Ustedes resucitaron con Cristo, busquen las cosas de arriba
- 01 Abril 2018
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EL PAPA PRESIDE LA VIGILIA PASCUAL ANIMANDO A "RESUCITAR NUESTRA ESPERANZA Y CREATIVIDAD"
Francisco: "Celebrar la Pascua es volver a creer que Dios irrumpe en nuestras historias, desafiándonos"
"¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?"
Jesús Bastante, 31 de marzo de 2018 a las 21:54
El Papa preside la Vigilia Pascual animando a "resucitar nuestra esperanza y creatividad"Osservatore Romano
Francisco bautizó a 8 adultos, 3 mujeres y 5 hombres, de edades comprendidas entre 28 y 52 años: 4 italianos, un albanés, un nigeriano, un estadounidense y un peruano
(Jesús Bastante).- Silencio, grito, vida. "¡No está aquí! ¡Ha resucitado!". Las palabras del Papa en una breve pero intensa homilía sirvieron de pórtico para que de la Vigilia Pascual en la basílica de San Pedro surgiera, na vez más, entre las velas encendidas, el tañido de las campanas, las miradas cómplices.... que Jesús vive, que vence a la muerte, que la salvación es posible en los ojos de quien se atreve a creer... y a comprometerse. "¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?", preguntó el Pontífice.
La liturgia de esta noche es una de las más bellas e intensas de todo el calendario. Comienza afuera, en plena oscuridad. La procesión se va iluminando con la luz que surge del cirio pascual. Después, la liturgia de la Palabra, y posteriormente la del Bautismo, en la que Francisco bautizó a 8 adultos, 3 mujeres y 5 hombres, de edades comprendidas entre 28 y 52 años: 4 italianos, un albanés, un nigeriano, un estadounidense y un peruano.
En su homilía, Bergoglio destacó el silencio de los discípulos, "enmudecidos frente al dolor que genera la muerte de Jesús". Una situación en la que los amigos de Cristo "se quedan sin palabras", de una manera cruel. "Frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron".
"Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron", recordó el Papa. Discípulos, también hoy, "entumecidos y paralizados, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean". Y, lo que es peor, creyendo "que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos". "Y en medio de nuestros silencios -prosiguió Bergoglio-, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar, y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí, ha resucitado»". La piedra gritó, porque "fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio". Tabién las mujeres, que contemplaron la tumba vacía y al ángel pidiendo: "No tengáis miedo... ha resucitado".
"Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas,nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás", destacó el Pontífice, quien señaló que el sepulcro vacío "quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia".
Jesús resucitó, y esa "es la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad".
"¡No está aquí...ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad", explicó Francisco. Un anuncio actual, hoy que "Él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos".
Y es que, recalcó el Papa, "celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos". Es "dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza".
Y, también, una invitación, "a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?".
Homilía del Papa: Esta celebración la hemos comenzado fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña. Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que
cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.
Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Jn 18,25-27).
Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos.
Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina «normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación entera?» (Jn 11,50).
Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40)[1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.
Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo... ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera -al igual que a las mujeres- para hacernos tomar parte de su obra salvadora.
Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí...ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.
Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza.
La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?
¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.
Misterio de esperanza
Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la humanidad y en la creación entera.
Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimiento queden olvidados para siempre.
Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria.
Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: «Entra para siempre en el gozo de tu Señor».
Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un «Dios oculto» del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.
Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el reino.
Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.
Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las «huellas» que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.
Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: «Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida. Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas, porque todo eso habrá pasado».
Domingo de Resurrección – B (Juan 20,1-9) 1 de abril 2018 José Antonio Pagola
MENSAJE DE PASCUA
PASCUA, 2018
En la noche solemne de Pascua, escuchamos el relato de la creación primera, en el que, como cadencia, el texto bíblico culmina cada jornada con la expresión: “Pasó una tarde, pasó una mañana, el día primero…” (Gn 1, 5. 8. 10).
Dentro de la liturgia de la Palabra de la Gran Vigilia, se recomienda leer sobre todo el relato del Éxodo, cuando Israel atravesó el Mar Rojo a pie enjuto, y de nuevo se señala el ciclo de la noche y el día: “Y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran trabar contacto. Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y se dividieron las aguas. (…) Y extendió Moisés su mano sobre el mar; y al amanecer volvía el mar a su curso de siempre” (Ex 14, 21. 27).
Las travesías del Lago de Galilea descritas en los evangelios se inician al atardecer; se atraviesa la tormenta nocturna y se llega a buen puerto a la cuarta vigilia. “Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaúm. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando” (Jn 6, 16-18).
“Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo».” (Mc 6, 48-50). Es fácil encontrar en estos textos resonancias de la travesía del Mar Rojo.
El Triduo Pascual comienza al atardecer del jueves santo: “Al atardecer se puso a la mesa con los Doce” (Mt 26, 20), y culmina al alba del domingo: “Resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena” (Mc 16, 9).
Y resuenan las palabras que dirigió el Nazareno a las mujeres en la mañana de Pascua: “No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28, 9), las mismas que el Maestro les dijo a los discípulos en el momento de la tormenta.
Estas concurrencias no son fortuitas, sino que nos revelan la clave para saber interpretar los diversos avatares de nuestra existencia, en la que caben momentos placenteros, como puede significar el embarcar a la hora de la brisa, a la puesta del sol, en la hora del descanso, una vez hechas las tareas. Pero no siempre las aguas del mar son amables; a veces el viento contrario, la tormenta y el encrespamiento de las olas pueden producir angustia, miedo y temor de hundirse. ¡Tantas veces nos sucede que una prueba nos parece insoportable! Pero si tenemos en cuenta todo el ciclo, la jornada no acaba a medianoche ni con el huracán que levanta las olas hasta anegar la barca, sino al alba, con la luz del día y las aguas remansadas.
Los creyentes recibimos en la Noche Pascual la iniciación sagrada, sumergidos en las aguas bautismales, y renacidos a la luz de Cristo resucitado, para saber interpretar los acontecimientos de la vida desde la perspectiva del ciclo de la luz del Misterio Pascual.
Nos corresponde grabar en la memoria que si al ocaso le sucede la noche, la oscuridad es vencida por el amanecer. Cristo resucitado es ya Luz sin ocaso.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
TIERRA SANTA, VENEZUELA, LAS DOS COREAS Y EL DESCARTE, CLAVES DE LA BENDICIÓN URBI ET ORBE
El Papa exige "que se ponga fin inmediatamente al exterminio" en Siria
Bergoglio recuerda a "prófugos, refugiados, víctimas del narco, la trata y las distintas formas de esclavitud"
Jesús Bastante, 01 de abril de 2018 a las 12:12
Tierra Santa, Venezuela, las dos Coreas y el descarte, claves de la bendición Urbi et OrbeOsservatore Romano
Que el pueblo venezolano encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime
(Jesús Bastante).- Después de la misa, el Papa Francisco quiso saludar a todas y cada una de las personas que quisieron participar en la misa de Pascua. Por primera vez, el jeep móvil se desplazó hasta el fondo de la Via della Conziliacione, donde le esperaban decenas de miles de fieles que superaron la capacidad de una abarrotada plaza de San Pedro.
Con la experiencia del pasado año, en la que la misa se juntó con la bendición Urbi et Orbi, Roma preparó una ceremonia más corta, para dejar tiempo más que suficiente al Papa para saludar al pueblo de Dios, antes de subir al balcón central de la basílica, allá donde hace ahora cinco años se presentó al mundo por primera vez, para clamar por la "paz para el mundo entero", comenzando por "la amada y martirizada Siria", cuya población "está extenuada por una guerra que no tiene fin.".
Así, pidió "que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo". Francisco también pidió por Tierra Santa, "que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos"; y especialmente por Venezuela, haciendo suyas las palabras de los obispos del país, instando a "salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime". Las dos Coreas, Ucrania, Yemen, Congo, Sudán del Sur y todo Oriente Próximo fueron otros países recordados por el Papa, así como los jóvenes y los ancianos, afectados por la cruda "cultura del descarte".
Antes de la bendición, representantes de las Fuerzas Armadas Italianas, los Carabineros, la Gendarmería Vaticana y la Guardia Suiza rindieron honores al Papa, y se escucharon los himnos de Italia y el Vaticano.
En su mensaje, Francisco puso el ejemplo del grano de trigo para simbolizar cómo "la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo".
El Papa pidió esa fuerza del Resucitado también para "los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias", frutos de "de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados -tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte-, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo".
En su recuerdo a los dramas que sacuden el mundo, Francisco comenzó por "la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin", pidiendo "iluminar las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados".
También, para "Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos", para Yemen y para todo el Oriente Próximo, con la mirada puesta en los cristianos "que sufren frecuentemente abusos y persecuciones".
Con la mirada puesta en África, el Papa pidió esperanza para quienes "sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo". "Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua", señaló, apelando especialmente a los niños y refugiados.
A su vez, "imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional".
También para Ucrania y, especialmente, "para el pueblo venezolano, el cual -como han escrito sus Pastores- vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria".
Francisco pidió "frutos de vida" para los niños que "crecen sin esperanza", educación o asistencia sanitaria; y a los "ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo»". En este punto, pidió "sabiduría" para los que, en todo el mundo, "tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos".
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.
Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor.
Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados -tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte-, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.
Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.
Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.
Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.
Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.
Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.
Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual -como han escrito sus Pastores- vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria.
Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo».
Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.
Queridos hermanos y hermanas:
También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).
¡Feliz Pascua a todos!