“El hombre se levantó y lo siguió”

Evangelio según San Mateo 9,9-13. 

Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?". Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". 

San Simeón el loco

San Simeón el Loco, anacoreta (522-c.a. 590)

San Simeón, apellidado el Loco, es uno de los santos más desconcertantes y originales que haya existido. Nació en Emesa, antigua ciudad de Siria, alas orillas del río Orontes, a principios del siglo VI. Visitó los Santos Lugares con un amigo llamado Juan. En su viaje encontraron muchos ermitaños y decidieron imitar su vida sin tardanza. Primero estuvieron en un monasterio, cerca de Jericó. Después atravesaron el Jordán, en busca de mayor soledad, y se establecieron al oriente del Mar Muerto. Cada uno se construyó su laura o ermita, bastante distante la una de la otra, para no importunarse en sus oraciones. Después de treinta años de vida de anacoreta, Simeón se sintió impelido a dejar aquellos parajes y volver al mundo para trabajar directamente por la salvación de las almas. Se separó de su amigo y regresó a su ciudad natal. Al pasar por Jerusalén meditó largamente ante el Santo Sepulcro sobre los peligros que podía acarrearle su nueva vida.-   Le parecía que había dominado todas las tentaciones que le habían asaltado en la vida eremítica. Sólo de una cosa dudaba: del amor propio, del orgullo. ¿En todas aquellas austeridades y rigores, no estaría de por medio la soberbia, el deseo de ser considerado como el mayor de los santos?.-   Para cortar de raíz este peligro, ideó un método original: hacerse pasar por loco. Y empezó sin demora. Entró en Emesa arrastrando de su cinturón un perro muerto que encontró en el camino. El domingo entró en la iglesia bien provisto de nueces, y empezó a arrojarlas contra las velas, con tan buen tino que las apagó todas. Luego subió al púlpito y tiró las que le quedaban contra las mujeres. Y así otros disparates.

El Martirologio Romano dice de San Simeón: "Se hizo necio por Cristo, pero Dios reveló con milagros su alta sabiduría".

San Juan Clímaco decía que el orgullo del espíritu es la bestia más feroz de los desiertos. Por eso Simeón trataba de encubrir su virtud bajo el velo de la locura. Murió San Simeón hacia el año 590, después de realizar muchos milagros. Su contemporáneo Evagrio, y un siglo más tarde, Leoncio, obispo de Chipre, nos han dejado muchas peripecias de su curiosa vida.   Profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso, comparte su vida con las prostitutas, los mendigos, los desechos de la sociedad, riéndose de todo y de todos, saboteando la lógica de los que le rodean con una rara alegría inexplicable que viene de arriba; así escarnece Simeón las seguridades de nuestra vida y se transforma en caricatura de nuestra precaria fe, tan envarada y solemne.   ¿Para qué estar tan serios, para qué tomarnos tan en serio, para qué respetar tantas normas y convenciones? Todo es como una gigantesca broma que sólo tiene sentido si sabemos vivirla con humor, porque la voluntad de Dios y su Providencia, vista con ojos humanos, es un absurdo, y nuestras certezas, a la luz de Dios, deben de ser de una suprema comicidad.   El más sensato de los hombres, que vuelve al revés todo prejuicio, san Simeón el loco, nos valga a la hora de tomarnos a burla a nosotros mismos y a los demás, para ser fieles, para corresponder con abandono y humor a la sonrisa del Cielo.

Oremos. Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Simeón nos estimule a una vida más perfecta y que cuantos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Juan Taulero (c. 1300-1361), dominico en Estrasburgo Sermón 64

“El hombre se levantó y lo siguió”

Nuestro Señor le dijo a san Mateo: "Sígueme". Este santo amable fue un modelo para todos los hombres. Había sido en primer lugar un gran pecador, como el Evangelio dice sobre él, y después fue uno de los grandes, entre todos los amigos de Dios. Porque nuestro Señor le habló en el fondo de su ser, y como consecuencia lo abandonó todo para seguir al Maestro. 

Seguir a Dios en verdad: en efecto todo está ahí, y para hacerlo, verdaderamente hay que abandonar completamente todas las cosas que no son Dios, cualesquiera que sean. Dios desea corazones; no se interesa por lo exterior, sino que quiere de nosotros una viva devoción interior. Esta devoción es más verdadera, que si rezase más que el mundo entero, o que si cantase tanto, que mi canto subiera hasta el cielo, más verdadera que todo lo que pudiera hacer exteriormente en ayunos, vigilancias y otras prácticas.

Misericordia quiero, y no sacrificio
Mateo 9, 9-13. Tiempo Ordinario. No necesitan médico los que están sanos sino los que estamos mal.

Oración preparatoria
Señor, yo también quiero dejar todo para estar sólo contigo en esta oración. Concédeme desprenderme de todas mis preocupaciones para poder escuchar y ser dócil a las inspiraciones de tu Santo Espíritu.

Petición
Señor, cúrame de todo aquello que me aleje de cumplir tu voluntad.

Meditación del Papa
Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de "publicanos y pecadores", de "publicanos y prostitutas".

Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia: sólo aman a los que les aman y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como "jefe de publicanos, y rico", mientras que la opinión popular los tenía por "hombres ladrones, injustos, adúlteros". Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: "No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". 

Benedicto XVI, 30 de agosto de 2006.

Reflexión
Dios respeta en su integridad al hombre, y cuando llama a un alma a su servicio, en su solemne poder, ni la violenta, ni la atosiga, sino que con paciencia y amor la deja casi andar a la deriva o al vaivén de las circunstancias. No es fácil, por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total.

San Mateo era un cobrador de impuestos, un pecador ante los ojos de todo el pueblo. Sólo Jesús fue capaz de ver más allá de sus pecados y vio a un hombre. Un hombre que podía hacer mucho por el Reino de los Cielos. Y le llamó con todo el amor y misericordia de su corazón para ser uno de sus apóstoles, de sus íntimos.

Todos hemos recibido la vocación a la vida cristiana. Dios nos ha creado para prestarle un servicio concreto, cada uno de nosotros. Tenemos una misión, comos eslabones de una cadena. Decía el Cardenal Newman: "No me ha creado para nada. Haré bien el trabajo, seré un ángel de la paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar si obedezco sus mandamientos. Por tanto confiaré en él quienquiera que yo sea, dondequiera que esté. Nunca me pueden desechar. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle. En la duda, mi duda puede servirle. Si estoy apenado, mi pena puede servirle. Él no hace nada en vano. ¡El sabe lo que hace!"

Propósito
Buscar un acercamiento o tener un acto de caridad con esa persona que «me cuesta» aceptar.

Diálogo con Cristo
Señor, gracias por invitarme a seguirte, a ser tu discípulo y misionero. Ardientemente deseo tener la fe y el amor suficiente para responder con prontitud a tu llamado. Quiero salir de esta oración con la sabiduría, la fuerza y la alegría, que logre contagiar de tu amor a los demás. Siguiendo el ejemplo de María, y por su intercesión, te pido que sea fermento y canal para comunicar tu amor en mi familia, en mi profesión, en el círculo de mis amigos.

Ester, Santa
Reina de Persia, 1 de julio

Etimológicamente significa “estrella”. Viene de la lengua persa.

El libro de Ester contiene una de las más emocionantes escenas de la Historia Sagrada. Habiendo el rey Asuero (Jerjes) repudiado a la reina Vasti, la judía Ester vino a ser su esposa y reina de Persia. Ella, confiada en Dios y sobreponiéndose a su debilidad, intercedió por su pueblo cuando el primer ministro Amán concibió el proyecto de exterminar a todos los judíos, comenzando por Mardoqueo, padre adoptivo de Ester. En un banquete, Ester descubrió al rey su nacionalidad hebrea y pidió protección para sí y para los suyos contra su perseguidor Amán. El rey concedió lo pedido: Amán fue colgado en el mismo patíbulo que había preparado para Mardoqueo, y el pueblo judío fue autorizado a vengarse de sus enemigos el mismo día en que según el edicto de Amán, debía ser aniquilado en el reino de los persas. En memoria de este feliz acontecimiento los judíos instituyeron la fiesta de Purim (Fiesta de las Suertes).

El texto masorético que hoy tenemos en la Biblia hebrea, sólo contiene 10 capítulos, y es más corto que el originario, debido a que la Sinagoga omitió ciertos pasajes religiosos, cuando la fiesta de Purim, en que se leía este libro al pueblo, tomó carácter mundano. San Jerónimo añadió los últimos capítulos (10, 4-16, 24), que contienen los trozos que se encuentran en la versión griega de Teodoción, pero faltan en la forma actual del texto hebreo.

El carácter histórico del libro siempre ha sido reconocido, tanto por la tradición judaica, como por la cristiana. Un hecho manifiesto nos muestra la historicidad del libro, y es la existencia de la mencionada fiesta de Purim, que los judíos celebran aún en nuestros días. Sin embargo, han surgido no pocos exégetas, sobre todo acatólicos, que relegan el libro de Ester a la categoría de los libros didácticos o le atribuyen solamente un carácter histórico en sentido lato. Es éste un punto que debe estudiarse a la luz de las normas trazadas en la Encíclica "Divino Afflante Spiritu". Hasta aclararse la cuestión damos preferencia a la opinión tradicional.

En cuanto al tiempo de la composición se deciden algunos por la época de Jerjes I (485-465 a. C.), otros por el tiempo de los Macabeos.

La canonicidad del libro de Ester está bien asegurada. El Concilio de Trento ha definido también la canonicidad de la segunda parte del libro de Ester (cap. 10, vers. 4 al cap. 16, vers. 24), mientras los judíos y protestantes conservan solamente la primera parte en su canon de libros sagrados.
Los santos Padres ven en Ester, que intercedió por su pueblo, una figura de la Santísima Virgen María, auxilium christianorum. Lo que Ester fue para su pueblo por disposición de Dios, lo es María para el pueblo cristiano.
 
¿Cuál es el sentido del sufrimiento?
El mal y el dolor no pueden ser situados sólo en una dimensión temporal

Pregunta:
Estimado Padre: Mi duda concreta es la siguiente: ¿deseo saber el porqué de la injusticia, del dolor, de la enfermedad? Entiendo que debemos ser pacientes y aceptar la voluntad de Dios, ya que Él es el único que tiene las respuestas, no obstante al ver la realidad que enfrentamos en la vida diaria ¿cómo no perder el camino? De antemano le agradezco el tiempo que se sirva dedicarme para aclarar estas dudas. ¡Que Dios lo Bendiga! Atentamente.

Respuesta:
Estimado:
La respuesta definitiva al interrogante del hombre sobre el dolor viene solamente a través de Jesucristo. Y se encuentra en una frase en la que aparentemente no se hace referencia al dolor: Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,16). Por eso se ha dicho con justeza: Jamás resolverás bien el problema del dolor si lo plantas mal; jamás plantearás bien el problema del dolor si prescindes de estos dos factores: amor de Dios al hombre y libertad humana.

Vemos algunas consideraciones sobre el dolor y su respuesta:

1º El mal y el dolor no pueden ser situados sólo en una dimensión temporal. Hay un mal y un sufrimiento que son temporales; pero también hay un mal y un sufrimiento que es definitivo: es la condenación y la separación definitiva de Dios. Entender, pues, el sufrimiento sólo del plano temporal es un error. Hay un dolor que es ‘mal’ en sentido absoluto y hay un dolor que no es ‘mal’ en sentido absoluto, sino relativo.

2º El origen del mal es el pecado, pero no el pecado personal de cada uno sino ‘principalmente’ el pecado de Adán: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte… Por el delito de uno solo murieron todos… Por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre… Así pues… el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación (Rom 5,12-15.18).

3º En Cristo, Dios Padre, en lugar de destruir el sufrimiento, el pecado que lo introdujo y la humanidad entera que quedó hecha pecadora, dejó el dolor y lo usó para hacer brillar su gloria: Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?. Respondió Jesús: Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios (Jn 9,1-3). Ante el pecado del mundo y el sufrimiento que éste ha introducido, Dios podía hacer tres cosas:

a) previendo que sus criaturas caerían, podría no haberlas creado;
b) podría, después que pecaron, haberlas borrado de un plumazo y empezar de nuevo;
c) podía, y fue lo que hizo, tomar la mala nota desafinada por Adán y sacar de ella una nueva sinfonía, mejor que la anterior. Así lo hizo. Y es mejor, pues es la sinfonía de la Redención.

Alguno podrá decir en su escepticismo: ‘la tercera no es la mejor de las tres opciones’. ‘¡Sí lo es!’, tengo que contestarle, pero basado sólo en que es la que eligió la Sabiduría infinita de Dios. Los demás argumentos no valen, o al menos no pueden convencer un corazón que se rebela contra la Inteligencia de Dios. Entenderlo en este mundo significa el final del ‘misterio’ de la existencia humana: todo sería claridad. Y no es así: mientras estamos aquí abajo caminamos en el claroscuro de la fe.

4º Jesucristo, pues, transfigura el dolor temporal transformándolo en instrumento de redención del dolor eterno (de la separación definitiva de Dios) y en gesto de amor con el que podemos pagar el amor con que Dios nos ha amado. Entendámonos: no es que el sufrimiento o el dolor deje de ser en sí un mal. Es un mal y por eso sigue siendo humano y legítimo luchar contra él (especialmente cuando afecta al prójimo), pero recibe un carácter que podemos calificar de ‘ambivalente’, es decir, puede convertirse en fuente de bien. En el orden natural, pues, debemos luchar contra él; pero en el orden sobrenatural -sin dejar de ser un mal- podemos servirnos de él y transformarlo en fuente de santificación. Por eso el dolor temporal se hace ‘salvífico’: redentor y caritativo; y por este motivo, capaz de madurar a las personas, de elevarlas, purificarlas y divinizarlas.

El hombre sin fe se condena a la desesperación porque no tiene vía de conocer esta división introducida por Cristo. Para él el dolor temporal no es más que preludio del eterno: la vida es sufrimiento que va a parar a la aniquilación o a la tierra de sombras. De ahí la rebelión -comprensible- ante el dolor. No le encuentra ‘sentido’, ‘dirección’. ‘¿De qué vale? ¿Para qué aprovecha?’: su pregunta queda sin respuesta.

No podemos, pues, leer y entender el sufrimiento desde coordenadas puramente temporales. Hay que mirar hacia arriba para entenderlo.

Los santos frente al sufrimiento han abierto sus brazos, como abrazando lo que el mismo Cristo abrazó en la Pasión para redimirnos. Así, por ejemplo, el padre Pío de Pietrelcina, estigmatizado, manifestaba en una de sus cartas cuánto le pedía a Dios que le quitase las llagas externas por las que era venerado de tantos, pero dejándole sus dolores. Dice maravillosamente: ‘Alzaré fuerte mi voz a Él [a Dios] y no desistiré de conjurarlo, para que por su misericordia retire de mí no el sufrimiento, no el dolor, porque esto lo veo imposible y siento que me quiero embriagar de dolor, sino estos signos externos que me son de una confusión y de una humillación indescriptible e insoportable'[1].

En síntesis: el dolor tiene su secreto, y es que sólo da a conocer su sentido a quien lo acepta y une a Cristo. Por eso dice el Papa: ‘Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esta participación es… una llamada: Sígueme,Ventoma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. Por eso, ante el enigma del dolor, los cristianos podemos decir un decidido ‘hágase, Señor, tu voluntad’ y repetir con Jesús: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero sino como quieres Tú (Mt 26,39)'[2].

A todos los que nos preguntan: ‘¿Por qué; por qué sufrir? ¿Qué sentido tiene?’, no podemos darle otra respuesta que invitarlos a que abran sus corazones a la cruz de Cristo y que recibiéndola con paciencia la ‘escuchen’; junto a ella no hay sordo que no haya escuchado la respuesta, ni ciego que no la haya vislumbrado con toda claridad. A esta pregunta Dios quita toda palabra de los hombres y se reserva Él la respuesta última. 

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