«El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria..., lleno de gracia y de verdad»

Evangelio según San Juan 20,2-8. 

El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. 

San Juan, apóstol y evangelista

Fiesta de san Juan, apóstol y evangelista, hijo de Zebedeo, que junto con su hermano Santiago y con Pedro fue testigo de la transfiguración y de la pasión del Señor, y al pie de la cruz recibió de Él a María como madre. En su evangelio y en otros escritos se muestra como teólogo, habiendo contemplado la gloria del Verbo encarnado y anunciando lo que vio.

Aunque un santoral no es el lugar propio de una discusión crítica sobre las cuestiones de la autoría de los libros bíblicos, el santo que rememoramos hoy está en el centro de un problema en los estudios bíblicos llamado precisamente el «problema joánico»; he buscado mucho en santorales para hallar una hagiografía reproducible antes de decidirme a escribir esto, y veo que más o menos se opta por saltar alegremente por sobre el asunto y dar por hecho que conocemos -y casi que somos íntimos- del personaje, como para ponernos a hablar de sus siete virtudes y catorce actos heroicos, cuando a lo mejor un santoral es una ocasión mucho más cercana que un manual especializado para que el «gran público» tome conciencia de los problemas, de las herramientas y de los métodos, así como de los límites, de un estudio bíblico, de lo que sabemos y de lo que no sabemos. La misma redacción actual del Martirologio, aunque conserva su sabor antiguo, ha incorporado decenas de «decisiones críticas», que obviamente no estaban -ni podían estar, por ser más recientes- en la edición anterior. Veamos cómo nos presenta una y otra edición del Martirologio a san Juan:

En Éfeso, nacimiento [en el cielo] de san Juan, Apóstol y Evangelista, quien, después de escribir el Evangelio, después de estar relegado en exilio y de recibir la Revelación (Apocalipsis) divina, perviviendo hasta el tiempo del Príncipe Trajano [98-117], fundó y dirigió iglesias por toda Asia, y por fin, agotado por la edad, en el año sexagésimo octavo después de la Pasión del Señor [hacia el 101], murió, y en la misma ciudad fue sepultado. (Vetus Martyrologium Romanum, ed. 1956)

El mismo apóstol en el martirologio actual:

Fiesta de san Juan, apóstol y evangelista, hijo de Zebedeo, que, junto con su hermano Santiago y con Pedro, fue testigo de la transfiguración y de la pasión del Señor, y al pie de la cruz recibió de Él a María como madre. En su evangelio y en otros escritos se muestra como teólogo, habiendo contemplado la gloria del Verbo encarnado y anunciando lo que vio (s. I).

¿Qué es lo que ha cambiado de uno a otro? Sencillamente el Martirologio se ha hecho esta pregunta:¿qué es lo que, respecto del apóstol Juan, sabemos o podemos razonablemente suponer? Muchas de las respuestas que puede dar el estudio bíblico en la actualidad son hipótesis de trabajo, quizás mañana cambien, ¡pero así es el saber humano, esencialmente mudable! pero el más importante cambio de un martirologio a otro no es que hayan desaparecido unas afirmaciones y aparecido otras, sino que por fin cosas que no eran «de fe» sino de conocimiento histórico, o literario, o biográfico, han sido reconocidos como tales.

Veamos una a una las distintas cosas que «sabemos y no sabemos»:

-¿fue san Juan un apóstol del Señor, del grupo que luego se llamará de «los Doce», es decir, del grupo inicial, jerárquicamente distinto a los demás discípulos -que los hubo en cantidad- de Jesús? Sí, eso lo podemos afirmar más alla de toda duda: por los evangelios sabemos que Juan era hermano de otro de los apóstoles -uno de los Santiagos, el llamado «mayor»-, hijos de Zebedeo, a quienes Jesús, según Mc 3,17, les puso el sobrenombre «Boanerges», «hijos de trueno», tal vez por su carácter fogoso (Lc 9,54), aunque el sobrenombre no cumple ninguna función en la narración.

-¿Eran los hijos de Zebedeo parientes de Jesús? La cuestión es harto complicada y ramificada. No proviene de una cuestión estríctamente biográfica o histórica, sino que está mezclada (innecesariamente, a mi entender) con una cuestión dogmática: Los Evangelios mencionan unos «hermanos de Jesús», sin mayores explicaciones, y luego un personaje mencionado en los Hechos de los Apóstoles llamado Santiago -al parecer importantísimo en los primeros años de la Iglesia-, deriva su autoridad de ser «hermano del Señor», al que la tradición posterior, siguiendo a san Jerónimo, identifica con «Santiago de Alfeo», uno de los Doce (pero no hay suficiente base histórica para afirmarlo). Que Jesús tuvo un grupo de «hermanos» está fuera de toda duda, porque lo afirman taxativamente los evangelios, el problema es de dónde salen estos hermanos: sabemos que no pueden ser hijos de la Virgen, así que queda como solución que sean:

a) hijos de un primer matrimonio de José (viudo y casado en segundas nupcias con la Virgen) como afirma alguna parte de la tradición,

b) «hermanos» en un sentido amplio y muy oriental («primos», «parientes», «convivientes»), que es la versión más aceptada por la tradición, o

c) quizás prohijados («adoptivos») en casa de María y José, de algún pariente fallecido.

Cualquiera de las tres soluciones es posible e históricamente aceptable, y -como se ve- no es necesario tocar el dogma de la virginidad de María para solucionar de manera del todo correcta y plausible el problema. La cuestión es que la tradición posterior, sobre todo en los siglos II y III, no contenta con tener una solución perfectamente razonable a la cuestión de los «hermanos del Señor», se lanzó a la caza de los primos, y dio por ciertas unas identificaciones que de ninguna manera el material del que disponemos permite hacer. Y así, Juan resulta ser «primo de Jesús» sobre la base de que la «Salomé» nombrada en Mc 15,40 sea la misma que la «Madre de los hijos de Zebedeo» nombrada en Mt 27,56; si además suponemos, conforme a Jn 19,25 que dice que junto a la cruz estaban «su madre y la hermana de su madre», entonces resultaría esta Salomé (¡si es la hermana de la Virgen!) ser tía de Jesús, y por tanto sus hijos, los de Zebedeo, primos... la base es completamente débil, supone un malabarismo genealógico no sólo incomprobable sino auténticamente gratuito, ya que no necesitamos para nada saber quiénes eran y cómo se llamaban los «hermanos de Jesús», y en cambio sí necesitamos -para comprender adecuadamente los evangelios- tener bien en claro que Jesús no buscó el seguimiento de sus parientes, y queprefirió el llamado y la elección, por sobre los vínculos de la sangre: su propia Madre llega ser la perfecta Discípula en la cruz, alcanzando así aun una mayor grandeza, si cabe. Así que, ¿eran los hijos de Zebedeo primos de Jesús? A lo que podemos razonablemente afirmar: no.

 -¿Fue san Juan el autor del Cuarto Evangelio, las Cartas y el Apocalipsis? Poco podemos saber a ciencia cierta, más allá de toda duda, de la autoría efectiva, con nombre, de ningún libro bíblico, excepto un puñado de cartas de Pablo, y poco más. En la antigüedad era harto normal (no sólo en la Biblia sino en cualquier género de escrito) la «pseudoepigrafía», es decir, poner como nombre «de autor» a quien «da su autoridad» a la tradición de la que habla el libro, personaje que a veces incluso había fallecido.

Así, algunas cartas «de Pablo» son pseudoepigráficas, y sólo son «de Pablo» en el sentido en que desarrollan su tradición y pensamiento, por parte de discípulos de su círculo; el libro «de Isaías» es hoy completamente reconocido que es de al menos dos o tres momentos históricos distintos, uno de los cuales, el inicial, es de Isaías profeta; a los otros dos, por comodidad, se los llama «Segundo» y «Tercer» Isaías, pero en realidad son autores anónimos emparentados a una distancia de décadas y aun de más de un siglo con el Isaías histórico. Estos son sólo ejemplos. Pero es para que se vea que no adelantamos nada con forzar a la Biblia a que sea lo que nos gustaría, tenemos que adaptar nuestra mentalidad a lo que ella es, si queremos entender lo que dice; y la Biblia es un libro antiguo, que sigue, por lo tanto, los usos habituales en los libros antiguos, que no son los nuestros. Con este proemio nos volvemos a hacer la pregunta: ¿fue el apóstol san Juan autor de los cinco escritos atribuidos a su nombre? con toda seguridad no lo es de los cinco. Comencemos por lo más fácil: las Cartas 2 y 3 están firmadas por «El presbítero», que podría coincidir con un tal «Juan el presbítero» que conocemos por algunos documentos antiguos. Así, en al lista de libros bíblicos del papa san Dámaso I (366-384), se dice «una Epístola de Juan Apóstol, dos Epístolas de otro Juan, presbítero», más tarde que esta fecha la tradición identificó estos dos juanes en uno solo y así, unos años más tarde, el papa san Inocencio I (401-417) dirá «tres cartas de Juan», identificando la vacilante tradición con un mismo personaje.

Debe quedar claro al lector que las autorías no son objeto de fe, son constataciones histórico-biográficas, que pueden servir para profundizar en el estilo de un escrito, o para saber si podemos o no leer un escrito en relación a otro, pero nada más. Así que de las cartas queda vacilante, en general en la actualidad se suelen relacionar las tres cartas con el evangelio de Juan, pero no de la mano del mismo autor, sino que serían desarrollos de la «escuela joánica». Queda el problema del Evangelio y el Apocalipsis. Nadie lo ha resuelto satisfactoriamente hasta ahora, pero hay un aspecto que se puede decir que está razonablemente probado: no pueden ser del mismo autor, así que quien diga que el Apocalipsis es del apóstol Juan, no puede decir que el Evangelio es del apóstol Juan, y viceversa, quien diga que el Evangelio es del apóstol, tiene que renunciar a asignar esa misma autoría el Apocalipsis. Explicar por qué es excesivamente largo y fuera de contexto, pero se puede tomar como un dato seguro de la crítica literaria aplicada a la Biblia. Como vemos, el propio Martirologio ha optado por aceptar la autoría del apóstol Juan aplicada al Evangelio, y por tanto ya no menciona (como el Martirologio antiguo) al Apocalipsis como obra suya. Hay una tradición bastante firme, proveniente de san Ireneo, quien en «Adversus haereses» afirma que sabe por san Policarpo de Esmirna que el apóstol Juan «publicó» (exédoke) el Evangelio; otras tradiciones paralelas, que se basan en el testimonio de Papías afirman que el Apóstol Juan lo escribió. Aunque ninguna de esas tradiciones son obligatorias -tratándose de un problema histórico- de hecho son suficientemente cercanas al origen de los evangelios como para ser del todo atendibles. Como yo soy de los (no demasiados) partidarios de que el apóstol Juan es la autoridad apostólica del Apocalipsis, entonces no acepto la autoría joánica del Evangelio, pero nada obsta a afirmar lo contrario, de hecho las dos hipótesis son defendibles, mientras no se pretenda afirmar cada cosa según sople el viento. A quien hoy celebramos es al apóstol Juan, del círculo más íntimo de Jesús, sus «Doce», miembro de las «columnas de la Iglesia» al decir de san Pablo, y autor de un cierto número de escritos apostólicos, sean estos el Evangelio y alguna carta, o el Apocalipsis.

-¿Fue san Juan el "Discípulo Amado" que se menciona en el Cuarto Evangelio? esto sí que es imposible de resolver, y queda -y seguramente quedará- como hipótesis mientras dure el mundo. Si se afirma que es el apóstol con cuya autoridad se compuso el Cuarto Evangelio, hay que afirmar que es el Discípulo Amado, y si no, puede ser o no. Una tradición de hacia el 160, el «Canon de Muratori» afirma que la autoridad apostólica del Cuarto Evangelio es el apóstol Andrés; si se acepta eso, hay que afirmar que el discípulo amado es Andrés, si se acepta el testimonio de Ireneo, hay que admitir que es Juan. Lo cierto es que se trata de un personaje real, no de una figura literaria -como se afirmó durante un tiempo- y sin lugar a dudas es el garante de la autoridad apostólica de las enseñanzas del Cuarto Evangelio. Su identidad depende del ramillete de hipótesis que adoptemos en la cuestión de la autoría.

Sintiendo mucho haber cnvertido esta «hagiografía» (que no resulta serlo) en una exposición de hipótesis, pero deseando haber cumplido algún servicio a la comunidad cristiana distinguiendo lo que otros pretenden que vaya en paquete y sin que la gente se pregunte cosas, quisiera concluir con que estamos seguros de que celebramos a un personaje real, completamente real, un íntimo de Jesús, sea o no el Discípulo Amado, alguien que vio y dio testimonio, uno de los garantes de la apostolicidad de la fe, la haya expresado por medio del Evangelio, por medio del Apocalipsis, o en la transmisión viva de la predicación oral. 

Como bibliografía puede tomarse:

a) Una exposición de las hipótesis clásicas (Juan autor de todos los escritos joánicos, hijo de Salomé, Discípulo amado, etc.), un poco demasiado sintética, pero bien expuesto y con mención de fuentes en Enciclopedia Católica, artículo de L. Fonck, de 1910. Es preferible, para quien pueda, leer el original inglés.

b) Exponente de los problemas críticos en torno a la autoría de Juan, ya de 1970, un autor católico abiertamente partidario de la autoría de Juan Apóstol del Cuarto Evangelio (y argumentos de por qué siendo así no puede serlo del Apocalipsis): Bruce Vawter, el artículo sobre El Evangelio de San Juan en Comentario Bíblico «San Jerónimo», tomo IV, pág. 399ss

c) una mirada más compleja y rica en torno a la cuestión del Discípulo Amado, y las posibilidades de identificarlo con uno u otro apóstol, de un exégeta que ha dedicado gran parte de su obra a estudiar el «problema joánico»: Raymond Brown: «La comunidad del Discípulo Amado», en castellano ed. Sígueme, 1990. En la «Introducción al Nuevo

Testamento», del mismo autor, con menos amplitud pero idéntica perspectiva, hace un repaso de la cuestión joánica

d) Una aproximación puramente histórica a Juan de Zebedeo -rechazando de antemano la identificación de este Juan con todos los demás (el autor del Evangelio, el del Apocalipsis, etc)- , la muy sólida y minuciosa de Meier en «Un judío marginal», Tomo III, Ed. Verbo Divino, 2003, pág. 231-239, que comienza con estas sugestivas palabras: «Si ha habido confusión en la tradición cristiana e incluso entre los especialistas sobre las personas llamadas Santiago en el NT, la mezcla de las distintas figuras históricas y la confusión entre ellas alcanza un punto culminante tratándose de Juan el hijo de Zebedeo.»

Nota1: «Apud Ephesum natalis sancti Joannis, Apostoli et Evangelistae, qui, post Evangelii scriptionem, post exsilii relegationem et Apocalypsim divinam, usque ad Trajani Principis tempora perseverans, totius Asiae fundavit rexitque Ecclesias, ac tandem, confectus senio, sexagesimo octavo post passionem Domini anno mortuus est, et juxta eamdem urbem sepultus.»

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo Comentario sobre el evangelio de san Juan, I, 21-25; SC 120

«El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria..., lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14)

Pienso que los cuatro evangelios son los elementos esenciales de la fe de la Iglesia, y pienso que las primicias de los evangelios se encuentran... en el evangelio de Juan que, para hablar de aquello donde otros hicieron la genealogía, comienza por el que no la tiene. En efecto, Mateo, escribiendo para los judíos que esperan al hijo de Abraham y de David, dice: " Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham " (1,1); y Marcos, sabiendo bien lo que escribe, pone: " Principio del Evangelio " (1,1). El fin del Evangelio la encontramos en Juan: este es " el Verbo que estaba al principio ", la Palabra de Dios (1,1). Pero Lucas, también reserva para el que reposó en el pecho de Jesús (Jn 13,25) los discursos más grandes y más perfectos sobre Jesús. Ninguno de ellos mostró su divinidad de manera tan absoluto como Juan, que le hace decir: "Yo soy  la luz del mundo ", "Yo soy  el camino, la verdad y la vida ", "Yo soy la resurrección ", " Yo soy la puerta", "Yo soy el buen pastor " (8,12; 14,6; 11,25; 10,9.11) y, en el Apocalipsis, " Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin, el primero y el último " (22,13). 

Hay que atreverse a decir que, de todas las Escrituras, los Evangelios son las primicias y que, entre los evangelios, las primicias son las de Juan, y nadie lo puede entender si no estuvo recostado en el pecho de Jesús y si no recibió de Jesús a María, como madre (Jn 19,27)... Cuando Jesús le dice a su madre: " he aquí a tu hijo " y no: " he aquí, que este hombre es también tu hijo ", es como si le dijera: " he aquí, a tu hijo a quien diste a luz". En efecto, quien llega a la perfección "no vive en él, sino que es Cristo quien vive en él " (Ga 2,20)... ¿Todavía es necesario decir, qué inteligencia nos hace falta tener, para interpretar dignamente la palabra depositada en las vasijas de arcilla (2 Co 4,7 )de un lenguaje ordinario? ¿En esta carta que puede ser leída por cualquiera, esta palabra se vuelve audible para los que prestan sus oídos? Porque, para interpretar con exactitud el evangelio de Juan, hay que poder decir en toda verdad: " Nosotros, tenemos el pensamiento del Cristo, para conocer las gracias que Dios nos ha concedido " (1 Co 2,16.12).

Vio y creyó Juan 20, 2-9, Fiesta de San Juan Apóstol, Ciclo A,

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Quisiera hoy, Jesús, estar contigo… no importa si no te hablo, ni me dices nada. Al final, simplemente quiero estar contigo. Dame la gracia de ponerme en tu presencia. Ahí, junto a Ti, sin hablar, sin decir nada… sólo estar.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
San Juan, el discípulo a quién Jesús tanto quería; el discípulo que estuvo sobre el pecho de Jesús; el que estuvo al píe de la cruz…el discípulo amado.Este discípulo se vio inmerso ante la duda en aquellos tres días. Sabía que amaba, sabía muy bien lo que sentía, pero… no veía nada.

La voz de María Magdalena entró a su corazón como luz de sol que penetra el cielo nublado. Era una luz de esperanza.

Llevado por la emoción, corre con la ilusión de darle sentido a ese amor que sabía que tenía…sabía que existía, mas no lo veía.

Observa, contempla…recuerda y al final: Vio y creyó. Constató que aquello que vivió con Jesús…, los latidos de su corazón, la cruz, su amor… era real.

El amor no puede acabar. Entendió que había que morir para resucitar. El sufrimiento es parte del amor…pero no es el final.
Ésa es la esperanza que tiene que guiar mi vida; pues aunque pasen 3 o más días, en la obscuridad o la duda, jamás puedo olvidar que el amor que Dios me ha tenido desde la eternidad es verdadero… es real.

Señor, muchas veces pierdo el sentido en mi vida, y sólo veo signos, recuerdos… los lienzos que has dejado en mi historia. Dame la gracia de cada día poder ver y creer. Ser testigo fiel de tu amor en mi ayer y mi hoy… en las cosas pequeñas y también en las grandes, para así creer. Señor… aumenta mi fe.

«Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás.

No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro, de dónde regresó “admirándose de lo sucedido”.»

(Homilía de S.S. Francisco, 26 de marzo de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dedicar un tiempo en el día para hacer una lista de los momentos en mi vida en que he «visto y creído». Aquellos momentos grandes y sencillos en que Jesús se ha hecho presente en la propia historia. Escribirlos en una hoja que se pueda guardar en un lugar personal para algún tiempo de duda, sequedad… recordar con el testigo de la vida misma que Dios siempre está.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

San Juan: El Discípulo Amado
Era judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor

"Hijitos míos, amaos entre vosotros”, solía decir San Juan Evangelista, el más joven de los Apóstoles y a quien se distingue como el “discípulo amado de Jesús”. Fue quien acogió a la Virgen María en su casa y es patrón de teólogos y escritores. Su fiesta se celebra cada 27 de diciembre.

San Juan era judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, con quien era pescador. Fue el elegido para acompañar a Pedro a preparar la última cena, donde reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús. Estuvo al pie de la cruz con la Virgen María, a quien llevó físicamente a su casa como Madre para honrarla, servirla y cuidarla en persona.

Asimismo, cuando llegó la noticia del sepulcro vacío de Jesús, fue San Juan quien corrió junto a San Pedro para constatarlo. Es ahí donde los dos “vieron y creyeron”. Más adelante, cuando Jesús se les apareció a orillas del lago de Galilea, Pedro preguntó sobre el futuro de Juan y el Señor contestó: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme”.

Por esta respuesta se corrió el rumor de que Juan no iba a morir, algo que el mismo Apóstol desmintió al indicar que el Señor nunca dijo: "No morirá". Escribió el Apocalipsis, el Evangelio de San Juan, donde se refiere a sí mismo como “el discípulo a quien Jesús amaba”, y tres epístolas.

Según Clemente de Alejandría, en una ciudad San Juan vio a un joven en la Congregación y, con el sentimiento de que mucho de bueno podría sacarse de él, lo llevó ante el Obispo, que el mismo Juan había consagrado, y le dijo: "En presencia de Cristo y ante esta congregación, recomiendo este joven a tus cuidados".

A recomendación de San Juan, el joven se hospedó en la casa del Obispo, quien lo instruyó en la fe, lo bautizó y confirmó. Sin embargo, las atenciones del Obispo se enfriaron, el muchacho frecuentó malas compañías y se convirtió en asaltante de caminos.

Después de un tiempo, San Juan volvió y le pidió al Obispo el encargo que Jesucristo y él le habían encomendado a su cuidado ante la Iglesia. El Prelado se sorprendió pensando que se trataba de algún dinero, pero el Apóstol le explicó que se refería al joven.

El Obispo exclamó: "¡Pobre joven! Ha muerto". "¿De qué murió?”, preguntó San Juan. "Ha muerto para Dios, puesto que es un ladrón", le respondió. Al oír esto, el anciano Apóstol pidió un caballo y con la ayuda de un guía se dirigió a las montañas donde los asaltantes de camino tenían su guarida. Tan pronto como entró, lo tomaron prisionero.

En el escondite de los maleantes, el joven reconoció al Santo e intentó huir, pero el Apóstol le gritó: "¡Muchacho! ¿Por qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía".

El muchacho se quedó inmóvil, bajó la cabeza, se puso a llorar y se acercó al Santo para implorarle una segunda oportunidad. San Juan, por su parte, no abandonó la guarida de ladrones hasta que el pecador quedó reconciliado con la Iglesia.

Esta caridad, que buscaba inflamar en los demás, se reflejaba en su dicho: “Hijitos míos, amaos entre vosotros". Una vez le preguntaron por qué repetía siempre la frase y respondió San Juan: "Porque ése es el mandamiento del Señor y si lo cumplís ya habréis hecho bastante".

A diferencia de todos los demás Apóstoles que murieron en el martirio, San Juan partió pacíficamente a la Casa del Padre en Éfeso hacia el año cien de la era cristiana y a los 94 años, según San Epifanio.

La venida del Señor continúa...

En medio de la agitación del mundo, o ante los desiertos de la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen la salvación de Dios.

Por: SS Benedicto XVI |

Meditemos las palabras de SS Benedicto XVI el domingo 2 diciembre 2012 durante el rezo del Ángelus 

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy, la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, un camino que se ve reforzado por el Año de la Fe, a cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II. El primer tiempo de este itinerario es el Adviento, formado, en el rito romano, por las cuatro semanas previas a la Navidad, que es el misterio de la Encarnación.

La palabra adviento significa "venida" o "presencia". En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que rodea la totalidad del cosmos y de la historia, pero que conoce de dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Jesucristo. La primera es la Encarnación; y la segunda es el retorno glorioso al final de los tiempos.

Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes -y no nos es dado saber cuánto-, y que en profundidad se tocan, porque con su muerte y resurrección, Jesús ya ha realizado aquella transformación del hombre y del cosmos que es el fin último de la creación. Pero antes del final, es necesario que la Buena Nueva sea anunciada a todas las naciones, dice Jesús en el evangelio de san Marcos (cf. Mc. 13,10).

La venida del Señor continúa, el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del evangelio pide constantemente de nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la novia, la prometida esposa del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cf. Ap. 21,9), en comunión con su Señor, colabora en esta venida del Señor, en la que ya empieza su regreso glorioso

Esto es a lo que nos llama hoy la palabra de Dios, trazando la línea de conducta a seguir con el fin de estar preparados para la venida del Señor. En el evangelio de Lucas, Jesús dice a los discípulos: "Cuiden que no se emboten sus corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida ... estén en vela, pues, orando en todo tiempo" (Lc. 21,34.36). Por lo tanto, sobriedad y oración. Y el apóstol Pablo añade la invitación a "progresar y sobreabundar en el amor" de unos con otros y hacia los demás, para que se consoliden nuestros corazones y seamos irreprochables en santidad (cf. 1 Ts. 3,12-13).

En medio de la agitación del mundo, o ante los desiertos de la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen la salvación de Dios y dan testimonio con una forma de vida diferente, como una ciudad asentada sobre un monte.
"En aquellos días -anuncia el profeta Jeremías-, Jerusalén vivirá en seguro, y será llamada: Yahvé, nuestra justicia" (33,16). La comunidad de los creyentes es un signo del amor de Dios, de su justicia, que ya está presente y operante en la historia, pero que aún no se ha realizado plenamente, y por lo tanto es siempre esperada, invocada, buscada con paciencia y heroísmo.

La Virgen María encarna a la perfección el espíritu del Adviento, que implica escuchar a Dios, y un profundo deseo de hacer su voluntad, de gozoso servicio a los demás. Dejémonos guiar por ella, para que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco su reino de amor, de justicia y de paz.

También hoy la Iglesia sufre el martirio en diversas partes del mundo
El Papa en el ángelus desde su balcón en la plaza de San Pedro


Francisco en el día de San Esteban, recuerda que en Irak los cristianos celebraron la Navidad en su iglesia destruída

Papa Francisco | Fuente: ZENIT – Roma / 26 Diciembre 2016 

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco rezó este lunes la oración del ángelus desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde varios miles de peregrinos le aguardaban en esta festividad de San Esteban.
A continuación las palabras del Papa

“¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

La alegría de la Navidad llena también hoy nuestros corazones, mientras que la liturgia celebra el martirio de San Esteban, el primer mártir, invitándonos a recoger el testimonio que él nos ha dejado con su sacrificio. Es el testimonio glorioso propio del martirio cristiano, sufrido por amor a Jesucristo; martirio que continúa a estar presente en la historia de la Iglesia, desde Esteban hasta nuestros días.

De este testimonio nos ha hablado el Evangelio de hoy. Jesús preanuncia a sus discípulos el rechazo y la persecución que encontraran: «Serán odiados por todos a causa de mi Nombre». Pero ¿Por qué el mundo persigue a los cristianos? El mundo odia a los cristianos por la misma razón por la cual ha odiado a Jesús, porque Él ha traído la luz de Dios y el mundo prefiere las tinieblas para esconder sus obras malignas.

Recordemos que el mismo Jesús, en la Última Cena, rezó al Padre para que nos defendiera del espíritu mundano maligno. Hay contraposición entre la mentalidad del Evangelio y aquella mundana. Seguir a Jesús quiere decir seguir su luz, que se ha encendido en la noche de Belén, y abandonar las tinieblas del mundo.

El protomártir Esteban, lleno de Espíritu Santo, fue lapidado porque confesó su fe en Jesucristo, Hijo de Dios. El Unigénito que viene al mundo invita a cada creyente a elegir la vía de la luz y de la vida.

Este es el significado de su venida entre nosotros. Amando al Señor y obedeciendo a su voz, el diácono Esteban ha elegido a Cristo, Vida y Luz para todo hombre. Escogiendo la verdad, él se ha convertido al mismo tiempo en víctima del misterio de la iniquidad presente en el mundo. ¡Pero en Cristo, Esteban ha vencido!

También hoy la Iglesia, para dar testimonio de la luz y de la verdad, sufre en diversos lugares duras persecuciones, hasta la suprema prueba del martirio. ¡Cuántos hermanos y hermanas en la fe sufren injusticias, violencias y son odiados a causa de Jesús! Yo les digo una cosa, los mártires de hoy son en número mayor respecto a los primeros siglos.

Cuando nosotros leemos la historia de los primeros siglos, aquí, en Roma, leemos tanta crueldad con los cristianos; yo les digo: la misma crueldad existe hoy y en número mayor hacia los cristianos.
Hoy queremos recordarnos de ellos que sufren persecuciones, y estar cerca de ellos con nuestro afecto, nuestra oración y también nuestro llanto.

Ayer, en el día de Navidad, los cristianos perseguidos en Irak han celebrado la Navidad en su catedral destruida: es un ejemplo de fidelidad al Evangelio.

No obstante las pruebas y los peligros, ellos testimonian con valentía su pertenencia a Cristo y viven el Evangelio comprometiéndose en favor de los últimos, de los más olvidados, haciendo el bien a todos sin distinción; testimonian la caridad en la verdad.

Al hacer espacio dentro de nuestro corazón al Hijo de Dios que se dona a nosotros en la Navidad, renovemos la alegre y valiente voluntad de seguirlo fielmente como único guía, perseverando en el vivir según la mentalidad evangélica y rechazando la mentalidad de los dominadores de este mundo.

A la Virgen María, Madre de Dios y Reina de los mártires, elevemos nuestra oración, para que nos guie y nos sostenga siempre en nuestro camino en el seguimiento de Jesucristo, que contemplamos en la gruta del pesebre y que es el Testimonio fiel de Dios Padre”.

Después de la oración del ángelus el Papa dirige las siguientes palabras:

“Expreso mi pésame por la triste noticia del avión ruso que precipitó en el Mar Negro. El Señor consuele al querido pueblo ruso y a los familiares de los pasajeros que estaban abordo: periodistas, tripulación y el excelente coro y orquesta de las Fuerzas Armadas. La bienaventurada Virgen María les apoye en las operaciones de búsqueda actualmente en curso. En el 2004 este coro se exhibió en el Vaticano por los 26 años del pontificado de san Juan Pablo II; recemos por ellos.

Queridos hermanos y hermanas, en el clima de gozo cristiano que emana de la Navidad de Jesús, les saludo y agradezco por vuestra presencia. A todos ustedes que han venido de Italia y de diversos países, renuevo el deseo de paz y de serenidad: sean estos para ustedes y para sus familiares, días de alegría y de fraternidad.

Saludo y envío mis mejores deseos a todas las personas que se llaman Esteban o Estefania. En estas semanas he recibido mensajes de saludos de todo el mundo.

No me es posible responder a cada uno, por ello expreso hoy a todos mi especial agradecimiento, especialmente por el don de la oración. ¡Gracias de corazón! El Señor les recompense por la generosidad. ¡Buena fiesta! Y por favor no se olviden de rezar por mi. Buon pranzo y arrivederci”.

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