"¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!"

Evangelio según San Lucas 2,1-14. 


En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. 
Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. 
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!".


Natividad del Señor (Misa de medianoche)

Con San Pablo exclamamos en la entrada de esta celebración: «Ya se cumple el tiempo en el que Dios envió a su Hijo a la tierra» (Gál 4,4). En la oración colecta (Veronense) pedimos al Señor Jesús que venga y no tarde, para que su venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de su amor.

–2 Samuel 7,1-5.8-11.16: El trono de David durará para siempre. No será David el que edifique el templo del Señor. Pero el Señor le premia su buena intención, y le promete la perennidad de su dinastía. Por eso el Mesías será hijo de David y su reino será eterno. En el tierno Niño de Belén hemos de ver al fuerte y poderoso Rey divino, al Señor del universo, al Fundador del Reino de la Verdad y de la Vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia del amor y de la paz.

La fe debe hacernos contemplar la corona y el cetro que la vista corporal no alcanza a ver. El Padre eterno decreta: «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión» (Sal 2,6). Y Cristo, el nuevo Rey, lo proclama ante el mundo: «El Señor me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo y te daré en herencia las naciones y te haré dueño de todos los confines de la tierra» (7-8).

Nosotros creemos en su reinado, nos sometemos a su imperio, nos consideramos dichosos de ser conducidos, mandados y regidos por Él. Adoraremos al Rey en un pesebre, y lo veneraremos en su Ascensión a la derecha del Padre, cuando diga: «Se me ha dado todo poder sobre los cielos y sobre la tierra» (Mt 28,18). ¡Nos entregamos totalmente a su dominio! ¡Queremos servirle, vivir y morir en su santo servicio! Ese reinado no se funda ni en la carne, ni en la sangre, ni en la raza, ni en el nacimiento, ni en las armas, ni en los ejércitos, ni en riquezas o grandes extensiones de tierra. No se funda tampoco en las dotes naturales del hombre: en su inteligencia, en sus ascendientes, ni en su influencia; tampoco en su cultura, en su renombre o en su perspicacia. Solo se funda en dos cosas: en la gracia divina y en la buena voluntad del hombre para recibir esa gracia. Abrámonos a esa gracia divina.

–Con el Salmo 88 cantamos eternamente las misericordias del Señor. Dios prometió a David un reino para siempre, un trono para la eternidad, y por eso su fidelidad permanece en todas las edades. En Navidad se renueva esa alianza maravillosa en favor de todos los hombres:

«Anunciaré Su fidelidad por todas las edades. Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad”. Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono por todas las edades”. Él me invocará: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”. Le mantendré eternamente mi favor, mi alianza con él será estable». Solo en Cristo se ha realizado plenamente esta formidable promesa del Señor.

–Lucas 1,67-79: Nos visitará el Sol que nace de lo alto. Zacarías en el Benedictus descubre la misteriosa realidad escondida en aquellos niños, Juan y Jesús. En una hora de inspiración inefable, es profeta que declara y anuncia las obras de Dios, a quien alaba en el comienzo de la salvación. La fuerza de Dios se ha hecho presente en el seno de una Virgen. El Mesías viene a dar la libertad que es necesaria para servir a Dios con santidad y justicia. En el Mesías, el pueblo de Dios será regido por un Rey bueno, pacífico y salvador. Juan será el heraldo, la voz. Su grandeza está en preparar el camino del Señor, llevar al pueblo al conocimiento del Salvador. Oigamos a San Ambrosio:

«Considera qué bueno es Dios y qué pronto para perdonar los pecados. No solo le da a Zacarías lo que le había quitado, sino que le otorga también lo que no esperaba. Este hombre, después de largo tiempo mudo, profetiza; pues ésta es la máxima gracia de Dios, que aquellos que le habían negado le rindan homenaje.

«¡Que nadie pierda, pues, la confianza! Que nadie, con el recuerdo de sus faltas pasadas, desespere de las recompensas divinas. Dios sabrá modificar su sentencia, si tú sabes corregir tu falta» (Comentario Evang. Lucas II,33).

La misericordia de Dios, como ya había sido prometido a Abraham, ha hecho nacer de su descendencia el Sol que ilumina los pasos de los hombres por el camino de la paz, aunque muchas veces se obstinen en esconderse en las tinieblas del error y del pecado. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la admitieron. Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,5.11). Oigamos a San Juan Crisóstomo, que nos exhorta a recibir a Cristo:

«Él se nos ofrece para todo. Y así nos dice: “si quieres embellecerte, toma mi hermosura. Si quieres amarte, mis armas. Si vestirte, mis vestidos. Si alimentarte, mi mesa. Si caminar, mi camino. Si heredar, mis heredades. Si entrar en la patria, yo soy el arquitecto de la ciudad...

«“Y no te pido pago alguno por lo que te doy, sino que yo mismo quiero ser tu deudor, por el mero hecho de que quieras recibir todo lo mío. Yo soy para ti padre, hermano, esposo; yo soy casa, alimento, vestido, raíz, fundamento, todo cuanto quieras soy yo; no te veas necesitado y carente de algo. Incluso yo te serviré, porque vine “para servir, y no para ser servido” (Mt 20,28). Yo soy amigo, hermano, hermana, madre; todo lo soy para ti, y solo quiero contigo intimidad. Yo soy pobre por ti, mendigo para ti, crucificado por ti, sepultado por ti. En el cielo estoy por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres? ¿Por qué rechazas al que te ama y trabajas en cambio para el mundo, echándolo todo en saco roto?”» (Homilía 76 sobre Evg. Mateo).

Dejémosle al Salvador nacer de nuevo en nuestros corazones. El hombre de buena voluntad, que hoy abre su corazón a la verdad y al bien, el que está dispuesto a recibir sencillamente y con rectitud la verdad y a practicar el bien, alcanzará la amistad de Cristo y la posesión del reino de Dios. ¡Tan amplios y universales y, al mismo tiempo, tan sencillos son sus fundamentos! Dejemos que el Sol que nace de lo alto ilumine nuestras tinieblas. Sometámonos al reinado de Cristo. En él encontraremos la verdad, la paz y la vida.

San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia 

Palabras para la novena de Navidad, nº 10


«Os anuncio una buena noticia, un gran gozo para todo el pueblo»

«Os anuncio una gran alegría.» Estas son las palabras que dijo el ángel a los pastores de Belén. Os las repito hoy a vosotros, almas fieles: os traigo una noticia que os causará una gran alegría. ¿Puede haber, para unos pobres exiliados, condenados a muerte, una noticia más dichosa que la de la aparición de su Salvador, que ha venido no tan sólo para librarles de la muerte, sino para que puedan retornar a su patria? Esto es lo que vengo a anunciaros: «Os ha nacido un Salvador»... 

      

Cuando un monarca hace su primera entrada en una ciudad de su reino, se le tributan los más grandes honores: ¡cuánta decoración, cuántos arcos triunfales! Prepárate, pues, dichosa villa de Belén, a recibir dignamente a tu Rey... Has de saber, dice el profeta (Mi 5,1), que entre todas las ciudades de la tierra tú eres la más favorecida puesto que el Rey del cielo te ha escogido a ti como lugar de su nacimiento aquí en la tierra, a fin de reinar, seguidamente, no sólo en Judea, sino en los corazones de los hombres de todo lugar... ¡Qué habrán dicho los ángeles viendo a la Madre de Dios entrar en una gruta para, allí, dar a luz al Rey de reyes! Los hijos de los príncipes vienen al mundo en habitaciones resplandecientes de oro...; y quedan rodeados por los más altos dignatarios del reino. El Rey del cielo, quiere nacer en un establo frío y sin lumbre; para cubrirse no tiene más que unos pobres jirones de ropa; para descansar sus miembros sólo un miserable pesebre con un poco de paja... 

      

¡Ah! Reflexionar sobre el nacimiento de Jesucristo y las circunstancias que le acompañaron, debería abrasarnos en amor; y pronunciar las palabras gruta, pesebre, paja, leche, vagidos, poniendo delante nuestros ojos al Niño de Belén, deberían ser para nosotros otras tantas flechas encendidas hiriendo enteramente de amor nuestros corazones. ¡Dichosa gruta, pesebre, paja! Pero mucho más dichosas la almas que aman con fervor y ternura a este Señor tan digno de amor y que ardiendo en caridad, le reciben en la santa comunión. ¡Con qué arrebato, con qué gozo viene Jesús a descansar en el alma que le ama verdaderamente!

Algo más que locura

Lucas 1, 67-79. Noche Buena. Feria privilegiada de Adviento. Ciclo A.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, existen misterios en que guardar silencio es el mayor homenaje ante la maravilla. Dispón mi corazón para contemplar tu nacimiento.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Dios quiso venir al mundo…

¿Qué es lo que acabo de leer?, ¿quién quiso venir al mundo?, quiero decir, ¿se puede «venir» al mundo? Además, ¿es que alguien puede de verdad «elegir» venir?

Asumiendo que alguien pudiese, lo cual me resulta increíble -¿quién podría hacerlo?, ¿y quién sería ese alguien?, ¿Dios…?

Tantas cosas a la vez para esta pobre inteligencia… a veces me pregunto siquiera si se puede creer que Él exista. Pero bien… digamos que existe, ¿podría creer que Él hubiese venido aquí?, ¿a este mundo tan pobre, tan falible, tan -nada? Y todavía más difícil: creer que se hizo hombre, que se hizo carne, cuerpo, pielecita, bebé, lágrimas, frío y que cupo en las manos de una niña de un pequeño pueblo hebreo…

Necesitaría algo más que locura para creer algo así.No sé cómo explicarlo, no lo sé. Y aunque no sé cómo, digamos que por alguna razón acepto el hecho: ¿por qué nacer aquí?, ¿por qué querer venir?, ¿por qué visitar este mundo?, ¿por qué el deseo de ser uno de nosotros? Somos tan frágiles… hay tanto mal y tanto que no es como debería ser… ¿por qué fijarse en nosotros? Y se fijara en mí ese Dios, ¿por qué lo haría?

Sólo un don me haría capaz de recibir este misterio. No es ciencia. No es locura. No es teoría. No es del todo racional, ni del todo irracional. No es obscuridad absoluta, tampoco claridad total. Es sencillamente un regalo.

 Creer que alguien me miró, se fijó en mí, sufrió por mí -porque me amó, es una verdad que se encarna en experiencia, es una verdad regalo que se puede acoger. Es una verdad que sacudiría mi corazón, hasta tal punto que me haría feliz.

Quiso venir Dios al mundo, quiso nacer aquí, quiso venir a mí.

«Pueden reconocer sin duda la presencia de Dios: él no os ha dejado solos. Incluso en medio de tremendas dificultades, podríamos decir con el Evangelio de hoy que el Señor ha visitado a su pueblo: se ha acordado de su fidelidad al Evangelio, de las primicias de su fe, de todos los que han dado testimonio, aun a costa de la sangre, de que el amor de Dios vale más que la vida. Qué bueno es recordar con gratitud que la fe cristiana se ha convertido en el aliento de su pueblo y el corazón de su memoria. La fe es también la esperanza para suo futuro, la luz en el camino de la vida.»
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de junio de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Vivir la misa de Nochebuena con el respeto y reverencia que merece el misterio celebrado.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.


Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡
Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.


Cristo Jesús está con nosotros esta noche


El Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, donde podremos adorarle.


Natividad del Señor


"Como el joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor: como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo".


Como en un magnífico exordio, con la alegría de los esposos que conviven juntos, así anuncia el Profeta Isaías la venida de Cristo el Salvador que colmará los deseos de los hombres de una muy estrecha solidaridad con el autor de los siglos, de los continentes y de los hombres.


Cristo Jesús está con nosotros esta noche, este día y todos los siglos, y aunque personajes extraños tratan de acaparar las miradas y atraerlas hacia sí, Cristo Jesús tendrá que ser el único centro de atención, de amor, de paz y de solidaridad.


Benedicto XVI lo expresa magníficamente: "En la gruta de Belén, la soledad del hombre está vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede ser construida en la roca: nosotros podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía sino en la certeza de que el Dios de Cristo Jesús está presente y nos acompaña".


No cabe duda que todos los hombres se preguntan, unos para acogerlo y otros para rechazarlo, cómo es Dios y qué rostro tiene. Los que han intentado acercarse a él, nos han dado su propia versión, y nos han reflejado su experiencia, pero ha sido la suya propia que muchas veces no refleja definitivamente el rostro del verdadero Dios. Ni los profetas, ni los sacerdotes, ni Moisés siquiera, han logrado darnos una versión total del Dios del Universo, e incluso, muchos quisieron hacerse un Dios a su imagen y semejanza, para sostener la precariedad de sus vidas e incluso tratando de encontrar en él, justificación para su estrecha o torcida manera de vivir, justificando sus injusticias, su avaricia, su tremenda avaricia, que deja a muchos sin comer, mientras ellos se permiten disfrutarlo todo.


Todas esas versiones que nos han dejado de Dios, han sido o incompletas o falsas, y podría haber desconcierto, cuando San Juan, en el prólogo de su Evangelio, afirma tajantemente que a Dios nadie lo ha visto. ¿Entonces qué hacer? ¿Está el Señor jugando a las escondiditas? No definitivamente no, pero tendríamos que decir al llegar a este punto, que el verdadero Dios es tan grande, que nunca lo entenderíamos ni podríamos poseerlo con nuestra débil inteligencia y con la cortedad de nuestra manos.


Pero precisamente el Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, y en él podremos adorar al Dios que los hombres buscan para tener una respuesta a todas sus inquietudes. Es la respuesta del verdadero Dios, un Dios que se hace niño y se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. Y esa realidad se realiza en la persona de Cristo Jesús, que es todo Dios y es al mismo tiempo todo hombre. Qué admirable descubrimiento del Dios de los cielos, creador de cuanto existe. En el Divino Niño podemos adorar la grandeza de Dios, sin olvidarnos que cuando el Hijo de Dios se encarna, ya lleva presente con él la salvación para todos los hombres con su muerte y resurrección.


Es el momento de la adoración, es el momento del amor. a Cristo mismo no lo entenderemos sin amor, y sin amor tampoco comprenderíamos el designio de Dios de hacerse cercano a los hombres. Mientras prendemos luces y más luces en al árbol de Navidad, esforcémonos más por encender el corazón en la luz del corazón de Cristo para que todo el mundo se convierta en una hoguera de amor, de paz, de consuelo y de solidaridad para todos los hombres. Esta es la VERDADERA Y FELIZ NAVIDAD.


La Navidad “no es una celebración tipo aniversario"


Cuarta predicación de Adviento del padre Cantalamessa ante el Papa


El alma creyente debe imitar las virtudes de María, hace nacer y crecer a Jesús en su corazón y en el corazón de sus hermanos


Por: Padre Raniero Cantalamessa / Predicador de la Casa Pontificia. | Fuente: ZENIT – Roma / 23 Diciembre 2016 

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha asistido este viernes 23 de diciembre, a la cuarta y última predicación de Adviento realizada por el predicador de la Casa Pontificia, el sacerdote capuchino Raniero Cantalamessa.

A las cuatro predicaciones, participaron cardenales, arzobispos y obispos, los secretarios de las Congregaciones, los prelados de la Curia Romana y del Vicariato de Roma, los superiores generales y los procuradores de las órdenes religiosas que forman parte de la Capilla pontificia.

La primera predicación de Adviento se tituló “Creo en el Espíritu Santo”; la segunda fue sobre “El Espíritu Santo y el carisma del discernimiento”; la tercera se centró en “la acción y el bautismo del Espíritu Santo”; y hoy la cuarta predicación el sacerdote capuchino ha invitado a meditar que la Navidad “no es una celebración tipo aniversario”, y recordó a san León Magno, que ponía ya en luz el significado místico del “sacramento de la navidad de Cristo”, diciendo que “los hijos de la Iglesia fueron generados con Cristo en su nacimiento, como han sido crucificados con él en la pasión y resucitados con él en la resurrección”.

Precisó además que la visión patrística ha sido traída a la luz en el Concilio Vaticano II, en los capítulos que la constitución Lumen Gentium dedica a María, como modelo ejemplar de la Iglesia, y que el alma creyente debe imitar las virtudes de María, hace nacer y crecer a Jesús en su corazón y en el corazón de sus hermanos.

Está además el famoso dicho del mismo Agustín –cita el predicador– según el cual María “concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo” diversamente de la herejía gnóstica y docetista, para la cual la maternidad de María fue vista casi solo como maternidad física o biológica.

Es verdad, –indica el padre Cantalamessa– que Jesús era el hijo de María y “fruto de su seno” por ello en una fase antigua se reafirma la maternidad real o natural de María y aparece por primera vez el título de Theotókos. Señala así que entre María y Cristo no hay solamente una relación de tipo físico, pero también de orden metafísico, y que san Agustín ve que la maternidad de María es “como una maternidad en la fe”.

Invita por ello a entender lo que “el misterio” del nacimiento de Jesús por obra del Espíritu Santo de María Virgen significa “para nosotros” y cita una frase repetida por muchos santos: “De qué me serviría a mí que Cristo haya nacido una vez en Belén de María, si él no nace por fe también en mi corazón?”.

“El Espíritu Santo nos invita por lo tanto a ‘volver al corazón’ para celebrar en este, una Navidad más íntima y más verdadera, que vuelva ‘verdadera’ también la Navidad que celebramos exteriormente, en los retiros y en las tradiciones”.

“Este propósito de vida nueva debe entretanto traducirse sin tardar, en algo concreto, en un cambio posiblemente también externo y visible en nuestra vida y en nuestros hábitos” dijo. Porque “si el propósito no es puesto en práctica, Jesús es concebido pero no es ‘dado a luz’. ¡No se celebra “la segunda fiesta” del Niño Jesús que es el Navidad”.

Por todo ello, al concluir la meditación, el padre Cantalmaessa invitó a recitar una oración encontrada en un antiguo papiro en el que la Virgen es invocada con el título de Theotokos, Dei genitrix, Madre de Dios: el Sub tuum praesidium.

¿Qué ofreceré al niño Jesús como mi regalo de Nochebuena?


¿Qué ofreceré al niño Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, como mi regalo de Nochebuena?
Algunas opciones que podrían ser de gran agrado para Jesús, José y María.

Preparar la Navidad sin perder la esencia de esta fiesta hoy es muy difícil. Pues hay muchos compromisos. Pero la Navidad no es sólo comprar, preparar y pensar; también es tener contacto con el Señor, salir a su encuentro. Y es muy importante vivirla desde esta dimensión. El Papa hace unos días con unas palabras improvisadas explico a los niños que san Pablo dice: «Orad sin cesar, es decir, no perdáis el contacto con Dios”.



Sabemos que la Navidad está cerca: la manera más practica de experimentarlo es la preocupación de cómo expresar nuestro afectos a familiares y amigos, a demás de la decoración y la cena de noche buena. Esperemos que la demostración de afecto sea no sólo con los regalos, sino también con nuestro corazón. Pensemos que Cristo, el Señor, está cerca de nosotros, que entra en nuestra vida y nos da luz y alegría.



El papa Benedicto XVI durante este tiempo de adviento nos ha invitado a preparar en nuestro corazón y en nuestra vida la venida del Emmanuel, el Dios-con-nosotros.


El mismo Santo Padre no sólo da ejemplo de oración constante en esta tiempo de espera, también involucra la vida, los actos concretos hechos regalo para Jesús niño, como el de visitar a los detenidos en la cárcel romana de Rebibbia, Roma. Sabemos perfectamente que dondequiera que haya un hambriento, un extranjero, un enfermo, un encarcelado, allí está Cristo mismo.


Otra manera muy concreta de vivir con obras la esencia de la navidad es la plena capacidad de acogida el sinceramente ponerme en escucha de las vicisitudes personales de cada miembro de mi familia, de los amigos o vecinos, pues el mismo Cristo se identifica con cada uno.


Si ya tienes lista tu casa y el corazón para vivir el nacimiento de Cristo tan esperado pero te falta un regalo concreto para ofrecerle, Catholic.net te presenta algunas opciones que podrían ser de gran agrado para Jesús, José y María.



¿Qué ofreceré al niño Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, como mi regalo de Nochebuena?



Lo dejaré nacer en el corazón preparándome con una buena confesión.


Viviré con fervor la Misa de Navidad para abrazar a Cristo hecho Carne en la Sagrada Eucaristía.


Recordaré con el ejemplo o los detalles que El Hijo de Dios se hizo hombre por amor al hombre.


Perdonaré y pediré perdón a aquella persona de la que me aleje por alguna razón.

Le hablaré a alguna persona, familiar o amigo del cual me he desinteresado.


Visitaré a algún familiar, amigo, conocido, vecino enfermo o que viva solo


Colaboración concreta y generosa en algún centro de acogida, asociación de bien.


La austeridad en el modo de vivir, cuidado de lo que uso y tengo


Viviré con especial alegría sabiendo que él es destructor del pecado y de la muerte


Promover todo lo que ayude a engendrar debidamente la vida, a cuidarla, a hacerla crecer


Todo mi ser está dispuesto a acompañarle en estas fiestas, no lo dejaré sólo.



Concluyo con las palabras del Papa: “corramos con alegría hacia Belén, acojamos en nuestros brazos al Niño que María y José nos presentan. Volvamos a partir de Él y con Él, afrontando todas las dificultades y las alegrías que el nuevo año nos reserva” y sobre todo comprometamos la vida pues vale la pena seguir a un Dios niño que se da hasta la muerte y muerte en cruz por amor a nosotros.



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