“Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños”

Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.

En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?". Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial." 

Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia 
Poesía “Jesús, amado mío, acuérdate” estrofas 9, 11-12, 16

“Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños”

Acuérdate de qué ternura inmensa
tú colmaste a los niños pequeñitos.
¡Yo deseo también recibir tus caricias,
dame tus deliciosos, suaves besos!
Para gozar un día
de tu dulce presencia allá en el cielo,
practicaré en la tierra
las pequeñas virtudes de la infancia.
Muchas veces dijiste:
«El cielo es de los niños...»,
¡acuérdate!...

Venid a mí vosotras, pobres almas cargadas,
vuestras pesadas cargas pronto se harán ligeras,
y, saciada la sed ya para siempre,
de vuestro seno fuentes manarán» (Mt 11,28; Jn 4,15).
YO tengo sed, Jesús, esa agua pido,
que me inunden el alma sus divinos torrentes.
Por fijar mi morada en el mar del amor
¡yo vengo a ti!

Acuérdate, Jesús, de que, a pesar de ser
hija yo de la luz,
¡ay!, de servir a mi Rey me olvido con frecuencia.
De mi miseria inmensa ten piedad
y en tu infinito amor perdóname.
En las cosas del cielo, Señor, hazme una experta,
muéstrame los secretos que tu Evangelio esconde.
Haz que este libro de oro
sea mi gran riqueza,
¡Acuérdate!...

Acuérdate, Jesús, del gozo de los ángeles,
del júbilo que habrá en tu reino del cielo
entre sus elegidos moradores,
al ver que un pecador alza hacia ti sus ojos (Lc 15,10).
Yo quiero acrecentar esa gran alegría,
y por los pecadores rogaré sin cesar.
Porque al Carmelo vine
para poblar tu cielo,
¡Acuérdate!

Memoria de los Santos Ángeles Custodios

Santos Ángeles Custodios

Memoria de los santos Ángeles Custodios, que, llamados ante todo a contemplar en la gloria el rostro del Señor, han recibido también una misión en favor de los hombres, de modo que con su presencia invisible, pero solícita, los asistan y acompañen.

Ángel es una palabra griega que significa «mensajero» (la misma que está en la raíz de la palabra «eu-angelio», es decir, «mensaje bueno, propicio»). El paganismo griego conocía dioses (Hermes), y seres pertenecientes a la esfera divina (los dáimones), encargados de comunicarse con los hombres de parte de los dioses lejanos, llevarles sus órdenes, o ayudarlos en las empresas difíciles. También el mundo hebreo desarrolló una cierta «angelología», es decir, una teología de las mediaciones angélicas, aunque es un tema que entró secundariamente en la Biblia, y nunca terminó de dar lugar a un completo desenvolvimiento. En el caso del hebreo bíblico, las palabras para designar las realidades angélicas son dos: «melek» (plural: malekim) y «elohim» (es un plural de «El», y casi siempre se utiliza en plural).

«Melek» significa, al igual que el «ángel» griego, mensajero. «Elohim», en cambio, es más problemático, porque la palabra se utiliza también para designar a Dios mismo, así que cuando aparece hay que recurrir al contexto para saber si se está refiriendo a Dios (que se pone en plural por respeto), a los (falsos) dioses de los gentiles (que aunque son falsos, también son elohim), o a los seres del mundo divino, los ángeles. Por ejemplo, si se comparan distintas traducciones del salmo 8, se verá que algunos ponen: «[al hombre] lo has hecho poco inferior a los ángeles» (traducción litúrgica), otros: «Apenas inferior a un dios le hiciste» (Biblia de Jerusalén), o: «lo has hecho poco inferior a Dios» (New American Standard Bible, en inglés el original).

En realidad las tres variantes son correctas: nuestros idiomas modernos, y sobre todo nuestra mentalidad moderna pide allí una precisión conceptual que el mundo bíblico original no tenía; digamos que exigimos saber si el ser humano es apenas inferior a los ángeles, a los dioses (verdaderos o falsos), o al propio Dios... pero para el poeta que compuso el salmo, ese verso sólo hablaba de la excelsitud de un ser humano que a pesar de estar en la tierra sólo puede medirse auténticamente en las realidades divinas, sin más precisión, pero sin menos rotundidad que esa tremenda y hermosa confianza en el valor de cada hombre. En vez de comparar al hombre con monos o moscas de la fruta, el salmo lo parangona con seres divinos, aunque de allí no pueda deducirse ninguna «teología angélica».

En el esquema mental griego hay como una escala de poderes -si podemos hablar así-, donde el hombre ocupa un peldaño inferior al poder de héroes y semidioses, y éstos un peldaño inferior a los dioses, quienes también están organizados entre sí según sus poderes relativos: «una y la misma es la naturaleza de dioses y hombres -dirá Píndaro-... pero nuestros poderes están separados»; semejante expresión, incluso tomándola como metáfora poética, sería absurda en la Biblia. El esquema mental de la Biblia hebrea es distinto: Dios está directamente en contacto con el hombre, lo salva, lo «amasa» para crearlo, se enfada con el hombre, se lamenta, se airía, camina a su lado, pero no compite con su poder («Yo soy Dios, no un hombre»), no puede medirse el poder del hombre con el de Dios ni el de Dios con el del hombre. Deberíamos poder afirmar que para la Biblia Dios es a la vez completamente inmanente a nuestro mundo, no menos que completamente trascendente. para usar la expresión de san Agustín -en perfecta sintonía con la sensibilidad de la Escritura- Dios es «más interior que lo más íntimo mío, superor a lo más alto mío» (Conf. III,11). Esa doble afirmación, paradójica pero que forma parte de la «experiencia de Dios» del creyente, la expresa la Biblia con metáforas, muchas veces bellas pero violentas y primitivas (como cuando Elías ve la «espalda» de Dios, o Jacob «lucha con 'Alguien'» en la noche), otras con una expresión muy querida por la Biblia: el «rostro de Dios».

De Dios nunca vemos su ser sino un rostro, una manifestación. Sin embargo con el tiempo la misma fe fue exigiendo que se depurara más el lenguaje religioso para hablar del contacto con Dios con el hombre, y así se va imponiendo una nueva expresión, que aparece con la teología del profetismo: «Melek Yahveh»: el Ángel de Yahveh (el Mensajero de Yahveh). Si recorremos los primeros libros de la Biblia lo encontraremos mucho, sobre todo allí donde el contexto exige que sea el propio Dios quien habla, el texto dirá que ha sido Melek Yahveh; por ejemplo, en el relato del «sacrificio de Abraham» (Gn 22), vemos que quien se le dirige es Melek Yahveh, pero luego queda claro que el diálogo se produce con el propio Dios («ya que no mehas negado...»); lo mismo pasa con la revelación de la zarza ardiendo, y en muchos otros relatos. El «ángel» -para esos textos bíblicos- no es otro que el propio Dios, y no un ser separado y distinto; sin embargo no es indiferente que los textos hablen de Melek Yahveh, en vez de hablar directamente de Yahveh, ya que ese «ángel» cumple una función específica: paradójicamente, no la de revelar a Dios, sino la de velarlo, la de no exponerlo tanto.

En el Nuevo Testamento, las cosas no cambian muy radicalmente, a pesar de haber sido escrito en griego y en una cultura que estaba ya en estrecho contacto con la mentalidad griega. Posiblemente una de las mejores definiciones bíblicas de «ángel», una de las definiciones más utilizadas por la teología, esté precisamente en carta a los Hebreos, 1,14: «espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación». Sin embargo, esta frase no está dicha en el contexto de una definición teológica sino de una polémica religiosa, contra aquellos que pretenden poner a los ángeles en un peldaño superior al hombre, y el versículo anterior dirá: «¿a qué ángel dijo [Dios] alguna vez: 'Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies?», Está claro que carta a los Hebreo no quiere exaltar a los ángeles, sino por el contrario, volver a situarlos en la posición subordinada que tienen en los textos bíblicos del Antiguo Testamento. Cristo, como verdadero hombre, se dirige a hombres, y es a los hombres a quienes abrió las puertas del Santuario Divino (Heb 9,12).

Para la teología, los ángeles son espíritus puros, individuales, dotados de inteligencia y voluntad, creados por Dios para asistirlo y sobre todo para realizar misiones entre los hombres y para servir al santuario divino en la liturgia eterna (ver, por ejemplo, Apocalipsis). Puesto que toda nuestra experiencia, incluso la que penetra en las realidades espirituales, comienza con los sentidos, con lo corpóreo y físico que nos rodea, poco podemos decir de ellos que no esté en peligro de desvariar y fantasear sobre realidades que se nos escapan. En la cuestión de los ángeles, como en todas las realidades que por su propia definición trascienden nuestras posibilidades de conocimiento natural, posiblemente lo mejor sea mantenernos en la confesión de fe sencilla y poética de la Biblia, sin pretender decir mucho más que lo que ella dice. No sabemos en realidad cómo existen y actúan los «ángeles custodios», si quisiéramos racionalizarlos teológicamente, terminaríamos en absurdos antropológicos; pero sí sabemos que Dios envía a sus ángeles para que nos acompañen en este mundo de soledad y dolor, como Rafael acompañó a Tobías. Igual que Rafael, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los hombres, las introducen en el coro celestial. A la mirada materialista el hombre le parece «no más que un mono», sin embargo, Jesús nos advierte que cada hombre, incluso el más pequeño y desvalido, está ya mismo -no sólo cuando muera- ante el rostro de Dios, precisamente a través de su ángel: «Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.» (Mt 18,10). Ciudadanos de la tierra, y a la vez ya habitantes de los cielos; seres desvalidos y vacilantes, y a la vez cada uno tan valioso y amado personalmente por Dios, que mientras por fuerza Dios tiene que aguantar que esté cada uno lejos de él por un tiempo, crea superabundantemente una realidad espiritual propia de cada hombre para que en ella habitemos, y en ella podamos encontrarnos con él.

Esto es lo que podríamos sintéticamente declarar de la teología de los ángeles; en cuanto a la historia de su culto, dejo la palabra al Butler: Desde los primeros tiempos de la Iglesia, se tributó honor litúrgico a los ángeles. El oficio de la dedicación de la iglesia de san Miguel Arcángel, en la Vía Salaria, y el más antiguo de los sacramentarios romanos, llamado «Leonino», aluden indirectamente en las oraciones al oficio de guardianes que desempeñan los ángeles. Desde la época de Alcuino (muerto el año 804), existe una misa votiva «ad suffragia angelorum postulanda», y el mismo Alcuino habla dos veces en su correspondencia de los ángeles guardianes. No es del todo seguro que la costumbre de celebrar esa misa sea de origen inglés, pero lo cierto es que el texto de Alcuino está incluido en el Misal de Leofrico, que data de principios del siglo X. La misa votiva de los Ángeles solía celebrarse el lunes, como lo prueba el Misal de Westminster, compuesto alrededor del año 1375. En España la tradición dice que también cada una de las ciudades tiene su ángel guardián particular. Así, por ejemplo, un oficio del año 1411 hace alusión al ángel guardián de Valencia. Fuera de España, Francisco de Estaing, obispo de Rodez, obtuvo del Papa León X una bula en la que dicho Pontífice aprobaba un oficio especial para la conmemoración de los Angeles de la Guarda el l de marzo. También en Inglaterra estaba muy extendida la devoción a los ángeles. Heriberto Losinga, obispo de Norwich, quien murió en 1119, habló con gran elocuencia sobre el tema. Por otra parte, la conocida oración que comienza «Angele Dei qui custos es mei» se debe probablemente a la pluma del versificador Reginaldo de Canterbury, quien vivió en la misma época. El Papa Paulo V autorizó una misa y un oficio especiales, a instancias de Fernando II de Austria, y concedió la celebración de la fiesta de los Santos Angeles en todo el imperio. Clemente X la extendió como fiesta de obligación a toda la Iglesia de Occidente en 1670, y fijó como fecha de la celebración, el primer día feriado después de la fiesta de San Miguel, lo que luego derivó en el 2 de octubre como fecha fija.

El mayor en el Reino de los Cielos

Mateo 18, 1-5.10. Ángeles Custodios. Tenemos que hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es.

Oración introductoria

Señor, concédeme iniciar esta meditación con un corazón de niño, es decir, consciente de mi pequeñez, de mi fragilidad, de mi necesidad de tu gracia. Dame un espíritu humilde y sencillo para escuchar tus palabras en esta oración, y así, tener una experiencia viva de Ti, de tu amor, de tu misericordia. 

Petición

Con la confianza de un niño, te pido, Jesús: ¡quiero ser santo! Ayúdame a aprovechar todas las oportunidades de este día para crecer en el amor.

Meditación del Papa Francisco

En un pueblo, cada uno tiene su sitio. Pero el Señor habla a la gente así, a la masa, nunca. Siempre habla personalmente, con los nombres. Y elige personalmente. El pasaje de la creación es una figura que hace ver esto: es el mismo Señor que con sus manos artesanalmente hace al hombre y le da nombre: "tú te llamas Adán". Y así comienza esa relación entre Dios y la persona. Y hay otra cosa, hay una relación entre Dios y nosotros pequeños: Dios, el grande y nosotros pequeños. Dios, cuando debe elegir a las personas, también a su pueblo, siempre elige a los pequeños. Dios elige a su pueblo porque es el más pequeño, tiene menos poder que los otros pueblos. Hay un diálogo entre Dios y la pequeñez humana. También la Virgen María dijo: "El Señor ha mirado la humillación de su sierva". El Señor ha elegido a los pequeños.(Cf. S.S. Francisco, 21 de enero de 2014, homilía en Santa Marta) .

Reflexión

El mundo de hoy sólo acepta a los "grandes", a los mejores, a los primeros en el ámbito económico. Se ve también en los jóvenes, cómo ansían tener lo mejor del momento, aunque no les falte nada o lo tengan todo. Esto ha provocado que el hombre se olvide de su dignidad, de que está hecho para conseguir ideales más grandes, que un poco de gloria, por tener abundantes riquezas, no pueden dar.

Así es nuestro mundo, o mejor así hemos hecho nuestro mundo. Pero la realidad de Dios es otra. Es opuesta a los criterios del mundo. Cristo nos dice que si queremos ser los primeros seamos los últimos, y si queremos ser los más grandes sirvamos a todos. Lo que más vale en el hombre es su vida interior, sus virtudes, su voluntad, y no cuánto tiene o posee. 

Por eso los más grandes en el Reino de los Cielos son los que son como niños, porque Dios ama a los pequeños de espíritu. ¿Cómo podemos hacernos niños ante Dios? La solución es sencilla, pero muy difícil por lo que significa para cada persona. Hay que ser humildes a ejemplo de Cristo, que supo decir que sí a lo que el Padre le pedía aun cuando le costase muchísimo.
Hoy celebramos a los Ángeles Custodios
¿Quiénes son?

Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto San Jerónimo: "Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia". 

En el Antiguo Testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5.)

En el nuevo Testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que se ve la misión de los ángeles: el mensaje a José para que huyera a Egipto, la liberación de Pedro en la cárcel, los ángeles que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto.

La misión de los ángeles custodios es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas. No se separa de él ni un solo momento. Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide. No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.

Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como algo infantil, pero no debía ser así, pues si pensamos que la persona crece y que con este crecimiento se tendrá que enfrentar a una vida con mayores dificultades y tentaciones, el ángel custodio resulta de gran ayuda. 

Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos. Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.

También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.

El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.

Nuestro ángel de la guarda

Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo con nuestro ángel de la guarda que está a nuestro lado y nos ayuda de mil modos.

Muchos tienen la costumbre de hablar con su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los hijos.

Otros tienen al ángel de la guarda un poco olvidado. Quizá escucharon, de niños, que existe, que nos cuida, que nos ayuda en las mil aventuras de la vida. Recordarán, tal vez, haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido de la mano, junto a un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al ángel “aparcado”, en el baúl de los recuerdos.

De grandes es normal que hablemos a los niños de su ángel de la guarda. Nos sería de provecho pensar también en nuestro ángel que está a nuestro lado y nos ayuda de mil modos.

Es verdad: Dios es el centro de nuestro amor, y a veces no tenemos mucho tiempo para pensar en los espíritus angélicos. Podemos, sin embargo, ver a nuestro ángel de la guarda no como una “devoción privada” ni como un residuo de la niñez, sino como un regalo del mismo Dios, que ha querido hacernos partícipes, ya en la tierra, de la compañía de una creatura celeste que contempla ese rostro del Padre que tanto anhelamos.

Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo, como el de los niños que poseen el Reino de los cielos (cf. Mt 19,14), con el propio ángel de la guarda. Para darle las gracias por su ayuda constante, por su protección, por su cariño. Para sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que cada uno de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada, invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía lo son todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o ante las mil aventuras de la vida.

Necesitamos repetir, o aprender de cero, esa oración que la Iglesia, desde hace siglos, nos ha enseñado para dirigirnos a nuestro ángel de la guarda: 

Ángel del Señor, que eres mi custodio,
puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día. 
Amén
.

Ángeles Custodios

Cada persona tiene un ángel custodio, 2 de octubre

Nuestros Guardaespaldas Celestiales

¿Quiénes son los ángeles custodios?

Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto San Jerónimo: “Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia”. 

En el antiguo testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5.)

En el nuevo testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que se ve la misión de los ángeles: el mensaje a José para que huyera a Egipto, la liberación de Pedro en la cárcel, los ángeles que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto.

La misión de los ángeles custodios es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas. No se separa de él ni un solo momento. Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide. No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.

Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como algo infantil, pero no debía ser así, pues si pensamos que la persona crece y que con este crecimiento se tendrá que enfrentar a una vida con mayores dificultades y tentaciones, el ángel custodio resulta de gran ayuda. 

Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos. Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.

También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.

El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.

Cuida tu fe

Actualmente se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden “angelitos” de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres. Hay que tener cuidado al comprar estos materiales, pues muchas veces dan a los ángeles atribuciones que no le corresponden y los elevan a un lugar de semi-dioses, los convierten en “amuletos” que hacen caer en la idolatría, o crean confusiones entre las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.

Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses. No son lo único que nos puede acercar a Dios ni podemos reducir toda la enseñanza de la Iglesia a éstos. No hay que olvidar los mandamientos de Dios, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos, la oración, y otros medios que nos ayudan a vivir cerca de Dios. 

LAS TÉMPORAS DE ACCIÓN DE GRACIAS Y DE PETICION

«Las Témporas —dice el Misal— son días de acción de gracias y de petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad habitual» (p.648). La celebración ha sido fijada en España para el día 5 de octubre.

Las Témporas, y con ellas las Rogativas, son una antiquísima institución litúrgica ligada a las cuatro estaciones del año. Su finalidad consistía en reunir a la comunidad, para que, mediante el ayuno y la oración, se diese gracias a Dios por los frutos de la tierra y se invocase su bendición sobre el trabajo de los hombres. Las Témporas nacieron en Roma y se difundieron con la liturgia romana, al mismo tiempo que sus libros litúrgicos. Al principio tuvieron lugar en las estaciones del otoño, invierno y verano, exactamente, en los meses de septiembre, diciembre y junio. Pero muy pronto debió de añadirse la celebración correspondiente a la primavera, en plena Cuaresma. Por algunos sermones de San León Magno se conoce el significado de estas jornadas penitenciales, que comprendían la eucaristía, además del ayuno, los miércoles y los viernes de la semana en que tenían lugar. El sábado había una vigilia, que terminaba con la eucaristía también, bien entrada la noche, de forma que ésa era la celebración eucarística del domingo.

En el fondo, las Témporas son un acercamiento mutuo de la liturgia y la vida humana, en el afán de encontrar en Dios la fuente de todo don y la santificación de la tarea de los hombres. Por eso, hoy, considerada la extensión de la Iglesia y su presencia en los pueblos más diversos, se imponía una revisión y una adaptación de esta vieja celebración litúrgica, que ya no tiene por qué ser agraria ni campesina únicamente, sino que puede ser muy bien urbana y cercana a las preocupaciones del hombre del cemento y del reloj de cuarzo. Lo importante es que en un día, o en tres, según la duración elegida, se viva y se celebre la obra de Dios en el hombre y con la ayuda del hombre; con un espíritu de fe y de acción de gracias propios del creyente, que sabe que lo temporal tiene su propia autonomía, pero sin romper con Dios y sin ir en contra de su voluntad salvadora: «Todo es vuestro; pero vosotros sois de Cristo, y Cristo, de Dios» (1 Cor 3,22-23).

TÉMPORAS Y ROGATIVAS

El año litúrgico celebra fundamentalmente el «recuerdo sagrado de la obra de la salvación realizada por Cristo» (Normas universales sobre el Año litúrgico, núm. 1). Pero junto a este aspecto fundamental el ciclo eclesial incluye también, aunque sea de modo más secundario, otras celebraciones. La memoria, por ejemplo, de aquellos fieles que reprodujeron en su vida, de modo eminente, el misterio pascual de Cristo (Cf.Sacr. Conc. 104), las diversas etapas de la vida de los fieles (Bautismo, Profesión religiosa, exequias) e incluso algunos otros acontecimientos o avatares de la vida humana de los cristianos (inicio del año civil, súplicas en tiempo de elecciones) interesándose y orando por su feliz desarrollo e iluminándolos y transformándolos a la luz del misterio pascual de Jesucristo.

En este último ámbito precisamente -el de interesarse por los acontecimientos de la vida humana- nacieron, ya en la antigüedad, dos tipos de celebraciones, cercanas entre sí pero no idénticas, que hoy quisiéramos subrayar y que la reforma litúrgica del Vaticano II por su parte quiso se adaptaran mejor a la situación actual: las Rogativas y las Témporas.

El significado de estas dos celebraciones, pensamos, que quizá no ha sido suficientemente captado después de la reforma litúrgica. Y ello a pesar de que la importancia de estas celebraciones continúa siendo grande -quizá mayor incluso que la que tuviera en otros tiempos-y de que posiblemente su correcta celebración tendría dos frutos importantes: el de restituir al domingo su carácter de fiesta primordial, purificándolo de adherencias que lo ofuscan y el de subrayar algunos aspectos importantes de la identidad cristiana que hoy con, demasiada frecuencia, pasan desapercibidos ante muchos fieles.

Las Témporas son y han sido siempre unos días consagrados a la santificación de las diversas etapas de la vida de los hombres. Tal como figuraban en el antiguo misal de San Pío V eran una herencia del como se vivía el quehacer cotidiano en el antiguo mundo rural. Históricamente nacieron como unos días de oración y ayuno para santificar las tres cosechas que constituían la base del trabajo más común del mundo agrícola antiguo: la del trigo en verano, la de la vendimia al comienzo de otoño y la del aceite en diciembre. A estas tres Témporas más tarde se añadieron unas cuartas témporas en marzo -que de hecho constituyeron como un doblaje penitencial pues coincidían con el tiempo también penitencial de Cuaresma- y empezó a hablarse de las «Cuatro Témporas» que correspondían a la santificación del inicio de las cuatro estaciones del año.

Las Rogativas tuvieron otro origen: nacieron ante necesidades singulares de alguna comunidad y luego, por diversas razones que no podemos explicar aquí, se fueron extendiendo por las diversas Iglesias. El Misal de San Pío V conservó dos de los antiguos días de rogativas: las llamadas «Rogativas mayores» que se celebraban el día de San Marcos y las «Rogativas menores» que tenían lugar los tres días anteriores a la Ascención del Señor.

Las Normas Universales del Año litúrgico promulgadas con el «Motu proprio» «Mysterii Paschalis» de Pablo VI determinó que las Conferencias Episcopales adaptaran a las necesidades de los diversos lugares -que hoy ya no viven al ritmo de las cosechas agrícolas- tanto las Témporas como las Rogativas y determinaran el tiempo y la manera de celebrarlas teniendo en cuenta las necedidades locales.

Por lo que se refiere a España en concreto la Conferencia Episcopal en un primer tiempo determinó que las cuatro antiguas Témporas se redujeran a una sola época -el comienzo de la actividades del curso, terminadas las vacaciones-y situó estas Témporas en la semana del 5 de octubre con la posibilidad de su celebración en uno o en tres días. La fecha, teóricamente por lo menos, parece oportuna. Hoy, en efecto, el ritmo de la actividad humana no se rige ya entre nosotros por las cosechas agrícolas y, en cambio, queda muy marcado por el período vacacional.y el inicio del curso escolar. No obstante hay que decir que, en la práctica, la celebración de estas Témporas no parece haber calado demasiado en las comunidades y que de hecho las nuevas Témporas pasan desapercibidas en casi todas partes.

Después de unos años de experimentación cabría pues preguntarse si esta celebración, colocada una sola vez al año, marca de una manera suficiente el ritmo de la vida. O si por el contrario el paso de las tres -o cuatro- Témporas antiguas a un solo día hace incluso más difícil su celebración. ¿No sería más eficaz colocar diversas «Témporas», con una identidad verdadera y muy propia, en diversos períodos, al inicio, por ejemplo, del curso -las del 5 de octubre- otras al inicio de las vacaciones de Navidad como conclusión del primer trimestre, antes de las fiestas de Navidad o quizá mejor al inicio del segundo, pasadas ya las fiestas? En todo caso seguramente sería más eficaz que el Calendario general de España sugiriera únicamente una fecha aproximativa situada en las diversas épocas, dejando el día más concreto de la celebración para cada comunidad o por lo menos para cada diócesis para que se «tuviera más en cuenta las necesidades -y posibilidades- locales» (Normas Universales del Año litúrgico, núm. 46).

Pero si el Calendario para las iglesias de España en su primer momento redujo las cuatro Témporas a una sola celebración, esta reducción se proyectó sólo como primer paso, dejando para más adelante cuáles y cuándo debían celebrarse otras posibles Témporas y el conjunto de las Rogativas -el que suscribe este Editorial participó muy activamente en su proyecto y por ello puede afirmar estos extremos-. La cosa quedó después olvidada y por ello es oportuno insistir en este aspecto.

Si las antiguas comunidades tuvieron sus necesidades -pestes, terremotos, lucha contra determinadas supersticiones populares o contra la pervivencia de fiestas paganas-y para ello instituyeron diversos días de «Rogativas», pensamos que las actuales Iglesias no dejan de tener las suyas, y a veces, más imperiosas incluso que las de los tiempos pasados. Además con demasiada frecuencia estas necesidades -desproveídas hoy de días de «Rogativas»- por una parte cubren y desvalorizan la celebración del domingo con el nacimiento de los «Dias» (del Seminario, de las misiones, del hambre, etc.) y por otra no quedan suficientemente subrayadas ni vividas pues se limitan a solo una colecta y un subrayado del problema que hace desaparecer la homilía y no deja espacio a la oración por la necesidad.

Determinar cuáles y cuándo deben ser las «Rogativas» en cada Universales del año litúrgico, núm. 46). Pero preparar el ambiente y señalar posibilidades -de momento con prácticas de carácter más privado- con días consagrados a la oración por las necesidades que parecen más urgentes y generales puede ser iniciativa de las comunidades concretas y ayuda incluso para que en un mañana cercano se instituyan diversos días de «rogativas» oficiales.

En esta línea nos parece interesante que las comunidades -las contemplativas en primer lugar, como grupos cuya vocación primordial es la plegaria, pero también las parroquiales y religiosas- hagan como un elenco de las principales necesidades de la Iglesia y de sociedad civil de nuestros días. Y dediquen a ellas unos días de oración que en el domingo anterior o posterior podrían tener su eco (sin que desfiguraran con ello la primordialidad del domingo). Con ello se realizaría tambien el voto del Ceremonial de los Obispos (núm. 229) de que los temas y días no cubran la liturgia del domingo.

Estas rogativas -que como hemos dicho podrían extenderse uno o varios días según se trate de comunidades contemplativas, religiosas o parroquiales-de cara a las necesidades de la Iglesia podrían ser entre otros: «Por las vocaciones», «Por la unidad de la Iglesia», «Por la evangelización de los pueblos», «Por el Papa», «Por el Obispo y la Iglesia local». Frente a las necesidades de la sociedad civil podría pensarse en instituir unos días de «Rogativas» por ejemplo «Por la paz y el progreso de los pueblos» «Por los que padecen hambre en el mundo», «Por la nación o autonomía». Para todas estas «Rogativas» hay formularios propios de misas y pueden prepararse oportunamente otras preces y textos a la manera como lo hacemos en este número de Oración de las horas en vistas a unas «Rogativas» por la evangelización de los pueblos a celebrar durante la semana anterior posterior al DOMUND para ambientar la plegaria y el interés por esta urgente necesidad eclesial.

Las Cuatro Témporas representan una tradición peculiar de la Iglesia de Roma; sus raíces se encuentran, por una parte, en el Antiguo Testamento -donde, por ejemplo, el profeta Zacarías habla de cuatro tiempos de ayuno a lo largo del año-, y por otra, en la tradición de la Roma pagana, cuyas fiestas de la siembra y de la recolección han dejado su huella en estos días. Se nos ofrece así una hermosa síntesis de creación y de historia bíblica, síntesis que es un signo de la verdadera catolicidad. Al celebrar estos días, recibimos el año de manos del Señor; recibimos nuestro tiempo del Creador y Redentor, y confiamos a su bondad siembras y cosechas, dándole gracias por el fruto de la tierra y de nuestro trabajo. La celebración de las Cuatro Témporas refleja el hecho de que «la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8,19). A través de nuestra plegaria, la creación entra en la Eucaristía, contribuye a la glorificación de Dios.

Las Cuatro Témporas recibieron en el siglo V una nueva dimensión significativa; pasaron a ser fiestas de la recolección espiritual de la Iglesia, celebración de las ordenaciones sagradas. Tiene un sentido profundo el orden de las estaciones correspondientes a estos tres días: miércoles, Santa María la Mayor; viernes, Los doce Apóstoles; sábado, San Pedro. En el primer día, la Iglesia presenta los ordenandos a la Virgen, a la Iglesia en persona. Al meditar en este gesto, nos viene a la memoria la plegaria mariana del siglo III: «Sub tuum praesidium confugimus». La Iglesia confía sus ministros a la Madre: «He ahí a tu madre». Estas palabras del Crucificado nos animan a buscar refugio junto a la Madre. Bajo el manto de la Virgen estamos seguros. En todas nuestras dificultades podemos acudir siempre, con una confianza sin límites, a nuestra Madre. Este gesto del miércoles de las Cuatro Témporas se refiere a nosotros. Como ministros de la Iglesia, somoS «asumidos» en virtud de este ofrecimiento que representa el verdadero principio de nuestra ordenación. Confiando en la Madre, nos atrevemos a abrazar nuestro servicio.

El viernes es el día de los Apóstoles. En calidad de «conciudadanos de los santos y familiares de Dios» somos «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas» (Ef 2,19-20). Sólo hay verdadero sacerdocio, sólo podemos construir el templo vivo de Dios en el contexto de la sucesión apostólica, de la fe apostólica y de la estructura apostólica. Las ordenaciones mismas tienen lugar en la noche del sábado hasta la mañana del domingo en la basílica de San Pedro. Así expresa la Iglesia la unidad del sacerdocio en la unidad con Pedro, del mismo modo que Jesús, al principio de su vida pública, llama a Pedro y a sus «socios» (Lc 5,10), luego de haber predicado desde la barca de Simón. La primera semana de Cuaresma es la semana de la siembra. Confiamos a la bondad de Dios los frutos de la tierra y el trabajo de los hombres, para que todos reciban el pan cotidiano y la tierra se vea libre del azote del hambre. Confiamos también a la bondad de Dios la siembra de la palabra, para que reviva en nosotros el don de Dios, que hemos recibido por la imposición de las manos del obispo (2 Tim 1,6) en la sucesión de los Apóstoles, en la unidad con Pedro. Damos gracias a Dios porque nos ha protegido siempre en las tentaciones y dificultades, y le pedimos, con las palabras de la oración de la comunión, que nos otorgue su favor, es decir, su amor eterno, Él mismo, el don del Espíritu Santo, y que nos conceda también el consuelo temporal que nuestra frágil naturaleza necesita:

«Perpetuo, Domine, favore prosequere, quos reficis divino mysterio, et quos imbuisti caelestibus institutis, salutaribus comitare solaciis».

Oramos «por Cristo nuestro Señor». Oramos bajo el manto de la Madre. Oramos con la confianza de los hijos. Permanecen vigentes las palabras del Redentor: «Confiad; yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

TEMPORAS:

La iglesia celebra una vez al año el día de la acción de gracias. Es un día al final del verano y pretende agradecer los frutos de las cosechas. Pero no en la sociedad agrícola ni en la industrial se puede limitar esta gesto elemental a un día determinado. En cada día y en cada momento hay motivos para dar gracias a Dios, entre otros por el don de la vida. Dar gracias es un rasgo fundamentalmente cristiano y humano. La dialéctica humana funciona en términos de "doy para que me des", pero la dialéctica divina se cambia por estos otros: "Me has dado mucho y por eso te doy gracias". Dar gracias cuesta muy poco, pero si sale del corazón es quizá la más noble expresión de un sentimiento humano.

El agradecimiento es a veces lo único que podemos dar. Si es sincero, eso basta. Quien da otras cosas sin agradecimiento, hará intercambio o comercio. El que no es agradecido es sumamente pobre. ¿Qué tiene en realidad? Quien no da gracias a Dios es porque en el fondo no está convencido de deberle nada. Pero a Dios se le debe todo, quizá sin saberlo. Un rabino daba gracias a Dios "por todo".

-"¡Pero si no tienes nada!", le replicó otro que le oía. A lo que respondió: "Yo necesitaba precisamente la pobreza y Dios me la ha dado".

ALABANZA/ORACION:Puede suceder que uno necesite la enfermedad como medicina del espíritu y entonces hay que dar gracias también por la enfermedad. Pensándolo bien, lo único que el hombre puede dar a Dios es su agradecimiento. La oración de alabanza es, indudablemente, la más excelsa. Pero el agradecimiento no puede imponerse, como tampoco el amor. Tiene que salir del corazón como expresión de la persona. Eso es lo que agrada a Dios. De eso se quejó Jesús en el caso del evangelio. En el caso de los diez leprosos, nueve de ellos obedecieron y quedaron curados, el décimo creyó y fue salvado. Es el dato más esencial del relato. Porque no es lo mismo curar que salvar. Curar alude a lo exterior, mientras que salvar afecta a la totalidad de la persona. Uno de los diez leprosos se mostró agradecido y en ese gesto encontró la fe y la salvación. Los nueve restantes sólo encontraron la curación.

ALABANZA/EU:

El leproso que vuelve para agradecer la curación lo hace, dice el evangelio, "alabando a Dios a grandes gritos". Se ha dado cuenta de que aquel gran favor que Jesús le ha hecho es, en el fondo una señal de cómo Dios actúa misericordiosamente con los hombres, y por eso se volvió alabando y ensalzando al Dios salvador, al Dios que actúa de tantas y tantas maneras en la vida de los hombres. Es el Dios que ha hecho nacer, de su bondad, la creación entera; el Dios que se ha escogido un pueblo y lo ha liberado de la esclavitud en Egipto; el Dios que, para dar la vida a todo hombre, ha venido a compartir la condición humana y así nos ha abierto a todos caminos de salvación y de amor pleno.

Por eso, en todo lo que vivimos, en toda realidad de amor, de vida, de esperanza, podemos descubrir esta presencia salvadora y misericordiosa de Dios. Por eso vale la pena que siempre, como aquel leproso, seamos capaces de "alabar a Dios" por sus dones. De hecho, cuando cada domingo nos reunimos aquí en la iglesia, nuestra reunión recibe precisamente este nombre: "Eucaristía", quiere decir "Acción de gracias". Y ahora, cuando dentro de unos instantes empezaremos el momento central de nuestro encuentro, lo haremos levantando nuestro corazón hacia Dios y diciendo que "en verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno". Damos gracias a Dios por todos sus dones, y damos gracias sobre todo por su don definitivo: la vida nueva de JC, su Espíritu que está con nosotros.

Témporas de acción de gracias y de petición

Acción de gracias y petición del pueblo cristiano
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios

En la oración y en las súplicas, pediremos al Artífice de todas las cosas que guarde, en todo el mundo, el número contado de sus elegidos, por medio de su Hijo amado, Jesucristo; en él nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de su gloria.

Nos llamaste para que nosotros esperáramos siempre, Señor, en tu nombre, pues él es el principio de toda criatura. Tú abriste los ojos de nuestro corazón, para que te conocieran a ti, el solo Altísimo en lo más alto de los cielos, el Santo que habita entre los santos. A ti, que abates la altivez de los soberbios, que deshaces los planes de las naciones, que levantas a los humildes y abates a los orgullosos; a ti, que enriqueces y empobreces; a ti, que das la muerte y devuelves la vida.

Tú eres el único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne, que penetras con tu mirada los abismos y escrutas las obras de los hombres; tú eres ayuda para los que están en peligro, salvador de los desesperados, criador y guardián de todo espíritu.

Tú multiplicas los pueblos sobre la tierra y, de entre ellos, escoges a los que te aman, por Jesucristo, tu siervo amado, por quien nos enseñas, nos santificas y nos honras.

Te rogamos, Señor, que seas nuestra ayuda y nuestra protección: salva a los oprimidos, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, muestra tu bondad a los necesitados, da la salud a los enfermos, concede la conversión a los que han abandonado a tu pueblo, da alimento a los hambrientos, liberta a los prisioneros, endereza a los que se doblan, afianza a los que desfallecen. Que todos los pueblos te reconozcan a ti, único Dios, y a Jesucristo, tu Hijo, y vean en nosotros tu pueblo y las ovejas de tu rebaño.

Por tus obras has manifestado el orden eterno del mundo, Señor, creador del universo. Tú permaneces inmutable a través de todas las generaciones: justo en tus juicios, admirable en tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación, providente en sustentar lo creado, bueno en tus dones visibles y fiel en los que confían en ti, el único misericordioso y compasivo.

Perdona nuestros pecados, nuestros errores, nuestras debilidades, nuestras negligencias. No tengas en cuenta los pecados de tus siervos y de tus siervas, antes purifícanos con el baño de tu verdad y endereza nuestros pasos por la senda de la santidad de corazón, a fin de que obremos siempre lo que es bueno y agradable ante tus ojos y ante los ojos de los que nos gobiernan.

Sí, oh Señor, haz brillar tu rostro sobre nosotros, concédenos todo bien en la paz, protégenos con tu mano poderosa, líbranos, con tu brazo excelso, de todo mal y de cuantos nos aborrecen sin motivo. Danos, Señor, la paz y la concordia, a nosotros y a cuantos habitan en la tierra, como la diste en otro tiempo a nuestros padres, cuando te invocaban piadosamente con confianza y rectitud de corazón.

Oración
Padre de bondad, que, con amor y sabiduría, quisiste someter la tierra al dominio del hombre, para que de ella sacara su sustento y en ella contemplara tu grandeza tu providencia, te damos gracias por los dones que de ti hemos recibido y te pedimos nos concedas emplearlos en alabanza tuya y en bien de nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.

TÉMPORAS DE ACCIÓN DE GRACIAS  Y DE PETICIÓN

SENTIDO DE LA CELEBRACIÓN. San Jerónimo usa una curiosa paradoja cuando afirma que no es la fiesta la que crea la asamblea, sino que es la asamblea la que crea la fiesta:«Verse unos a otros es la fuente de un gozo mayor» (Comm. In epist. ad Gal., 1. 2, c.4; PL 26, 378). De hecho, los fieles se reúnen en asamblea sobre todo para celebrar en la alegría de la acción de gracias los acontecimientos del misterio de la salvación.

También se reúnen para celebrar ritos o momentos de penitencia o de petición ante las diversas necesidades. Todos estos elementos han convergido desde los primeros siglos de la Iglesia en la institución de estos «tiempos» de celebración llamados las «cuatro témporas».

El sentido penitencial lleva el ponerse de rodillas en humildad; el ayuno de los miércoles y viernes y después también del sábado; la limosna y las obras de caridad. El principio u origen de las cuatro témporas coincide con las cuatro estaciones solares del hemisferio Norte y se concreta en celebraciones en tres días de una misma semana: el miércoles, el viernes y el sábado. Así se determinó el sentido de las cuatro témporas: la primera en la semana tercera de Adviento (invierno); después de la primera de Cuaresma (primavera); después del domingo de Pentecostés (verano) y después del tercer domingo de septiembre (otoño). Es preciso que los fieles sean avisados con tiempo de tales celebraciones.

La oración de las «rogativas» es una súplica de intercesión especialmente por las intenciones de interés local. Forma parte de la oración o diálogo entre Dios y su pueblo, y una expresión común es la letanía (Misal Dominicano, I, Edibesa, Madrid, 1993, pp. 1681‑1689). La bendición de Dios, que «desciende» hacia nosotros, que es por excelencia el mismo Cristo, exige la respuesta del hombre, que «asciende,> hacia Dios dándole gracias o diciendo bien de él (Gri 24, 26‑27; Jn 11, 41‑ Ef 1, 31). El trabajo humano tiene un valor individual, social y también sobrenatural, tal como lo ha descrito el Concilio Vaticano II: como colaboración a la obra creadora de Dios (Gn 1, 28); como perfección de la misma persona humana, como servicio al bien común y como actuación del proyecto de la redención (GS, nn. 34‑35). Cristo asume el trabajo humano como una realidad de entrega al Padre, hasta que Dios todo esté en todos (cf. lCo 15, 28).

La práctica de las rogativas, procesiones y sobre todo la celebración de la Eucaristía por diversas necesidades de la comunidad y de la Iglesia puede y debe mantener actualmente su valor para diversas circunstancias. Así se celebra desde hace tiempo la semana de oración por la unidad de los cristianos (18‑25 de enero) y especialmente también la jornada nacional de acción de gracias al final de los trabajos agrícolas de la recolección y, después de las vacaciones, al emprender de nuevo el trabajo. La Iglesia quiere matizar estas circunstancias de la vida del hombre de hoy con su oración de bendición, acción de gracias e invocación al Señor. Pero también se debe subrayar que en sus perspectivas está la urgencia de la justicia social, el uso común de la tierra y la dignidad del trabajo humano. El origen de las «cuatro témporas» está unido a la cristianización del tiempo, en las cuatro estaciones solares, pero que actualmente puede aplicarse oportunamente en nuestras comunidades cristianas como momento de oración y de reflexión que pongan de relieve el misterio de Cristo en el tiempo. Para ello actualmente, y durante el tiempo ordinario, se podrán usar formularios específicos, o bien en la oración de los fieles o plegaria universal, o bien todo un formulario de las misas para diversas necesidades, como se ha establecido en la ordenación general del Misal romano (OGMR, 3.2 ed. típica, Roma, 2000, nn. 368‑378‑, en la anterior: nn. 326‑334).

HISTORIA DE LAS TÉMPORAS

La palabra castellana «témporas», como en otras lenguas derivadas del latín, proviene de «tempus‑temporis», plural: «tempora», «tiempos». La celebración de las témporas («tiempos»), cuyo origen es de la Iglesia de Roma, se propagó a las diversas Iglesias europeas, llegando a Inglaterra entre los siglos VII al VIII; en Francia en el siglo VIII; en España en el siglo XI, en Milán en el siglo XII. La Iglesia de Roma celebraba en estas circunstancias días penitenciales en septiembre, diciembre y, más tarde, después de Pentecostés, o del cuarto mes (S. León, papa, en los años 444‑461; Sermo 19, 2; PL 54, 186, C), ya que entonces la Cuaresma entera se consideraba el cuarto tiempo de ayuno.

Los tiempos de témporas, por lo tanto, en la historia de la celebración cristiana, han sido cuatro, como se conoce por los diversos sermones de los Padres de la Iglesia, y también por los formularios de los primeros «sacramentarios», es decir, los libros con los formularios de los que presiden la celebración de la misa. Su historia es ahora imposible e innecesario de exponer. Se puede afirmar sencillamente que la situación de las cuatro témporas, todavía reciente y anterior a la reforma efectuada después del Concilio Ecuménico Vaticano II, estaba ya totalmente determinada antes del siglo VIII. La oración, el ayuno y la limosna son las prácticas de los días o tiempos de penitencia. En los formularios de tales celebraciones también se añadía la referencia al tiempo del año agrícola con que coincidían, salvo en las témporas de Cuaresma. Las témporas de diciembre fueron rápidamente superadas por el sentido del Adviento. De hecho, solamente las témporas de septiembre conservaban hasta hace poco su antigua organización.

Los miércoles y viernes eran desde siempre los días de «estación», es decir, de la reunión de la Iglesia local, y de ayuno, pues en esos dos días había sido arrebatado el Esposo (Lc 5, 35): es decir, la última cena y prendimiento de Cristo sucedió un miércoles por la noche, como afirman numerosos testimonios anteriores al siglo IV, y su muerte fue claramente un viernes por la tarde (Didaché, VIII, l). Más tarde, se añadiría como día penitencia¡ el sábado, como lo era desde la época apostólica para la preparación de la vigilia de Pascua. Sobre este tema hay una literatura abundante, que sirve para la historia de tales celebraciones, pero no para la pastoral de la Iglesia presente. Ha habido lecturas comunes para estos días de témporas, como la de Daniel 3, 49‑51. Las antífonas del ofertorio del miércoles, viernes y sábado. Son también comunes la antífona de comunión y la lectura de la Cada a los Hebreos (9, 2.12) y la del profeta Zacarías (8, 19). La antífona para el canto de entrada expresa la alegría del hombre, colmado de los bienes terrestres. Otros temas comunes son la oración, el ayuno y el perdón de los pecados.

Las fiestas de San Lorenzo, el 10 de agosto, y la de San Cipriano, el 16 de septiembre, no han tenido un valor de determinación de tal período, pero son fechas comunes de referencia de este tiempo de las témporas de verano‑otoño. En este tiempo se desarrolla en el hemisferio Norte el trabajo de la siega y recolección del trigo (para el pan) y de la vendimia de la uva (para el vino). Éstos son centralmente también los puntos de referencia a las témporas de septiembre.

La celebración de las cuatro «témporas» no viene de la edad apostólica, o siglo primero de la iglesia, pero sí se puede colocar en relación a las estaciones del año y celebraciones paganas correspondientes, que existían ya desde mucho antes. Se puede afirmar que existen en la práctica de la liturgia cristiana siempre dentro del siglo IV. No se trata de hacer en tales tiempos la penitencia en privado, sino de prácticas o ejercicios oficiales de la Iglesia, que se dirigen al pueblo cristiano en cuanto tal. En estas celebraciones se da por tanto una presencia especial de Cristo mediador y por ello con una eficacia o fecundidad espiritual propia, como afirma el papa San León Magno en su Sermón 88 y otros (PL 54).

PASTORAL DEL DÍA 5 (6) DE OCTUBRE

En la Iglesia española actualmente se propone que, el día 5 de octubre, o el 6, si coincidiera el 5 con domingo, se celebre la feria «mayor» de «Témporas de Acción de Gracias y de Petición». También justamente se propone que tal celebración se podría extender a los tres días tradicionales: miércoles, viernes y sábado de la misma semana. Las misas de las «témporas», cuando se celebran en tres días, tendrán esta finalidad: el primer día, si es posible el 5 de octubre (o el 6), es día de acción de gracias; el segundo día, un viernes, es de sentido penitencial y se recomienda la celebración comunitaria del sacramento de la Penitencia, y el tercer día, se supone que un sábado, es de petición por el resultado feliz de la actividad o trabajo del hombre.

Estos formularios de misas se dan en apéndice, después de las misas votivas (Cfr. Mísal Domínicano, vol. I, Edibesa, Madrid, 1993, 1543‑1562). El misal italiano del año 1983 propone solamente cuatro formularios especiales de la oración de los fieles para el inicio de las cuatro estaciones del año solar. De todas formas, seguramente que lo único que hoy se puede celebrar es el día 5 de octubre, que engloba los diversos aspectos de las «Témporas», que son, de hecho, las más autónomas, las de septiembre‑octubre cuando, terminada la recolección de las cosechas y ante la proximidad de la nueva sementera, comienza un nuevo curso laboral.

Los días de témporas son días de acción de gracias y de petición para que la comunidad cristiana revise sus actitudes y proyecte, sobre todo si se celebran los tres días, su programa de acción pastoral. Los formularios de estas misas son muy oportunos y bien elegidos. Cuando se celebran la témporas sólo el 5 (6) de octubre en un solo día, los formularios son de valor muy eficaz y no tienen ya mucho en común con los formularios anteriores. La antífona de entrada se ha tomado de San Pablo: «Cantemos y salmodiemos para nuestro Dios; démosle gracias por todos sus beneficios en nombre de Jesucristo nuestro Señor» (cf. Ef 5, 19‑20) y es lo que da el sentido de esta celebración. Lo mismo se concluye en la antífona de comunión: «Coronarás el año con tus bienes, y serás la esperanza del confín de la tierra» (cf. Sal 64, 12.6). Las oraciones del día se centran en un lenguaje actual en los diversos valores de la celebración.

La oración sobre la asamblea (colecta) pide al Dios, que dio a Israel una tierra fértil, nos dé a nosotros fuerza para dominar la creación y sacar de ella el progreso y el sustento. Le damos gracias por sus maravillas. Ha sido el poder de Dios, y no el nuestro, el que nos da fuerzas para crear las riquezas de la tierra. La oración sobre las ofrendas es de acción de gracias a la generosidad de Dios, sin nosotros merecerla. En la oración de después de la comunión se afirma que, en el sacrificio y acción de gracias que hemos celebrado, Dios nos ha devuelto lo que le hemos ofrecido, ahora ya en alimento espiritual, a fin de que vivamos en mayor entrega y dispuestos a recibir nuevos favores.

La Palabra de Dios, siendo una 4eria» mayor, consta de tres lecturas. La primera describe la tierra que Dios ha dado al pueblo liberado por Moisés. Pero es necesario entender y vivir el que se trató de un don de Dios, que no debe ser olvidado o despreciado, pues sólo de Dios viene nuestra fuerza (Dt 8, 117).

La segunda lectura se orienta a un sentido penitencial: a la reconciliación con Dios en nuestro mediador Jesucristo (2Co 5, 17‑21). El Evangelio nos asegura la eficacia de nuestra petición, pues nuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las piden (Mt 7, 7‑11). Por lo tanto, en este breve formulario se encuentra la esencia de lo que la iglesia del pasado ha vivido con más holgura en los formularios de las cuatro témporas anuales, o en los tres días previstos para tal celebración. Parece que la celebración tiene un sentido de verdadera actualidad pastoral, aunque no se viva ya tanto como en el pasado en sociedades agrícolas.

La mayor parte de los fieles que componen la iglesia son seglares. Los laicos (seglares) están dedicados a Cristo y han sido consagrados en su bautismo‑confirmación y Eucaristía por el Espíritu Santo. Ellos están llamados de modo admirable y formados para que el Espíritu Santo produzca en ellos frutos cada vez más abundantes. Todas las obras, oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo de cada día, el descanso espiritual y corporal, si se viven en el Espíritu Santo, en gracia de Dios, como también incluso las dificultades o contratiempos de la vida diaria, si se soportan con paciencia, son sacrificios agradables a Dios para ofrecer por medio de Jesucristo (IP 2, 5).

Tales realidades cotidianas se deben ofrecer con piedad sincera en la celebración de la Eucaristía, junto con la oblación del Cuerpo y Sangre de Cristo, a Dios y así los fieles seglares por todas partes consagran a Dios el mismo mundo en el que viven (Catecismo de la Iglesia católica, 1992, nn. 901, 24262834). Éste seria el sentido Profundo de esta celebración del día de Témporas de Acción de Gracias y de Petición.

PRECES

Demos gracias a Dios, que nos ha colmado de sus beneficios, y, pidiéndole que continúe haciendo prósperas las obras de nuestras manos, digámosle:

Escúchanos, Señor.

Concédenos, Señor, reemprender con ánimo nuestras tareas, para que, llegados al fin de nuestros trabajos,
—podamos darte gracias nuevamente.

Escúchanos, Señor.

Muéstranos tu rostro propicio y danos tu paz,
—para que, durante todo el año, sintamos cómo tu mano nos protege.

Escúchanos, Señor.

Danos tu sabiduría eterna, para que permanezca con nosotros
—y nos asista en nuestros trabajos durante todo el día.

Escúchanos, Señor.

Vela, Señor, sobre nuestros pensamientos, palabras y obras,
—a fin de que en este año obremos según te es grato.

Escúchanos, Señor.

Aparta de nuestros pecados tu vista
—y borra en nosotros toda culpa.

Escúchanos, Señor.
Llenos de alegría por nuestra condición de hijos de Dios, digamos confiadamente:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Padre de bondad, que, con amor y sabiduría, quisiste someter la tierra al dominio del hombre, para que de ella sacara su sustento y en ella contemplara tu grandeza y tu providencia, te damos gracias por los dones que de ti hemos recibido y te pedimos nos concedas emplearlos en alabanza tuya y en bien de nuestros hermanos.

—Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R/. Amén

CONCLUSIÓN

Por ministro ordenado:

V/. El Señor esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.

V/. La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos en el conocimiento y el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén.

V/. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R/. Amén.
Si se despide a la asamblea, se añade:
V/. Podéis ir en paz.
R/. Demos gracias a Dios.

 

El Papa en Santa Marta

"Nadie camina solo y ninguno de nosotros debe pensar que está solo"
Francisco: "Los primeros obispos tenían la tentación de hacer carrera"
"Si alguno creyera que puede caminar solo, se equivocaría tanto..."

El carrerismo en la Iglesia católica

La rebelión, las ganas de ser independiente, es una cosa que todos nosotros tenemos; es la soberbia, la que tuvo nuestro padre Adán en el Paraíso terrenal: la misma. No te rebeles: sigue sus consejos

(RD/RV).- "Los primeros obispos tenían la tentación de hacer carrera", denunció el Papa Francisco en la misa de esta mañana en Casa Santa Marta, que dedicó a la memoria de los Santos Ángeles

Custodios. El ángel custodio existe, no es una doctrina fantasiosa, sino un compañero que Dios nos ha puesto en el camino de nuestra vida, afirmó.

El Pontífice destacó que las lecturas del día presentan dos imágenes: la del ángel y la del niño. Y dijo que Dios ha puesto a nuestro lado a un ángel para custodiarnos. De ahí que afirmara que "si alguno de nosotros creyera que puede caminar solo, se equivocaría tanto", caería "en esa equivocación tan fea que es la soberbia, o sea creer que se es grande", autosuficiente. Mientras Jesús - prosiguió diciendo el Papa - enseña a los apóstoles que hay que ser como los niños. "

Los discípulos discutían acerca de quién era el más grande entre ellos: había una disputa interna... el afán de hacer carrera, ¡eh! Estos que son los primeros obispos tenían esa tentación de hacer carrera. ‘Eh, yo quiero llegar a ser más grande que tú...'. No es un buen ejemplo lo que hacían los primeros obispos, pero es la realidad. Y Jesús les enseña la verdadera actitud", la de los niños: "la docilidad, la necesidad del consejo, la necesidad de la ayuda, porque el niño es, precisamente, el signo de la necesidad de ayuda, de docilidad para ir hacia adelante... Éste es el camino. No quien es más grande".

Los que se acercan a la actitud de un niño están "más cerca de la contemplación del Padre", dijo el Papa Francisco, porque escuchan con el corazón abierto y dócil al ángel custodio:

"Todos nosotros, según la tradición de la Iglesia, tenemos un ángel con nosotros, que nos custodia, nos hace sentir las cosas. Cuántas veces hemos escuchado: ‘Pero... esto... debería ser así, esto no va, debes estar atento...': ¡tantas veces! Es la voz de nuestro compañero de viaje. Estar seguros de que él nos llevará hasta el final de nuestra vida con sus consejos, y por eso dar escucha a su voz, no rebelarnos ... Porque la rebelión, las ganas de ser independiente, es una cosa que todos nosotros tenemos; es la soberbia, la que tuvo nuestro padre Adán en el Paraíso terrenal: la misma. No te rebeles: sigue sus consejos".

"Nadie camina solo y ninguno de nosotros debe pensar que está solo" porque "este compañero" - dijo el Papa - está siempre":

"Y cuando nosotros no queremos escuchar su consejo, escuchar su voz, es como decirle: ‘¡Pero, vete, vete!'. Echar al compañero del camino es peligroso, porque ningún hombre, ninguna mujer puede aconsejarse a sí mismo. Yo puedo aconsejar a otro, pero no puedo aconsejarme a mí mismo. Está el Espíritu Santo que me aconseja, está el ángel que me aconseja. Por eso tenemos necesidad. Esta no es una doctrina sobre los ángeles un poco fantasiosa: no, es realidad. Lo que Jesús, lo que Dios, ha dicho: ‘Yo envío un ángel ante ti para custodiarte, para acompañarte en el camino, para que no te equivoques'".

El Papa Bergoglio concluyó su homilía diciendo:

"Yo, hoy, haría la pregunta: ¿cómo es mi relación con el ángel custodio? ¿Lo escucho? ¿Le digo buen día, a la mañana? ¿Le digo: ‘custódiame durante el sueño?'.¿Hablo con él? ¿Le pido consejo? Él está a mi lado. Esta pregunta podemos responderla hoy, cada uno de nosotros: ¿Cómo es mi relación con este ángel que el Señor ha enviado para custodiarme y acompañarme en el camino, y que ve siempre el rostro del Padre que está en los cielos?".

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