El que viene a mí no volverá a tener hambre

Evangelio según San Juan 6,35-40. 

Jesús dijo a la gente: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. 
Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen. 
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. 
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. 
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día". 

San Murialdo

Queridos  hermanos y hermanas,

nos estamos acercando a la conclusión del  Año Sacerdotal y, en este último miércoles de abril, quisiera hablar de  dos santos sacerdotes ejemplares en su donación a Dios y en el  testimonio de caridad, vivida en la Iglesia y para la Iglesia, hacia los  hermanos más necesitados: san Leonardo Murialdo y san Giuseppe  Benedetto Cottolengo. Del primero recordamos los 110 años de su muerte y  los 40 de su canonización; del segundo han comenzado las celebraciones  del 2° centenario de su Ordenación sacerdotal.

Murialdo nació en  Turín el 26 de octubre de 1828: es la Turín de san Juan Bosco, del mismo  san Giuseppe Cottolengo, tierra fecundada por muchos ejemplos de  santidad de fieles laicos y sacerdotes. Leonardo es el octavo hijo de  una familia sencilla. De niño, junto con su hermano, entró en el colegio  de los Padres Escolapios de Savona para el curso elemental, la escuela  media y la escuela superior; allí encontró educadores preparados, en un  clima de religiosidad fundado en una seria catequesis, con prácticas de  piedad regulares. Durante la adolescencia vivió, sin embargo, una  profunda crisis existencial y espiritual que le llevó a anticipar la  vuelta a la familia y a concluir sus estudios en Turín, inscribiéndose  en el bienio de filosofía. La “vuelta a la luz” sucedió – como él relata  – tras algunos meses, con la gracia de una confesión general, en la que  redescubrió la inmensa misericordia de Dios; maduró, entonces, a los 17  años, la decisión de hacerse sacerdote, como respuesta de amor a Dios  que le había aferrado con su amor. Fue ordenado el 20 de septiembre d  1851. Precisamente en aquel periodo, como catequista del Oratorio del  Ángel Custodio, fue conocido y apreciado por Don Bosco, el cual le  convenció de aceptar la dirección del nuevo Oratorio de San Luis en Porta  Nuova, que realizó hasta 1865. Allí entró en contacto también con  los graves problemas de los barrios más jóvenes, visitó sus casas,  madurando una profunda sensibilidad social, educativa y apostólica que  le llevó a dedicarse de forma autónoma a múltiples iniciativas a favor  de la juventud. Catequesis, escuela, actividades recreativas fueron los  fundamentos de su método educativo en el Oratorio. Don Bosco le quiso  consigo con ocasión de la Audiencia que le concedió el beato Pío IX en  1858.

En 1873 fundó la Congregación de San José, cuyo fin  apostólico fue, desde el principio, la formación de la juventud,  especialmente la más pobre y abandonada. El ambiente turinés de esa  época fue marcado por el intenso florecimiento de obras y actividades  caritativas promovidas por Murialdo hasta su muerte, que tuvo lugar el  30 de marzo de 1900.

Quiero subrayar que el núcleo central de la  espiritualidad de Murialdo es la convicción del amor misericordioso de  Dios: un Padre siempre bueno, paciente y generoso, que revela la  grandeza y la inmensidad de su misericordia con el perdón. Esta realidad  san Leonardo la experimentó no a nivel intelectual, sino existencial,  mediante el encuentro vivo con el Señor. Él se consideró siempre un  hombre agraciado por Dios misericordioso: por esto vivió el sentido  gozoso de la gratuidad al Señor, la serena conciencia de sus propios  límites, el deseo ardiente de penitencia, el compromiso constante y  generoso de conversión. Veía toda su existencia no sólo iluminada,  guiada, sostenida por este amor, sino continuamente inmersa en la  infinita misericordia de Dios. Escribió en su Testamento espiritual:  "Tu misericordia me rodea, oh Señor… Como Dios está siempre y en todas  partes, así es siempre y en todas partes amor, es siempre y en todas  partes misericordia". Recordando el momento de crisis que tuvo en su  juventud, anotaba: "He aquí que el buen Dios quería hacer resplandecer  una vez más su bondad y generosidad de forma totalmente singular. No  sólo me admitió de nuevo a su amistad, sino que me llamó a una elección  de predilección: me llamó al sacerdocio, y esto sólo pocos meses después  de mi vuelta a Él". San Leonardo vivió por eso la vocación sacerdotal  como don gratuito de la misericordia de Dios con sentido de  reconocimiento, alegría y amor. Escribió también: "¡Dios me ha elegido!  Me ha llamado, me ha incluso obligado al honor, a la gloria, a la  felicidad inefable de ser su ministro, de ser 'otro Cristo'... ¿Y dónde  estaba yo cuando me buscabas, Dios mío? ¡En el fondo del abismo! Yo  estaba allí, y allí vino Dios a buscarme; allí me hizo comprender su  voz...”

Subrayando la grandeza de la misión del sacerdote que  debe “continuar la obra de la redención, la gran obra de Jesucristo, la  obra del Salvador del mundo”, es decir, la de “salvar a las almas”, san  Leonardo recordaba siempre, a sí mismo y a los hermanos, la  responsabilidad de una vida coherente con el sacramento recibido. Amor  de Dios y amor a Dios: fue esta la fuerza de su camino de santidad, la  ley de su sacerdocio, el significado más profundo de su apostolado entre  los jóvenes pobres y la fuente de su oración. San Leonardo Murialdo se  abandonó con confianza a la Providencia, realizando generosamente la  voluntad divina, en el contacto con Dios y dedicándose a los jóvenes  pobres. De este modo él unió el silencio contemplativo con el ardor  incansable de la acción, la fidelidad a los deberes de cada día con la  genialidad de las iniciativas, la fuerza en las dificultades con la  serenidad del espíritu. Éste es su camino de santidad para vivir el  mandamiento del amor, hacia Dios y hacia el prójimo.

Con el mismo  espíritu de caridad vivió, cuarenta años antes de Murialdo, san  Giuseppe Benedetto Cottolengo, fundador de la obra llamada por él mismo  “Pequeña Casa de la Divina Providencia" y llamada hoy también  "Cottolengo". El próximo domingo, en mi Visita pastoral a Turín,  veneraré las reliquias de este Santo y de encontrar a los huéspedes de  la “Pequeña Casa".

Giuseppe Benedetto Cottolengo nació en Bra,  pequeña ciudad de la provincia de Cuneo, el 3 de mayo de 1786.  Primogénito de 12 hijos, de los que 6 murieron a tierna edad, mostró  desde pequeño gran sensibilidad hacia los pobres. Abrazó el camino del  sacerdocio, imitado también por dos de sus hermanos. Los año de su  juventud fueron los de la aventura napoleónica y de los consiguientes  malestares en el campo religioso y social. Cottolengo se convirtió en un  buen sacerdote, buscado por muchos penitentes y, en la Turín de esa  época, predicador de ejercicios espirituales y conferencias entre los  estudiantes universitarios, donde cosechaba siempre un éxito notable. A  la edad de 32 años fue nombrado canónico de la Santísima Trinidad, una  congregación de sacerdotes que tenía la tarea de oficiar en la Iglesia  del Corpus Domini y de dar decoro a las ceremonias religiosas de  la ciudad, pero en aquel puesto se sentía inquieto. Dios le estaba  preparando para una misión particular y, precisamente con un encuentro  inesperado y decisivo, le dio a entender cuál habría sido su futuro  destino en el ejercicio de su ministerio.

El Señor pone siempre  signos en nuestro camino para guiarnos según su voluntad al verdadero  bien. Para el Cottolengo esto sucedió, de forma dramática, la mañana del  domingo del 2 de septiembre de 1827. Llegó a Turín, procedente de  Milán, la diligencia, llena como nunca de gente, en la que se apretaba  una entera familia francesa en la que la mujer, con cinco niños, estaba  al final del embarazo y con la fiebre alta. Tras haber vagado por varios  hospitales, esa familia encontró alojamiento en un dormitorio público,  pero la situación de la mujer siguió agravándose y algunos se pusieron a  buscar un cura. Por un misterioso designio se cruzaron con Cottolengo, y  fue precisamente él, con el corazón abrumado y oprimido, quien acompañó  la muerte de esta joven madre, entre el desgarro de toda la familia.  Tras haber concluido este doloroso deber, con el sufrimiento en el  corazón, se reclinó ante el Santísimo Sacramento y rezó: “Dios mío, ¿por  qué? ¿Por qué me has querido testigo? ¿Qué quieres de mí? ¡Hay que  hacer algo!”. Levantándose, hizo resonar todas las campanas, encender  las velas y, acogiendo a los curiosos en la Iglesia, dijo: "¡La gracia  se ha hecho! ¡La gracia se ha hecho!" Desde aquel momento Cottolengo se  transformó: todas sus capacidades, especialmente su habilidad económica y  organizativa, se utilizaron para dar vida a iniciativas en apoyo de los  más necesitados.

Supo implicar en su empresa a decenas y decenas  de colaboradores y voluntarios. Trasladándose hacia la periferia de  Turín para expandir su obra, creó una especie de pueblo, en el que a  cada edificio que consiguió construir le asignó un nombre significativo:  "casa de la fe", "casa de la esperanza", "casa de la caridad". Puso en  marcha el estilo de las “familias”, constituyendo verdaderas y propias  comunidades de personas, voluntarios y voluntarias, hombres y mujeres,  religiosos y laicos, unidos para afrontar y superar juntos las  dificultades que se presentaban. Cada uno en esa Pequeña Casa de la  Divina Providencia tenía una tarea precisa: quien trabajaba, quien  rezaba, quien servía, quien enseñaba, quien administraba. Sanos y  enfermos compartían todos el mismo peso del día a día. También la vida  religiosa se especificó en el tiempo, según las necesidades y las  exigencias particulares. Pensó incluso en un seminario propio, para una  formación específica de los sacerdotes de la Obra. Estuvo siempre  dispuesto a seguir a la Divina Providencia, nunca a cuestionarla. Decía:  “Yo no soy bueno en nada y no sé siquiera que estoy haciendo. La Divina  Providencia sin embargo sabe ciertamente lo que quiere. A mí sólo me  toda secundarla. Adelante in Domino". Para sus pobres y los más  necesitados, se definirá siempre el “obrero de la Divina Providencia".

Junto a las pequeñas ciudadelas quiso fundar también cinco  monasterios de monjas contemplativas y uno de ermitaños, y los consideró  entre las realizaciones más importantes: una especie de “corazón” que  debía latir para toda la Obra. Murió el 30 de abril de 1842,  pronunciando estas palabras: "Misericordia, Domine; Misericordia,  Domine. Buena y Santa Providencia… Virgen Santa, ahora os toca a  Vos". Su vida, como escribió un periódico de su tiempo, fue “una intensa  jornada de amor”.

Queridos amigos, estos dos santos sacerdotes,  de los cuales he presentado algún rasgo, vivieron su ministerio en el  don total de la vida a los más pobres, a los más necesitados, a los  últimos, encontrando siempre la raíz profunda, la fuente inextinguible  de su acción en la relación con Dios, bebiendo de su amor, en la  convicción profunda de que no es posible ejercer la caridad sin vivir en  Cristo y en la Iglesia. Que su intercesión y su ejemplo sigan  iluminando el ministerio de tantos sacerdotes que se consumen con  generosidad por Dios y por el rebaño a ellos confiado, y que ayuden a  cada uno a entregarse con alegría y generosidad a Dios y al prójimo.

Dios todopoderoso y eterno, que al premiar a los santos nos ofreces una prueba de tu gran amor hacia los hombres, te pedimos que la intercesión y el ejemplo de los santos nos sirva siempre de ayuda para seguir más fielmente a Jesucristo, tu Hijo. Que vive y reina contigo.

San Juan XXIII (1881-1963), papa L'Osservatore Romano 20-09-1959

“El que viene a mí no volverá a tener hambre.” (Jn 6,35)

El problema económico es el problema terrible de nuestra época atormentada. El problema del pan de cada día, del bienestar, es la incertidumbre angustiosa que nos oprime en medio de las masas agitadas e insatisfechas, y por desgracia, a menudo hambrientas. Es un deber nuestro unir fuerzas, hacer los sacrificios necesarios según la doctrina católica sacada del evangelio y las instrucciones claras y solemnes de la Iglesia, para contribuir a la búsqueda de una solución justa para todos. Pero sería vano esforzándonos para llenar los estómagos de pan y satisfacer los otros apetitos a veces desenfrenados, si no llegamos a alimentar las almas con el pan de vida, pan auténtico, sustancial, divino: alimentarlas con este Cristo del que están hambrientas para que, gracias a él únicamente, sean capaces de continuar el camino “hasta llegar a la montaña del Señor” (lR 19,8)...

Sería en vano pedir a los economistas y a los gobiernos nuevas formas de vida social si uno se quisiera sustraer de la mirada dulce y maternal de María que nos sonríe con los brazos abiertos para acoger a todos sus hijos. Junto a ella, el orgullo se desvanece, los corazones se apaciguan en la santa poesía de la paz cristiana y del amor. Juntemos nuestros esfuerzos para que nunca se separe del corazón del hombre lo que Dios, en la doctrina católica y en la historia del mundo, ha unido de modo maravilloso: la eucaristía y la Virgen.

La necesidad del amor y del perdón

Santo Evangelio según San Juan 6, 35-40. Miércoles III de Pascua.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, concédeme la gracia de poder experimentar y transmitir tu amor a los demás.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

En todo momento y ante toda circunstancia, estamos llamados a buscar las verdades que conforman nuestra vida, ¿Porqué vivímos? ¿Porqué estamos viviendo esta situación? ¿Qué nos quiere decir Dios a través de esta meditación?

Ante estas preguntas que nos pueden surguir, tenemos que ser conscientes de que existen verdades fundamentales, verdades que conforman cada una de las respuestas que queremos encontrar. Una de ellas es el descubrir la verdad sobre la voluntad de Dios en nuestra propia vida, es decir, qué quiere Él de mí y qué quizó desde el momento en que me creó, pues si vemos el camino y la vida de toda persona, podremos descubrir que hay una orientación natural hacia Aquél que nos ha creado. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, que hemos sido creados para amar y para ser amados, a ejemplo del amor de Dios.

En el Evangelio de hoy el Señor nos da una de las pautas para poder mantenernos plenos en aquellos momentos en los cuales experimentamos un vacío en nuestro corazón. Él viene a enseñarnos que, ante esa sed o esa hambre que podamos experimentar en nuestra vida, nos da plenitud y paz. Dos acciones, en primer lugar, tener un encuentro personal con Él y, en segundo lugar, vivir y transmitir a los demás aquello que hemos experimentado en ese encuentro personal.

Esto se lleva a cabo cuando somos conscientes de ese gran tesoro dado por Dios, el don de poder amar y más aún, de sentirnos amados; es decir, es a través del encuentro personal con Dios como se puede llenar nuestro corazón y de esta manera lo podremos experimentar y transmitir a los demás.

"El que me ama será fiel a mi Palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él" Jesucristo.

Cada uno sabe cuál es su pecado, su debilidad más fuerte. En primer lugar debemos reconocer esto: ninguno de nosotros, todos los que estamos aquí, puede decir: "Yo no soy un pecador". Los fariseos lo decían y Jesús los condena. Eran soberbios, altivos, se creían superiores a los demás. En cambio, todos somos pecadores. Es nuestro título y es también la posibilidad de atraer a Jesús a nosotros. Jesús viene a nosotros, viene a mí porque soy un pecador.

(Homilía de S.S. Francisco, 7 de julio de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Viviré con verdadera caridad por amor a Dios, a mí y a los demás.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Jesús, Compañero de Camino

Tú has dicho que eres el camino, la verdad y la vida, ¡ven conmigo!

Jesucristo se nos da en la Eucaristía como Compañero de camino. Recordemos aquel pasaje de los dos discípulos de Emaús que se iban de Jerusalén a su pueblito, tal vez con la convicción de que no había ya nada que hacer. Regresaban a lo de antes, regresaban a su vida antigua. Y, de pronto, un caminante se les acerca, un caminante que no quería, no permitía que lo reconocieran; era Jesús. Comienza una conversación más o menos larga, un poco difícil al principio, porque hasta le dicen: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha pasado en Jerusalén?” Y Él pregunta: “¿qué?, ¿qué ha pasado?” Después... les explica con la Biblia en la mano todos los pasajes que se referían a Él; dando obviamente a esta explicación un calor, una vitalidad que tuvo efecto

Cuando ya llegaron a Emaús, Jesús hizo el ademán de seguir adelante, como queriendo decir: ¡si me necesitan, díganmelo! Entonces le dijeron: ¡Quédate con nosotros! Lo invitan a cenar, Y a lo que voy es a esto, que cuando están cenando, Él permite que lo reconozcan: se les abren los ojos, y en ese momento se desaparece.

La frase en la que me quiero fijar ahora es ésta, la que dijeron ellos: ¿No ardía nuestro corazón mientas nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras? Eso es lo que pasa con los cristianos, con las personas que tienen fe en la Eucaristía, en los que saben reconocer que en el camino de su vida nunca van solos; Jesús va con ellos. “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

La vida puede ser dura, puede tener muchas lágrimas, muchas amarguras, mucho sufrimiento, pero es muy distinto sufrir solos que sufrir con Jesús; es muy diferente caminar solos por la vida que caminar codo con codo con Jesús de Nazareth; su presencia transforma el mismo sufrimiento en una cosa distinta. Pero muchas veces nosotros nos empeñamos en caminar solos por la vida; nos hacemos una vida amarga, dura, demasiado difícil, y Jesús nos podría decir: “¿No estoy yo aquí? ¿por qué no me llamas? ¿por qué no crees en Mí?

“Venid a mí todos: los leprosos, los tullidos, los endemoniados”. Todos cabemos ahí
¿Pero, dónde estás, dónde das cita?
Y Él nos dice:
“En todos los Sagrarios del mundo”- En tu parroquia, de día y de noche, sin horas de citas, con ganas enormes de darnos lo que nos ha regalado a precio de su sangre.

No cabe duda que se le queman las manos y el corazón por ayudarnos. Ojalá que vayamos muchas veces, aunque sea con el alma destrozada, tristes, cansados, y sepamos hallar allí la paz y el consuelo prometidos.

El que queda más contento es Él, porque Cristo encuentra su felicidad en curarnos, en salvarnos, en darnos la paz. ¡Hagamos feliz a Cristo! Podemos entristecerlo o alegrarlo, si vamos a Él con fe, o si huomos de Él como el joven rico. Zaqueo hizo feliz a Jesús en día de su conversión; María Magdalena hizo feliz a Jesús el día de su cambio de vida. El Hijo pródigo hizo feliz al Padre Celestial, al regresar; pero el joven rico lo puso muy triste. Cuando tú te vas, ten la certeza de que Jesús llora, y, cuando regresas, ten la certeza de que Jesús está muy contento.

Pensemos, por otra parte, en aquellos que no vienen a la Eucaristía. ¡Cuantos hombres hay hoy infelices, desgraciados, desesperados, ¡cuantos jóvenes, sobre todo, que están en la primavera de la vida, y están viviendo la crueldad y la dureza de un invierno! Estando el remedio tan cerca. La fuente a unos pasos, y morirse de sed. Además siendo tan fácil, porque ¿qué hace falta para acercarnos a Cristo en la Eucaristía? Tener un alma dispuesta, ser humildes, un precio bastante pequeño.

Es necesario llegar a ese Cristo, a ese compañero de camino y decirle desde el corazón :”Tengo un hambre y una sed incontenibles. Vengo cansado de buscar por mil caminos... No he encontrado, no he encontrado paz, ni amor verdadero; no he encontrado sentido a la vida... lejos de ti. Y tú has dicho que eres el camino, la verdad y la vida ¡Por eso vengo a pedirte ese maravillosos Pan de tu Eucaristía, quiero comer de ese pan para encontrar la paz, la vida verdadera, el amor y la felicidad auténticos! “Señor, danos siempre de ese pan y acompáñanos siempre en nuestro caminar”

¿Conoces el significado de la señal de la Cruz?

Las 3 hermosas verdades que contiene

Una terrible tragedia para el cristianismo ha sido, y será siempre, la separación entre el rito y el símbolo; o para ser más preciso, la tragedia se debe más bien al olvido por parte de los fieles del significado de los símbolos que se realizan durante los diversos ritos. Sí, porque la causa de la fracción no se da sola por arte de magia; esta nace y crece como fruto de nuestra desprovista formación. Alguno podrá objetar que no tiene tiempo para gastar en cuestiones que le competen a los teólogos y sacerdotes, pero esta es una falsa excusa que no nos exculpa. Salvando las distancias de la analogía, es como si alguien practicase un deporte que considera fundamental para su vida y del cual se profesa «fanático», y sin embargo, aseverase que no le interesa mucho, o para nada, conocer bien las reglas, la historia, las renovaciones y problemas en marcha del deporte en cuestión. ¿Quién le creería?

Es evidente, volviendo al ámbito de la fe cristiana, que tarde o temprano el vaciamiento «doctrinal» nos pasará la cuenta generándonos un consecuente vaciamiento «espiritual».  Lo que amamos de verdad (pensemos a las personas que amamos o las actividades que realmente nos gustan) lo queremos conocer siempre más y más, incluso en sus pormenores. El desinterés en el fondo es falta de amor sincero (este criterio nos debería llevar a un profundo examen de conciencia). De hecho, regresando a nuestro caso, quien no desea ni busca comprender más el profundo significado de los símbolos que celebra, tiene que cuestionarse para cambiar de actitud. De lo contrario, esto no solo nos llevará a perder toda la riqueza cultural que estos portan consigo, sino, y sobre todo, esterilizará poco a poco nuestra capacidad interior de disponernos espiritualmente para acoger el caudal de gracia que nos comunican efectivamente. Esto es así, porque el rito cristiano exige siempre un grado de participación y cooperación. Para decirlo con San Agustín: Dios «creó sin que lo supiera el interesado, pero no justifica sin que lo quiera él» (Sermón 169, 11.13).

No es mera casualidad que quien no conoce los signos sagrados, acabe por vivir el rito como un mecanismo frío, repetitivo y carente sentido. No es de extrañarse entonces que la misa le parezca «aburrida». ¡Es que no entiende nada de lo que pasa ahí! No es sorprenderse tampoco que tantos tiendan a deformar los ritos buscando adaptarlos a simbologías llamativas que poco o nada tienen que ver con el soplo del Espíritu. Es un tema demasiado delicado como entrar aquí en detalle. Sin embargo, creo que lo que sí podemos concluir con el video de hoy, es que solo a través de la vivencia y del conocimiento profundo de la fe expresada en sus milenarios símbolos, podremos renovar en continuidad nuestras celebraciones litúrgicas. Pues solo conociendo la «forma» de la Iglesia en su Tradición milenaria es que se puede re-formar e in-formar en con-formidad al Espíritu. Tal vez nos sorprendamos al descubrir, entrando en esta dinámica de formación interior, que en realidad el verdadero problema en este momento es que aún no hemos ni siquiera comenzado a comprender y a vivir el alcance de las grandes renovaciones espirituales que hemos heredado (incluso recientemente), porque en el fondo desconocemos la belleza y profundidad del ritual y sus símbolos. Nuestra primera tarea como creyentes es simple y parte de aquí: dediquémosle más tiempo a nuestra formación y renovación en la fe, antes de criticar o proponer nuevas ideas; busquemos profundizar, conocer y vivir mejor lo que ya celebramos cotidianamente, para que de esta manera demos un testimonio contundente y convincente de que «donde esté nuestro tesoro, allí esta también nuestro corazón» (Mt 6,21).

"LA CRUZ MANIFIESTA LO QUE SOMOS, NUESTRA FORMA DE HABLAR, DE ACTUAR, DE AMAR..."
Francisco, a padres y padrinos: "Debéis enseñar a los niños a hacer bien el signo de la Cruz"

"Dios nos llama por nuestro nombre, nos ama personalmente", afirma en la Audiencia General

Jesús Bastante, 18 de abril de 2018 a las 10:43

Francisco, 'director de orquesta' de la Iglesia católicaOsservatore Romano

El único patrón de la vida, desde el comienzo al fin natural, es Dios, y nuestro deber es hacer todo por custodiar la vida. Oremos en silencio para que sea respetada la vida de todas las personas

(Jesús Bastante).- Es un gesto casi automático para los creyentes, incluso para los que, sin creer, han sido educados en la fe. Santiguarse al comenzar el día, o antes de comer, o al entrar en una iglesia. Durante la audiencia de este miércoles, el Papa Francisco, como un gran director de orquesta (así lo demostró delante de un grupo de pequeños músicos), reivindicó la importancia del signo de la Cruz, y pidió a los padres, padrinos y familiares "enseñar a los niños a hacerlo bien", pues "si lo saben hacer bien de pequeños, lo harán bien de mayores"

"La cruz es la distinción que manifiesta lo que se ama", señaló el Papa. "Manifiesta quiénes somos, nuestra forma de hablar, de pensar, de actuar... están bajo el signo de la cruz, del amor de Jesús hasta el final".

¿Cuál es el significado del Bautismo?, se preguntó Bergoglio, que continuó así la serie de catequesis sobre los catecúmenos y su preparación. En este sentido, el Papa destacó "los gestos, las palabras de la liturgia", que ayudar a "acoger la gracia de este sacramento, que siempre hay que redescubrir".

"En la celebración del Bautismo, surge una dinámica espiritual que atraviesa toda la vida del bautizado. Un proceso que permite vivir unido a Cristo en la Iglesia", aseguró Francisco, quien destacó la necesidad de "renovar el empeño, comprender mejor los dones del bautismo, recordar el día de nuestro bautismo".

"Volved a casa, y cada uno de vosotros recordad el día de vuestro bautismo, qué día fuisteis bautizados. Algunos de vosotros los sabéis, otros no. Los que no lo sepáis, preguntad a los padres, los padrinos. ¿Cuál es la fecha de mi bautismo? Es como si fuera el segundo cumpleaños", recalcó.

Otro dato importante es el nombre del bautizado, que "muestra la identidad de una persona". "Cuando nos presentamos, decimos nuestro nombre: yo me llamo así. Eso nos saca del anonimato. El anónimo es aquel que no tiene nombre. Para salir del anonimato, decimos nuestro nombre, nos permite dejar de ser desconocidos", apuntó.

Porque, además, "Dios llama a cada uno por su nombre, amándolo concretamente", y eso también se reconoce a partir del Bautismo, la primera de "una serie de llamadas" presentes en la vida del cristiano. "Dios continúa pronunciando nuestro nombre en el transcurso de los años, haciendo resonar de mil modos su llamada", apuntó Francisco.

"La fe no se puede comprar, pero se recibe como un don. Señor, regálame el don de la fe, es una hermosa oración. Pero no se puede comprar", recordó el Papa, quien animó a responder con "una fe sincera al Evangelio", y apuntalar la formación de los catecúmenos y los padres y padrinos.

En este punto, Francisco se detuvo en el signo de la cruz, que se hace en la cabeza de los bautizados. "El signo de la cruz es el signo de Cristo que está ahí, la gracia de la redención de Cristo", señaló el Papa, quien se preguntó si "nuestros hijos, ¿saben hacer bien el signo de la cruz?" "He visto muchas veces -confesó- a niños que hacen el signo muy rápido, que no saben hacerlo. Vosotros, papas, mamás, abuelos, padrinos... debéis enseñar a los niños a hacerse bien el signo de la cruz, porque es repetir lo que se ha hecho en el bautismo".

"Este es el modo cristiano de afrontar la vida: hacer el signo de la cruz cuando nos despertamos, antes de comer, delante de un peligro, en defensa del mal, antes de dormir... por eso es tan importante enseñar a los niños a hacerse el signo de la cruz. Enseñad a los niños a hacer bien el signo de la cruz. ¿Entendido?", concluyó.

En su saludo en lengua árabe el Papa saludó especialmente a los peregrinos provenientes de Siria, Líbano y Oriente Medio.

Finalmente, en su saludo en lengua italiana, el Papa recordó que este sábado se celebra en Washington la reunión del Banco Mundial. En este punto, Francisco animó a hacer "esfuerzos para promover la vida de los más pobres, favoreciendo un auténtico desarrollo integral y respetuoso con la vida humana".

"Pongo la atención de todos en Vincent Lambert y el pequeño Alfie Evans", denunció el Papa, apuntando que "el único patrón de la vida, desde el comienzo al fin natural, es Dios, y nuestro deber es hacer todo por custodiar la vida. Oremos en silencio para que sea respetada la vida de todas las personas, especialmente de estos dos hermanos nuestros. Oremos en silencio". 

Saludo del Papa en castellano:

Queridos hermanos:
Los gestos y las palabras de la liturgia bautismal nos ayudan a comprender el don que se recibe en este sacramento y a renovar el compromiso de corresponder mejor a esta gracia.
En el rito de acogida del bautismo, se pide el nombre del que va a ser bautizado. El nombre indica la identidad de una persona. Dios nos llama por nuestro nombre, nos ama personalmente. El bautismo despierta en nosotros la vocación a vivir como cristianos, lo que implica una respuesta personal por nuestra parte. Pero no termina ahí: a lo largo de los años, Dios sigue llamándonos por nuestro nombre, para que cada día nos parezcamos más a su Hijo Jesús.

A continuación, los catecúmenos adultos manifiestan su deseo de ser recibidos en la Iglesia, mientras que los niños son presentados por sus padres y padrinos, que piden para ellos el don del bautismo. El celebrante y los padres hacen después el signo de la cruz sobre la frente del niño, expresando así que está a punto de pertenecer a Cristo, que nos ha redimido con la cruz. Toda nuestra vida, palabras, pensamientos y acciones, están bajo el signo de la cruz, es decir, del amor de Cristo hasta el extremo. Cada vez que hacemos la señal de la cruz, como al despertarnos, antes de las comidas, ante un peligro o antes de dormir, expresamos nuestra pertenencia a Cristo.

***

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina. En este tiempo de pascua, pidamos a la Virgen María que nos ayude a renovar la gracia del bautismo que hemos recibido, para vivir cada día más unidos a Cristo como miembros de la Iglesia. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

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