«Los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios»

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

LA MISERICORDIA DE DIOS

Las lecturas de este domingo son insólitas, nos vuelven del revés, rompen nuestros esquemas y nos dejan un tanto conmocionados. Nuestro modo de pensar natural tiene en cuenta los méritos históricos de las personas, y cuántas veces, en razón de un apellido noble, y por haber desempeñado una función importante, las tenemos en estima, a pesar de un comportamiento dudoso; mientras que aquellas personas que han vivido, por diferentes razones, marginadas, las tenemos siempre en menos, aunque su conducta sea intachable. Sin embargo, para Dios no cuenta la buena fama, sino el corazón. Jesús llega a afirmar: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (Mt 21, 31). Tengo el privilegio de escuchar muchos procesos personales, y de sentir el gozo interior por el corazón del converso, de quien de manera sorprendente, ha cambiado de vida y emplea todas sus energías en vivir según el evangelio. Confieso que en estos casos me encuentro siempre superado por la generosidad y radicalidad de los que han optado por Dios después de una historia difícil y alejada de la Iglesia.

No vale argumentar que es injusto el proceder de Dios cuando acoge al pecador arrepentido, mientras desecha al que se confía en sus propias fuerzas y se aparta del querer divino. El profeta es contundente: “Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida” (Ez 18, 27). Cada uno debe comportarse ante la mirada del Señor y no con falsas emulaciones humanas con las que se intenta disculpar su conducta porque la hace coincidir con lo culturalmente correcto. San Pablo nos advierte: “No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás” (Flp 2,3).La clave, sin duda, está en el permanente ofrecimiento de Dios de su misericordia; quien se abre a ella, a pesar de su pecado, se regenera y vive; mientras que aquellos que por amor propio y orgullo, se quedan bloqueados en su debilidad, porque les parece humillante reconocer su pecado, se hacen un daño terrible. La liturgia pone en nuestros labios la oración del salmista y en ella vemos que siempre cabe la esperanza del retorno: “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor” (Sal 24). Seas quien seas y estés como estés, no te escudes en tu honra para permanecer alejado del perdón. Hoy a todos se nos advierte por un lado, que no debemos vivir de las rentas, y por otro lado, se nos invita a volver, humildes, al abrazo de la misericordia divina.

DOMINGO 26 (A)  Ez 18, 25-28;  Fl 2,1-11;  Mt 21, 28-32

1-A todos nos gusta mantener una buena imagen ante los demás: que nos tengan por personas honradas, justas, fieles al Señor. A todos nos gusta.

Pero nosotros no somos perfectos y, a veces, fallamos. Es evidente. Y ante esta situación, que es muy habitual que todos somos débiles, se puede reaccionar de diversas maneras.

Los hay que en vez de luchar sinceramente contra sus egoísmos, sus perezas o sus cobardías, prefieren orientar sus esfuerzos a salvar las apariencias: quedar bien. Si consiguen disimular ante los demás sus fallos y mantener una buena imagen, se dan por satisfechos y ya no hacen gran cosa más.

2-Pero esta es, evidentemente, una actitud muy poco sincera, muy poco cristiana y que no lleva a nada.

Porque, en la vida, tarde o temprano la verdad se impone. Tarde o temprano nos encontraremos cara a cara con nuestra propia realidad: no con las apariencias, sino con la realidad. Y ese momento podrá ser el de la máxima alegría o el de la máxima decepción.

El Señor, en el evangelio de hoy, quiere que entendamos que no se puede vivir de apariencias, de palabras vacías. Si llega el caso de que fallamos, es mejor reconocerlo con sinceridad y hacer el esfuerzo de convertirnos.

El nos ha dicho que prefería los publicanos y las prostitutas a aquellos sacerdotes y ancianos. No porque los publicanos y las prostitutas no sean pecadores. Sí lo son, pero tienen la humildad de reconocerlo. Y este es el primer paso para llegar a una auténtica conversión, para iniciar un cambio positivo.

Dios ama la verdad: si nos reconocemos pecadores ante él, no nos faltará nunca su perdón y su ayuda. Nos lo ha dicho el profeta Ezequiel en la primera lectura.

Y tenemos uno buenos ejemplos en M ª Magdalena o en St. Agustín, entre otros. De grandes pecadores, si son humildes, Dios puede hacer grandes santos.

Tengo miedo de la verdad? Si no construimos nuestra vida sobre la roca firme de la verdad, nos faltará solidez y nos hundiremos.

3-También hay otra enseñanza importante que podemos sacar de este evangelio: fijémonos en la actitud que toma el Señor con el dos hijos.

El primer hijo, de entrada, dice que no quiere ir a la viña. Pero el Padre no lo castiga. Le da tiempo para que reflexione, para que reconozca que obra mal y cambie su decisión.

Y efectivamente, aquel hijo comprendió que su Padre no merecía la respuesta que él le había dado. Se convirtió y fue a trabajar en la viña.

Una actitud muy diferente del otro hijo, que primeramente dice que sí, pero que todo queda en palabras: no sabe mantener su compromiso.

Es importante que entendamos que lo que cuenta en la vida y evidentemente ante Dios, no son tanto las primeras reacciones, sino la conducta que efectivamente tomamos.

La primera reacción que tenemos cuando nos pide algo, muchas veces es una respuesta instintiva, superficial, propia del temperamento de cada uno. Unos tienen tendencia a decir siempre que sí. Otros, más bien ponen obstáculos.

Pero esta primera reacción suele ser una reacción poco libre: no hemos tenido tiempo de medir todas las consecuencias. No es mi "yo" profundo quien se compromete en el "sí" o en el "no".

En cambio, lo que hacemos o dejamos de hacer después de haber reflexionado y haber sopesado los "pros" y "contras", esto es lo que muestra realmente quienes somos.

Lo que cuenta en la vida, y ante Dios, no son tanto las palabras, sino los hechos. Lo que me define no es tanto mi hablar, sino mi obrar.

Lo importante no es decirse cristiano, sino serlo. Lo que cuenta no son las palabras cristianas, sino los hechos cristianos. Y, a veces, debemos reconocer que no hay demasiada coincidencia entre lo que digo y lo que hago.

Por eso tenemos que agradecer al Señor que tenga tanta paciencia con nosotros: que sepa esperar, cuando en un primer momento el rechazamos.

Es un signo de su bondad, de la gran estimación que nos tiene. Amar es creer en el otro. El Señor cree aún en nuestra capacidad de conversión. Esforcémonos por no decepcionarle.

Y sepamos imitarlo: tengamos paciencia con los demás. La tengo?

Evangelio según San Mateo 21,28-32. 

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'. El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue.

Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue.

¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él". 

San Clemente de Alejandría (150-c. 215), teólogo 
Homilía «¿Cuál es el rico que se salvará?», 39-40

«Los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios»

Las puertas están abiertas para cualquiera que se gire sinceramente hacia Dios, con todo su corazón, y el Padre recibe con gozo a un hijo que se arrepiente de verdad. ¿Cuál es el signo del verdadero arrepentimiento? No volver a caer en las viejas faltas y arrancar de tu corazón, desde sus raíces, los pecados que te han puesto en peligro de muerte. Una vez borradas éstas, Dios vendrá a habitar en ti. Porque, como dice la Escritura, un pecador que se convierte y se arrepiente dará un gozo inmenso e incomparable al Padre y a los ángeles del cielo (Lc 15,10). Por eso el Señor exclamó: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6; Mt 9,13). «No quiero la muerte del pecador sino que se convierta» (Ez 33,11). «Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve blanquearán; aunque sean rojos como la escarlata, como lana blanca quedarán» (Is 1,18).

En efecto, Dios sólo puede perdonar los pecados y no imputar las faltas, mientras que el Señor Jesús nos exhorta a perdonar cada día a los hermanos que se arrepienten. Y si nosotros que somos malos sabemos dar cosas buenas a los demás (Mt 7,11), ¿cuánto más lo hará «el Padre lleno de ternura»? (2 Co 1,3). El Padre de toda consolación, que es bueno, lleno de compasión, misericordia y paciencia por naturaleza, atiende a los que se convierten. Y la conversión verdadera supone dejar de pecar y no mirar ya más hacia atrás. [...] Lamentemos, pues, amargamente nuestras faltas pasadas y pidamos al Padre que las olvide. En su misericordia puede deshacer todo lo que se había hecho y, por el rocío del Espíritu, borrar las fechorías pasadas.
 

San Wenceslao  

La reina fue expulsada del trono, y Wenceslao fue proclamado rey por la voluntad del pueblo, y como primera medida, anunció que apoyaría decididamente a la Ley de la Iglesia de Dios.
Instauró el orden social al imponer severos castigos a los culpables de asesinato o de ejercer esclavitud y además gobernó siempre con justicia y misericordia.

Por oscuros intereses políticos, Boleslao -que ambicionaba el trono de su hermano-, invitó a Wenceslao a su reino para que participara de los festejos del santo patrono y al terminar las festividades, Boleslao asesinó de una puñalada al santo rey. El pueblo lo proclamó como mártir de la fe, y pronto la Iglesia de San Vito -donde se encuentran sus restos- se convirtió en centro de peregrinaciones.
Ha sido proclamado como patrón del pueblo de Bohemia y hoy su devoción es tan grande que se le profesa también como Patrono de Checoslovaquia. 

Oremos                       
Dios nuestro, que impulsaste al santo mártir Wenceslao a anteponer el reino de los cielos a un reino terrenal, concédenos, por su intercesión que tengamos valor para dejar lo que nos impida unirnos a ti de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

LA MALDITA TERCERA VÍA

28 de septiembre de 2014. Ezequiel 18, 25-28;Sal 24, 4bc-5. 6-7. 8-9 Filip 2, 1-11; Mateo 21, 28-32

Después de dos mil años, los cristianos parecemos vacunados contra el Evangelio. Pero si pudiéramos recuperar la frescura de quien lo escucha por vez primera sin la compañía terapéutica de un intérprete que lo vuelva inofensivo para los oídos burgueses, el desconcierto nos llevaría a recapacitar. No lo escribo a la ligera; el verbo “recapacitar” aparece dos veces en el evangelio de hoy. En torno a la Ley se había creado una casta de observantes que instruían al pueblo para que el Mesías lo encontrase fiel. Pero cuando el Mesías apareció, ellos mismos lo asesinaron. Es grotesco… Más lo es aún si reparamos en la corte de honor que el Mesías se llevó al Cielo: un ladrón que nada sabe de leyes y se las ha saltado todas, prostitutas y publicanos… ¿Qué había sucedido? “Él le contestó: «No quiero». Pero después recapacitó y fue”. Los hombres sin doblez saben lo que es poner la vida en juego al decir “sí” o “no”. Cuando se dice “sí”, es “sí”, y cuando se dice “no” uno se da la vuelta y se marcha. El “sí, pero…” es de cobardes. Los publicanos y las prostitutas habían dicho “no”, y se habían apartado completamente de Dios. Pero cuando el Señor les salió al encuentro, lo reconocieron porque era como ellos: un Hombre de “todo o nada”. Y le dijeron “sí” con la misma fuerza con que antes habían dicho “no”: empeñaron la vida, y la perdieron del todo para del todo ganarla. ¡Bravo! “Él le contestó: «Voy, señor». Pero no fue”.

Los fariseos habían encontrado una “tercera vía”: el “sí” auténtico les aterraba tanto como a las prostitutas. Pero ese “no” que dejaba al hombre desnudo ante sus culpas les horrorizaba aún más, porque eran unos puritanos. Inventaron un “no” que se pronuncia “sí”, una ponzoña embadurnada con perfume…

Al mirarse al espejo, querían parecer guapos. La comparación con las prostitutas debió enfurecerlos hasta la cólera… Lo escribo con dolor, porque esa “tercera vía” es hoy una autopista concurrida hasta el embotellamiento. El fariseo sacrílego del siglo XXI ha logrado hacer compatible la misa con la anticoncepción, con el divorcio, con el olvido del sacramento del Perdón, con la voluptuosidad y con el lujo más insultante. Acude a comulgar aunque no haya confesado desde hace años (”¡Yo me confieso con Dios!”-dice-), o aunque haya estado haciendo lo posible y lo “imposible” por no tener más hijos (”¡La Iglesia está muy atrasada!” -se excusa-). La tarea de formar su fe no le preocupa, aunque estudia informática como un loco. Quiere que sus hijos hagan la Comunión, pero si esos hijos le piden ir a misa un martes les dirá que no sean fanáticos… ¿Para qué seguir? Esa autopista de fariseos del siglo XXI conduce al Infierno pasando por la sacristía. Ha esquivado la Cruz, y se despeña. Volvamos al “sí”, al “fiat” de la Virgen, al consentimiento amoroso que conlleva poner la vida en juego y perderla para ganarla. Ese “fiat” que hoy pido para nosotros se describe, en español, con dos palabras: obediencia rendida.

Misa del Papa, con los ancianos

"Los ancianos son expertos en Dios y en la esperanza que viene de lo Alto"
Papa: "No hay futuro para el pueblo sin el encuentro entre los jóvenes y los ancianos"
"Los jóvenes dan la fuerza y los ancianos la robustecen con la memoria y la sabiduría popular"

José Manuel Vidal, 28 de septiembre de 2014 a las 11:29

Hay generaciones jóvenes que viven el deseo de liberarse de la generación precedente. Es como un momento de adolescencia rebelde

Los dos Papas se saludan

(José Manuel Vidal).- Tras la fiesta, la misa, ya sin la presencia del Papa emérito, Benedicto XVI. Francisco celebró la eucaristía, homenaje a los ancianos y a los abuelos, acompañado de unos 100 sacerdotes, entre ellos, el Padre Ángel, fundador y presidente de Mensajeros de la Paz. Bergoglio volvió a repetir, como en la fiesta, que "no hay futuro para el pueblo sin el encuentro entre los jóvenes y los ancianos", que encarnan la "memoria y la sabiduría".

Los más de 50.000 abuelos y ancianos aguantaron en la Plaza. Muchos llegaron a las 6,30 de la mañana y no se fueron hasta la 1. El Papa llegó un poco más tarde, pero estuvo con ellos toda la mañana.

Algunas frases del Papa en la homilía

"Encuentro de los jóvenes con los ancianos"
"María era muy joven e Isabel, muy anciana"
"María muestra el camino: ir a visitar a su parienta, para cuidarla y para aprender de ella su sabiduría de la vida"
"Honra a tu padre y tu madre"

"No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre las generaciones, sin que los hijos reciban con reconocimiento el testimonio de la vida de las manos de sus padres"
"Hay generaciones jóvenes que viven el deseo de liberarse de la generación precedente. Es como un momento de adolescencia rebelde"

"Si no se produce el reencuentro, se deriva un grave empobrecimiento para el pueblo"
"Jesús no abolió las leyes de la familia"
"El Señor formó una nueva familia"
 
"Respeto por los ancianos"
"Expertos en la fe, expertos en Dios y en la esperanza que viene de lo Alto"
"La vía del encuentro entre los jóvenes y los ancianos"
"El futuro de un pueblo exige necesariamente este encuentro"
"Los jóvenes dan la fuerza y los ancianos la robustecen con la memoria y la sabiduría popular"

La fiesta de los dos papas con los ancianos, y la misa posterior, presidida por Francisco, concluyó con el ángelus en la Plaza de San Pedro llena de abuelos. El Papa saluda a los peregrinos, especialmente a tantos ancianos venidos de tanto países. Ayer, en Madrid, fue proclamado beato Álvaro del Portillo, su ejemplar testimonio cristiano y sacerdotal suscite en muchos seguir a Cristo y a su evangelio

El próximo domingo comienza el Sínodo. Aquí está su responsable principal, el cardenal Baldiserri. Rezad por él, no será fácil. Pidamos la protección de María por los ancianos de todo el mundo, especialmente los que viven situaciones más difíciles.

Texto íntegro de las palabras del Santo Padre en la homilía

El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de fe y de esperanza.

María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha manifestado la misericordia de Dios, y, junto a con su esposo Zacarías, está en espera de un hijo desde hace seis meses.

También en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida.

La Primera Lectura recuerda de varios modos el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban con gratitud el testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a quien te ha transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está en los cielos.

Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse de sus padres, casi de «liberarse» del legado de la generación anterior. Es como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si después no se recupera el encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio fecundo entre las generaciones, se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y la libertad que prevalece en la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se convierte en autoritarismo.

El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la llevó a su plenitud. El Señor ha formado una nueva familia, en la que, por encima de los lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir la voluntad de Dios Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el amor a los padres, hermanos y abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es Pastor, y por tanto padre de la comunidad, que se respete a los ancianos y a los familiares, y exhorta a que se haga con actitud filial: al anciano «como un padre», a las ancianas «como a madres» (cf. 1 Tm 5,1). El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, sino que, por el contrario, la caridad de Cristo le insta a hacerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun habiéndose convertido en la Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que en ella se está encarnando, a ir de prisa hacia su anciana pariente.

Volvamos, pues, a este «icono» lleno de alegría y de esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en la casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las palabras del Salmo Responsorial de hoy: «Tú,

Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud... No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones... Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal 70,9.5.18). La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías ha enriquecido su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos de la fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de él proviene: esto es lo que necesita el mundo en todos los tiempos. María supo escuchar a aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría, y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre.

Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre jóvenes y ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.

¿Cuál de ellos hizo la voluntad del Padre?

Mateo 21, 28-32. Tiempo Ordinario. Lo que verdaderamente importa para salvarse no son las palabras, sino las obras.

Oración introductoria 

Padre mío, aunque me duela, tengo que aceptar que aún sabiendo que nos amamos infinitamente, yo puedo traicionarte muy fácilmente. Pero te creo y sé que tu misericordia es más grande que mis debilidades, por eso te pido que me guíes en esta oración para encontrar la fuerza para perseverar siempre en el Amor.

Petición

Señor, ayúdame a ser siempre fiel a tu amor. 

Meditación del Papa Benedicto XVI

«Hoy la liturgia nos propone la parábola evangélica de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en su viña. De estos, uno le dice inmediatamente que sí, pero después no va; el otro, en cambio, de momento rehúsa, pero luego, arrepintiéndose, cumple el deseo paterno. Con esta parábola Jesús reafirma su predilección por los pecadores que se convierten, y nos enseña que se requiere humildad para acoger el don de la salvación."No hagáis nada por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismos". Estos son los mismos sentimientos de Cristo, que, despojándose de la gloria divina por amor a nosotros, se hizo hombre y se humilló hasta morir crucificado. El verbo utilizado -ekenosen- significa literalmente que “se vació a sí mismo y pone bien de relieve la humildad profunda y el amor infinito de Jesús, el Siervo humilde por excelencia» (Benedicto XVI, 28 de septiembre de 2008).

Reflexión

Seguramente nos es bastante familiar este refrán: “Obras son amores, que no buenas razones”. Es probable que nosotros mismos lo hayamos pronunciado miles de veces. Y, sin embargo, parece que en muchas ocasiones nos olvidamos fácilmente de él....

En el Evangelio de hoy nuestro Señor nos cuenta la historia de dos hijos. Su padre les pide que vayan a trabajar a la viña. El primero responde de un modo muy poco cortés y un tanto violento: "¡No quiero!" le dice al padre. En cambio, el otro, con palabras muy atentas y comedidas, dignas incluso de un caballero: "Voy, señor" le contesta, pero no va. En cambio, el hijo rebelde y "rezongón" se arrepiente y va a trabajar. Y Cristo pregunta a sus oyentes: "Cuál de los dos hizo lo que quería el padre?". La respuesta era obvia: el primero. Sus obras lo demostraron.

Y, después del "cuentito", el Señor dirige unas palabras muy duras a los sumos sacerdotes y jefes del pueblo que le oían: –"Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios". ¡Un juicio duro, pero muy certero! ¿Por qué? Porque los pecadores y las prostitutas son como el primer hijo de la parábola: a pesar de que sus palabras no eran las más "bonitas" y adecuadas, ellos hicieron la voluntad del Padre: creyeron en Cristo y se convirtieron ante su predicación.

Mientras que los fariseos y los dirigentes del pueblo judío, que se consideraban muy justos y observantes, y se sentían muy seguros de sí mismos, ésos son como el segundo hijo: sus "pose" externo es muy respetuoso y comedido, pero NO obedecen a Dios. Y lo que Cristo quería era que hicieran la voluntad del Padre. 

Yo creo que lo que nuestro Señor quiere decirnos con esta parábola es, en definitiva, que lo que verdaderamente importa para salvarse no son las palabras, sino las obras. O, mejor: que las palabras y las promesas que hacemos a Dios y a los demás cuentan en la medida en que éstas van también respaldadas por nuestras obras y comportamientos. Éstas son las que mejor hablan: las obras, no los bonitos discursos; las obras, no los bellos propósitos o los nobles sentimientos nada más.

Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: "¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?". Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: "Hermanita, para ser santa basta querer".¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un "quisiera". La persona que “quiere” puede hacer maravillas; pero el que se queda con el "quisiera" es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él "hubiese querido" obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: "del dicho al hecho hay mucho trecho".

Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que "no todo el que me dice ¡Señor, Señor! se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo". Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y exigentes. 

Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos?

Propósito

Iniciar y terminar el día con un momento de oración humilde ante el Dueño de mi vida.

Diálogo con Cristo

Tengo que salir de mí mismo, de mis gustos y proyectos cuando no están en consonancia con mi vocación a la santidad. Sé que cuento con tu presencia, cercana y amorosa en la Eucaristía, ayúdame a no sólo oír sino saber responder a tu llamado, apoyado en tu gracia.

Cuando las dificultades no te dejan volar

Abandona la vía segura y cómoda. Lánzate a la ruta incierta, esa ruta que te toca comenzar ahora a vivir.

El pasar de los años, la rutina de los días, la erosión de las horas, van produciendo en nuestra vida y en nuestra alma un cierto cansancio, ese natural desgaste que no quisiéramos experimentar; pero la realidad es que ya no vemos la vida como antes, nos cuesta tomar decisiones que nos obliguen a sacudirnos de todo ese peso que se va incrustando en nuestra alma y en nuestra conciencia, nuestro ideal se nos ha apagado, el anhelo de seguir trabajando ha desaparecido, el ejercitar una virtud, el luchar contra las tentaciones, todo este mar de posibilidades para superarnos y crecer ha perdido su brillo y ahora nos encontramos tirados en el fango de la mediocridad, en el pantano de nuestras propias decepciones y fracasos, la vida ha perdido su ilusión y esperamos que un milagro cambie nuestra vida. Este milagro sucede siempre que experimentamos alguna situación que nos sacude y nos impulsa a salir adelante, a tener que esforzarnos y a vencernos a nosotros mismos; este milagro está tocando a tu puerta, no dejes que pase de largo.

Un pájaro que vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano, se había acostumbrado a estar ahí, comía gusanos del fango y se hallaba siempre sucio por el pestilente lodo. 

Sus alas estaban inutilizadas por el peso de la mugre, hasta que cierto día un gran ventarrón destruyó su guarida; el árbol podrido fue tragado por el cieno y él se dio cuenta que iba a morir.

En un deseo repentino de salvarse, comenzó a aletear con fuerza para emprender el vuelo, le costó mucho trabajo porque había olvidado cómo volar, pero enfrentó el dolor del entumecimiento hasta que logró levantarse y cruzar el ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y hermoso.

Los problemas, las dificultades y los fracasos son como el ventarrón que ha destruido tu guarida y te están obligando a elevar el vuelo, a mirar con optimismo tu futuro y aprovecharlos como una oportunidad para mejor.

Nunca es tarde. No importa lo que se haya vivido, no importa los errores que se hayan cometido, no importa las oportunidades que se hayan dejado pasar, no importa la edad, siempre estamos a tiempo para decir BASTA, para oír el llamado que tenemos de buscar la perfección, para sacudirnos el lodo y volar ALTO y muy lejos del pantano.

Abandona la vía segura y cómoda. Lánzate a la ruta incierta, esa ruta que te toca comenzar ahora a vivir, con nuevos desafíos, nuevos retos, nuevos amigos, nuevos maestros, llena de enigmas e inseguridades. Dios te acompañará y te dirá qué camino tomar.

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