«Como en los días de Noé»

Evangelio según San Lucas 17,26-37. 

Jesús dijo a sus discípulos: "En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada". 

Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres". 

San Martín de Tours

San Martín de Tours, obispo

Memoria de san Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de san Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor. 

El gran san Martín, gloria de las Galias y lumbrera de la Iglesia de Occidente en el siglo IV, nació en Sabaria de Panonia, en la actual Hungría. Sus padres, que eran paganos, fueron más tarde a establecerse a Pavía. Su padre era un oficial del ejército, que había empezado como soldado raso. Es curioso notar que san Martín ha pasado a la historia como «santo militar». Como era hijo de un veterano, a los quince años, tuvo que alistarse en el ejército contra su voluntad. Aunque no era todavía cristiano bautizado, vivió algunos años más como monje que como soldado.

Cuando se hallaba acuartelado en Amiens, tuvo lugar el incidente que ha hecho tan famoso al santo en la historia y en el arte. Un día de un invierno muy crudo, se encontró en la puerta de la ciudad con un pobre hombre casi desnudo, que temblaba de frío y pedía limosna a los transeúntes. Viendo Martín que las gentes ignoraban al infeliz mendigo, pensó que Dios le ofrecía la oportunidad de socorrerle; pero, como lo único que llevaba eran sus armas y su uniforme, sacó su espada, partió su manto en dos y regaló una de las mitades al mendigo, guardando la otra para sí. Algunos de los presentes se burlaron al verle vestido en forma tan ridícula, pero otros quedaron avergonzados de no haber socorrido al mendigo. Esa noche, Martín vio en sueños a Jesucristo vestido con el trozo del manto que había regalado al mendigo y oyó que le decía: «Martín, aunque sólo eres catecúmeno, me cubriste con tu manto». Sulpicio Severo, discípulo y biógrafo del santo, afirma que Martín se había hecho catecúmeno a los diez años por iniciativa propia, y que, en cuanto tuvo la visión que acabamos de describir, «voló a recibir el bautismo». Sin embargo, no abandonó inmediatamente el ejército. Pero después de la invasión de los bárbaros, cuando se presentó ante su general Julián César con sus compañeros para recibir su parte del botín, se negó a aceptarla y le dijo: «Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame en adelante servir a Jesucristo. Reparte el botín entre los que van a seguir luchando; yo soy soldado de Jesucristo y no me es lícito combatir». El general se enfureció y le acusó de cobardía.

Martín replicó que estaba dispuesto a marchar al día siguiente a la batalla en primera fila y sin armas en el nombre de Jesucristo. Julián César le mandó encarcelar, pero pronto se llegó a un armisticio con el enemigo, y Martín fue dado de baja en el ejército. Inmediatamente se dirigió a Poitiers, donde san Hilario era obispo, y el santo doctor le acogió gozosamente entre sus discípulos (Sobre este punto, la narración de Sulpicio Severo ofrece considerables dificultades cronológicas). 

Una noche, mientras dormía, recibió Martín la orden de partir a su patria. Cruzó los Alpes, donde logró escapar de unos bandoleros en forma extraordinaria, llegó a Panonia y allí convirtió a su madre y a algunos otros parientes y amigos, pero su padre persistió en la infidelidad. En la Iliria se opuso con tal celo a los arrianos, que fue flagelado públicamente y expulsado de la región. En Italia se enteró de que los arrianos triunfaban también en la Galias y habían desterrado a san Hilario, de suerte que se quedó en Milán. Pero el obispo arriano, Auxencio, le expulsó de la ciudad. Entonces, el santo se retiró, con un sacerdote, a la isla de Gallinaria, en el Golfo de Génova, y ahí permaneció hasta que san Hilario pudo volver a Poitiers, el año 360. Como Martín se sintiese llamado a la soledad, san Hilario le cedió unas tierras en el actual Ligugé. Pronto fueron a reunirse con él otros ermitaños. La comunidad (según la tradición, fue la primera comunidad monástica de las Galias) se convirtió, con el tiempo, en un gran monasterio que existió hasta 1607; en 1852, lo ocuparon los benedictinos de Solesmes. San Martín pasó allí diez años, dirigiendo a sus discípulos y predicando en la región, donde se le atribuyeron muchos milagros. Hacía el año 371, los habitantes de Tours decidieron elegirle obispo. Como él se negase a aceptar el cargo, los habitantes de Tours le llamaron con el pretexto de que fuese a asistir a un enfermo y aprovecharon la ocasión para llevarle por la fuerza a la iglesia. Algunos de los obispos a quienes se había convocado para la elección, arguyeron que la apariencia humilde e insignificante de Martín le hacía inepto para el cargo, pero el pueblo y el clero no hicieron caso de tal objeción.

San Martín siguió viviendo como hasta entonces. Al principio, fijó su residencia en una celda de las cercanías de la iglesia, pero como los visitantes le interrumpiesen constantemente, acabó por retirarse a lo que fue más tarde la famosa abadía de Marmoutier. El sitio, que estaba entonces desierto, tenía por un lado un abrupto acantilado y por el otro, un afluente del Loira. Al poco tiempo, habían ya ido a reunirse con san Martín ochenta monjes y no pocas personas de alta dignidad. La piedad, los milagros y la celosa predicación del santo, hicieron decaer el paganismo en Tours y en toda la región. San Martín destruyó muchos templos, árboles sagrados y otros objetos venerados por los paganos. En cierta ocasión, después de demoler un templo, mandó derribar también un pino que se erguía junto a él. El sumo sacerdote y otros paganos aceptaron derribarlo por sí mismos, con la condición de que el santo, que tanta confianza tenía en el Dios que predicaba, aceptase colocarse junto al árbol en el sitio que ellos determinasen. Martín accedió y los paganos le ataron al tronco. Cuando estaba a punto de caer sobre él, el santo hizo la señal de la cruz y el tronco se desvió. En otra ocasión, cuando demolía un templo en Antun, un hombre le atacó, espada en mano. El santo le presentó el pecho, pero el hombre perdió el equilibrio, cayó de espaldas y quedó tan aterrorizado, que pidió perdón al obispo. Sulpicio Severo narra éstos y otros hechos milagrosos, algunos de los cuales son tan extraordinarios, que el propio Sulpicio Severo dice que, ya en su época, no faltaban «hombres malvados, degenerados y perversos» que se negaban a creerlos. El mismo autor refiere algunas de las revelaciones, visiones y profecías con que Dios favoreció a san Martín. Todos los años, solía el santo visitar las parroquias más lejanas de su diócesis, viajando a pie, a lomo de asno o en barca. Según su biógrafo, extendió su apostolado desde la Turena hasta Chartres, París, Antun, Sens y Vienne, donde curó de una enfermedad de los ojos a san Paulino de Nola. En cierta ocasión en que un tiránico oficial imperial llamado Aviciano llegó a Tours con un grupo de prisioneros y se disponía a torturarlos al día siguiente, san Martín partió apresuradamente de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó cerca de la medianoche e inmediatamente fue a ver a Aviciano, a quien no dejó en paz sino hasta que perdonó a los prisioneros.

En tanto que san Martín conquistaba almas para Cristo y extendía pacíficamente su Reino, los priscilianistas, que constituían una secta gnóstico-maniquea fundada por Prisciliano, empezaron a turbar la paz en las Galias y en España. Prisciliano apeló al emperador Máximo la sentencia del sínodo de Burdeos (348), pero Itacio, obispo de Ossanova, atacó furiosamente al hereje y aconsejó al emperador que le condenase a muerte. Ni san Ambrosio de Milán ni san Martín, estuvieron de acuerdo con la actitud de Itacio, quien no sólo pedía la muerte de un hombre, sino que además mezclaba al emperador en los asuntos de la jurisdicción de la Iglesia. San Martín exhortó a Máximo a no condenar a muerte a los culpables, diciéndoles que bastaba con declarar que eran herejes y estaban excomulgados por los obispos. Pero Itacio, en vez de aceptar el parecer de san Martín, le acusó de estar complicado en la herejía. Sulpicio Severo comenta a este propósito que esa era la táctica que Itacio solía emplear contra todos aquéllos que llevaban una vida demasiado ascética para su gusto. Máximo prometió, por respeto a san Martín, que no derramaría la sangre de los acusados; pero, una vez que el santo obispo partió de Tréveris, el emperador acabó por ceder y dejó en manos del prefecto Evodio la decisión final. Evodio, por su parte, viendo que Prisciliano y algunos otros eran realmente culpables de algunos de los cargos que se les hacían, los mandó decapitar. San Martín volvió más tarde a Tréveris a interceder tanto por los priscilianistas españoles, que estaban bajo la amenaza de una sangrienta persecución, como por dos partidarios del difunto emperador Graciano. Eso le puso en una situación muy difícil, en la que le pareció justificado mantener la comunión con el partido de Itacio, pero más tarde tuvo ciertas dudas sobre si se había mostrado demasiado suave al proceder así (san Siricio, papa, censuró tanto al emperador como a Itacio por su actitud en el asunto de los priscilianistas. Fue ésa la primera sentencia capital que se impuso por herejía, y el resultado fue que el priscilianismo se difundió por España).

San Martín tuvo una revelación acerca de su muerte y la predijo a sus discípulos, los cuales le rogaron con lágrimas en los ojos que no los abandonase. Entonces el santo oró así: «Señor, si tu pueblo me necesita todavía, estoy dispuesto a seguir trabajando. Que se haga tu voluntad». Cuando le sobrecogió la última enfermedad, san Martín se hallaba en un rincón remoto de su diócesis. Murió el 8 de noviembre del año 397. El 11 de noviembre es el día en que fue sepultado en Tours. Su sucesor, san Bricio, construyó una capilla sobre su sepulcro; más tarde, fue sustituida por una magnífica basílica. La Revolución Francesa destruyó la siguiente basílica que se construyó allí. La actual iglesia se levanta en el sitio en que se hallaba el santuario saqueado por los hugonotes en 1562. Hasta esa fecha, la peregrinación a la tumba de san Martín era una de las más populares de Europa. En Francia hay muchas iglesias dedicadas a san Martín y lo mismo sucede en otros países. La más antigua iglesia de Inglaterra lleva el nombre de este santo: se trata de una iglesia en las afueras de Canterbury, y Beda dice que fue la primera que se construyó durante la ocupación romana. De ser cierto esto, debió tener otro nombre al principio, y recibió el de san Martín cuando san Agustín y sus monjes tomaron posesión de ella. Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España.

La literatura y la iconografía sobre el santo es inmensa. La fuente principal, sin embargo, es Simplicio Severo, quien visitó a san Martín en Tours, y cuyos relatos son mucho más importantes que cualquiera de los documentos posteriores. Cuando murió san Martín, Sulpicio ya había terminado su biografía.

Algún tiempo después, revisó su obra e introdujo en ella el texto de tres largas cartas que había escrito en el intervalo; en la última de ellas describía la muerte y los funerales del santo. Entre tanto, había escrito también una crónica general, en cuyo capítulo 50 del libro II trata de la actuación de san Martín en la controversia priscilianista. Finalmente, el año 404 compuso un diálogo con algunos otros materiales, donde compara a san Martín con los ascetas primitivos y cuenta algunas anécdotas. Casi un siglo y medio después de la muerte de san Martín, su sucesor en la sede de Tours, san Gregorio, hizo otra importante contribución a la historia de su venerado predecesor. Desgraciadamente, las cronologías de Sulpicio y de Gregorio son diferentes con frecuencia. En la literatura el personaje de san Martín está muy presente, y en particular seguramente recordarán los de tradición hispana el fragmento del Quijote en el que el héroe explica a Sancho el caso de la capa:

«Descubrió [una talla] el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:
-Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.
-No debió de ser eso -dijo Sancho-, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.»

(2ª parte, Cap LVIII)
Aunque es patrono de muchos oficios y muchas ciudades, e incluso san Gregorio de Tours lo proclama como «patrono especial del mundo entero», me gustaría contar la anécdota de uno solo de esos patronazgos, el de la ciudad de Buenos Aires: dice una antigua tradición que a poco de fundar la ciudad (por segunda vez) en 1580, se reunieron los miembros del Cabildo para la elección del patrono. La suerte recayó en san Martín de Tours, pero algunos vecinos se opusieron por ser francés -preferían mnás bien uno español- así que repitieron la elección, y volvió a recaer en san Martín de Tours, y aun una tercera vez, y volvió a salir el mismo papel, por lo que dedujeron que se trataba de la voluntad de Dios que el santo francés fuera el patrono de tan hispánica ciudad. Lo cierto es que muchos lugares en la historia de la ciudad aluden a san Martín no por el Gral. Don José de San Martín, libertador patrio, sino por el santo patrono. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

El influjo de San Martín fue decisivo para la evangelización de la zona de Francia que se extiende al sur del Loira: Toulouse, Poitou, Saintonge, Auvernia y Berry, y aun para la de París.

Sin duda que la fe en Jesucristo había avanzado por las vías romanas desde los tiempos de San Ireneo (finales del siglo II), pero el cristianismo apenas si había alcanzado más que a las ciudades, cuando Martín, un soldado húngaro convertido, se une a la escuela de San Hilario (339) y funda en Ligugé, cerca de Poitiers, el primer monasterio de todo Occidente (360).

Martín había de ser el apóstol de la campiña galo-romana.   Antes de recibir el bautismo, había compartido ya sus vestiduras con un mendigo en Amiens; una vez convertido al cristianismo, no le fue posible quedar indiferente ante la pobreza esencial de los campesinos, a quienes nadie había hablado todavía de Cristo. Consagrado obispo de Tours (372), reunió de nuevo en torno a sí a algunos compañeros deseosos de vivir como hombres de oración, aun cuando quiso convertir a sus monjes en misioneros.

El monasterio de Marmoutiers, a la entrada de Tours, se convirtió en un verdadero centro de evangelización. El obispo daba, por lo demás, ejemplo por sí mismo, siempre itinerante anunciando el evangelio, arrancando los árboles sagrados y destruyendo los ídolos. Murió en Candes, no lejos de Tours el 397, v su culto se extendió por toda la Galia desde el siglo V.

Oremos 
Renueva, Señor, en nosotros las maravillas de tu gracia, para que, al celebrar hoy la memoria de San Martín de Tours, obispo, que te glorificó, tanto con su vida como con su muerte, nos sintamos de tal modo fortalecidos, que ni la vida ni la muerte puedan separarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Romano el Melódico (?-c. 560), compositor de himnos Himno de Noé, estrf. 11ss

«Como en los días de Noé»

El sabio Noé... siguiendo la orden de Dios, se embarcó en el arca con sus hijos y sus mujeres, en total ocho almas tan sólo. Gimiendo sin cesar Noé oraba así: «No me hagas perecer con los pecadores, Salvador mío, porque ya veo como el caos se apodera de la creación, y sus elementos quedan quebrantados por el miedo... Las nubes están a punto, el cielo está alterado. Los ángeles vienen a la vanguardia de tu cólera». Dichas estas palabras, Dios cerró el arca y la selló, mientras su fiel exclamaba: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo». 

El juez, desde lo alto del cielo, da una orden; inmediatamente se abren las esclusas, se precipitan las lluvias, torrentes de agua y granizo de una parte a otra del mundo; y el temor hizo brotar las fuentes del abismo inundando todas las partes de la tierra... Este fue el efecto de la cólera de Dios porque los humanos habían perseverado en su endurecimiento y no se había apresurado a clamarle con fe: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo»... 

Seguidamente, el coro de los ángeles viendo destruidos a los hombres carnales, gritaba: «¡Ahora los justos poseen toda la extensión de la tierra!» Porque al Creador le gusta ver a los que ha hecho a su imagen (Gn 1,26); por eso pone a parte a sus santos para salvarlos. Noé... suelta la paloma y ésta vuelve al atardecer con un ramo de olivo en el pico que, simbólicamente, anuncia la misericordia de Dios. Entonces Noé sale del arca, como de su sepulcro, según la orden que había recibido..., no como antiguamente había hecho Adán que había comido de un árbol que da la muerte, porque Noé produce un fruto de penitencia diciendo: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo». 

Han muerto la corrupción y la iniquidad; el hombre recto de corazón triunfa por su fe porque ha encontrado gracia... Entonces el justo (Gn 6,9) ofrece al Señor un sacrificio sin mancha...; el Creador respira el perfume de olor agradable y... declara: «Nunca más un diluvio caerá sobre el universo, aunque los hombres lleven una mala conducta. Hoy hago con ellos un pacto irrevocable. Pondré mi arco sobre todos los habitantes de la tierra para que les sirva de señal y me invoquen de esta manera: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo».

No vivir la vida a la carrera
Lucas 17, 26-37. Viernes XXXII. Tiempo ordinario, Ciclo C. Quien pierda su vida por mí, la salvará

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, quiero escuchar tu voz. Cuántas veces mi corazón está preocupado por muchas cosas. Cuántas veces voy corriendo de un lado a otro. Y en el fondo te busco a Ti. Cuando me quedo delante en silencio, delante de Ti, en la Eucaristía, experimento esa paz profunda que me permite maravillarme de tu amor silencio. Por eso vengo a tus pies, me meto en el fondo de tu corazón y permanezco en silencio.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
¿Cuándo llegará el día de mi muerte? Sin duda que algunas veces escuchamos mensajes apocalípticos anunciados en las carteleras del cine. O podríamos leer innumerables libros que describen el fin del mundo. Pero si vamos un poco más a fondo nos podemos dar cuenta de que algunas veces pensamos en cómo nos gustaría morir. Lo hablamos con los amigos y al mismo tiempo escuchamos sus propias expectativas.

Unos dicen a mí me gustaría vivir muchos años, otros, por el contrario, prefieren aprovechar al máximo los primeros años de la juventud y después pasar a mejor vida. También escucharemos que algunos prefieren una muerte rápida y otros una agonía lenta pero sin dolor. Pero cuántas veces escuchamos también de aquel chico que murió repentinamente, aquel familiar que en un momento le dio un infarto y, cada uno, puede darse cuenta que la muerte llega de un momento a otro sin llamar a la puerta.

Una vez le preguntaron a santo Domingo Savio, que haría si supiese que ese mismo día muriese. Él, con su sencillez infantil, dijo que seguiría jugando. Y he ahí el secreto. Este pequeño santo vivía preparado para el encuentro con Dios. Tenía la puerta abierta y no tenía un calendario. Vivía los acontecimientos más ordinarios con amor. A veces se puede vivir la vida a la carrera sin disfrutar cada momento. Podemos pasar por un parque sin disfrutar de la flor que ha nacido. Podemos visitar muchos países sin pararnos a contemplar una pintura. Podemos ser cristianos sin ser amigos de Jesús. 

«Cuánta gente buena hemos conocido y conocemos!, y decimos: «esta persona es un santo». Lo decimos, nos viene espontáneamente. Estos son los santos de la puerta de al lado, los que no están canonizados pero viven con nosotros. Imitar sus gestos de amor y de misericordia es un poco como perpetuar su presencia en este mundo. Y, en efecto, esos gestos evangélicos son los únicos que resisten a la destrucción de la muerte: un acto de ternura, una ayuda generosa, un tiempo dedicado a escuchar, una visita, una palabra buena, una sonrisa… Ante nuestros ojos estos gestos pueden parecer insignificantes, pero a los ojos de Dios son eternos, porque el amor y la compasión son más fuertes que la muerte.»

(Ángelus, de S.S. Francisco, 1 de noviembre de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy Jesús, viviré el día haciendo cada cosa lo mejor posible. Si estoy trabajando pondré todo el esfuerzo en hacerlo bien, si hablo con alguien le prestaré atención,… Viviré cada cosa con sencillez y con pasión.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La hora de la prueba
El dolor se ve claro cuando lo vemos en otros, pero incomprensible cuando se adentra en nuestra vida.

El avión que nos transporta por el cielo, la nave que nos lleva por el mar, el coche en la carretera, alguna vez, atraviesa por en medio de la borrasca. Nadie se extraña.

También en el camino del alma. “Muchas son las olas, el pavoroso huracán arrecia”. (San Juan Crisóstomo) Quizás también en nuestra mente están previstas estas contradicciones, pero, cuando llegan, nos encuentran impreparados. Nos sorprenden.

¡Misterio el dolor humano! Claro cuando lo vemos en otros, ciertamente incomprensibles cuando se adentra por nuestros pasillos.....

¿Qué haré en la hora de la prueba” ¿Cómo resolver mi incertidumbre? ¿Cómo hacer luz en la oscuridad y paz en la terrible angustia? ¿Cómo abrazarme a la doliente “voluntad de Dios” y “ofrecerme”?

El momento del dolor es una experiencia cumbre en la vida del hombre. Sus efectos le revelan lo más profundo de sí mismo, el alma parece poder tocarse con la mano; allí aparece más desgarradora que nunca la soledad fundamental de la persona, la sensación de su completa impotencia ante las cosas.

Es imposible enumerar todas las futuras experiencias dolorosas de la vida, porque imposible es enumerar sus posibles tragedias. Pero sea grande o sea pequeña en sí misma la cruz que nos toca llevar, es cierto, siempre, que en cada caso hiere terriblemente las espaldas.

Cuando alguien me lo ha preguntado, le he respondido fácilmente. Le he dicho: “¡Ten confianza en Dios!” Ahora que a mí me sucede: ¡qué poco me dice esto!

Sin embargo, eso es exactamente lo que necesito: echar a andar los recursos de mi fe cristiana. “Efectivamente, el dolor y la muerte pesan sobre el espíritu humano y son un enigma para aquellos que no creen en Dios. Pero en la fe nosotros sabemos que serán superados, que han sido vencidos en la muerte y resurrección de Jesucristo nuestro Redentor”. (Juan Pablo II, Paquistán)

Y si recurro al Evangelio, seguiré encontrando respuestas de fe: “El Padre poda la rama vigorosa para que dé aún más fruto” (Jn 15, 2-3); “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24), etc. Él me hará ver cómo Cristo camina la senda dolorosa del Calvario como necesario tránsito hacia la gloria de la resurrección. “En el plano divino todo dolor es dolor de parto; él contribuye al nacimiento de una nueva humanidad” (Juan Pablo II, abril de 1983). Por todo ello, comprenderé que no nos es dado poseer un don más grande que el dolor, la cruz y la humillación.... pero ahora, en medio de mi tragedia, todo esto me sabe a muy poco, apenas me mueve. ¿Por qué será así?

Mi fe no me arrastra a la esperanza, porque es una débil fe. No es como la de Job, que dice clamando: ¡”Yo sé que mi Señor vive”! (Job 19, 25)....... “Yo sé” es una convicción, no un sentimiento. Es una certeza, no una idea.

“Yo sé” dice San Pablo, al final de su carrera, mientras yace en la cárcel. “Yo sé a quién me he confiado y estoy seguro de que puede guardar mi depósito para aquél día” (2 Tim 1, 12).

“Yo sé” es mucho más que saber, es un haber vivido la experiencia, y haberla profundizado.

Y aquí, en la experiencia de la fe y de las certezas que ello comunica, cada uno de nosotros es diferente; Dios es totalmente una historia personal, y por eso mismo ante las pruebas reaccionamos con diversas reflexiones o motivaciones adecuadas a nuestras propias circunstancias. La verdad es que la fe es tan rica como Dios mismo y tiene para cada uno el resplandor adecuado: toda persona, toda situación humana es iluminada espléndidamente por ella.

En este caso, ha bastado este reflejo: “Sé que me has elegido” para que el panorama todo quede interpretado, quede construido en la paz.

La sensación de mi impotencia radical ha encontrado una respuesta en la fe: admito que no soy nada y que soy débil, pero sólo cuando me falta Dios. ¡Pero “con Él” lo puedo TODO!, porque consigo hacer mía la potencia misma de Dios: lo he vivido anteriormente, en otras ocasiones, ¡y hoy no debo olvidarlo!, sino actualizarlo.

La fe de que Él está conmigo, de que Él no nos ha abandonado – “He aquí que yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)- va haciendo renacer las fuerzas, las energías morales del espíritu. “Sé, Señor, que habiéndome elegido”significa que voy aprendiendo a ver lo que me sucede como “un algo elegido” por Dios, y no obra de la casualidad y la fatalidad; como algo salido de sus manos por elección precisa y clara. Y si viene de las manos de Dios ¿por qué me angustio? “Habiéndome elegido – Tú serás siempre mi fortaleza” indica que, si Él elige, el se compromete con el elegido; no le cargará la cruz y se irá, sino que compartirá el peso y dará Su fuerza.

Respuestas de fe ...... para todas las medidas .... Pero hoy, además, algo muy importante, algo común a cada caso: lo importante no es conocer, sino saber: ¡Creer como si se tuviera una evidencia! Y entonces sí se está preparado para el “ofrecimiento”.

¿Es malo creer en los horóscopos?
Comienza hoy a hacer las cosas que harías si supieras tu futuro. Nuestros actos no están dirigidos por las estrellas...

Es muy normal que tengamos curiosidad por saber qué pasará en el futuro, pero dime ¿qué harías si supieras qué va a ser de ti mañana?

Quizá si supieras que vas a ser un gran empresario, empezarías a ver de qué manera manejar mejor tu dinero; o si supieras que te enfermarás, comenzarías con poner todos los medios para prever dicha enfermedad y, si en el peor de los casos, te dicen que morirás, seguramente comenzarías de inmediato a dejar listos esos pendientes que tienes, y sobre todo te acercarías a la confesión para estar en gracia.

¡Cuántas cosas haríamos, ¿verdad?! Nosotros, cristianos, no consultamos horóscopos o personas que supuestamente dicen el futuro, porque ello contradice el honor y el respeto que debemos a Dios.

Querer saber el futuro es querer ser iguales a Dios, pretensión tan soberbia como absurda. Debemos confiar a la Providencia divina nuestra vida, confiar en Dios como Padre que es.

Así que olvídate de andar por ahí con consultas a los astros, horóscopos y adivinos.

Lo que te recomiendo es que comiences hoy por hacer todas esas cosas que harías si supieras tu futuro. No te preocupes del mañana, mejor ocúpate del presente.

La ciencia que responde a los interrogantes que nos provocan las estrellas es la astronomía. Esta disciplina nació entre los caldeos hace unos treinta o cuarenta siglos y sigue progresando hoy gracias a los programas espaciales de Estados Unidos y Rusia.

Junto a este saber, como hongo nacido en medio de un hermoso jardín, apareció la astrología, ficción que pretende determinar una supuesta influencia sobre nuestras vidas por parte de los cuerpos celestes.

La palabra "horóscopo" se utilizaba en los siglos pasados para designar a los sacerdotes encargados de observar el curso de las estrellas. Luego pasó a significar la influencia que los astros habrían de tener sobre nuestras vidas. Esta creencia tan absurda, sigue influyendo en algunas personas de nuestro nuevo siglo XXI.

El zodiaco es una franja imaginaria del firmamento donde aparecen doce constelaciones que se pueden observar a simple vista. Las doce constelaciones del zodiaco son Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis.

Estos doce nombres provienen de palabras latinas que indican diversas divinidades mitológicas veneradas entre los antiguos caldeos. Los horóscopos dicen que nuestra vida depende de la constelación zodiacal que hace sentir su influencia en el mes de nuestro nacimiento. Si nací en enero soy Acuario; si nací en agosto, soy Leo... etc.

La creencia en los horóscopos es peligrosa. Casi es como creer en otra religión. Porque intentan hacernos creer que no somos libres sino que estamos determinados en todo por nuestro signo zodiacal. No sería yo quien realiza su propia vida, sino que todo mi obrar estaría dirigido por una extraña fuerza proveniente de las estrellas. Pero nada de lo que dicen los horóscopos está científicamente fundado. Lo que afirman sobre Sagitario hoy, lo dirán mañana de Piscis y viceversa. Es un triste problema que los horóscopos sigan haciéndose y, peor aún, que haya quienes se creen todo lo que leen. No es lícito ni conveniente, pues puede robar nuestra confianza en Dios.

Por otra parte, el que verdaderamente confía , cree y ama a Dios no busca símbolos o signos del cielo ni de la tierra, como bien lo explica Nuestro Señor: ¿Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra y no sabéis distinguir los signos de los tiempos...? (Mt. 16, 1-4).

A veces nos puede ganar la curiosidad de saber lo que dirán de nuestro futuro; pero lo único que conseguimos es poner nuestro mayor tesoro, la vida, en manos de suposiciones tan genéricas y ambiguas que le podrían pasar a cualquiera.

Dios te cuida y te ama personalmente, ¿por qué quieres encerrarte en 12 símbolos?, que si los dividimos entre la población mundial, 6 mil millones de habitantes, a 500 millones de personas les pasaría lo mismo, lo cual no sólo es aburrido sino incluso contrario a nuestra experiencia ¿no crees?

Los cristianos debemos más bien dedicar nuestro tiempo a pedir a Dios que nos aumente la fe y que nos ayude a evitar todo lo que nos aparte de Él.

El Papa en Santa Marta: La ideología lleva a un Dios sin Cristo y a un Cristo sin Iglesia y sin pueblo

El Papa advierte del peligro de ‘desencarnar’ de Cristo el amor y la Iglesia

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El amor del cristiano es concreto, no es el amor ‘superficial’ de una telenovela. Lo indicó este viernes el papa Francisco en la misa matutina en la Casa Santa Marta, advirtiendo sobre las ideologías que ‘desengranan a la Iglesia’, reiterando que el criterio del amor cristiano es “la encarnación del Verbo”.

Deteniéndose sobre la naturaleza del amor cristiano, el Santo Padre mencionó la segunda carta de San Juan apóstol y el mandamiento “caminar en el amor”. ¿Pero de qué amor se trata?, visto que esta palabra “se usa hoy” para tantas cosas. Porque se habla de amor en una telenovela, de amor teórico.

En cambio la encarnación del amor cristiano, precisó “es la encarnación del Verbo”, y quien niega esto es el anticristo. Y profundiza más: “Un amor que no reconoce que Jesús vino con su carne, en la carne”, reconoce “un amor mundano, filosófico, abstracto” o sea “un amor disminuido, superficial”.

“Dios ha enviado a su Hijo, que se ha encarnado y hecho una vida como nosotros” dijo, e invitó “a amar como amó Jesús, como nos enseñó, siguiendo su ejemplo, caminando por el camino de Jesús. Y el camino de Jesús es el que nos da la vida”, indicó.

Para ello, explicó Francisco, es necesario “salir continuamente del propio egoísmo y ponerse al servicio de los otros”. Y eso porque el amor cristiano “es un amor concreto, porque es concreta la presencia de Dios en Jesucristo”.

Por lo tanto advierte sobre quien desfigura esta doctrina de la carne, de la encarnación, porque así “no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios”. Porque la Iglesia es una comunidad entorno a la presencia de Cristo. Francisco cita la palabra ‘proagon’, sobrepasar, extraviarse, y que de allí nacen las ideologías, sobre el amor, sobre la Iglesia, las ideologías que le quitan a la Iglesia la carne de Cristo. Y añadió que “estas teorías, arruinan a la comunidad, la Iglesia”.

El Santo Padre adviertió que teorizando así sobre el amor, se llega a un Dios sin Cristo, a un Cristo sin Iglesia y a una Iglesia sin pueblo. “Todo en este proceso quita la carne a la Iglesia”. Es por esto que el diácono Lorenzo decía –recordó el Papa– que ‘los pobres son el tesoro de la Iglesia’. ¿Por qué? “Porque son el tesoro en Cristo”.

El Papa concluyó su homilía invitando a no entrar en ese proceso, que quizás seduce a tanta gente, de ‘ideologizar’ este amor, desencarnando a la Iglesia, desencarnando el amor cristiano. Y así no llegar al triste espectáculo de un Dios sin Cristo, de un Cristo sin Iglesia y de una Iglesia sin pueblo”.

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