“No sabes de dónde viene ni a dónde va”
- 05 Abril 2016
- 05 Abril 2016
- 05 Abril 2016
La Misericordia de Dios no es una devoción azucarada: 12 razones por las que salva el mundo
En diciembre de 2015 se celebró en Barcelona el Congreso Cor Iesu, Vultus Misericordiae (www.istomas.org/coriesu), dedicado a la Misericordia de Dios, precisamente en pleno año jubilar de la Misericordia.
Para algunos la Misericordia divina no pasa de ser una devoción azucarada propia de ancianas piadosas, para otros sería una buena expresión de buenismo utópico y poco exigente.
La verdad es muy diferente: estamos ante lo mas nuclear de una Revelación que nos ha mostrado que Dios es Amor.
Frente a las deformaciones e incomprensiones, estas son las 12 razones por las que la Misericordia de Dios salvará al mundo:
1.- Porque nos revela al mismo Dios, que es Amor y nos ama con locura, hasta el punto de entregar a su Hijo a la muerte para abrirnos las puertas del cielo y tenernos junto a Él por toda la eternidad. Aquella locura de amor no se agotó en el Calvario, sino que continúa tan viva hoy como entonces.
2.- Porque la Misericordia divina todo lo puede. Puede incluso borrar los más grandes crímenes, esos que abundan en nuestro mundo, un mundo que ha decidido darle la espalda a Dios.
3.- Porque nosotros somos impotentes, con nuestras propias fuerzas, de llevar, no ya una vida mínimamente digna, sino de ser felices. La Ley sigue siendo una losa para nuestras pobres naturalezas caídas, pero ahorala Misericordia de Dios viene a nuestro rescate y nos da la gracia para poder corresponder al amor de Dios.
4.- Porque las obras que la Misericordia de Dios nos inspira nos muestran el camino del cielo y hacen de este mundo un lugar habitable y no el infierno del todos contra todos que los hombres construimos cada vez que tenemos la oportunidad.
5.- Porque Jesús no quiere que el pecador se condene, sino que se convierta y viva eternamente.
6.- Porque Dios no es un ser lejano al que no le afectan nuestras vidas, sino que nos ama con un Corazón que estalla de amor, un corazón de madre que no duda en pasar las peores penalidades para rescatarnos y darnos un abrazo que todo lo perdona.
7.- Porque Cristo nos salvó con su sangre, la misma sangre que brotó, a través de su costado abierto, de su Corazón de hombre, ese Corazón con el que nos sigue amando sin límite a pesar de todas nuestras traiciones, y esa sangre es lo único que puede lavar todas nuestras miserias.
8.- Porque, lejos de ser un pasaporte para el "todo vale", la Misericordia de Dios nos mueve a corresponderle, a amarle sin medida, da sentido a nuestra vida y nos da fuerzas para obrar, para seguir el camino estrecho que lleva hasta el cielo y que Cristo nos ha enseñado.
9.- Porque, como le dijo Jesús a santa Faustina, "la humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia".
10.- Porque quien ponga su confianza en la Misericordia divina, recibirá gracias inimaginables en su vida y la salvación final.
11.- Porque el amor misericordioso de Dios no se guarda nada para sí: quiere que le pidamos muchas cosasporque quiere dar mucho, muchísimo, sin medida.
12.- Porque lo que más gusta a Dios es perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, para que así nosotros también podamos personar a nuestros hermanos y guiados por la gracia que el Espíritu derrama sobre nosotros, de la mano de la Madre de Dios, seamos dóciles instrumentos en las manos se Jesucristo, el Salvador del Mundo.
(El autor del artículo, Jorge Soley, es miembro del comité ejecutivo del Congreso Cor Iesu en Barcelona, que explora la Misericordia de Dios desde las enseñanzas de Santa Teresita de Lisieux, sus padres San Luis y Celia Martin, Santa Faustina Kowalska y la devoción del Sagrado Corazón.
El congreso empiezó el jueves 31 de diciembre 2015 a las 19.30 con el emocionante testimonio de Tim Guénard en la Fundación Balmesiana.
Evangelio según San Juan 3,7b-15.
Jesús dijo a Nicodemo: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu". "¿Cómo es posible todo esto?", le volvió a preguntar Nicodemo. Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?
Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
San Vicente Ferrer
San Vicente Ferrer, religioso presbítero
Predicador. (año 1419). Nació en 1350 en Valencia, España. Se hizo religioso en la Comunidad de Padres Dominicos y, por su gran inteligencia, a los 21 años ya era profesor de filosofía en la universidad. Durante su juventud el demonio lo asaltó con violentas tentaciones. Siendo un simple diácono lo mandaron a predicar a Barcelona. La ciudad estaba pasando por un período de hambre y los barcos portadores de alimentos no llegaban. Entonces Vicente en un sermón anunció una tarde que esa misma noche llegarían los barcos con los alimentos tan deseados.
Al volver a su convento, el superior lo regañó por dedicarse a hacer profecías de cosas que él no podía estar seguro de que iban a suceder. Pero esa noche llegaron los barcos, y al día siguiente el pueblo se dirigió hacia el convento a aclamar a Vicente, el predicador. Una noche se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán y le dio la orden de dedicarse a predicar por ciudades, pueblos, campos y países. En adelante por 30 años, Vicente recorre el norte de España, y el sur de Francia, el norte de Italia, y el país de Suiza, predicando incansablemente, con enormes frutos espirituales. Los primeros convertidos fueron judíos y moros. Dicen que convirtió más de 10,000 judíos y otros tantos musulmanes o moros en España. Su voz sonora, poderosa y llena de agradables matices y modulaciones y su pronunciación sumamente cuidadosa, permitían oírle y entenderle a más de una cuadra de distancia.
Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas). En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caían personas desmayadas de tanta emoción. Gentes que siempre habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores. El santo tenía que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos. Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba el español y el latín. Y sucedía frecuentemente que las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma. Decía: "Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas". Los últimos años, ya lleno de enfermedades, lo tenían que ayudar a subir al sitio donde iba a predicar. Pero apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Murió en plena actividad misionera, el Miércoles de Ceniza, 5 de abril del año 1419. Fueron tantos sus milagros y tan grande su fama, que el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455. El santo regalaba a las señoras que peleaban mucho con su marido, un frasquito con agua bendita y les recomendaba: "Cuando su esposo empiece a insultarle, échese un poco de esta agua a la boca y no se la pase mientras el otro no deje de ofenderla". Y esta famosa "agua de Fray Vicente" producía efectos maravillosos porque como la mujer no le podía contestar al marido, no había peleas. Porque lo que produce la pelea no es la palabra ofensiva que se oye, si no la palabra ofensiva que se responde.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que suscitaste a San Vicente Ferrer como predicador infatigable del Evangelio, para que anunciara con insistencia la venida de Jesucristo, juez universal, haz que nosotros anhelemos la venida de tu Hijo, para que, cuando venga, podamos contemplarlo en su reino glorioso. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de la Abundancia o la Prosperidad, Cursi, Italia (1641)
Tienes que nacer de lo alto
Juan 3, 7-15. Pascua. Tal vez se acordaría de aquellas palabras que escuchó de Jesús y que ahora comprendía con el corazón.
Oración introductoria
Señor, creo en Ti. Humildemente te suplico que permitas que esta meditación me ayude a comprender que tu Palabra es mi luz y mi fortaleza, el alimento de mi alma, la fuente perenne de mi vida espiritual.
Petición
Señor, enséñame a renacer en la nueva familia de Dios: tu Iglesia.
Meditación del Papa Francisco
No se comprende bien si no entendemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio. Jesús dice a los judíos: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que soy yo". En el desierto ha sido por tanto elevado el pecado, pero es un pecado que busca la salvación, porque se cura allí. El que es elevado es el Hijo del hombre, el verdadero Salvador, Jesucristo.
El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer las paces. Estas son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada en la Cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para salvarnos; se ha hecho pecado. Y así como en el desierto ha sido elevado el pecado, aquí que se ha elevado Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entiende el cristianismo sin comprender esta profunda humillación del Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo convirtiéndose en siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 8 de abril de 2014, en Santa Marta).
El diálogo un poco misterioso entre Jesús y Nicodemo, sobre el segundo nacimiento, sobre tener una vida nueva, diferente de la primera. En este itinerario de la franqueza, el verdadero protagonista es precisamente el Espíritu Santo, porque Él es el único capaz de darnos esta gracia de la valentía de anunciar a Jesucristo. Y esta valentía del anuncio es lo que nos distingue del simple proselitismo. Nosotros no hacemos publicidad para tener más 'socios' en nuestra 'sociedad espiritual', ¿no? Esto no sirve. No sirve, no es cristiano. Lo que el cristiano hace es anunciar con valentía y el anuncio de Jesucristo provoca, a través del Espíritu Santo, el asombro que nos hace avanzar. (Homilía de S.S. Francisco, 13 de abril de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
Nicodemo, hombre culto y magistrado judío, ¿comprendió lo que Jesús le dijo? Nicodemo sabía por las escrituras que Moisés levantó una serpiente para librar a su pueblo del veneno de las serpientes, pero no llegaba a comprender que Cristo también sería levantado para librar, no ya a un pueblo concreto con un número determinado de personas, sino que libraría a todos los hombres de las picaduras del pecado. ¿Qué pensó Nicodemo cuando años después vio a Cristo en la cruz? Tal vez se acordaría de aquellas palabras que escuchó de Jesús y que no comprendió porque el Padre revela los secretos del reino a quienes Él se los quiere revelar, pero que ahora ante la figura de Cristo muerto, ya lo comprendería con el corazón y no por el conocimiento que le daba su ciencia.
Nosotros, cristianos del siglo XXI, esperanza de la Iglesia para este nuevo milenio, ya no se nos oculta nada sobre la pasión del Señor. La cruz, como decia el Papa en Dives in Misericordia, “es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre.”
Acompañemos a Cristo resucitado en estas fiestas pascuales, pero recordando que Cristo tuvo que pasar antes sobre la cruz por amor a mí.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, por el bautismo somos ungidos en tu Espíritu. Sin embargo, la preocupación por lo material me domina con demasiada facilidad y no vivo de acuerdo a las grandes bendiciones que he recibido. Por eso confío en que esta oración me lleve a poner en primer lugar lo que Tú quieres, antes que mis planes.
Propósito
Hacer una visita a Cristo Eucaristía para renovar las promesas de mi bautismo.
¿Cómo llegar a esa pasión misionera?
¿De dónde surge el fuego que anima a tantos hombres y mujeres a llevar el Evangelio a otros?
¿De dónde surge el fuego que anima a tantos hombres y mujeres a llevar el Evangelio a otros? De una experiencia profunda, íntima, personal, de Jesucristo.
Quien tiene a Cristo en su corazón, quien siente en sus venas el fuego que el Maestro vino a traer al mundo (cf. Lc 12,49), necesita darlo a conocer a otros, porque el amor es, esencialmente, comunicativo.
El Papa Francisco lo explica en la exhortación “Evangelii gaudium”, sobre todo en los nn. 264-267. El n. 264 inicia con estas palabras:
“La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?”
El anhelo que impulsa a tantos católicos a predicar a Cristo es tan intenso que permite repetir las palabras de san Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!”(1Co 9,16‑17)
¿Cómo llegar a esa pasión misionera? De un modo muy sencillo: con la cercanía que surge desde la contemplación. Quien reza, quien participa en la Liturgia de la Iglesia, quien se deja tocar por la misericordia, se convierte en misionero.
“La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (“Evangelii gaudium”, n. 264).
Cada ser humano anhela, a veces sin darse cuenta de ello, el encuentro con Dios salvador. Cuando nos damos cuenta de ello, somos capaces de comprometer toda nuestra vida en la tarea de llevar el Amor de Cristo a los otros.
“A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones”(“Evangelii gaudium”, n. 265).
Cristo camina hoy en la historia humana en cada bautizado que celebra, que agradece, que reza, que vive en la misericordia. Porque ese bautizado transmite, muchas veces con su presencia humilde y llena de cariño sincero hacia el otro, que Dios Padre es Amor y que nos lo ha dado todo en su Hijo Jesucristo.
La palabra perdida
La virtud de la benedicencia es capaz de cambiar los corazones: el corazón de quien la práctica y los corazones de los que nos rodean. Consiste en hablar lo bueno de los demás y silenciar sus defectos.
Imposible encontrar en ningún diccionario la palabra: “benedicencia”. La computadora, por medio de la eficacísima corrección automática la cambia por “beneficencia”… Sin embargo, sería una pena que este hueco de nuestros diccionarios manifieste la ausencia de esta virtud en nuestras vidas.
La palabra viene del latín, bene y dicere. Eso sería su definición: disposición firme y constante que consiste en difundir lo bueno y silenciar el mal que no debe ser divulgado. Ahora bien, ¿cómo llevarla a la práctica? Propongo tres formas graduales para vivir esta virtud en nuestras vidas: En primer lugar, hablar de lo que está bien, abrir el espíritu a lo que hay de bueno y bello en el mundo. Si tenemos que elegir entre comentar el último escándalo del telediario o hablar en familia del viaje del Santo Padre a Estados Unidos, ¿por qué no hablar del Papa? El nivel siguiente consiste en esforzarse por decir del bien de una persona concreta. Es el ejemplo que Jesucristo nos da cuando dice a las multitudes que lo seguían, hablando del centurión romano: « Les digo: ni siquiera en Israel, he encontrado una fe parecida» (Lucas 7,9). Para un judío que sufría la ocupación romana, no era nada fácil decir algo similar.
Finalmente, para ilustrar el grado más perfecto de benedicencia, santa Teresa de Lisieux nos ayuda. En sus manuscritos autobiográficos, confiesa que una carmelita le era particularmente antipática. Pero en vez de evitarla, así se comportaba con ella: le sonreía cada vez que se cruzaba con ella, de tal modo que un día la carmelita le preguntó: « ¿Por qué sonríe cada vez que me ve? » Teresa le contestó: « es porque estoy contenta de verle ». ¿Contenta? Sí, pero en un nivel superior, contenta de poder ofrecer este pequeño sacrificio a Dios. Quizá esto no parece tener mucho que ver con la benedicencia, pero en realidad es exactamente la misma actitud de fondo…Si santa Teresa hubiera tenido que hablar de esta hermana carmelita, ¿hubiera hablado de sus defectos?
La virtud de la benedicencia es de verdad una virtud capaz de cambiar los corazones, el corazón de quien la práctica y los corazones de los que nos rodean. Es un verdadero medio de evangelización. Podemos hacer la experiencia, sembrar cada día un poco de esta benedicencia y veremos cómo es capaz de transformar el ambiente en que vivimos, en la familia y hasta en el puesto de trabajo.
El Papa en Sta. Marta: ‘El dinero es enemigo de la armonía’
En la homilía de este martes, el Santo Padre invita a releer los Hechos de los Apóstoles y entender cómo vivían las primeras comunidades cristianas: nadie pasaba necesidad porque todo era común
No se puede confundir la armonía que reina en una comunidad cristiana, fruto del Espíritu Santo, con la “tranquilidad” negociada que a menudo cubre, de forma hipócrita, contrastes y divisiones internas. Así lo indicó el papa Francisco en la homilía de misa de la mañana celebrada este martes en Santa Marta. Del mismo modo, precisó que una comunidad unida en Cristo es también una comunidad valiente.
Un solo corazón, una sola alma, ningún pobre, bienes distribuidos según la necesidad. Hay una palabra que puede sintetizar los sentimientos y el estilo de vida de la primera comunidad cristiana, según el retrato que hacen de ellos los Hechos de la Apóstoles: armonía.
Una palabra –indicó el Pontífice– sobre la que es necesario entender, porque no se trata de una concordia cualquiera sino de un don del cielo para quien, como experimentan los cristianos de la primera época, ha renacido en el Espíritu.
Al respecto, el Santo Padre precisó que “nosotros podemos hacer acuerdos, una cierta paz… pero la armonía es una gracia interior que solamente puede hacerla el Espíritu Santo. Y estas comunidades, viven en armonía. Y los signos de la armonía son dos: nadie pasaba necesidad, es decir, todo era común”. ¿En qué sentido?, se preguntó el Papa en la homilía. “Tenían un solo corazón, una sola alma y nadie consideraba su propiedad lo que les pertenecía, porque entre ellos todo era común. De hecho, entre ellos nadie pasaba necesidad.
La verdadera ‘armonía’ del Espíritu Santo tiene una relación muy fuerte con el dinero: el dinero es enemigo de la armonía, el dinero es egoísta. Y por eso, el signo que da es que todos daban lo suyo para que no hubiera necesidades”.
En este punto, el Papa subrayó el ejemplo virtuoso ofrecido en el pasaje de los Hechos, el de Bernabé, que vende su campo y los entrega lo recaudado a los apóstoles. Pero, tal y como recordó el Santo Padre, los versículos sucesivos que no aparece en la lectura de hoy, ofrecen también “otro episodio opuesto al primero”. El de Ananías y Safira, una pareja que finge dar lo que ganan de la venta de un campo, pero en realidad se quedan una parte del dinero, elección que tendrá para ellos un precio muy amargo, la muerte. Dios y el dinero son dos padrones “cuyo servicio es irreconciliable”, recordó el Papa. Del mismo modo que aclaró un error que podría surgir del concepto de “armonía”. No se puede confundir con “tranquilidad”.
Al respecto, el Santo Padre observó que “una comunidad puede ser muy tranquila, ir bien: las cosas van bien… Pero no está en armonía”. Además, contó algo que escuchó decir una vez a un obispo: ‘En la diócesis hay tranquilidad. Pero si tú tocas este problema… o este problema… o este problema, enseguida estalla la guerra’. Una armonía negociada sería esta y esta no es la del Espíritu, advirtió. “Es una armonía hipócrita como la de Ananías y Safira con lo que han hecho”, aseguró el Papa.
El Pontífice concluyó invitando a releer los Hechos de los Apóstoles sobre los primeros cristianos y su vida en común. Por eso aseguró que “nos hará bien” para entender cómo testimoniar la novedad en todos los ambientes en lo que se vive. Sabiendo que, como para la armonía, también en el compromiso del anuncio se toma la señal de otro don.
“La armonía del Espíritu Santo nos da esta generosidad de no tener nada como propio, mientras haya un necesitado. La armonía del Espíritu Santo nos da una segunda actitud: ‘Con gran fuerza, los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús, y todos gozaban del gran favor’, es decir la valentía. Cuando hay armonía en la Iglesia, en la comunidad, hay valentía, la valentía de dar testimonio del Señor Resucitado”.