El que ama su vida la pierde, el que la pierde la gana para la vida eterna

¿Que es el Sacramento de la Confirmación?

Qué es la confirmación, cómo y cuando se instituyó y la materia y la forma de la misma

El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho.

En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.

El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado – creyendo que todo había sido en balde - se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados - y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”. El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios.

Institución

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.

Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8, 15-17;19, 5-6).

El Signo: La Materia y la Forma

Dijimos que la materia del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza, en este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosa: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unido al nombre de “cristiano”, que significa ungido.

La materia de este sacramento es el “santo crisma”, aceite de oliva mezclado con bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser en la frente.

La forma de este sacramento, palabras que acompañan a la unción y a la imposición individual de las manos “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo” (Catec. no. 1300) . La cruz es el arma conque cuenta un cristiano para defender su fe.

Frutos y Obligaciones de la Confirmación

La Confirmación nos compromete a la santidad. 

Podemos entender que en la Confirmación el efecto principal es que recibimos al Espíritu Santo en plenitud. (Cfr. Catec. no. 1302).

Otros frutos son:

Recibimos una fuerza especial del Espíritu Santo, tal como la recibieron los apóstoles el día de Pentecostés, que nos permite defender y difundir nuestra fe con mayor fuerza y ser verdaderos testigos de Cristo.

Nos une profundamente con Dios y con Cristo.

Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo que son:

Sabiduría, que nos comunica el gusto por las cosas de Dios. Por medio de él vamos gustando de todo lo relacionado con Dios.

Inteligencia, que nos comunica el conocimiento profundo de las verdades de fe, es decir, la capacidad para entender las cosas de Dios.

Ciencia, que nos enseña la recta apreciación de las cosas terrenales, entender las cosas de la tierra tal y cómo son.

Consejo, nos ayuda para formar un juicio sensato, acerca de las cosas prácticas de la vida cristiana.

Fortaleza, nos da fuerzas para trabajar con alegría por Cristo, haciendo siempre el bien a los demás, tal como Él lo hizo.

Piedad, que nos relaciona con Dios como Padre, ya que Él es el ser más perfecto que existe en el universo y es nuestro Creador y nos ayuda a aceptar la autoridad que tienen algunos sobre nosotros.

Temor de Dios, nos lleva a tener miedo de ofender a Dios, por amor a Él y por lo tanto, a tratar de no pecar para no alejarnos de Él.

Nos une con un vínculo mayor a la Iglesia.

Aumenta la gracia santificante.

Se recibe la gracia sacramental propia que es la fortaleza.

Imprime carácter, la marca espiritual indeleble, que nos marca con el Espíritu de Cristo. Es un sumergirse de manera más profunda en la comunidad cristiana.

La Confirmación es necesaria para vivir correctamente una vida cristiana, ya que da las ayudas necesarias para lograrlo. Por eso, el derecho vigente, prescribe que todos los bautizados, deben recibir este sacramento. El no hacerlo por desprecio o por no darle importancia, será materia grave de pecado.

El Ministro, el Sujeto y Padrino

El ministro de este sacramento debe de ser el Obispo, aunque por razones especiales graves puede concederle a un presbítero (sacerdote) el poder de confirmar (CIC no.882). En peligro de muerte del sujeto cualquier sacerdote debe de administrar el sacramento. El Obispo es sucesor de los apóstoles, por ello es quien lo administra, al poseer el grado del Orden en plenitud.

El sujeto es todo bautizado que no ha sido confirmado, que libremente tenga las disposiciones necesarias para recibirlo y que no tenga impedimentos. Se debe de estar en estado de gracia.

La edad para recibir este sacramento la marca el Obispo del lugar, preferentemente el sujeto debe de haber llegado al uso de razón. (Cfr. Catec. no. 1307). Se puede administrar válidamente a niños pequeños, tal como es la tradición en el rito oriental (Cfr. Catec. no. 1292). Ahora bien, en caso de peligro de muerte deben de recibir este sacramento los niños aun no confirmados.

Todo confirmado debe tener un padrino o madrina que lo ayude espiritualmente, tanto en la preparación para su recepción, como después de haberlo recibido. Las condiciones para ser padrinos son las mismas que para los de Bautismo.

Frutos 

Como cualquier otro sacramento, la Confirmación debe de dar en los que lo reciben frutos interiores y exteriores. En este caso, los frutos ayudan a la Iglesia en su misión de extender el Reino de Dios.

La Iglesia es una Iglesia misionera, porque Cristo así la fundó, dándole el mandato a los apóstoles de “Ir y predicad……”. A partir del día de Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo, los apóstoles se lanzaron a predicar sin miedo, movidos por la fuerza del Espíritu Santo.

Nosotros, por medio del Bautismo, entramos a formar parte de la Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo. Con la Confirmación somos llamados a vivir como miembros responsables de este Cuerpo.

Como fruto de este sacramento, al recibir el Espíritu Santo podemos construir el Reino de Dios en la tierra, a través de nuestras buenas obras, de nuestras familias, haciéndolas un semillero de fe, ayudando a nuestra parroquia, venciendo las tentaciones del demonio y la inclinación al mal.

El Espíritu Santo nos mueve a seguir las huellas de Cristo, tomándolo como ejemplo en todo momento, ya sea pública o privadamente. Nos ayuda a ser perseverantes, luchadores, generosos, valientes, amorosos, llenos de virtudes y en caso de ser necesario, hasta mártires.

Otro fruto del sacramento es que sostiene e ilumina nuestra fe. Cuando lo recibimos estamos afirmando que creemos en Cristo y su Iglesia, en sus enseñanzas y exigencias y que, por ser la Verdad, lo queremos seguir libre y voluntariamente.

También sostiene y fortalece nuestra esperanza. Por medio de esta virtud creemos en las enseñanzas de Cristo, sus promesas y esperamos alcanzar la vida eterna haciendo méritos aquí en la tierra.

Así mismo, sostiene y incrementa nuestra caridad. El día de la Confirmación recibimos el “don del amor eterno” de Cristo, como un regalo de Dios. Este amor nos protege y defiende de los amores falsos, como son el materialismo, el placer, las malas diversiones, los excesos en bebida y comida

Obligaciones
El día de la Confirmación, el confirmado se convierte en apóstol de la Palabra de Dios. Desde ese momento recibe el derecho y el deber de ser misionero. Lo cual no significa tenerse que ir lejos, a otros lados, sino que desde nuestra propia casa debemos ser misioneros, llevando la Palabra de Dios a los demás. Tenemos la obligación de ser misioneros en el lugar que Dios nos ha puesto.
La Iglesia de hoy necesita de todos sus miembros para dar a conocer a Cristo, por medio de la palabra y con el ejemplo, imitando a Cristo.

Los confirmados debemos de compartir los dones recibidos y al compartirlos estamos cumpliendo con el compromiso adquirido en la Confirmación de hacer “apostolado”, sirviendo a los demás en nombre de Dios y transmitiendo la Palabra de Cristo. Se puede hacer en todas las circunstancias de vida: en la vida familiar, en el trabajo, con los amigos ….. Es algo que todo confirmado tiene la obligación de hacer.

Ser “confirmado” significa darse por amor a los demás, sin fijarse en su sexo, cultura, conocimientos y creencias. Se necesita una actitud de disponibilidad para dar a conocer al Espíritu Santo en todos lados. En la Iglesia, el apostolado de los laicos es indispensable. Cristo vino a servir, no a ser servido.

También la Confirmación nos compromete a la santidad. Tenemos la obligación de ser santos, el mismo Cristo nos invita: “Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt. 5, 48). La santidad es una conquista humana, ya que Dios nos da el empujón, pero depende de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo el alcanzarla.

El Espíritu Santo es el empujón que Dios nos manda, por lo tanto, sí lo tenemos a Él, no hay pretextos para no ser santos y no ponernos al servicio de los demás.

La lucha es difícil, pero contamos con toda la ayuda necesaria.
“Por el sacramento de la Confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de  Cristo, por la palabra juntamente con las obras”. (L.G. no. 11)

El Rito y la celebración de la Confirmación

La unción con el Santo Crisma.

En la Confirmación el rito es muy sencillo, básicamente es igual a lo que hacían los apóstoles con algunas partes añadidas para que sea más entendible.

El rito esencial es la unción con el santo crisma, unida a la imposición de manos del ministro y las palabras que se pronuncian. La celebración de este sacramento comienza con la renovación de las promesas buatismales y la profesión de fe de los confirmados. Demostrando así, que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo. (Cfr. SC 71; Catec. n. 1298). El ministro extiende las manos sobre los confirmados como signo del Espíritu Santo e invoca a la efusión del Espíritu. Sigue el rito esencial con la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano y pronunciando las palabras que conforman la forma. El rito termina con el beso de paz, que representa la unión del Obispo con los fieles. (Catec. no.1304).

Lorenzo, Santo

Memoria Litúrgica, 10 de agosto

Díacono y Mártir

Martirologio Romano: Fiesta de san Lorenzo, diácono y mártir, que deseó ardientemente acompañar al papa Sixto II en su martirio. Según cuenta san León Magno, recibió del tirano la orden de entregar los tesoros de la Iglesia, y él, burlándose, le presentó a los pobres en cuyo sustento y abrigo había gastado abundantes riquezas. Por la fe de Cristo, tres días más tarde superó el tormento del fuego, y el instrumento de su tortura se convirtió en distintivo de su triunfo, siendo enterrado su cuerpo en el cementerio de Campo Verano, que desde entonces fue llamado con su nombre (258).

Breve Biografía

San Lorenzo (mártir), uno de los diáconos de la iglesia romana, fue una de las víctimas de la persecución de Valeriano en el año 258, al igual que lo fueron el Papa Sixto II y muchos otros clérigos romanos. A comienzos del mes de agosto del año 258, el emperador emitió un edicto ordenando matar inmediatamente a todos los obispos, curas y diáconos ("episcopi et presbyteriet diacones incontinenti animadvertantur" -- Cipriano, Epist. lxxx, 1).

Esta orden imperial se ejecuto inmediatamente en Roma. El 6 de agosto, el Papa Sixto II fue capturado en una catacumba y ejecutado de inmediato ("Xistum in cimiterio animadversum sciatis VIII id. Augusti et cum eo diacones quattuor." Cipriano, ep. lxxx, 1). Otros dos diáconos, Felicísimo y Agapito, fueron ejecutados el mismo día.

En el calendario romano de fiestas del siglo IV su fiesta coincide con dicha fecha. Cuatro días más tarde, el 10 de agosto del mismo año, Lorenzo, el último de los siete diáconos, también sufrió la muerte de un mártir. La muerte de este santo mártir es en esa fecha según el calendario de Filocalo para el año 354.

Este almanaque es un inventario de las principales fiestas de los mártires romanos de mitad del siglo IV; también menciona la calle donde se encontraría su tumba, la Vía Tiburtina ("III id. Aug. Laurentii in Tibertina"; Ruinart, "Acta sincera", Ratisbona, 1859, 632). Los itinerarios de las tumbas de los mártires romanos, como se dieron a conocer en el siglo VII, mencionan que este mártir fue enterrado en la Catacumba de Ciriaca en agro Verano (De Rossi, "Roma Sott.", I, 178).

Desde el siglo IV, San Lorenzo ha sido uno de los mártires más venerados de la iglesia romana. Constantino el Grande fue el primero en erigir un pequeño oratorio sobre el lugar donde fue enterrado. El Papa Pelagio II (579-90) amplió y embelleció el lugar. El Papa Sixto III (432-40) construyó, en la cima de la colina donde fue enterrado, una gran basílica de tres naves cuyo ábside está apoyado en la vieja iglesia. En el siglo XIII, el Papa Honorio III convirtió los edificios en uno y así es como se encuentra la Basílica de San Lorenzo hoy en día. El Papa San Dámaso (366-84) escribió un panegírico en verso que se grabó en mármol y se colocó sobre su tumba. Dos contemporáneos de este Papa, San Ambrosio de Milán y el poeta Prudencio, dieron detalles concretos sobre la muerte de San Lorenzo. Ambrosio relata (De officiis min. Xxviii) cuando se le preguntó a San Lorenzo por los tesoros de la Iglesia, este, hizo comparecer a los pobres entre los que, en lugar de darles limosna, había repartido el tesoro; también contó que cuando se llevaban al Papa Sixto II para ejecutarlo, éste reconfortó a San Lorenzo que deseaba compartir su martirio, diciéndole que le seguiría en tres días. El santo Obispo de Milán también explica que San Lorenzo fue quemado hasta la muerte en una parrilla de hierro (De offic., xli). De igual manera, pero con más detalles poéticos, Prudencio describe el martirio del diácono romano en su himno a San Lorenzo ("Peristephanon", Hymnus II).

El encuentro entre San Lorenzo y el Papa Sixto II, cuando éste último iba a ser ejecutado, según el relato de San Ambrosio, no es compatible con los informes contemporáneos sobre la persecución de Valeriano. La forma en que fue ejecutado –quemado en una parrilla de hierro al rojo vivo—también hace surgir importantes dudas.

Las narraciones de Ambrosio y Prudencio se basan más en la tradición oral que en escritos. Es bastante posible que entre el año 258 y el final del siglo IV surgieran leyendas populares sobre esté diácono romano tan venerado y que algunas de esas historias hayan sido preservadas por estos dos autores. En cualquier caso, nosotros carecemos de medios para verificar en fuentes anteriores los detalles que derivan de San Ambrosio y Prudencio, o para establecer hasta que punto esos detalles se basan en la tradición histórica anterior. Probablemente, a principios del siglo VI se crearon otras versiones más completas sobre el martirio de San Lorenzo, y en estas narraciones muchos de los mártires de la Vía Tiburtina y de las dos Catacumbas de San Ciriaca en agro Verano y San Hipólito estaban relacionados de una forma romántica y totalmente legendaria.

detalles que se dan en estas Actas sobre el martirio de San Lorenzo y su actividad antes de su muerte carecen de credibilidad. Sin embargo, a pesar de las críticas a las últimas versiones de su martirio, no cabe duda de que San Lorenzo fuera un personaje histórico real ni de que el diácono fue martirizado; tampoco existen dudas sobre el lugar donde ocurrió ni sobre la fecha de su entierro. El Papa Dámaso construyó una basílica en Roma dedicada a San Lorenzo; ésta es la iglesia conocida como San Lorenzo en Dámaso. La iglesia de San Lorenzo en Lucina, también dedicada a este santo, aún existe. El día de San Lorenzo sigue siendo el 10 de agosto (fecha de su muerte). Aparece dibujado con la parrilla de hierro en la que se supone que fue asado hasta la muerte.

Morir para tener vida

Santo Evangelio según san Juan 12, 24-26. Sábado XVIII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, en este momento quiero dejar de verme y ponerte como la luz que ilumine mi día. Así, lograré salir de una actitud egoísta para poder vivir actos de generosidad y caridad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 12, 24-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El vivir para los demás no es fácil. El donar nuestro tiempo sigue y seguirá costando. El trabajar para otro siempre implicará renuncia de uno mismo. La invitación es morir en nuestros deseos, nuestros sueños, y comenzar a vivir para los demás.

Caridad, generosidad, entrega, estamos llamados a vivir una serie de virtudes que nos impulsan a salir de nosotros mismos, y poner al centro a los demás. Esta es la actitud de apertura y desinterés de uno mismo. Esto se puede escuchar muy bonito como meta, como ideal. Sin embargo, en la realidad, en el día a día, cuesta. La caridad es el acto más noble, más valioso y al mismo tiempo es el más exigente.

Piensa en un momento al cual esperabas con ansia, un momento que era clave para el proyecto que habías realizado con esmero y dedicación, un momento importante para ti. Si hubiese llegado un amigo que te necesita con gran urgencia ¿Cuánto te hubiese costado decir que sí? ¿Renunciarías a tus sueños y proyectos?

Y... ¿si no fuese un amigo, sino un desconocido? Es aquí el reto que tiene la fe, el ver en cada persona a un amigo, a un hermano, a Cristo mismo. Él no ha renunciado a sueños y proyectos, sino que ha renunciado a estar lejos de nosotros. Ha tomado un rostro humano, ha querido vernos no solo como Dios sino también con ojos humanos. De forma que siente como nosotros sentimos, lucha como nosotros luchamos, y renuncia a su vida, así como también podemos renunciar a la nuestra.

Por mucho que cueste la entrega, el servicio, se puede tener la certeza de que siempre dejará un sabor dulce, una sensación de felicidad, un sentimiento de haber hecho lo correcto. Cristo, por ejemplo, no sólo murió en un madero, sino que la resurrección dio al final, una gota dulce a toda la pasión. Él nos recuerda con su testimonio que hay más alegría en dar que en recibir.

«Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo». (Mensaje de S.S. Francisco, Pascua de 2018).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Intentaré ver los ojos de Cristo en todas las personas.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


¿Me siento preparado para morir en este momento?

La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. ¿Qué es para ti?

Nos vamos a fijar ahora en los efectos que produce la muerte. Recordemos serenamente, fríamente lo que hace con nosotros la muerte.

En primer lugar, la muerte te separa de todo, es un adiós a los honores, a la familia, a los amigos, amigas, a las riquezas, es un adiós a todo. Por eso, si un día tengo que separarme a la fuerza de todo, es absurdo apegarme desordenadamente a tantas cosas. Cuanto más apegado estés, más doloroso será el desgarrón. El ideal es vivir tan desprendido que, cuando llegue la muerte, tenga poco que hacer.

Pero lo más importante es que la muerte determina lo que será mi eternidad. Como el fotógrafo fija un momento concreto en una placa, así la muerte fija las posiciones del alma, y del lado que cayeres, izquierdo o derecho, así permanecerás toda la eternidad. Ya no se podrá cambiar nada.
Aunque hubiera una sola posibilidad entre cien de morir mal, habría que tener mucho cuidado.

Tratándose del asunto más importante de mi existencia, no puedo andar con probabilidades, sino con certezas. La máximas seguridades son pocas. Ninguno de nosotros está confirmado en gracia, ninguno de nosotros puede afirmar que no se perderá eternamente, ningún santo estuvo seguro de ello durante su vida. Mi situación a la hora de morir quedará eternamente fija, no podrá ya cambiar: me salvé, no me salvé. Será para siempre.

La muerte, en tercer lugar, cierra el tiempo de hacer méritos. Después que el árbitro toca para finalizar el encuentro de fútbol, no valen las jugadas ni los goles, se ganó o se perdió. Lo que señala el marcador es lo que queda.

Si a la hora de mi muerte he ganado pocos méritos, con esos pocos méritos me quedaré para la eternidad. Quedará solo el lamentarse por no haber aprovechado mejor la vida, la única vida que tenía.

Tú te preparas para un examen, te arreglas para una fiesta. Para el momento del cual depende toda tu eternidad...¿te preparas? ¿Estás preparado en este momento? ¿Estás preparado siempre, o, al menos, casi siempre? ¿Podría morirme tranquilamente este día? Si no, ¿por qué? ¿Me siento preparado para dar ese paso? es decir, ¿he llenado mí vida hasta este momento?

Conviene no dejar pasar un solo día sin llenarlo de algo grande y bueno, de méritos, porque, de la misma manera que se me han ido de la mano tantos días vacíos o casi vacíos, se me irán en lo sucesivo, si es que no pongo un remedio eficaz.

Pero, “hay tiempo todavía, no hay por qué preocuparse ahora”. Eso parecería lógico, el no preocuparse, si se supiera el día y la hora. Pero no lo sabes. ¿Quién te asegura que no anda lejos.?

“Ya me prepararé cuando llegue la hora...” Creo que esto es absurdo, porque hay muertes fulminantes, imprevistas, como la de los accidentes, las repentinas, etc. Hay muchas muertes en que el interesado ni se da cuenta. Y, aunque me quedase mucha vida por delante, y conociese el día de mí muerte, sería imperdonable y estúpido vivir de cualquier manera, porque sería echar a perder esa vida. ¿Qué caso tiene echar a perder toda la vida, menos los últimos días o momentos? ¿La vida es para eso?

Tenemos una eternidad para descansar y una vida bien breve para trabajar y hacer méritos. Anticipar las vacaciones no es bueno, porque salimos perdiendo. Si la muerte cierra el tiempo de merecer, entonces, mientras tenemos tiempo por delante, habrá que aprovecharlo y no dejarlo ir de las manos. ¡Qué poco apreciamos la vida!. Nos damos cuenta verdaderamente de lo que vale la vida en una enfermedad.

Dicen muchos que el tiempo es dinero. Que se queden con el dinero. Que es placer. Que aprovechen. Para otros el tiempo es Reino de Dios, es cielo, es eternidad feliz... ¿Qué escoges tú? ¿Qué es para ti la vida y el tiempo?

La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. Al ver cómo viven muchos hombres, uno debe creer que odian la vida y prefieren la muerte.

Para leer la meditación completa:

  1. ¿Y si hoy fuera el último día de mi vida?

¿Por qué tenemos miedo a la Confesión?

Un sentimiento que es más común de lo que crees y que además, a pesar de lo que solemos pensar, no es malo

SOMOS PECADORES, ¿POR QUÉ NO PEDIMOS PERDÓN?

El Papa Francisco explicó que confesar los pecados no es una sesión de psiquiatría ni "una sala de tortura. Es decir al Señor: ‘Señor soy pecador’, pero decirlo a través del hermano, para que este decir sea también concreto. ‘Y soy pecador por esto, por esto y por esto’".

El Pontífice comentó luego que "algunos dicen: ‘ah, yo me confieso con Dios’. Pero es fácil, es como confesarte por e-mail, ¿no? Dios está allá, lejos, yo digo las cosas y no hay un cara a cara, no hay un a cuatro ojos. (San) Pablo confiesa su debilidad a los hermanos cara a cara. Otros: ‘No, yo voy a confesarme’, pero se confiesan cosas tan etéreas, tan en el aire, que no tienen ninguna concreción. Y eso es lo mismo que no hacerlo".

"Los pequeños tienen esa sabiduría: cuando un niño viene a confesarse, jamás dice una cosa general. "Pero, padre he hecho esto y he hecho esto a mi tía, al otro le he dicho esta palabra" y dicen la palabra. Son concretos, ¡eh! Tienen esa sencillez de la verdad. Y nosotros tenemos siempre la tendencia a esconder la realidad de nuestras miserias".

"Y esta es la lucha de los cristianos. Es nuestra lucha de todos los días. .. Si ser pecador es una palabra, un modo de decir, una manera de decir, no tenemos necesidad del perdón de Dios. Pero si es una realidad, que nos hace esclavos,tenemos necesidad de esta liberación interior del Señor, de esa fuerza. Pero más importante aquí es que para encontrar el camino de salida, Pablo confiesa a la comunidad su pecado, su tendencia al pecado. No la esconde".

La confesión de los pecados hecha con humildad es "lo que la Iglesia pide a todos nosotros… Hace falta: "Concreción, honradez y también una sincera capacidad de avergonzarse de las propias equivocaciones: no hay sendas en sombra alternativas al camino que lleva al perdón de Dios, a percibir en lo profundo del corazón tu pecado y su amor".

Recordamos aquí, a propósito de lo que nos dice el Papa, la doctrina sobre el Sacramento de la Penitencia:

Los pasos de la confesión

Las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión.

Para explicar las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión, lo haremos desde la parábola del hijo pródigo, narrada por San Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio.

Cinco pasos son necesarios:

1° El hijo pródigo examina su conciencia.
2° Se arrepiente.
3° Hace propósito de volver al padre.
4° Vuelve y pide perdón.
5° Paga con buenas obras sus pecados

Es decir, reflexiona, se arrepiente, se corrige, se acusa y expía.

1° EXAMEN DE CONCIENCIA

La confesión no tendrá efecto y fruto si entramos en la Iglesia y rápido nos confesamos, sin haber hecho primero un buen examen de conciencia sereno, tranquilo, pausado, y si es por escrito mejor, para que así, no nos olvidemos ni un pecado.

¿Cómo hacer este examen de conciencia?

El examen de conciencia consiste en recordar los pecados que hemos cometido y las causas o razones por las cuales estamos cometiendo esas faltas.

Deberíamos, como buenos cristianos, hacer examen de conciencia todos los días en la noche, antes de acostarnos.

Así iríamos formando bien nuestra conciencia, haciéndola más sensible y recta, más pura y delicada. Los grandes Santos nos han recomendado este medio del examen de conciencia diario

¿Cómo se hace?

 Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos recuerde cuáles son los pecados nuestros que más le están disgustando a Dios.

 Vamos repasando:

  • Los diez mandamientos.
  • Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
  • Los siete pecados capitales.
  • Las obras de misericordia.
  • Las bienaventuranzas.
  • El mandamiento de la caridad.
  • Los pecados de omisión: el bien que dejamos de hacer: no ayudar, no hacer apostolado, no compartir los bienes, no hacer visitas a Cristo Eucaristía, no dar un buen consejo.

También es bueno confesarse de la siguiente manera:

  • Deberes para con Dios: mi relación con la voluntad de Dios.
  • Deberes para con el prójimo: caridad, respeto.
  • Deberes para conmigo: estudios, trabajo, honestidad, pureza, veracidad.
  • Deberes para con ese Movimiento o Institución eclesial a la que pertenezco: fidelidad a los compromisos, apostolado.

2º DOLOR DE LOS PECADOS Y LA CONTRICIÓN DEL CORAZÓN

No basta sólo hacer un buen examen de conciencia para una buena confesión: es necesario un segundo paso: dolerme interiormente por haber cometido esos pecados, porque ofendí a Dios, mi Padre. Es lo que llamamos dolor de los pecados o contrición del corazón

Contrición de corazón o arrepentimiento es sentir tristeza y pesar de haber ofendido a Dios con nuestros pecados.

No es tanto “me siento mal… no me ha gustado lo que he hecho… siento un peso encima…” ¡No! Este dolor de contrición es otra cosa: “Estoy muy apenado porque ofendí a Dios, que es mi Padre, le puse triste”.

El Salmo 50 dice: “Un corazón arrepentido, Dios nunca lo desprecia”.


3º CONFESAR TODOS LOS PECADOS

El sacramento de la penitencia o confesión está en crisis en algunas partes porque, como dijo el Papa Juan Pablo II, “al hombre contemporáneo parece que le cuesta más que nunca reconocer los propios errores… parece muy reacio a decir ‘me arrepiento’ o ‘lo siento’; parece rechazar instintivamente y con frecuencia irresistiblemente, todo lo que es penitencia, en el sentido del sacrificio aceptado y practicado para la corrección del pecado” (Reconciliación y Penitencia n. 26).

Pío XII manifestó en un radiomensaje del Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos, en Boston (26 de octubre de 1946): “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”.

El tercer paso para hacer una buena confesión es confesar todos los pecados mortales y graves al confesor.

¿Qué es la confesión de boca? Es manifestar al confesor sin engaño, ni mentira los pecados cometidos, con intención de recibir la absolución. Dice la Biblia: “No te avergüences de confesar tus pecados” (Eclesiástico 4,26)

Para que Dios perdone, por medio del confesor, es necesario decir los pecados. Así lo dispuso el mismo Cristo al instituir el sacramento del la Penitencia. “A quienes se los perdonéis, quedarán perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán retenidos” (Jn. 20, 23).

Los apóstoles, y sus sucesores, los obispos y los colaboradores, los sacerdotes, para poder absolver, necesitan conocer lo que perdonan, es decir, necesitan escuchar los pecados del penitente.

¿Cuáles son las cualidades para una buena confesión de boca?

  • Sinceridad: no debo ocultar lo que en conciencia es grave.
  • Verdadera: sin ocultar o disimular lo que debo manifestar, ni dar vueltas, tratando de justificarme.
  • Completa: todos los pecados graves, según su especie, número y circunstancias que cambian la especie.
  • Sencilla y humilde: con pocas palabras y sin rodeos.

Omitir voluntariamente la confesión de pecados graves o circunstancias que cambian la especie o callar voluntariamente algún pecado grave hace que la confesión sea inválida y sacrílega.

4º PROPÓSITO DE ENMIENDA

Antes de explicar el cuarto paso, quisiera resumir, de la Institución Pastoral del Episcopado español del 15 de abril de 1989, los síntomas y raíces de la disminución de la práctica de la confesión en algunas partes:

  • Por el ateísmo e indiferencia religiosa de nuestros tiempos.
  • La pérdida del sentido del pecado.
  • Las interpretaciones inadecuadas del pecado. Hoy se nos quiere hacer creer que el pecado es algo superado, es un vago sentimiento de culpabilidad, es como una fuerza oscura del inconsciente, es como expresión y reflejo de las condicionantes ambientales, se les identifican con el pecado social y estructural. Algunos ya no ven pecado en casi nada, salvo en lo social, estructural.
  • Crisis generalizada de la conciencia moral y su oscurecimiento en algunos hombres. Esto debido a la amoralidad sistemática, cuando no inmoralidad.
  • Otra causa que ven los obispos españoles es ésta: indecisión de predicadores y confesores en materia moral, económica y sexual. Algunos fieles se desconciertan al oír diversas opiniones de confesores sobre el mismo tema moral. Y claro, muchos optan por hacer caso al más laxo y fácil. Y al final optan por dejar sus conciencias al juicio de Dios y abandonan la confesión.

Expliquemos ahora sí el propósito de enmienda, que brota espontáneamente del dolor.

¿Qué es el propósito de enmienda?

Es una firme resolución de nunca más ofender a Dios. Y hay que hacerlo ya antes de confesarse. Jesús a la pecadora le dijo: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11). Esto es lo que se propone el pecador al hacer el propósito de enmienda: “no quiero pecar más, con la ayuda de Dios”. Si no hay verdadero propósito, la confesión es inválida.

No significa que el pecador ya no volverá a pecar, pero sí quiere decir que está resuelto a hacer lo que le sea posible para evitar sus pecados que tanto ofenden a Dios. No se trata de la certeza absoluta de no volver a cometer pecado, sino de la voluntad de no volver a caer, con la gracia de Dios. Basta estar ciertos de que ahora no quiere volver a caer. Lo mismo que al salir de casa no sabes si tropezarás, pero sí sabes que no quieres tropezar.

5º CUMPLIR LA PENITENCIA

Expliquemos el último paso para hacer una buena confesión: cumplir la penitencia.

Pero antes recuerda esto:

  • La confesión es el medio ordinario que ha puesto Dios para perdonar los pecados cometidos después del bautismo en el día a día. Es un medio maravilloso que renueva, santifica, forma conciencia y, sobre todo, da mucha paz al alma.
  • Cuesta, o puede costar, porque a la confesión no vamos a decir hazañas, sino pecados y miserias. Y esto nos cuesta a todos. Es curioso que algunos que ponen dificultades en decir los pecados al sacerdote confesor los propagan entre sus amigos con risotadas y chascarrillos, y con frecuencia exagerando fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante sus amigos son hazañas, pero ante el confesor son pecados, y esto es humillante. Y lo que no tienen tus amigos, secreto, lo tiene el confesor: él no puede contar ni un pecado tuyo a nadie. A esto se le llama el sigilo sacramental; ha habido sacerdotes que han dado su vida antes que faltar a este secreto de la confesión.
  • Para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se confiesan bien. El que calla voluntariamente en la confesión un pecado grave, hace una mala confesión, no se le perdona ningún pecado, y, además, añade otro pecado terrible que se llama sacrilegio.
  • Si tienes un pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el primero. Este acto de vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.
  • El confesor será siempre tu mejor amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, que con toda seguridad encontrarás cariño y aprecio y much comprensión. Además de perdonarte los pecados, el confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte. Pregúntale las dudas morales que tengas. Pídele los consejos que necesites. Él guardará el secreto más riguroso.

¿Qué es cumplir la penitencia?

Es rezar o hacer lo que el confesor me diga. Esta penitencia, ya sea una oración, una obra de caridad, un sacrificio, un servicio, la aceptación de la cruz, una lectura bíblica, es para expiar, reparar el daño que hemos hecho a Dios al pecar. Es expresión de nuestra voluntad de conversión cristiana.

El pecado, sobre todo si es grave, es ofensa grave a Dios. Mereceríamos las penas eternas del infierno. Esta penitencia que me da el sacerdote en parte desagravia la ofensa a Dios y expía las penas merecidas.

La confesión perdona las penas eternas, pero no perdona la pena temporal. Esta penitencia que hago va satisfaciendo, en parte, o disminuyendo la pena temporal debida por los pecados.

10 consejos imprescindibles para mantener la salud espiritual

Solemos poner las necesidades de nuestro cuerpo por encima de la de nuestra alma y esto es una errónea jerarquía de valores

Alimentación orgánica saludable, centros de salud física, tomar varios suplementos vitamínicos, escapadas de vacaciones a hoteles exóticos, y muchos otros son todos intentos por mantener una buena salud corporal.

Sin duda, todo esto puede ser bueno por una simple razón: nuestro cuerpo es el tempo del espíritu santo. Por consiguiente, debemos ser guardianes y custodios responsables del regalo de nuestro cuerpo que Dios en su generosidad nos dio.

Sin embargo, a menudo existe este error: ponemos las necesidades de nuestro cuerpo por encima de la de nuestra alma y esto es una errónea jerarquía de valores.

La palabra de nuestro señor y salvador Jesucristo nos enseña la siguiente verdad:

"Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?  Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?" (Marcos 8,36-37)

Evitar el daño

En un nivel humano y natural, debemos hacer un esfuerzo común para evitar lo que podría dañar nuestro cuerpo. Los buenos padres le han enseñado esto a sus hijos desde el comienzo: no juegues con fuego, mira dos veces antes de cruzar la calle, no estés con  malas compañías, come tus vegetales, duerme temprano, limpia tus dientes antes de acostarte, lava tus manos antes de comer, limpia tu cuarto.

En definitiva, la limpieza es próxima a la santidad.

Todo lo anteriormente mencionado son consejos comunes que los padres han dado a sus hijos durante años. Debemos elevar esto a un plano sobrenatural más alto y dar consejos de cómo evitar lo que puede perjudicar a nuestra alma inmortal, que tiene más valor que todo el universo creado.

En efecto, podemos pecar mediante pensamiento, palabra, obra y omisión; al no hacer lo que Dios nos exige hacer.  

Evitar ocasiones cercanas al pecado es una cualidad indispensable en nuestra búsqueda de la santidad y a la adquisición de nuestra corona de gloria que llamamos vida eterna.

1.- Evite los chismes y a los chismosos

Jesús dijo claramente que seremos juzgados por cada palabra que sale de nuestra boca, y también dijo que de la abundancia del corazón habla la boca.

Si tenemos el hábito de frecuentar a individuos que son unos chismosos incorregibles, entonces debemos hacer un cambio y no frecuentarlos más.

Leer el capítulo 3 de la Carta al apóstol Santiago, es un excelente capítulo en las escrituras acerca de los pecados de la lengua.  

2.- Vístase apropiadamente

No debemos ser ocasión de pecado para los demás. Nuestro cuerpo es un templo sagrado desde el bautismo.

San Pablo nos recuerda que somos embajadores de Cristo, eso significa representantes del señor de señores y rey de reyes. Debemos vestirnos de acorde a esto.

Cuando decimos vestirse apropiadamente no solamente es en la iglesia, como si este fuera el único lugar para vestirse con decoro y modestia, debemos hacerlo a todo hora y en todo lugar. Nunca debemos olvidar que somos cristianos 24/7 y eso significa siempre.

3.- Evite las malas compañías

San Pablo decía que las malas compañías corrompen la moral. Este proverbio expresa concisamente la siguiente verdad:

"Dime con quién andas y te diré quién eres".

No tenemos que ser genios para saber que tendemos imitar a nuestros amigos y a nuestros compañeros.

Oremos por la gracia de encontrar uno o dos amigos que sean realmente nobles, honestos, puros, cristianos trabajadores y habrás descubierto un verdadero tesoro.  La sabiduría del viejo testamento nos enseña que encontrar un buen amigo es encontrar un tesoro.

4.- Cuide su mirada

Otro proverbio es oportuno para este concepto: "La curiosidad mató al gato". Peor aún, la mirada pícara del Rey David resultó en el adulterio con Betsabé, y eventualmente en el asesinato de su marido, el valiente y honesto soldado Urías de hitita (2 Samuel 11).

El santo hombre Job afirmó:

"Yo establecí un pacto con mis ojos para no fijar la mirada en ninguna joven" (Job 31,1)

Finalmente, Jesús lo deja por sentado en una de sus Bienaventuranzas:

"Benditos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5,8)

En un mundo colmado con imágenes impuras, humanas y digitales, más que nunca necesitamos tener estricta custodia de nuestros sentidos, en especial nuestra vista.

5.- Evitar ser impulsivo

Otra actitud o disposición que debemos evitar es rendirnos a nuestra impulsividad, en todos los sentidos, pero especialmente al hablar.

Un buen proverbio indica: "Piensa antes de hablar". Otro proverbio, que de algún modo hace caer en cuenta a aquellos que hablan y después piensan es el siguiente: "No digas algo de lo que te puedas arrepentir". 

A un nivel espiritual más elevado Santiago nos advierte:

"Debemos estar listos para escuchar y lentos para hablar".

Santo Tomás de Aquino ofrece esta interesante perspectiva:

"Dios nos ha dado dos orejas y una boca para así escuchar el doble de lo que hablamos".

¡Medita sobre esto antes de hablar!

6.- Medios electrónicos

De suma importancia para todos los que ahora vivimos en este universo electrónico es la extrema necesidad de prestar atención acerca del uso de los medios electrónicos actuales.

Como dijo el Venerable Fulton Sheen:

"Obviamente nunca abriremos la boca para escarbar en la basura".

También estableció que: podemos fácilmente ser embebidos y absorbidos por la basura moral con nuestros ojos.

Un buen vomito puede liberarnos de la basura física consumida. Sin embargo, puede llevar años borrar o eliminar una imagen que hemos visto de una de las muchas fuentes del moderno mundo de los medios electrónicos.

Nuestra mente es un gran archivo que guarda todas nuestras experiencias, todo lo que hemos hecho, al igual que todo lo que hemos visto.  Por consiguiente, debemos ser estrictos con nosotros mismos y con nuestros hijos acerca de lo que traemos a nuestras mentes y nuestros corazones a través de lo que vemos.

7.- Síndrome de teleadicto

La ociosidad es el taller del diablo, es otro proverbio a tomar en cuenta. En otras palabras, si no tenemos nada que hacer, entonces el diablo nos dará muchas cosas por hacer.

San Juan Bosco tenía un miedo mortal de la época de vacaciones para la juventud y adolescentes.

El trabajo es bueno para todos nosotros. El trabajo perfecciona nuestro carácter y ayuda a cultivar nuestros talentos. El trabajo sirve como medio para ayudar a los demás. El trabajo fue lo que Dios le ordenó a Adán después del pecado original:

"Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado". (Génesis 3,19)

8.- Pereza mental

Para darle seguimiento al punto siete el síndrome del teleadicto, está la pereza mental. Otro eslogan juvenil es: "Si no lo usas lo pierdes".

Dios nos ha dotado a todos con una mente que él desea cultivemos. Un jardín que no se cultiva bien rápidamente le crece maleza. Una mente que no se cultiva permite el crecimiento de maleza en el cerebro.

Esta pereza mental puede ser prevenida o corregida a través del excelente hábito de la buena lectura.

Nunca hemos vivido en un mundo con tanta confusión. Sin embargo, nunca habíamos vivido en un mundo con tan buena literatura. Depende de nosotros encontrar buena literatura y formar el hábito de la lectura.

Algunos de nuestros mejores amigos pueden ser los buenos libros. San Ignacio recibió la gracia de su conversión a través de la lectura de buenos libros: La vida de los Santos.

9.- Evitar comer demasiado

La gula es uno de los siete pecados capitales. La definición de la glotonería es: Un deseo desordenado de comer y beber. Muchos problemas de salud son resultado de malos hábitos alimenticios.

También la glotonería, la lujuria y la pereza a menudo trabajan juntas como un equipo para llevarnos al pecado. ¿Cuál es el remedio? Aquí lo tienes: Orar por un autentica hambre de Jesús, el pan de vida (Leer a Juan, capítulo 6:22-71, la palabra del pan de vida).

En el Padre Nuestro rezamos: "Danos hoy el pan nuestro de cada día". Esto puede ser interpretado de una manera sacramental, el hábito de ir a misa y recibir a Jesús en la sagrada comunión, el verdadero pan de vida. Esto nos ayudará a subordinar los deseos del cuerpo al dominio de la voluntad.

10.- Evitar opiniones contrarias a nuestra madre María

Muchos protestantes rechazan vehementemente el poder de la intercesión de María, para su propio detrimento espiritual.

María nunca, y digo nunca, nos distancia de Jesús. Por el contrario, como afirma San Luis de Montfort:

"María es el camino más rápido, seguro y más corto hacia Jesús".

María es el ATAJO a la Unión con Jesús, si te gusta verlo así. Las últimas palabras de María grabadas en la Sagrada Escritura fueron pronunciadas en la fiesta de la boda de Caná:

"Hagan lo que Él les diga". (Juan 2,5)

¡Sin duda, el mejor consejo en todo el mundo! Nuestra señora sirve como puente a la unión con Jesús.

A continuación las palabras del Cura de Ars, San Juan María Vianney:

"Todo lo que el Hijo pide al Padre se lo concede. Todo aquello que la Madre pide al Hijo le es igualmente concedido".

San Efrén, con su mística y destello poético  exclama:

"La incomparable Madre de Dios es el más puro incensario de oro. En sus oraciones se ofrece al Dios eterno".

Por último, medita en oración sobre las palabras de San Maximiliano Kolbe:

"Colocaos en las manos de María; ella pensará en todo y proveerá las necesidades de tu cuerpo y alma. Por lo tanto, está en paz, en paz total, con confianza ilimitada en ella".

CONCLUSIÓN

Es muy cierto que debemos evitar todos los peligros que pueden comprometer tan fácilmente la salud de nuestro cuerpo, aquello que pertenece a nuestra vida natural. Sin embargo, debemos tomar una decisión más firme por nuestra parte, y por el beneficio de quienes nos han confiado a nuestro cuidado, para evitar todo el veneno moral que puede posiblemente matar la vida espiritual en nuestras almas.

¡Que nuestra señora logre para nosotros la gracia de amar a Dios con todos nuestros corazones, mentes y almas para que un día el cielo sea nuestro hogar y lugar de perpetuo reposo!

Santa María, ruega por nosotros los pobres pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

¿Por qué nos persignamos al pasar frente a una Iglesia?

Es curioso observar cómo la gente al pasar por una Iglesia católica tiene diversas reacciones

Entre los católicos se acostumbra que cada vez que pasamos frente a una Iglesia nos santiguamos haciendo la señal de la cruz. Pero ¿Qué significa hacer este signo? ¿Es obligación hacerla o no?

Es curioso observar cómo la gente al pasar por una Iglesia católica tiene diversas reacciones, desde aquellos que se detienen por un momento y hacen la señal de la cruz, otros que parecen hacer ciertas muecas como si se avergonzaran de que los vieran y tratan de disimular haciéndolo de manera rápida y sin sentido, finalmente, están los que pasan de largo sin hacer ningún signo.

Hacer la señal de la cruz o santiguarse de manera consciente es una forma de saludo a Dios, de quien decimos que todo templo es su casa, porque allí habita en la forma del pan, en el Santísimo Sacramento del Altar.

Pero no solamente nos santiguamos cuando pasamos frente a un templo, también lo hacemos al levantarnos en las mañanas, al salir de casa, al empezar la jornada de trabajo diaria, antes de recibir los alimentos y al acostarnos por el día que termina.

El Catecismo de la Iglesia Católica refiere en su numeral 2157 que: “El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades”.

Por tanto, hacemos este signo para recordar nuestra fe en Cristo Jesús que murió por nosotros en la cruz aun siendo pecadores; asimismo, nos reconocemos hijos de Dios a quien invocamos en el misterio de la Santísima Trinidad para ponernos bajo su protección y ayuda.

Cuando nos persignarnos retomamos una tradición apostólica muy antigua. El escritor Tertuliano, escribía: “En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con el signo de la cruz”.

Para nosotros los católicos la cruz no es símbolo de muerte, sino de salvación, pues ésta es la llave por la que nosotros podemos entrar al Reino. Ya lo dijo Jesús: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8, 34). Por tanto, más que el signo de la cruz y el acto de persignarse, nos recuerdan que queremos ser seguidores de Jesús de una manera total y comprometida.

Hay que decir que fuera de la Misa y de las oraciones, no es obligatorio hacer la señal de la cruz, pero sí es necesario y bueno ya que nos hace ser coherentes con nuestra fe en vida, palabra y actos.

No perdamos esta costumbre de reconocimiento a Dios que se encuentra vivo y presente en el Sacramento del Altar en cada Iglesia que hay en el mundo. ¡No te avergüences! Hagamos la señal de la cruz con amor, devoción y orgullo de sabernos hijos amados por Dios. Recuerda las palabras de Jesús: “Yo les aseguro: Si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la Gloria de su Padre rodeado de sus santos ángeles” (Mc 8, 38).

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