“El Espíritu atestiguaba de antemano los padecimientos de Cristo y la gloria que los seguiría.”

Evangelio según San Lucas 9,18-22. 

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".

San Juan Crisóstomo (345?-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia. Homilía sobre “Padre, si es posible”; PG 51, 34-35

“El Espíritu atestiguaba de antemano los padecimientos de Cristo y la gloria que los seguiría.” (1Pe 1,11)

Ya cercano a la muerte, el Salvador gritaba: “Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique.” (Jn 17,1) Pues bien, su gloria es la cruz. ¿Cómo, pues, podía querer evitar lo que en otro momento desea? Que su gloria es la cruz, nos lo enseña el evangelio cuando dice: “... aún no había Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.” (Jn 7,39) He aquí el sentido de estas palabras: la gracia aún no había sido dada porque Cristo aún no había subido a la cruz para poner fin a la hostilidad entre Dios y los hombres. En efecto, la cruz ha reconciliado a los hombres  con Dios, he hecho de la tierra un cielo, ha reunido a los hombres y a los ángeles. Ha vencido el reino de la muerte, ha destruido el poder del demonio, ha liberado la tierra del error, ha puesto los fundamentos de la Iglesia. La cruz es la voluntad del Padre, la gloria del Hijo, el júbilo del Espíritu Santo. Es el orgullo de san Pablo: “jamás presumo de algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo.” (Gal 6,14)

26 de septiembre 2014 Viernes XXV Ecle 3, 1-11

Quédate con la primera afirmación que encontramos en la lectura del libro del Eclesiastés: «Cada cosa tiene su tiempo, y todo lo que deseamos bajo el cielo también tiene su momento». Mira ahora como vives tu tiempo. Si vives estresado, ¿quieres decir que tienes muy presente esta afirmación sabia del Eclesiastés? Señor, dame cordura para saber administrar el tiempo de vida que me estás regalando.

Santos Cosme y Damián

Santos Cosme y Damián, mártires

San Cosme y san Damián, mártires, que, según la tradición, ejercieron la medicina en Ciro, ciudad de Augusta Eufratense, sin pedir nunca recompensa y sanando a muchos con sus servicios gratuitos.

patronazgo: patronos de las enfermeras, médicos, hospitales, cirujanos, dentistas, farmacéuticos, químicos, y facultades y escuelas de medicina, protectores contra las epidemias y las úlceras.

(c. 300).  San Gregorio de Tours, en su libro De gloria martyrium, escribe:  "Los dos hermanos gemelos Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene curación. Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben hacer, y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo dicho es suficiente". A pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Cyro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Cyro en el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí. Desde la primera mitad del siglo V existían dos iglesias en honor suyo en Constantinopla, habiéndoles sido dedicadas otras dos en tiempos de Justiniano. También este emperador les edificó otra en Panfilia.  En Capadocia, en Matalasca, San Sabas († 531) transformó en basílica de San Cosme y San Damián la casa de sus padres. En Jerusalén y en Mesopotamia tuvieron igualmente templos. En Edesa eran patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal. En Egipto, el calendario de Oxyrhyrico del 535 anota que San Cosme posee templo propio. La devoción copta a ambos Santos siempre fue muy ferviente. En San Jorge de Tesalónica aparecen en un mosaico con el calificativo de mártires y médicos. En Bizona, en Escitia, se halla también una iglesia que les levantara el diácono Estéfano. Pero tal vez el más célebre de los santuarios orientales era el de Egea, en Cilicia, donde nació la leyenda llamada "árabe", relatada en dos pasiones, y es la que recogen nuestros actuales libros litúrgicos.  

Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían conquistado el Oriente, penetraron también triunfalmente en Occidente. Ya hemos referido el testimonio de San Gregorio de Tours. Tenemos testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña), promovido por San Fulgencio, fugitivo de los bárbaros. En Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII.   El oracional visigótico de Verona los incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España. Mas donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. San Félix IV, hacía el año 527, transformó para uso eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum Urbis, con el archivo civil a ellos anejo, situados en la vía Sacra, en el Foro, dedicándoselo a los dos médicos anárgiros.  

Tan magnífico desarrollo alcanzó su culto, por influjo sobre todo de los bizantinos, que, además de esta fecha del 27 de septiembre, se les asignó por obra del papa Gregorio II la estación coincidente con el jueves de la tercera semana de Cuaresma, cuando ocurre la fecha exacta de la mitad de este tiempo de penitencia, lo que daba lugar a numerosa asistencia de fieles, que acudían a los celestiales médicos para implorar la salud de alma y cuerpo.  

Caso realmente insólito, el texto de la misa cuaresmal se refiere preferentemente a los dichos Santos, que son mencionados en la colecta, secreta y poscomunión, jugándose en los textos litúrgicos con la palabra salus en el introito y ofertorio y estando destinada la lectura evangélica a narrar la curación de la suegra de San Pedro y otras muchas curaciones milagrosas que obró el Señor en Cafarnaúm aquel mismo día, así como la liberación de muchos posesos. Esta escena de compasión era como un reflejo de la que se repetía en Roma, en el santuario de los anárgiros, con los prodigios que realizaban entre los enfermos que se encomendaban a ellos. Cabría preguntarse: ¿Por qué hoy estos Santos gloriosos no obran las maravillas de las antiguas edades? Tal vez la contestación podría formularse a través de otra pregunta: ¿Por qué hoy no nos encomendamos a ellos con la misma fe, con esa fe que arranca los milagros?.  Pero lo que conviene es que no se apague la fe, que la mano del Señor "no se ha contraído". Y si San Cosme y San Damián continúan siendo patronos de médicos y farmacéuticos, bien podemos seguirles invocando con una oración como ésta, de la antigua liturgia hispana:

"¡Oh Dios, nuestro médico y remediador eterno, que hiciste a Cosme y Damián inquebrantables en su fe, invencibles en su heroísmo, para llevar salud por sus heridas a las dolencias humanas haz que por ellos sea curada nuestra enfermedad, y que por ellos también la curación sea sin recaída".

Oremos: Al recordar hoy el triunfo de tus mártires San Cosme y San Damián, tu Iglesia, Señor, te glorifica y te da gracias, porque, en tu  admirable providencia, a ellos les has dado el premio merecido de la gloria eterna y a nosotros la ayuda de su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

La cruz y el Papa Francisco

"No se puede entender a Cristo Redentor sin la cruz", dice el Papa en Santa Marta
Francisco: "Ser cristiano no es un mérito, es pura gracia"
El Señor "nos prepara para ser cireneos que le ayuden a llevar la cruz"

Redacción, 26 de septiembre de 2014 a las 12:26

El Ungido, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, ser asesinado y resucitar

(Radio Vaticano).- Un cristiano no puede entender a Cristo Redentor sin la cruz, sin estar dispuesto a llevarla con Jesús, afirmó el Papa Francisco este viernes en la homilía de la Misa celebrada en la Domus Santa Marta del Vaticano.

Para Francisco, tener fe está en la identificación del cristiano con el Cireneo,el hombre que cargó la cruz de Jesús en una parte su camino al monte donde le crucificarían.

Se pertenece a Jesús si se carga con Él el peso de la cruz, dijo el Papa; de otra manera se recorre un camino "bueno" en apariencia, pero no "verdadero".

Fue el Evangelio del día lo que guió la reflexión del Papa Francisco, en el que Cristo pregunta a los discípulos qué dice la gente de Él, recibiendo como respuesta las hipótesis más dispares.

El episodio, observó el Papa, se encuadra en el contexto del Evangelio que ve a Jesús "custodiar de una forma muy especial su verdadera identidad". En más de una ocasión, recuerda, cuando "alguno se le acercaba" a comunicarla, "lo detenía"; de la misma manera le impide al demonio que revele su naturaleza de "Hijo de Dios" que ha venido a salvar al mundo.

Y esto, explicó el Papa, para que la gente no se equivocase y pensase en el Mesías como en un líder que había venido a expulsar a los romanos.

"El Hijo del hombre -dijo- es decir, el Mesías, el Ungido, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, ser asesinado y resucitar. Este es el camino de vuestra liberación. Este es el camino del Mesías, del Justo: la Pasión, la Cruz".

Sólo en privado, Jesús comienza a "hacer la catequesis sobre su verdadera identidad", continuó el Papa, diciendo: "Y a ellos les explica su identidad. Ellos no quieren entender y en la cita de Mateo se ve el rechazo que muestra Pedro ante esto: ‘¡No, no, Señor!'. Pero se empieza a abrir el misterio de su propia identidad: ‘Sí, soy el Hijo de Dios. Pero este es mi camino; debo caminar por esta vía de sufrimiento'".

Y esta, afirmó Papa Francisco, es la "pedagogía" que Jesús usa para "preparar el corazón de los discípulos, los corazones de la gente, para entender este Misterio de Dios".

"Es tanto el amor de Dios, es tan feo el pecado, que Él nos salva así, con esta identidad en la Cruz. No se puede entender a Jesucristo Redentor sin la Cruz: ¡No se puede entender!", exclamó Francisco.

"Podemos llegar a pensar que es un gran profeta, hace cosas buenas, es un santo -prosiguió-. Pero el Cristo Redentor sin la cruz no se puede entender".

"Los corazones de los discípulos, los corazones de las personas no estaban preparados para entenderlo -recordó el Papa-. No habían entendido las profecías, no habían entendido que Él era el Cordero para el sacrificio. No estaban preparados".

Sólo en el Domingo de Ramos, destacó el Papa, Cristo se permite decir a la multitud, "más o menos", su identidad, con ese "Bendito El que viene en nombre del Señor". Y esto porque dice: "si esta gente no gritase, gritarían las piedras". "Sin embargo es sólo después de su muerte cuando la identidad de Jesús aparece en plenitud, y la "primera confesión" viene del centurión romano", recordó el Papa Francisco.

"Paso a paso, Jesús nos prepara para entenderlo bien", añadió; nos "prepara para acompañarlo con nuestras cruces en su camino hacia la redención". "Nos prepara para ser cireneos que le ayuden a llevar la cruz. Y nuestra vida cristiana sin esto no es cristiana. Es una vida espiritual, buena... ‘Jesús, el gran profeta, también nos ha salvado. Pero Él y yo no...' ¡No, tú con Él! Haciendo el mismo camino", exhortó el Papa. Y concluyó: "También nuestra identidad cristiana debe ser custodiada y no creer que ser cristianos es un mérito, un camino espiritual de perfección. No es un mérito, es pura gracia".

 LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

14 de septiembre de 2014 -Nm 21,4b-9 / Fl 2,6-11 / Jn 3,13-17

Un día, uno de nuestros celebrantes comenzó su homilía diciendo: ¿Se ha imaginado nunca que colgando sobre el altar en vez de la cruz colgara una silla eléctrica? Recuerdo que en aquella ocasión me chocó mucho este comienzo de homilía. A mí no se me habría ocurrido nunca empezar una homilía de esta manera. Y por otra parte tenía toda la razón del mundo para que con el tiempo hemos transformado la cruz con un signo decorativo más que con lo que en realidad representa, un instrumento de tortura en el que hacían morir a la época de los romanos a aquellos que se consideraban malhechores, rechazo de la sociedad y perturbadores del orden establecido. Y estas cruces se ponían fuera de las murallas de las ciudades para que los colgados fueran un ejemplo reprobable por todos los que pasaran cerca de ellos. La muerte era una muerte lenta, de asfixia y desangrando.

Este es el verdadero sentido de la cruz, un instrumento de suplicio y de ignominia. los mismos apóstoles al ver cómo terminaba la trayectoria de la vida de su Maestro, de aquel con el que ellos habían creído ciegamente, atemorizados lo abandonaron y lo contemplaron todo con miedo desde lejos. De hecho no habían comprendido el verdadero sentido del qué sucedía a pesar de los hubiera sido anunciado varias veces por el mismo Jesús.

En aquel momento no comprendían el por qué de todo aquello. Sólo será después de la resurrección que intuye que todo lo que sucedió era para poder dar testimonio de la total obediencia de Jesucristo a la misión que el Padre le había confiado ya la manifestación evidente de su amor infinito a la humanidad ya todos los menospreciado por la sociedad.

Después de la resurrección de Cristo, aquellas maderas, sin perder por nada su sentido de instrumento de suplicio, se convertirán para todos los que creeremos en Jesucristo, un instrumento de salvación y de veneración, porque somos conscientes de que por medio de ellas ha entrado definitivamente en el mundo la posibilidad de la redención.

El árbol que en el paraíso, a causa de un acto de desobediencia a Dios, fue causa de condenación y de muerte; el árbol en el calvario, por causa de un acto de obediencia total al Padre, será instrumento de salvación y de vida.

Hoy, pues, al celebrar la fiesta de la exaltación de la santa Cruz, la liturgia nos invita a profundizar nuevamente, de un modo particular, el misterio del amor infinito de Dios por sus criaturas.

Sabemos que precisamente es la resurrección y no la muerte en la cruz lo que da sentido a nuestra vida de cristianos y que el sufrimiento y la muerte sólo se pueden aceptar si es que son semilla de resurrección. El escándalo de la cruz del que habla San Pablo es, en definitiva, una muestra evidente de la incomprensible y maravilloso amor infinito de Dios por todos y cada uno de nosotros.

Si Jesús acepta ser crucificado es para poder estar más cerca del dolor de los hombres, de sus sufrimientos, de sus carencias de amor, de sus oscuridades de noches profundas y de sus horizontes cerrados. Jesús acepta estar en el centro de toda miseria humana para demostrar una vez más que ama profundamente a la humanidad a la que ha venido a anunciar la Buena Nueva de Salvación, y que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve, y que aceptando las propias cruces pueda llegar él también a la resurrección ya la participación de la gloria divina. Dejemos, pues, que este instrumento que una vez fue signo de condenación y de muerte se convierta para nosotros un signo de conversión, de salvación y de vida verdadero gracias al amor generoso e infinito de Dios para todos y cada uno de nosotros.

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