«El Hijo del Hombre es señor del sabbat»

Evangelio según San Mateo 12,1-8. 

Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: "Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado". 

Pero él les respondió: "¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes? ¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta? Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado". 

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Las Confesiones, Libro 13, c.35-38

«El Hijo del Hombre es señor del sabbat»

Señor Dios, tú que nos has colmado de todo, danos la paz (Is 26,12), la paz del reposo, la paz del sabbat, el sabbat que no tiene noche. Porque este orden de las cosas tan bello que tú has creado y que son «muy buenas» (Gn 1,31) pasará cuando haya alcanzado el término de su destinación. Sí, ellas han txenido su aurora, tendrás su ocaso. Pero el séptimo día no conoce la noche ni el ocaso, porque tú lo has santificado para que exista para siempre. Al terminar tus obras «muy buenas» que, sin embargo, tú has creado en reposo, has descansado de ellas el séptimo día; eso es para decirnos, a través de tu libro, que al final de nuestras obras, que son muy buenas porque eres tú quien nos las ha dado (Is 26,12)también nosotros descansaremos en ti en el sabbat de la vida eterna. Entonces también tú descansarás en nosotros tal como ahora actúas en nosotros; y así el reposo que gustaremos será tuyo de la misma manera que nuestras obras son tuyas. 

Tú, Señor, trabajas siempre y siempre estas en reposo... Para nosotros es llegado el momento en que nos sentimos impulsados a hacer el bien después de concebirlo en nuestro corazón por la fuerza de tu Espíritu; mientras que antes estábamos impulsados a hacer el mal cuando te abandonábamos. Tú, el único Dios bueno, jamás has dejado de hacer el bien. Ciertamente que algunas de nuestras obras son buenas por tu gracia, pero tú sabes que no son eternas; cuando acaben, esperamos el reposo en tu inefable santificación. Pero tú, Bien que no tiene necesidad de ningún otro bien, permaneces siempre en reposo, porque tú eres el mismo reposo. 

¿Quién de entre los seres humanos podrá dar al hombre la comprensión de todo ello? Qué ángel la dará a los ángeles? ¿Qué ángel la dará al hombre. Es sólo a ti a quien hay que pedirla, sólo en ti buscarla, sólo a tu puerta hay que llamar. Y así, sólo así, se recibirá, se encontrará, y sólo así la puerta se abrirá (Mt 7,8).

San  Buenaventura de Albano

San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia
Memoria de la inhumación de san Buenaventura, obispo de Albano, en Italia, y doctor de la Iglesia, celebérrimo por su doctrina, por la santidad de su vida y por las preclaras obras que realizó en favor de la Iglesia. Como ministro general rigió con gran prudencia la Orden de los Hermanos Menores, siendo siempre fiel al espíritu de san Francisco, y en sus numerosos escritos unió suma erudición y ardiente piedad. Cuando estaba prestando un gran servicio al II Concilio Ecuménico de Lyon, mereció pasar a la visión beatífica de Dios.

Por lo que se refiere a sus primeros años, lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de san Francisco de Asís es que nació en Bagnorea, cerca de Viterbo, en Italia, en 1221, y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella. Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales. Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de «Doctor seráfico», enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad de París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo se haya distinguido en la filosofía y teología escolásticas. Buenaventura ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su propia santificación, sin confundir el fin con los medios y sin dejar que degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad. No contento con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria, consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha, convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como lo enseña san Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos designios y grabar sus palabras en nuestros corazones. Tan grande era la pureza e inocencia del santo, que su maestro, Alejandro de Hales, afirmaba que «parecía que no había pecado en Adán». El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía. Como el mismo santo escribió, «el gozo espiritual es la mejor señal de que la gracia habita en un alma». 

El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la gracia. Pero un milagro de Dios permitió a san Buenaventura superar tales escrúpulos. Las actas de canonización lo narran así: «Desde hacía varios días no se atrevía a acercarse al banquete celestial. Pero, cierta vez en que asistía a la misa y meditaba sobre la Pasión del Señor, nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia consagrada y la depositara en su boca». A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y encontró en la comunión una fuente de gozo y de gracias. San Buenaventura se preparó a recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de oración, pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima dignidad. 

Buenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la salvación de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que predicaba la palabra de Dios encendía los corazones de sus oyentes; cada una de sus palabras estaba dictada por un ardiente amor. Durante los años que pasó en París, compuso una de sus obras más conocidas, el «Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo», que constituye una verdadera suma de teología escolástica.

El papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que «la manera como se expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo hablaba por su boca». Los violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad de París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a la envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos de los hijos de san Francisco y a que la santa vida de los frailes resultaba un reproche constante a la mundana existencia de otros profesores. El jefe del partido que se oponía a los franciscanos era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a san Buenaventura en una obra titulada «Los peligros de los últimos tiempos». Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a los ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de «Sobre la pobreza de Cristo». El Papa Alejandro IV nombró a una comisión de cardenales para que examinasen el asunto en Anagni, con el resultado de que fue quemado públicamente el Iibro de Guillermo de Saint Amour, fueron devueltas sus cátedras a los hijos de san Francisco y fue ordenado el silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino recibieron juntos el título de doctores. 

San Buenaventura escribió un tratado «Sobre la vida de perfección», destinado a la beata Isabel, hermana de san Luis de Francia y a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps.

Otras de sus principales obras místicas son el «Soliloquio» y el tratado «Sobre el triple camino». Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de san Buenaventura. Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a propósito de sus obras: «A mi modo de ver, entre todos los doctores católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura) es el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo el corazón. En particular, el Breviloquium y el Itinerarium mentis in Deum están compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede aventajarlos». Y en otro libro, comenta: «Me parece que las obras de Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede de los vanos adornos y no trata de cuestiones de lógica o física ajenas a la materia. No existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la suya». Estas palabras se aplican sobre todo, a los tratados espirituales que reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y sus esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la gloria que a él le animaba. Como dice en su escrito, «Dios, todos los espíritus gloriosos y toda la familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos a reunirnos con ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza al comparecer a la presencia de la corte celestial». Según el santo, la perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las acciones más ordinarias. He aquí sus propias palabras: «La perfección del cristiano consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es una virtud heroica». En efecto, tal fidelidad constituye una constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en el alma.

En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la Orden estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original; naturalmente, entre esos dos extremos, se situaban todas las otras interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se conocía con el nombre de «los espirituales», habían caído en el error y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a los enemigos de la orden en la Universidad de París. El joven superior general escribió una carta a todos los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la regla y la reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales. El primero de los cinco capítulos generales que presidió san Buenaventura, se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida de la Orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los miembros del capítulo, san Buenaventura empezó a escribir la vida de san Francisco de Asís. La manera como llevó a cabo esa tarea, muestra que estaba empapado de las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de escribir la biografía del «Pobrecito de Asís», le encontró en su celda sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, santo Tomás se retiró, diciendo: «Dejemos a un santo trabajar por otro santo». La vida escrita por san Buenaventura, titulada «La Leyenda Mayor», es una obra de gran importancia acerca de la vida de san Francisco, aunque el autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica para emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de la regla. San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante diecisiete años y se le llama, con razón, el segundo fundador. 

En 1265, el papa Clemente IV trató de nombrar a san Buenaventura arzobispo de York, a la muerte de Godofredo de Ludham, pero el santo consiguió disuadir de ello al Pontífice. Sin embargo, al año siguiente, el beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de Albano, le ordenó aceptar el cargo por obediencia y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios le esperaban con el capelo y las otras insignias de su dignidad; según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura tenía la manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea. Sólo entonces san Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores debidos.

Gregorio X encomendó a san Buenaventura la preparación de los temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho Concilio. Como se sabe, santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a él. San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, el santo inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y el credo, se cantaron en latín y en griego y san Buenaventura predicó en la ceremonia. El Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la unión por la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que ciñó más tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el panegírico de san Buenaventura y dijo en él: «Cuantos conocieron a Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las virtudes». 

Se cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el convento de Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero era demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió san Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que había perdido y echó a correr tras él y le rogó que le escuchase un instante. El santo accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación con él, a la vera del camino. Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, san Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los miembros de su comitiva y les dijo sonriendo: «Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: `Los superiores deben recibir a los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos los hermanos'. Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor posible en sus necesidades». Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras: «Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta de experiencia en los negocios y de la repugnancia que siento por el cargo, no quiero seguir opuesto al deseo de mi familia religiosa y a la orden del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en que el cielo me ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis prestarme». Estas dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad que caracterizaban a san Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la orden seráfica, habría merecido el título de «Doctor Seráfico» por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588. 

No existe ninguna biografía propiamente dicha que date de la época del santo, pero en las crónicas de la Orden Franciscana y en otras fuentes antiguas se encuentran numerosos datos sobre él. En la monumental edición Quaracchi de las obras del Doctor Seráfico se han reunido los datos más importantes, tomados, por ejemplo, de Salimbene, Bernardo de Besse, Angelo Clareno, la Crónica de los XXIV Generales, etc. (vol. X). El texto del proceso de canonización que se llevó a cabo en Lyon en 1479-1480, se halla en Miscellanea Francescana di storia, di lettere, di arti, vols. XVII y XVIII (1916 y 1917); pero dicho documento sólo trata prácticamente de los milagros. La canonización, como se sabe, tuvo lugar en 1482, en tiempos de Sixto IV. Entre las numerosas biografías modernas, la más exacta parece ser la de L. Lemmens en la versión italiana publicada en Milán en 1921. Para esa versión el autor revisó el texto original que había publicado en alemán en 1909, y lo modificó mucho, siguiendo el consejo de los críticos, particularmente de los del Archivum Franciscanum Historicum (vol. III, pp. 344-348). La biografía italiana de D. M. Sparacio (1921) exagera un poco el punto de vista de los franciscanos conventuales y adolece de cierto espíritu polémico. La biografía francesa de Leonardo de Carvalho e Castro (1923), aunque admirablemente presentada, minimiza la actividad de san Buenaventura en París y su oposición a los maestros de la orden de Santo Domingo. El Breviloquium de San Buenaventura, constituye un comiso resumen de sus teorías. En el Oficio de lecturas se utilizan algunos fragmentos de san Buenaventura a lo largo del año: del prólogo al Breviloquiodel Opúsculo sobre el itinerario de la mente hacia Dios,de El árbol de la vida.

Dentro de las Catequesis que SS Benedicto XVI dedicó a los Padres, Doctores y grandes teólogos de la Iglesia, tres del año 2010 las centró en san Buenaventura, que introdujo con estas palabras: «Os confieso que, al proponeros este tema, siento cierta nostalgia, porque pienso en los trabajos de investigación que, como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor, especialmente importante para mí. Su conocimiento incidió notablemente en mi formación.» Son las del 3 de marzo10 de marzo y 17 de marzo.

Algunas obras pueden ser leídas en línea, y también puede accederse en El Testigo Fiel a la bellísima oración de san Buenaventura «Traspasa, dulcísimo Señor Jesús...» (en castellano y en el original latino), que tantas veces la Iglesia ha recomendado para meditar en la Eucaristía.
Cuadros:

-Bartolomé Esteban Murillo: Buenaventura (a la izq.) y Leandro de Sevilla, 1665/1666, Museo de Bellas Artes, Sevilla.
-Francisco de Zurbarán: Velatorio de san Buenaventura, 1629, Musée du Louvre, París.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Misericordia y no sólo Sacrificios.
Mateo 12, 1-8. Tiempo Ordinario. No se puede llorar con quien llora, alegrarse con quien se alegra, si no es con el corazón.

Oración introductoria
Padre Santo, me pongo en tu presencia mientras contemplo a tu Hijo en la cruz… Te imploro por la luz de tu Espíritu Santo, para comprender en esta oración qué es lo que tengo que hacer para crecer en el amor. Dame tu gracia para amar como Tú amas.

Petición
Señor, hazme comprender el auténtico sentido de tu Palabra, para vivirla,

Meditación del Papa
Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su Reino, de su voluntad. Es todo lo contrario del fatalismo o el ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la cansada lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Está claro que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, es practicada de maneras diferentes según las diferentes vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos.

En todo caso, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión muerte y resurrección. Jesús nos ha demostrado qué significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo, y, al mismo tiempo, teniendo el corazón en el Cielo, sumergido en la misericordia de Dios. Benedicto XVI, 27 de febrero de 2011.

Reflexión
La actitud de quien contempla la vida como destinada a solucionarse entre una serie de reglas y reglas resulta gravemente deprimente porque cree que los medios son los fines últimos de nuestra vida.

Si lo que hacemos se convierte en cumplir la regla, porque "así está escrito", sin entender por ello el pensamiento de aquél Quien ha dictado la Ley del amor, se acaba ciertamente por traicionar el espíritu de quien la fundó. Sencillamente compasión, honestidad, fidelidad, respeto y amor perderían todo el sentido.

No se puede llorar con quien llora, alegrarse con quien se alegra, socorrer a quién sufre si esto nos parece obligaciones incómodas y extrañas a nuestra mentalidad y no deseos espontáneos del corazón. Cuando no se convierte en lazo mortal, las normas y las reglas deben ser útiles instrumentos para ayudarnos a mejorar día tras día nuestra conducta y ayudarnos a llegar a Dios. Queda de nuestra parte el modo como queremos vivir y aceptar las leyes y mandamientos que el Señor nos ha dado.

Propósito
Procurar un estilo de vida más sencillo y sobrio para ser solidario con los necesitados.

Diálogo con Cristo
«Vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo, y, al mismo tiempo, teniendo el corazón en el Cielo, sumergido en la misericordia de Dios». Permite, Señor, que ésta sea mi actitud, mi estilo de vida. No evadir egoístamente los problemas, afrontarlos sabiendo que Tú estás conmigo, viviendo auténticamente mi libertad, dando a mi vida la trascendencia para la cual fue creada.

Volver a lo esencial: Cristo
Necesitamos urgentemente volver a lo esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico de la vida humana, en su destino eterno

Un escritor francés del siglo XX, Jean Guitton, publicó un libro titulado, en su traducción castellano, “Silencio sobre lo esencial”. El título ya dice mucho y sirve para pensar. ¿No ocurre que a veces olvidamos lo esencial?

Porque si nos preocupamos más del fútbol, o de cómo aderezar la comida, o de los caprichos que llegan y pasan, o de las últimas fotos a subir a Internet, o de un juego electrónico, o de lo que dicen los chismes... es que hemos perdido el norte y dejamos de lado lo esencial.

Necesitamos urgentemente volver a lo esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico de la vida humana, en su destino eterno, en el mensaje que trajo Jesús el Cristo, en la verdad que ilumina el presente y nos lleva a lo eterno.

Lo esencial no coincide, por lo tanto, ni con las modas, ni con los caprichos, ni con las presiones de familiares y amigos. Lo esencial está en el mensaje cristiano, que arranca de un hecho extraordinario: Cristo se encarnó, nació, predicó, hizo milagros, padeció, murió y resucitó por nosotros.

Al volver a lo esencial, reordenamos la propia existencia. Damos su importancia a los sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Penitencia. Decidimos orar en algún momento durante el día. Leemos la Biblia, especialmente el Evangelio.

También ordenamos la vida cotidiana. Esa vida que implica arrepentimiento, romper con el pecado en todas sus formas, y cambiar (convertirnos). Esa vida que reconoce el primer mandamiento y el que le es semejante: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. (...) Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,30‑31).

El mundo moderno, y todos los que creemos ser católicos, necesitamos romper el silencio sobre lo esencial. Sólo así nuestra vida tendrá su sentido completo y bueno.

Entonces dejaremos de vivir “a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” (Ef 4,14); y diremos, con los labios y el corazón, lo único realmente importante, lo esencial: “Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,11). 

Atentado terrorista en Francia: un camión atropella a decenas de personas

Al menos 80 muertos, entre ellos familias y niños. El portavoz del Vaticano transmite la preocupación y solidaridad del Papa

15 JULIO 2016 REDACCIONMUNDO

El Camión Del Atentado En Nizza (Youreporter.It)

(ZENIT – Roma).- Nuevo atentado terrorista en Francia. Esta vez en Niza, donde un camión embistió a la multitud que salía de ver los fuegos artificiales con motivo del 14 de julio, fiesta nacional del país.

El número provisorio de muertos es de al menos 80, entre ellos familias y niños que se encontraban en el “Promenade des Anglais” de la ciudad turística y portuaria ubicada en la costa sur de Francia. El camión entró a unos 80 kilómetros por hora, tratando de atropellar la mayor cantidad posible de personas.

El padre Federico Lombardi, director de la sala de prensa del Vaticano, ha publicado un mensaje en el que asegura que “hemos seguido durante la noche, con grande preocupación, las noticias terribles procedentes desde Niza”. A nombre del Santo Padre –indica el portavoz– y también de parte nuestra expresamos por lo tanto toda nuestra preocupación y solidaridad por los sufrimientos de las víctimas y de todo el pueblo francés, en los momento en que se vivía una gran día de fiesta. Asimismo expresa la condena en modo absoluto “de toda manifestación de locura homicida, de odio, de terrorismo y de ataques a la paz”.

En un mensaje televisivo, el presidente Francés, Francois Hollande, señaló que el país está bajo ataque, extendió tres meses más el estado de emergencia, aseguró que los controles fronterizos serán más rigurosos y pidió la máxima colaboración y atención de todos. “Esto es un ataque terrorista que no puede ser ignorado y es un horror” exclamó, “porque los derechos humanos son negados por los fanáticos y Francia es claramente su objetivo”.

La policía ha abatido a tiros al atacante. Además han hallado dentro del camión la documentación de un francés de origen tunecino.
Se trata del tercer atentado de envergadura en 18 meses, el primero contra el semanario satírico Charlie Hebdo en la capital, y el segundo también en París donde asesinos del Isis mataron a 130 personas en diversos puntos de la ciudad, el más conocido en el teatro Bataclán.

¿Qué deben hacer los matrimonios jóvenes para acercar a sus hijos a Dios? (I)
Los padres deben facilitar que sus hijos vayan a Dios siempre

El título corresponde a la pregunta que una lectora ha tenido ha bien hacerme llegar por escrito. Como ni el contenido de la pregunta ni la respuesta compromenten en absoluto la privacidad de la comunicación, ni hay riesgo de quebranto de ningún dato ni secreto que guardar, me ha parecido que podía ser conveniente hacer pública la pregunta y la respuesta para los lectores de la revista porque tal vez haya a quien le pueda resultar de utilidad; todo ello con el conocimiento previo de la interesada. Para no faltar a la verdad he de decir también que la contestación que paso a reproducir, coincide en el contenido de la respuesta dada a esta lectora, si bien aquí me he permitido introducir algunas modificaciones con explicaciones algo más amplias sobre puntos que en la comunicación original se exponían con menor extensión. Esa respuesta ha sido como sigue:
Muy estimada:

Me hace usted una pregunta muy interesante y muy abierta, tanto que cabría exponer todo un programa educativo para darle una respuesta cumplida. Al pedirme un consejo para los matrimonios jóvenes, entiendo que los hijos son niños y en eso me centraré, pero hay que decir que los padres deben facilitar que sus hijos vayan a Dios siempre, independientemente de la edad de los padres e independientemente de la edad de los hijos.

No son pocos los casos en que padres ya ancianos, con el peso de la vida a sus espaldas, a veces con una sola palabra, a veces con su ejemplo, vienen a reconducir la vida de sus hijos ya adultos. Aunque, como le digo, yo me centraré en el caso de niños pequeños. Iré por partes:

1. En primer lugar, se debe tener claro que los hijos son hijos de sus padres y son hijos de Dios, y que la filiación respecto de Dios es más intensa que la filiación humana. Entre ambas filiaciones hay varias diferencias, pero yo le señalaré solo esta:

La dependencia de los padres va de más a menos, va disminuyendo desde una dependencia absoluta hasta desaparecer con la entrada de los hijos en la vida adulta. Cuando el hijo nace, los padres tienen que sostenerlos en todo, pero a medida que la vida del hijo se va desarrollando (vida corporal, facultades, mundo de relaciones, etc.) los hijos se van valiendo cada vez más por ellos mismos, hasta el punto de poder vivir de manera independiente y autónoma, sin la ayuda paterna. Con respecto a Dios ocurre al revés. Lo propio del cristiano es que pase de ser niño en la fe a ser adulto, pero este crecimiento no supone independencia del Padre Dios, sino lo contrario.

A mayor crecimiento en la vida espiritual, mayor dependencia de Dios. No debería extrañar, puesto que en la vida humana también vemos que este ejemplo se cumple en algunos casos. Como me estoy dirigiendo a matrimonios jóvenes, creo que es muy oportuno poner al matrimonio como ejemplo. Si las cosas se hacen como se debe, cuando un hombre y una mujer (normalmente jóvenes) deciden casarse es porque su amor de novios ha madurado lo suficiente como para dar ese paso definitivo. Es claro que para el momento del “sí, quiero” ante el altar, se quieren todo lo que puedan quererse un hombre y una mujer como para entregarse mutuamente en cuerpo y alma y para siempre. Eso es verdad, pero el amor inicial que los lleva a unirse, por grande que sea, está en sus incios y, por lo mismo, llamado a crecer y madurar muchísimo con el paso de los años. Y si llegan felizmente a la ancianidad, podrán comprobar y testimoniar cómo aquel amor inical tan grande, ahora se ha hecho más grande todavía en el sentido de estar más acrisolado, más depurado, más solícito, de haber madurado hasta el punto en que puede madurar el amor humano que consiste en no saber distinguir dónde empieza el esposo y acaba la esposa, y viceversa.

El amor crecido no les ha hecho más independientes, sino lo contrario, más necesitados. Pues bien, valga el ejemplo para entender lo que quiero decirle con la filiación divina. Según se va desarrollando nuestra fe y vamos creciendo en vida de santidad y en perfección cristiana, nos vayamos viendo cada vez más menos autónomos y, por tanto, más dependientes y más necesitados de Dios. Para el cristiano de fe poco desarrollada, Dios está lejos, a veces a una distancia sideral, casi ajeno a su vida, mientras que el cristiano de fe adulta entiende que no puede dar un paso sin acudir a Dios y se ve cada vez más estrechamente unido a él y más colgado de su mano providente. El primero vive como autónomo, o sea como huérfano; el segundo como hijo.

2. Hasta que unos padres no entiendan que Dios es más padre de sus hijos que ellos mismos, no se habrán situado en el camino correcto para educar cristianamente a sus hijos. ¿Por qué es eso así? Por algo a lo que me referiré en un punto posterior: porque los padres son a su vez hijos. Cuando un hombre y una mujer se convierten en padres, el hecho de ser padres no anula su condición original de hijos, hijos de sus padres e hijos de Dios. La condición de hijo es un dato de identidad de toda persona, un dato que permanece en el tiempo y que explica, en parte, nuestro propio ser. Quien desustancia u olvida su condición de hijo, pierde una referencia importante y única sobre quién es él.

A continuación hay que preguntarse por la función del hijo. ¿Qué nos corresponde en cuanto hijos? La respuesta es la siguiente: Lo propio del hijo es recibir. Lo que a un hijo le corresponde como hijo no es dar, sino recibir. Sabemos que esto es así por los estudios de las ciencias humanas sobre la familia y lo sabemos sobre todo por Jesucristo, que es el Hijo, con mayúscula, el Hijo Único de Dios e hijo del matrimonio formado por San José y la Santísima Virgen María. Pues bien, en su doble condición de Hijo Único de Dios e hijo de sus padres humanos, Cristo nos enseña en qué consiste ser hijo y cómo se es hijo. Por ser hijo de San José y de la Virgen María, en Cristo destaca especialmente su perfecta obediencia mientras dependió de ellos, a los cuales “estaba sujeto” (Lc 2, 51).

Por ser el Hijo de Dios, Cristo insiste en este aspecto de recepción una y otra vez. Le pongo algunas citas, pero en los evangelios hay muchas más. “No he venido por mi cuenta, sino que él [Dios Padre]me envió” (Jn 8, 42). “Todo me ha sido entregado por mi Padre” (Mt 11, 27).  Él, que es “el” Hijo Único de Dios, una y otra vez con su palabra y con su vida nos enseña a ser hijos. Él, aun siendo la Palabra eterna pronuniada por Dios Padre, y sin dejar de serlo, no habló nada que no le hubiera oído al Padre, ni actuó jamás por su cuenta, sino que hizo las obras que su Padre le había mandado hacer. Desde aquí puede entenderse que dijera: “Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he decir y cómo he de hablar” (Jn 12, 49) Y refiriéndose a las obras: “El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo” (Jn 5, 19-20).

3. Lo que le voy a decir ahora, puede que suene un tanto extraño, incluso mal, pero la cosa no está en cómo suene, sino en ver si lo que se dice es verdad. Pues bien, tengo que decirle que lo que le expongo es absolutamente cierto. Se trata de lo siguiente:

Usted me pide un consejo para ayudar a los matrimonios a que acerquen sus hijos a Dios. Eso ya lo hicieron al bautizarlos. Después de llevarlos a bautizar, el gran papel que tienen los padres respecto de sus hijos no consiste en acercarlos a Dios, puesto que eso ya lo han hecho, sino en facilitarles el camino para que ellos vayan por sí mismos. Puede parecer que es lo mismo, pero no lo es. Lo digo con otras palabras: La gran misión de los padres cristianos está en no obstaculizar la acción de Dios en sus hijos. Esto no significa que los padres deban cruzarse de brazos porque para los padres cristianos no hay tiempos muertos; su actividad educativa no tiene tregua ni descanso, pero hay que entender bien cuál es su misión. Porque no se trata tanto de hacer sino de dejar a Dios que haga Él. Una de las grandes enseñanzas de San Juan de la Cruz es precisamente esta, que en la vida cristiana, no está la cosa en poner de nuestra parte sino en quitar estorbos a la acción de Dios. Trataré de ilustrar esta idea con dos ejemplos tomados de la Sagrada Escritura:

a) En el segundo libro de Samuel, aparece cómo el rey David se dispone a construir un templo para el Señor. Entonces Dios le envía al profeta Natán a que le diga lo siguiente: "Ve y habla a mi siervo David: «Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía? (...)  Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa» (2º Sam 7, 5; 11).

Trasladado al tema que nos ocupa, que es ver cómo llevar los hijos a Dios, es como si Él dijera a los padres humanos. "¿Vosotros me vais a hacer el regalo de acercarme a mí a vuestros hijos? No, vuestros hijos son míos, yo os los he dado y seré yo quien os haga el regalo de traerlos a mí. El hecho de tenerlos cerca de mí no es un regalo que me hacéis, sino un regalo que os hago yo.

b) Cuando Jesucristo, el Señor, habla del acercamiento de los niños a Él, no dice "acercadme los niños"; lo que dice es: "Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis" (Lc 18, 16).

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