La cruz, árbol de vida

Evangelio según San Juan 3,13-17. 

Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. 
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» 

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

FIesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que al día siguiente de la dedicación de la basílica de la Resurrección, erigida sobre el Sepulcro de Cristo, es ensalzada y venerada como trofeo pascual de su victoria y signo que aparecerá en el cielo, anunciando a todos la segunda Venida.

La fiesta del 14 de septiembre como «fiesta de la santa Cruz» es muy antigua, se remonta al siglo IV, y está muy bien atestiguada, como veremos; sin embargo, a lo largo del tiempo ha habido en torno a ella tradiciones diversas que se han entremezclado y producido desplazamientos en cuanto al sentido de lo que se festeja en la fecha. Hasta hace algunas décadas había una fiesta el 3 de mayo, suprimida por SS Juan XXIII en 1960, llamada «Inventio Santae Crucis», es decir, «descubrimiento de la Santa Cruz», que rememoraba el momento en que se encontró la auténtica cruz de Jesús (la Vera Cruz) y se expuso a la veneración del pueblo cristiano. Sin embargo, como mostrará más tarde este artículo, en realidad esa fiesta, propia de la Igelsia de Occidente, era un desdoblamiento de la de septiembre, que evocaba, entre otros aspectos, la «inventio». Por ese motivo la fiesta de septiembre había quedado, en Occidente, para celebrar un acontecimiento posterior: la recuperación en el 614 del relicario con los fragmentos de la Vera Cruz por el emperador Heraclio de manos de los persas.

Parece ser, sin embargo, que la fiesta original tampoco conmemoraba el 14 de septiembre la «inventio» propiamente dicha, sino que era una fiesta de la Santa Cruz que, nacida en relación a las dedicaciones de las basílicas de Tierra Santa que en la actualidad se celebran el día 13 de septiembre, conmemoraba a la santa cruz como tal, no en relación a tal o cual acontecimiento histórico.

Como sea, cualquiera puede ver por la redacción del actual elogio del Martirologio Romano, que se ha querido despojar esta fiesta de su relación directa con la «inventio», y más bien la Iglesia propone celebrar en esta fecha el signo de la Cruz no sólo aparecido en al historia hace 2000 años, sino también como señal para todos los pueblos que presidirá escatológicamente la vuelta de Jesús en la gloria y majestad de su Reino.

En este artículo se han recuperado frangmentos de los correspondientes del Butler-Guinea que antes estaban en el 14 de septiembre cuando evocaba la recuperación del 614, y del 3 de mayo como fiesta de la «inventio». Aunque ninguno de los dos artículos corresponde ya al sentido de la fiesta actual, contienen material histórico de primer orden, y que ayudará a penetrar en la densidad de la celebración que realizamos nosotros.

La fiesta del 14 de septiembre conmemoraba originalmente la solemne dedicación, que tuvo lugar el año 335, de las iglesias que santa Elena indujo a Constantino a construir en el sitio del Santo Sepulcro. Por lo demás, no podemos asegurar que la dedicación se haya celebrado, precisamente, el 14 de septiembre. Es cierto que el acontecimiento tuvo lugar en septiembre; pero, dado que cincuenta años después, en tiempos de la peregrina Eteria, la conmemoración anual duraba una semana, no hay razón para preferir un día determinado a otro.

Eteria dice lo siguiente: «Así pues, la dedicación de esas santas iglesias se celebra muy solemnemente, sobre todo, porque la Cruz del Señor fue descubierta el mismo día. Por eso precisamente, las susodichas santas iglesias fueron consagradas el día del descubrimiento de la Santa Cruz para que la celebración de ambos acontecimientos tuviese lugar en la misma fecha». De aquí parece deducirse que en Jerusalén se celebraba en septiembre el descubrimiento de la Cruz; de hecho, un peregrino llamado Teodosio lo afirmaba así, en el año 530.

Por lo que se refiere a los hechos históricos del descubrimiento de la Cruz, que son los que aquí interesan, debemos confesar que carecemos de noticias de la época. El «Peregrino de Burdeos» no habla de la Cruz el año 333. El historiador Eusebio de Cesarea, contemporáneo de los hechos, de quien podríamos esperar abundantes detalles, no menciona el descubrimiento, aunque parece no ignorar que había tres santuarios en el sitio del Santo Sepulcro. Así pues, cuando afirma que Constantino «adornó un santuario consagrado al emblema de salvación», podemos suponer que se refiere a la capilla «Gólgota», en la que, según Eteria, se conservaban las reliquias de la Cruz. San Cirilo, obispo de Jerusalén, en las instrucciones catequéticas que dio en el año 346, en el sitio en que fue crucificado el Salvador, menciona varias veces el madero de la Cruz, «que fue cortado en minúsculos fragmentos, en este sitio, que fueron distribuidos por todo el mundo».

Además, en su carta a Constancio, afirma expresamente que «el madero salvador de la Cruz fue descubierto en Jerusalén, en tiempos de Constantino». En ninguno de estos documentos se habla de santa Elena, que murió el año 330. Tal vez el primero que relaciona a la santa con el descubrimiento de la Cruz sea san Ambrosio, en el sermón «De Obitu Theodosii», que predicó el año 395; pero, por la misma época y un poco más tarde, encontramos ya numerosos testigos, como san Juan Crisóstomo, Rufino, Paulino de Nola, Casiodoro y los historiadores de la Iglesia, Sócrates, Sozomeno y Teodoreto. San Jerónimo, que vivíá en Jerusalén, se hacía eco de la tradición, al relacionar a santa Elena con el descubrimiento de la Cruz. Desgraciadamente, los testigos no están de acuerdo sobre los detalles. San Ambrosio y san Juan Crisóstomo nos informan que las excavaciones comenzaron por iniciativa de santa Elena y dieron por resultado el descubrimiento de tres cruces; los mismos autores añaden que la Cruz del Señor, que estaba entre las otras dos, fue identificada gracias al letrero que había en ella. Por otra parte, Rufino, a quien sigue Sócrates, dice que santa Elena ordenó que se hiciesen excavaciones en un sitio determinado por divina inspiración y que ahí, se encontraron tres cruces y una inscripción. Como era imposible saber a cuál de las cruces pertenecía la inscripción, Macario, el obispo de Jerusalén, ordenó que llevasen al sitio del descubrimiento a una mujer agonizante. La mujer tocó las tres cruces y quedó curada al contacto de la tercera, con lo cual se pudo identificar la Cruz del Salvador.

En otros documentos de la misma época aparecen versiones diferentes sobre la curación de la mujer, el descubrimiento de la Cruz y la disposición de los clavos, etc. En conjunto, queda la impresión de que aquellos autores, que escribieron más de sesenta años después de los hechos y se preocupaban, sobre todo, por los detalles edificantes, se dejaron influenciar por ciertos documentos apócrifos que, sin duda, estaban ya en circulación.

El más notable de dichos documentos es el tratado «De inventione crucis dominicae», del que el decreto pseudogelasiano (c. 550) dice que se debe desconfiar. No cabe duda de que ese pequeño tratado alcanzó gran divulgación. El autor de la primera redacción del Liber Pontificalis (c. 532) debió manejarlo, pues lo cita al hablar del papa Eusebio. También debieron conocerlo los revisores del Hieronymianum, en Auxerre, en el siglo VII. Aparte de los numerosos anacronismos del tratado, lo esencial es lo siguiente: El emperador Constantino se hallaba en grave peligro de ser derrotado por las hordas de bárbaros del Danubio. Entonces, presenció la aparición de una cruz muy brillante, con una inscripción que decía: «Con este signo vencerás» («in hoc signo vinces»). La victoria le favoreció, en efecto. Constantino, después de ser instruido y bautizado por el papa Eusebio en Roma, movido por el agradecimiento, envió a su madre santa Elena a Jerusalén para buscar las reliquias de la Cruz. Los habitantes no supieron responder a las preguntas de la santa; pero, finalmente, recurrió a las amenazas y consiguió que un sabio judío, llamado Judas, le revelase lo que sabía. Las excavaciones, muy profundas, dieron por resultado el descubrimiento de tres cruces.


Se identificó la verdadera Cruz, porque resucitó a un muerto. Judas se convirtió al presenciar el milagro. El obispo de Jerusalén murió precisamente entonces, y santa Elena eligió al recién convertido Judas, a quien en adelante se llamó Ciríaco, para suceder al obispo. El papa Eusebio acudió a Jerusalén para consagrarle y, poco después, una luz muy brillante indicó el sitio en que se hallaban los clavos. Santa Elena, después de hacer generosos regalos a los Santos Lugares y a los pobres de Jerusalén, exhaló el último suspiro, no sin haber encargado a los fieles que celebrasen anualmente una fiesta, el 3 de mayo («quinto Nonas Maii»), día del descubrimiento de la Cruz. Parece que Sozomeno (lib. u, c. i) conocía ya, antes del año 450, la leyenda del judío que reveló el sitio en que estaba enterrada la Cruz. Dicho autor no califica a esa leyenda como pura invención, pero la desecha como poco probable.

Otra leyenda apócrifa aunque menos directamente relacionada con el descubrimiento de la Cruz, aparece como una digresión, en el documento sirio llamado «La doctrina de Addai». Ahí se cuenta que, menos de diez años después de la Ascensión del Señor, Protónica, la esposa del emperador Claudio César, fue a Tierra Santa, obligó a los judíos a que confesaran dónde habían escondido las cruces y reconoció la del Salvador por el milagro que obró en su propia hija.

Algunos autores pretenden que en esta leyenda se basa la del descubrimiento de la Cruz por santa Elena, en tiempos de Constantino. Mons. Duchesne opinaba que «La Doctrina de Addai» era anterior al «De inventione crucis dominicae», pero hay argumentos muy fuertes en favor de la opinión contraria. Dado el carácter tan poco satisfactorio de los documentos, la teoría más probable es la de que se descubrió la Santa Cruz con la inscripción, en el curso de las excavaciones que se llevaron a cabo para construir la basílica constantiniana del Calvario. El descubrimiento, al que siguió sin duda un período de vacilaciones y de investigación, sobre la autenticidad de la cruz, dio probablemente origen a una serie de rumores y conjeturas, que tomaron forma en el tratado «De inventione crucis dominicae». Es posible que la participación de santa Elena en el suceso, se redujese simplemente a lo que dice Eteria: «Constantino, movido por su madre ("sub praesentia matris suae"), embelleció la iglesia con oro, mosaicos y mármoles preciosos». La victoria se atribuye siempre a un soberano, aunque sean los generales y los soldados quienes ganan las batallas. Lo cierto es que, a partir de mediados del siglo IV, las pretendidas reliquias de la Cruz se esparcieron por todo el mundo, como lo afirma repetidas veces san Cirilo y lo prueban algunas inscripciones fechadas en Africa y otras regiones. Todavía más convincente es el hecho de que, a fines del mismo siglo, los peregrinos de Jerusalén veneraban con intensa devoción el palo mayor de la Cruz. Eteria, que presenció la ceremonia, dejó escrita una descripción de ella. En la vida de san Porfirio de Gaza, escrita unos doce años más tarde, tenemos otro testimonio de la veneración que se profesaba a la santa reliquia y, casi dos siglos después el peregrino conocido con el nombre, incorrecto, de Antonino de Piacenza, nos dice: «adoramos y besamos» el madero de la Cruz y tocamos la inscripción.

En cuanto a los hechos del 614, la tradición cuenta que, después de que el emperador Heraclio recuperó las reliquias de la Vera Cruz de manos de los persas, que se las habían llevado quince años antes, el propio emperador quiso cargar una cruz, como había hecho Cristo, a través de la ciudad, con toda la pompa posible. Pero, tan pronto como el emperador, con el madero al hombro, trató de entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó como paralizado incapaz de dar un paso. El patriarca Zacarías, que iba a su lado, le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargado con la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces, el emperador se despojó de su manto de púrpura, se quitó la corona y, con simples vestiduras, descalzo, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo, hasta dejar la cruz en el sitio donde antes se veneraba la verdadera. Los fragmentos de ésta se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas y, cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre todos veneraron las reliquias con mucho fervor. Los escritores más antiguos siempre se refieren a esta porción de la cruz en plural y la llaman «trozos de madera de la verdadera cruz». Por aquel entonces, la ceremonia revistió gran solemnidad: se hicieron acciones de gracias y las reliquias se sacaron para que los fieles pudiesen besarlas y, se afirma, que en aquella ocasión, muchos enfermos quedaron sanos.

Las referencias, antiguas pero muy fundamentales, que trae el Butler-Guinea, son: Dom Leclercq en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. VI, cc. 3131-3139; Acta Sanctorum, mayo, vol. I; Duchesne, Liber Pontificalis, vol. I, pp. CVII-CIX y pp. 75, 167, 378; Kellner Heortology (1908), pp. 333-341; J. Straubinger, Die Kreuzauffindungslegende (1912) ; A. Halusa, Das Kreuzesholz in Geschichte und Legende (1926); H. Thurston en The Month, mayo de 1930, pp. 420-429. Posiblemente la celebraciónd e mayo comenzó en la Galia. El Félire de Oengus y la mayoría de los manuscritos del Hieronymianum hacen mención de la fiesta; pero el manuscrito Epternach asigna como la fecha el 7 de mayo. Según parece, esta última fecha se relaciona con la fiesta que se celebraba en Jerusalén y Armenia en memoria de la cruz de fuego que apareció en el cielo el 7 de mayo del año 351, como lo cuenta san Cirilo en una carta al emperador Constancio. Muy probablemente la fecha del 3 de mayo proviene del tratado apócrifo De inventione crucis dominicae. La más antigua mención de la celebración de la Santa Cruz en occidente parece ser la del leccionario de Silos (c. 650), donde se lee: «Dies sanctae crucis».
Cuadro:

-Piero della Francesca: «Descubrimeinto y prueba de la Santa Cruz», hacia 1460, en la Chiesa San Francesco, en Arezzo.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Teodoro el Estudita (759-826), monje en Constantinopla 

La cruz, árbol de vida

¡Qué hermoso es el aspecto de la cruz! Su belleza no tiene mezcla de bien ni de mal como antiguamente el árbol en el jardín de Edén. La cruz es toda ella admirable, “hermoso a los ojos y deseable para adquirir sabiduría. (Gn 3,6) Es un árbol que da vida y no muerte, luz y no ceguera. La cruz abre el acceso al Edén, no hace salir de él. Este árbol al que subió Cristo como un rey a su carro de combate, ha sido la perdición del diablo que tenía el poder de la muerte. Ha liberado al género humano de la esclavitud del tirano. Sobre este árbol, el Señor como un guerrero de élite, herido en manos, pies y costado divino, ha curado las cicatrices del pecado, es decir, nuestra naturaleza herida por Satanás. 

Después de la muerte en el leño, hemos recobrado la vida gracias a él. Después de haber sido engañados en el leño, por él hemos echado fuera a la serpiente embustera. ¡Qué intercambio tan sorprendente! La vida en lugar de la muerte, la inmortalidad en lugar de la corrupción, la gloria en lugar de la vergüenza. Con razón exclamó Pablo: “Jamás presumo de algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14)... Más allá de toda sabiduría, esta sabiduría que ha brotado en la cruz ha convertido en estupidez las pretensiones de la sabiduría de este mundo...(cf Col 1,17ss)

En la cruz la muerte fue aniquilada y Adán devuelto a la vida. Por la cruz, todos los apóstoles han sido glorificados, coronados los mártires, santificados los santos. Por la cruz nos hemos revestido de Cristo y despojado del hombre viejo. (Ef 4,22) Por la cruz hemos sido conducidos como el rebaño de Cristo y hemos sido reunidos en el aprisco del cielo.

Dolor de atrición, dolor de contrición

El perdón de los pecados es un don gratuito de Dios. Ese perdón supone que uno reconoce su propio pecado y que se duele sinceramente por haber actuado contra Dios

El dolor ante los pecados que uno ha cometido puede ser de dos tipos: imperfecto o perfecto. El dolor imperfecto se llama dolor de atrición. El dolor perfecto se llama dolor de contrición.

La explicación de los mismos fue elaborada a lo largo de los siglos y madurada de modo especial durante el Concilio de Trento.

¿En qué consiste el dolor imperfecto o atrición? Veamos cómo viene explicado en el “Catecismo de la Iglesia Católica”:

“La contrición llamada ‘imperfecta’ (o ‘atrición’) es [...] un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf. Concilio de Trento: DS 1678, 1705)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1453).

El texto recoge elementos esenciales de la atrición. Primero, recuerda que la atrición es don de Dios: descubrir que uno ha pecado es un resultado de la acción de la gracia en el corazón de un hombre. Segundo, describe aspectos de este dolor imperfecto: la pena ante el propio pecado surge al ver la fealdad del mismo y al considerar sus efectos (especialmente la posibilidad de una condenación eterna, es decir, del infierno). Tercero, subraya que la atrición no basta para perdonar los pecados graves, aunque prepara el corazón para acudir al encuentro con la misericordia en el sacramento de la confesión.

El otro dolor es perfecto y se llama contrición. Veamos nuevamente cómo es presentado por el “Catecismo de la Iglesia Católica”:

“Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es ‘un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar’ (Concilio de Trento: DS 1676).

Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama ‘contrición perfecta’ (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf. Cc. de Trento: DS 1677)” (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1451-1452).

Los dos números del Catecismo que acabamos de transcribir nos presentan elementos fundamentales del dolor de contrición (o dolor perfecto). En primer lugar, tal dolor surge desde el amor a Dios, al que el pecador ama “sobre todas las cosas”. En segundo lugar, este dolor implica detestar el pecado y un deseo sincero por no volver a cometerlo.

Además, se indican dos efectos importantes de la contrición: perdona los pecados veniales; y perdona también los pecados mortales, a condición de que haya un propósito firme de acudir cuanto antes al sacramento de la penitencia.

Estas son, en sus líneas básicas, las diferencias entre el dolor de atrición y el dolor de contrición. Los dos surgen desde la acción de Dios en el alma del pecador. Los dos llevan a la búsqueda de su misericordia. Los dos nos introducen en la gran fiesta de los cielos que inicia cuando un pecador se convierte (cf. Lc 15).

Entre los dos dolores, sin embargo, hay una diferencia importante. Uno, la atrición, es imperfecto e insuficiente para lograr inmediatamente el perdón de Dios, si bien dispone al mismo al acercarnos al sacramento de la Penitencia. Otro, la contrición, ya implica ser perdonados, con el propósito de acudir cuanto antes a la confesión. Esa diferencia no impide al pecador avanzar desde la atrición a la contrición: un dolor imperfecto puede ser el inicio de un dolor más maduro y más sincero. De este modo, el alma aprenderá a amar cada día más al Padre de la misericordia que nos ha rescatado del pecado con la muerte de su Hijo hecho Hombre para salvarnos.

Actitud de los publicanos y fariseos
Lucas 7, 31-35. Tiempo Ordinario. Ellos no creen en la misericordia ni en el perdón: creen en los sacrificios. Misericordia quiere, no sacrificios. 


Oración Introductoria

Señor Jesús, acércate a mi vida, quiero tu sabiduría para poder tener un auténtico encuentro con Dios en esta oración, creo, espero y te amo. Ven Señor, ¡no tardes!

Petición
Jesús, te quiero, te pido que pueda gozarte en esta oración.

Meditación del Papa Francisco
Y así se entienden los diálogos fuertes de Jesús, con la clase dirigente de su tempo: se pelean, lo ponen a la prueba, le ponen trampas para ver si cae, porque se trata de la resistencia a ser salvados. Jesús les dice: “Pero yo no les entiendo” y señala que ellos “son como aquellos niños: hemos sonado la flauta y no han bailado; hemos cantado un lamento y no han llorado. ¿Pero qué quieren? ¡Queremos salvarnos como nos gusta!”. Es siempre este el cierre al mundo de Dios.

Por el contrario, el 'pueblo creyente' el cual entiende y acepta la salvación traída por Jesús. Salvación que al contrario, para los jefes del pueblo se reducía en sustancia a cumplir los 613 preceptos creados por su fiebre intelectual y teológica.

Ellos no creen en la misericordia ni en el perdón: creen en los sacrificios. Misericordia quiere, no sacrificios. Quieren que todo esté bien acomodado, bien ordenado, todo claro. Este es el drama de la resistencia para la salvación. También nosotros, cada uno de nosotros tiene este drama dentro de sí.

Pero nos hará bien preguntarnos: ¿Cómo quiero ser salvado? ¿A mi manera? ¿Con una espiritualidad que es buena, que me hace bien, pero que está fija, tiene todo claro y no hay riesgo? O del modo divino, o sea en la vía de Jesús, que siempre nos sorprende, que siempre nos abre las puertas a aquel misterio de la omnipotencia de Dios, que es la misericordia y el perdón. Nos hará bien pensar que este drama está en nuestro corazón.(Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de octubre 2014, en Santa Marta).

Reflexión
Las sectas se aprovechan de la indecisión de muchos cristianos para derrumbarles su fe y para incorporarlos en sus organizaciones. Por eso hemos de estar vigilantes, afianzando cada vez más los principios de nuestra fe católica. Jesús compara a los indecisos con unos chiquillos que han perdido la capacidad de reaccionar ante las invitaciones de sus amigos, pues ni bailan ni lloran. Es como cuando vemos el telediario y, después de una noticia trágica, pasamos a la información deportiva como si nada. Nos conmovimos unos segundos y luego nos olvidamos.

Lo mismo sucede cuando entramos en una iglesia y vemos un crucifijo. Ya no nos llama la atención. ¿Y si viéramos a un hermano nuestro retorciéndose de dolor, colgado en el madero por cuatro terribles clavos? ¿No haríamos todo lo posible por bajarle de ahí?

Cristo espera que nuestro corazón vuelva a palpitar y reaccione ante nuestra realidad y la del mundo. Si nuestra fe está marchita, es hora de que rejuvenezca. Si Jesús sigue clavado en la cruz por nosotros, es tiempo de aprovechar la redención.

Porque si no abrimos los ojos, vendrá alguien a tocar a nuestra puerta y nos arrebatará lo más valioso que tenemos, sin darnos cuenta.

Propósito
Buscar en Dios, y en la oración, la respuesta a mis inquietudes y conocer la palabra de Dios.

Diálogo con Cristo
Jesús, no quiero que lleguen los problemas, las enfermedades o el momento de la muerte para saber reconocer la gran necesidad que tengo de tu presencia en mi vida. Por eso, a raíz de este encuentro contigo en la oración, me propongo valorar mi fe y luchar por conocer más Tu Palabra y la Iglesia.
 
Exaltación de la Santa Cruz
Fiesta, 14 de septiembre


Fiesta
Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.

Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fuellevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.

El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.


Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.

La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.

Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.

Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).

En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz.

Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.

Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.

"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.

Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.

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La Exaltación de la Santa Cruz 

Himno (laudes)

Brille la cruz del Verbo luminosa,
Brille como la carne sacratísima
De aquel Jesús nacido de la Virgen
Que en la gloria del Padre vive y brilla.

Gemía Adán, doliente y conturbado,
Lágrimas Eva junto a Adán vertía;
Brillen sus rostros por la cruz gloriosa,
Cruz que se enciende cuándo el Verbo expira.

¡ Salve cruz de los montes y caminos, 
junto al enfermo suave medicina,
regio trono de Cristo en las familias,
cruz de nuestra fe, salve, cruz bendita!

Reine el señor crucificado,
Levantando la cruz donde moría;
Nuestros enfermos ojos buscan luz, 
Nuestros labios, el río de la vida.

Te adoramos, oh cruz que fabricamos,
Pecadores, con manos deicidas;
Te adoramos, ornato del Señor,
Sacramento de nuestra eterna dicha. Amén 

ORACIÓN

Señor, Dios nuestro, que has querido salvar a los hombres por medio de tu Hijo muerto en la cruz, te pedimos, ya que nos has dado a conocer en la tierra la fuerza misteriosa de la Cruz de Cristo, que podamos alcanzar en el cielo los frutos de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-

Himno (vísperas)

Las banderas reales se adelantan 
Y las cruz misteriosa en ellas brilla:
La cruz en que la vida sufrió muerte
Y en que, sufriendo muerte, nos dio vida.

Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo
Que, al ser herido por la lanza dura,
Derramó sangre y agua en abundancia
Para lavar con ellas nuestras culpas.

En ella se cumplió perfectamente
Lo que David profetizó en su verso,
Cuándo dijo a los pueblos de la tierra:
“ Nuestro Dios reinará desde un madero”.

¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso,
árbol hornado con la regia púrpura
y destinado a que su tronco digno 
sintiera el roce de la carne pura!

¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes, 
en que estuvo colgado nuestro precio,
fuiste balanza para el cuerpo santo
que arrebató su presa a los infiernos!

A ti, que eres la única esperanza, 
Te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos
Que acrecientes la gracia de los justos
Y borres los delitos de los malos.

Recibe, oh Trinidad, fuente salubre
La alabanza de todos los espíritus, 
Y tú que con tu cruz nos das el triunfo, 
Añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén 

Francisco y el mate, en la audiencia

"No nos dejemos robar la esperanza ni la alegría de ser sus discípulos"
Francisco: "¡Ojalá los líderes del mundo puedan decir lo mismo que Jesús: Venid a mí y aprended de mí!"
Denuncia a los pastores príncipes "alejados de la gente y de los más pobres"

José Manuel Vidal, 14 de septiembre de 2016 a las 09:33

Jesús comprende a los pobres, porque él mismo es pobre

(José M. Vidal).- Audiencia papal, tras la misa de las 7 de la mñana, en Santa Marta, en recuerdo del "mártir" padre Jacques Hamel, asesinado por los yihadistas. En la catequésis, el Papa Francisco glosa la ligereza del yugo de Cristo, que es esperanza y consuelo para los pobres. En esa clave denuncia a los obispos príncipes y pide a los líderes del mundo que imiten a Jesús y puedan decir, como Él, "venid a mí y aprended de mí".

Antes de la audiencia, en el recorrido entre la gente, el Papa bendice, abraza a los niños,toma mate que le ofrecen y anima especialmente a una madre con un niño enfermo y a una anciana.

Algunas frases de la catequesis
"Tres imperativos del Señor"
"El primero, venid a mí" "Los pobres saben que dependen de la misericordia de Dios"
"La conversión consiste en descurbir la misericordia del Señor" "El segundo imperativo: "tomad mi yugo"
"El tercer imperativo: aprended de mí"
"Jesús comprende a los pobres, porque él mismo fue pobre"
"¡Ojalá los líderes del mundo puedan decir lo mismo que Jesús: ¡Venid a mí y aprended de mí!"
"Jesús comprende a los pobres, porque él mismo es pobre"
"¿Por qué es capaz de decir estas cosas? Porque se hizo vecino a todos. Un pastor que estaba entre la gente, entre los pobres. Trabajaba con ellos. Jesús no era un príncipe"

"Está mal en la Iglesia cuando los pastores se convierten en príncipes, alejados de la gente y de los más pobres. Este no es el espíritu de Jesús. A estos pastores Jesús los rechazaba y le decía a la gente: ¡Haced lo que ellos os dicen, pero no hagáis lo que hacen!"

"Vivir de la misericordia, para ser instrumentos de misericordia"
"Vivir de misericordia es sentirse necesitados de la misericordia de Jesús"
"Caminamos con Él. Nunca estamos solos. Adelante. No nos dejémos quitar la alegría de ser discípulos del Señor"
"¡No nos dejemos robar la esperanza de vivir con Él y con la fuerza de su consuelo!"

 

Texto del saludo del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús se dirige a sus discípulos para extenderles una invitación y lo hace a través de tres imperativos: «Vengan a mí», «tomen mi yugo», y «aprendan de mí». Jesús se dirige a quienes están cansados y agobiados para que confíen en él y encuentren alivio en su misericordia. Es una invitación a descubrir la voluntad de Dios, entrando en comunión con él y cargando con su cruz.

La propuesta de Jesús es un camino de conocimiento e imitación. Él no es un maestro severo que impone los pesos que él no ha llevado. Él mismo se ha hecho pequeño y humilde, su ejemplo nos enseña y es el camino a seguir. Tenemos que pedir a Dios la gracia de tener la mirada limpia de Jesús que nos hace comprender cuánto camino debemos aún recorrer; pero al mismo tiempo nos da la alegría de saber que estamos caminando con él y no estamos solos. 

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los invito a pedir el don de la alegría, que es la gracia de sentirse discípulo de Jesús; de vivir junto a él con la fuerza de su consuelo y misericordia. Muchas gracias.


 

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Durante este Jubileo hemos reflexionado muchas veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios. Hoy, nos detenemos en un pasaje conmovedor del Evangelio (Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús dice - lo hemos escuchado -: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. [...] Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio» (vv. 28-29). La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontraran descanso y alivio. La invitación es dirigida en forma imperativa: «vengan a mí», «tomen mi yugo», y «aprendan de mí». ¡Tal vez los líderes del mundo pudieran decir esto! Tratemos de coger el significado de estas expresiones.

El primer imperativo es «Vengan a mí». Dirigiéndose a aquellos que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Y así dice, el pasaje de Isaías: «El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (50,4). A estos desconsolados de la vida, el Evangelio muchas veces une también a los pobres (Cfr. Mt 11,5) y los pequeños (Cfr. Mt 18,6). Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus propios medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden confiar en Dios. Conscientes de la propia humilde y mísera condición, saben que dependen de la misericordia del Señor, esperan de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a sus expectativas: convirtiéndose en sus discípulos reciben la promesa de encontrar consolación para toda la vida.

Una promesa que al final del Evangelio es extendida a todas las naciones: «Vayan - dice Jesús a los Apóstoles - y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del Jubileo, en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la Misericordia abierta en las catedrales y en los santuarios y en tantas iglesias del mundo; en los hospitales, en las cárceles... ¿Para qué atravesar esta Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para encontrar la amistad de Jesús, para encontrar el alivio que solo da Jesús. Este camino expresa la conversión de todo discípulo que se pone en el seguimiento de Jesús. Y la conversión consiste siempre en descubrir la misericordia del Señor. Y esta misericordia es infinita e inagotable: es grande la misericordia del Señor. Atravesando la Puerta Santa, pues, profesamos «que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos». (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 7).

El segundo imperativo dice: «Tomen mi yugo». En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y, de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la Ley. En polémica con los escribas y doctores de la Ley, Jesús pone sobre sus discípulos su yugo, en el cual la Ley encuentra su pleno cumplimiento. Les quiere enseñar a ellos que descubrimos la voluntad de Dios mediante su persona: mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones frías que el mismo Jesús condena. Podemos leer el capítulo 23 de Mateo, ¿no?. Él está al centro de su relación con Dios, está en el corazón de las relaciones entre los discípulos y se pone como fulcro de la vida de cada uno. Recibiendo el "yugo de Jesús" todo discípulo entra así en comunión con Él y es hecho participe del misterio de su cruz y de su destino de salvación.

Sigue el tercer imperativo: «Aprendan de mí». A sus discípulos Jesús presenta un camino de conocimiento y de imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros cargas que Él no lleva: esta era la acusa que Él hacía a los doctores de la ley. Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados porque Él mismo se ha hecho pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los sufrientes porque Él mismo es pobre y experimento los dolores. Para salvar a la humanidad Jesús no ha recorrido un camino fácil; al contrario, su camino ha sido doloroso y difícil. Come lo recuerda la Carta a los Filipenses: «Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (2,8). El yugo que los pobres y los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él ha llevado antes de ellos: por esto es un yugo ligero.

Él se ha cargado sobre sus espaldas los dolores y los pecados de la entera humanidad. Para el discípulo, por lo tanto, recibir el yugo de Jesús significa recibir su revelación y acogerla: en Él la misericordia de Dios se ha hecho cargo de la pobreza de los hombres, donando así a todos la posibilidad de la salvación. Pero, ¿por qué Jesús es capaz de decir estas cosas? Porque Él se ha hecho todo en todos, cercano a todos, a los pobres. Era un pastor que estaba entre la gente, entre los pobres. Trabajaba todo el día con ellos. Jesús no era un príncipe. Es feo para la Iglesia cuando los pastores se convierten en príncipes, alejados de la gente, alejados de los más pobres: este no es el espíritu de Jesús. A estos pastores Jesús los amonestaba, y sobre estos pastores Jesús decía a la gente: "pero, hagan aquello que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen".

Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros existen momentos de cansancio y de desilusión. Entonces recordémonos estas palabras del Señor, que nos dan mucha consolación y nos hacen entender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro cansancio es causado por haber puesto la confianza en cosas que no son esenciales, porque nos hemos alejado de lo que vale realmente en la vida. El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defraudada. Estamos llamados a aprender de Él que cosa significa vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia. Vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia: vivir de misericordia, es sentirse necesitados de la misericordia de Jesús, aprendamos a ser misericordiosos con los demás.

Tener fija la mirada en el Hijo de Dios nos hace entender cuanto camino todavía debemos recorrer; pero al mismo tiempo nos infunde la alegría de saber que estamos caminando con Él y no estamos jamás solos. ¡Entonces, animo! No dejémonos quitar la alegría de ser discípulos del Señor. "Pero, padre, yo soy pecador, soy pecadora, ¿Cómo puedo hacer? Déjate mirar por el Señor, abre tu corazón, siente sobre ti su mirada, su misericordia, y tu corazón estará lleno de alegría, de la alegría del perdón, si tú te acercas a pedir el perdón". No dejémonos robar la esperanza de vivir esta vida junto a Él y con la fuerza de su consolación. Gracias.

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