¿Creemos en Jesús?
- 19 Junio 2016
- 19 Junio 2016
- 19 Junio 2016
Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesárea de Filipo: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.
No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?
Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el «Mesías de Dios», el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?
Lo confesamos también «Hijo de Dios». Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?
Llamamos a Jesús «Salvador» porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es esta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es esta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?
Confesamos a Jesús como nuestro único «Señor». No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿Le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿Lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?
La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.
12 Tiempo ordinario - C (Lucas 9,18-24)
19 de junio 2016 José Antonio Pagola
XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO EL DON DE CONOCER A CRISTO
(Zac 12, 10-11; 13, 1; Sal 62; Gál 3, 26-29; Lc 9, 18-24)
No creo que sea forzada, en las lecturas de este domingo, la concurrencia de las referencias al bautismo, y que a partir de ellas, destaque la confesión del apóstol Pedro.
El profeta Zacarías adelanta la visión mesiánica: “Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia”. Que no puede ser otro que el Mesías del Señor, proclamado por Pedro en el Evangelio, a instancias del Maestro: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: - «El Mesías de Dios.»
Se cita entre los personajes con los que se compara al Nazareno a Juan el Bautista, testigo de la unción de Jesús cuando la voz del cielo lo proclamó Hijo Amado. San Pablo se refiere explícitamente a los bautizados cuando dice: “Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo”.
¿Que supone haber sido incorporado a Cristo? ¿Cuál es la ganancia de haberlo conocido? El salmista lo expresa de manera plástica: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.
Gracias al bautismo y a la incorporación a la vida de Cristo, nos hacemos partícipes de la bendición divina, por la que recibimos el perdón: “Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas” (Zac).
Gracias al bautismo, podemos cantar: “Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos” (Sal).
Gracias al bautismo, “Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa” (Gál).
Gracias al bautismo nos convertimos en discípulos de Jesús, en seguidores suyos, y Él nos dice: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.» (Lc).
Estamos en vísperas de cambio de estación, en el hemisferio norte entra el verano. Buen momento para no perder la memoria del agua bautismal y de permanecer como signos de la alegría del Evangelio.
Una encuesta, un compromiso, un mistero
Lucas 9, 18-24. Domingo XII Tiempo Ordinario C. Jesús te pregunta hoy: Y tú, ¿quién dices que soy yo?.
Oración introductoria
Señor, quiero acompañarte siempre porque sólo así mi vida tendrá sentido. Sé que eres fiel y que mi compromiso bautismal es, como dijo el Papa Francisco: «ser de Cristo, pensar, actuar, amar como Él, dejando que tome posesión de nuestra existencia para que la cambie, la trasforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado» (10/4/2013). ¡Gracias Señor, por todo tu amor!
Petición
Dame la gracia de experimentar tu amor en esta oración y en la Eucaristía de este día.
Meditación del Papa
Se decía -pienso en Nietzsche, pero también en muchos otros- que el cristianismo es una opción contra la vida. Se decía que con la cruz, con todos los Mandamientos, con todos los "no" que nos propone, nos cierra la puerta de la vida; pero nosotros queremos tener la vida y escogemos, optamos, en último término, por la vida liberándonos de la cruz, liberándonos de todos estos Mandamientos y de todos estos "no". Queremos tener la vida en abundancia, nada más que la vida.
Aquí de inmediato viene a la mente la palabra del evangelio de hoy: "El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará". Esta es la paradoja que debemos tener presente ante todo en la opción por la vida. No es arrogándonos la vida para nosotros como podemos encontrar la vida, sino dándola; no teniéndola o tomándola, sino dándola. Este es el sentido último de la cruz: no tomar para sí, sino dar la vida. (Benedicto XVI, 2 de marzo de 2006).
Reflexión
El Evangelio de este domingo me trae a la memoria una experiencia de mi niñez que se me quedó muy grabada. Recuerdo que, cuando yo estudiaba la primaria, nuestro profesor nos mandó un día hacer una encuesta. Era la tarea que debíamos llevar la siguiente vez a la clase de religión. Cada uno de nosotros teníamos que preguntar a treinta personas –familiares, vecinos y gente de la calle- quién era Jesús para ellos.
Por la tarde de aquel mismo día, inicié mi recorrido "periodístico". Yo vivía en un pueblecito de unos 25.000 habitantes, muy católico. Todas las respuestas fueron, pues, doctrinalmente muy correctas.
Pero yo creo que, si realizáramos hoy la misma encuesta en Norteamérica o en las grandes ciudades de cualquier país de la Europa "pluralista" y secularizada –por no decir de Asia-, escucharíamos respuestas bastante variopintas: desde el hombre excepcional, el maestro y modelo de buenas costumbres, el revolucionario y reformador de la sociedad; pasando por el Cristo poético y romántico al estilo "hippy" –el Jesus Christ Super Star de los años setentas- o el Jesús deformado por las diversas filosofías e ideologías; hasta llegar al Cristo visto por hombres y mujeres de fe, pero de distinto credo y religión. Un teólogo católico contemporáneo, el P. Javier García, presenta un abanico muy interesante de posibilidades en su libro: "Jesucristo, Hijo de Dios, nacido de mujer".
Jesús fue el primero, en la historia del cristianismo, en llevar a cabo una encuesta o un "sondeo de opinión" acerca de su propia persona. Y sus discípulos se manejaron en aquella ocasión con bastante desenvoltura.
Pero los resultados de la sociología y de las encuestas no le interesan a Jesús. Lo que a Él realmente le importa es la respuesta personal: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" -les pregunta a sus apóstoles-. Sin duda, esa pregunta les provocó un silencio embazoso. Hasta que Pedro, armándose de valor, se pronunció en nombre de los Doce: "Tú eres el Mesías de Dios".
Pues también ahora Jesús nos plantea este mismo interrogante a cada uno de nosotros, a ti, que estás leyendo ahora este artículo: "Y tú, ¿quién dices que soy yo?". Aquí no se valen las respuestas evasivas, ambiguas o de mero "compromiso". Ni tampoco espera Cristo respuestas teóricas, académicas y doctrinalmente "correctas". Él no quiere ver qué es lo que "sabemos" sobre Él, sino lo que realmente creemos y testimoniamos -con nuestra fe, nuestras obras y nuestra vida entera- acerca de Él.
De verdad, ¿quién es Jesucristo para nosotros? Es un interrogante existencial, que hay que responder desde el fondo de nuestra conciencia, a solas con Cristo, mirándole directamente a los ojos. Y hay que darla con el corazón. Es una pregunta que requiere un verdadero compromiso personal y vital con el Señor. Una respuesta que debe cambiar toda nuestra existencia, nuestros criterios y comportamientos "mundanos", para comenzar a asemejarnos un poco más a Él en nuestras palabras, gestos, pensamientos y acciones concretas de cada día.
Pero a continuación viene la siguiente escena, que es desconcertante para nuestras categorías humanas: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día". Pedro le acaba de proclamar el Mesías de Dios. La narración del evangelio de san Mateo es mucho más fuerte que la de Lucas.
Después de la confesión de Pedro, en efecto, Jesús lo felicita, lo llama bienaventurado y le otorga los poderes del Primado sobre los demás apóstoles. Enseguida, Jesús les comunica el primer anuncio de la pasión. Y Pedro trata de disuadirlo y de apartarle de ese camino. Es entonces cuando Jesús reacciona de un modo enérgico llamándolo "Satanás" porque no entiende las cosas de Dios; es decir, el valor de la cruz.
Seguir a Jesús no es -glosando las palabras de aquel famoso rey azteca- como "estar en un lecho de rosas". Ser discípulo de Cristo, ser auténtico cristiano, no siempre es cosa fácil. Porque muchas veces nos exige ir "contra corriente" y plantar cara a la mentalidad humana, a veces demasiado humana –o sea, "mundana", sensual y naturalista- propia del mundo y de la cultura de nuestro tiempo. Ser un cristiano de verdad es un compromiso exigente. Y en ocasiones también misterioso. Porque Dios nos desconcierta y sus modos de actuar no son como los de los hombres, ni siempre inteligibles para nuestra razón.
Vivir el Evangelio exige mucha fe porque Dios es misterioso y casi siempre se nos presenta envuelto en el misterio. Y exige también mucha valentía, generosidad y amor porque, para hay que seguir a Jesús por la vía de la cruz: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". Tenemos que pasar por el misterio de la cruz, del dolor y del sufrimiento para poder llegar hasta Él, para tener vida eterna, para ayudarle en la redención de la humanidad. Y sólo con mucha fe y con un amor muy grande y generoso, la cruz no será para nosotros un motivo de escándalo, sino un instrumento bendito de salvación y de santificación.
Diálogo con Cristo
Jesús, no te pido que quites las cruces de mi camino, pero dame la luz y la fuerza para avanzar hasta el final. Te pido la gracia de experimentar tu amor, especialmente en las dificultades. Sé que éste es un don que Tú estás dispuesto a dar a todos aquellos que te lo piden con humildad, fe y perseverancia.
Propósito
Éste es el reto que Cristo hoy nos presenta. Ojalá que nuestra respuesta sea valiente, generosa, decidida, consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser en verdad auténticos "cristianos". O sea, seguidores de un Cristo crucificado y resucitado.
A todos los padres de familia
Hoy en México celebramos el “Día del Padre”, esta fiesta es una gran tradición que nos da la oportunidad de reconocer la tarea loable del padre y jefe de familia
A TODOS LOS PADRES DE FAMILIA,
A TODOS LOS HOMBRES Y MUJERES DE BUENA VOLUNTAD:
Hoy en México celebramos el “Día del Padre”, esta fiesta es una gran tradición que nos da la oportunidad de reconocer la tarea loable del padre y jefe de familia, como diría el escritor español Juan Luis Vives: “Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de buen padre”, y nada mejor que poner nuestros ojos en la sagrada escritura para contemplar, en la persona de Josué, la imagen de un buen padre que guía con fidelidad el camino a la tierra prometida: “…Yo y mi casa serviremos a Yahvé...”(Jos 24,15).
Ante la experiencia de destrucción en contra de la familia y del pueblo, sobre todo en sus valores, Josué, decide, desafiando a todo el mundo y exponiéndose a la muerte, servir él y su familia a Dios. Es cierto que en nuestro tiempo, abundan experiencias de ataque en contra de la persona, del matrimonio y de la familia. Ataques, comolos fueron en tiempos de Josué, donde el pueblo asumió el desafío de mantenerse fiel y seguramente, porque Josué motivo y guio a su familia para servir a Dios.
Hoy, quiero preguntar a todos los hombres a quienes Dios les ha concedido el don de la paternidad y a todo hombre y mujer de buena voluntad, ¿cuál es la realidad de la figura del padre en la familia?. Parece que en los inicios del tercer milenio el papel del padre, poco a poco va desapareciendo; debido a que ahora, la madre, asume responsabilidades que anteriormente eran solo del padre. Sin embargo la misión o tarea que Dios desde siempre ha encomendado al padre de familia, es como la de Josué, de acompañar, orientar y formar al hijo para afrontar los retos que la vida cotidiana presenta y optar desde la libertad, por la entrega al Señor formando el corazón de cada hijo en los valores humanos y cristianos y a los hijos queremos decirles con las palabras de S.S. Francisco: “No se olviden de dar gracias a Dios por sus padres…”
Por otro lado, es bien sabido, que el hombre de nuestros tiempos, en su mayoría se entrega fácilmente a una cultura hedonista, sin embargo al igual que en el tiempo de Josué, hoy el padre está llamado a ser testigo, guía y custodio de la familia, como lo haría un buen padre de cualquier tiempo, teniendo presentes algunos de los signos como lo son la fidelidad, la responsabilidad, el servicio, la generosidad y el compromiso de guiar a los hijos con amor, ya no a la tierra prometida, sino a la casa del Padre celestial.
Finalmente, nuestro reconocimiento a todos los padres de México, por su entrega, por su donación y por la vida compartida con sus hijos. Gracias por ser testigos del amor del Padre, Dios que los bendiga, que les llene de sabiduría para cumplir con su misión y que les de la fuerza para vivir esta bella vocación. Dios tenga, también, en su reino a todos los papás difuntos y les conceda la recompensa a sus trabajos y desvelos por la formación de sus hijos.
Les bendigo en nombre de este Dios nuestro Padre e imploro sobre ustedes la intercesión de San José y de la Santísima Virgen María.
¡Muchas felicidades por el día del Padre!
Romualdo, Santo
Fundador, 19 de junio
Fundador de los Camaldulenses. Romualdo significa: glorioso en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena fama Uald: gobernar).
En un siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo.
San Romualdo nació en Ravena (Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que gobernaban esa ciudad.
Educado según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los esclavizan".
Su padre era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató al adversario. Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el Duque de Ravena. Pero el Sr. Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido como un monje benedictino.
Y le sucedió entonces al joven monje que se dedicó con tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los demás religiosos que eran bastante relajados, se sentían muy mal comparando su vida con la de este recién llegado, que hasta se atrevía a corregirlos por su conducta algo indebida y le pidieron al superior que lo alejara del convento, porque no se sentían muy bien con él. Y entonces Romualdo se fue a vivir en la soledad de una montaña, dedicado sólo a orar, meditar y hacer penitencia.
En la soledad se encontró con un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero éste con sus modos fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios progresos en su vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo lograron dos notables conversiones: la del Jefe civil y militar de Venecia, el Dux de Venecia (que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a dedicarse a la vida de oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que arrepentido de su antigua vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un convento. Este Duque de Ravena después sintió la tentación de salirse del convento y devolverse al mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se estuvo de monje hasta su muerte.
Durante 30 años San Romualdo fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde los pecadores pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en silencio completo y apartado del mundo y de sus maldades.
El por su cuenta se esforzaba por llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de manera impresionante, como penitencia por sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores. Leía y leía vidas de santos y se esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y virtudes en las que más sobresalió cada uno. Comía poquísimo y dedicaba muy pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía penitencia, día y noche.
Y entonces, cuando mayor paz podía esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de impureza. La imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos del mundo, invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de los placeres mundanos.
Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración, silencio y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la noche, con imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por obtener que no se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero Romualdo redoblaba sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al fin un día, en medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó emocionado: "Jesús misericordioso, ten compasión de mí", y al oír esto, el demonio huyó rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma del santo.
Volvió otra vez al monasterio de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado cumplidor) y sucedió que vino un rico a darle una gran limosna. Sabiendo Romualdo que había otros monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y les repartió entre aquellos toda la limosna recibida.
Eso hizo que los monjes de aquel monasterio se le declararan en contra (ya estaban cansados de verlo tan demasiado exacto en penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo expulsaron de allí. Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el Emperador Otón III y conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad, Superior de tal convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos años de estar de superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían conseguir el grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y renunció al cargo y se fue a fundar en otro sitio.
Dios le tenía reservado un lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un señor llamado Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y apartada, llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad que se llamó "Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de Málduli.
En una visión vio una escalera por la cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de blanco. Desde entonces cambió el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un hábito blanco.
San Romualdo hizo numerosos milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera siempre ignorado en nombre del que los había conseguido del cielo.
Un día un rico al ver que al hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie, le obsequió un hermoso caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo que viajando en un asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.
En el monasterio de la Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida religiosa con toda la exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año 1012 existen monasterios Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan perpetuo silencio y dedican bastantes horas del día a la oración y a la meditación. Son monasterios donde la santidad se enseña, se aprende y se practica.
San Romualdo deseaba mucho derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo que en Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero cada vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la voluntad de Dios no era que se fuera por allá a buscar martirios, sino que se hiciera santo allí con sus monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando a otros a la santidad.
Veinte años antes el santo había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años frecuentemente era arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno de emoción, e invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús, ¡tú eres el consuelo más grande que existe para tus amigos!". Adonde quiera que llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba, impidiendo la entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.
La última noche de su existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo por que se sentía muy débil. Después de un rato mandó a los dos religiosos que se retiraran y que volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos salieron, pero presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se quedaron escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento, convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su alma había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su Reino Celestial. Era el 19 de junio de 1027.
Todos estos datos los hemos tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San Pedro Damián, otro santo de ese tiempo.
Al recordar los hechos heroicos de este gran penitente y contemplativo se sienten ganas de repetir las palabras que decía San Grignon de Monfort: "Ante estos campeones de la santidad, nosotros somos unos pollos mojados y unos burros muertos".
Fue canonizado por el Papa Gregorio XIII en el año 1582.
Francisco, en el Angelus de hoy
"El mundo tiene más que nunca necesidad de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso"
El Papa pide "encontrar, acoger, escuchar" a los refugiados para "construir la paz en la justicia"
Francisco pide oraciones para el éxito del Concilio Panortodoxo que arranca hoy en Creta
Jesús Bastante, 19 de junio de 2016 a las 12:25
Todos tenemos necesidad de respuestas adecuadas a nuestras profundas preguntas existenciales. Y sólo en Cristo, es posible encontrar la paz verdadera y el cumplimiento de toda humana aspiración
(RV).- "El mundo tiene más que nunca necesidad de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso", lo dijo el Papa Francisco a los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro para rezar la oración mariana del Ángelus del tercer domingo de junio.
Comentando el Evangelio que la liturgia presenta en este XII Domingo del tiempo Ordinario, el Santo Padre señaló que este pasaje evangélico nos invita una vez más a confrontarnos, por así decir, "cara a cara" con Jesús, quien nos presenta una doble pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo? Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?». "Enseguida, afirma el Papa, Pedro a nombre de todos responde: Tú eres el Mesías de Dios, es decir: Tú eres el Mesías, el Consagrado de Dios, enviado por Él a salvar su pueblo según la Alianza y la promesa". La confesión de Pedro hace ver a Jesús que los Doce, han recibido del Padre el don de la fe; y por esto inicia a hablar con ellos abiertamente de aquello que le espera en Jerusalén.
"Aquellas mismas preguntas hoy son propuestas a cada uno de nosotros, subraya el Pontífice: ¿Quién es Jesús para la gente de nuestro tiempo? ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros?". Ante estas preguntas estamos llamados a hacer de la respuesta de Pedro nuestra respuesta, profesando con alegría que Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir la humanidad, vertiendo sobre ella la abundancia de la misericordia divina. El mundo - afirma el Papa - tiene más que nunca necesidad de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso.
Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco recordó que "todos tenemos necesidad derespuestas adecuadas a nuestras profundas preguntas existenciales. Y sólo en Cristo, es posible encontrar la paz verdadera y el cumplimiento de toda humana aspiración. Ya que Jesús conoce el corazón del hombre como ningún otro. Por esto, dice el Papa, lo puede sanar, dándole vida y consolación".
Al finalizar el rezo del Ángelus el domingo 19 de junio, el Papa Francisco invitó a rezar junto a los hermanos ortodoxos por el Concilio Panortodoxo que comenzó en Creta. "Hoy, solemnidad de Pentecostés según el calendario juliano seguido por la Iglesia Ortodoxa, con la celebración de la Divina Liturgia inició en Creta el Concilio Panortodoxo.Unámonos a la oración de nuestros hermanos ortodoxos, invocando el Espíritu Santo para que asista con sus dones a los Patriarcas, los Arzobispos y los Obispos reunidos en Concilio". Además, el Obispo de Roma recordó que el sábado se celebró en la ciudad italiana de Foggia la beatificación de María Celeste Crostarosa, religiosa, fundadora de la Orden del Santísimo Redentor. "La nueva Beata, con su ejemplo y su intercesión, nos ayude a configurar toda nuestra vida a Jesús nuestro Salvador". Por último, el Papa recordó que el 20 de junio se celebra la Jornada Mundial del Refugiado promovida por las Naciones Unidas. El tema de este año es ‘Con los refugiados. Nosotros estamos del lado de quienes están obligados a huir'.
"Los refugiados son personas como todas, pero a las cuales la guerra les ha quitado la casa, el trabajo, familiares, amigos. Sus historias y sus rostros nos llaman a renovar el compromiso por construir la paz en la justicia. Por esto queremos estar con ellos:encontrarlos, acogerlos, escucharlos, para convertirnos juntos en artesanos de paz según la voluntad de Dios".
Al finalizar, el Pontífice deseó un buen domingo a todos los fieles reunidos en la plaza de San Pedro y, como siempre, pidió que no se olvidaran de rezar por él.
"Deseo a todos un buen domingo; y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista".
El Papa en el Ángelus: ‘El mundo más que nunca necesita de Cristo’
Ante de la oración del ángelus, el Santo Padre indica que en los momentos oscuros de la Vida debemos dejar que la Virgen nos tome de la mano – 19 Jun. 12,30).- El papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventana de su estudio, ante miles de fieles y peregrinos que llenaban la Plaza de San Pedro en una hermosa jornada de primavera europea.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El párrafo del Evangelio de este domingo, (Lc 9,18-24) nos llama una vez más a confrontarnos por así decir, cara a cara, con Jesús. En uno de los raros momentos de tranquilidad, cuando se encontraba con sus discípulos, Él les pide a ellos: ‘¿Las multitudes, quien dicen que yo sea?’. Y ellos responden: ‘Juan Bautista; otros dicen Elías; otros, uno de los antiguos profetas que ha resucitado’. Por lo tanto la gente tenía estima de Jesús y lo consideraba un gran profeta, pero no tenían aún la conciencia de su verdadera identidad, o sea que Él era el Mesías, el Hijo de Dios enviado por el Padre para la salvación de todos. Jesús entonces se dirige directamente a los apóstoles –porque es esto lo que más le interesa– y les pregunta: ‘Pero ustedes quien dicen que yo sea?’. Inmediatamente, en el nombre de todos, Pedro responde: ‘El Cristo de Dios’. Vale adecir:
Tu eres el Mesías, el consagrado de Dios, enviado por Él a salvar a su pueblo según la Alianza y la promesa. Así Jesús se da cuenta que los doce, en particular Pedro, han recibido del Padre el don de la fe; y por ello inicia a hablarles abiertamente de lo que le espera en Jerusalén: ‘El Hijo del hombre –dice– tiene que sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y de los escribas, ser asesinado y resucitar el tercer día’. Estas mismas preguntas se proponen nuevamente a cada uno de nosotros: “¿Quién es Jesús para la gente de nuestro tiempo? ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros?”. Estamos llamados a hacer de la respuesta de Pedro nuestra respuesta, profesando con alegría que Jesús es el Hijo del Dios, la Palabra eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir a la humanidad, volcando sobre ella la abundancia de la misericordia divina. El mundo más que nunca necesita de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso. Muchas personas advierten un vacío en torno a sí y dentro de sí; otras viven en la inquietud y en la inseguridad debida a la precariedad y de los conflictos. Todos necesitamos respuestas adecuadas a nuestras interrogaciones existenciales. En Cristo, solamente en Él es posible encontrar la verdadera paz y el cumplimiento de cada aspiración humana. Jesús conoce el corazón del hombre como ningún otro. Por ello lo puede sanar, dándole vida y consolación. Después de haber concluido el diálogo con los apóstoles, Jesús se dirige a todos diciendo: ‘Si alguien quiere venir detrás de mi, renuncie a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga’.No se trata de una cruz ornamental o ideológica, pero es la cruz del propio deber, del sacrificarse por los otros con amor, de la disponibilidad de ser solidarios con los pobres, a empeñarse por la justicia y la paz.
Al asumir estas actitudes, no tenemos nunca que olvidarnos que ‘Quien pierde la propia vida por Cristo la salvará’.
Por lo tanto abandonémonos con confianza en Él, Jesús nuestro hermano, amigo y salvador. Él mediante el Espíritu Santo, nos da la fuerza de ir adelante en el camino de la fe y del testimonio. Y en este camino siempre está cerca de nosotros la Virgen: dejemos que Ella nos tome de la mano, cuando cruzamos los momentos oscuros y difíciles.