“¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!”.
- 20 Noviembre 2015
- 20 Noviembre 2015
- 20 Noviembre 2015
Evangelio según San Lucas 19,45-48.
Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones". Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
San Rafael de San José
San Rafael de San José (José Kalinowski)
Se llamó José y nació en Vuna (Polonia) el 1/sept/1835 de noble familia.
Pasó su juventud entregado a la piedad y al estudio, aunque después enfrió un poco en su vida de piedad.
En 1853 ingresó en la carrera militar y muy pronto escaló altos cargos en la misma, que desempeñó con gran competencia.
Se entregó a las obras de piedad y de caridad. Alejandro II de Rusia lo elogió grandemente. Se levantó para defender a su patria y, apresado, llevó una vida de mucha oración y penitencia.
Fue deportado a los campos de Siberia, donde pasó en trabajos forzados cuatro años. Iba madurando en la fe. Después fue confinado a otros campos más benignos.
Sus compañeros quedaban admirados de su virtud, caridad y paz. Le consultaban y acudían a él como a un santo. Fue el preceptor del duque Augusto y le acompañó a varias naciones de Europa.
A los 42 años dijo adiós al mundo y pidió al provincial de Austria ser carmelita teresiano (1877), cambiando su nombre por el de Rafael de San José. En Polonia se ordenó sacerdote el 15/enero/1882.
Trabajó con todas las fuerzas de su alma para extender su Orcien en Polonia. Fue vice-maestro de novicios, prior y vicario provincial y fundó el convento de Wadowice en 1892, donde desarrolló un fecundo apostolado.
En esta ciudad nació en 1920 el papa Juan Pablo II y por el afecto que sentía a los carmelitas y la veneración de los restos de este venerable carmelita, intentó Karol Woyti la, por dos veces, ser religioso carmelita. Murió santamente el 15/nov/1907.
El papa Juan Pablo II lo beatificó en su misma patria el 22 de Junio de 1983. Fue canonizado por el mismo Papa el 17 de noviembre de 1991 en la Basílica Vaticana.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Comentarios a los salmos, Sal 121
“¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!”.
“Haya paz en tu fortaleza.” (Sal 121,7) ¡Oh Jerusalén, “oh ciudad que eres edificada como ciudad, que participas en la unidad!” (121,3), en tu fortaleza haya paz, haya paz en tu amor, porque tu fortaleza o virtud es el amor. Oye lo que dice el Cantar de los Cantares: “El amor es más fuerte que la muerte” (8,6). Sentencia sublime, hermanos, es: El amor es más fuerte que la jm muerte. (…) ¿Quién se enfrenta a la muerte, hermanos? Se hace frente al fuego, a las olas, a la espada; se resiste a los príncipes, a los reyes. Pero se acerca sola la muerte, ¿y quién se opone a ella? Nada hay más fuerte que ella. Por eso la caridad se compara a su fortaleza; y además se dijo que el amor es más fuerte que la muerte. Pues como el amor mata lo que fuimos, para que seamos lo que no éramos efectúa en nosotros cierta muerte. Con esta muerte murió el que decía: “El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Ga 6,14). Con esta muerte estaban muertos aquellos a quienes decía: “Muertos estáis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. (Col 3,3). El amor es más fuerte que la muerte. (...) Haya paz en tu fortaleza, ¡oh Jerusalén!, haya paz en tu amor. Y por esta fortaleza, por este amor, por esta paz, “haya abundancia en tus torres”, (Sal 121,7) es decir, en tus alturas. (…)Sin embargo, el colmo de las delicias y la plenitud de las riquezas es el mismo Dios, Él que es uno. Aquel de quien participa la ciudad en la permanencia; ´Él será también nuestra abundancia en la ciudad de Jerusalén.
¿Eres Rey? Sí, soy testigo de la verdad
Fiesta de Cristo Rey (Jn 18, 33b-37)... Fiesta oportuna, pues estamos obsesionados (y aterrorizados) por las proclamas de “reino” de estos días, con acusaciones y defensas entre las "tres religiones".
‒ Los “soldados” de la Yihad del terror “sangriento” han matado y han muerto gritando Allah Akbar (Dios es Rey), un Dios a quien la primera sura del Corán llama Maliki yawm id-din (rey del día del juicio). Yahvé es el Rey Akbar, el más grande, palabra que proviene de kbr, equivalente al gbr hebreo: el que tiene más fuerza “genital/creadora”, una simbología que puede ser bellísima, pero que en malas manos se
convierte en horriblemente peligorsa.
El rey (maliki/Mlk), más alto, es quien tiene la fuerza más fuerte. Los buenos musulmanes han interpretado el “reino” de ese Dios en forma de victoria de la justicia y de la vida. Pero los malos han podido matar y matan para probar que Allah es Mlk, rey kbr (=gbr), el más fuerte, en medio de (o con) las bombas.
‒ También los judíos han dicho que Yahvé es quien la tiene (=la fuerza) más fuerte, porque es 'El Gibbor, el más poderoso en sentido “engendrador” (no genital) y guerrero, héroe en la batalla, de manera que es un honor colaborar a la llegada de su reino “matando enemigos”. Ciertamente, los buenos judíos han recorrido un largo camino para descubrir que el Reino de Yahvé es justicia y misericordia, como supieron ya los grandes profetas (desde Oseas hasta el Segundo y Tercer Isaías). Pero a veces algunos judíos han podido olvidarlo…
‒ Los cristianos hemos seguido y seguimos venerando a Jesús como Cristo-Rey, Señor del Universo y de la historia, y en general pensamos que su reino es pacífico… Pero todavía en la Guerra Española, luchada por nuestros padres y abuelos,hubo gente que mató a sus enemigos (y gente que murió martirizada, sin matar a nadie, sólo por ser cristiana) gritando ¡Viva Cristo Rey! Todos recordamos en España a los Legionarios de Cristo Rey, de mala memoria… y tenemos muchas dudas ante los llamados “legionarios de Cristo Rey”.
Por eso es bueno reflexionar sobre este pasaje de Cristo Rey según el evangelio de Juan. No soy quien para dar lecciones a musulmanes y judíos, diciéndoles cómo deben entender ellos a Allah Rey Fuerte (Mlk y Kbr/Akbar) o a Yahvé, el Señor, también Rey y Fuerte (Mlk y Gbr). Pero puedo y quiero comentar el evangelio de este domingo, que es propio de Juan, quien afirma que sólo es “rey” de verdad quien “da testimonio de la verdad”.
Éste es un tema que sigue estando en el fondo de los atentados de París y de los proyectos “occidentales” de defensa activa, bombardeando las presuntas bases de IS/DAES en Siria, para defensa no sólo de los amenazados por las bombas de IS/DAES, sino también para defensa del "buen" petroleo (¡que siguen vendiendo los de DAES en el gran mercado!), y para defensa y gloria de la riqueza de occidente (que muchos entienden como cultura sagrada, la única posible).
El tema de fondo parece "confuso" (se confunden y mezclan varias cosas....).
Pues bien, estoy convencido de que pare empezar a resolverlo es buena la palabra del evangelio de este domingo:Sólo el que ofrece con verdad (no con violencia) el testimonio de la “verdad” es Rey Verdadero. Por serlo de de esa forma murió Jesús crucificado
Que nadie mienta a nadie, que nadie se aproveche de nadie, que todos, unos y otros, demos testimonio de la Verdad. Éste es el sentido del evangelio del domingo.
El comentario que sigue está tomado de mi Historia de Jesús, que aparece en la imagen. Cf. http://www.verbodivino.es/libro/3301/historia-de-jesus
Texto. Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó:"Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Conque, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."
Juan Bautista y Jesús
Juan Bautista había sido un profeta del juicio de Dios, y así pensaba que este mundo debía pasar por el fuego (siendo destruido por el hacha y huracán), a fin de que surgiera después otro distinto, para un “resto”, un grupo pequeño de liberados (Mt 3, 1-10 par). Jesús no quiso anunciar el juicio, ni ofrecer la salvación sólo a unos pocos (un resto de salvados), sino que inició un programa de liberación por la verdad, anunciando y preparando así la llegada del Reino de Dios para todos los que buscan y aceptan la verdad (cf. Mc 1, 14-15).
La propuesta de Juan Bautista era más fácil: la obra del mismo Dios había fracasado es este mundo, y así Dios debía destruirlo, para crear después uno distinto (con los limpios, ya purificados). Jesús, en cambio, se atrevió a pregonar la presencia y acción creadora de Dios en ese mismo mundo que parecía condenado, para crear de esa manera un Reino distinto, fundado en la verdad, desde los pobres y excluidos.
De esa forma, en un contexto como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, con gérmenes de guerra que estallaría bien pronto (67-70 d.C.), Jesús vino a presentarse como un hombre a quien Dios mismo había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciar así un Reino (Reino de Dios) en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios por la verdad.
La imagen del reino, ser rey
Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino, pero no quiso ser rey en linea de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo la Palabra a los enfermos, marginados y pobres, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres.
No anunciaba de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea.
No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.
Así inició su marcha entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera. En esa línea podemos añadir que la venida Reino tendría dos momentos:
‒ Primero se implantaría en este mundo, en forma de “plenitud mesiánica”, como se decía en las profecías de Israel (cf. Ap 20, 1-6).
‒ Luego, al fin, se ratificaría en el “cielo”, tras la resurrección final de los difuntos (cf. Ap 21-22). De todas formas, esa división no puede tomarse en sentido estricto, ni Jesús quiso resaltarla de un modo especial, sino que él quiso vincular ambos niveles:
La venida y revelación de Dios en este mundo y su culminación en el futuro, desde la perspectiva de la verdad de Dios.
En esa línea debemos superar un gran malentendido, propio de aquellos que creen que el Reino de Dios vendría de repente, a través de algún tipo de estallido espectacular, como la descarga de un rayo que brilla en el horizonte y sacude la tierra de repente (cf. Mt 24, 27), sin que los hombres puedan hacer nada para impedirlo. Ciertamente, en un sentido, la llegada del Reino será como un rayo que alumbra y transforma de pronto el espacio y tiempo de los hombres. Pero en otro ha de entenderse como resultado de un proceso que habían puesto en marcha los profetas y que Jesús ha ratificado y acelerado con su vida, siendo testigo de la verdad de Dios.
Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más significativo: Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de Reino de Dio, siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres.
No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía mantenerse ya en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… Por eso, sabiendo que Dios es mayor que el pecado de los hombres y que había decidido cumplir sus promesas, proclamó y preparó la llegada y triunfo de su Verdad, que es el Reino.
Ser Rey, ser testigo de la verdad. Todos reyes con él, una propuesta de paz
Jesús no quiso hacerse rey militar, pues la violencia pertenece al nivel de los poderes de un mundo donde la verdad se encuentra pervertida por la mentira de los poderosos. Jesús quiso ser Rey, pero de forma que odos fueran reyes, testigos de la verdad. Así respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (=no provenía) de las fuerzas de este mundo». Pilato sólo conoce un tipo de Reino, el que se funda en la espada del imperio (cf. Rom 13, 1-7) que se apoya y defiende con las armas, de manera que la verdad como tal resulta secundaria, preguntando a Jesús ¿qué es la verdad? para marcharse sin esperar una respuesta (cf. Jn 18, 38a).
Jesús, en cambio, aparece y actúa como testigo de la verdad, frente a los sacerdotes de Jerusalén, que le acusan ante Pilato y frente al mismo Pilato, que tienen que apelar de algún modo a la mentir para mantenerse en el podre. Jesús no quería más Reino que la vida de los hombres en la Verdad.
Por eso, en el caso de que él hubiera triunfado externamente (¡por un milagro de Dios!) Jesús no habría actuado como rey político o militar, en el sentido usual del término; no habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político, sino que se presentaría como testigo y portador de la verdad de Dios entre los hombres, presentándose como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.
Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Pero el evangelio de Juan ha trazado el perfil fundamental de su reinado, diciendo que Jesús ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37), una verdad que no sería como la de aquellos sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como se dice en la República), sino una verdad de amor compartido, desde los más pobres.
Mi casa es casa de oración
Lucas 19, 45-48. Tiempo Ordinario. A la Iglesia hemos de acudir con la confianza de un niño pero con un corazón que ore y busque el encuentro con Dios.
Oración introductoria
Señor, así como purificaste el templo de Jerusalén, te suplico vengas hoy a este encuentro en la oración para que me muestres qué tengo que expulsar de mi vida para quedar purificado, reconciliado, digno de Ti, porque anhelo que vengas hacer en mí tu morada.
Petición
Espíritu Santo, ilumina mi entendimiento para conocer la voluntad divina sobre mí.
Meditación del Papa Francisco
Los explotadores, los comerciantes en el templo, explotan también el lugar sagrado de Dios para hacer negocios: cambian las monedas, venden los animales para el sacrificio, también entre ellos se vuelven como un sindicato para defender.
Esto no solo era tolerado, sino también permitido por los sacerdotes del templo. Son los que hacen de la religión un negocio. En la Biblia está la historia de los hijos de un sacerdote que empujaban a la gente a dar ofrendas y ganaban mucho, también de los pobres. Y Jesús dice: Mi casa será llamada casa de oración. Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones.
De este modo, la gente que iba en peregrinación allí a pedir la bendición del Señor, a hacer un sacrificio, era explotada. Los sacerdotes allí no enseñaban a rezar, no les daban catequesis… Era una cueva de ladrones. No sé si nos hará bien pensar si con nosotros ocurre algo parecido. No lo sé. Es utilizar las cosas de Dios por el propio beneficio. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 29 de mayo de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
El pasaje de hoy nos muestra una cara de Jesús muy sorprendente. Tras haber llorado por Jerusalén, parece contradictorio contemplar un primer momento de ternura y otro de dureza casi seguidos en el tiempo.
Los sumos sacerdotes, los escribas y notables del pueblo saben muy bien de qué se trata todo esto y quieren quitarlo de en medio, que no les paralice ni boicotee sus negocios.
Parece que Jesús se enfada con mercaderes y vendedores, y en parte es así. Pero su enfado no viene por su profesión, su enfado no va dirigido a los de fuera del templo, va dirigido a los de dentro. Esto que parece una apreciación sin importancia la tiene y mucha, pues el mensaje que Jesús quiere transmitir va encaminado a cada uno de nosotros. Sí, a cada uno de los cristianos que vamos a visitar el templo, a cada uno de los sacerdotes y religiosos que sirven de manera especial al Señor y a cada uno de los que llevan la iglesia con una responsabilidad mayor y de dirección. El mensaje es único: " mi casa es casa de oración ". ¿Qué querrá decirnos Jesús con esto? Quizás esté pensando en las personas que muchas veces usamos la iglesia como medio para nuestros intereses, quizás esté pensando en cada hijo suyo que frecuenta los sacramentos y no se acaba de convencer de que lo importante verdaderamente es servir sin ser visto, sin sacar tajada, sin que nadie lo note.
A la Iglesia hemos de acudir de puntillas, con la confianza de un niño pero con un corazón que ore, que busque el encuentro verdadero con Dios, y no con los hermanos que pueden terminar en negociaciones ajenas al dueño de la casa. La Iglesia indudablemente es un misterio, y está llena de humanidad, y cuenta con fallos humanos.
Con nuestra vida sincera y sencilla y nuestra actitud orante formamos también esa otra Iglesia, que es la que vale: la Iglesia de los Santos, la Iglesia que es camino de Salvación, la Iglesia compañera nuestra en la gran aventura de encontrarnos con Dios.
Propósito
Acudir a la Iglesia con la confianza de un niño, pero con un corazón que ore, que busque el encuentro verdadero con Dios.
Diálogo con Cristo
¡Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, por este momento de oración! ¡Gracias por el don de tu amistad, de tu gracia y de tu misericordia! No quiero escatimar esfuerzo alguno por crecer en mi vida de oración, con tu gracia, lo podré lograr.
Ser luz que ilumina el mundo en tinieblas
En esta plegaria la Iglesia entera se reúne para pedir al Padre por cada uno de sus hijos.
La Iglesia entera ora al Padre: cinco peticiones
Durante la Plegaria Eucarística, se puede decir que el costado de Cristo está abierto y la sangre y agua que brotan de este manantial se derrama por toda la humanidad (Za. 12, 10). Es por eso que la Iglesia entera se reúne para pedir al Padre por cada uno de sus hijos.
Tú puedes colaborar, al mantenerte unido a Cristo, para que su misericordia se derrame sobre el pueblo de Dios (Sal. 85, 8). Escucha con atención todas las personas por las que pedimos durante la Plegaria Eucarística y, unido a Jesús Eucaristía, suplica también por ellos. “En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.” Jn. 16, 23.
Por el don de la unidad
En primer lugar pedimos a Dios por la unidad (Jn. 17, 20-21). Al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, el Señor, nos reúne en un solo cuerpo, en el suyo (Col. 1, 18). La comunión es un don que Dios da. El hombre tiende a dividir y a separar. Nos es muy difícil mantenernos unidos. Marcamos diferencias con nuestros juicios, con esquemas preconcebidos de las otras personas, con la falta de diálogo, con la envidia. El don de la comunión lo tenemos que suplicar para la Iglesia en el mundo, para nuestra parroquia, para nuestros hogares. Es momento de unirte a Cristo en la Eucaristía y ofrecerte con Él por la unidad.
Por la Iglesia universal
En segundo lugar, rogamos a Dios por la Iglesia extendida por toda la tierra. Nuestra madre, la Iglesia, sufre. Sufre desde dentro y sufre desde fuera. Por un lado sufre desde dentro el pecado de sus hijos. Todos tenemos una naturaleza caída y nuestros pecados manchan a la Iglesia. Hay pecado en la Iglesia, mucho. Por eso hay que suplicar con insistencia a Dios que purifique, renueve y santifique a su esposa la Iglesia. Por otro lado sufre desde fuera. La Iglesia, desde su origen, ha sido perseguida (Jn. 15, 20). Los cristianos hoy, como siempre, son perseguidos. El hecho de que viven en la verdad incomoda a quienes viven en la mentira y quieren mantenerse en ella. Por eso, para justificar su comportamiento, se burlan, critican, persiguen, rechazan a los cristianos. La Iglesia necesita de la fortaleza de Dios para mantenerse firme. Es momento de unirte a Cristo en la Eucaristía y ofrecerte con Él por la Iglesia.
Por los pastores del pueblo de Dios
En tercer lugar, pedimos por el Papa, los Obispos y todos los pastores que cuidan del pueblo de Dios. El demonio está empeñado en hacer caer a los sacerdotes. Ellos han recibido, por don inmerecido, el ministerio sacerdotal. La Iglesia se mantiene viva por sus sacerdotes. La gracia se puede impartir solo porque ellos existen. Sin ellos, el alimento del pueblo de Dios no se puede distribuir, es por eso que el enemigo los ataca con más fuerza. Hay que pedir por todos, los más débiles y los más santos. Dios nos pide que sostengamos a sus ministros. Es momento de unirte a Cristo en la Eucaristía y ofrecerte con Él por los sacerdotes.
Por nuestros hermanos difuntos
En cuarto lugar suplicamos a Dios por nuestros hermanos que se durmieron en la esperanza de la resurrección. Pedimos por todos los difuntos. Los difuntos no pueden merecer gracias para su salvación. Solamente en la tierra podemos hacer méritos para llegar al cielo.
La gracia que no quisimos acoger en vida la tendremos que esperar de la misericordia de Dios en el purgatorio. Sin embargo nosotros, los que seguimos en la tierra, podemos alcanzar gracias por ellos. La Misa es el sacrificio de mayor valor. Los difuntos necesitan de Misas ofrecidas por ellos. Si queremos dar algo a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros, una Misa es lo más grande que podemos ofrecer por ellos. Es por eso que los hacemos presentes. Es momento de unirte a Cristo en la Eucaristía y ofrecerte con Él por los difuntos.
Por nosotros
Por último pedimos a Dios que tenga misericordia de nosotros, los presentes. Suplicamos a Dios por cada uno de nosotros. Somos los primeros necesitados de su misericordia. A veces pedimos por todos nuestros seres queridos y nos olvidamos de que los primeros que necesitamos la conversión somos nosotros. Es momento de unirte a Cristo en la Eucaristía y ofrecerte con Él por cada uno de los presentes en la Celebración Eucarística, especialmente por tu propia conversión.
Por Cristo, con Él...
La plegaria Eucarística termina con la elevación del pan y del vino consagrados y las palabras del sacerdote: Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Todos respondemos: Amén. Estas palabras resumen todo lo que la plegaria eucarística encierra. Solamente por Cristo, con Cristo y en Cristo podemos vivir el misterio de nuestra fe. Nuestra santificación se efectúa por Cristo, con Cristo y en Cristo. Nuestra fecundidad se realiza por Cristo, con Cristo y en Cristo. Nuestra alabanza al Padre es posible por Cristo, con Cristo y en Cristo. “De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.” (1Cor. 1, 30-31). Solo así se puede vivir la vida cristiana. Es por eso que el “Amén” que decimos después de esta frase tiene que ser fuerte, desde el corazón, confirmando todo lo que se ha realizado previamente.
Jesús en el Evangelio nos invita a ser luz del mundo (Mt. 5, 14). Nos pide que no escondamos la lámpara sino que la pongamos sobre un candelero para que alumbre a todos los hombres (Lc. 8, 16). Vivimos en un mundo de oscuridad. Dios nos invita a unirnos a Él, la luz (Jn. 1, 19), en el misterio del altar. Él es la luz del candelero que no podemos poner bajo el celemín. Nosotros, con Él, somos también luz para nuestros hermanos. Por Cristo, con Él y en Él seamos luz para esta humanidad que vive en tinieblas. Así se cumplirá lo que dice el Apocalipsis: “La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.” (Ap. 21, 23).
Edmundo, Santo Mártir, 20 de Noviembre
Offa es rey de Estanglia. Un buen día decide pasar el último tramo de su vida haciendo penitencia y dedicándose a la oración en Roma. Renuncia a su corona a favor de Edmundo que a sus catorce años es coronado rey, siguiendo la costumbre de la época, por Huberto, obispo de Elman, el día de la Navidad del año 855. Pronto da muestras de una sensatez que no procede sólo de la edad. Es modelo de los buenos príncipes. No es amigo de lisonjas; prefiere el conocimiento directo de los asuntos a las proposiciones de los consejeros; ama y busca la paz para su pueblo; se muestra imparcial y recto en la administración de la justicia; tiene en cuenta los valores religiosos de su pueblo y destaca por el apoyo que da a las viudas, huérfanos y necesitados. Reina así hasta que llegan dificultades especiales con el desembarco de los piratas daneses capitaneados por los hermanos Hingaro y Hubba que siembran pánico y destrucción a su paso. Además, tienen los invasores una aversión diabólica a todo nombre cristiano; con rabia y crueldad saquean, destruyen y entran al pillaje en monasterios, templos o iglesias que encuentran pasando a cuchillo a monjes, sacerdotes y religiosas. Una muestra es el saqueo del monasterio de Coldinghan, donde la abadesa santa Ebba fue degollada con todas sus monjas. Edmundo reúne como puede un pequeño ejército para hacer frente a tanta destrucción pero no quiere pérdidas de vidas inútiles de sus súbditos ni desea provocar la condenación de sus enemigos muertos en la batalla. Prefiere esconderse hasta que, descubierto, rechaza las condiciones de rendición por atentar contra la religión y contra el bien de su gente. No acepta las estipulaciones porque nunca compraría su reino a costa de ofender a Dios. Entonces es azotado, asaeteado como otro San Sebastián, hasta que su cuerpo parece un erizo y, por último, le cortan la cabeza que arrojan entre las matas del bosque. Sus súbditos buscaron la cabeza para enterrarla con su cuerpo, pero no la encuentran hasta que escuchan una voz que dice: "Here", es decir, "aquí".
Este piadosísimo relato tardío colmado de adornos literarios en torno a la figura del que fue el último rey de Estanglia exaltan, realzan y elevan la figura de Edmundo hasta considerarlo mártir que, por otra parte, llegó a ser muy popular en la Inglaterra medieval. Sus reliquias se conservaron en Bury Saint Edmunds, en West Sufflok, donde en el año 1020 se fundó una gran abadía.
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, “B”. RAZÓN DE LA ESPERANZA CRISTIANA
(Dan 12, 1-3; Sal 15; Heb 10, 11-14.18; Mc 13, 24-32)
Apoyados en los textos sagrados que se proclaman este domingo, podemos afirmar que no estamos hechos para la corrupción, ni nuestro destino es el polvo. Hemos sido creados para gozar la vida eterna. El salmista canta: “Se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.” (Sal 15).
El sentido del salmo es sin duda profético, y se refiere a Jesucristo, resucitado de entre los muertos y sentado a la derecha de Dios Padre con gloria. Pero ha sido el mismo Jesús quien se ofreció a sí mismo por los pecados de todos, para que todos podamos gozar de su destino. “Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados”. (Heb 10,14)
La liturgia de la Palabra de este domingo obedece a que celebramos prácticamente el último domingo del Tiempo Ordinario, ya que el próximo será la fiesta de Cristo Rey. Por este motivo, se nos propone a consideración los últimos tiempos, y la perspectiva teológica del final de la representación de este mundo.
Con la figura de Cristo Majestad, que viene sobre las nubes del cielo, se describe el triunfo definitivo del Señor, a quien se le someten todos los seres del cielo y de la tierra. “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte”. (Mc 13, 27)
El juicio es de Dios, no nos corresponde a nosotros anticipar el veredicto. Según las Sagradas Escrituras, “los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad” (Dn 12, 3). Será el momento de la gran sorpresa, al escuchar de labios de Jesús: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” Y estas bendiciones se aplicarán a muchos que pasaron por el mundo haciendo el bien, aun sin saber que se lo hacían a Jesús. Los que han caminado por esta vida con la mirada puesta en el rostro luminoso de quien ha dado su vida pro nosotros, no han tenido miedo al pensar en el encuentro con Cristo; por el contrario, han anhelado ese momento. Si ante el pensamiento de la vida eterna y del final de los días te intranquilizas, es una llamada a la confianza y al abandono en las manos de Dios, pero a su vez, también, a hacer el bien, porque al final será lo que nos sirva como título de bienaventuranza, gracias a la misericordia divina.
“Y al despertar, me saciaré de tu semblante” (sal 16)