Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer
- 09 Abril 2018
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Evangelio según San Lucas 1,26-38.
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".
El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios".
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.
San Juan Pablo II (1920-2005), papa
Carta apostólica “Mulieris dignitatem”, 3 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
“Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”(Gl 4,4)
[En respuesta a] las aspiraciones del espíritu humano a la búsqueda de Dios (…), la «plenitud de los tiempos», (…), pone de relieve la respuesta de Dios mismo (…). El envío de este Hijo, consubstancial al Padre, como hombre «nacido de mujer», constituye el punto culminante y definitivo de la autorrevelación de Dios a la humanidad. (…) La mujer se encuentra en el corazón mismo de este acontecimiento salvífico. La autorrevelación de Dios, que es la inescrutable unidad de la Trinidad, está contenida, en sus líneas fundamentales, en la anunciación de Nazaret. «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo». «¿Cómo será esto puesto que no conozco varón?» «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (...) ninguna cosa es imposible para Dios».
Es fácil recordar este acontecimiento en la perspectiva de la historia de Israel —el pueblo elegido del cual es hija María—, aunque también es fácil recordarlo en la perspectiva de todos aquellos caminos en los que la humanidad desde siempre busca una respuesta a las preguntas fundamentales y, a la vez, definitivas que más le angustian. ¿No se encuentra quizás en la Anunciación de Nazaret el comienzo de aquella respuesta definitiva, mediante la cual Dios mismo sale al encuentro de las inquietudes del corazón del hombre? Aquí no se trata solamente de palabras reveladas por Dios a través de los Profetas, sino que con la respuesta de María realmente «el Verbo se hace carne» (cf. Jn 1, 14).De esta manera, María alcanza tal unión con Dios que supera todas las expectativas del espíritu humano. Supera incluso las expectativas de todo Israel y, en particular, de las hijas del pueblo elegido, las cuales, basándose en la promesa, podían esperar que una de ellas llegaría a ser un día madre del Mesías. Sin embargo, ¿quién podía suponer que el Mesías prometido sería el «Hijo del Altísimo»? Esto era algo difícilmente imaginable según la fe monoteísta veterotestamentaria. Solamente en virtud del Espíritu Santo, que «extendió su sombra» sobre ella, María pudo aceptar lo que era «imposible para los hombres, pero posible para Dios» (cf. Mc 10, 27).
La Anunciación del Ángel a la Virgen María
Solemnidad Litúrgica, 9 de abril de 2018
Solemnidad Litúrgica
Martirologio Romano: Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando, en la ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo. María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y así, llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.
Breve Reseña
La última fase de toda la apoteosis salvadora comenzó en Nazaret. Hubo intervenciones angélicas y sencillez asombrosa. Era la virgen o pártenos del Isaías viejo la destinataria del mensaje.
Todo acabó en consuelo esperanzador para la humanidad que seguía en sus despistes crónicos e incurables. Los anawin tuvieron razones para hacer fiesta y dejarse por un día de ayunos; se había entrado en la recta final.
La iconografía de la Anunciación es, por copiosa, innumerable: Tanto pintores del Renacimiento como el veneciano Pennacchi la ponen en silla de oro y vestida de seda y brocado, dejando al pueblo en difusa lontananza. Gabriel suele aparecer con alas extendidas y también con frecuencia está presente el búcaro con azucenas, símbolo de pureza. Devotas y finas quedaron las pinturas del Giotto y Fra Angélico, de Leonardo da Vinci, de fray Lippi, de Cosa, de Sandro Botticelli, de Ferrer Bassa, de Van Eyck, de Matthias Grünewald, y de tantos más.
Pero probablemente sólo había gallinas picoteando al sol y grito de chiquillos juguetones, estancia oscura o patio quizá con un brocal de pozo; quizá, ajenos a la escena, estaba un perro tumbado a la sombra o un gato disfrutaba con su aseo individual; sólo dice el texto bíblico que "el ángel entró donde ella estaba".
Debió narrar la escena la misma María a san Lucas, el evangelista que la refiere en momento de intimidad.
Así fue como lo dijo Gabriel: "Salve, llena de gracia, el Señor es contigo". Aquel doncel refulgente, hecho de claridad celeste, debió conmoverla; por eso intervino "No temas, María, porque has hallado gracia ante de Dios; concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo a quien pon-drás por nombre Jesús. Éste será grande: se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará por los siglos sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin". La objeción la puso María con toda claridad: "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" No hacía falta que se entendiera todo; sólo era precisa la disposición interior. "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios".
Luego vino la comunicación del milagro operado en la anciana y estéril Isabel que gesta en su sexto mes, porque "para Dios ninguna cosa es imposible".
Fiesta de Jesús que se encarnó -que no es ponerse rojo, sino que tomó carne y alma de hombre-; el Verbo eterno entró en ese momento histórico y en ese lugar geográfico determinado, ocultando su inmensidad.
Fiesta de la Virgen, que fue la que dijo "Hágase en mí según tu palabra". El "sí" de Santa María al irrepetible prodigio trascendental que depende de su aceptación, porque Dios no quiere hacerse hombre sin que su madre humana acepte libremente la maternidad.
Fiesta de los hombres por la solución del problema mayor. La humanidad, tan habituada a la larguísima serie de claudicaciones, cobardías, blasfemias, suciedad, idolatría, pecado y lodo donde se suelen revolcar los hombres, esperaba anhelante el aplastamiento de la cabeza de la serpiente.
Los retazos esperanzados de los profetas en la lenta y secular espera habían dejado de ser promesa y olían ya a cumplimiento al concebir del Espíritu Santo, justo nueve meses antes de la Navidad.
¡Cómo no! Cada uno puede poner imaginación en la escena narrada y contemplarla a su gusto; así lo hicieron los artistas que las plasmaron con arte, según les pareció.
Consulta también: La encarnación del Verbo de Jesús Martí Ballester
María, una misión y una respuesta
La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre, desde toda la eternidad.
Muchas veces, escuchamos a personas que hablan de María, cómo si fuera alguien muy distinto a nosotros y por lo tanto, alguien a quien no se puede imitar porque está muy lejos de ser una persona como cualquiera de nosotros. Resulta ser todo lo contrario, a María la debemos imitar todos.
María era una persona, igual a cada uno de nosotros, no sabía que era una criatura excepcional y le costaba hacer las cosas, igual que a cualquiera. Y nosotros podemos encontrar en ella muchas cosas que imitar.
En muchos lugares del mundo su persona es tan ignorada que hay iglesias que no tienen ni una sola imagen de Ella.
La Iglesia nos enseña
María vivía en Nazaret, en Galilea, sus papás eran Ana y Joaquín. Su infancia transcurrió como la de cualquier otra niña, no hubo nada espectacular. Durante su niñez hacía todo lo que hace una niña.
María siempre escuchaba a sus padres. Ella aprendía las cosas de Dios por medio de ellos, sabía, porque sus papás se lo habían dicho, que el Mesías tenía que venir para salvar a los hombres. Así lo había prometido Dios a Adán y Eva después del pecado original. Que vendría un hombre que iba a vencer el pecado. María tenía mucha fe, lo estaba esperando, pero lo que no sabía era que Dios la había escogido a ella para ser la Madre del Mesías. Al llegar a ser una jovencita tomó la decisión de consagrar su vida a Dios, dedicarse por completo a Él.
La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre, desde toda la eternidad, Él escogió a esta joven judía que vivía en Nazaret en Galilea, para que fuera la Madre de su Hijo. Escogió a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María”. (Lc 1, 26-27).
En aquella época, en el pueblo judío, estaba muy mal visto que una mujer no se casara. De ahí que María con sus quince años, ya estaba desposada con José, el carpintero. El estar desposada, significaba que estaba prometida, no que ya estaba casada. Pero, en el fondo de su corazón, su mayor anhelo era ponerse al servicio del Señor.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el no. 490:
Que para ser Madre de Dios, María fue “dotada con dones a la medida de su misión”. Ella tenía que ser una criatura muy especial.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el no. 492:
El Padre la “bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef. 1, 3). Él la ha “elegido en él, antes de la creación del mundo por ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (Ef.1, 4). Podemos afirmar que María fue objeto de la predilección divina. Desde antes de nacer, Dios encontró en Ella un encanto o simpatía muy especial.
El Anuncio del Ángel
En el momento que se le presenta el Ángel Gabriel, ¿qué estaría haciendo María?. Podemos imaginar que se encontraba en un momento de intimidad con Dios. ¿Qué estaría pensando?, ¿cuáles serían sus sentimientos en esos precisos instantes?. ¿Dónde se encontraría?. Lo que sí sabemos es que desde ese momento la vida de esa jovencita cambió para siempre.
Muchos autores que describen este momento, nos presentan a María en oración o con un libro entre las manos. El Evangelio deja amplia libertad a nuestra imaginación. Solamente nos dice que Dios envía a su ángel y que éste se presenta a María.
No importa que estaba haciendo la Virgen. De repente... ¡Salve, llena de gracia!
Lucas nos narra esa visita del Ángel: “Al sexto mes fue enviado por Dios a una ciudad Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con hombre llamado José, de la casa de David, el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras y discurría que significaba ese saludo. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. (1, 26-33)
¿A qué la llama Dios?
Dios la está llamando en medio de su quehacer diario, en un día como otro cualquiera para darle un regalo, un don sin precio, un tesoro de más valor que cualquier otra cosa del mundo y más bello que nada. La estaba invitando a ser parte junto a Él en la obra de la salvación. Cuando menos se lo esperaba María, la invita a la misión más insospechada.
María oyó la invitación y en lo profundo de su alma sabía que venía de Dios. Sin embargo, también escuchó la voz del miedo, el temor a lo desconocido, a lo que iba a encontrar al otro lado de la montaña. No veía el camino para llegar allí, ignoraba lo que podía suceder.
Allí estaba María en su cuarto o donde fuera. ¿Intuyó quizás las implicaciones de su respuesta? Posiblemente no se daba cuenta de que en ese momento preciso, la historia de la salvación dependía de ella, pero algo alcanza a vislumbrar el plan maravilloso de Dios.
La joven siente miedo, no entiende lo que le dicen, el ángel le dice que no tema, que el Señor está con Ella. Estas palabras le bastan a María, pues confía plenamente en el Señor. María nunca fue una mujer pasiva, no era conformista, sino que era una mujer de acción. Por eso, duda y le pregunta al ángel ¿cómo puede ser esto, si yo no conozco varón?
Respuesta de María
Ante la respuesta del ángel, sin detenerse a pensar en el sufrimiento que le espera. Con un corazón grandísimo, lleno de amor, y segura que para Dios todo es posible, dice. “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. Dio su consentimiento.
Ella no regateó el precio, no puso condiciones, ni fue a preguntar la opinión de los de su pueblo. Dice ¡Sí!. El llamado de Dios es demasiado hermoso como para andar escatimando sacrificios. María contempló el don, lo meditó, como siempre hacía, en su corazón enamorado y se entregó con entusiasmo al plan que Dios le propuso.
Al dar su sí, María acababa de confiar el volante de su vida a Dios. Comenzaba para ella un viaje maravilloso por tierras nunca vistas. Pero un viaje en el que no iba a contar con otra luz que la que Dios le da, la fe.
Con esta luz comprendió que el que la llamaba era Él, Dios. Y si Él la llamó, ¿qué podía temer? No hay obstáculo demasiado grande para Dios. Es cierto no conocía el camino, tampoco las piedras que la estarán esperando por el camino... pero ¿con tan buena compañía, que le podía suceder?
Después de decir el primer sí, de muchos que a lo largo de su vida tendría que decir, María llegó a la segunda etapa de su viaje: a partir de ahora se tratará de cumplir el plan de Dios en su vida tal como se le irá presentando a cada hora, a cada minuto. Siempre. Tarea difícil, sin duda, pero nada hay imposible para el que camina junto a Dios...
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el no. 494:
María aceptó de todo corazón la voluntad divina de salvación y se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, al Misterio de la Redención.
María pudo dar su sí por su obediencia a la fe. Durante toda su vida, su fe no vaciló. Nunca dejó de creer. Ella es un ejemplo para nosotros de fe.
¿Cuál fue la actitud de María después de que se marchó el ángel?
María siguió siendo la misma, no le dijo nada a nadie. Ella, siguió como si nada. Es más, emprendió el viaje para visitar a su prima Isabel y poderla ayudar. Otra vez, vemos como María no regatea en esfuerzos, no pensó en su estado, sólo pensó en ayudar y servir a su prima.
La Virgen es para cada hombre o mujer, el modelo más acabado de amor a Jesucristo, de dedicación a su servicio, de colaboración con su obra redentora. Y nuestra misión no es diferente. Es preciso tener la docilidad y entrega total de Ella para aceptar y vivir con todas sus consecuencias la misión para la que Jesucristo nos ha llamado.
¡Cuida tu fe!
Para cuidar nuestra fe hay que profundizar en ella. Conocerla lo mejor posible. De esta manera cuando alguien trate de meternos ideas que van contra ella, tendremos todas las armas para defendernos. En la medida que imitemos a María seremos capaces de ser firmes ante estas ideas.
9 cosas que debes saber sobre el Domingo de la Divina Misericordia
El domingo de la Divina Misericordia es una adición reciente al calendario de la Iglesia, y tiene vínculos tanto con la revelación privada como con la Biblia.
Millones de personas esperan y les emociona profundamente por este día.
¿Qué es, y por qué es tan importante para ellos?
Aquí hay 9 cosas es bueno que sepas sobre este día.
1. ¿Qué es el Domingo de la Divina Misericordia?
El Domingo de la Divina Misericordia se celebra el segundo domingo de Pascua. Se basa en las revelaciones privadas de Santa Faustina Kowalska, que recomendaba una devoción particular a la Divina Misericordia.
También tiene vínculos con la Biblia y las lecturas de este día.
2. ¿Cuándo se hizo parte del calendario de la Iglesia?
En el año 2000, el Papa Juan Pablo II canonizó a Santa Faustina y durante la ceremonia declaró:
Es importante entonces que aceptemos todo el mensaje que nos llega de la Palabra de Dios en este Segundo Domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se llamará «Domingo de la Divina Misericordia».
En las diversas lecturas, la liturgia parece indicar el camino de la misericordia que, al mismo tiempo que se restablece la relación de cada persona con Dios, crea también nuevas relaciones de solidaridad fraterna entre los hombres [ Homilía, 30 de abril de 2000 ].
3. Si esto se basa en una revelación privada, ¿por qué está en el calendario de la Iglesia?
En su comentario teológico sobre los mensajes de Fátima, el entonces cardenal Joseph Ratzinger escribió:
Podríamos añadir que las revelaciones privadas a menudo surgen de la piedad popular y dejan su sello en ella, dándole un nuevo impulso y abriendo el camino para nuevas formas de la misma.
No se excluye que tengan efecto incluso en la liturgia, como vemos por ejemplo en las fiestas de Corpus Christi y del Sagrado Corazón de Jesús.
Desde un punto de vista, la relación entre la Revelación y las revelaciones privadas aparece en la relación entre la liturgia y la piedad popular: La liturgia es el criterio, es la forma viva de la Iglesia en su conjunto, alimentada directamente por el Evangelio.
La piedad popular es un signo de que la fe está esparciendo sus raíces en el corazón de un pueblo de tal manera que llega a la vida cotidiana. La religiosidad popular es el primer y fundamental modo de «inculturación» de la fe. Si bien siempre debe tomar su dirección y dirección de la liturgia, a su vez enriquece la fe mediante la participación del corazón.
4. ¿Qué hace la Iglesia para alentar la celebración de la devoción a la Divina Misericordia en este día?
Entre otras cosas, ofrece una indulgencia plenaria:
Para asegurar que los fieles observaran este día con intensa devoción, el Sumo Pontífice (Juan Pablo II) estableció que este domingo se enriquece con una indulgencia plenaria, como se explicará más adelante, para que los fieles reciban en abundancia el regalo De la consolación del Espíritu Santo.
De esta manera, pueden fomentar un creciente amor a Dios y al prójimo, y después de haber obtenido el perdón de Dios, ellos a su vez pueden ser persuadidos a mostrar un pronto perdón a sus hermanos y hermanas. . . .
Una indulgencia plenaria, otorgada bajo las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) a los fieles que, en el segundo domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, en cualquier iglesia o capilla, en un espíritu que está completamente separado del afecto por un pecado, incluso un pecado venial, participa en las oraciones y devociones celebradas en honor a la Divina Misericordia, o que en presencia del Santísimo Sacramento expuesto o reservado en el tabernáculo, recita el Padre Nuestro y el Credo, añadiendo una devota oración al misericordioso Señor Jesús (por ejemplo, «Jesús Misericordioso, ¡confío en ti!»).
5. ¿Cuál es la imagen de la Divina Misericordia?
La imagen de la Divina Misericordia es una representación de Jesús basada en una visión que tuvo Santa Faustina en 1931. Ha habido una serie de pinturas hechas de esta imagen. El original, aunque no el más popular hoy en día, se muestra a continuación:
Una explicación breve de la imagen es:
Jesús se muestra en la mayoría de las versiones elevando su mano derecha en señal de bendición, y apuntando con su mano izquierda sobre su pecho del cual fluyen dos rayos: uno rojo y otro blanco (translúcido).
Las representaciones contienen a menudo el mensaje «Jesús, yo confío en ti!»
Los rayos que emanan tienen un significado simbólico: rojo para la sangre de Jesús (que es la Vida de las almas), y blanco para el agua (que justifica las almas) (de Diario - 299). Toda la imagen es un símbolo de la caridad, el perdón y el amor de Dios, conocida como la «Fuente de la Misericordia».
Según el diario de Santa Faustina, la imagen se basa en su visión de 1931 de Jesús.
6. ¿Qué es la Coronilla de la Divina Misericordia?
La Coronilla de la Divina Misericordia es un conjunto de oraciones utilizadas como parte de la devoción de la Divina Misericordia.
Se suele decir usando un conjunto estándar de cuentas de Rosario, a menudo a las 3 pm (el tiempo de la muerte de Jesús), pero con un conjunto diferente de oraciones que las usadas en el Rosario Mariano.
7. ¿Cómo está relacionada la devoción de la Divina Misericordia con las lecturas de las Escrituras para el Segundo Domingo de Pascua?
La imagen de la Divina Misericordia representa a Jesús en el momento en que aparece a los discípulos en el Cenáculo, después de la Resurrección, cuando les da poder para perdonar o retener pecados.
Este momento está registrado en Juan 20, 19-31, que es la lectura del Evangelio para este domingo en los tres ciclos litúrgicos del domingo anual (A, B y C).
Esta lectura se hace en este día porque incluye la aparición de Jesús al apóstol Tomás (en la que Jesús lo invita a tocar sus heridas). Este acontecimiento ocurrió el octavo día después de la Resurrección (Juan 20,26), y así se usa en la liturgia ocho días después de Pascua.
(También, sin embargo, incluye la aparición de Jesús a los discípulos en la tarde de Pascua, una semana antes, en la que les concedió la autoridad de perdonar o retener pecados).
8. ¿Cómo permitió Jesús a los apóstoles perdonar o retener pecados?
Esta parte del texto dice:
«Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Juan 20,21-23)
Él les dio así una autoridad especial con el Espíritu Santo para perdonar o retener pecados.
9. ¿Cómo se relaciona esto con el Sacramento de la confesión?
Se relaciona directamente con el Sacramento. Jesús capacitó a los apóstoles (y sus sucesores en el ministerio) con el Espíritu Santo para perdonar o retener (no perdonar) los pecados.
Debido a que están facultados con el Espíritu de Dios para hacer esto, su administración del perdón es eficaz - realmente elimina el pecado en lugar de ser solo un símbolo de perdón de una persona que ya cree que lo ha obtenido.
Debido a que son instruidos a perdonar o retener, deben discernir qué deben hacer. Esto significa que necesitan conocer el pecado y discernir si realmente estamos arrepentidos de ello. Como resultado, debemos contarles acerca del pecado y nuestro arrepentimiento por ello.
Y los Padres de la Iglesia entendían que los ministros de Cristo tenían este poder.
Llagas de amor; II Domingo de Pascua
Los que nos decimos creyentes a veces vivimos lo mismo que los discípulos, estamos inmersos en la vieja creación; no hemos visto ni experimentado al resucitado
Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 4, 32-35: “Tenían un solo corazón y una sola alma”.
Salmo 117: “La misericordia del Señor es eterna. Aleluya”.
I San Juan 5, 1-6: “Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo”
San Juan 20, 19-31: “Ocho días después, se les apareció Jesús”
Hay quien prefiere esconder sus llagas que curarlas; hay quien pretende no mirar las llagas de los demás para no dejarse tocar el corazón; hay quien pasa de largo ante las llagas de la sociedad, para no comprometerse. Siempre la pobreza, las llagas de la sociedad, el dolor y los rostros de los que sufren, alteran las buenas conciencias y nos ponen en crisis. Cristo Resucitado, manifiesta su misericordia y su compasión, mostrando sus llagas. Las llagas del Resucitado son el camino para alcanzar la vida.
Este día tenemos uno de los evangelios más bellos y conmovedores y no tanto por la situación simpática o anecdótica del incrédulo Tomás, que también tiene mucho que enseñarnos, sino porque en unos cuantos instantes se cambia toda la perspectiva y situación de los discípulos. Se encontraban en la oscuridad, al anochecer, encerrados, con miedo y con incredulidad. Al presentarse Jesús, como si un escenario se llenara de luz, todo pasa a ser iluminación, alegría, paz y nueva misión para perdonar los pecados. Termina este escenario con la afirmación: “para que creyendo, tengan vida en su nombre”, que nos manifiesta la verdadera finalidad de toda la misión de Jesús. Todo cambia con la presencia de Jesús resucitado. Los que nos decimos creyentes con frecuencia vivimos la misma situación que los discípulos, estamos inmersos en la vieja creación; no hemos visto ni experimentado al resucitado; comunidades vacías, huecas, ocultas, replegadas en sí mismas como si Cristo no hubiera resucitado. Pero la presencia de Jesús lo cambia todo si nos permitimos experimentarlo, tocarlo y dejarnos tocar por su luz.
De capital importancia resulta el saludo de Jesús que insiste hasta por tres veces: “La paz esté con ustedes” y no como algo externo, porque las insidias y las dificultades de parte de los judíos seguirán, es más, cada día se agravarán. Jesús ofrece la verdadera paz, la paz interior, la paz que es armonía con el propio corazón. Es curioso que en algunos de los idiomas mayas para expresar una intranquilidad o una inquietud se dice que se camina “con doble corazón”, porque no se encuentra la paz. Paz es la verdadera unidad tanto interior como exterior. Podemos decir que para los primeros discípulos, la resurrección fue una experiencia que los llenó de paz. Hoy la palabra paz con dificultad significa ausencia de guerra, cese de hechos violentos. Pero para los israelitas paz o “shalom” designa la armonía del ser humano consigo mismo y con los demás, con la naturaleza y con Dios. Es tener la vida en plenitud y para todos, en la convivencia, en el respeto y en la justicia.
La paz que Jesús ofrece, y que pide construir, no es la paz superficial de quien no quiere meterse en problemas y prefiere “no ver” u “ocultar” las heridas y las dificultades, como si esto pudiera solucionarlas. Porque bien sabemos que una herida que no se cura, se encona y se pudre. Quizás por eso Cristo hoy antes de enviar a sus discípulos les muestra las heridas y quizás por eso también San Juan nos insiste en la terquedad de Tomás de tocar las llagas, para hacernos ver muy claramente que el resucitado es el mismo que fue crucificado y al revés, que el crucificado ha resucitado. El triunfo no ha llegado sin pasar por el dolor, pero tampoco la cruz ha terminado en el fracaso. Ha sido un camino de entrega que hace posible el triunfo sobre la muerte y el egoísmo. Ahora también quiere Jesús que sus discípulos den vida y por eso les envía su Espíritu que los capacita y los anima.
Tocar la llaga de los demás, mirar la llaga de Jesús en cada uno de los hermanos, es camino de conversión. Sentir el dolor de los hermanos y asumirlo como propio, compartirlo, es camino para encontrarse con el Resucitado. Rehuir al dolor, no querer asumirlo, esconder nuestras llagas y no querer curarlas, no nos lleva a la sanación. En cambio manifestar la herida, buscar la sanación, es camino de restauración. Este día también de un modo especial se celebra a Cristo como Señor de la Misericordia, a Él acudiremos manifestando todos nuestros dolores y todas nuestras heridas, infectadas y podridas, sólo Él puede sanarlas. El perdón ofrecido y el perdón otorgado nos llevan a una verdadera misericordia y reconciliación. Así lo ha hecho Jesús, ningún reproche a los abandonos y negaciones, solamente amnistía y salvación. Es la misión de la Iglesia, de cada uno de nosotros como Iglesia: perdonar y reconciliar.
¿Hemos dejado atrás nuestros miedos y temores al contemplar a Cristo resucitado? ¿Qué estamos haciendo para sanar nuestro mundo de las heridas del odio, de la venganza? ¿Somos capaces de perdonar y perdonarnos? ¿Cómo asumimos y sanamos las propias heridas? ¿Qué hacemos para construir la verdadera paz?
Dios de eterna misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que comprendamos a fondo la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos da dado una vida nueva y de la Sangre que nos ha redimido. Amén.
'GAUDETE ET EXSULTATE', LA TERCERA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DEL PAPA FRANCISCO
El Papa asegura que el diablo es "un ser personal" y "no un mito, un símbolo o una idea"
Denuncia "las redes de violencia verbal a través de Internet" y los medios que "destrozan la imagen ajena sin piedad"
José Manuel Vidal, 09 de abril de 2018 a las 12:00
La firma del Papa Francisco
Reitera que es tan sagrada la vida de los pobres como la del no nacido
(José M. Vidal).- Ser santo no es de raros, sino de personas "de la puerta de al lado". Tampoco es de personas excepcionales, sino de gente corriente. Lo dice el Papa Franciscoen su nueva exhortación apostólica titulada 'Gaudete et exsultate', en la que, además, explica cómo conseguir la santidad: practicando las Bienaventuranzas y luchando contra "el Malo", es decir el diablo que "no es un mito, una representación, un símbolo, figura o idea".
Francisco no esconde, desde el principio, que alcanzar la santidad exige "combate y vigilancia" frente a los enemigos del alma clásicos: el mundo, la carne y el demonio. El Papa insiste especialmente en este último, al que llama, siguiendo el Padre nuestro, 'el Malo' y asegura que el diablo es "un ser personal que nos acosa" y "Jesús nos enseñó pedir cotidianamente esa lineración para que su poder no nos domine".
Un lucha que afecta también a las propias "inclinaciones agresivas y egocéntricas", porque también los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de Internet y de los diversos foros y espacios de intercambio digital".
Tanto es así que incluso en "medio católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena...se pasa por alto completamente el octavo mandamiento, 'no levantar falso testimonio ni mentir', y se destroza la imagen ajena sin piedad".
Es la tercera exhortación apostólica del Papa Francisco, tras 'Evangelii gaudium' y 'Amoris laetitia', y las tres lucen en su título la palabra alegría. Una palabra que, junto a la de la misericordia, marca las líneas de fondo del pontificado de Bergoglio. La primera es una especie de programa papal; la segunda, el programa para la familia, y la tercera, le hoja de ruta para toda la Iglesia: promover la santidad y colocarla en el horizonte real de todos los creyentes.
De 42 páginas, 'Gaudete et exsultate' está escrito, como todos los documentos de Francisco, en un lenguaje pedagógico, sencillo y asequible. El primer capítulo, 'el llamado a la santidad' sirve de pórtico o planteamiento del asunto. El Papa explica que hay dos tipos santos: los canonizados y los santos "de la puerta de al lado". Es decir, en la Iglesia hay santos de todo tipo. Algunos que parecen "inalcanzables" y otros, muchos, santos corrientes.
Porque, para ser santos "no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos". Y es que la santidad es una vocación para todos y no sólo para unos cuantos elegidos. Por eso, el Papa advierte a los católicos: "No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario...no tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios"
Gnosticismo y pelagianismo, los enemigos
Tras la llamada universal a la santidad, Francisco dedica el segundo capítulo a diseccionar los "dos sutiles enemigos de la santidad", que son el gnosticismo y el pelagianismo. El primero encierra "la fe en el subjetivismo" y la reduce a una "serie de razonamientos y conocimientos". Los gnósticos son los que, según el Papa, tienen respuestas a todas las preguntas, con lo cual "demuestran que no están en un sano camino". Son "profetas falsos", que se creen "mejores que la masa ignorante".
Por su parte, los pelagianos, otra vieja herejía, creen que se justifican por su propia voluntad y sus propias fuerzas, y no por la gracia de Dios. En contra de lo que dice San Agustín: "Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas".
El pelagianismo se plasma hoy en diversas actitudes, algunas de las cuales cita el Papa, como "la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia...". Al final, los pelagianos convierten a la Iglesia en "una pieza de museo o en una posesión de pocos".
Bienaventuranzas, carnet de identidad del cristiano
Bajando a lo concreto, el Papa asegura que el camino de la santidad va "a contracorriente" de lo que hoy propone la sociedad y, por eso, no resulta fácil emprenderlo. De ahí que Francisco descienda a lo concreto y ofrezca un método para ser santo: las Bienaventuranzas. En el tercer capítulo, glosa el pasaje del Evangelio, en el que "Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos", es decir "el carnet de identidad del cristiano".
Santidad es "ser pobre en el corazón", "reaccionar con humilde mansedumbre", "saber llorar con los demás", "buscar la justicia con hambre y sed", "mirar y actuar con misericordia", "mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor", "sembrar paz a nuestro alrededor" y "aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas".
Las Bienaventuranzas se plasman y concretan aún más en las "obras de misericordia", porque ser santos "no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis", sino "reconocer a Cristo en los pobres y sufrientes". Es decir, una santidad que no caiga ni en el horizontalismo temporal ni en el verticalismo espiritualista, sino que se plasme en el "protocolo del juicio final": Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed...
En el capítulo cuarto, el Papa especifica "algunas notas de la santidad en el mundo actual". Por ejemplo, el "aguante, la paciencia y la mansedumbre", porque "el santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos" ni juzga a los demás. Otra nota es "la alegría y el sentido del humor". Un santo triste es un triste santo y éste, según Bergoglio, está obligado a "vivir con alegría y con sentido del humor". Y pone ejemplos de santos de este tipo en Tomás Moro, Viente de Paúl o Felipe Neri. La tercera nota es "la audacia y el fervor", porque la santidad es "parresía, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Se trata de salir de "la comodidad de la orilla" y no quedarse "paralizados por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarnos a caminar solo dentro de los confines seguros", porque "lo que está cerrado termina oliendo a humedad y enfermándonos". En este sentido, el Papa pide "desafiar la costumbre" y el "siempre ha sido así", abandonar la autorreferencialidad y salir a las periferias y a las fronteras, donde ya encontraremos a Jesús, "que ya estará allí". Porque "la Iglesia no necesita tanto burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados". Un santidad así, hay que vivirla"en comunidad", prestando "atención a los detalles", "en oración constante, pero con una oración que no puede entenderse "como una evasión que niega el mundo que nos rodea"..El documento papal se cierra con un último capítulo, titulado "Combate, vigilancia y discernimiento", en el que Francisco recuerda que sólo se alcanza la santidad, luchando a brazo partido contra los enemigos del alma: el mundo, la carne y, sobre todo el demonio, 'el Malo'.