Sin Jesús no es posible
- 10 Abril 2016
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El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio de mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: solo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.
El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.
El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.
Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús, solo lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello solo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser «pescadores de hombres».
La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?
Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es «hacer muchas cosas», sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.
No podemos quedarnos en la «epidermis de la fe». Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Solo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.
3 Pascua - C
(Juan 21,1-19)
José Antonio Pagola
III DOMINGO DE PASCUA GALILEA (Act 5, 27b-32. 40b-41; Sal 29; Apc 5, 11-14; Jn 21, 1-19)
Debo confesar que, al celebrar el encuentro de Pascua en Buenafuente, junto a casi 250 amigos que se habían desplazado desde los lugares más remotos hasta el Sistal para vivir los días santos junto a la Comunidad Cisterciense, días intensísimos de trabajo y de sentimientos, se me presentaba muy costosa la peregrinación diocesana de Sigüenza-Guadalajara, que he estado acompañando durante la octava de Pascua. Y sin embargo, cómo no agradecer de nuevo haber tenido el privilegio de estar en los días pascuales junto al Lago de Galilea.
Este año me resuena de manera especial la indicación de Jesús resucitado a las mujeres: “Decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán”, a la vez que, tan recientemente, mis ojos se han quedado reflejados en las aguas de Tiberiades. El clima, la humedad, el horizonte, la flora, la brisa, la bóveda celeste, la ribera del mar en Galilea muestran el escenario donde tuvo lugar el acontecimiento más restaurador de aquellos pescadores desalentados. Y llega hasta nosotros el eco evangélico de esas escenas luminosas, cuando leemos estos días los pasajes que tuvieron lugar en Tiberiades.
Volver a Galilea no es solo hacerlo a un lugar geográfico, más o menos atractivo por su clima suave, su tierra feraz, su historia, sino porque allí los primeros discípulos oyeron la llamada, allí se vuelve a la buena memoria, al hito ungido de la experiencia afectiva y consoladora de la fe.
Interpretaba que volver a Galilea es como volver al primer amor, pero en esta interpretación, aparentemente acertada e intuitiva, encontré mi error, porque no es volver a un lugar donde se pudo sentir el deseo de seguir a Jesús, sino que en verdad es remontarse a las mismas entrañas divinas, generadoras de cada una de nuestras historias, sostenidas y hechas fecundas por el amor divino.
Fue en Galilea donde los pescadores escucharon: -«Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: -«No.» Él les dice: -«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: -«Es el Señor.» Solo cuando hay amor hay capacidad de reconocer la presencia que se escapa a los ojos de quienes ven únicamente la realidad material. ¡Tuvo que ser el discípulo amado el que señaló la presencia del Maestro!
Y fue en Galilea donde se restauró la fe en Jesucristo y la pertenencia a su Persona, cuando, después de comer, el Maestro llevó aparte a Simón y le preguntó algo que da cierto pudor: “Por tercera vez le pregunta: -«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: -«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Reconozco que, del mismo modo que os confesaba mi resistencia a la peregrinación, por cansancio, siempre que vuelvo a Galilea, me encuentro con lo más sensible de mi afecto por Jesús, y sin presunción, por tantas veces que contradigo mis palabras con los hechos, en Galilea me atrevo a decirle al Señor: “Tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero”. Y vuelvo a empezar.
Homilía para el Tercer Domingo de Pascua - C
Hech 5, 27-32.40-41; Sal30; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19
Nexo entre las lecturas
Después de la Resurrección de Jesucristo, ha llegado para los apóstoles la hora de la misión. El número ciento cincuenta y tres de peces pescados milagrosamente simboliza el carácter pleno y universal de la misión de los discípulos y de la Iglesia. A Pedro, Cristo resucitado le dice por tres veces cuál ha de ser su misión: "Apacienta mis ovejas" (Evangelio). Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a poner en práctica la misión que habían recibido, predicando la Buena Nueva de Jesucristo (primera lectura). Forma parte de la misión el que los hombres no sólo conozcan a Cristo, sino que también lo adoren como a Dios y Señor (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. La misión de la Iglesia. Cada evangelista, a su manera, muestra, como parte fundamental del mensaje de Jesús, la misión universal de la Iglesia. San Juan en el Evangelio de hoy recurre, siguiendo su estilo propio, a los símbolos. El mar como imagen del mundo, del conjunto de los hombres, era común en tiempos de Jesús y del evangelista; era igualmente común, al menos entre griegos y romanos, la imagen de la nave, v.g. la nave del estado. Los primeros cristianos, basándose en algunos textos del Nuevo Testamento (Lc 5,3; Mt 8, 23; Mc 1,17; Jn 21, 1-14), hablaron de la nave de la Iglesia. Hay otro símbolo que es exclusivo de Juan. Me refiero al número de peces recogidos: 153. Es conocido que, en la cultura contemporánea de Jesús, el símbolo numérico tenía un gran valor y era usado con no poca frecuencia. Ciento cincuenta y tres indica plenitud y totalidad. Se suele explicar de dos modos: 1 + 3 + 5 es igual a 9, que siendo múltiplo de 3 subraya la plenitud en grado sumo. Otro modo de explicar el valor pleno y total de este número es el siguiente: el múltiplo de 12 es 144; si a 144 sumamos 9 obtenemos 153. Es una manera de acentuar todavía más la totalidad. En resumen, la misión de la Iglesia, en el mar del mundo, no es otra sino la de ser pescadores de todos los hombres sin excepción y llevarlos al puerto seguro de la fe y de la eternidad.
A esta imagen de la nave y de la pesca, sigue a continuación otra: la del pastor y las ovejas. Jesucristo, Buen Pastor, encomienda a Pedro: "Apacienta mis ovejas". Ezequiel había hablado del Dios como Pastor de Israel; ahora Jesús recurre a la misma imagen para hablar de sí mismo como Pastor de la Iglesia, y da a Pedro su misma misión. Buen Pastor es aquél que cuida, ama, protege, apacienta a sus ovejas, y las defiende de los lobos hasta dar la vida por ellas. La misión de Pedro y de los pastores en la Iglesia es lograr que todas las ovejas alcancen la salvación de Dios.
2. Dos formas de realizar la misión. En los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) se realiza la misión mediante la predicación. Los apóstoles han predicado a Jesucristo, sobre todo el grande misterio de su muerte y resurrección, y las redes comienzan a llenarse de peces. Es tal la eficacia de la predicación, que las autoridades judías se asustan y meten a los apóstoles en la cárcel. "Pero Pedro y los apóstoles respondieron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Quien ha recibido la misma misión de Jesucristo, ¿podrá renunciar a ella? ¿podrá igualarla a cualquier otra misión en la vida? A los apóstoles les parece imposible, y no tienen miedo a pagar cualquier precio por realizar su misión. La segunda forma de llevar a cabo la misión es el culto, particularmente la actitud de adoración hacia Jesucristo, el Cordero degollado. "Digno es el Cordero degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza" (segunda lectura). Para que la misión de los apóstoles se realice plenamente, la predicación tiene que desembocar en el culto. Conocer que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, sin llegar a adorarle como nuestro Dios y Señor, es dejar incompleta la misión. Separar estas dos realidades o descuidar excesivamente una de ellas, equivaldría a una especie de monofisismo apostólico y pastoral.
Sugerencias pastorales
1. La misión en la aldea global. El mundo ha llegado a ser en nuestros días una aldea global. Para los medios de la información, de las finanzas, de las ideas no existen fronteras. Una ceremonia pontificia puede verse simultáneamente en cualquier rincón de la tierra donde exista un televisor, y, gracias a internet, puedes entablar un chat sobre cualquier tema con hombres y mujeres a miles de kilómetros de distancia de tu habitación. Los cristianos, mediante todos estos instrumentos, entran en contacto con personas que tienen otra visión de la vida, que viven según otros modelos de existencia, que practican otra religión y aceptan otras creencias. Este fenómeno puede suscitar cierto estado de crisis en los cristianos, puede incluso hacerles caer en un cierto relativismo religioso, pero puede ser por igual una estupenda ocasión para poner en práctica, en grandísima escala y con los medios más avanzados, la misión universal de la Iglesia. ¿Cuándo ha tenido la Iglesia más medios para predicar a Cristo desde los tejados, con sus numerosísimas antenas? Estamos quizá ante el reto histórico más imponente en la obra misionera universal de la Iglesia. Esta gran misión universal no la llevan a cabo unos pocos misioneros en tierras no evangelizadas; la puede llevar cualquier cristiano, tú mismo la puedes llevar adelante, desde tu casa o desde tu despacho. Se ve claro que la misión universal de la Iglesia requiere que cada cristiano sea un hombre convencido de su fe, y esté preparado para dar razón de ella a quien se lo pida: en la calle, en la oficina, o en internet.
2. El culto de adoración. Pienso que en estos últimos decenios el culto de adoración ha disminuido entre los fieles. Puede ser que se ha insistido mucho en la asamblea litúrgica, y menos en la Persona en torno a la cual la asamblea se reúne. O se ha subrayado mucho el carácter festivo de los sacramentos, y menos el carácter cúltico. Tal vez también se ha puesto el acento en Jesucristo amigo, maestro, modelo en cuanto hombre igual que nosotros, y se ha dejado un poco en el silencio la figura de Jesucristo, como nuestro Dios y Señor. Estas u otras razones han hecho bajar el sentido cristiano de la adoración. El inicio del tercer milenio, centrado en el misterio de la encarnación del Verbo, es una ocasión magnífica para renovar y recuperar el espíritu de adoración, debida a Jesucristo. Nos dice el catecismo: "Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas" (CEC 1379). ¿No habrá que avivar y reavivar la conciencia de esta presencia de Jesucristo Dios en la Eucaristia? El mismo catecismo añade en el no. 2145: "La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de Nuestro Señor Jesucristo". ¡Un momento de reflexión y examen para los catequistas y predicadores! El mundo, para renovarse, tiene necesidad de una Iglesia más adorante.
Es el Señor! ... y se lanzó al mar
Juan 21, 1-19. Domingo III Semana de Pascua C. Sentimos presente a nuestro Señor en la oración, pero dudamos si es realmente Él.
Oración preparatoria
Señor, Pedro te amó mucho, pero no fue fiel en tu Pasión porque el miedo lo dominó. A pesar de su caída, Tú no sólo le perdonas su traición sino que lo nombras pastor de tus ovejas. Confiado en tu misericordia hoy me acerco a Ti en esta oración, porque eres Tú la fuente de todo bien. Ayúdame a reconocer tu presencia en mi vida y a ser dócil a tus inspiraciones.
Petición
Señor, que nunca desconfíe de tu amor y misericordia.
Meditación del Papa Francisco
La primera, la mirada de la elección con el entusiasmo de seguir a Jesús; la segunda, la mirada del arrepentimiento en el momento del pecado tan grave de haber negado a Jesús; la tercera mirada es la mirada de la misión: ‘apacienta mis corderos’, ‘alimenta mis ovejas’, ‘alimenta mis ovejas’. Pero no termina ahí, Jesús va adelante y dice a Pedro: Tú haces todo esto por amor, ¿y después? ¿Serás coronado rey? No. Jesús predice a Pedro que también él tendrá que seguirle en el camino de la cruz. Y los invito a preguntarse: ¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Estamos todos bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con amor. Nos pide algo y nos da una misión. (Homilía de S.S. Francisco, 22 de mayo de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
Tuve la oportunidad de estar en Sicilia por motivos pastorales. Me encontraba de misión cerca de Messina, y tuve que desplazarme en dos ocasiones al corazón de la isla, a un pueblito de montaña llamado Troína. En menos de una hora se sube desde el mar hasta la alta montaña, a unos 1,600 metros de altitud, no muy lejos de las estribaciones del Etna. Durante el invierno esta zona se cubre de nieve. Al llegar al altiplano, nos cogió una densa niebla que apenas se veía a unos cuantos metros.
Seguramente habrás contemplado en más de una ocasión los cuadros de Leonardo. Este gran maestro de la pintura renacentista rodea sus paisajes de una nebulosa sugestiva, allá en la lontananza; paisajes típicos de la Umbría, región de Italia frecuentemente cubierta de niebla. A esa técnica pictórica leonardesca se le dio el nombre de "sfumato".
Juan Rulfo –famoso novelista mexicano del estado de Jalisco, autor de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”— escribió en un estilo muy realista, incorporando elementos fantásticos y míticos en su narración. En sus páginas, la visión directa de las realidades más brutales convive de forma fascinante con lo misterioso, lo alucinante y lo sobrenatural. Narra acontecimientos humanos, a veces muy violentos, envolviéndolos como entre sombras, más típicas de los sueños y de las pesadillas que de la realidad. Por eso, los críticos de la literatura han calificado su estilo de “realismo mágico”.
¿Y por qué traigo ahora a colación estas tres experiencias: una de la vida real, otra de la pintura y otra de la literatura? Espero que no sea irreverente lo que voy a decir, pero esto es lo que yo he experimentado esta vez al leer el Evangelio de este domingo. Y, en general, también los demás pasajes en los que se nos narran las diversas apariciones del Señor resucitado a sus discípulos. Claro que no es exacto. Pero he tratado de expresar, en la medida de lo posible, algo de mi experiencia personal. Voy a ver si puedo explicarme.
San Juan nos narra en su evangelio la tercera aparición de Jesús a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos. Tiene muchos rasgos comunes con la primera pesca milagrosa que obró el Señor, en este mismo lago, allá al principio de su vida pública, cuando conquistó el corazón inquieto de aquellos pescadores: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Milagro que nos narra Lucas en el capítulo 5 de su evangelio.
Sin embargo, el ambiente descrito es muy distinto. La primera pesca milagrosa refleja un entorno colorido y vivamente realista. Casi hasta podemos ver el verde de las colinas de la Galilea y el mar intenso del mar de Tiberíades. Mientras que éste de ahora -en mi propia percepción, al menos- respira una atmósfera especial, como si estuviera envuelto en un halo sobrenatural, de misterio y de misticismo. Efectivamente, ¡así como los paisajes de Leonardo! O como esa experiencia de estar en medio de la niebla.
Los discípulos han ido a pescar. Han bregado toda la noche. En vano. Como aquella primera pesca descrita por Lucas. De pronto, al amanecer, se presenta Jesús en la ribera del lago, a lo lejos, y les dice que echen la red a la derecha. Ellos obedecen, esta vez sin protestar, y capturan una cantidad inmensa de peces. Pero ahora ya no se admiran ni se postran a los pies de Jesús como entonces. Y, a pesar del milagro, siguen sin reconocer al Señor hasta que Juan, el apóstol predilecto, movido por la intuición propia del amor -que no por la visión corporal- exclama: "¡Es el Señor!". Pero siguen sin reconocerlo, como si estuviera envuelto en una densa niebla que ocultara su rostro.
Más significativa aún es la frase que aparece un poco más adelante: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era -añade san Juan- porque sabían bien que era el Señor". ¿Cómo es posible? ¡Lo tienen enfrente y siguen aún sin reconocerlo! Lo mismo que le sucedió a la Magdalena en el huerto la mañana de Pascua; lo mismo que les aconteció a los discípulos de Emaús; exactamente igual a lo que les pasó a los once en el Cenáculo. Lo estaban viendo, lo tenían delante... ¡y no eran capaces de reconocerlo! ¿Por qué? A esto me refería yo cuando decía que era una especie de realismo sobrenatural, místico, -o "mágico" si queremos- en donde se mezcla lo visible y lo invisible en una misma realidad. Ven y no ven. Miran y no reconocen. Es esa especie de incerteza de "si será o no será el Señor"; ese titubeo de querer preguntar a Jesús si es Él en verdad; pero, al mismo tiempo, un respestuoso temor porque, en el fondo, saben que es Él... Es una sensación muy extraña, pero estoy seguro de que todos la hemos experimentado en más de una ocasión. Sentimos presente a nuestro Señor en la oración, pero dudamos si es realmente Él, aunque la fe y el corazón nos invitan a no temer, sabiendo que es realmente Él. O cuando lo sentimos actuar en nuestra vida de mil maneras distintas: en un amanecer, en una experiencia hermosa, en una amistad, en un gesto de cariño o en una palabra de consuelo, en una bella sorpresa, en la solución inesperada de un problema… Sabemos que es Él, aunque no lo vemos con los ojos corporales…. ¡Así es la relación de Cristo con nosotros desde su resurrección de entre los muertos! Por eso quiso educar a sus apóstoles a vivir desde entonces en esta nueva dimensión.
Yo creo, en definitiva, que estas narraciones pascuales reflejan muy bien nuestra vida cristiana: tenemos que avanzar casi sin ver, como entre sombras, guiados sólo de la FE en Cristo resucitado y animados de una grandísima esperanza y de un amor muy encendido a Él. Es la única manera como podemos relacionarnos con Jesucristo desde que Él resucitó de entre los muertos. Y el único camino para poder "verle", experimentarle, gozar de su amor y entrar en su eternidad ya desde ahora, sin salir de este mundo. Pidámosle hoy esta gracia.
Diálogo con Cristo. Señor, sé que cuando me has pedido algo, me has dado la gracia para responder. Ayúdame a no dejar que la pereza o la irresponsabilidad me impidan cumplir tu voluntad. Tú me invitas a darme con una entrega generosa, total, radical, constante, auténtica, conquistadora y sacrificada; cuenta conmigo, Señor; con tu gracia todo es posible.
Propósito. Preferentemente en familia, hacer unos minutos de adoración ante Cristo Eucaristía.
El Papa pide la liberación de las personas secuestradas en zonas de conflicto
El papa Francisco ha rezado este domingo, desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico, el Regina Coeli, acompañados por miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana que en el tiempo pascual sustituye al ángelus.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos en la orilla del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cfr Jn 21,1-19). La historia se enmarca en la vida cotidiana de los discípulos, cuando han regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días angustiantes de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había pasado. Pero, mientras todo parecía haber acabado, es una vez más Jesús quien “busca” a sus discípulos. Es Él que va a buscarlos. Esta vez les encuentra en el lago, donde ellos han pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes aparecen vacías, en un cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo para seguirlo, lleno de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado y pensaron ‘se ha ido, nos ha dejado’. Ha sido como un sueño esto. Pero Jesús al alba se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocieron (cfr v. 4). A esos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” (v. 6). Los discípulos se fiaron de Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. A este punto Juan se dirige a Pedro y dice: “¡Es el Señor!” (v. 7). Y en seguida Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En esa exclamación: “¡Es el Señor!”, está todo el entusiasmo de la fe pascual, “Es el Señor”, llena de alegría y estupor, que contrasta fuertemente con el desconcierto, la desesperación, el sentido de impotencia del que se había llenado el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma cada cosa: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil se convierte nuevamente en fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja lugar a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros. Desde entonces estos sentimientos animan la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. Todos nosotros somos la Comunidad del Resucitado. Si a una mirada superficial puede parecer a veces que las tinieblas del mal y el cansancio del vivir cotidiano dominan la situación, la Iglesia sabe con certeza que sobre los que siguen al Señor Jesucristo resplandece ya para siempre la luz de la Pascua.El gran anuncio de la Resurrección infunde en los corazones de los creyentes una alegría íntima y una esperanza invencible. ¡Cristo verdaderamente ha resucitado! También hoy la Iglesia continúa a hacer resonar este anuncio festivo: la alegría y la esperanza continúan fluyendo en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a los que encontramos, especialmente al que sufre, al que está solo, al que se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, a los refugiados, a los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso. Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Nos haga cada vez más conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos llene de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia, podamos proclamar la grandeza de su amor y la riqueza de su misericordia.
Después de la oración del Regina Coeli:
Queridos hermanos y hermanas,
En la esperanza que nos dona Cristo resucitado, renuevo mi llamamiento para la liberación de todas las personas secuestradas en zonas de conflicto armado; en particular deseo recordar al sacerdote salesiano Tom Uzhunnalil, secuestrado en Aden en Yemen el pasado 4 de marzo. Hoy en Italia se celebra la Jornada Nacional para la Universidad Católica del Sagrado Corazón, que tiene por tema “En la Italia de mañana estaré yo”. Deseo que esta gran Universidad, que continúa haciendo un importante servicio a la juventud italiana, pueda proseguir con renovada compromiso su misión formativa, actualizándose cada vez más a las exigencias actuales.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos procedente de Italia y de distinyas partes del mundo y un saludo a los que están haciendo el maratón; en particular, a los fieles de Gandosso, Golfo Aranci, Mede Lomellina, Cernobbio, Macerata Campania, Porto Azzurro, Maleo y Sasso Marconi, con un pensamiento especial a los confirmando de Campobasso, Marzocca y Montignano. Os doy las gracias por su presencia en los coros parroquiales, algunos de ellos han prestado servicio en estos días en la basílica de San Pedro.
¡Muchas gracias! A todos os deseo una feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!