Cristo cura la humanidad herida
- 10 Julio 2016
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Haz tú lo mismo
Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un maestro de la ley termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la pregunta de quien solo se preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién debe amar y a quién puede excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de la gente.
Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde con un relato que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor al necesitado.
En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos bandidos. Agredido y despojado de todo, queda en la cuneta medio muerto, abandonado a su suerte. No sabemos quién es, solo que es un «hombre». Podría ser cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido por la violencia, la enfermedad, la desgracia o la desesperanza.
«Por casualidad» aparece por el camino un sacerdote. El texto indica que es por azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo suyo no es bajar hasta los heridos que están en las cunetas. Su lugar es el templo. Su ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando llega a la altura del herido, «lo ve, da un rodeo y pasa de largo».
Su falta de compasión no es solo una reacción personal, pues también un levita del templo que pasa junto al herido «hace lo mismo». Es más bien una actitud y un peligro que acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la gente lucha, trabaja y sufre.
Cuando la religión no está centrada en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los que sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia de la vida profana, preserva del contacto directo con el sufrimiento de las gentes y nos hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas. Según Jesús, no son los hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón.
Por el camino llega un samaritano. No viene del templo. No pertenece siquiera al pueblo elegido de Israel. Vive dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño negocio de comerciante. Pero, cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo o no. Se conmueve y hace por él todo lo que puede. Es a este a quien hemos de imitar. Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú lo mismo». ¿A quién imitaremos al encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la crisis económica de nuestros días?
José Antonio Pagola
15 Tiempo ordinario - C
(Lucas 10,25-37)
10 de julio 2016
XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO LA FUENTE DE LA FELICIDAD
(Dt 30, 10-14; Sal 18; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37)
Todos buscamos la felicidad, es un impulso innato. Los científicos señalan que el mundo se mueve por alcanzar la sociedad del bienestar, y fija esta meta en la obtención de algunos bienes, y en la posesión de aquello que se proyecta en el imaginario colectivo como meta, aunque se trate de algo efímero. Se detecta que se buscan bienes, nivel de vida, de consumo, al margen de los valores intrínsecos, y esto lleva a una permanente ansiedad.
Hoy la Sagrada Escritura nos revela la fuente de la mayor felicidad, que es el descubrimiento de la voluntad divina, aquello que Él nos ha revelado como ley natural y como preceptos positivos.
Nos dice la primera lectura: “Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma”.
Podríamos excusarnos por no saber lo que quiere el Señor. Sin embargo, dice el texto sagrado: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo” (Dt).
El salmista canta los valores de la ley del Señor: “Es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante” (Sal). La ley del Señor alegra el corazón, ensancha el alma, concede un sentimiento de plenitud único.
Si fuéramos a resumir el mandato del Señor, lo encontramos precisamente hoy en el Evangelio: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Y Jesús sentencia: “Haz esto y tendrás la vida”.
Pero podríamos especular sobre el modo de llevar a cabo lo que se nos indica. Y Jesús nos ofrece un ejemplo emblemático, el comportamiento del samaritano con aquel que ve maltrecho, medio muerto al borde del camino, víctima de ladrones y salteadores.
Año de la misericordia. El Logo de este año representa a Dios que se echa a los hombros a Adán, y en él, a la humanidad entera, para llevarlo a la posada donde curarlo. Es bueno que nos sintamos sobre los hombros del Buen Pastor, del Buen Samaritano, abrazados por el Buen Padre. Pero si nos hemos sentido consolados por las entrañas divinas, es bueno hacernos testigos de ello, expandiendo la misericordia.
Quien practique el mandamiento del Señor verá cómo es verdad la vida en él, la alegría en su corazón, la realización más plena, la adquisición del mayor estado de bienestar, porque paradójicamente, según el Evangelio, quien quiera ganar su vida, que la pierda, que la entregue por amor.
Dar consejo a quien lo necesite
Un Premio Nobel de Medicina dio una conferencia en Pamplona en la que reveló alguna curiosidad personal sobre su recepción del prestigioso galardón. Comentó que había recibido muchas cartas y mensajes, pero ninguno como el de su madre: «Y ahora, hijo, procura que esto no se te suba a la cabeza.» Su madre apelaba a que mantuviera la humildad y no se envaneciera. Sin duda era uno más de los consejos que le había dado, y que dan todos los padres: sé buena persona, estudia, aprovecha el tiempo, cuida con que amigos vas, y otros más materiales: come de todo, ponte el abrigo, etc.
Hay un momento en la vida en que los consejos ya no proceden tanto del ámbito familiar como de los amigos o los colegas de profesión. Todos necesitamos ser aconsejados y tenemos capacidad para ayudar a otros.
Dar consejo a quien lo necesite es una obra de misericordia, a veces más importante que dar hospedaje, alimento o vestido, porque incide en el espíritu. Para ello no se requiere de una pericia especial, sino que es una cuestión de actitud.
Primero, que nadie nos resulte indiferente y que no pasemos de largo si vemos que podemos prestar ayuda a una persona. Segundo, que seamos oportunos, para lo cual hemos de ponernos en el lugar del otro y ser delicados. Por ejemplo cuando visitamos a un enfermo en un hospital: tenemos que calibrar si le animamos o le cansamos; no interrumpirle si nos cuenta lo que le pasa explicando que a nosotros una vez nos pasó otra cosa…
En ocasiones lo que uno desea es ser escuchado y es esto lo que necesita: silencio por nuestra parte. En otras son unas palabras que puedan ayudarle. A veces a una persona con graves problemas familiares o laborales hay que aconsejarle serenidad; en otras quizá se le puede encaminar a hablar con alguien que pueda ayudarle, una dirección espiritual, que no necesariamente será llamada de este modo.
Personalmente encarecería que hablaran con un sacerdote si se advierte una crisis espiritual. Incluso los grandes santos tuvieron quien les aconsejara. Basta ver con que gratitud habla Santa Teresa de Ávila de San Pedro de Alcántara, o San Francisco Javier de San Ignacio de Loyola.
La preparación doctrinal es importante, pero un alma sencilla puede ofrecer a veces consejos impagables, como la madre del Premio Nobel.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
El buen samaritano iba de camino
Lucas 10, 25-37. Tiempo Ordinario. Amar al prójimo no es muy fácil, porque requiere darse a los demás, sin ninguna distinción.
Oración introductoria
Señor, dame la sabiduría y el amor para descubrir y actuar, buscando el bien de los demás, en las diversas situaciones de mi vida cotidiana. No permitas que el ajetreo de mis pendientes me haga pasar de largo y no ver a esa persona que necesita que me detenga a platicar con ella para darle consuelo o simplemente una sonrisa.
Petición
Señor, concédeme un corazón grande para ayudar a todos, en todo momento.
Meditación del Papa Francisco
En cambio el samaritano, cuando vio a ese hombre, “sintió compasión” dice el Evangelio. Se acercó, le vendó las heridas, poniendo sobre ellas un poco de aceite y de vino; luego lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a un albergue y pagó el hospedaje por él... En definitiva, se hizo cargo de él: es el ejemplo del amor al prójimo. Pero, ¿por qué Jesús elige a un samaritano como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran despreciados por los judíos, por las diversas tradiciones religiosas. Sin embargo, Jesús muestra que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y que —a diferencia del sacerdote y del levita— él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que los sacrificios.
Dios siempre quiere la misericordia y no la condena hacia todos. Quiere la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien nuestras miserias, nuestras dificultades y también nuestros pecados. A todos nos da este corazón misericordioso. El samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de Dios, la misericordia hacia quien está necesitado. (S.S. Francisco, 14 de julio de 2013)
Reflexión
Muchas lecciones les ha dado Nuestro Señor a los fariseos, pero ninguna tan bella como ésta. Es de esas ocasiones en las que Cristo da a conocer su doctrina y su mandamiento a todos los hombres, y lo hace de manera muy velada.
Amar al prójimo no es muy fácil, porque requiere donarse a los demás, y ese donarse cuesta, porque no a todos los tratamos o queremos de la misma manera. Por ello tenemos que lograr amar a todos por igual, sin ninguna distinción. Quererlos a todos, sin preferir a nadie. Es difícil mas no imposible.
Dios nos ha dado el ejemplo al vivir su propia doctrina: "no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos", pero Él no la dio solo por sus amigos, sino también por sus enemigos, y muchos santos han hecho lo mismo.
Propósito
Imitemos a Cristo en su vida de donación a los demás, y vivamos con confianza y constancia su mandamiento: "vete y haz tú lo mismo".
Diálogo con Cristo
Señor, Tú lo sabes todo: mi debilidad al amar a los demás, especialmente aquellos que están más cerca de mí, porque si hay impaciencia, si hay juicios temerarios, si hay indiferencia, no hay verdadero amor.
Ayúdame a crecer en la convicción de que Tú me has creado para amar y servirte en esta vida y que sólo superando mi egoísmo mediante la vivencia del amor, podré gozar de Ti y alabarte eternamente en el cielo.
Francisco, en la cátedra de la ventana
Saluda a marinos y pescadores, "que realizan un trabajo duro y arriesgado"
Papa: "Aquel emigrante que queréis expulsar era yo, aquel niño hambriento..."
Recuerda que, al final, "seremos juzgados por las obras de misericordia"
José Manuel Vidal, 10 de julio de 2016 a las 11:49
El Obispo de Roma puso de manifiesto que la actitud del buen samaritano es necesaria para dar prueba de nuestra fe, que si no está acompañada por obras, resulta muerta
Papa, (RV).- Puntualmente a mediodía el Papa Francisco se asomó a la ventana frente a la Plaza de San Pedro, para rezar con los miles de fieles y peregrinos que, a pesar del calor veraniego, se dieron cita el segundo domingo de julio para rezar el Ángelus junto al Sucesor de Pedro, escuchar su comentario al Evangelio y recibir su bendición apostólica.
A través de la parábola del "buen samaritano", propuesta en esta ocasión por el Evangelio de Lucas, el Santo Padre explicó que mediante este relato sencillo y estimulante, Jesús nos indica un estilo de vida, cuyo baricentro no somos nosotros, sino los demás con sus dificultades.
De manera que Francisco dijo que el Señor hace uso de esta parábola en su diálogo con un Doctor de la Ley a propósito del dúplice mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos.
El Papa Bergoglio invitó a que - como el Doctor de la Ley - también nosotros nos preguntemos: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma religión?
Y añadió que Jesús ha cambiado completamente la perspectiva inicial de aquel Doctor, y también la nuestra, por lo que afirmó que no debemos catalogar a los demás para decidir quién es mi prójimo. Puesto que depende de nosotros ser o no ser prójimo de la persona que encontramos y que tiene necesidad de ayuda, independientemente de quien sea.
El Obispo de Roma puso de manifiesto que la actitud del buen samaritano es necesaria para dar prueba de nuestra fe, que si no está acompañada por obras, resulta muerta. Mientras a través de las obras buenas, realizadas con amor y alegría hacia el prójimo, nuestra fe brota y da fruto.
El Pontífice también invitó a preguntaros si nuestra fe es fecunda; si produce obras buenas; o si en cambio es estéril... En una palabra dijo: ¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado?
Es bueno hacerse estas preguntas - dijo el Papa - porque al final, seremos juzgados por las obras de misericordia. Y agregó que el Señor podría decirnos si nos acordamos de aquella vez, por el camino de Jerusalén a Jericó, mientras Aquel hombre, medio muerto, era precisamente Él.
Francisco concluyó invocando a la Virgen María para que nos ayude a caminar por la vía del amor generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano, esa que nos hace entrar en la vida eterna.
Al final de la oración mariana el Obispo de Roma saludó a los fieles presentes llegados de tantas partes del mundo, especialmente a los numerosos grupos de Italia y de Polonia, participantes en la gran peregrinación de la Familia de Radio María al Santuario de Częstochowa. Francisco recordó que en la fecha celebramos el "Domingo del mar", jornada en la cual se nos invita a reconocer el trabajo de la "gente del mar", así como sus múltiples sacrificios. En esta misión el Papa alentó a los capellanes y a los voluntarios en su "precioso servicio" a todos ellos.
Palabras del Santo Padre después del rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
hoy se celebra el "Domingo del Mar", en apoyo del cuidado pastoral de la gente del mar. Aliento a los marinos y a los pescadores en su labor, a menudo dura y arriesgada, así como también a los capellanes y a los voluntarios en su precioso servicio. Que María, estrella del Mar, vele sobre ellos.
Saludo a todos ustedes, fieles de Roma y de tantas partes de Italia y del mundo.
Dirijo un saludo especial a los peregrinos de Puerto Rico; a aquellos polacos que han cumplido una estafeta desde Cracovia hasta Roma; y lo hago extensivo a los participantes en la gran peregrinación de la Familia de Radio María al Santuario de Częstochowa, llegado a su 25ª edición.
Saludo a las familias de la diócesis de Adria-Rovigo, a las Hermanas Hijas de la Caridad de la Preciosísima Sangre, el Orden Seglar Teresiano, a los fieles de Limbiate y a la Comunidad Misionera Juan Pablo II.
Deseo a todos un buen domingo. Por favor no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta la vista!
l papa Francisco, como cada domingo, se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico para rezar el ángelus con los miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Estas son las palabras para introducir la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy la liturgia nos propone la parábola llamada del “buen samaritano”, del Evangelio de Lucas (10,25-37). Esta, en su historia sencilla y estimulante, indica un estilo de vida, cuyo centro no somos nosotros mismos, sino los otros, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y nos interpelan. Los otros nos interpelan. Y cuando los otros no nos interpelan, hay algo que no funciona, hay algo en ese corazón que no es cristiano. Jesús usa esta parábola en el diálogo que con un doctor de la ley, a propósito del doble mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo (vv. 25-28). “Sí – replica ese doctor de la ley – pero quién es mi prójimo?” (v. 29). También nosotros podemos hacernos esta pregunta: ¿quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿Mis padres? ¿Mis amigos? ¿Mis connacionales? ¿Los de mi religión? ¿Quién es mi prójimo? Jesús responde con esta parábola. Un hombre, en el camino de Jerusalén a Jericó, fue asaltado por ladrones, golpeado y abandonado. Por ese camino pasan primero un sacerdote y después un levita, los cuales, incluso viendo al hombre herido, no se detuvieron y continuaron su camino (vv. 31-32). Después pasa un samaritano, es decir un habitante de Samaria, como tal despreciado por los judíos por no seguir la verdadera religión; y sin embargo él, precisamente él, cuando vio ese pobre desgraciado, dice el Evangelio, “tuvo compasión. Se acercó, le curó las heridas […], le llevó a una posada y cuidó de él” (vv. 33-34); y el día después le encomendó a los cuidados del posadero, pagó por él y dijo que pagaría también el resto (cfr v. 35). En ese momento Jesús se dirige al doctor de la ley y le pregunta: “¿Cuál de estos tres, –el sacerdote, el levita, el samaritano– te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”.
Y ese naturalmente, porque era inteligente, responde: “Quién ha tenido compasión de él” (vv. 36-37). De esta forma Jesús ha volcado completamente la perspectiva inicial del doctor de la ley – ¡y también la nuestra!-: no debo catalogar a los otros para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no ser prójimo, la decisión es mía, depende de mí ser o no ser prójimo de la persona que encuentro y que necesita ayuda, también si es extranjera o quizá hostil. Y Jesús concluye: “Anda, haz tú lo mismo” (v. 37). Bonita lección. Y lo repite a cada uno de nosotros: “Anda, haz tú lo mismo”. “Hazte prójimo del hermano y hermana que ves en dificultad”. “Anda, haz tú lo mismo”. Hacer buenas obras, no solo decir palabras que se las lleva el viento. Me viene a la cabeza esa canción “palabras, palabras, palabras”. Hacer, hacer y mediante las buenas obras, que cumplimos con amor y con alegría hacia el prójimo, nuestra fe germina y da fruto. Preguntémonos, cada uno de nosotros que responda en el corazón, preguntémonos: ¿nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce buenas obras? ¿O es más bien estéril, y por tanto más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de largo? ¿Soy de esos que seleccionan la gente según el propio placer? Está bien hacerse estas preguntas, y hacerlo a menudo, porque al final seremos juzgados sobre las obras de misericordia; el Señor podrá decirnos: “Pero tú, tú, tú, ¿te acuerdas esa vez, en el camino de Jerusalén a Jericó? Ese hombre medio muerto era yo” (cfr Mt 25,40-45). “¿Te acuerdas? Ese niño hambriento era yo”. “¿Te acuerdas? Ese inmigrante que muchos quieren expulsar, era yo”. “Esos abuelos solos abandonados en las residencias, era yo”. “Ese enfermo solo en el hospital que nadie visita, era yo”.
Que la Virgen María nos ayude a caminar en el camino del amor generoso hacia los otros, el camino del buen samaritano. Nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado. Es este el camino para entrar en la vida eterna.
Después del ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy se celebra el “Domingo del Mar”, en apoyo al cuidado pastoral de la gente de mar. Animo a los marineros y pescadores en su trabajo, a menudo duro y arriesgado, como también a los capellanes y voluntarios en su precioso servicio. ¡María, Estrella del Mar, cuide de vosotros!
Saludo a todos vosotros, fieles de Roma y de tantas parte de Italia y del mundo.
Dirijo un saludo especial a los peregrinos de Puerto Rico; a los polacos que han realizado una carrera de relevos desde Cracovia a Roma, ¡buenos! Y lo extiendo a los participantes de la gran peregrinación de la Familia de Radio María al Santuario de Częstochowa, que ha llegado a la 25º edición. Pero también he escuchado ahí algunos connacionales míos que no están callados. A los argentinos que están aquí y que hacen ruido, que hacen lío, un saludo especial. Saludo a las familias de la diócesis de Adria-Rovigo, las Hermanas Hijas de la Caridad del Preciosísimo Sangre, la Orden Secular Teresiana, los fieles de Limbiate y la Comunidad Misionera Juan Pablo II.
Os deseo a todos un feliz domingo y ¡un domingo caluroso! No os olvidéis, por favor, de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!