristas".

"Han querido meter miedo a los franceses, que nos retiremos del combate, desestabilizar el país", añade Carole, de 50 años de edad, que no puede evitar tener la duda de que, quizá, la vigilancia de las fuerzas del orden no fue suficiente.

En el bar Le Carillon y el restaurante Petite Cambodge, uno de los primeros escenarios de la masacre, el único cordón de seguridad que quedaba hoy era el reservado por los equipos de televisión llegados para grabar esa solidaridad ciudadana. Como en la plaza de la República y en la sala de conciertos Bataclan, la más afectada, con al menos 89 de los muertos, la gente se agrupaba "por necesidad", decían algunos, porque quedarse en casa querría decir que "han ganado".

"Salimos en enero, salimos ahora y volveríamos a salir", apunta Mouly, acompañado de su mujer y sus dos hijos. Reflejo de la tensión entre los ciudadanos, no obstante, fue la estampida humana que hubo esta tarde poco después, cuando cientos de personas salieron corriendo de la plaza aterrorizada por una circunstancia aún no aclarada y buscó refugio en cafés y calles colindantes.

Pero pese al estado de emergencia decretado por las autoridades ante la magnitud de lo sucedido el viernes, algunos como Carole insisten que aunque se incrementen las medidas de seguridad, no hay que limitar la libertad. Sería, concluye, "dar un paso atrás".

Por su parte, la catedral de La Almudena de Madrid acogerá este miércoles, a las ocho de la tarde, un funeral por los ataques terroristas de París, presidido por monseñor Osoro. El arzobispo de Madrid señala en una nota la "sangre dolor y luto" de "la ciudad hermana de Madrid", al tiempo que "condenamos el uso blasfemo de Dios como excusa para la barbarie y convocamos a la comunidad católica y a cuantos quieran unirse a la celebración de la Eucaristía en la catedral de Santa María la Real de la Almudena el próximo miércoles, 18 de noviembre, a las 20:00 horas, para pedir al Dios de la vida y de la paz por el eterno descanso de las personas fallecidas, la pronta recuperación de las heridos, el fin de los actos fratricidas, la conversión de los asesinos, el cese de la violencia y el odio, para que la paz y la justicia se hagan presentes en todos los lugares de la tierra".

Finalmente, la iglesia de San Antón, gestionada por Mensjaeros de la Paz, ha abierto un libro de condolencias y ha pedido a la ciudadanía que encientda una vela "en memoria de los fallecidos, de los heridos y sus familias".

PAXTV.ORG