«Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres»

Evangelio según San Lucas 8,1-3. 

Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes. 

San Cornelio Papa

Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires

Memoria de san Cornelio, papa, y san Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por todo el orbe cristiano, porque, en días de persecución, ambos testimoniaron su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo.

Oh Dios, que has puesto al frente de tu pueblo, como abnegados pastores y mártires intrépidos, a los santos Cipriano y Cornelio, concédenos, por su intercesión, fortaleza de ánimo y de fe para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Benedicto XVI, papa 2005-2013 Audiencia general del 14•02•07

«Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres»

Sabemos que entre sus discípulos, Jesús escogió a doce para ser los padres del nuevo Israel, y los escogió para que «estuvieran con él y enviarlos a predicar». Este hecho es evidente, pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo Pueblo de Dios, escogió también a muchas mujeres para que fueran del número de sus discípulos. No puedo hacer más que evocar brevemente las que se encuentran en el camino del mismo Jesús, desde la profetisa Ana hasta la Samaritana, la Sirofenicia, la mujer que sufría pérdidas de sangre y a la pecadora perdonada. No insistiré sobre los personajes que entran en algunas parábolas vivientes, por ejemplo la del ama de casa que cuece el pan, la que limpia la casa porque pierde la moneda de plata, la de la viuda que importuna al juez. En nuestra reflexión de hoy son más significativas estas mujeres que han jugado un papel activo en el conjunto de la misión de Jesús.

Naturalmente, en primer lugar se piensa en la Virgen María, que por su fe y su colaboración maternal coopera de manera única a la redención hasta el punto que Elisabet pudo proclamarla «bendita entre todas las mujeres», añadiendo: «Dichosa la que ha creído». Hecha discípula de su Hijo, María manifiesta en Caná su absoluta fe en él, y lo siguió hasta la cruz donde recibió de él una misión maternal para con todos los discípulos de todos los tiempos, representados allí por Juan.

Detrás de María vienen muchas mujeres, las cuales, a títulos diversos, han ejercido alrededor de la persona de Jesús funciones de diversa responsabilidad. Son ejemplo elocuente de ello las que seguían a Jesús asistiéndole con sus recursos y de las que Lucas nos transmite algunos nombres: María de Magdala, Juana, Susana, y «otras muchas». Seguidamente los Evangelios nos informan que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús a la hora de la Pasión. Entre ellas destaca, de manera particular, María de Magdala, la cual, no tan sólo asistió a la Pasión, sino que fue la primera en recibir el testimonio del Resucitado y a anunciarle. Es precisamente a ella a quien santo Tomás de Aquino reserva el calificativo único de «apóstol de los apóstoles», y añadiendo este bello comentario: «Así como unamujer anunció al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer anunció a los apóstoles palabras de vida».

El sentido cristiano de la Eucaristía

Para entenderlo es necesario primero comprender algunas bases de la fe cristiano católica

Por: Christian | Fuente: Apologia21.com 

El sentido cristiano de la eucaristía se escapa a los protestantes, pero es lógico, para que ellos lo puedan entender necesitan primero comprender algunas bases de nuestra fe que ellos desecharon hace cuatro siglos. Veremos aquí por qué no lo entienden y qué puntos previos necesitan entender y por qué la eucaristía, tal como la conserva la Iglesia, es plenamente bíblica y mantiene la Tradición de la Iglesia primitiva.

Hace poco un protestante nos dijo que el concepto de misa de los católicos era blasfemo porque según nuestra fe nosotros matamos de nuevo a Jesús en cada misa. Y lo dijo sinceramente. Esta afirmación puede dejar perplejo a un católico pero no es infrecuente que los protestantes lo digan. Ciertamente no es extraño que un protestante pueda tener esa idea de la misa católica, al fin y al cabo los católicos afirmamos que la eucaristía no es un símbolo sino un sacrificio real, que el pan  y el vino no representan sino que son el cuerpo y la sangre de Cristo ofrecidos a Dios como sacrificio. Por tanto la acusación protestante parece tener sentido y de hecho muchos católicos, a pesar de sentir que tal afirmación es muy contraria a su fe, no saben cómo argumentar contra ella.

Las críticas que puede hacer, y a menudo hace, un protestante al sacrificio de la misa provienen de varios frentes, fundamentalmente cuatro:

1- Las palabras de Jesús en la Última Cena no pueden entenderse literalmente, sino alegóricamente. Cuando dijo que el pan y el vino eran su cuerpo y su sangre lo decía simbólicamente. El mismo Jesús dijo “haced esto en memoria mía”, así que el partir el pan entre los cristianos era y es sólo un acto para recordar a Jesús, un mero símbolo.

2- Jesús es nuestro único sacerdote, según dijo San Pablo,  así que ¿cómo puede haber en el cristianismo otros sacerdotes realizando a Dios sacrificios?

3- El sacrificio de Jesús en la cruz fue único y definitivo, tal como afirma la Biblia, no se puede repetir ni replicar.

4- En cualquier caso, lo que Jesús estaba haciendo en la Última Cena era simplemente una acción de gracias, que era la esencia de la Pascua Judía, así que de haber allí algún sacrificio este sería un sacrificio de acción de gracias y no un sacrificio expiatorio (por el perdón de los pecados), el cual ocurrió en la cruz de una vez para siempre y es por tanto irrepetible.

Responderemos ahora a estas cuatro cuestiones con la esperanza de que sirva para que los católicos encuentren argumentos y para que los protestantes logren comprender por qué nuestra fe es como es y por qué está fundada en la Biblia. Pero no vamos a dar aquí unas respuestas rápidas a este espinoso problema, pues al igual que profundas son las divergencias, profundas deben ser las explicaciones para lograr aclarar los problemas desde su misma raíz.

PUNTOS DE PARTIDA PARA ENTENDER EL CRISTIANISMO CATÓLICO

No vamos aquí a hablar de las bases del cristianismo, sino sólo de cuatro puntos clave que hay que tener presentes para que un protestante pueda entender nuestra eucaristía. Si no se tienen estos puntos claros resultará muy difícil, o más bien imposible, que un protestante comprenda este sacramento y por tanto cualquier explicación sobre la eucaristía resultará insatisfactoria desde su punto de vista.

A- LOS PADRES SABEN MÁS Y MEJOR
Una vez estaba leyendo un documento antiguo que narraba un suceso de mi localidad con la intención de contar esa historia en lenguaje actual para el público moderno. Al leerlo por primera vez no parecí hallar dificultades pero cuando empecé a contar esa historia con mis propias palabras descubrí que algunas frases me resultaban totalmente ambiguas, y el contexto a veces me aclaraba el sentido correcto y a veces no. Por ejemplo recuerdo esta frase: “Teníale el alcaide asaz ojeriza a Martin por ser éste harto envidioso”. Sin ningún problema yo conté que el alcaide de la prisión se llevaba muy mal con Martín porque Martín era una persona muy envidiosa. Entonces alguien me dijo “¿Martín era envidioso?, ¿pues no dice ahí que el envidioso era el alcaide y por eso odiaba al pobre Martín?”. Cierto, aunque en mi opinión menos probable, esa otra interpretación también era válida, pues el texto no nos aclaraba nada más sobre el carácter de ambos. Si quien escribió dicho texto estuviera aún vivo y a mano, el dilema se habría resuelto fácilmente preguntándole a él quién era el envidioso, si Martín o el alcaide, y punto aclarado. Igualmente nos lo podría aclarar alguien que hubiera conocido los hechos.

En el cristianismo ocurre lo mismo. Si sólo tenemos la Biblia encontraremos muchas palabras, frases, textos e incluso pasajes enteros que pueden ser interpretados de más de una manera. Nosotros actualmente sólo podemos recurrir al contexto bíblico para intentar dilucidar qué interpretación es la más correcta, pero incluso así hay muchos pasajes que mantienen su ambigüedad y admiten más de una interpretación.

Por el contrario la situación era muy diferente a finales del siglo primero. Por entonces muchas comunidades cristianas ya tenían acceso a algunos escritos del Nuevo Testamento, pero al mismo tiempo habían recibido esas enseñanzas a través de predicadores cristianos que eran apóstoles o discípulos de Jesús o discípulos de los apóstoles o discípulos de algún discípulo de ellos. Tenían la fe oral recibida y a veces los textos recibidos, dos fuentes diferentes que trataban los mismos temas, así que para ellos las ambigüedades se reducían mucho, pues lo que el texto no dejaba claro, puede que por vía oral sí les hubiera llegado claro. La predicación oral además tiene una gran ventaja que el texto no tiene: podemos hacer preguntas a la persona que nos está predicando, de modo que si nos dicen algo que no entendemos o no nos queda claro, podemos preguntarle o pedirle que lo explique mejor. Sin embargo el texto es lo que es, o lo entiendes bien o no.

Más aún, los cristianos de la Iglesia primitiva a menudo tenían a su alcance a gente que había sido testigo de los acontecimientos o que había recibido la predicación de Jesús o los apóstoles o de discípulos de éstos, con lo cual si estudiaban un texto bíblico y algo no se entendía, podían acudir a esas personas y pedirles aclaraciones. Esa posibilidad de conseguir información clara de primera mano duró hasta finales del siglo I, y a partir de ahí pudieron aún conseguir información de segunda mano, luego de tercera mano y así sucesivamente, con lo que poco a poco la posibilidad de pedir aclaraciones va disminuyendo, pero todas esas aclaraciones sobreviven en unas comunidades que, no olvidemos, extendían su mensaje principalmente por vía oral (pocos sabían leer). Los textos (leídos en comunidad) eran un apoyo a la fe oral recibida de los predicadores pero el cristianismo del principio fue una fe transmitida fundamentalmente o exclusivamente mediante la predicación oral. Veamos la visión que tenía del asunto un padre de la Iglesia, Papias, a finales del siglo primero:

Junto con las interpretaciones [de las Escrituras], no vacilaré en añadir todo lo que aprendí y recordé cuidadosamente de los ancianos, porque estoy seguro de la veracidad de ello. A diferencia de la mayoría, no me deleité en aquellos que decían mucho, sino en los que enseñan la verdad; no en los que recitan los mandamientos de otros, sino en los que repetían los mandamientos dados por el Señor. Y siempre que alguien venía que había sido un seguidor de los ancianos, les preguntaba por sus palabras: qué habían dicho Andrés o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Jacobo, o Juan, o Mateo o cualquiera otro de los discípulos del Señor, y lo que Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor, estaban aún diciendo, porque no creía que la información de libros pudiera ayudarme tanto como la palabra de una voz viva, sobreviviente (Papías de Hierapolis, discípulo de San Juan, cerca del año 100, citado por Eusebio de Cesarea en su obra Historia eclesiástica III, 39)

Cuando existía alrededor mucha gente que conocía la nueva fe por vía directa o de segunda o tercera mano, las dudas se aclaraban preguntando. Cuando muchos siglos después los protestantes establecieron la doctrina de la “sola scriptura”, o sea, que la fe sólo puede basarse en los textos bíblicos y en nada más, fue como poner el reloj de la historia del cristianismo a cero, pero esta vez sin testigos, y entonces se encontraron con que el mensaje de Jesús les llegaba únicamente a través de unos textos escritos hace siglos, y cuando algo no estaba claro, no había nadie a quien preguntar. Eso motivó que desde el primer momento empezasen a surgir entre ellos interpretaciones diferentes, incluso opuestas, aunque todas igualmente razonadas y basadas en las Escrituras.

Sin embargo la Iglesia católica está en una posición muy diferente. Cuando al principio teníamos la posibilidad de hacer preguntas y aclaraciones a aquellos que estaban predicando y divulgando la fe, las ambigüedades podían resolverse y las aclaraciones necesarias se podían pedir, y muchos textos escritos por los primeros cristianos nos sirven hoy para aclarar y entender mejor el mensaje de la Biblia. Por lo tanto la Iglesia dispone de más información fidedigna de la que tienen los protestantes, pues las fuentes y orales y escritas del principio no eran fuentes diferentes sino interrelacionadas y ambas se apoyan al tiempo que cada una arroja luz sobre la otra, es lo que llamamos la Escritura y la Tradición. Los textos de los “padres” de la Iglesia (cristianos del principio que dejaron textos escritos) comienzan ya en el siglo primero, pero veremos como ejemplo uno del siglo segundo:

SAN IRENEO DE LYON (años c. 130-202) nació después de la era apostólica, murió entrado el siglo tercero, pero era discípulo de San Policarpo, que a su vez fue discípulo del apóstol Juan. Sus aclaraciones doctrinales son numerosas porque no sólo escribió para cristianos debidamente evangelizados, sino que también escribió para desmontar las herejías que en su tiempo empezaron a surgir en algunos grupos minoritarios. Para luchar contra estas herejías Ireneo explicaba y argumentaba el auténtico sentido de esas doctrinas, así que sus textos son una fuente inapreciable para resolver muchas de las mismas polémicas que siglos después resucitarían los protestantes. Su autoridad doctrinal le viene por dos sitios. Primero porque había recibido la fe directamente de un discípulo de los apóstoles y por tanto su maestro sabría aclararle debidamente cualquier duda o problema que le hubiera surgido. Segundo porque sus doctrinas y explicaciones estaban en armonía con la Iglesia mayoritaria, que de haber pensado distinto habría descalificado y rechazado sus obras en lugar de atesorarlas. No tendría sentido pensar que dos generaciones después de los apóstoles la mayoría de la cristiandad se había desviado de la doctrina verdadera (sería como si el Espíritu Santo hubiera fracasado y Jesús hubiera roto su promesa).

Por eso lo que nos dice San Ignacio sobre muchos asuntos tiene por lógica más valor que las elucubraciones que muchos siglos después ciertos hombres pudieron hacer al interpretar a su modo los textos bíblicos que se prestan a cierta ambigüedad. O es que si ahora pudiéramos hacer preguntas a un discípulo de San Juan ¿no pensaríamos que sus respuestas tienen un gran peso por haber aprendido el cristianismo directamente de los apóstoles? Pues eso es lo que hizo San Ignacio durante años, aprender de un discípulo de San Juan y preguntarle todas las dudas que le pudieron surgir. Por eso las doctrinas y explicaciones que él nos ha transmitido en un montón de libros son palabras que deben ser escuchadas con mucha atención. Y eso es lo que hace la Iglesia, tomarse muy en serio lo que nos cuenta San Ireneo y los demás padres de la Iglesia. Sus palabras no tienen la infalibilidad de la Biblia pero nos ayudan mucho a entenderla correctamente y evitar que nos perdamos en interpretaciones personales.

Por todo esto es útil e incluso necesario acudir a los padres de la Iglesia en busca de aclaraciones. La fe que se halle en sintonía con la fe de esos primeros cristianos será más verdadera que la que les contradiga. En cualquier asunto que queramos discutir, investigar a ver qué decían ellos es una parte fundamental para esclarecer las dudas que puedan surgir.

B- EL TIEMPO Y EL NO TIEMPO: LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD
Los hombres nos movemos en un mundo regido por el espacio y por el tiempo, y por tanto nos resulta casi imposible pensar fuera de estas dos categorías. Todo lo que es y lo que ocurre sucede en un lugar y en un momento determinado. Los primeros cristianos aceptaban las doctrinas cristianas tal como se las predicaban, pero posteriormente, cuando empezaron a reflexionar sobre ello, surgían muchas preguntas condicionadas por el ¿cuándo? y el ¿dónde? que causaban ciertas dificultades e incluso generaban contradicciones. Por ejemplo, si Jesús nos abrió las puertas del cielo y nos trajo la salvación, eso significa que antes de Jesús el hombre no podía entrar en el cielo. Entonces, ¿a dónde iban las almas de los justos antes de la muerte de Cristo?

Esta pregunta surge del problema del tiempo (¿antes?) y del espacio (¿dónde?). Si tras la muerte sólo había cielo e infierno y el cielo estaba cerrado, entonces lógicamente esas almas tendrían que estar en el infierno esperando la llegada del Salvador. Pero entonces, ¿cómo podía Dios castigar con el infierno a quienes eran justos? ¿Podemos imaginarnos a Moisés, Abraham, David o Juan Bautista en el infierno? Ciertamente no, por eso se crea el concepto de “limbo” o “seno de Abraham” como un tercer “lugar” (otra vez el espacio). Los justos no van al infierno (del cual jamás se puede salir) y antes de que Cristo nos salvara no se podía ir al cielo, así que el cristianismo parecía caer en contradicción. El concepto del limbo parecía necesario para evitar enviar a los justos al infierno eterno.

Pero la ciencia vino en ayuda de la religión. En 1915 Einstein publicó su Teoría de la Relatividad, en la cual se postula que el tiempo, al igual que el espacio, es un atributo de la materia, lo cual pudo ser demostrado por la ciencia posterior. De repente, este avance científico arroja claridad sobre un montón de asuntos que anteriormente eran oscuros. Si el tiempo y el espacio son atributos de la materia, entonces en el plano espiritual no existe tiempo ni espacio. Ahora se ve que “la eternidad” no significa “un tiempo sin fin”, sino “la ausencia de tiempo”, tal como ya supo ver San Agustín siglos antes de Einstein, ya en el siglo IV:

Según San Agustín, el tiempo fue creado por Dios … Dice que sería una contradicción asumir que el tiempo fue creado en cierto momento, ya que esto implicaría que el tiempo ya existía antes de ser creado, lo cual sería absurdo … sería tan imposible crear el tiempo en el tiempo, como lo sería crear la tierra y el cielo en la tierra y el cielo …. Para San Agustín, en efecto, no hay nada temporalmente anterior a la creación del tiempo. No obstante, mantiene que la eternidad o la falta de existencia del tiempo, es lógicamente, si no temporalmente, previa a la existencia del tiempo. Dios existe en la eternidad y Su Palabra es coeterna con Él. Es con esta Palabra (la cual no fue pronunciada dentro del tiempo) con la que Dios creó el cielo, la tierra y el tiempo. La Palabra de Dios, entonces, no es como las palabras del hombre; nunca tuvo comienzo o fin, ni nunca sonó o se extinguió, al contrario, mora por siempre en silencio completo. Por siempre fue pronunciada y lo será eternamente. Según él, en la eternidad no existe cambio y, por consiguiente, la ausencia del tiempo en ella es absoluta. (Ronald Suter, El concepto del tiempo según San Agustín, 1962)

La pregunta de antes ahora carece de sentido. Preguntar dónde estaba Moisés antes de la Resurrección de Cristo es un absurdo pues en el Más Allá no hay tiempo, así que “antes” o “después” no existen. El resultado es que la Salvación de Jesús, siendo un acontecimiento físico, es a la vez fenómeno espiritual con consecuencias en el mundo espiritual, y allí no hay tiempo, así que cuando Moisés muere y pasa al plano espiritual, se encuentra con que Jesús nos ha salvado, así que puede entrar en el cielo, no tiene que “esperar” a nada pues esperar supone tiempo, y el tiempo allí no existe. Visto desde nuestro punto de vista material, es como si al morir, todos llegáramos al cielo al mismo tiempo, incluido el Jesús resucitado, por lo que nadie tuvo que esperar a que Jesús resucitara ni ahora tiene que esperar hasta que empiece el Juicio Final. El concepto de limbo (que no era una doctrina sino un concepto teológico usado para explicar algo) ya no es necesario, al menos no lo es para el asunto de los justos muertos antes de la muerte de Jesús.

También, en nuestra opinión, se resuelve otro tema. Si el cristianismo sostiene que el hombre es una unidad cuerpo+alma (y no una dualidad como creían los paganos), entonces ¿por qué al morir el alma se separa del cuerpo y sobrevive sin él hasta que llegue la resurrección de la carne el Día del Juicio Final? Es como si nuestro verdadero yo sobreviviera a la muerte sólo en el alma, mientras el cuerpo se pudre y desaparece. Pero si desaparece el tiempo al morir, entonces nos encontramos con que todo sucede simultáneamente: morimos, pasamos el Juicio y recuperamos nuestro cuerpo glorificado, y si nos mandan al cielo y nuestra alma no es pura, Dios nos purifica en el proceso conocido como “purgatorio” en la teología católica. El resultado es que al morir, si somos salvos, pasamos al cielo mediante un proceso en el cual el alma es purificada y el cuerpo es glorificado. No habría pues una fase intermedia de “alma descarnada”, el ser humano no dejaría en ningún momento de ser cuerpo+alma, ni siquiera con la muerte.

Resulta que algunas de las dificultades que el cristianismo suponía para teólogos, filósofos y escépticos se debían precisamente a que algunas de sus verdades se adelantaban a la ciencia del momento, al igual que la ciencia del futuro tal vez nos pueda explicar cosas que hoy aún resultan difíciles de entender en el cristianismo.

C- DIOS SE ENCARNÓ Y SE HIZO HOMBRE… PARA SIEMPRE
La historia del Génesis nos muestra cómo Dios es perfecto, bueno, y el hombre imperfecto e inclinado al pecado. La Biblia nos dice que nada imperfecto puede entrar en el cielo y estar en presencia de Dios (Apocalipsis 21:27). Por eso Dios, que nos ama y quiso tenernos por siempre a su lado, buscó la forma de lograr que nosotros pudiéramos habitar en el cielo, o sea, buscó la manera de salvarnos.

Siendo Dios todopoderoso, podía habernos salvado de cualquier forma que eligiese. Más sencillo aún, pudo habernos salvado simplemente deseando que así fuera, sin mover un dedo, o soplando sobre la tierra, por ejemplo. Pero de todas las formas posibles, Dios eligió hacerse hombre. Para que el hombre pudiera hacerse perfecto y digno de Dios, Dios quiso primero bajar a nuestro nivel y hacerse hombre como nosotros, y siendo hombre nos enseñó, nos dio su ejemplo y sufrió y murió por nosotros para compartir plenamente las dificultades humanas. Y así mismo eligió mantener por siempre un cuerpo humano allá en el cielo. Por lo tanto la Encarnación de Jesús no fue una necesidad ni un “pequeño detalle”, está en toda la base del cristianismo, es la manera en la que Dios quiso reconciliarse con la raza humana.

El hombre está atrapado en el mundo físico, para conocer y relacionarse necesita valerse de los sentidos, tiene que ver, tocar, oír, sentir, etc. para poder salir de sí mismo y abrirse al mundo exterior. Si alguien naciera sin sentidos que lo conectasen con el mundo, esa persona sería como un animal, no podría aprender nada. No sorprende por tanto que Dios eligiera hacerse carne para de ese modo hacerse accesible al hombre. La diferencia quizá más grande entre el judaísmo y el cristianismo, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, es que ahora Dios se hace uno de nosotros y comparte nuestra vida. Más aún, decide seguir siendo hombre una vez cumplida su misión, y tras enseñarnos y morir por nosotros, resucita con su cuerpo humano y asciende al cielo con ese cuerpo humano, de modo que en este momento y por siempre una parte esencial de Dios, el Hijo, es Dios y hombre al mismo tiempo: Dios ya no es sólo espíritu, también es carne, físico. Si bien decidió hacerse hombre para salvarnos, el hecho de decidir seguir siendo hombre para toda la eternidad indica claramente que quiere relacionarse con nosotros de forma física, no sólo espiritual. Desde el momento de la Encarnación y ya por siempre, la relación del hombre con Dios pasa a ser no sólo espiritual sino también física, pues Dios comprende que el hombre físico necesita relacionare de forma también física para lograr una auténtica comunión con Dios, algo que el Dios del Antiguo Testamento no podía ofrecer.

Mientras Jesús habitó en la tierra la gente pudo verle, tocarle, oírle… pero cuando se fue al cielo, al igual que quiso mantener su cuerpo humano, también quiso dejar en la tierra una nueva forma de relacionarnos con Dios que se basara en parte en ese universo físico que para nosotros resulta comprensible y cercano. El hombre necesita ver y tocar a Dios para sentirlo plenamente, necesita usar su cuerpo y sus sentidos, y no sólo su alma o su mente, para sentir que llega a Él, y cuando Dios se relaciona con él, el hombre necesita sentirlo también de forma física.

Por eso Jesús dejó en la tierra una Iglesia física y visible que encarnara su cuerpo místico, por eso nos dejó la eucaristía como la mejor forma de poder sentir de nuevo su presencia real, por eso la acción de Dios en nosotros se lleva a cabo mediante sacramentos, que son actos físicos que transmiten un acto divino (bautismo, comunión, confesión, etc.) y por eso tiene sentido que los católicos nos valgamos también de cosas físicas que en ocasiones hemos desarrollado por nuestra cuenta para lograr un estado espiritual que nos acerque a Dios, como las imágenes, el rosario, el incienso, etc.

El cristianismo católico es una religión en la que el hombre se relaciona con Dios de forma física y espiritual al mismo tiempo, sin tener que sacrificar toda una dimensión de su ser. Si el hombre es cuerpo y es alma, y ahora Dios es también cuerpo y alma, no tiene ningún sentido que para relacionarnos con Dios dejemos el cuerpo a un lado como si no fuera parte nuestra o parte de Dios. De hecho si Dios quiso retener su cuerpo físico al volver al cielo fue precisamente para que el hombre pudiera relacionarse con él también físicamente, sólo así la relación entre Dios y el hombre puede ser una relación plena y total, no como anteriormente. Por eso también tras la muerte resucitará nuestro cuerpo, para que también allí nuestro ser sea pleno, y al tener cuerpo también Dios, nuestra comunión con Él será perfecta.

Por el contrario el protestantismo, por algún motivo, renunció al cuerpo, no sólo al nuestro sino también al de Dios.

Por supuesto los protestantes saben que el hombre tiene cuerpo, no sólo alma, y saben que Dios tiene también cuerpo, no sólo espíritu, pero ellos decidieron que la relación entre Dios y el hombre tenía que realizarse de un modo exclusivamente espiritual, sin que nada físico interviniera en ello.

Ni siquiera en el Antiguo Testamento, donde Dios era sólo espíritu, el culto rechazaba lo físico por completo.

Este hecho hace que los protestantes no sólo no logren entender gran parte de las doctrinas, usos y costumbres de los católicos, sino que incluso consideren que todos esos elementos físicos del catolicismo son en realidad una contaminación pagana que debería desaparecer.

D- EL HOMBRE PUEDE COOPERAR CON DIOS EN LA SALVACIÓN
Otra consecuencia fundamental de la Encarnación es la posibilidad de que el hombre colabore con Jesús en la salvación de la humanidad, tal como afirmó el mismo San Pablo (Colosenses 1:24). Resumiendo mucho el argumento podríamos decirlo de la siguiente forma:

Jesús nos salvó mediante su muerte en la cruz, pero Dios como tal no puede morir, fue en su naturaleza humana como murió, es el Dios encarnado el que muere. Aquí los musulmanes, por ejemplo, dicen que eso es una barbaridad, pues Dios no puede morir. Pero el Dios encarnado sí. Morir para el hombre no es desaparecer (como piensan los ateos), sino simplemente abandonar el mundo físico para pasar al plano espiritual. En ese sentido el Dios encarnado sí murió, pues Jesús abandonó el mundo físico hasta que regresó al resucitar tres días después. Pero para que el Hijo pudiera morir era imprescindible su naturaleza humana. Cristo nos salvó mediante su muerte en la cruz, y nos salvó porque era Dios, pero pudo sufrir por nosotros y morir porque era hombre. Y tal vez en ese momento la encarnación tome su sentido más pleno. Dios eligió añadir a su naturaleza divina la naturaleza humana para salvarnos. Los católicos creemos que esa unión de lo humano y lo divino para salvarnos no se limita al Cristo crucificado, igualmente Dios quiere que el hombre siga colaborando con Dios para que esa salvación se propague a través de la historia hasta el fin de los tiempos. Así lo entendían los primeros cristianos y así lo entendemos nosotros.

El argumento teológico para justificar esto se encuentra en la afirmación constante del Nuevo Testamento al asegurar que Jesús era Dios y hombre verdadero. Puesto que todos los cristianos aceptamos que Jesús, además de Dios, fue “verdaderamente hombre” y en todo semejante a nosotros “excepto en el pecado”, de ahí podemos deducir que si la naturaleza humana de Jesús colaboró en la salvación de la humanidad, igualmente el hombre puede colaborar con Dios en la salvación. De no ser así entonces el pecado no sería la única excepción y estaríamos hablando de un Jesús que no fue “verdaderamente hombre” sino más bien un superhombre que no puede ser un modelo para nosotros sino sólo alguien inalcanzable a quien admirar, lo cual devalúa enormemente el papel de la Encarnación de Dios. Incluso la ausencia de pecado, establecida en la Biblia como única diferencia entre la humanidad de Jesús y nosotros (Hebreos 4:15), no se debe a que en cuanto hombre Jesús tuviera un rasgo sobrehumano, pues él sintió la tentación como cualquier hombre, aunque fue capaz de resistirla y no pecar (Mateo 4:1-11). Por tanto, si admitimos que la parte humana de Jesús fue hombre verdadero y no un superhombre, entonces su cooperación con Dios en la salvación no puede ser un rasgo diferenciador, sino algo que también comparte con el resto de la humanidad. Conclusión: los hombres también podemos colaborar con Dios en la salvación tal como supo San Pablo (Colosenses 1:24).

El protestantismo niega cualquier posibilidad de que el hombre pueda cooperar con Dios, es sólo un sujeto pasivo a merced de su voluntad, se salvará si Dios decide salvarlo, pero él no puede hacer nada por ayudar ni por entorpecer su salvación (doctrina de la sola fide y de la gracia irresistible), dicho de otra forma, si Dios decide que tú estás condenado, tu vida ya está sellada desde el principio, tu única elección es la de tener fe o no, pero incluso eso depende sólo de Dios. Y menos aún puedes cooperar en la salvación de los demás (negación de la Comunión de los santos).

El catolicismo por el contrario se basa en que el hombre puede y debe cooperar con Dios, no porque Dios necesite nuestra cooperación sino porque así lo desea Él, pues entre el rey y su esclavo no puede haber un amor verdadero, para eso se necesita un mínimo de relación “codo con codo”, un trabajar juntos y no un simple obedecer o sufrir las consecuencias de una voluntad ajena. No es que el hombre pueda ganarse su salvación, sino que Jesús murió por todos y a todos ofreció la salvación… siempre que cada uno responda a ese ofrecimiento y se ponga camino del cielo que nos abrió. Pero no profundizaremos más en este asunto de la cooperación porque ha sido tratado más a fondo en nuestro artículo: La Encarnación: doctrina protestante, fundamento católico.

Estos cuatro puntos son fundamentales para entender las explicaciones que daremos a continuación sobre el verdadero tema de nuestro artículo, que son esas cuatro vías protestantes para invalidar el sacramento cristiano de la eucaristía:

1- Las palabras de Jesús en la Última Cena son alegóricas.
2- Jesús es nuestro único sacerdote, no puede haber otros sacerdotes.
3- El sacrificio de Jesús fue único e irrepetible.
4- Lo que hizo Jesús en la Última Cena fue un acto de acción de gracias.

Frente a esto nosotros vamos a demostrar que en la Última Cena las palabras de Jesús fueron literales, que aunque Jesús es nuestro único sacerdote, en el cristianismo puede y debe haber sacerdotes, que aunque el sacrificio de Jesús fue único la eucaristía también lo es, y que siendo la Última Cena una acción de gracias también fue un sacrificio expiatorio. Las aparentes contradicciones de estas afirmaciones serán ahora resueltas usando los cuatro pilares que acabamos de explicar:

Los escritos de los primeros cristianos sirven para aclarar muchas cosas que en la Biblia no están suficientemente claras.

En el Más Allá no existe el tiempo ni el espacio.

Con la Encarnación, Dios se hace por siempre hombre y el hombre puede al fin relacionarse con Dios de forma total: en cuerpo y alma, mediante el espíritu pero también mediante medios físicos.

Otra consecuencia de la Encarnación es que el hombre puede cooperar con Dios en la salvación de nuestra propia alma o las de los demás.

Resumiendo: Tradición, Eternidad (=no tiempo), Encarnación y Cooperación.

1- LAS PALABRAS DE JESÚS EN LA ÚLTIMA CENA ERAN SIMBÓLICAS

Según los protestantes, cuando Jesús dijo “esto es mi cuerpo … esta es mi sangre” estaba hablando como en parábolas, no lo decía literalmente, del mismo modo que cuando dijo “yo  soy la puerta” (Juan 10:9) o “yo soy la vid” (Juan 15:1) también estaba usando símbolos.

Sin embargo esto no es así. Lo primero que podríamos decir es ¿cómo sabes tú cuándo hablaba Jesús literalmente y cuándo simbólicamente? Cuando Jesús dijo “Yo y el Padre somos uno” ¿estaba también hablando alegóricamente? Una posible respuesta es que tal vez nosotros no podamos saberlo con seguridad, pero los primeros cristianos ciertamente sí lo sabían. En un asunto tan fundamental como el del partir el pan, base de la vida cristiana, no puede ser que lo celebrasen cada domingo sin tener claro lo que celebraban y cómo debían celebrarlo. Así que su idea de la eucaristía debía de ser la correcta, y los textos primitivos que hacen referencia a la eucaristía son bastante claros al respecto, explican que el pan y el vino son realmente el cuerpo y la sangre de Jesús, no un mero simbolismo. Ya en la época apostólica tenemos el libro de la Didaché, en donde están escritas las fórmulas de la consagración eucarística que con poca variación los católicos seguimos usando actualmente. Ellos no opinaban que Jesús habló en ese momento en parábolas.

En el siglo I  tenemos también otros textos extrabíblicos que hacen referencia a que el pan y el vino son el cuerpo y la sangre de Jesús, pero sin duda el escéptico dirá aquí también que estarían hablando simbólicamente. Sin embargo ya a mediados del siglo segundo (una generación después de San Juan) tenemos un texto que no deja lugar a ninguna duda:

«Este alimento es llamado por nosotros Eucaristía … De hecho, nosotros lo tomamos no como pan común y bebida común; sino como Jesucristo, nuestro Salvador que se encarnó, por la palabra de Dios tomó carne y sangre para nuestra salvación, así hemos aprendido que también aquel alimento, consagrado con la plegaria que contiene la palabra de él mismo y de quien se nutren nuestra sangre y nuestra carne, es por transformación carne y sangre de aquel Jesús encarnado. En efecto, los Apóstoles en su memorias llamadas evangelios, transmitieron que les fue dejado este mandamiento por Jesús, el cual tomo el pan…»(Apología I, Justino Mártir, c. 155)

Pero el argumento de las creencias de la Iglesia primitiva no es el único en apoyo de esta interpretación literal, la misma Biblia apoya esta interpretación. Sin embargo no desarrollaremos más este punto aquí porque ya lo hemos desarrollado en un artículo anterior que puede leer aquí: Orígenes de la Eucaristía católica.

2- JESÚS ES NUESTRO ÚNICO SACERDOTE

Si Jesús es nuestro único sacerdote, ¿por qué los católicos tienen otros sacerdotes humanos? La respuesta más sencilla para esta objeción es recurrir al texto bíblico en el que se basa esta afirmación:

Por lo tanto, ya que tenemos un gran Sumo Sacerdote que entró en el cielo, Jesús el Hijo de Dios, aferrémonos a lo que creemos. (Hebreos 4:14)

Ante esto podemos decir que la existencia de una montaña no significa que no existan más montañas, y el que Jesús sea sacerdote no implica que no pueda haber ninguno más, pues la Biblia dice que Jesús era (y es) un hombre verdadero y eso no significa que yo no pueda serlo. Por otro lado podemos decir que en el judaísmo de la época de Jesús había un sumo sacerdote y un montón de sacerdotes que estaban bajo su mando. De igual modo podríamos considerar que en la Iglesia tenemos un Sumo Sacerdote, Jesús, (cuyo papel en la tierra lo representa delegadamente el papa) y bajo su mando un montón de sacerdotes. Nada en esta cita de San Pablo implica que no puedan existir sacerdotes cristianos.

Pero la cosa no es tan sencilla. En realidad esta cita protestante, aunque frecuentemente la usan, no dice gran cosa en este tema. La cuestión es que un sacerdote es una persona que realiza ante la comunidad, o en su nombre, actos de culto y por tanto de una u otra forma está mediando entre Dios y los hombres. Según la tradición pagana y también la judía de Jesús, un sacerdote es aquél que puede realizar sacrificios a Dios. Si no hay sacrificios no hay altar ni sacerdote. El tema de los sacrificios lo trataremos luego pero en el asunto más amplio de mediar entre Dios y los hombres San Pablo deja claro en esa misma carta que:

“Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos…” (Timoteo 2:5-6)

Como además, según San Pablo, el sacrificio de Jesús fue “único y definitivo”, tras su muerte se acaban los sacrificios y por lo tanto también los sacerdotes. Al presentarse a sí mismo como sacrificio, Jesús se convierte en la víctima y el sacerdote al mismo tiempo, y tras ello ya no habrá más víctimas ni más sacrificios ni más sacerdotes. El único altar cristiano sería entonces la vera cruz.

Para asombro de algunos protestantes (y tal vez de algunos católicos) diré que los católicos también creemos que Jesús es nuestro único sacerdote y sin embargo creemos igualmente que la Biblia exige la existencia de sacerdotes cristianos. Explicaremos ahora por qué y cómo resolver esta aparente paradoja.

QUÉ ES EL SACERDOCIO COMÚN DE LOS CREYENTES

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable. (1 Pedro 2:5-9).

La Biblia afirma que la Iglesia somos un pueblo de sacerdotes. Esto, que los protestantes llaman “el sacerdocio universal”, nunca fue negado en la Iglesia, pero después de la llamada Reforma protestante casi desapareció de la teología católica para huir del mal uso que de ello hicieron los protestantes, quienes lo utilizaron como argumento para deslegitimar la jerarquía eclesial y más en concreto el sacerdocio ministerial.

Sin embargo hay muchos elementos del catolicismo que tienen su base en este concepto, por ejemplo la costumbre, hoy en desuso, de que los padres en ciertas ocasiones bendigan a sus hijos (sólo un sacerdote puede bendecir), o la colaboración de los fieles con el cura en el momento de la consagración en la eucaristía, cuando el sacerdote pide al pueblo que ore por el sacrificio que va a realizar y el pueblo, en su papel sacerdotal, responde: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.” La eucaristía es un sacrificio ofrecido por el sacerdote junto con el pueblo, que también participa en ello.

Como sacerdotes, también tenemos la facultad de dirigirnos directamente a Dios en nuestras plegarias y de ofrecerle sacrificios espirituales (1 Pedro 2:4-5) como puede ser nuestro ser (Romanos 12:1), nuestros sufrimientos, esfuerzos etc., o interceder por nuestros hermanos, etc.

Este sacerdocio de los fieles es adquirido en el momento del bautismo, por eso tras la inmersión o derramamiento de agua sobre el bautizado se procede a ungir con el santo óleo su frente, lo cual le convierte en sacerdote con estas palabras: “Dios todopoderoso… te consagra N.N… para que incorporado a su Pueblo, la Iglesia, seas siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey, para la vida eterna”.

El Concilio Vaticano II volvió a poner el foco sobre este tipo de sacerdocio común. El catecismo de la Iglesia Católica dice: “Jesucristo es Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido ‘Sacerdote, Profeta y Rey’. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas”, indica el Catecismo (783).

EN LA BIBLIA SE CREA LA FIGURA MINISTERIAL DEL SACERDOTE CRISTIANO

Pero el que todos seamos sacerdotes no niega el sacerdocio ministerial. En el libro de Hechos vemos cómo los apóstoles nombran primeramente diáconos para que los ayuden, luego presbíteros para que actúen en su lugar, y luego obispos para que “vigilen” y coordinen a los presbíteros (y para que sigan ordenando presbíteros). Lo que los cristianos católicos llamamos “sacerdotes” no es otra cosa que los presbíteros bíblicos (también llamados posteriormente curas, por dedicarse a la cura del alma). Los obispos son un rango superior dentro de los presbíteros así que también son sacerdotes.

Puesto que la Biblia menciona a los presbíteros y obispos pero no utiliza ninguna palabra para referirse a los dos, podríamos resolver rápidamente el conflicto diciendo que tal vez la palabra que usamos, “sacerdote”, no sea muy acertada y que deberíamos buscar otra para evitar malentendidos. Pero es que si nosotros usamos esa palabra es porque creemos que esos dos cargos son realmente formas de sacerdocio. Lo que implica también creer que en la Iglesia siguen existiendo los elementos de altar, víctima y sacrificio. Y para liar las cosas aún más, creemos igualmente en el sacerdocio universal que estableció la Biblia:

TODOS SACERDOTES PERO ALGUNOS POR PARTIDA DOBLE

Pero si Jesús es el sumo sacerdote y todos los cristianos somos sus sacerdotes ¿qué significa en el catolicismo llamarse “sacerdote” y qué función específica tienen si sacerdotes somos todos?

Para empezar, cuando alguien dice que no pueden existir sacerdotes porque sólo Jesús es nuestro sacerdote, podemos responder con la cita de Pedro vista antes (1 Pedro 2:5-9) en la que vemos cómo el cristianismo sí admite más sacerdotes y no sólo a Jesús, pues todos somos sacerdotes. Y luego hay que resolver el tema de por qué algunas personas al parecer son “más sacerdotes” que otras.

Ya hemos visto que en la Biblia los apóstoles ordenan por imposición de manos a ciertas personas para que sean presbíteros y obispos, así que la existencia de presbíteros y obispos no es una opción católica sino una exigencia bíblica. Llegados a este punto la cuestión ha de reformularse preguntando simplemente ¿por qué la Iglesia considera que presbíteros y obispos son sacerdotes de un modo diferente y más propio que el sacerdocio del resto de los fieles?

El caso es que aunque se diga que todos somos sacerdotes, los apóstoles recibieron de Jesús ciertos poderes especiales y ellos, por imposición de manos (lo que hoy llamaríamos “ordenación sacerdotal”) transmitieron esos poderes a los presbíteros que ordenaban. Poderes como por ejemplo:

“A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (Juan 20, 23).

“Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.” (Lucas 22:19)

“En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mateo 18:18)

Si cualquier cristiano hubiera podido hacer las funciones que actualmente hace un sacerdote, entonces sería innecesario que los apóstoles hicieran imposición de manos para nombrar a un cristiano presbítero si resulta que ya lo era plenamente. Así que aún siendo todos los cristianos sacerdotes, los apóstoles ordenaban diáconos y presbíteros y obispos mediante un acto sacramental, de modo que estas personas no sólo recibían un cargo, sino que quedaban revestidos de un poder espiritual del que el resto de las personas no ordenadas carecían:

“Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos.” (Hechos 6:5-6)

La creencia de algunos de que los apóstoles simplemente estaban nombrando cargos administrativos es incompatible con el uso de la imposición de manos, que tiene un carácter de transmisión de poder espiritual análogo (aunque no idéntico) al que el acto de ungir tenía en el Antiguo Testamento.

Esta transmisión de autoridad espiritual la vemos cuando los apóstoles ordenan (imponen sus manos) a Pablo (Hechos 13:2-3), luego Pablo ordena a Timoteo (2 Timoteo 1:6) y a su vez Timoteo ordena a aquellos a los que elige para su ministerio (1 Timoteo 5:22). He aquí la base misma de la sucesión apostólica en la que se fundamentan las iglesias católicas y que está ausente en las protestantes. Nadie puede transmitir un poder que él mismo no ha recibido antes, y ese poder, en última instancia, ha de remontarse hasta los mismos apóstoles, que a su vez lo recibieron de Jesús. Por lo tanto, y a través de las sucesivas imposiciones de manos, el poder que Jesús concedió a sus apóstoles como “pastores de su rebaño” ha sido transmitido, en diferentes grados, a los actuales diáconos, presbíteros (curas) y obispos de la Iglesia Católica (romana y ortodoxa), mientras que casi todas las iglesias surgidas de la llamada Reforma protestante, al renunciar al orden sacerdotal perdieron estos poderes y el acceso a los sacramentos. Es por esta transmisión de poderes que los sacerdotes pueden participar de forma más íntima en el sacerdocio de Cristo y cooperar con él.

TODOS LOS SACERDOTES SON EN REALIDAD UN SOLO SACERDOTE

Pero debemos aclarar que esos poderes provienen de Cristo y se sustentan en él. Ningún sacerdote que recibe ese poder lo posee luego por sí mismo, sino sólo en cuanto a que coopera con Cristo en su sacerdocio. Por eso los católicos creemos que cuando el sacerdote realiza la consagración o cuando escucha a alguien durante la confesión, etc., es verdaderamente Jesús, a través del sacerdote, quien realiza el sacramento. Por tanto ningún sacerdote por sí mismo puede mediar de forma alguna entre Dios y los hombres, lo único que hace es servir de cauce a Jesús para que actúe directamente en el mundo físico e interactúe con los cristianos. O sea, los sacerdotes cooperan con Cristo, son mediadores sólo en cuanto a que Jesús actúa a través de ellos en los sacramentos, y en virtud de ello, y no por sí mismos, son considerados verdaderos sacerdotes.

En cierto modo podemos decir que el sacerdote cristiano no es un mediador sino un facilitador, permite que el cristiano reciba físicamente la acción de Jesús. Por esto podemos decir, sin contradecir a San Pablo, que el sacerdote coopera con Jesús en su sacerdocio, pero entre Dios y los hombres, sólo Jesús media y actúa.

Cuando el sacerdote consagra el pan y el vino en la eucaristía, es el mismo Jesús, por medio del sacerdote, el que transforma el pan y el vino en sí mismo, y por tanto el que se ofrece a sí mismo como sacrificio a Dios, el sacerdote es sólo el instrumento físico que permite a Jesús realizar tal milagro en la asamblea. Por el contrario, en el sacerdocio pagano, es el sacerdote, por sí mismo, quien tiene el poder de mediar entre los hombres y los dioses hasta el punto de poder influir en ellos (los dioses) o incluso someterlos mediante ritos y fórmulas mágicas.

De este modo podemos decir que todos los cristianos somos sacerdotes porque, como dice Pablo, podemos ofrecer a Dios el sacrificio vivo de nuestro propio ser, nuestra vida, etc. Por el contrario, lo que normalmente llamamos “sacerdotes” son aquellos que por virtud de la imposición de manos se convierten en manifestaciones de Jesús, y en la eucaristía, convertidos en cierto modo en Jesús mismo, ofrecen a Dios el sacrificio único y perpetuo de Cristo en la cruz. Es Jesús en cada sacramento quien actúa en la persona del sacerdote.

TAMBIÉN ISRAEL TUVO EL DOBLE SACERDOCIO

Otra forma quizá más sencilla de explicar esto es acudiendo a la analogía del Antiguo Testamento. Allí también se nos dice que el pueblo de Dios, Israel, es un pueblo de sacerdotes:

Y seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación consagrada. Esto es lo que has de decir a los israelitas. (Éxodo 19:6)

Para ver que no es una promesa dirigida a los tiempos de Jesús sino dirigida al propio pueblo de Israel en tiempos de Moisés, puede leer el contexto de la cita en Éxodo 19:3-6.

Y a pesar de ello el mismo Dios creó el sacerdocio hebreo bajo el mandato de un sumo sacerdote, y sólo a ellos les era lícito ofrecer sacrificios a Dios, hasta el punto de que cuando el rey Ozías intenta ofrecer sacrificios a Dios por su cuenta, Dios le castiga severamente (2 Crónicas 26:18-20). Ozías, en cuanto a israelita, participaba del sacerdocio universal del pueblo, pero sólo los sacerdotes ministeriales podían realizar sacrificios y otras funciones. Pues bien, en el cristianismo la situación se reproduce igual, Dios nos revela que somos, como antes fueron los Israelitas, una nación de sacerdotes, y al mismo tiempo se instaura un sumo sacerdote, que es Cristo, y un sacerdocio ministerial encargado de cooperar con el sacerdocio de Cristo por un lado y dar servicio a los fieles por otro lado. Si en el Antiguo Testamento ambos conceptos eran compatibles, no hay motivo para considerar que con la Nueva Alianza no puedan serlo. El documento de Vaticano II “Luz de las gentes” deja claro que en la Iglesia existen dos tipos de sacerdocio, “el sacerdocio común de todos los bautizados” y “el sacerdocio ministerial”, el cual “confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles”.

Y si preguntamos a la Iglesia primitiva qué pensaba al respecto, su respuesta es unánime, ni siquiera conciben un cristianismo sin sacerdotes. Como ejemplo estas palabras de San Ignacio de Antioquía:

Todos igualmente respeten al diácono como enviado de Cristo, al obispo como a Cristo y a los sacerdotes como al senado y concilio de los apóstoles (Carta a los Tralianos, siglo primero)

PROFUNDIDADES TEOLÓGICAS

Cierto que el asunto no es sencillo de explicar y algunos protestantes pueden ver más sencillo el pensar que todo esto, más que una explicación complicada, es simplemente una excusa, y que lo más simple es insistir en que la Biblia dice que no hay más mediador que Jesús y por tanto ningún otro mediador (o sea, sacerdote) tiene cabida en el cristianismo. Pero esta postura protestante sería simple sólo en apariencia, pues si profundizamos en ella se torna un callejón sin salida ya que ese razonamiento se puede aplicar tanto contra el sacerdocio ministerial como contra el sacerdocio universal, con lo que estarían contradiciendo sus propios argumentos.

Otro asunto en el que se contradicen es cuando dicen que un cristiano no necesita a un cura para perdonar sus pecados porque ellos no necesitan mediadores ante Dios, y por tanto ellos mismos pueden pedir perdón a Dios y ser perdonados por él. Y la razón de que puedan “acceder a Dios” directamente, sin intermediarios, es precisamente porque todos somos sacerdotes. Pero en ese caso tendrían que explicar por qué ellos no necesitan mediadores ante Dios si resulta que la Biblia dice que sólo hay un Mediador que es Cristo. Al pretender ir directamente a Dios no sólo están saltándose a los sacerdotes (que colaboran con Cristo), sino que se están saltando a Cristo mismo, pues quien perdona los pecados es el Padre pero al Padre llegamos por mediación de Cristo Jesús, mediación que en la Iglesia Católica se hace tangible mediante la colaboración de los sacerdotes pero en las iglesias protestantes ¿cómo se accede al Padre directamente? Para los católicos esta paradoja se resuelve con el concepto de cooperación, los presbíteros y el resto de los fieles son sacerdotes (cada uno a su manera) porque cooperan con el sacerdocio de Cristo; pero como los protestantes niegan la cooperación, se encontrarían aquí con una contradicción: sólo Jesús es sacerdote y todos somos sacerdotes.

3- EL SACRIFICIO DE JESÚS ES ÚNICO E IRREPETIBLE
Si no hay sacrificio no hay sacerdote. Si el sacrificio de Jesús, como afirma la Biblia, fue único e irrepetible, entonces no es posible realizar más sacrificios y por tanto no tiene sentido que existan sacerdotes. Y sin embargo los apóstoles ordenaron a sacerdotes. ¿Cómo se pueden reconciliar ambas cosas?

No estamos ante una contradicción, estamos ante algo que sólo la ciencia moderna ha podido explicar satisfactoriamente, aunque el cristianismo siempre lo expresó en una forma aparentemente paradójica: la eucaristía no es un nuevo sacrificio, es una “actualización” del sacrificio único y definitivo que realizó Jesús en la cruz hace ahora 2000 años.

La explicación cristiana de este milagro que se produce durante la eucaristía es que permite a la comunidad estar espiritualmente presente  en el momento en el que Jesús muere en la cruz y ofrecer a Dios, junto con Jesús, el sacrificio de su Hijo en la cruz. No es que se mate a Jesús nuevamente, como se decía al principio de este artículo, sino que los fieles que participan de la eucaristía están presenciando en espíritu aquél sacrificio que ocurrió hace 2000 años (y participando de él). Puesto que se trata de un fenómeno espiritual, estamos hablando de una dimensión sin tiempo ni espacio, así que una persona que atienda a la misa en Toledo el 25 de marzo del año 2010 puede en espíritu participar de un hecho que ocurrió hace 2000 años en Jerusalén. Según la Teoría de la Relatividad de Einstein esto es perfectamente posible, tal como ya explicamos en su momento. Por tanto una explicación que hace un siglo podía resultar fantasiosa, la ciencia moderna ha demostrado que es válida.

Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz proclamáis la muerte del Señor hasta que Él venga (1 Corintios 11, 26)

No dice “recordáis”, sino “proclamáis”. La forma griega que usa es καταγγ?λλετε, del verbo “kataggello” que significa proclamar, anunciar algo de forma contundente como un hecho exacto, irrefutable (en contraste con el verbo “aggello” que significa simplemente “anunciar” sin más). Así que lo que nos dice San Pablo es que cada vez que comulgamos estamos afirmando con total exactitud que lo que ha tenido lugar en la ceremonia es la muerte de Jesús, no un recordatorio de su muerte aunque, como ya hemos dicho, tampoco es una repetición de su muerte.

En el siglo II tenemos el testimonio de Tertuliano, quien designa la participación en la solemnidad eucarística como “estar junto al altar de Dios”, y la sagrada comunión como “participar en el sacrificio” (De oratione cap. 19). Fíjense que no habla de realizar un sacrificio sino participar en EL sacrificio, el único, el de Jesús.

Pero más aún. Las eucaristías actuales son todas posteriores a la muerte en la cruz, y sin embargo conectan con ese momento del pasado. En ausencia del tiempo igualmente sería posible el proceso contrario, que una eucaristía ocurrida antes de la muerte en la cruz conectara con ese momento del futuro. Y así ocurrió. La primera eucaristía católica tuvo lugar un día antes de la muerte en la cruz, durante la Última Cena. Cuando Jesús dice:

“porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mateo 26:28)

No está diciendo: esta es mi sangre, que será (mañana) derramada por vosotros, sino que dice: mi sangre, que es derramada (en este mismo momento) para remisión de los pecados. El sacrificio de Jesús tiene lugar en el tiempo pero también fuera del tiempo, en la eternidad (que no es un tiempo sin fin, sino la ausencia del tiempo). De este modo no hay problema alguno en afirmar que el sacrificio de redención, que la Biblia declara único y definitivo (tal como afirma el catecismo católico o San Pablo en Hebreos 9:28 o10:12y18) ocurre una sola vez pero en dos (o innumerables) momentos distintos.
La muerte de Jesús es un suceso espiritual (afecta a Dios) pero que ocurre en este mundo (afecta a los hombres). En ese sentido es un suceso que tiene lugar al mismo tiempo en la eternidad (sin tiempo) y en la historia (dentro del tiempo). En cuanto a suceso histórico solo pudo tener lugar una vez, en el pasado, pero en cuanto a suceso eterno, siempre está ahí, siempre es presente y por tanto siempre se puede conectar con él y actualizarlo dentro de la historia.

Para comprenderlo mejor usemos un símil más mundano. La luz y el calor del sol son un fenómeno que pertenece al espacio exterior y al mismo tiempo a nuestro planeta tierra. No hay más que un solo sol, y sin embargo los hombres pueden contemplar a ese único sol desde diferentes lugares de nuestro planeta e incluso en diferentes días. Sin faltar a la verdad podemos decir que el sol que vio Alejandro Magno el día de su vigésimo cumpleaños es el mismo sol que hoy desde México contempla un campesino de Querétaro. Pues la eucaristía, en cuanto a que actualiza el sacrificio de la cruz, es semjante a eso. Es como si la humanidad viviera encerrada en una caverna y mediante una ceremonia lograra abrir una ventana en la pared y no sólo contemplar la luz del sol, sino sentir su luz y calor en su propio cuerpo, calentarse con el sol, juntarse con él; no sólo ver el sol sino “estar al sol”. Cada vez que se abre esa ventana el hombre se une con el sol y vuelve a revivir esa realidad, pero no porque cada vez que se abre la ventana aparezca un sol nuevo, sino que siempre es el sol, el único, el de siempre. Pues del mismo modo la eucaristía nos permite estar presentes en el sacrificio de Jesús en la cruz, el único, el de siempre.
Resumiendo: Lo que hacemos en la eucaristía es unirnos con Jesús a los pies de su cruz en aquel día de Pascua del siglo I. Cada eucaristía supone un “regreso” a ese único sacrificio, una reconexión con “aquél momento”, o como se dice en terminología católica, una “actualización” del sacrificio de Jesús en la cruz. No es cierto, por tanto, que los católicos “matemos a Jesús” una y otra vez.

4- SACRIFICIO PUES, PERO ¿QUÉ TIPO DE SACRIFICIO?
La mayoría de los protestantes consideran que la eucaristía es simplemente un acto de recordatorio, no un sacrificio, pero si tuvieran que aceptar que se trata de un sacrificio, para ellos se trataría de un sacrificio de acción de gracias y les parece una barbaridad que nosotros pensemos que se trata de un sacrificio de expiación, o sea, para el perdón de los pecados. Veamos la postura católica al respecto.

El Concilio Vaticano II, al tocar el aspecto sacrificial de la misa, declara lo siguiente:

Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección. (Sacrosanctum concilium, n. 47)

Como vemos, califica a la eucaristía como “sacrificio” y la asocia al “sacrificio de la cruz”, pero no entra a explicar detalladamente qué tipo de sacrificio es. Igualmente en los escritos de la Iglesia primitiva encontramos el mismo talante, se describe a la eucaristía (o a la misa, que en este caso viene a ser lo mismo) como un sacrificio y se asocia ese sacrificio al que hizo Jesús en la cruz, dejando claro que la misa supone la actualización del sacrificio de Jesús, pero no se detalla qué tipo de sacrificio es.

En nuestra opinión esto no se debe a que los cristianos católicos de entonces o de ahora no tengamos claro qué tipo de sacrificio supone, sino que al identificar el sacrificio de la misa con el sacrificio en la cruz, ambos sacrificios tendrán las mismas características, pues al fin y al cabo son un solo y mismo sacrificio. Pero mejor analicemos las propias palabras de Jesús.

El sacrificio de Jesús en la cruz es un sacrificio expiatorio (murió para redimir nuestros pecados y darnos así acceso a la salvación). En eso estamos todos los cristianos de acuerdo. En la Última Cena Jesús, al instaurar el sacramento de la eucaristía, deja claro que ese sacramento recoge también el sentido expiatorio cuando dice “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mt 26:28)

La eucaristía también es un sacrificio de acción de gracias, pues la bendición del pan y el vino de la cena de Pascua judía, usada por Jesús para instaurar la eucaristía, era en sí misma una acción de gracias, y así mismo lo recoge también Jesús que, según la Biblia, “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.” (Lucas 22:19).

La eucaristía también es un memorial para recordar a Jesús, como el mismo Jesús ordenó en la cita anterior al terminar sus palabras diciendo “haced esto en memoria mía”.

Y por último, la eucaristía, al ser una con el sacrificio en la cruz que encarna, representa también el nuevo pacto de Dios con los hombres, la Alianza nueva y eterna que da inicio al cristianismo. La antigua Alianza, hecha por medio de Moisés, se realizó del siguiente modo:

Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, … y derramó la otra mitad sobre el altar… Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas». Luego Moisés subió en compañía de Aarón, Nadab, Abihú y de setenta de los ancianos… ellos vieron a Dios, comieron y bebieron. (Éxodo 24:5-11)

En la Nueva Alianza, la sangre del sacrificio (Jesús) se derrama sobre el altar, que en este caso es la cruz, pero también sobre el pueblo, mediante el sacramento de la eucaristía, donde el vino se convierte en su sangre. Y al igual que en aquel entonces, el pacto se sella, además de con la sangre, con un banquete en donde se come y se bebe junto a Dios. Por lo tanto la Última Cena, en sí misma y como encarnadora de la muerte en la cruz, reúne todos los elementos por los que Dios ahora, como entonces, sella un pacto con los hombres. Por eso en la eucaristía católica estamos renovando una vez más la nueva alianza: “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mateo 26:28)

Por eso la eucaristía es un sacrificio expiatorio, un sacrificio de acción de gracias, un sacrificio memorial y una actualización del sacrificio que sella la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, pues en las palabras de la Biblia se describe la escena con esos cuatro elementos y ninguno se puede negar. Quedarse solo con las palabras “haced esto en memoria mía” e ignorar el resto de palabras como si no existieran, supone despojar al momento de casi toda su trascendencia y reducirlo a un simple suvenir, como puede ser una cruz colgada de una pared como recuerdo de la muerte de Jesús. Jesús dejó muy claro con sus actos y palabras que lo que allí instauró fue algo mucho más grande y más profundo que unas simples instrucciones para tener un recordatorio.
 Quedarse solo con las palabras “haced esto en memoria mía” e ignorar el resto de palabras como si no existieran, supone despojar al momento de casi toda su trascendencia y reducirlo a un simple suvenir, como puede ser una cruz colgada de una pared como recuerdo de la muerte de Jesús. Jesús dejó muy claro con sus actos y palabras que lo que allí instauró fue algo mucho más grande y más profundo que unas simples instrucciones para tener un recordatorio.
 

Las mujeres acompañan a Jesús
Lucas 8, 1-3. Tiempo Ordinario. Son el reflejo del amor a toda prueba, de la fidelidad y de la ayuda a la obra de Cristo.


Oración Introductoria

Qué dicha la de los Doce y de las mujeres que supieron reconocerte y por ello dejaron todo para acompañarte y servirte. Permite que encuentre la luz y la fortaleza en esta oración para permanecer siempre fiel a tu gracia, aun cuando se presenten dificultades y problemas.

Petición
Jesucristo, ayúdame a escucharte, acompañándote en la oración, en el Santísimo Sacramento.

Meditación del Papa Francisco
Es indudable que debemos hacer mucho más a favor de la mujer, si queremos dar más fuerza a la reciprocidad entre hombres y mujeres. Es necesario de hecho, que la mujer no solamente sea más escuchada, sino que su voz tenga un peso real, un prestigio reconocido en la sociedad y en la iglesia.

El modo mismo con el cual Jesús ha considerado a las mujeres -el evangelio lo indica así- era un contexto menos favorable del nuestro, porque en esos tiempos la mujer era puesta en segundo lugar. Pero Jesús la considera de una manera que da una luz potente que ilumina un camino que lleva lejos, del cual hemos recorrido solamente un tramo. Aún no hemos entendido en profundidad cuales son las cosas que nos puede dar el genio femenino de la mujer en la sociedad. Tal vez haya que ver las cosas con otros ojos para que se complemente el pensamiento de los hombres. Es un camino que es necesario recorrer con más creatividad y más audacia. (Audiencia de S.S. Francisco, 15 de abril de 2015).

Reflexión
Tres mujeres en primera línea. Cada una con su vocación particular y las tres seguidoras incansables de las huellas de Jesús.

María Magdalena pasó a la historia por ser la primera persona que vio a Cristo resucitado. Todos recordamos esa escena: ella, llorando junto al sepulcro; el Señor que se le aparece como si fuera el hortelano. Luego el encuentro y el anuncio a los apóstoles. María Magdalena, la apasionada discípula que está junto a la cruz en el Calvario, junto a la Virgen y san Juan.
Había otras mujeres que seguían al Maestro de Nazaret. Juana también le acompañó desde los tiempos felices de los milagros hasta el dolor del sepulcro tras la muerte de Cristo. Era una persona importante en la ciudad. Una de esas santas mujeres que sabían estar, al mismo tiempo, entre la alta sociedad de la época y entre los pobres que escuchaban las palabras del Mesías.

También Susana ejerció un papel importante. Ella colaboraba con sus bienes para que el Señor y sus discípulos pudiesen dedicarse a lo importante: la predicación del Reino de los Cielos.

Son mujeres de actualidad, con un testimonio muy vivo. Son el reflejo del amor a toda prueba, de la fidelidad y de la ayuda a la obra de Cristo.

Propósito
Acompañar a Cristo en el Santísimo Sacramento y llevar a los demás un mensaje de amor de Jesús.

Diálogo con Cristo
Permite, Señor, que tanto los hombres como las mujeres de hoy tengamos una gran necesidad de Ti y seamos apóstoles que propaguen tu mensaje de verdad y de caridad.

¡Gracias, Amor eterno!
Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin.

Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin. Pensamos entonces que Dios no nos escucha, que nos abandona, que nos “prueba”, que permite enfermedades lentas y dolorosas o dramas profundos en la propia vida o en la de tantas personas a las que queremos de veras.

Lloramos porque el egoísmo o la tibieza penetran y dominan nuestras vidas, porque el pecado parece triunfar sobre la gracia, porque sentimos más nuestra flaqueza que la ayuda divina. Como si Dios no escuchase nuestra oración sincera, como si no nos tomase de la mano para dejar el mundo del pecado que nos engulle poco a poco...

Pero al pensar así mostramos nuestra ceguera. Porque ya Dios, de mil modos, ha actuado, está actuando, y sigue siempre a nuestro lado.

Basta con mirar la cruz, con leer palabras de misericordia y de esperanza en el Evangelio de la gracia, con saber que la muerte fue vencida en la mañana de la Pascua, para que los hielos y las penas pierdan terreno, para que el corazón empiece a sentir un abrazo cálido y profundo del Dios que ama y vela sobre cada uno de sus hijos.

Necesitamos suplicar a Dios que nos dé ojos limpios, que nos conceda un alma agradecida. Porque es tanto el bien que nos acompaña, porque es tan intensa y fuerte la acción del Espíritu en nuestras vidas, porque tenemos tantos miles de señales que nos recuerdan la bondad divina... que nos será suficiente abrir el corazón para descubrir que estamos envueltos en un mundo maravilloso, bello, intensamente bueno.

Toda nuestra vida, entonces, se convertirá en un canto agradecido. Sentiremos la necesidad profunda de repetir, una y otra vez, lo que leemos en tantos pasajes de la Biblia:

“Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre, tus maravillas pregonando” (Sal 75,2).

“Yo, en cambio, cantaré tu fuerza, aclamaré tu amor a la mañana; pues tú has sido para mí una ciudadela, un refugio en el día de mi angustia” (Sal 59,17).

“Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío, y bendigo tu nombre por siempre jamás; todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza” (Sal 145,1-3).

“Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado” (Ap 11,17-18).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos invita a la gratitud, precisamente al hablar de la fe, pues ésta consiste en “vivir en acción de gracias: Si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo que poseemos viene de El: ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7). ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (Sal 116,12)”.

La vida espiritual cambia cuando entramos en la clave de la gratitud. Entonces el sol, la lluvia, la brisa, el colibrí, la rosa, la sonrisa del amigo, la prueba que nos ayuda a reconocer nuestra profunda fragilidad y a renovar nuestra esperanza en Dios... todo se convierte en un motivo para repetir, desde lo más profundo del corazón: ¡gracias, Señor, gracias, Padre, gracias, Amor eterno!

El Papa en Sta. Marta: ‘Resucitaremos con nuestra carne, como lo hizo Cristo’

En la homilía de este viernes, Francisco habla de la lógica cristiana del “pasado mañana”

16 SEPTIEMBRE 2016 REDACCION

PHOTO.VA - OSSERVATORE ROMANO

(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha asegurado que el cristiano debe utilizar, la “lógica del pasado mañana” que no se detiene en el presente si no que mira con confianza en la resurrección de la carne. Lo ha explicado hoy viernes en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta, en la que además ha advertido sobre la “piedad espiritualista” refugiada en el hoy. Haciendo referencia a la lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, el Santo Padre se ha detenido en la “lógica de la redención hasta el final”. Así, ha observado que, cuando rezamos el Credo, la última parte la decimos rápido porque nos da miedo pensar en el futuro, en la resurrección de los muertos.

Es fácil para todos nosotros –ha añadido– entrar en la lógica del pasado, porque es concreta y es también fácil entrar en la lógica del presente, porque lo vemos. Entretanto “no es fácil entrar en la totalidad de esta lógica del futuro”, ha indicado.

En esta línea, el Santo Padre ha explicado que “la lógica del ayer es fácil, la lógica del hoy es fácil, la lógica del mañana es fácil: todos moriremos”. Pero –ha reconocido– la lógica del pasado mañana, esta es difícil. Y esto es lo que Pablo quiere anunciar hoy: la resurrección, “Cristo ha resucitado. Cristo ha resucitado y está bien claro que no ha resucitado como un fantasma”. La lógica del pasado mañana, ha asegurado, es en la que entra la carne.

Al pensar en el cielo “nos traiciona un cierto gnosticismo” cuando pensamos que “será todo espiritual” y “tenemos miedo de la carne”.

Por eso “tenemos miedo de aceptar y llevar a las últimas consecuencias la carne de Cristo”. Es más fácil, ha reconocido, una piedad espiritualista, una piedad de las sombras; pero entrar en la lógica de la carne de Cristo, esto es difícil. Tal y como ha asegurado Francisco, esta es la lógica del pasado mañana: “resucitaremos como ha resucitado Cristo, con nuestra carne”. El Santo Padre ha explicado que “en la fe de la resurrección de la carne, tienen las raíces más profundas las obras de misericordia, porque hay una conexión continua”. San Pablo subraya con fuerza –ha añadido Francisco– que todos seremos transformados, nuestro cuerpo y nuestra carne serán transformados. Finalmente, el Santo Padre ha explicado que es un signo de madurez entender bien la lógica del pasado, es un signo de madurez moverse en la lógica del presente, la de ayer y la de hoy. “Es también un signo de madurez tener la prudencia para ver la lógica del mañana, del futuro”, ha precisado. Pero –ha concluido el Pontífice su homilía– es necesaria una gracia grande del Espíritu Santo para entender esta lógica del pasado mañana, después de la transformación, cuando Él vendrá y nos llevará a todos, transformados para quedarnos con Él.

Cornelio y Cipriano, Santos
Mártires, 16 de septiembre

Martirologio Romano: Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258).

Breve Biografía

Víctimas ilustres de la persecución de Valeriano, respectivamente en junio del 253 y el 14 de septiembre del 258, son el Papa Cornelio y Cipriano el obispo de Cartago, cuyas memorias aparecen unidas en los antiguos libros litúrgicos de Roma desde mediados del siglo IV. Su historia, en efecto, se entrelaza, aunque sobresale más la imagen del gran obispo africano.

San Cipriano

Nacido en el año 200 en Cartago (Africa), se convirtió al cristianismo cuando era mayor de 40 años. Su mayor inspiración fue un sacerdote llamado Cecilio. Una vez bautizado descubrió la fuerza del Espíritu Santo capacitándolo para ser un hombre nuevo. Se consagró al celibato.

Tuvo un gran amor al estudio de las Sagradas Escrituras por lo que renunció a libros mundanos que antes le eran de gran agrado.

Es famoso su comentario del Padrenuestro.

Fue ordenado obispo por aclamación popular, el año 248, al morir el obispo de Cartago. Quiso resistir pero reconoció que Dios le llamaba. "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Fue gran maestro y predicador.



En el año 251, el emperador Decio decreta una persecución contra los cristianos, sobre todo contra los obispos y libros sagrados. Muchos cristianos, para evitar la muerte, ofrecen incienso a los dioses, lo cual representa caer en apostasía.


Cipriano se esconde pero no deja de gobernar, enviando frecuentes cartas a los creyentes, exhortándoles a no apostatar. Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso a que permitieran regresar a la Iglesia a los que habían apostatado sin exigirles penitencia. Todo apóstata debía hacer un tiempo de penitencia antes de volver a los sacramentos. Esta práctica era para el bien del penitente que de esta forma profundizaba su arrepentimiento y fortalecía su propósito de mantenerse fiel en futuras pruebas. Esto ayudó mucho a fortalecer la fe y prepararse ya que pronto comenzaron de nuevo las persecuciones.

El año 252, Cartago sufre la peste de tifo y mueren centenares de cristianos. El obispo Cipriano organiza la ayuda a los sobrevivientes. Vende sus posesiones y predica con gran unción la importancia de la limosna.

El año 257 el emperador Valeriano decreta otra persecución aun mas intensa. Todo creyente que asistiera a la Santa Misa corre peligro de destierro. Los obispos y sacerdotes tienen pena de muerte celebrar una ceremonia religiosa. El año 257 decretan el destierro de Cipriano pero el sigue celebrando la misa, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.

Actas del juicio:

Juez: "El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué responde?"

Cipriano: "Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos".

El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó a Cipriano: "¿Es usted el responsable de toda esta gente?"

Cipriano: "Si, lo soy".

El juez: "El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses".

Cipriano: "No lo haré nunca".

El juez: "Píenselo bien".

Cipriano: "Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar".

El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".

Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: "¡Gracias sean dadas a Dios!"

Toda la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.

Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.

El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.

A los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.

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Cornelio habia sido elegido Papa en el 251, después de un largo periodo de sede vacante, a causa de la terrible persecución de Decio. Su elección no fue aceptada por Novaciano, que acusaba al Papa de ser un libelático. Cipriano, y con él los obispos africanos, se puso de parte de Cornelio.

El emperador Galo confinó al Papa en Civitavecchia, en donde murió. Fue enterrado en las catacumbas de Calixto. Cipriano, a su vez, fue relegado en Capo Bon, pero cuando supo que habia sido condenado a la pena capital, regresó a Cartago, porque quería dar su testimonio de amor a Cristo frente a toda su grey. Fue decapitado el 14 de septiembre del 258. Los cristianos de Cartago pusieron pañuelos blancos sobre su cabeza para conservarlos, así manchados de sangre, como reliquias preciosas. El emperador Valeriano, al hacer decapitar al obispo Cipriano y al Papa Esteban, inconscientemente puso fin a una disputa entre los dos sobre la validez del bautismo administrado por herejes, no aceptada por Cipriano y afirmada por el pontífice. 

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