Perdona nuestras ofensas
- 19 Junio 2014
El cuerpo de Cristo !AMÉN ¡
De locura. “Cogió el pan lo partió y les dijo: tomad, comed que es mi cuerpo…y lo mismo con el vino, tomad, bebed es mi sangre”. Y nosotros nos acercamos ahora, lo comulgamos y decimos Amén. De locura. El papa acaba de confesarnos que se le saltaron las lágrimas en la oración de una mañana de esta primavera, eran de tristeza que se convertirán en alegría plena, provocadas por la crucifixión de jóvenes sirios que por amor y fidelidad a Cristo no habían aceptado la propuesta de renegar de su fe para acoger el credo musulmán impuesto, su amén ha sido radical en fidelidad al maestro y han bebido la misma copa que Él. Ha muerto crucificados por la fuerza del Crucificado que ha resucitado y vive para siempre, el que nos hace auténticamente libres para que la libertad y la justicia de la resurrección pueda llegar a todos los hombres por los que se ha dado en comida y ha derramado su sangre.
Celebramos en estos días la fiesta del Corpus Christi, de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y de nuestro encuentro sacramental con Él. Ahí está el amén de la fidelidad radical del Padre al Hijo que lo resucita, y del Hijo al Padre que ha arriesgado en su existencia aceptando la cruz a favor de la liberación y salvación de todos los pueblos de la tierra. Celebrar la Eucaristía es manifestar el deseo de entrar en ese amén divino y humano que nos ha sido regalado en Jesucristo.
En él es posible hacer creíble ante el mundo y los desheredados de la humanidad, su presencia real en medio de la historia, ligada a la presencia real en la eucaristía. En el pan glorioso del resucitado está la fuerza que nos ayuda a proclamar que el inocente ajusticiado ha sido liberado parasiempre y ya tiene alimento de vida eterna para todos, especialmente los que sufren, que es posible la justicia.
Que no se impone la farsa de los mecanismos que desnudan al desnudo y despiden vacíos a los hambrientos, que ya ha hay una palabra definitiva de fraternidad y de pan compartido que es imparable en la historia. Hay destino y sentido, hay un amén de la verdad, la vida y la luz.
Esta es la razón por la que este Papa, que llora ante el amén de unos jóvenes en la intemperie de la resurrección, nos pide que nuestro amén sea misionero que llegue a todas las periferias, que no impidamos a Cristo estar realmente presente allí donde El quiere estar para llevar su Evangelio de dignidad, verdad y justicia. Se lo acaba de pedir a la acción católica italiana – y en ella a todos nosotros-: salid de vuestras parroquias e id a las periferias, o al menos no impidáis que Cristo salga y vaya a ellos. Sabemos que en nuestra sociedad no somos perseguidos por nuestra fe y no nos llevan a la crucifixión, pero sí puede ocurrir que crucifiquemos la fe y la presencia real de Cristo por nuestra comodidad, inercias, costumbres, ritualismos, arribismos, encorsetamientos, miedos, seguridades, ortodoxias, fidelidades pasivas, doctrinas frías, leyes apagadas, indiferencias, apego al dinero y a la fama. Todo eso puede impedir nuestro amén auténtico, el propio de los que son de Cristo.
La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos está pidiendo –como nos dice el Papa Francisco- entrar en elverdadero camino del amén cristiano,aquél que se verifica en la entrega radical a favor de los hermanos con el deseo que tengan vida abundante. Hoy como nunca el reto está en que la presencia real de Cristo llegue como sanación, consuelo, dignidad, justicia, verdad, libertad a todos los que sufren en el alma o en el cuerpo. La Eucaristía reclama para verificar su autenticidad el amén de la fraternidad y del amor, y este se encarna en la historia cuando desde la tierra el cielo proclama su justicia y a todo el mundo llega su pregón de alegría y felicidad.
Corpus Christi
“Haced esto en conmemoración mía”. Estas palabras aparecen a continuación de “tomad y comed, esto es mi cuerpo”. Dos afirmaciones evangélicas: esto es mi cuerpo – haced esto en conmemoración mía. ¿Qué frase de las dos es más clara y verosímil? Evidentemente la segunda, como si hubiera dicho: Siempre que os reunáis, en el momento de partir y bendecir el pan y escanciar el vino, acordaos de mí, acordaos de este momento, recordad la misión que os confío, recordad mis mandatos... ¿Cuál de las dos frases evangélicas tiene más importancia? Para los católicos la primera; para los reformadores, la segunda. Pero ¿por qué los “transustancialistas” se han fijado en la primera, han deducido lo que han querido y han extraído conclusiones de premisas simbólicas hasta cierto punto y por demás discutibles?
Lo otro, aceptar interpretaciones esotéricas siempre expresadas por otros con obligada aceptación, es decisión de cada uno, pero no por motivos objetivos sino por un único imperativo, porque lo dice la Iglesia. Una cosa es acatar preceptos u ordenanzas “porque lo manda la autoridad” y otra violentar la propia inteligencia aceptando verdades que lo son únicamente porque lo ordena otra autoridad. Alguien puede decir que los maremotos se producen cuando un enorme monstruo marino se revuelve en su lecho abismal: ¿lo aceptaría nuestra inteligencia? Pues ni más ni menos el asunto de la transustanciación.
Los católicos han cedido ante la imaginación más exacerbada de supuestos doctores de la Iglesia y han caído en la credulidad más roma estimulados por tanto sermón altisonante y excesiva presión coercitiva. Los protestantes han interpretado las supuestas palabras de Jesús en su sentido más verosímil, el de conmemoración, siendo las otras palabras enunciados simbólicos.
Algo que resulta por demás grotesco es conocer las aberraciones en las que caen tanto los defensores como los detractores de tal presencia real. Son las consecuencias de creer lo increíble o tener que negar lo absurdo.
Recordemos lo que algún protestante ha argüido respecto a la conversión del pan en cuerpo de Cristo. Es sabido que a lo largo de la historia ha habido casos de personas que murieron tras comulgar hostias envenenadas. Se dice que en Segovia y Murcia se dieron casos de envenenamiento en el siglo XVII.
Fundados en este infundio, los detractores de tal creencia adujeron que tal envenenamiento habría que atribuirlo, si hay tal cambio de sustancias, al mismísimo Jesucristo. Puestos a admitir o rebatir absurdos y despropósitos, uno se puede encontrar con alegatos como el precedente.
Pero las deducciones que llevan al absurdo se han visto también en disputas habidas entre “sabios doctores” consagrados. En el siglo XV hubo una famosa disputa entre franciscanos y dominicos respecto a la sangre derramada por Cristo. El asunto versaba sobre si la sangre de Cristo era esencial o sólo concomitante. Decían los franciscanos que esa sangre se había separado de la divinidad, mientras que los dominicos afirmaban lo contrario. Ni el mismísimo Pío II supo qué decir al respecto. El Concilio de
Trento dio la razón a los dominicos, aunque surgió una nueva dificultad: ¿qué pensar de la sangre que quedó adherida a las espinas, a la columna de la flagelación, a la misma cruz?
Todavía hoy he podido leer una pregunta “teológica” con relación al sacrificio de la Misa que copio literalmente: Si la misa rememora el sacrificio de Jesús, ¿Cristo vuelve a padecer el Calvario en cada Misa?
Cuando el fundamento de una verdad a creer es tan endeble, surgen de manera necesaria secuelas lógicas que terminan en el absurdo. ¿Puede encontrarse un debate más ridículo? Sí, los ha habido. Además de las citadas, recuérdese la cuestión del “limbo”. Al final terminan preguntando cuántos ángeles se pueden sentar en la punta de un alfiler, debate entre monjes bizantinos que debió concluir en 1453 cuando Bizancio/Constantinopla cayó en poder de los musulmanes. Y así quedó resuelto el problema.
El hecho de que un fragmento de pan se convierta en el cuerpo de Cristo, es decir, contenga a Dios, es un hecho tan milagroso, extraordinario e increíble que hubiese sido normal que los cristianos se preguntaran el cómo o al menos cómo se debía entender esto. Pero es curioso constatar que hasta el siglo XI no se dieran herejías con fundamento que se desviaran de la interpretación oficial. Tampoco, tras la escisión protestante, las hubo en el siglo XVI. ¿Por qué?
Sobre cómo sucedía esto, la respuesta era clara: “El misterioso y amoroso poder de Dios”. Pero, entendido esto, los doctos teólogos debían explicar en qué forma estaba el cuerpo de Cristo. Las mil respuestas posibles no responden a nada: Cristo está presente y “vale ya”, imprecación de lo más apropiado para cualquier roto o descosido. No se sabe cómo.
En relación al asunto de herejías eucarística, tan pocas en comparación con las habidas en el asunto de la Trinidad, volveremos el próximo día. Pero adelantemos el motivo: el miedo. El poder de la Iglesia era ya de tal magnitud, su coalición con el poder civil tan inquebrantable que hay de aquél que se atreviera a proferir una palabra más alta que otra respecto a este misterio o, peor aún, dudara de tan profunda verdad.
MOISÉS
Lo importante de verdad es seguir con las manos alzadas ante el Señor. Como Moisés cuando quería el éxito de su misión en la lucha contra lo amalecitas. El subió a la cima del monte, acompañado de Aarón y Jur. Y mientras Moisés mantenía alzadas las manos, prevalecía Israel.
Cuando se cansaba y no podía más, avanzaba el enemigo. Los dos compañeros pusieron una piedra para que se apoyara Moisés, y sostuvieron sus manos para que no cayeran. Si las personas de vida contemplativa disminuyen en el fervor, bajará forzosamente el dinamismo del Reino, avanzará el poder de las tinieblas, nuestra batalla contra el mal en favor del Bien, decaerá. Pero ellas se cansan, como Moisés. ¿Quién puede aguantar un régimen de vida tan austero sin fatiga? Nosotros queremos ser ante todo un poco para ellas como Aarón y Jur. O al menos como la piedra que ellos colocaron.
Animaremos a esto a otras muchas personas; y a la vez haremos cuanto podamos en todos los campos. Con paz, pero sin pausa.
Evangelio según San Mateo 6,7-15.
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Santa Teresa de Ávila (1515-1582), carmelita descalza y doctora de la Iglesia
Camino de perfección, cap. 36, 1-6.
“Perdona nuestras ofensas”
«Perdónanos, Señor, nuestras deudas, así como nosotros las perdonamos a nuestros deudores». Miremos, hermanas, que no dice «como perdonaremos», porque entendamos que quien… ya ha puesto su voluntad en la de Dios, que ya esto ha de estar hecho… Así que quien de veras hubiere dicho esta palabra al Señor, «fiat voluntas tua», todo lo ha de tener hecho, con la determinación al menos.
Veis aquí cómo los santos se holgaban con las injurias y persecuciones, porque tenían algo que presentar al Señor cuando le pedían. ¿Qué hará una tan pobre como yo, que tan poco ha tenido que perdonar y tanto hay que se me perdone? Cosa es ésta, hermanas, para que miremos mucho en ella: que una cosa tan grave y de tanta importancia como que nos perdone nuestro Señor nuestras culpas… se nos perdone con tan baja cosa como es que perdonemos. Y aun de esta bajeza tengo tan pocas que ofrecer, que de balde me habéis, Señor, de perdonar. Aquí cabe bien vuestra misericordia. Bendito seáis Vos, que tan pobre me sufrís...
Mas, Señor mío, ¿si habrá algunas personas que me tengan compañía y no hayan entendido esto? Si las hay, en vuestro nombre les pido yo que se les acuerde de esto y no hagan caso de unas cositas que llaman agravios, que parece hacemos casas de pajitas, como los niños, con estos puntos de honra… Y vendremos después a pensar que hemos hecho mucho si perdonamos una cosita de éstas, que ni era agravio ni injuria ni nada; y muy como quien ha hecho algo, vendremos a que nos perdone el Señor, pues hemos perdonado. Dadnos, mi Dios, a entender que no nos entendemos y que venimos vacías las manos, y perdonadnos Vos por vuestra misericordia.
¡HUELGA!
Eclesiástico 48, 1-15; Sal 96, 1-2. 3-4. 5-6. 7; Mateo 6, 7-15
Si creyésemos todo lo que se nos dice, pensaríamos que, detrás de toda la movilización de una huelga, hay personas bienintencionadas en busca de un mundo mejor. Pero, para edificar ese paraíso, luchan entre sí y nos traen a todos de cabeza. Mientras tanto, los únicos hombres que tienen en sus manos un arma capaz de cambiar el mundo duermen esperando a que los políticos arreglen las cosas. Hablo de nosotros, de los cristianos.
Los hombres de Estado nunca han hecho el mundo más habitable. Quienes han transformado la sociedad han sido los santos. Los reyes de Israel, en tiempos de Elías, fueron unos peleles, cuando no unos canallas. Pero la fe y la santidad de aquel hombre fue más poderosa que todos los cetros: “hiciste bajar reyes a la tumba y nobles desde sus lechos”. Dios, que comienza siempre a edificar por los cimientos, no espera a un “hombre de Estado” que, desde lo alto, corone con crucifijos los tejados… Dios quiere cristianos santos, trabajadores santos, familias santas donde se críen políticos santos. ¡Primero son los santos, y después los políticos! Francisco de Asís cambió la faz de la tierra. Y la cambiaron Ignacio de Loyola, y Teresa de Jesús… Ellos hicieron posible la existencia de gobernantes santos. Pero si quienes están llamados a la santidad se han dormido; si están apoltronados frente al televisor y demasiado ocupados en “sus asuntos”, esperando al domingo para visitar la iglesia, nuestra sociedad seguirá siendo pagana. Creedme: el peor de los males que sufre nuestro mundo no es otro sino éste: el aburguesamiento de los católicos. No basta gritar “venga a nosotros tu Reino”… Porque ese Reino quiere Dios ponerlo en nuestras manos, y nuestras manos están demasiado ocupadas en “buscarnos la vida”… Un solo trabajador cristiano que no se avergüence de su fe, que ore por sus compañeros, y que sea testigo de Cristo, puede cristianizar su lugar de trabajo y convertirlo en “Reino de Dios”. El fuego prenderá después en las familias de los demás trabajadores, y de allí tomarán su lumbre otras almas… Cuando perdamos el miedo a ser santos (¡de verdad!), el mundo cambiará. He ahí la verdadera “revolución pendiente”.
He ahí nuestro mayor pecado.
Por eso ,teniendo ante nosotros el Padrenuestro, no nos conformaremos con suplicar, de forma general “hágase tu Voluntad”… A esa plegaria uniremos también la de María, para que estemos seguros de que nuestra oración es sincera: “Hágase en mí según tu Palabra”. Amén
San Romualdo Camaldulenses
Fundador de los Camaldulenses. Año 1027.
La muerte de un pariente suyo a manos de su propio padre durante un duelo, hizo que el joven escapase horrorizado, y se internase en un monasterio cercano, donde permaneció por tres años en la más absoluta austeridad y fervor. El anuncio del Evangelio fue uno de sus más grande sueños, y contando con el permiso del Papa, decidió partir a Hungría para iniciar su misión evangelizadora. Una terrible enfermedad impide su viaje, San Romualdo, se da cuenta que el Padre Celestial no lo quería para esa misión. Por treinta años, el santo fundó numerosas ermitas y monasterio por toda Italia. El monasterio más famosos es el de Camáldoli, fundado alrededor del año 1012, y donde impuso reglas aún más severas que la de San Benito, dando inicio a una nueva congregación llamada Camaldulense, en la cual unió la vida cenobítica con la eremítica. Luego de permanecer algunos años en Camáldole, retornó a sus viajes apostólicos. Pero la muerte lo sorprendió mientras estaba visitando la región de Val-di-Castro, falleciendo el 19 de junio de 1027.
Romualdo significa: glorioso en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena fama Uald: gobernar). En un siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo.
San Romualdo nació en Ravena (Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que gobernaban esa ciudad. Educado según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los esclavizan".
Su padre era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató al adversario. Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el Duque de Ravena. Pero el Sr. Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido como un monje benedictino. Y le sucedió entonces al joven monje que se dedicó con tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los demás religiosos que eran bastante relajados, se sentían muy mal comparando su vida con la de este recién llegado, que hasta se atrevía a corregirlos por su conducta algo indebida y le pidieron al superior que lo alejara del convento, porque no se sentían muy bien con él. Y entonces Romualdo se fue a vivir en la soledad de una montaña, dedicado sólo a orar, meditar y hacer penitencia. En la soledad se encontró con un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero éste con sus modos fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios progresos en su vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo lograron dos notables conversiones: la del Jefe civil y militar de Venecia, el Dux de Venecia (que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a dedicarse a la vida de oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que arrepentido de su antigua vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un convento. Este Duque de Ravena después sintió la tentación de salirse del convento y devolverse al mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se estuvo de monje hasta su muerte. Durante 30 años San Romualdo fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde los pecadores pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en silencio completo y apartado del mundo y de sus maldades. El por su cuenta se esforzaba por llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de manera impresionante, como penitencia por sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores. Leía y leía vidas de santos y se esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y virtudes en las que más sobresalió cada uno. Comía poquísimo y dedicaba muy pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía penitencia, día y noche.
Y entonces, cuando mayor paz podía esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de impureza. La imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos del mundo, invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de los placeres mundanos. Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración, silencio y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la noche, con imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por obtener que no se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero Romualdo redoblaba sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al fin un día, en medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó emocionado: "Jesús misericordioso, ten compasión de mí", y al oír esto, el demonio huyó rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma del santo.
Volvió otra vez al monasterio de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado cumplidor) y sucedió que vino un rico a darle una gran limosna. Sabiendo Romualdo que había otros monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y les repartió entre aquellos toda la limosna recibida. Eso hizo que los monjes de aquel monasterio se le declararan en contra (ya estaban cansados de verlo tan demasiado exacto en penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo expulsaron de allí. Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el Emperador Otón III y conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad, Superior de tal convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos años de estar de superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían conseguir el grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y renunció al cargo y se fue a fundar en otro sitio. Dios le tenía reservado un lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un señor llamado Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y apartada, llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad que se llamó "Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de Málduli. En una visión vio una escalera por la cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de blanco. Desde entonces cambió el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un hábito blanco.
San Romualdo hizo numerosos milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera siempre ignorado en nombre del que los había conseguido del cielo. Un día un rico al ver que al hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie, le obsequió un hermoso caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo que viajando en un asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor. En el monasterio de la Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida religiosa con toda la exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año 1012 existen monasterios Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan perpetuo silencio y dedican bastantes horas del día a la oración y a la meditación. Son monasterios donde la santidad se enseña, se aprende y se practica.
San Romualdo deseaba mucho derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo que en Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero cada vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la voluntad de Dios no era que se fuera por allá a buscar martirios, sino que se hiciera santo allí con sus monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando a otros a la santidad.
Veinte años antes el santo había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años frecuentemente era arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno de emoción, e invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús, ¡tú eres el consuelo más grande que existe para tus amigos!". Adonde quiera que llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba, impidiendo la entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.
La última noche de su existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo por que se sentía muy débil. Después de un rato mandó a los dos religiosos que se retiraran y que volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos salieron, pero presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se quedaron escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento, convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su alma había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su Reino Celestial.
Todos estos datos los hemos tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San Pedro Damián, otro santo de ese tiempo. Al recordar los hechos heroicos de este gran penitente y contemplativo se sienten ganas de repetir las palabras que decía San Grignon de Monfort: "Ante estos campeones de la santidad, nosotros somos unos pollos mojados y unos burros muertos".
Oremos: Dios y Señor nuestro, que con tu amor hacia los hombres quisiste que San Romualdo anunciara a los pueblos la riqueza insondable que es Cristo, concédenos, por su intercesión, crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y vivir siempre según las enseñanzas del Evangelio, fructificando con toda clase de buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
La oración del padrenuestro
Jesucristo nos dejó la oración del padrenuestro cuando le preguntaron claramente: "Señor, enséñanos a orar" (Lc. 11, 1). El padrenuestro es, por tanto, la oración por excelencia, el resumen y modelo de toda oración cristiana y una fuente abundante de reflexiones, enseñanzas y consejos.
Rezar el padrenuestro no es cualquier cosa, como no lo es decirle a nuestra madre "te amo", "te quiero", "te extraño". No si se dice desde dentro. Nos exige ubicarnos. Cuando rezamos esta oración y la rezamos con el corazón conviene tener ciertas actitudes: adoptar la posición de niños necesitados y cariñosos con un Padre que nos quiere, con humildad, disposición de alabarlo y sabiendo que unimos nuestra oración a la de Cristo y a la de todos mis hermanos. Rezar el padrenuestro es pensar en el cielo, en el lugar que nos aguarda donde estaremos al lado de la persona que más nos ama; rezar el padrenuestro es detenerse de vez en cuando para gustar por un momento las palabras "que estás en el cielo", para imaginar a Dios Padre esperándonos allá arriba; es mirar hacia abajo otra vez y ver que el camino hacia el cielo es largo y escabroso y reemprender la marcha.
Rezar el padrenuestro es reflexionar un segundo en la frase "santificado sea tu nombre" para recordar lo que esto significa: ¿cuándo santifico tu nombre, Señor? santifico tu nombre cuando reconozco tu bondad y tu poder, cuando me maravillo al ver tus obras, cuando te alabo, te canto y celebro tus dones. Es saber que no soy yo el que santifico a Dios sino que Dios es santificado en mí cuando lo reconozco, lo bendigo y obro según su voluntad. Y a este propósito y para que no se nos olvide lo que significa santificar a Dios. Por otro lado ¿Cuántas veces no hemos rezado el padrenuestro? ¿Cuatro mil, diez mil, treinta mil veces? ¿Cuántas veces entonces no hemos pedido "hágase tu voluntad", "perdona como perdonamos", "venga tu reino"? ¡Imagínate pedir diez mil veces el mismo favor! Pero ¿sabemos bien lo que pedimos? Cuando pedimos que venga su Reino estamos pidiendo que venga Cristo y todo su Reino, su vida, sus intereses, sus amores a mí. Que se realice el Reino en cada uno de nosotros, como expresaba Orígenes. En otras palabras, estamos pidiendo ver, pensar, actuar y ser como Cristo y así hacer realidad sus palabras "el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc. 17, 21).
Cuando pedimos que se haga su voluntad pedimos, en definitiva, que seamos santos porque solo sus creaturas libres, nosotros, podremos hacer la voluntad de Dios con perfección y amor, como la hizo María Santísima con su hágase. En realidad pedimos ser fuertes. En relación esta frase "hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo" te recomiendo esta oración, una bella forma de meditar y rezar que se cumpla siempre su voluntad. Cuando pedimos el pan lo hacemos como necesitados, como un mendigo extendiendo la mano y que pide lo indispensable para vivir: techo, alimento y vestido. También pedimos como mendigos en el espíritu: pedimos la gracia, la Eucaristía, la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. Cuando pedimos perdón pedimos libertad, liberación y paz; pedimos misericordia y comprensión y pedimos una verdadera capacidad para perdonar y olvidar: "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos". Esta breve oración te podrá ayudar también a alcanzar y pedir perdón. Y finalmente "no nos dejes caer en tentación" sino "líbranos del mal" que nos regresa a esa actitud filial y humilde. Nos recuerda que tenemos tentaciones, que caemos a veces en ellas pero que tenemos a un Padre fuerte que nos puede proteger y cuidar. A continuación pongo el enlace a todos sus artículos relacionados a esta gran oración: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Rezar el padrenuestro es reflexionar un segundo en la frase "santificado sea tu nombre" para recordar lo que esto significa: ¿cuándo santifico tu nombre, Señor? santifico tu nombre cuando reconozco tu bondad y tu poder, cuando me maravillo al ver tus obras, cuando te alabo, te canto y celebro tus dones. Es saber que no soy yo el que santifico a Dios sino que Dios es santificado en mí cuando lo reconozco, lo bendigo y obro según su voluntad.
El Papa, en el Corpus
Lombardi: "Está bien, sino mírenlo"
El Papa presidirá la misa del Corpus Christi pero no participará en la procesión
"El Papa tiene algunos problemas para caminar largas distancias"
Ha preferido evitar acompañar el itinerario en el vehículo descubierto que lleva la custodia, "para que la atención de los fieles se concentre en el Santísimo Sacramento"
El Papa presidirá este jueves a las 19.00 de la tarde en la explanada la basílica de San Juan de Letrán, la misa con motivo de la celebración del Corpus Christi, sin embargo no participará a la procesión que después de la celebración parte desde la catedral de Roma hacia la basílica de Santa María la Mayor según ha indicado esta mañana el portavoz de la Santa Sede, padre Federico Lombardi.
Así Lombardi ha explicado que el Papa "consideró oportuno" renunciar al largo itinerario a pie por la Via Merulana, entre las dos basílicas, "teniendo en cuenta los próximos empeños, en particular el viaje que realizará dentro de dos días a Calabria". Ha comentado que Francisco esperará en coche la llegada de la procesión, en la basílica de Santa María MaggioreEl portavoz del Vaticano ha negado explícitamente que el pontífice sufriera problemas de salud. "El Papa tiene algunos problemas para caminar largas distancias, pero está bien, sino mírenlo y miren su agenda", ha comentado.
Lombardi ha precisado el Papa ha preferido evitar acompañar el itinerario en el vehículo descubierto que lleva la custodia, "para que la atención de los fieles se concentre en el Santísimo Sacramento". Francisco también ha preferido no hacer la procesión en un camión blanco y de rodillas, como lo hacía Benedicto XVI. "Si hubiese ido en camión, junto al santísimo, el Papa hubiese tenido que estar todo el tiempo arrodillado y eso no lo puede hacer, por salud", ha explicado Lombardi.(RD/Ep)
Rectitud de intención
Mateo 6, 1-6 16-18. Tiempo Ordinario. Hagamos las cosas por Dios y Él, que ve en lo secreto, nos recompensará.
Oración introductoria
Señor, vivir el mandamiento de tu amor es imposible sin tu gracia. Ilumina este momento de oración, porque amándote a Ti, con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas, podré amar a los demás.
Petición
Padre bueno, dame la gracia de poder amar a los demás, como Tú me amas a mí.
Meditación del Papa Francisco
Se creen los sabios, que saben todo... Y se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen: el propio yo, mis ideas, mi comodidad... Hoy en día, todos nosotros. No es sólo una cosa histórica, aún hoy por el camino hay ídolos... Todos tenemos algún ídolo oculto en el interior. Podemos preguntarnos delante de Dios: ¿cuál es mi ídolo oculto?, ¡el cual le quita el lugar al Señor! [...]
Jesús aconseja: no miren las apariencias, vayan directo a la verdad. El plato es plato, pero lo que es más importante es lo que está dentro del plato: la comida. Pero si eres vanidoso, si eres es un arribista, si eres un ambicioso, entonces eres una persona que siempre se jacta de sí mismo al cual le gusta presumir, porque piensas que eres perfecto; haz un poco de limosna y eso sanará tu hipocresía. Ese es el camino del Señor: es adorar a Dios, amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo. ¡Es tan simple, pero a la vez tan difícil! Esto solo se puede hacer con la gracia. Pidamos la gracia... (Cf. S.S. Francisco, 15 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).
Reflexión
Qué fácil es quedarse sólo con lo que nos muestran la televisión o los periódicos. Nos entra la fiebre de la fama. Deseamos que nos vean. Queremos ser famosos. Recibir halagos. Buscamos ser tomados en consideración. El catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que Dios nos creó para ser felices, sirviéndole y amándole en esta vida, y así, luego, gozar de Él eternamente. Cuando contemplamos la vida de la Madre Teresa de Calcuta; cuando escuchamos las múltiples narraciones de cientos de misioneros que, día tras día, en el anonimato, en un país que ni siquiera sabemos ubicar en el mapa, consumen sus vidas al servicio de los más necesitados, nos preguntamos: ¿quiénes son los hombres realmente felices en este mundo?
¡Cuántas personas que, aparentemente lo tienen todo, son, las más de la veces, personas inmensamente tristes. Su vida no tiene sentido. Se trata sólo de una imagen, de una apariencia más o menos hermosa.
Cuando Cristo nos pide que obremos el bien y que lo hagamos delante del Padre que ve en lo secreto, nos invita a buscar la verdadera felicidad. Esa felicidad que el "mundo" no nos puede dar. Ese ámbito del secreto, del oculto, se refiere a la conciencia. ¡Paz a vosotros! - dijo Cristo Resucitado a sus discípulos. Una paz que es serenidad interior. Paz que es armonía y amistad con Dios. Paz que es verdadera felicidad. No cabe duda de que, los hombres plenamente felices de este mundo, son los que, segundo tras segundo, dejan su vida, callada y amorosamente, para servir a sus hermanos.
¡Qué hermosa la mirada y la sonrisa del que vive delante de Dios y no de cara a los hombres! Si logramos ser fieles a la voz de Dios en nuestro interior, entonces realizaremos nuestro fin como creaturas: ser felices. "Para Ti nos hiciste Señor, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti" – decía San Agustín. Vayamos hacia Dios y Él, que ve en lo secreto, nos recompensará con creces y para siempre.
Propósito
Privarme de alguna comida o de un bien material, ofreciendo este sacrificio por quienes no tienen lo necesario para comer.
Diálogo con Cristo
Qué difícil, Señor, es confiar plenamente en tu divina Providencia. Por naturaleza me gusta el aplauso y el reconocimiento de los demás; frecuentemente convierto mi oración en un pliego de peticiones, o lo que es peor, en reclamos. No me gusta renunciar a algo y sacrificarme. Gracias por tu paciencia y tu misericordia, con tu gracia podré vencer mis malas inclinaciones para poder cumplir así el mandamiento de tu amor.
El Cuerpo y la Sangre de Jesús Resucitado.
Qué mejor que prepararnos para la Fiesta de Corpus Christi con algunos pensamientos del Papa Emérto Benedicto XVI.
Qué mejor que prepararnos para la Fiesta de Corpus Christi con algunos pensamientos de SS Benedicto XVI, el papa teólogo:
CORPUS CHRISTI: EL SEÑOR ESTE PRESENTE EN NUESTRA VIDA
El Papa afirma que en esta fiesta, la Iglesia revive el misterio del Jueves Santo a la luz de la Resurrección. También en el Jueves Santo hay una procesión eucarística, con la que la Iglesia repite el éxodo de Jesús del Cenáculo al Monte de los Olivos. (...)
Jesús entrega realmente su cuerpo y su sangre. Atravesando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, auténtico maná, alimento inagotable por todos los siglos. La carne se convierte en "pan de vida". En la fiesta del Corpus Christi –continúa el Papa-, reanudamos esta procesión, pero con la alegría de la Resurrección. El Señor ha resucitado y nos precede. (...) Jesús nos precede ante el Padre, sube a la altura de Dios y nos invita a seguirle. (...) La verdadera meta de nuestro camino es la comunión con Dios. El Papa señala que en el sacramento de la Eucaristía el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística está presente en la procesión de nuestra fiesta. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida cotidiana, a su bondad.
¡Que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras casas sean casas para él y con él! Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia.
Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una bendición grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. ¡Que el rayo de su bendición se extienda sobre todos nosotros!".
Refiriéndose al mandato de Cristo: "Tomad y comed... Bebed todos de él", el Papa subraya que no se puede "comer" al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo.
Esta comunión, este acto de "comer", es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor, de Aquel que es mi Creador y Redentor.
El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración y procesión forman parte, por tanto, de un único gesto de comunión; responden a su mandato: Tomad y comed".
El Papa concluye poniendo de relieve que "nuestra procesión acaba ante la basílica de Santa María la Mayor, en el encuentro con la Virgen, llamada por el querido Papa San Juan Pablo II "mujer eucarística". María, la Madre del Señor, nos enseña realmente lo que es entrar en comunión con Cristo. (...) Pidámosle que nos ayude a abrir cada vez más todo nuestro ser a la presencia de Cristo; que nos ayude a seguirle fielmente, día tras día, por los caminos de nuestra vida. ¡Amén!".
LA HOSTIA CONSAGRADA ES REALMENTE EL PAN DEL CIELO
En otra circunstancia relativa al Corpus, el Papa Benedicto afirma que la Hostia consagrada es "el alimento de los pobres" y "fruto de la tierra y del trabajo del hombre". Sin embargo, "el pan no es simplemente y solo un producto nuestro, algo hecho por nosotros; es fruto de la tierra y por tanto, un don. (...) Presupone la sinergia de las fuerzas de la tierra y de los dones del cielo, es decir, del sol y de la lluvia".
"En un período en que se habla de la desertificación y oímos denunciar cada vez más el peligro de que hombres y bestias mueran de sed en las regiones que no tienen agua, nos damos cuenta de la grandeza del don del agua y de que somos incapaces de conseguirla por nosotros mismos.
Entonces, mirando desde más cerca este pequeño trozo de Hostia blanca, este pan de los pobres, es como una síntesis de la creación". El Papa pone de relieve que "cuando al adorar miramos la Hostia consagrada, nos habla el signo de la creación. Entonces encontramos la grandeza de su don; pero también encontramos la Pasión, la Cruz de Jesús y su resurrección".
"En la fiesta del Corpus Christi vemos sobre todo el signo del pan, que nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto.
La Hostia es nuestro maná, con el que el Señor nos nutre; es realmente el pan del cielo, mediante el que se dona a sí mismo. En la procesión seguimos este signo y así le seguimos a El mismo.
El Papa Benedicto XVI pide al Señor: ¡Guíanos por los caminos de nuestra historia! ¡Muestra a la Iglesia y a sus pastores siempre de nuevo el justo camino! ¡Mira a la humanidad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre físico y psíquico que la tormenta! ¡Da a los seres humanos pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales trabajo, dales luz, dales Tú mismo! ¡Purifícanos y santifícanos!. Haznos comprender que sólo mediante la participación en tu Pasión, mediante el "sí" a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que nos impones, nuestra vida puede madurar y alcanzar su verdadero cumplimiento. ¡Reúnenos de todos los confines de la tierra! ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad lacerada! ¡Danos tu salvación!.