«Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños»
- 09 Agosto 2016
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- 09 Agosto 2016
Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12-14.
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?". Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial." ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron.
De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños."
Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), virgen y mártir
fecha: 9 de agosto
n.: 1891 - †: 1942 - país: Polonia
canonización: B: Juan Pablo II 1 may 1987 - C:Juan Pablo II 11 oct 1998
hagiografía: Vaticano
Fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith) Stein, virgen de la Orden de Carmelitas Descalzas y mártir, la cual, nacida y educada en la religión judía, después de haber enseñado filosofía durante algunos años entre grandes dificultades, recibió por el bautismo la nueva vida en Cristo, prosiguiéndola bajo el velo de las vírgenes consagradas hasta que, en tiempo de un régimen hostil a la dignidad del hombre y de la fe, fue encarcelada lejos de su patria, y en el campo de exterminio de Auschwitz, cercano a Cracovia, en Polonia, murió en la cámara de gas.
Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, nació el día del Kippur, día festivo para los hebreos, y en Breslavia Alemania, el 12 de octubre de 1891, en el seno de una familia hebrea. Edith fue la última de once hijos. A los dos años de edad, muere su padre. Hizo sus primeros estudios y el Bachillerato en su ciudad natal con calificaciones siempre sobresalientes. En la Universidad de Breslau estudia, de 1911 a 1913, Germanística, Historia, Psicología y Filosofía. En 1913 se traslada a Göttingen para seguir sus estudios de filosofía siendo discípula de Edmund Husserl, un hebreo y no creyente, genio filosófico de su tiempo, haciendo el exámen de Licenciatura con calificación sobresaliente en 1915. Durante este período, llega a un ateísmo casi total, pues abandonó la fe y las prácticas religiosas. Estalla en 1914 la primera guerra mundial y Edith trabaja como enfermera voluntaria siendo enviada a un hospital del frente.
Después de ese infatigable trabajo, hace el examen de doctorado en la Universidad de Freiburg, con la calificación Summa cum laude. Cuando contaba con 32 años enseña en la escuela de formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena en Espira. Además de las clases, escribe, traduce y da conferencias sobre la cuestión femenina y sobre la educación católica que la llevarán por diversas ciudades de Alemania y por los países limítrofes. A los 41 años, es profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía científica en Münster. Su fama de conferenciante traspasa las fronteras de Alemania y es invitada a hablar en Francia y Suiza. Desde su conversión deseó entrar en el Carmelo a pesar de la oposición de la familia, y su deseo se vio cumplido el 14 de octubre de 1933, a los 42 años, ingresando en el Carmelo de Colonia. Aquí cambia su nombre por el de Teresa Benedicta de la Cruz. Su familia hebrea, rompe con ella. El 21 de abril de 1935, domingo de Pascua de Resurrección, emite sus votos religiosos y tres años después, aquél mismo día, sus votos perpetuos. Su vida será ya una Cruz convertida en Pascua. Dentro del convento, por orden del Provincial, continúa sus estudios científicos. A medida que el nazismo se consolida en el poder su condición de judía es una amenaza para ella y para la comunidad. El día 31 de diciembre de 1938 emigra a Holanda y se establece en el convento de Echt. Aquí la encomiendan, entre otros trabajos, un estudio sobre San Juan de la Cruz, y escribe La ciencia de la Cruz. El día 2 de agosto de 1942 es detenida por la Gestapo, junto con su hermana Rosa, también convertida al catolicismo, y llevada con otros religiosos y religiosas al campo de concentración de Amersfoort.
Luego, en la noche entre el 3 y el 4 de agosto, los presos fueron trasladados al campo de Westerbork, situado en una zona completamente deshabitada al norte de Holanda. El 9 de agosto de 1942, llegaba en el tren de la muerte al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Por su edad (51 años cumplidos), su baja estatura, sin signos externos de robustez, en la mentalidad nacista, no servía para trabajos forzados. La llevaron a la barraca 36, siendo marcada con el Nº 44.074 de deportación, para morir mártir de la fe cristiana a los 51 años de edad, en la casita blanca, víctima del Ciclón B: Ácido Cianhídrico; durante la persecución nazi, ofreciendo su holocausto por el pueblo de Israel. La ducha anunciada, en vez del agua deseada, emanó el tóxico ciclón B de la muerte casi instantánea. Su cuerpo sin vida fue calcinado con leña (todavía estábamos en agosto de 1942). No hay tumba. Las cenizas o huesos de la Hna. Edith se arrojaron en el campo adyacente. Hoy es un verde campo con cruces que plantan allí los grupos de peregrinos. Mujer de singular inteligencia y cultura, ha dejado numerosos escritos de elevada doctrina y de honda espiritualidad. En 1962 se inició su proceso de beatificación.
Teresa Benedicta de la Cruz dramática síntesis de nuestro tiempo, Mujer hija de Israel, Mártir por la fe en Cristo, y Víctima del exterminio judío, fue beatificada por Juan Pablo II en Colonia, el 1 de mayo de 1987. Su fiesta se celebra en el Carmelo Teresiano el 9 de agosto. El Papa Juan Pablo II canonizó a la judía, filósofa, monja, mártir y beata, Teresa Benedicta de la Cruz de la Orden del Carmelo, el 11 de Octubre de 1998 en la Basílica de San Pedro en Roma
Oremos. Señor, ya que por don tuyo la fuerza se realiza en la debilidad, concede a cuantos estamos celebrando la victoria de la Santa mártir Edith Stein que obtengamos la fortaleza de vencer nuestras dificultades como ella venció los tormentos del martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Comentario al salmo 118, 22, 27-30; CSEL 62, 502-504
«Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños»
Ven, Señor Jesús, busca a tu siervo; busca a tu oveja fatigada; ven, pastor... Mientras tú te retrasas por los montes, tu oveja va errante: deja, pues, a las noventa y nueve restantes, que son tuyas y ven a buscar a la única que se ha perdido. Ven sin hacerte ayudar, sin hacerte anunciar; ahora es a ti a quien espero. No cojas tu látigo, coge tu amor; ven con la suavidad de tu Espíritu. No dudes en dejar en los montes a estas noventa y nueve ovejas que ya son tuyas; sobre las cumbres en que las has puesto, los lobos no tienen acceso a ellas... Ven a mi, que me extraviado quedando lejos de los rebaños de allá arriba, porque también a mi me habías colocado con ellas, pero los lobos de la noche me han hecho abandonar tus apriscos.
¡Búscame, Señor, puesto que mi oración te busca! ¡Búscame, encuéntrame, levántame, llévame! Al que tú buscas, puedes encontrarlo, al que encuentras, dígnate levantarlo, al que levantas, póntelo sobre tus hombros. Esta carga de tu amor, jamás te es cargosa, y sin cansarte te haces el pagador de la justicia. Ven, pues, Señor, porque es verdad que me extravío, «no he olvidado tu palabra» (Sl 118,16), y sé que seré curado. Ven, Señor, tú eres todavía el único capaz de llamar a tu oveja perdida, y a las otras que vas a dejar, no les causarás ningún dolor; también ellas estarán contentas de ver como regresa el pecador. Ven, y habrá salvación en la tierra y gozo en el cielo (Lc 15,7).
No mandes a tus pequeños servidores, no mandes mercenarios, ven tú mismo a buscar a tu oveja. Levántame en esta misma carne en que cayó Adán. Por tu gesto reconoce en mi, no al hijo de Eva sino al hijo de María, virgen pura, virgen por gracia, sin ninguna sospecha de pecado; después, llévame hasta tu cruz, ella es la salvación de los extraviados, el solo descanso de los cansados, la única vida de los que mueren.
Si no cambian y no se hacen como los niños...
Mateo 18, 1-5. 10,12-14. Tiempo Ordinario.El Señor elige según sus criterios y elige a los débiles y los humildes, para confundir a los poderosos de la tierra.
Petición
Jesús, concédeme el don de buscar, con la sencillez y la nobleza de un niño, el amor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
En el Reino de Cristo, ser grande es ser pequeño
Para entrar en el Reino de los cielos, hace falta un pasaporte: ser pequeño. Ésta es la identidad que nos distingue delante de Dios; la virtud que más nos acerca a Él. Una canción dice: “¿Qué tendrá lo pequeño, que a Dios tanto le agrada?” Cristo nos enseña en este Evangelio que ser pequeño significa volver a ser niño. Implica un cambio, recuperar cada día aquel tesoro que se va desgastando con los años…
Un niño tiene las manos pequeñas. Todo le queda grande, todo le sobrepasa, en todas las sillas sus pies quedan colgando. Pero es feliz aunque no tenga el control de todo. Más aún: su felicidad consiste en que no quiere controlarlo todo. El niño vive para recibir, para descubrir, para sorprenderse. La grandeza de un niño no está en su poder sobre cosas y personas; más bien él es libre de este deseo de gobernar su mundo. Y así como él encuentra su seguridad en papá y mamá, cada uno de nosotros cuenta con un Padre maravilloso, quien de verdad lo gobierna todo para nuestro bien. Cuando sentimos que nuestras manos son pequeñas, que no podemos agarrarlo todo y dirigir las circunstancias…ésta es la oportunidad para ser niños de nuevo, poniendo nuestra confianza en Dios.
Un niño está apenas entrando al mundo. Le falta experiencia. Cada día aprende algo nuevo. Y si cae al dar los primeros pasos, pronto su mamá lo levanta para que siga aprendiendo a caminar. Esto también es ser pequeño. No somos perfectos ni lo sabemos todo. ¡Cuántas veces cometemos errores, nos caemos, o nos perdemos! Pero esta realidad no es un motivo para desanimarnos. Todo lo contrario: saber que nos hemos perdido nos abre las puertas para descubrir que Dios nos busca. Cuando admitimos la caída con sencillez de niño, podemos alegrarnos con mayor gratitud hacia Dios que nos levanta. Al reconocer los propios límites nos damos cuenta que tenemos un Padre de Amor y misericordia sin límites.
María, madre nuestra, enséñanos a ser como niños. Cambia nuestro corazón y hazlo como el de tu Hijo Jesús. Que aprendamos, como Él, a vivir siempre en las manos del Padre.
«Pidamos hoy al Señor que todos los papás y los educadores del mundo, como también la sociedad entera, sean instrumentos de aquella acogida, de aquel amor con el cual Jesús abraza a los más pequeños. Él mira en sus corazones la ternura y la solicitud de un padre y al mismo tiempo de una madre.»
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de octubre de 2015).
Reflexión
En cuántas instituciones se da una lucha despiadada en las personas por subir de rango en su trabajo. Se pisa y se hunde al otro con tal de ser el mejor y estar por encima de los demás. Llevamos a la práctica la frase maquiavélica de "el fin justifica los medios". Si hay que ridiculizar, criticar o humillar a nuestro contrincante, lo hacemos.
También a los discípulos de Jesús les surgían estos aires de posesión que tiene todo hombre, por eso le preguntan a Cristo quién será el primero en le reino de los cielos. Sin embargo, Jesús les saca de dudas respondiéndoles que aquel que sea como un niño. Respuesta un poco desconcertante porque todos eran ya mayores de edad y como que eso de volver a las cosas de niño no se vería muy bien en ellos. Obviamente, Jesús se refería a ser como niños en el espíritu, porque si alguien nos da ejemplo de inocencia, sencillez, pureza, sinceridad, cariño son precisamente los niños. En ellos no se da la doblez, morbosidad, envidia que desgraciadamente florece en algunas personas mayores. Los niños conquistan a todo mundo precisamente por su espontaneidad e ingenuidad que nace de su sencillez.
Que este evangelio sea una invitación a mirar la intención por la que buscamos las virtudes espirituales. Si es por amor a nosotros mismos, para que nos vean las demás personas, para que vean lo bueno que somos, o si las buscamos para crecer en nuestra vida espiritual con esa sencillez con la que se dirige un niño a sus padres.
Pidamos a Cristo la gracia de ganarnos el primer puesto en el reino de los cielos por nuestra sencillez y sinceridad en el momento de servir a los demás.
Propósito
Ante las tentaciones que se me puedan presentar hoy, pedir a Dios su gracia para evitar, incluso, el pecado venial.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por mi ángel de la guarda y por la gran esperanza que surge de esta meditación. La cultura admira a la persona que por su propio esfuerzo tiene éxito, y esto es bueno. Pero, como tu hijo, debo tener una visión más amplia: atesorar esa confianza y dependencia a tu gracia, que es la que realmente logrará la trascendencia de mi vida. Además, siempre recordar que hay muchas ovejas sin pastor que no deben quedarse atrás ni perderse, si en mí está el poder ayudarles a volver o encontrar el redil.
Necesitados de cariño
Hay un cariño que nos llega continuamente y que no siempre percibimos: el cariño de Dios
Una de las necesidades fundamentales del ser humano es el cariño. Necesitamos sabernos amados. Necesitamos ser acogidos, a pesar de nuestros defectos. Necesitamos gestos concretos y sinceros de cariño. Por no encontrar ese cariño, muchos sufren. No perciben a su alrededor miradas amigas, ni corazones acogedores, ni manos que les apoyen con afecto. Al revés, descubrir que tenemos familiares y amigos fieles y cariñosos dilata el corazón y permite vivir con más paz, alegría y esperanza. Hay un cariño que nos llega continuamente y que no siempre percibimos: el cariño de Dios. Porque Dios nos creó con un amor eterno.
Porque está siempre a nuestro lado y nos apoya suavemente. Porque nos levanta tras las caídas. Porque nos consuela en las penas. Porque nos fortalece en las dificultades. Muchas veces ese cariño divino pasa desapercibido, en parte porque buscamos y preferimos ojos visibles, manos calientes, palabras que leemos o escuchamos en el móvil. Pero los cariños humanos son volubles, en ocasiones no son sinceros, y duele mucho descubrir que algunos un día nos traicionaron. Dios, en cambio, no nos falla nunca. Su “sí” es continuo y fiel. Tan fiel, que sigue a nuestro lado hasta el final. “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Sé que tengo un Amigo fiel. Desde su cariño, mi corazón ha encontrado la paz. Con su fuerza, puedo convertirme, para otros, en instrumento de amor, en consuelo para sus penas, y en mano disponible para ayudarles en tantos momentos de la vida.
Santa Catalina de Siena y el amor que Dios nos tiene
Por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito
La Santa Madre Iglesia, en la Liturgia de las Horas, nos da para cada día en el Oficio de Lectura una maravillosa antología de textos espirituales de todas las épocas. Para el domingo XIX del Tiempo Ordinario, Ciclo C, la lectura es de Santa Catalina de Siena (1347-1380).
Caterina Benincasa, penúltima de 25 hermanos, terciaria dominica, vivió siempre en su casa familiar, que era al mismo tiempo un gran taller de tintes de pieles. Una de las más altas contemplativas de la historia de la Iglesia, estigmatizada, analfabeta, es sin embargo autora del Diálogo sobre la divina providencia, recitado por ella en su mayor parte estando en éxtasis y escrito diligentemente por algunos incaterinati –hijos suyos espirituales– hábiles en estenografía.
Del Diálogo (cp. 4,13) es el texto que sigue.
[El amor de Dios providente por sus criaturas]
«Dulce Señor mío, vuelve generosamente tus ojos misericordiosos hacia este tu pueblo, al mismo tiempo que hacia el cuerpo místico de tu Iglesia; porque será mucho mayor tu gloria si te apiadas de la inmensa multitud de tus criaturas, que si sólo te compadeces de mí, miserable, que tanto ofendí a tu Majestad. Y ¿cómo iba yo a poder consolarme, viéndome disfrutar de la vida al mismo tiempo que tu pueblo se hallaba sumido en la muerte, y contemplando en tu amable Esposa las tinieblas de los pecados, provocadas precisamente por mis defectos y los de tus restantes criaturas?
«Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto. ¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Pero reconozco abiertamente que a causa de la culpa del pecado perdió con toda justicia la dignidad en que la habías puesto.
«A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. Él fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades.
El lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?
«Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas».
* * *
Analfabeta y Doctora de la Iglesia… Estas cosas sólo ocurren en la Iglesia Católica, en la que el Señor del cielo y de la tierra oculta su sabiduría a los sabios orgullosos y la revela a los humildes pequeños (Lc 10,21).
Conocemos muy bien la vida de Catalina porque su director espiritual, el Beato Raimundo de Capua (+1399) la escribió con sumo cuidado y precisión, como testigo de su vida exterior y conocedor perfecto de su vida interior (Santa Catalina de Siena, Ed. Hormiga de Oro, Barcelona 1993, 317 pgs.). Y también la conocemos a través de innumerables cartas suyas, en las que da altísima doctrina espiritual a personas muy diversas: frailes y monjas, madres y padres de familia, soldados, poetas, comerciantes, como también a Obispos, Cardenales, príncipes civiles o eclesiásticos (Epistolario de Santa Catalina de Siena, Ed. San Esteban, Salamanca 1982, vols. I y II, 1332 pgs.).
Analfabeta y Doctora de la Iglesia… Precisemos: analfabeta hasta pocos antes de morir, porque el Señor mismo le enseñó a escribir. Ella lo cuenta en una larga Carta a Fray Raimundo de Capua, de la Orden de Predicadores (Cta. 272: 10-11 octubre 1377). Siempre había escrito por algún un amanuense amigo.
«Esta carta la he escrito de mi mano en la localidad de la Rocca [de los Salimbeni] entre muchos suspiros y lágrimas, mientras el ojo, viendo no veía. Yo estaba admirada de mí misma y de la bondad de Dios al considerar su misericordia y providencia con las criaturas racionales. Ésta se volcaba sobre mí, ya que para consuelo me había dado y otorgado la facultad de escribir, estando privada de tal consuelo, pues yo no sabía [hacerlo] por mi ignorancia... Así durmiendo, comencé a aprender. Perdonadme el escribir demasiado, porque las manos y la lengua se hallan de acuerdo con el corazón. Jesús dulce, Jesús amor».
Estas cosas sólo ocurren en la Iglesia Católica.
4 razones para dar prioridad a la oración
¿Cómo alcanzar la verdadera felicidad, qué sentido tiene el sufrimiento, dónde está la verdad, cómo lograr la libertad y la paz interior, por qué nada te satisface por completo,...?
Demos prioridad a la oración porque tenemos sed de felicidad
Una y otra vez te plantean preguntas existenciales: cómo alcanzar la verdadera felicidad, qué sentido tiene el sufrimiento, dónde está la verdad, cómo lograr la libertad y la paz interior, por qué nada te satisface por completo, cómo saber si Dios te ama, cómo saber si es su voz la que escuchas, cómo compaginar una vida ajetreada con la necesidad de más soledad e intimidad con Él, cómo conciliar los deberes familiares, laborales y de apóstol sin caer en el activismo, cómo confirmar mi fe católica en medio de tantos problemas que tiene la Iglesia, etc.
Una sed de Dios no abstracta, sino muy concreta: ¿qué tiene que ver Dios con mi día a día? Con la alegría de unos padres al tener un hijo, con la dificultad para tomar una decisión, con el dolor del sentirse incomprendido y juzgado, con la verdad de una traición, con el pesar de hacer sufrir a personas que quieres, con la felicidad de compartir un domingo con los amigos, con el entusiasmo de ver triunfar al propio equipo, con la gozada de contemplar un cielo estrellado, de caminar descalzo por la playa o de retirarte por fin a un lugar donde sólo se escuchan los sonidos del silencio. ¿Qué tiene que ver Dios con todo esto? ¿De verdad puede formar parte real de mi vida ordinaria y de mis sueños? ¿Puede acompañarme en esta peregrinación que es la vida? ¿Es posible? ¿Cómo?
Lo que pasa es que a veces se piensa que la vida de oración es una actividad religiosa reservada a no sé qué tipo de personas especiales. O que consiste en ritos huecos, fórmulas rutinarias y veneración de objetos misteriosos.
Cuando orar es estar con Dios, experimentar su abrazo de Padre y Hermano, y decirle que tú también le amas.
¡Experiencia grande y simple a la vez!
Demos prioridad a la oración porque es hermosa la vida cuando se experimenta el amor
Cuando Dios me dio la existencia, sembró algo en mi interior que sigue vibrando como un eco, una nostalgia de eternidad. Jesucristo me salió al encuentro y es ahora mi pasión. Cada vez me gusta más y necesito con mayor urgencia la vida de oración: estar con Él, recibir amor de mi Padre y corresponderle con amor.
Experimentar el amor de Dios es lo mejor que te puede pasar en la vida y creo que vale la pena compartirlo. «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel». Mt. 13, 44. Y “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.” (Mt. 6, 21)
En este último tiempo he sentido con mayor fuerza el reclamo de que efectivamente la vida de oración sea para mí “la mejor parte”. Pero eso es algo que yo tenía que escoger, como dijo Jesús a Marta sobre la actitud de María. Comencé pidiendo mucho a Dios que me concediera la gracia de crecer en mi amistad con Él. Luego me vino el deseo de compartirlo y comencé a ofrecer algunos cursos-talleres de oración especialmente para formadores, todos ellos laicos. Esto me ha ayudado enormemente en mi vida personal
En los cursos he visto que es bueno compartir la inquietud de la búsqueda y gozar juntos la paz del encuentro.
No soy ningún experto en la materia, no poseo doctorado en teología o espiritualidad, ni nada de eso. “Sólo quiero ser un sacerdote que ora”, como dijo San Pío de Pietralcina, y responder a esa voz que escucho con bastante nitidez en lo más profundo de mi ser: Permaneced en mí, como yo en vosotros (Jn 15, 4 a) Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16 b)
Yo te comparto mis vivencias como sacerdote y me gustaría conocer las tuyas. Me encantaría escuchar la experiencia de Dios de una madre mientras carga a su bebé recién nacido, o la de un niño al recibir su primera comunión, la de un anciano en soledad y la de un moribundo a punto de encontrarse cara a cara con Dios, la de un joven que acaba de rescatar a un hombre del suicidio en sus primeras misiones, la de un señor con corazón de piedra habiendo descubierto que Jesucristo perdona todos sus pecados y le abraza, en fin, la de un hombre o una mujer en su día a día, tan diferente al mío.
Demos prioridad a la oración porque el detonador está por dentro
El Papa Benedicto XVI anunció el sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización. Pienso que la nueva evangelización comienza por formar hombres y mujeres de oración. Es decir, personas que anhelan vivir en plenitud, que buscan a Dios en su vida diaria, que quieren estar en su presencia, hacerle un compañero de camino, pedirle que responda a sus interrogantes, tratar de ser coherentes y compartir la grandeza de esa amistad. Apóstoles que son testigos de un encuentro personal con el Resucitado.
El detonador del apóstol está por dentro. Sólo a partir de la propia experiencia de Dios podremos ayudar a otros a hacer amistad con Cristo y permear la cultura de valores cristianos.
En nuestra congregación (Legionarios de Cristo) y en el Movimiento Regnum Christi nos proponemos servir a la Iglesia y a la sociedad formando apóstoles de la nueva evangelización. Espero que este blog y esta red social de la oración contribuyan al menos un poquito en este reto.
Nadie da lo que no tiene.
Normalmente quienes nos dedicamos a la evangelización, tenemos un fuerte sentido de misión, pero frecuentemente percibimos un reclamo interior: ¡necesitas orar más y mejor! ¡Necesitas a Dios, necesitas escucharlo y llenarte de su amor! ¿Con qué aliviarás la sed de las almas, si tu fuente se seca? Moisés se encontraba cara a cara con Dios, y lo traslucía. El pueblo veía su rostro radiante y creía en Dios por él. Hace falta reforzar la dimensión contemplativa del apóstol para que todo el dinamismo misionero halle su punto de partida en el encuentro con Cristo vivo.
Demos prioridad a la oración porque la renovación debe ser profunda
Soy sacerdote legionario de Cristo: la tormenta que estamos atravesando es muy dura; la herida en el corazón de tantas personas y de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es profunda. Pero la infinita misericordia de Dios se ha volcado, no nos ha abandonado, sino que nos ha tomado de la mano y ha demostrado, una vez más, Su amor de Padre. Sin duda la Providencia quiere valerse de esta ocasión, también pa