Feliz Navidad a todos los lectores y colaboradores de PAX HD.
- 24 Diciembre 2016
- 25 Diciembre 2016
- 24 Diciembre 2016
El Papa celebra hoy la misa de gallo en la basílica de San Pedro
Es la cuarta Navidad que el papa Francisco celebra en el Vaticano y coincide con los 80 años de su bautismo
(ZENIT – Roma).- El papa Francisco celebra este sábado por la tarde la misa de Navidad en la basílica de San Pedro. La misa de la media noche, también llamada ‘misa de gallo’, es celebrada a las 21,30 de Roma y será transmitida por muchas televisiones del mundo.
Es la cuarta Navidad que el papa Francisco celebra en el Vaticano, y en esta ocasión coincide con los 80 años de su bautismo. Los arreglos florales, la fuerte iluminación, el perfume del incienso, los cantos del coro de la Capilla Sixtina caracterizan la emocionante ceremonia que se realiza en la basílica.
El Papa cuando hace ingreso descubre una imagen del Niño Dios, detrás del cual está el del Evangelio, mientras se escucha el canto de la Kalenda.
“También nuestros ojos -dijo el Papa el la homilía del año pasado- puedan llenarse de estupor y maravilla contemplando al Niño Jesús el Hijo de Dios”. Esta noche “viene verdaderamente Dios. No hay lugar para las dudas, dejémoslo a los escépticos que por interrogar solamente a la razón no encuentran nunca la verdad. No hay espacio para la indiferencia, que domina el corazón de quien lo lograr querer a los otros”. Y señaló que “es expulsada toda tristeza , porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón”, entonces “no escamos más solos y abandonados”. Durante la misa, en el momento del ‘Gloria’ un gendarme y un bombero del Vaticano, llevan una imagen del Niño Jesús a la plaza de San Pedro, que este año ha sido ofrecido por Malta y que tiene una barca para recordar el drama de los migrantes muertos en el Mediterráneo. Al concluir el rito, el coro de la Sixtina entonará el canto natalicio: “Tu scendi dalle Stelle”, en una versión que respeta el manuscrito original de San Alfonso María de Ligorio. El nombre de misa de Gallo se usa en los países de idioma español y portugués. Habría sido Sisto III en el año 400 a instituir una misa para celebrar el nacimiento de Cristo ‘ad galli cantus’, o sea cuando el gallo canta, lo que significa el inicio de un nuevo día, después de la media noche.
Feliz Navidad a todos los lectores y colaboradores de PAX HD. CON LAS MISIONERAS DE PAX VOBIS
Cuatro luces de Navidad
José Alegre: "Éste es un tiempo para pulir las aristas del corazón"
Jesús Bastante, 24 de diciembre de 2016 a las 18:58
¿Estás dentro?, ¿estás fuera? Da igual. Lo importante es que permanentemente nos estás llamando. Y vienes a llamarnos con nuestra propia voz humana. Para romper nuestra sordera. Con amor
(Texto: José Alegre/Imagen: Rogelio Núñez -pARTido-).-Tú, que deshaces siempre nuestros planes
y desmontas nuestros propósitos,
aquieta los deseos y las aspiraciones
que nos distraen de percibirte
en el presente eterno de tu Presencia.
Tú, que llamas a nuestra puerta
a cada momento, a la espera de un Sí confiado,
aquieta los ruidos y dispersiones
que nos impiden escuchar y acoger
tu llamada sangrienta hacia nuestra plenitud.
Tu, que abres rutas y caminos
en las heridas y el sufrimiento de nuestro mundo,
desinstálanos de nuestro victimismo e indiferencia,
para que seamos capaces de allanar los caminos
con el consuelo y la curación de nuestro ser en Ti.
Desvélanos y tu Ser será ya presente en el ahora insoslayable.
(Mar Galcerán)
CUATRO LUCES PARA NAVIDAD. Cuatro sugerencias en verso, para poner belleza en tu corazón. Para que esta belleza se convierta en luz en tu vida, con el espíritu del Nacimiento del Amor revestido de sencilla humanidad.
TU QUE DESHACES NUESTROS PLANES... Porque nos amas y quieres que nuestros planes sean tus planes, que nuestros caminos sean tus caminos (cfr Is 55,8), que nos invitas a trabajar en tu viña, ya que hemos aceptado ser obreros tuyos, hacer nuestra tu obra, lo cual nos ha llevado a aceptar la Regla de tu siervo san Benito: no anteponer nada a Cristo (R 4, 21; 72,11)
Pero nosotras y nosotros, sumidos en el ritmo de vértigo de este mundo vamos tomando aficiones, deseos, preocupaciones... que están movidas por otra sabiduría. Y ello provoca que se apaguen luces en nuestro camino, y se enciendan otras; pero tú cada año vienes a encender la luz de tu presencia, luz de bajo consumo, pero de fuerte esplendor, esa luz de tu presencia que quiere despertar un DESEO vivo, fuerte, generoso de ti.
Por esto yo te diría Señor con los sentimientos y palabras de san Agustín:
Mi alma arde en deseos de conocer este complicadísimo problema, que soy yo. Te ruego por Cristo, Padre bueno, que no ocultes ni escondas a mi investigación estas cosas tan misteriosas, tan habituales como misteriosas, concédeme que pueda penetrar en ellas para que se me aclaren iluminadas por tu misericordia... Dame lo que deseo, pues es verdad que lo deseo, y esto es don tuyo. (cfr Las Confesiones L. XI,cap. 22)
Concédeme tu luz para descubrir, contemplar y gozar tu presencia entre nosotros, tú que haces EMMANUEL, DIOS CON NOSOTROS. Verdadero ejercicio de AMOR.
TÚ QUE LLAMAS A LA PUERTA... Tú, que estás permanentemente a la puerta llamando, (Apoc 3,20) con la cabeza cuajada de rocío, y los rizos del relente de la noche (Ct 5,2), tú que esperas a las puertas de nuestra casa esperando las migajas de nuestra fiesta... (Lc 16,19). Esperando nuestro sí, pero no para compartir migajas, sino para todo el ritmo de una extraordinaria fiesta interior. Tú que llamas a la puerta, esperando entrar, para encender luces, para un banquete en donde nadie este excluido. Pero aquí nos hacemos un lío Señor. Así lo pienso leyendo a tu siervo san Agustín que nos dice:
Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y allí fuera te buscaba...Me llamaste. Me gritaste. Rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste ante mí. Y quitaste la ceguera de mis ojos. Exhalaste tu perfume y pude respirar. Ya suspiro por ti. Te probé y ahora siento hambre por ti. Me tocaste y me abrasé en tu paz. (Las Confesiones, L. X, cap 27)
¿Estás dentro?, ¿estás fuera? Da igual. Lo importante es que permanentemente nos estás llamando. Y vienes a llamarnos con nuestra propia voz humana. Para romper nuestra sordera. Con amor. Tú que llamas, y tu llamada es una llamada de amor que quiere compartir y enseñar la verdadera sabiduría del Amor, para que nuestros senderos sean cada día senderos de luz, camino de plenitud.
TÚ QUE ABRES RUTAS Y CAMINOS... Y lo haces haciéndote tú mismo Camino, Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida... (Jn 14,6). Tú eres el Camino. Tú, abres caminos. Tú vienes a instalar tu programa, tu proyecto de Vida en nuestras vidas, para darnos capacidad de abrir caminos, de allanar caminos para muchos. Para Cristo. Porque Cristo es todo y todos (Col 3,11). Pero parece que este Camino no es asumido por todos. Hoy queremos abrir nuestros caminos, o mejor "mis caminos"; o también quedarnos en la fría indiferencia y por lo mismo en el "sin sentido" de nuestra vida. Y no, no es esta la ruta que abre el Señor con su Encarnación, con este "Dios con nosotros" sino otra más apasionante... Y como "hoja de ruta" recomendaría el capítulo 72 de la Regla de san Benito: donde se nos sugiere "adelantarse a honrarse unos a otros" siguiendo a continuación todo un progreso de sabiduría para la relación personal con los demás, y acabar con la guinda en el pastel: "que no antepongan nada a Cristo, y que éste nos lleve todos juntos a la vida eterna".
Pero no siempre es éste el pastel que nos agrada degustar, incluso en la vida monástica. Y por este camino vamos apagando luces. Hermana, hermano... tienes necesidad de estas luces de Navidad. Empieza a encender tu corazón...
DESVÉLANOS TU SER Y SERÁ YA PRESENTE. ¿Acaso no dijiste: Yo estaré con vosotros cada día, hasta el fin del mundo (Mt 28,20)? ¿Acaso no dijiste: Cada vez que lo hacéis (dar de comer, de beber, de vestir..) con un hermano mío, de esos más humildes, lo hiciste conmigo (Mt 25,31ss)?
¿No fue tu Navidad, el Misterio de la Revelación y Consumación de tu amor, de una vez por siempre? ¿Qué más queda por desvelar de ti, Señor?
Tus amigos fueron sensibles a tu Amor, a tu presencia viva y te anunciaban: Jesús Nazareno hombre que Dios acreditó entre vosotros, realizando signos y prodigios que conocéis (Hech 2,22)
Nosotros poseedores del Espíritu de Jesús Nazareno, ¿qué prodigios y signos llevamos a cabo?
Quizás 125 millones de desplazados y refugiados, que ponen en peligro la paz mundial, como clama el Papa Francisco, como profeta en el desierto.
Quizás ciudades mártires como Alepo y otras muchas, que como presuntas "adulteras son enterradas por multitud de piedras lanzadas por "inocentes" portadores de piedras y un corazón duro como el hierro.
Quizás 800 millones de hambrientos, cuando millones de toneladas de comida van a ser desechados estos días de Navidad.
Y los "quizás" que todos conocemos por los medios de comunicación podrían alargar la lista.
Pero nosotros, es posible que vamos a seguir nuestro camino de consumo navideño, posiblemente seguiremos con nuestro tiempo, entretenidos en teologías y morales que endurecen nuestro corazón, y dando lugar a que los "príncipes" de este mundo pontifiquen desde sus palacios, porque me pregunto:
¿Cómo puede un corazón insensible, duro, reconocer la presencia de Quien no se fue, sino que dijo que permanecía con nosotros hasta el fin del mundo, para que tengamos la capacidad de pasar haciendo el bien y sanando...?
Y me viene a la memoria la invitación de san León Magno: Este es un tiempo de pulir las aristas del corazón
Quizás una buena Navidad sería comprar un buen surtido de limas.
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco presidió este sábado por la noche la misa de Nochebuena en la basílica de San Pedro. En la homilía el Santo Padre ha señalado que “el Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial”.
Invitó así a dejarnos interpelar por el Niño en el pesebre, pero también por los niños que hoy están en u refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las veredas de una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes, por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas.
“Entremos –dijo el Papa– en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios”.
Texto completo
«Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).
Las palabras del apóstol Pablo manifiestan el misterio de esta noche santa: ha aparecido la gracia de Dios, su regalo gratuito; en el Niño que se nos ha dado se hace concreto el amor de Dios para con nosotros.
Es una noche de gloria, esa gloria proclamada por los ángeles en Belén y también por nosotros hoy en todo el mundo. Es una noche de alegría, porque desde hoy y para siempre Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios con nosotros: no está lejos, no debemos buscarlo en las órbitas celestes o en una idea mística; es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra humanidad, que ha hecho suya.
Es una noche de luz: esa luz que, según la profecía de Isaías (cf. 9,1), iluminará a quien camina en tierras de tinieblas, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén (cf. Lc 2,9). Los pastores descubren sencillamente que «un niño nos ha nacido» (Is 9,5) y comprenden que toda esta gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en un único punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).
Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios.
Con este signo, el Evangelio nos revela una paradoja: habla del emperador, del gobernador, de los grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí; no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende. Y para encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño.
El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido de la vida.
Dejémonos interpelar por el Niño en el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que, hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»: en el refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las aceras de una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes.
Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas.
El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza, porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada.
Así sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos] sitio en la posada» (v. 7): Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado.
Pero la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más.
Nace en Belén, que significa «casa del pan». Parece que nos quiere decir que nace como pan para nosotros; viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor. No viene a devorar y a mandar, sino a nutrir y servir. De este modo hay una línea directa que une el pesebre y la cruz, donde Jesús será pan partido: es la línea directa del amor que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros corazones.
Lo entendieron, en esa noche, los pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno está marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los invitados a la Navidad.
Quien estaba seguro de sí mismo, autosuficiente se quedó en casa entre sus cosas; los pastores en cambio «fueron corriendo de prisa» (cf. Lc 2,16). También nosotros dejémonos interpelar y convocar en esta noche por Jesús, vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites.
Dejémonos tocar por la ternura que salva. Acerquémonos a Dios que se hace cercano, detengámonos a mirar el pesebre, imaginemos el nacimiento de Jesús: la luz y la paz, la pobreza absoluta y el rechazo.
Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios.
Con María y José quedémonos ante el pesebre, ante Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí.
La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Solemnidad Litúrgica, 25 de diciembre
Manifestación del Verbo de Dios a los hombres
Con la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra la manifestación del Verbo de Dios a los hombres. En efecto, éste es el sentido espiritual más importante y sugerido por la misma liturgia, que en las tres misas celebradas por todo sacerdote ofrece a nuestra meditación “el nacimiento eterno del Verbo en el seno de los esplendores del Padre (primera misa); la aparición temporal en la humildad de la carne (segunda misa); el regreso final en el último juicio (tercera misa) (Liber Sacramentorum).
Un antiguo documento del año 354 llamado el Cronógrafo confirma la existencia en Roma de esta fiesta el 25 de diciembre, que corresponde a la celebración pagana del solsticio de invierno "Natalis solis invicti", esto es, el nacimiento del nuevo sol que, después de la noche más large del año, readquiría nuevo vigor.
Al celebrar en este día el nacimiento de quien es el verdadero Sol, la luz del mundo, que surge de la noche del paganismo, se quiso dar un significado totalmente nuevo a una tradición pagana muy sentída por el pueblo, porque coincidía con las ferias de Saturno, durante las cuales los esclavos recibían dones de sus patrones y se los invitaba a sentarse a su mesa, como libres ciudadanos. Sin embargo, con la tradición cristiana, los regalos de Navidad hacen referencia a los dones de los pastores y de los reyes magos al Niño Jesús.
En oriente se celebraba la fiesta del nacimiento de Cristo el 6 de enero, con el nombre de Epifanía, que quiere decir "manifestación", después la Iglesia oriental acogió la fecha del 25 de diciembre, práctica ya en uso en Antioquía hacia el 376, en tiempo de San Juan Crisóstomo, y en el 380 en Constantinopla. En occidente se introdujo la fiesta de la Epifanía, última del ciclo navideño, para conmemorar la revelación de la divinidad de Cristo al mundo pagano.
Los textos de la liturgia navideña, formulados en una época de reacción contra la herejía trinitaria de Arrio, subrayan con profundidad espiritual y al mismo tiempo con rigor teológico la divinidad y realeza del Niño nacido en el pesebre de Belén, para invitarnos a la adoración del insondable misterio de Dios revestido de carne humana, hijo de la purísima Virgen María.
¿Por qué la Navidad? Dios entra en la Historia
Los cristianos decimos que “a Dios nadie lo ha visto jamás” (Jn 1, 18). Esto significa que Dios no está a nuestro alcance. Es decir, a Dios no lo conocemos. Ni podemos conocerlo. Porque Dios, por definición, es el Trascendente. No es simplemente “el Infinito”. Porque “lo infinito” es lo humano “sin fin”: poder sin límite alguno, bondad igualmente ilimitada, etc.
Pero, si echamos por este camino para explicar a Dios, nos metemos en un callejón sin salida. Es decir, nos enfrentamos a una “contradicción” que no tiene ni solución, ni remedio. Porque, si la bondad de Dios es tan grande; y el poder de Dios no tiene límites, ¿cómo se explica que ese Dios, tan bueno y tan poderoso, haya hecho este mundo tan contradictorio y, con frecuencia, tan canalla? O Dios no es tan bueno como dicen. O no es tan poderoso, como aseguran los libros religiosos y los hombres de la religión.
Por todo esto, cuando los humanos pensamos en Dios o hablamos de Dios, en realidad no estamos ni pensando, ni hablando de Dios en sí mismo, sino que inevitablemente nos referimos a las “representaciones” de Dios que nosotros nos hacemos. Lo que entraña un peligro que da miedo pensarlo: los humanos podemos “representarnos a Dios” de manera, que sea “el Dios que nos conviene”, para odiar, perseguir y matar a todo el que no está de acuerdo con lo que a nosotros nos conviene.
Así las cosas, la Navidad es la celebración del día, del momento, en el que los cristianos recordamos el acontecimiento que, según nuestras creencias, nos indica, nos dice y nos explica la solución que el cristianismo ofrece al problema que acabo de indicar. Y esa solución consiste en que Dios se nos ha dado a conocer en Jesús de Nazaret.
En la Navidad, por tanto, al recordar el nacimiento de Jesús, lo que en realidad recordamos es cómo Dios entró en la Historia. O sea, en la Nochebuena, sucediera el día que eso sucediera y ocurriera a la hora que fuera, lo que realmente aconteció es que Dios se dio a conocer a la humanidad. De forma que el niño que nació, Jesús de Nazaret, es la Palabra de Dios, es la respuesta de Dios a las interminables preguntas que los humanos nos hacemos sobre el sentido de la vida, sobre cómo es Dios, lo que es Dios, lo que quiere Dios y lo que Dios espera de nosotros los mortales.
Jesús mismo se lo dijo así a sus amigos más cercanos cuando le dijeron: “Señor, muéstranos al Padre (Dios) y nos basta”. A lo que Jesús contestó: “¿Todavía no me conocéis?” Y añadió: “El que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 8-9). O sea, ver a Jesús es ver a Dios, encontrar a Jesús es encontrar a Dios. Y, por tanto, en la vida que llevó Jesús, en sus ideas y en sus convicciones, es donde vemos y aprendemos lo que Dios quiere, lo que a Dios le gusta, y lo que Dios no soporta.
Esto supuesto, no me resisto a poner aquí lo que, de forma tan genial, escribió san Juan de la Cruz en la “Subida del Monte Carmelo”: “Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas” (II, 22).
¿Por qué la Navidad? Porque en ella vemos cómo entró Dios en la Historia, cómo “se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, se hizo como uno de tantos… hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).
El evangelio de la Nochebuena nos dice que Jesús nació en un establo, entre basura y animales, en una sociedad (la sociedad del Imperio) en la que era frecuente que los niños se vieran abandonados en los estercoleros. Cuando ahora vemos la grandeza de las catedrales y de los palacios episcopales, y cuando oímos a dignatarios eclesiásticos protestando del giro de humanidad y bondad, que el Papa Francisco le quiere dar a la Iglesia, sin más remedio le viene a uno la pregunta: ¿qué hemos hecho con la Navidad? ¿nos queda algo de lo que realmente fue? Entonces, ¿por qué y para qué la celebramos? No vendría mal, por lo menos, hacerse la pregunta. Otra cosa es encontrar la adecuada respuesta.
Un Dios cercano
La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de consumo.
Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta superficialidad y aturdimiento el misterio que da origen a nuestra alegría. Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.
Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, alegrarnos con la vida que se nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (León Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. «Tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre y ha venido a habitar entre nosotros» (Leonardo Boff). Hay una alegría que solo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios y se dejan atraer por su ternura.
Una alegría que nos libera de miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo rehuir a quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos acoger o rechazar.
Dios no puede ser ya el Ser «omnipotente» y «poderoso» que nosotros sospechamos, encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa.
El hecho de que Dios se haya hecho niño dice mucho más de cómo es Dios que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio. Si supiéramos detenernos en silencio ante este niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizá entenderíamos por qué el corazón de un creyente debe estar transido de una alegría diferente estos días de Navidad.
Natividad del Señor – A (Lucas 2,1-14) 24 de diciembre 2016
La bendición urbi et orbi
"Solo con la paz es posible un futuro más próximo para todos", afirma el Papa en la bendición "Urbi et Orbi"
Francisco pide paz "a la martirizada Siria" e implora "que las armas callen definitivamente"
"Que los israelíes y palestinos tengan la valentía y determinación de escribir una nueva página de la Historia"
Jesús Bastante, 25 de diciembre de 2016 a las 12:14
- Monseñor Pizzaballa: "Estamos cansados de eslóganes sin resultados sobre la paz"
- El Papa clama: "No a la destrucción, sí a la paz y a la gente de Alepo"
Paz, siempre paz, "a todos los hombres de buena voluntad, que cada día trabajan con discreción y paciencia por construir en la familia y la sociedad un mundo más humano y más justo
(Jesús Bastante).- "«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»: es el «Príncipe de la paz». Acojámoslo". La bendición Urbi et Orbi es uno de los momentos más importantes de la vida en el Vaticano. Desde el balcón de las bendiciones, el mismo que utilizó para, hace casi cuatro años, saludar a los fieles después de ser elegido Papa, Francisco impartió la indulgencia plenaria "a la ciudad y al mundo" ante una plaza de San Pedro absolutamente abarrotada. Desde el centro de la Cristiandad, y tras escuchar los himnos pontificios y de Italia, Francisco saludó a todos los fieles del mundo. Lo hizo únicamente en italiano, como viene siendo tradición en este Pontificado. En tiempos de Juan Pablo II y Benedicto, se llegaron a utilizar casi medio centenar de lenguas, lo que hacía más universal , pero también más tediosa la retransmisión.
Las palabras del Papa fueron un canto a la paz, "en este día lleno de luz". El poder de Jesús "hijo de Dios y de María, no es el poder de este mundo, basado en la fuerza y la riqueza Es el poder del amor, el que creó el Cielo y la Tierra, que da vida a cada criatura, a los minerales, a las plantas, a los animales". Es la fuerza "que perdona las culpas, reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien, es el amor de Dios". Un amor que hizo que el Dios se hiciera pequeño y "que le conducirá a dar su vida en la cruz y a resucitar de entre los muertos", con su poder, "el poder del servicio, que instaura en el mundo en Reino de Dios, reino de Justicia y de Paz".
El anuncio del nacimiento del niño Dios "quiere llegar a todos los pueblos, especialmente los golpeados por la guerra y conflictos violentos, y que sienten fuertemente el deseo de la paz".
Y Francisco desgranó todos los conflictos que desangran el mundo en esta tercera guerra mundial a pedazos que vivimos. Y comenzó, como no podía ser de otra manera, por la "martirizada Siria, donde ha sido derramada demasiada sangre, sobre todo en la ciudad de Alepo, escenario en las últimas semanas de una de las batallas más atroces".
Frente a ello, clamó, "es muy urgente que se garantice asistencia y consuelo a la extenuada población civil, que se encuentra en una situación de miseria y sufrimiento. Es tiempo de que las armas callen definitivamente, y la comunidad internacional se comprometa a una solución negociada, y se restablezca la convivencia civil en el país".
También para Tierra Santa, "elegida y predilecta por Dios". "Que los israelíes y palestinos tengan la valentía y determinación de escribir una nueva página de la Historia, en la que el odio y la venganza cedan el lugar a un futuro de recíproca comprensión y armonía", pidió Francisco. También para Irak, Libia o Yemen.
Y África. "Particularmente en Nigeria, donde el terrorismo fundamentalista explota incluso a los niños para perpetrar el horror y la guerra". También en Sudán del Sur, y en Congo donde, rogó, se logre "preferir la lógica del diálogo a la del enfrentamiento". Ucrania, Myanmar, Colombia, "que desea cumplir un nuevo y valiente camino de reconciliación". También en "la amada Venezuela, para dar los pasos necesarios para poner fin a las tensiones actuales y edificar conjuntamente una sociedad nueva". Y al avispero de las dos Coreas.
Paz frente al terrorismo, paz "a los que han sido heridos o han perdido a un ser querido por viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte en el corazón de tantos países y ciudades". Una paz que no se quede en meras palabras, sino que se transforme en "una eficaz y concreta" ayuda "a nuestros hermanos y hermanas abandonados y excluidos, a los que sufren hambre y violencia".
"Paz a los prófugos, a los inmigrantes y refugiados, a los que son objeto de la trata de personas; a los pueblos que sufren la avaricia voraz del dios dinero, que lleva a la esclavitud; a los que están marcados por el mal social; a los que sufren las consecuencias de terremotos u otras catástrofes", continuó.
Y a los más pequeños. "En este día especial en el que Dios se hace niño, sobre todo a los privados de la alegría de la infancia a causa de la guerra, el hambre y el egoísmo de los adultos". Paz, siempre paz, "a todos los hombres de buena voluntad, que cada día trabajan con discreción y paciencia por construir en la familia y la sociedad un mundo más humano y más justo". "Solo con la paz es posible un futuro más próximo para todos", concluyó Francisco, antes de impartir la ansiada bendición a los presentes, y a los que siguieron, o siguen, la retransmisión por los medios de comunicación y las redes sociales.
Texto en castellano:
Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.
Hoy la Iglesia revive el asombro de la Virgen María, de san José y de los pastores de Belén, contemplando al Niño que ha nacido y que está acostado en el pesebre: Jesús, el Salvador.
En este día lleno de luz, resuena el anuncio del Profeta:
«Un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado, y es su nombre:
Maravilla del Consejero,
Dios guerrero,
Padre perpetuo,
Príncipe de la paz» (Is 9, 5).
El poder de un Niño, Hijo de Dios y de María, no es el poder de este mundo, basado en la fuerza y en la riqueza, es el poder del amor. Es el poder que creó el cielo y la tierra, que da vida a cada criatura: a los minerales, a las plantas, a los animales; es la fuerza que atrae al hombre y a la mujer, y hace de ellos una sola carne, una sola existencia; es el poder que regenera la vida, que perdona las culpas, reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien. Es el poder de Dios. Este poder del amor ha llevado a Jesucristo a despojarse de su gloria y a hacerse hombre; y lo conducirá a dar la vida en la cruz y a resucitar de entre los muertos. Es el poder del servicio, que instaura en el mundo el reino de Dios, reino de justicia y de paz.
Por esto el nacimiento de Jesús está acompañado por el canto de los ángeles que anuncian:
«Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).
Hoy este anuncio recorre toda la tierra y quiere llegar a todos los pueblos, especialmente los golpeados por la guerra y por conflictos violentos, y que sienten fuertemente el deseo de la paz.
Paz a los hombres y a las mujeres de la martirizada Siria, donde demasiada sangre ha sido derramada. Sobre todo en la ciudad de Alepo, escenario, en las últimas semanas, de una de las batallas más atroces, es muy urgente que se garanticen asistencia y consolación a la extenuada población civil, respetando el derecho humanitario. Es hora de que las armas callen definitivamente y la comunidad internacional se comprometa activamente para que se logre una solución negociable y se restablezca la convivencia civil en el País.
Paz para las mujeres y para los hombres de la amada Tierra Santa, elegida y predilecta por Dios. Que los Israelís y los Palestinos tengan la valentía y la determinación de escribir una nueva página de la historia, en la que el odio y la venganza cedan el lugar a la voluntad de construir conjuntamente un futuro de recíproca comprensión y armonía. Que puedan recobrar unidad y concordia Irak, Libia y Yemen, donde las poblaciones sufren la guerra y brutales acciones terroristas.
Paz a los hombres y mujeres en las diferentes regiones de África, particularmente en Nigeria, donde el terrorismo fundamentalista explota también a los niños para perpetrar el horror y la muerte. Paz en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo, para que se curen las divisiones y para que todos las personas de buena voluntad se esfuercen para iniciar nuevos caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo la cultura del diálogo a la lógica del enfrentamiento.
Paz a las mujeres y hombres que todavía padecen las consecuencias del conflicto en Ucrania oriental, donde es urgente una voluntad común para llevar alivio a la población y poner en práctica los compromisos asumidos.
Pedimos concordia para el querido pueblo colombiano, que desea cumplir un nuevo y valiente camino de diálogo y de reconciliación. Dicha valentía anime también la amada Venezuela para dar los pasos necesarios con vistas a poner fin a las tensiones actuales y a edificar conjuntamente un futuro de esperanza para la población entera.
Paz a todos los que, en varias zonas, están afrontando sufrimiento a causa de peligros constantes e injusticias persistentes. Que Myanmar pueda consolidar los esfuerzos para favorecer la convivencia pacífica y, con la ayuda de la comunidad internacional, pueda dar la necesaria protección y asistencia humanitaria a los que tienen necesidad extrema y urgente. Que pueda la península coreana ver superadas las tensiones que atraviesan en un renovado espíritu de colaboración.
Paz a los que han perdido a un ser querido debido a viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte en el corazón de tantos países y ciudades. Paz -no de palabra, sino eficaz y concreta- a nuestros hermanos y hermanas que están abandonados y excluidos, a los que sufren hambre y los que son víctimas de violencia. Paz a los prófugos, a los emigrantes y refugiados, a los que hoy son objeto de la trata de personas. Paz a los pueblos que sufren por las ambiciones económicas de unos pocos y la avaricia voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud. Paz a los que están marcados por el malestar social y económico, y a los que sufren las consecuencias de los terremotos u otras catástrofes naturales.
Paz a los niños, en este día especial en el que Dios se hace niño, sobre todo a los privados de la alegría de la infancia a causa del hambre, de las guerras y del egoísmo de los adultos.
Paz sobre la tierra a todos los hombres de buena voluntad, que cada día trabajan, con discreción y paciencia, en la familia y en la sociedad para construir un mundo más humano y más justo, sostenidos por la convicción de que sólo con la paz es posible un futuro más próspero para todos.
Queridos hermanos y hermanas:
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»: es el «Príncipe de la paz». Acojámoslo.
Después de la bendición
Dirijo mi felicitación a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que estáis en esta plaza provenientes de todas las partes del mundo, y también a los que de diferentes Países estáis conectados a través de la radio, la televisión y por otros medios de comunicación.
En este día de alegría, todos estamos llamados a contemplar al Niño Jesús, que devuelve la esperanza a cada hombre sobre la faz de la tierra. Con su gracia, demos voz y cuerpo a esta esperanza, testimoniando la solidaridad y la paz. Feliz Navidad a todos.