Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo
- 20 Febrero 2016
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Evangelio según San Mateo 5,43-48.
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
San Fulgencio de Ruspe (467-532), obispo en África del Norte Sermón 5; PL 5, 737
“Yo os digo: amad a vuestros enemigos”
“No debáis nada a nadie salvo el amor mutuo” (Rm 13,8). Que deuda más sorprendente, hermanos, que este amor que el apóstol Pablo nos enseña hemos de pagar siempre, sin dejar nunca de ser deudores. ¡Dichos deuda, deuda sagrada, portadora de créditos en el cielo, llena de riquezas eternas!... Acordémonos de las palabras del Señor: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian” (cf Lc 6,27). ¿Y cuál será la recompensa de este trabajo?... “Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo”.
El apóstol Pablo nos da a conocer qué es lo que se dará a estos hijos de Dios: “Si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8,17). ¡Escuchad, pues, cristianos, escuchad, hijos de Dios, escuchad herederos de Dios, coherederos con Cristo! Si queréis poseer la herencia de vuestro Padre, pagad la deuda de vuestro amor no sólo hacia vuestros amigos sino también hacia vuestros enemigos. No rechacéis dar este amor a nadie; es el tesoro común a todos los hombres de buena voluntad. Poseedlo todos juntos, y para aumentarlo, derramadlo tanto a los malos como a los buenos. Porque este bien, que no se posee sino es todos juntos, no es de la tierra sino del cielo; la parte de uno jamás reduce la de ninguno de los otros…
El amor es un don de Dios: “El amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5)… El amor es la raíz de todos los bienes, tal como, vemos en san Pablo, la avaricia lo es de todos los males (1Tm 6,10)… El amor está siempre contento, porque cuanto más multiplica sus dones, tanto más ampliamente Dios nos lo concede. Es por esta razón que mientras el avaro se empobrece con todo lo que acapara, el hombre que paga su deuda de amor se enriquece con lo mismo que da.
Beata Jacinta Marto
Beata Jacinta Marto, niña
En Aljustrel, lugar cercano a Fátima, en Portugal, beata Jacinta Marto, la cual, siendo aún niña de tierna edad, aceptó con toda paciencia la grave enfermedad que le aquejaba y demostró siempre una gran devoción a la Santísima Virgen María.
La Iglesia ha meditado mucho antes de elevarla a la gloria de los altares, no porque tuviese ninguna duda sobre su vida cristalina, sino porque importantes teólogos buscaban ponerse de acuerdo sobre una cuestión de no poco peso: si a los 10 años no computa normalmente la virtud, cómo podrían vivirse en «grado heroico», como es necesario que ocurra en cualquier cristiano que sea propuesto para la veneración de los fieles como santo o beato. Al final toda duda se disipó, porque el buen Dios ha puesto más de una firma (los milagros, requeridos para elevar a cualquiera a los altares) sobre la santidad de esta niña. Sin embargo, su santidad no se le reconoce por haber experimentado seis apariciones de la Virgen, sino que como éstas le han ayudado a alacanzar la perfección cristiana, nosotros tenemos hoy la alegría de celebrar a la beata Jacinta Marto, una de los tres «videntes de Fátima», que el Papa ha elevado a la gloria de los altares junto a su hermanito Francisco el 13 de mayo del 2000.
Todo se inicia otro 13 de mayo de 83 años antes, cuando la Virgen se apareció por primera vez (Jacinta tiene sólo 7 años, porque nació el 11 de marzo de 1910), mientras pastoreaba con su hermano Francisco y su prima Lucía. Esta última (muerta el 13 de febrero de 2005, a los casi 98 años) declaró que Jacinta hasta ese día era una niña como cualquier otra: le gustaba jugar, como a todos los niños de esa edad, es un poco delicada, pone mala cara por nada y no se resigna fácilmente a perder, le encanta bailar y basta el sonido de un rudimentario pífano para hacer mover y girar su pequeño cuerpo.
La Virgen irrumpe en su vida y la cambia radicalmente: medita mucho sobre la eternidad del infierno y «toma en serio los sacrificios por la conversión de los pecadores»; se priva de la merienda para ayudar a los niños necesitados de dos familias; se enamora del Papa, a quien desea encontrar cara a cara; a menudo sorprende en la oración un arrebato de amor sin duda superior a su edad. Cualquier sufrimiento ofrecido por la conversión de los pecadores está siempre acompañado por un amor que se encuentra sólo en los grandes místicos.
El 23 de diciembre de 1918, 14 meses después de la última aparición, ella y Francisco se ven afectados por la "gripe española", pero mientras que el segundo se cura en pocos meses, para Jacinta se vuelve un calvario, ya que le sobreviene una pleuresía purulenta, que soporta y ofrece «para la conversión de los pecadores y para reparar los ultrajes que se realizan al Corazón Inmaculado de María». Se le pide un último gran sacrificio: separarse de los suyos, y sobre todo de su prima Lucía, para pasar un tiempo de recuperación en un hospital de Lisboa. Donde se prueba todo, incluso una cirugía sin anestesia para intentar arrancarla de la muerte, pero donde la Virgen viene serenamente a tomarla el 20 de febrero de 1920, como había prometido.
Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan
Mateo 5, 43-48. Cuaresma. Saber perdonar es un don y una gracia, pero está al alcance ¡aunque nos parezca imposible! Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan Mateo 5, 43-48. Cuaresma. Saber perdonar es un don y una gracia, pero está al alcance ¡aunque nos parezca imposible!
Oración introductoria
Aquí estoy, Señor, en tu presencia. Quiero estar contigo estos momentos para que llenes mi corazón de tu amor, de tu bondad. Tú conoces mi alma, sabes cuánto me cuesta salir de mí mismo y amar de verdad. Por eso, vengo a ti, que eres la fuente de amor, para que acercándome tanto a la hoguera de tu caridad, mi corazón y mi vida ardan en tu amor.
Petición
Señor, llena mi corazón de tu amor.
Meditación del Papa Francisco
La misericordia no es un sentimiento pasajero, sino la síntesis de la Buena Noticia; es la opción de los que quieren tener los sentimientos del Corazón de Jesús, de quien quiere seriamente seguir al Señor, que nos pide: “Sed misericordiosos como vuestro Padre”. El Padre Hermes Ronchi dice: “Misericordia: escándalo para la justicia, locura para la inteligencia, consuelo para nosotros, los deudores. La deuda de existir, la deuda de ser amados, sólo se paga con la misericordia”.
Así pues, que sea la misericordia la que guíe nuestros pasos, la que inspire nuestras reformas, la que ilumine nuestras decisiones. Que sea el soporte maestro de nuestro trabajo. Que sea la que nos enseñe cuándo hemos de ir adelante y cuándo debemos dar un paso atrás. Que sea la que nos haga ver la pequeñez de nuestros actos en el gran plan de salvación de Dios y en la majestuosidad y el misterio de su obra.
Para ayudarnos a entender esto, dejémonos asombrar por la bella oración, comúnmente atribuida al beato Oscar Arnulfo Romero, pero que fue pronunciada por primera vez por el Cardenal John Dearden. (Discurso de S.S. Francisco, 21 diciembre 2015)
Reflexión
La cadena de injusticia es como una fila donde diez personas están formadas. El primero de la fila se voltea y le pega al segundo, éste a su vez repite lo mismo con el que tiene atrás y así se siguen. Pero al llegar al quinto miembro de la fila, éste, al voltearse, le da un abrazo al de atrás y perdona al que le golpeó. Rompe la cadena de violencia. Absorbe violencia y responde con amor. Esto es lo que Cristo vino a enseñarnos, viviéndolo él en primera persona. Ante todas las ofensas que recibe, mías y de tanta otra genta, su respuesta siempre es la misma: amor y perdón. Y esto lo podemos vivir en las situaciones más ordinarias de nuestra vida, ante una queja, ante la crítica que recibimos, un mal gesto, una ofensa, al ser olvidados en algo importante u otra situación diaria. Pero esto requiere una profunda actitud de humildad, la cual sólo lograremos aprendiendo en la oración con Cristo.
Propósito
Responder con un gesto de amor (una sonrisa, la palabra "gracias", con paciencia, con perdón...) las ofensas que reciba el día de hoy.
Diálogo con Cristo
Jesús, Tú que eres manso y humilde de corazón, enséñame la virtud de saber amar a mis enemigos, a aquellos que me ofenden, a comprenderlos o tan sólo saber perdonarlos. Es difícil, pero sé que contigo nada es imposible. Llena mi corazón de tu amor a tal grado que pueda transmitir tu amor a todos los que me rodean. Que tu corazón, Señor, lata en mi pecho toda mi vida. "La medida del amor es amar sin medida" (San Agustín)
María Santísima y los cireneos del alma
Cuando eres cireneo por amor, cuando decides ayudar aunque sea un pequeño trecho, la carga es más liviana y te queda una mano libre para sostener al hermano.
Hoy llego hasta ti, Madre mía, agobiada por el peso de mi cruz. Los ojos de mi alma, nublados por el llanto, no alcanzan a ver caminos ni salidas.
Es como, si de repente, el sendero fuese cuesta arriba, escarpado el terreno y pesada la carga. Me he caído muchas veces, Madre, bajo el peso del dolor, la tristeza o la soledad. Y siempre vi tu mano extendida, para levantarme.
Pero esta vez… esta vez no veo, Madre… esta vez vengo a tus pies y ni siquiera sé que pedirte. Pero es grande la confianza en que tú sabes, mejor que yo, lo que necesita mi alma.
- Necesitas un cireneo, hija, un cireneo del alma… El perfume de los jazmines que rodean tu imagen en la Parroquia, me inunda el alma.
- ¿Un cireneo, dices? Pero ¿Quién es? ¿Dónde lo encuentro?- y tu Corazón invita al mío a llegar, desde las Escrituras, a conocer a Simón de Cirene:
En ese momento, un tal Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, volvía del campo; los soldados le obligaron a que llevara la cruz de Jesús Mc 15,21
Tus ojos, tristísimos, ven caminar a Jesús, sufriendo bajo el peso de la cruz, bajo el peso de mis pecados. Le consuelas con tu silencio, con tu entrega, pero tu corazón es un grito: “Padre mío, ¿Porqué le has abandonado?” En ese momento los soldados se detienen a la vista de Simón de Cirene, a quien la Iglesia se referirá más tarde como “el cireneo”, y le obligan a llevar la cruz de Jesús.
- Explícame Madre, lo que debo aprender del cireneo-te pregunto entregándote mi dolor, para que saques de él enseñanza y camino.
Volvemos a los jazmines perfumados de la Parroquia.
- Verás, hija- y te quedas cerca de las flores, que ya no están orgullosas de su aroma, porque el tuyo es infinitamente más bello- Cuando apareció ese hombre, camino del Calvario, sentí que era una respuesta a mis oraciones. Cuando él volvía del campo nunca imaginó que su retorno quedaría grabado en tantos corazones. Que su figura inspiraría luego muchas acciones generosas ¿Comprendes, hija?
- Algo, Madre, te pido la gracia de comprender mejor.
- El cireneo sigue, cada día, volviendo de su trabajo a su casa y encontrando a Jesús sufriente. En aquel día le obligaron a llevar la cruz, pero ahora ha comprendido que puede hacerlo voluntariamente.
- ¿Cómo es eso, Madrecita?
- Simón de Cirene te enseña que, cuando ayudas por obligación, sin estar muy convencida de tu acción, el dolor ajeno te es pesado de llevar. Avanzas lento y tienes tus dos manos ocupadas y no puedes extender una al hermano. Cuando devuelves la carga, el hermano siente un sabor amargo… Pero cuando eres cireneo por amor, cuando decides ayudar aunque sea un pequeño trecho, la carga es más liviana y te queda una mano libre para sostener al hermano, y avanzan juntos. Y cuando le devuelves su carga, ésta le resulta más liviana a tu hermano, porque el amor, hija, alivia las cargas y las deja perfumadas de dulces recuerdos.
- Entonces ¿Tú pides al Padre un cireneo para nosotros?
- A cada instante, hija, a cada instante. Y el Padre me deja escogerlos. Así, busco corazones generosos y los pongo en el camino de un hijo que sufre.
- ¡Claro, así nos alivias!
Pero se te pone triste la mirada y susurras:
- No siempre, hija, no siempre. Yo pongo un cireneo en el camino del que sufre, pero respeto su libertad. Cada “cireneo” que yo escojo es libre de aceptar o no. Todos mis hijos caminan en este “valle de lágrimas” con su mochila de soledad, tristeza, miseria… pero también, todos mis hijos fueron, alguna vez, invitados a ser cireneos.
Me quedo en silencio y mis lágrimas mojan el recuerdo de todas las veces que pasé de largo, que no quise, no pude o no supe ser cireneo.
- Te suplico, Madre, envíes muchos cireneos a aquellos hermanos para los cuales no tuve ni una sonrisa, ni una palabra, ni siquiera un mate para compartir…Y por tu gran Misericordia, mándame también uno a mi.
- Del dolor se aprende, hija. Pero dime ¿Crees que no te he mandado un cireneo?
Una señora enciende las luces que rodean tu imagen y siento que se me ilumina el alma:
- Dame tu mano, Madre, y ayúdame a ver los cireneos.
Y te vienes conmigo por el valle de mis recuerdos. Los cercanos y los lejanos. De tu mano veo gestos, miradas, palabras hechas racimo en bellas cartas…. “cireneos” que antes no vi.
Siempre estuvieron allí, solo que yo, cegada por mi propia visión de la realidad, no supe verlos. Y se quedaron con las manos extendidas para ayudarme y me suavizaron el camino con su cariño, sus palabras, sus pequeños gestos, que ahora, a la distancia, veo en su real grandeza.
Ya es la hora de la Misa. Mi corazón se trepa hasta tu imagen y besa tus manos juntas y tus mejillas suaves. Me cubres con tu manto y el abrazo es infinito.
Para despedirte, dices:
- De todos los cireneos que viste en tu vida, no me has nombrado al más importante
- y corres presurosa al Sagrario y abrazas a Jesús, que se desangra en esperas.
-
¡Madre! ¡Oh Madre!- Y me quedo sin palabras al descubrir que Jesús es el cireneo perfecto.
Si. Jesús estira sus brazos desde el Sagrario y me asegura: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón y sus almas encontrarán descanso” Mt 11,28-29.
El Papa, en la audiencia
Insta a "vivir de manera coherente la fe con un estilo de vida misericordioso"
El Papa invita al "compromiso de vida" que lleve a los demás "la misericordia de Dios"
Un compormiso vital "para ofrecer a los demás el signo concreto de la cercanía de Dios"
Redacción, 20 de febrero de 2016 a las 10:37
Comprometerse es aceptar una responsabilidad con alguien, cumpliéndolo con una actitud de fidelidad, dedicación e interés; es tener buena voluntad y constancia para mejorar la vida
(José M. Vidal).- Audiencia jubilar del Papa en la plaza de San Pedro. Con una catequesis centrada en el compromiso de los cristianos, que tiene que estar centrado en la misericordia, para "vivir de manera coherente" su fe. Que la misericordia pase de las palabras a los hechos e impregne la vida de todos lso creyentes.
"Que este Jubileo pueda ayudarnos aexperimentar el compromiso de Dios sobre cada uno de nosotros y, gracias a ello, transformar nuestra vida en un compromiso de misericordia para todos", dijo el Papa, en la frase que, quizás, mejor resume su catequesis.
Refiriéndose al tiempo cuaresmal en el que la Iglesia nos invita a conocer cada vez más al Señor, y a vivir de manera coherente la fe con un estilo de vida que exprese la misericordia del Padre, el Papa Francisco afirmó que se trata de un compromiso que asumimos para ofrecer a los demás el signo concreto de la cercanía de Dios. Por eso - afirmó - comprometerse es aceptar una responsabilidad con alguien, realizándolo con una actitud de fidelidad, dedicación e interés. En una palabra - dijo - es tener buena voluntad y constancia para mejorar la vida.
Texto íntegro del saludo del Papa en español
Queridos Hermanos y hermanas: El Jubileo de la Misericordia es una oportunidad para profundizar en el misterio de la bondad y el amor de Dios. En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a conocer cada vez más al Señor, y a vivir de manera coherente la fe con un estilo de vida que exprese la misericordia del Padre. Es un compromiso que asumimos para ofrecer a los demás el signo concreto de la cercanía de Dios. Comprometerse es aceptar una responsabilidad con alguien, cumpliéndolo con una actitud de fidelidad, dedicación e interés; es tener buena voluntad y constancia para mejorar la vida. Dios se ha comprometido con nosotros. Primero, al crear el mundo y conservarlo, no obstante nosotros nos esforzamos en destruirlo. Pero su compromiso más grande ha sido darnos a Jesús y, en él, se ha comprometido plenamente restituyendo esperanza a los pobres, a cuantos estaban privados de dignidad, a los extranjeros, a los enfermos, a los prisioneros, y a los pecadores, que acogía con bondad. A partir de este amor misericordioso, nosotros podemos y debemos corresponder a su amor llevando a los demás la misericordia de Dios, con un compromiso de vida que sea testimonio de nuestra fe en Cristo. **** Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, así como a los grupos venidos de España y Latinoamérica. Que este Jubileo pueda ayudarnos a experimentar el compromiso de Dios sobre cada uno de nosotros y, gracias a ello, transformar nuestra vida en un compromiso de misericordia para todos. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Jubileo de la Misericordia es una verdadera oportunidad para entrar en profundidad dentro del misterio de la bondad y el amor de Dios. En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a conocer siempre más al Señor Jesús, y a vivir de manera coherente la fe con un estilo de vida que exprese la misericordia del Padre. Es un compromiso que estamos llamados a asumir para ofrecer a cuantos encontramos el signo concreto de la cercanía de Dios. Es decir, mi vida, mi actitud, el modo de ir por la vida debe ser un signo concreto de que Dios está cerca de nosotros. Pequeños gestos de amor, de ternura, de cuidado, que hacen pensar que el Señor está con nosotros, está cerca de nosotros. Y así se abre la puerta de la misericordia.
Hoy quisiera detenerme brevemente a reflexionar con ustedes sobre el tema de esta palabra que he dicho: el tema del compromiso. ¿Qué cosa es un compromiso? Y ¿qué cosa significa comprometerse? Cuando me comprometo, quiere decir que asumo una responsabilidad, una tarea con alguno; y significa también el estilo, la actitud de fidelidad y entrega, de particular atención con el cual llevo adelante esta tarea. Cada día nos piden poner empeño en las cosas que hacemos: en la oración, en el trabajo, en el estudio, pero también en el deporte, en las actividades libres ... Comprometerse, quiere decir poner nuestra buena voluntad y nuestras fuerzas para mejorar la vida.
Y también Dios se ha comprometido con nosotros. Su primer compromiso ha sido aquel de crear el mundo, y no obstante nuestros atentados para destruirlo - y son tantos -, Él se compromete por mantenerlo vivo. Pero su compromiso más grande ha sido aquel de donarnos a Jesús. ¡Este es el gran compromiso de Dios! Sí, Jesús es justamente el compromiso extremo que Dios ha asumido en favor nuestro. Lo recuerda también San Pablo cuando escribe que Dios «no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rom 8,32). Y, en virtud de esto, junto a Jesús el Padre nos donará cada cosa de la cual tenemos necesidad.
Y ¿cómo se ha manifestado este compromiso de Dios por nosotros? Es muy fácil verificarlo en el Evangelio. En Jesús, Dios se ha comprometido completamente para restituir esperanza a los pobres, a cuantos estaban privados de dignidad, a los extranjeros, a los enfermos, a los prisioneros, y a los pecadores que acogía con bondad. En todo esto, Jesús era expresión viviente de la misericordia del Padre. Y quisiera referirme a esto: Jesús acogía con bondad a los pecadores. Si nosotros pensamos en modo humano, el pecador sería un enemigo de Jesús, un enemigo de Dios, pero Él se acerca a ellos con bondad, los amaba y cambiaba a ellos el corazón. Todos nosotros somos pecadores: ¡todos! Todos tenesmo delante de Dios alguna culpa. Pero debemos tener confianza: Él se acerca para darnos conforto, la misericordia, el perdón. Es este el compromiso de Dios y para esto ha enviado a Jesús: para acercarnos a nosotros, a todos nosotros y abrir la puerta de su amor, de su corazón, de su misericordia. Y esto es muy bello. ¡Muy bello!
A partir del amor misericordioso con el que Jesús ha expresado el compromiso de Dios, también nosotros podemos y debemos corresponder a su amor con nuestro compromiso. Y esto sobre todo en las situaciones de mayor necesidad, donde hay más sed de esperanza. Pienso - por ejemplo - en nuestro compromiso con las personas abandonadas, con aquellos que cargan pesadas minusvalías, con los enfermos graves, con los moribundos, con los que no son capaces de manifestar reconocimiento... En todas estas realidades nosotros llevamos la misericordia de Dios a través de un compromiso de vida, que es testimonio de nuestra fe en Cristo. Debemos siempre llevar aquella caricia de Dios - porque Dios nos ha acariciado con su misericordia - llevarla a los demás, a aquellos que tienen necesidad, a aquellos que tienen un sufrimiento en el corazón o están tristes: acercarnos con aquella caricia de Dios, que es la misma que Él ha dado a nosotros.
Que este Jubileo pueda ayudar a nuestra mente y a nuestro corazón a tocar con la mano el compromiso de Dios por cada uno de nosotros, y gracias a esto transformar nuestra vida en un compromiso de misericordia para todos.