La paz sea con ustedes

Evangelio según San Lucas 24,35-48. 

Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 

Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". 

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? 

Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo". 

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. 

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?". 

Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. 

Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". 

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. 
Ustedes son testigos de todo esto." 

San Vicente Ferrer

San Vicente Ferrer, religioso presbítero

Predicador. (año 1419). Nació en 1350 en Valencia, España. Se hizo religioso en la Comunidad de Padres Dominicos y, por su gran inteligencia, a los 21 años ya era profesor de filosofía en la universidad. Durante su juventud el demonio lo asaltó con violentas tentaciones.   Siendo un simple diácono lo mandaron a predicar a Barcelona. La ciudad estaba pasando por un período de hambre y los barcos portadores de alimentos no llegaban. Entonces Vicente en un sermón anunció una tarde que esa misma noche llegarían los barcos con los alimentos tan deseados.

Al volver a su convento, el superior lo regañó por dedicarse a hacer profecías de cosas que él no podía estar seguro de que iban a suceder. Pero esa noche llegaron los barcos, y al día siguiente el pueblo se dirigió hacia el convento a aclamar a Vicente, el predicador.    Una noche se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán y le dio la orden de dedicarse a predicar por ciudades, pueblos, campos y países. En adelante por 30 años, Vicente recorre el norte de España, y el sur de Francia, el norte de Italia, y el país de Suiza, predicando incansablemente, con enormes frutos espirituales. Los primeros convertidos fueron judíos y moros. Dicen que convirtió más de 10,000 judíos y otros tantos musulmanes o moros en España.    Su voz sonora, poderosa y llena de agradables matices y modulaciones y su pronunciación sumamente cuidadosa, permitían oírle y entenderle a más de una cuadra de distancia.

Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas).   En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caían personas desmayadas de tanta emoción. Gentes que siempre habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores. El santo tenía que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos.   Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión.

Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan.    Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba el español y el latín. Y sucedía frecuentemente que las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma.    Decía: "Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas". Los últimos años, ya lleno de enfermedades, lo tenían que ayudar a subir al sitio donde iba a predicar. Pero apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Murió en plena actividad misionera, el Miércoles de Ceniza, 5 de abril del año 1419. Fueron tantos sus milagros y tan grande su fama, que el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455.

El santo regalaba a las señoras que peleaban mucho con su marido, un frasquito con agua bendita y les recomendaba: "Cuando su esposo empiece a insultarle, échese un poco de esta agua a la boca y no se la pase mientras el otro no deje de ofenderla". Y esta famosa "agua de Fray Vicente" producía efectos maravillosos porque como la mujer no le podía contestar al marido, no había peleas. Porque lo que produce la pelea no es la palabra ofensiva que se oye, si no la palabra ofensiva que se responde.

Oremos

Señor Dios todopoderoso, que suscitaste a San Vicente Ferrer como predicador infatigable del Evangelio, para que anunciara con insistencia la venida de Jesucristo, juez universal, haz que nosotros anhelemos la venida de tu Hijo, para que, cuando venga, podamos contemplarlo en su reino glorioso. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de la Abundancia o la  Prosperidad, Cursi, Italia (1641)

La fuente de paz

Santo Evangelio según San Lucas 24, 35-48. Jueves de la Octava de Pascu

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, enséñame a conservar tu paz, a pesar de las circunstancias adversas.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Una de las experiencias más enriquecedoras que podemos tener, como seres humanos, es el poder experimentar la verdadera paz en el corazón, una paz que nos da serenidad, tranquilidad, alegría, goce; pero que a su vez es una paz difícil de encontrar.Muchas veces nos parece ajena, imposible en los momentos de dificultad, sentimos temor, nos encontramos desconcertados como lo estuvieron también los apóstoles, nos surgen preguntas, ya que no tenemos las seguridades humanas y, por tanto, no sabemos qué sucederá.

Ante estos momentos, de incertidumbre o de pérdida de paz, el Señor hoy nos quiere mostrar dos maneras de vivir que nos pueden ayudar. En primer lugar,hay que poner en práctica la visión sobrenatural de fe, lo cual quiere decir que, si Jesucristo murió y resucitó por cada uno de nosotros, Él es la fuente de la paz; lo único que tenemos que hacer es confiar más en Él pues su muerte es redención de aquello que nos quita la paz, el pecado.

En segundo lugar, para no perder la paz, tenemos que conservar en todo momento la esperanza, pues por Dios hemos sido creados y, por ende, nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él como nos enseña san Agustín.

"La paz os dejo, mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da."(Juan 14,27)

En la Cruz, ha cargado con todo el mal del mundo, también con los pecados que generan y fomentan las guerras: la soberbia, la avaricia, la sed de poder, la mentira... Jesús ha vencido todo esto con su resurrección. Cuando se apareció en medio de sus amigos les dijo: "Paz a vosotros" (Jn 20,19.21.26). Nos lo repite también a nosotros aquí, en esta noche: "Paz a vosotros".

Sin ti, Señor, vana sería nuestra oración y engañosa nuestra esperanza de paz. Pero tú estás vivo y obras para nosotros y con nosotros; tú, nuestra paz.

(Homilía de S.S. Francisco, 23 de noviembre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy mantendré la paz, a pesar de las dificultades que afronte.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

No al temor y la tristeza

Para que podamos experimentar una vida nueva, tenemos que morir en seguida: morir a nuestras faltas, a nuestras tristezas, a nuestros resentimientos y a nuestras lamentaciones.

Lucas 24, 35-48. Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.» Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ´Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.´» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.

Reflexión
Con la Iglesia universal estamos celebrando el tiempo de Pascua. Es un tiempo de gozo y de alegría, un tiempo de victoria y de fiesta.

Por eso, el verdadero cristiano es incapaz de vivir al margen de la alegría pascual. Por Cristo ha sido introducido e instalado en la alegría, entregado a la alegría.

En su vida no puede ya existir el fracaso: ni el pecado, ni el sufrimiento, ni la muerte son ya para él obstáculos insuperables. Todo es materia prima de redención, de resurrección: porque en el centro mismo de su pecado, de sus sufrimientos y de su muerte, le espera Jesucristo vencedor.

El Señor resucitado ha llenado al mundo de gozo. Y si nos fijamos en el Evangelio de hoy y en los Evangelios de este tiempo pascual, nos damos cuenta de lo siguiente. Hay dos cosas que Cristo reprocha especialmente a sus discípulos: el temor y la tristeza.

“Llenos de miedo creían ver un fantasma”, dice de ellos el Evangelio de hoy. “Mujer, ¿por qué lloras?”, le dice Cristo a María Magdalena, cuando le aparece, cerca del sepulcro. También los discípulos de Emaús “se detienen entristecidos”, cuando se les aparece el Señor. Y siempre Jesús les hecha en cara su miedo y su tristeza.

Hemos de preguntarnos, si esta actitud no es también la nuestra. Hemos de examinarnos si nuestra religión personal no es también una religión de tristeza y de terror. Porque muchos cristianos se han construido entre Dios y ellos un muro de desconfianza, de malentendidos, de miedo y de distanciamiento.

Aceptar creer en la alegría es casi aceptar a renunciar a nosotros mismos. Nuestra tristeza y nuestro miedo son las medidas de nuestro apego a nosotros mismos, a nuestra experiencia, a nuestra desconfianza, a nuestras quejas.

Y nuestra alegría es la medida de nuestro apego a Dios, a la confianza, a la esperanza, a la fe. Nuestra negativa al gozo es nuestra negativa a Dios. Dios ocupa en nuestras vidas el mismo lugar que la alegría.

Creer en Dios es creer que Él es capaz de hacernos felices. Es creer que Él puede hacernos conocer una vida que deseamos prolongar por toda la eternidad. Para muchos, la cuestión no es saber si tienen fe en la resurrección, sino saber si sienten ganas de resucitar.

Antes de creer en la resurrección, tendríamos que nacer a una vida que valiese la pena prolongarla por toda la eternidad. Porque lo que Cristo ha de resucitar, no es esta pequeña vida nuestra, egoísta, mezquina y pobre. Si prolongara indefinidamente esa vida, sería más un castigo que una recompensa.

Éstas son entonces las preguntas que Cristo nos plantea en este tiempo Pascual:

¿Crees tú que yo puedo resucitar a ese muerto que eres tú y a todos los demás muertos que te rodean?

¿Crees tú que yo puedo darte a conocer una vida en la que te gustaría vivir para siempre?

¿Crees tú que yo puedo despertarte a esa vida nueva?

Lo esencial no es resucitar dentro de diez o treinta años, sino vivir y resucitar en seguida. Para que podamos experimentar una vida nueva, tenemos que morir en seguida: morir a nuestras faltas, a nuestras tristezas, a nuestros resentimientos y a nuestras lamentaciones.

Sólo de este modo podremos también resucitar en seguida, resucitar a la paz, a la fe, a la esperanza, al amor y a la alegría. Sólo así existe Pascua para nosotros.

Por eso, no existe Pascua sin una buena confesión: un morir a nosotros mismos, a nuestros caprichos que son nuestros pecados - para resucitar a la voluntad de Cristo, que es amor, esperanza, renovación, entrega.

No existe tampoco Pascua sin una comunión pascual: un salir de nuestras costumbres, de nuestra vida y de nuestro pan - para saborear otro pan, otra vida: un pan de sinceridad, de compromiso para con los demás, una vida de amor, de fe y de alegría.

Queridos hermanos, eso es Pascua: un cambio de vida, un pasar de esta pobre vida nuestra a otra vida - vida admirable, maravillosa, que será nuestra vida para siempre, que será un día nuestra vida eterna, en la casa del Padre Celestial.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Renovados en la Eucaristía

El Papa pide dar testimonio de Dios al salir de Misa, y no murmurar unos de otros

El Papa Francisco pidió, durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano este miércoles 4 de abril, que al salir de Misa los fieles salgan como cristianos renovados cercanos a la Eucaristía que den testimonio de Dios en sus vidas cotidianas, y que no se dediquen a murmurar unos de otros nada más cruzar el umbral de la iglesia.

En esta última catequesis dedicada a la Misa, el Santo Padre reflexionó sobre la conclusión de la liturgia. “Finalizada la oración de después de la Comunión, la Misa concluye con la bendición impartida por el sacerdote y la aceptación del pueblo”.

Francisco destacó que la Misa, “igual que comenzó con el signo de la cruz en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo, también ahora la liturgia se sella en nombre de la Trinidad”.

Además, recordó que, aunque la Misa finaliza, “se abre el compromiso al testimonio cristiano. Salimos de la iglesia para ir en paz a llevar la bendición de Dios en nuestras actividades cotidianas, en nuestras casas, en nuestros trabajos, entre nuestras ocupaciones de la ciudad terrena, glorificando al Señor en nuestra vida”.

Por el contrario “si nosotros salimos de la iglesia murmurando unos de otros, la Misa no ha entrado en nosotros. Cada vez que salgo de la Misa debo salir mejor de lo que he entrado, con más ganas de dar testimonio cristiano”.

“Por medio de la Eucaristía, el Señor Jesús entra en nosotros, en nuestro corazón y en nuestra carne para que podamos experimentar en la vida el sacramento recibido en la fe”, explicó.

En su catequesis, Francisco afirmó que “la Misa encuentra su cumplimiento en las decisiones concretas de quien se involucra en primera persona en los misterios de Cristo. No debemos olvidarnos de que celebramos la Eucaristía para aprender a ser hombres y mujeres eucarísticos”.“

¿Qué significa esto?”, planteó el Papa. “Significa dejar actuar a Cristo en nuestras obras, que sus pensamientos sean nuestros pensamientos, que sus sentimientos sean nuestros, que sus decisiones sean también nuestras decisiones”.

El Obispo de Roma señaló que la “presencia real de Cristo en el Pan consagrado no termina con la Misa, la Eucaristía se custodia en el Sagrario para la Comunión de los enfermos y para la adoración silenciosa del Señor en el Santísimo Sacramento, el culto eucarístico fuera de la Misa, ya sea de forma privada o comunitaria, nos ayuda a permanecer en Cristo”.

Por lo tanto, los frutos de la Misa están destinados a madurar en la vida de cada día. En verdad, aumentando nuestra unión con Cristo, la Eucaristía actualiza la gracia que el Espíritu nos ha dado en el Bautismo y en la Confirmación, con el fin de que sea creíble nuestro testimonio cristiano”.

“Encendiendo en nuestros corazones la caridad divina, la Eucaristía nos separa del pecado”, aseguró. “Acercarse regularmente al convite eucarístico renueva, fortifica y profundiza el vínculo con la comunidad cristiana a la cual pertenecemos, según el principio de la Eucaristía hace la Iglesia”.

En fin, “participar en la Eucaristía nos compromete para con los pobres, educándonos a pasar de la carne de Cristo a la carne de los hermanos en los que espera ser reconocido por nosotros, servido, honrado y amado”.

“Portando el tesoro de la unión con Cristo en vasos de barro, tenemos una necesidad continua de regresar al santo altar, hasta que, en el paraíso, gocemos plenamente la santidad del banquete de bodas del Cordero”, concluyó el Papa Francisco.

¿Es verdad que Jesús resucitó?

6 acontecimientos que lo demuestran

Es de los acontecimientos más importantes (sino el más) de la historia universal y que da origen a toda la cultura occidental, pues con su existencia, la influencia y cosmovisión judía avanza por occidente llegando incluso hasta América. Hablamos de la Resurrección de Jesús.

Yo nací en una familia católica y en un país católico, por lo que durante los primeros años de mi infancia, acepté a ciegas este asunto de la Resurrección de Jesús en cuerpo y alma y todo lo que ocurrió luego de ella, incluyendo apariciones, milagros y mensajes finales. Ya en mi juventud, se me hizo más difícil aceptar el cuento (y me imagino que a alguno de ustedes les habrá pasado lo mismo) pues mis únicos argumentos eran mi “fe” que por cierto era muy frágil y algunos datos bíblicos que siguen teniendo olor a fantasía y leyenda.

Pero tranquilos, la idea es poder ir un paso más allá del “lo creo por fe”, pues la fe en Dios tiene su argumento, no es solo ciega, sino que se sustenta, dentro muchas otras cosas, en evidencias históricas (mínimos) y testimonios de personas que complementan los relatos de los evangelistas.

Entonces, vamos a revisar algunos acontecimientos desde los últimos momentos de Jesús hasta su ascensión. Verás que tienes más razones para creer.

1. Fue realmente sepultado

José de Arimatea, el hombre bueno y justo del que habla el evangelista San Juan y quien según San Mateo era rico y que pagó por la sepultura de Jesús al bajarlo de la Cruz, era un reconocido personaje en Jerusalén, miembro del consejo y quien se atrevió a pedir el cuerpo de Jesús a Pilato. Mencionarlo no deja de ser un dato importante, pues al ser alguien conocido por todos, de ser mentira la historia, habría sido fácilmente desmentida, pero no; los cuatro evangelistas lo mencionan. Visto así, sería un escándalo que uno de los fariseos se preocupara por pagar por una sepultura digna para Jesús, tanto porque es una ofensa para los perseguidores de Jesús, como al mismo tiempo una bofetada para sus seguidores más cercanos, quienes tampoco hicieron mucho. Este dato, nos ayuda a mirar la veracidad de los hechos y del relato bíblico.

2. La tumba realmente estaba vacía

Sabemos que los miembros del consejo estaban preocupados porque los seguidores de Jesús podrían robar su cuerpo luego hablar de la Resurrección por lo que se preocuparon de pedirle a Pilato que pusiera guardias en la entrada. Siendo así, en el momento era sencillo desmentir el testimonio de los apóstoles, pues al decir que Jesús había resucitado, bastaba con ir a la tumba y verla custodiada y cerrada, haciendo que la historia se cayera a pedazos, pero no. El testimonio luego de la Resurrección de Jesús no se puede contradecir pues realmente, la tumba estaba vacía.

3. La masiva aparición del Resucitado

San Pablo se juega la vida en la primera carta a los Corintios y da como evidencia de la resurrección datos estadísticos que dicen así: 

«Se apareció a Pedro y luego a los Doce, después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron»(1 Cor 15, 5-6). 

Un testimonio así de masivo descarta cualquier hipótesis de alucinación y de hecho, tales apariciones fueron las que convirtieron y llenaron de valor los corazones de los primeros cristianos que se atrevieron a fundar la Iglesia primitiva a pesar de la persecución. De hecho, este aspecto es clave para creer en la Resurrección, pues si no, ¿por qué un grupo de personas derrotadas y con su líder asesinado pública y cruelmente habrían querido masificar un mensaje que les costaría la vida a ellos también? La respuesta es sencilla: porque la resurrección fue un hecho real.

4. Sus apariciones, motivo de conversión

Gracias al libro de los Hechos de los Apóstoles, que es algo así como la continuación del Evangelio de San Lucas, sabemos que Jesús estuvo cuarenta días apareciéndose a sus discípulos hasta que luego ascendió a los cielos. Estas apariciones son el sustento que impulsó a los primeros discípulos. Nada más imagina que hoy en día nosotros nos jugamos la vida por Jesús y no se nos ha aparecido resucitado, ¡Cuánto más sería si lo viéramos en persona!

En ese período de tiempo, se registran varias apariciones, las que se repiten en algunos Evangelios, dándole aún más veracidad a ellas porque los autores no se contradicen.

Aparición a María Magdalena: Mateo 28, 9-10; Marcos 16, 9; Juan 20, 11-18.

Aparición a los once discípulos: Marcos 16, 14; Lucas 24, 36-53; 1 Corintios 15, 5.

Peregrinos de Emaús: Marcos 16, 12;  Lucas 24, 13-32.

A Pedro en solitario: Lucas 24, 34; 1 Corintios 15, 5.

Aparición a los discípulos sin Tomás: Juan 20, 19-23.

A los once incluido Tomás: Juan 20, 24-29.

A orillas del Lago Tiberíades a los discípulos: Juan 21, 1-23.

A Santiago el menor: 1 Corintios 15, 7.

Aparición a los once en Galilea: Mateo 28, 16-20.

Una última aparición en Jerusalén terminando en Betania: Lucas 24, 36-50; Hechos 1, 4-11.

5. Testimonios desinteresados

Era de esperarse el que los primeros cristianos hubiesen intentado argumentar la Resurrección dando testimonios creíbles, de gente reconocida y llenos de detalles; después de todo la idea era despejar las dudas y convencer a los incrédulos. Pero no, el primer testimonio de la Resurrección es el de María Magdalena y la otra María, dos mujeres. Para la sociedad judía y helénica, no podría haber algo de menor peso que el testimonio de dos mujeres, sobre todo relatando algo sobre lo cual no hay más testigos que ellas. No obstante los autores sagrados comienzan a hablar del Resucitado mencionando la experiencia de las mujeres.

6. María, testigo privilegiado de la Resurrección

Es un poco contradictorio que ningún autor bíblico haya narrado ninguna aparición de Jesús a su Madre, pero es comprensible, pues haberlo descrito, no habría dado peso al argumento. El testimonio de una madre, hasta hoy en día, es un testimonio cargado al amor y la poca objetividad, aun conociendo los méritos de Santa María. Sabemos de ella que Jesús encargó su cuidado a San Juan antes de morir y también sabemos que estaba en el Cenáculo junto a los apóstoles el día de Pentecostés. Es decir, el silencioso camino pascual de nuestra Madre Celestial, fue el de siempre, en silencio, caminando en fe y por sobre todo perseverando.

Ella, testigo de la Resurrección desde mucho antes que todos, desde la Anunciación, cuando el ángel del Señor la visita para pedirle ser la Madre del Salvador. Luego, con las palabras proféticas de Simeón, donde le adelantaba que una espada atravesará su corazón, convierten a la Virgen María en la primera en esperar la resurrección.

«No es una ideología, no es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús» (Papa Francisco. Catequesis sobre la Resurrección, 19 de abril 2017).

¿Qué significa las letras JHS?

Jesús, Hombre, Salvador

Este símbolo IHS o JHS es muy famoso y se usa en multitud de lugares.

Su significado es muy sencillo: es la abreviatura del nombre de Jesús.

Hoy es precisamente el Dulce Nombre de Jesús, pues a los 8 días de nacer San José y la Virgen, como judíos piadosos y observantes de la Ley que eran lo llevaron al templo para circuncidarlo y le pusieron el nombre que el arcángel San

Gabriel había dicho a María: A los ocho días circuncidaron al niño y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el ángel había dicho a María antes de que estuviera encinta

J: Jesús
H: Hombre
S: Salvador


Significa Joshua (En español se traduce como Jesús y significa Salvador) por eso "jesus hombre salvador"
En el hebreo no se escribían las vocales, así como el de Dios es YHVH y significa Yahvé (En español se traduce como "Yo soy"

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