Ir a buscar la oveja que se extravió

Ponciano e Hipólito, Santos

Memoria Litúrgica, 13 de agosto 

Mártires

Martirologio Romano: Santos mártires Ponciano, Papa, e Hipólito, presbítero, que fueron deportados juntos a Cerdeña, y con igual condena, adornados, al parecer, con la misma corona, fueron trasladados finalmente a Roma, Hipólito, al cementerio de la vía Tiburtina, y el papa Ponciano, al cementerio de Calisto (c. 236).

Breve Semblanza

Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro, en el año 230, encontró a la Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro afamado por su conocimiento de la Escritura y por la profundidad de su pensamiento. Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono Calixto como papa (217) y, a partir de ese momento, se había erigido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían peligrosamente al último capricho.

El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados.

Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto.

Deportados a Cerdeña, se unieron en una misma confesión de fe, y no tardaron en encontrar la muerte. Después de la persecución, el papa Fabián (236-250), pudo llevar a Roma los cuerpos de ambos mártires. El 13 de agosto es precisamente el aniversario de esta traslación.

Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto que un dibujo del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.

La importancia de saber ser pequeños

Santo Evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10.12-14. Martes XIX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, que esté dispuesto a correr el riesgo de volver a ser como un niño.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10.12-14

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?".

Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos". Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.

¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella, que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Solamente quien tiene un corazón endurecido puede no conmoverse ante la inocencia de un niño. Y es que la ternura y espontaneidad de un infante nos recuerda de una época en nuestra propia vida en que todo parecía más simple, en que -en toda sinceridad- nos hacíamos menos complicaciones.

Sin embargo, más allá de este elemento nostálgico, hay una razón más profunda por la que Jesús nos llama a ser nuevamente como niños. Dicho motivo está relacionado con nuestra pequeñez, es decir, nuestra debilidad. Un niño no teme ser incapaz de hacer algo, porque sabe que alguien más le ayudará a conseguirlo; un niño no tiene miedo de ser débil y dejar que otros vean que lo es.

¡Qué diferente es la visión del adulto, que aparenta ser perfecto e irreprochable en todo! Ahí es donde se equivoca. No se da cuenta, pero detrás de esa máscara esconde una actitud verdaderamente torcida: decir ‘no’ a ser como niños es rehusarse también a dejar que Cristo sea el salvador de nuestra vida. Quien actúa así ciertamente no podrá jamás entrar en el Reino de los Cielos.

Cuando Jesús se acerque a ti, existe la posibilidad de que sea recibido por un letrero que diga: ‘Se busca salvador, interesados tocar a la puerta’; o bien por otro letrero que además indique: ‘El puesto ya fue ocupado por mí mismo, no molestar.’ De ti depende si quieres abrir tu corazón a Él o pedirle que siga su camino en busca de alguien que sí esté dispuesto a correr el riesgo.

«Usted dijo una expresión que es conmovedora: la “cultura del niño”. Hoy tenemos que retomarla. La cultura de los niños. Hay una cultura de sorpresa al ver crecer, ver cómo se sorprenden con la vida, cómo entran en contacto con la vida. Y debemos aprender a hacer lo mismo.

Esa senda, ese camino que todos hemos hecho como niños, debemos reanudarlo. Usted citó el Evangelio de Marcos: “Dejad que los niños...”; pero también hay otros pasajes del Evangelio en los que Jesús va aún más lejos: no dice solamente que se acoja a los niños y que quien les acoge le recibe a Él, sino que va más allá: “Si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”.

Y esto es lo que la cultura del niño debe enseñarnos. De alguna manera debemos volver a la sencillez de un niño y sobre todo a la capacidad de sorprendernos. ¡Las sorpresas! Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, y debemos aprender esto».

(Saludo improvisado de S.S. Francisco en el Encuentro con los miembros del Instituto de los Inocentes, 24 de mayo de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es

lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy viviré de cara a Dios con sencillez, no buscando dar una impresión de ser alguien que no soy.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Abrir el corazón para poder escuchar

Aquél que sabe reconocer las palabras del corazón de quien escucha, ése sabe verdaderamente escuchar

¿Alguna vez has escuchado, con atención, hablar a una persona?, ¿alguna vez has asistido a una plática, conferencia, charla? No vayamos lejos, ¿alguna vez has escuchado una homilía o un sermón? Cuando percibes las palabras y las ideas que se presentan, ¿cómo las recibes?, ¿cómo las escuchas?

Existen dos modos de escuchar. Solo uno de ellos es verdadero. Solo uno de ellos es propio del hombre. Antes de referirnos a ellos encontramos primero lo que es tan solo "oír". Consiste en nada menos que en recibir sonidos. Después encontramos el primer modo de escucha. Éste sabe decodificar informaciones.

Recibe las ideas y las organiza. Comprende el mensaje mismo. Al final encontramos, sin embargo, el único modo real: es aquél que recibe todo lo que escucha no solo como simples sonidos, pero tampoco ni siquiera como meras informaciones, sino sobre todo como aquello que podría llamarse la palabra de un corazón.

Aquél que sabe reconocer las palabras del corazón de quien escucha, ése sabe verdaderamente escuchar. Aquél que sabe reconocer las palabras del corazón, puede identificar al que tan solo emite solo ideas, pero también al que transmite todo su ser por la palabra.

Quizás si el gentío hubiese buscado mirar más allá de las ideas, quizá si los apóstoles hubiesen mirado más allá de las doctrinas, quizá si yo mismo buscara mirar más allá de las palabras para tocar el corazón, entonces quizás la parábola cesaría de ser parábola para pasar a ser vida.

El florecer de una sonrisa

La felicidad completa, íntegra, solamente puede nacer en un espíritu serio y compenetrado de su vocación de hijo de Dios

En un artículo anterior llamado, Seriedad un paraíso interior, meditamos en la importancia vivir conscientes y de acuerdo a la jerarquía de valores creada por Dios, dando importancia a lo que realmente la tiene y luchando para no sucumbir ante nuestras malas tendencias e inclinaciones, que nos hacen banalizar lo que es sublime y eterno y dar importancia a lo insustancial y efímero.

Delante de este vasto panorama, si estamos abiertos a la gracia de Dios, siempre veremos motivo para repetir un detenido examen de conciencia, y como consecuencia para un propósito de cambio.

Muchas conclusiones podemos sacar cuando penetramos en esa esfera de lo trascendental, en ese clima de seriedad, intentando alcanzar o al menos rozar con nuestros frágiles dedos las verdades eternas.

Una joya que no todos encuentran

Peregrinando en los vastos terrenos que nos brinda la meditación cristiana, a diferencia de ciertas "escuelas orientales" que como que enemistados con la creación cierran sus ojos y buscan en la nada su sustento, podemos encontrar joyas realmente sorprendentes. Y quizás una de las más bellas y luminosas es la sonrisa.

Cuando un hombre se deja tocar por la gracia de Dios, seriamente se introduce en la atmósfera de la sagrado y penetra en sí mismo, no para encontrarse y egolátricamente autocontemplarse, si no para encontrarlo a Él, el Divino huésped del alma, y allí dentro, en lo más profundo, siente el germinar de algo bello, auténtico, sublime y que florece en una sonrisa.

Y es aquí que volvemos al tema de la seriedad y vemos como la felicidad completa, íntegra, solamente puede nacer en un espíritu serio y compenetrado de su vocación de hijo de Dios.

La variedad de sonrisas y de expresiones de felicidad puede ser tan amplia como los colores y formas de las flores de un jardín, pero si vienen de un hombre juicioso y sabio brillarán principalmente por su autenticidad.

Un jardín de felicidad

En el jardín de la humanidad, pueden nacer sonrisas como los girasoles que no borran sus colores porque saben aprovechar cada minuto, cada segundo, la luz que nunca se apaga y siempre brilla para los que a ella se quieran volver.

Como flores silvestres son los hombres que en la convivencia están alegres, compartiendo y ayudándose mutuamente, y que santamente juegan y como que bromean para hacer pasajeros los días de tormenta, y a pesar de las peores condiciones nunca permiten que se borre su sonrisa.

Como tulipanes son las flores del intelecto que en intensos colores expresan los frutos de un recto razonamiento que llena de satisfacción.

De las más variadas formas y exóticas son las orquídeas que parecen expresar la variedad del genio de los artistas que fieles a la verdad pueden llenar de pulcritud y alegría nuestras vidas.

Como Edelweiss, la flor de las nieves son las almas vírgenes que brillan tan alegre y esplendorosamente, porque se retiraron del mundo para mecerse en las más altas cumbres y competir con las águilas.

Santa Gemma Galgani - Flor Edelweiss

Y así podríamos seguir hablando de flores... ¡pero como olvidar a la Reina!...

Para poseer la perfecta alegría y llegar a la tierra a la más bella de las flores hay que pasar por un tallo lleno de espinas, que nos hará sangrar, sufrir, y tanto como quizás no podríamos imaginar.

Flor nacida del dolor

En un acto de amor incomprensible para nuestro entendimiento, Dios se hizo hombre para compartir nuestros padecimientos, pero principalmente abrirnos las puertas de la felicidad eterna y enseñarnos cómo la podremos alcanzar en esta tierra y después de nuestra muerte. No hay ninguna fórmula mágica, solamente tenemos que seguirlo a Él. ¿Pero qué significa esto?: " Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" Mateo 16:24.

Y por lo tanto vemos que lo que parece simple en realidad es una meta alcanzable sólo por verdaderos héroes, pues si realmente queremos obtener la felicidad tenemos que negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo hasta el holocausto, con amor y sin reservas, como Él lo hizo.

Nuestro Señor pudo habernos redimido con una sola gota de sangre que hubiese salido de su sacrosanto cuerpo, pero no, el quiso pasar por los más inimaginables tormentos, y con un diluvio de sangre, hacer llorar y temblar la tierra estremecida ante tan incomparablemente trágica escena, el Inocente, aquél que hizo solo bien, Dios encarnado, con su cuerpo destrozado y ensangrentado colgando en una cruz entre dos criminales.

Pero una vez que la Luz Divina dispersó las tinieblas triunfando magníficamente sobre la muerte y el pecado, de esa tierra nutrida con la Sangre del Salvador surgió una flor, una rosa insuperable, motivo de la alegría del mundo entero, la Santa Iglesia Católica.

Todo Dios lo hizo con infinita sabiduría, y es por eso que creo que la Reina de la flores, la Rosa, tiene su tallo lleno de espinas, quizás para recordarnos que las cosas más bellas, nacen del dolor, las más altas vocaciones tendrán caminos llenos de espinas, y que solo de la roja sangre y un completo holocausto nace la verdadera y suprema felicidad.

Flor nacida del holocausto

Pocos meses antes de morir el padre espiritual de los Heraldos del Evangelio, el Dr. Plinio Correa de Oliveira, hablaba en una conferencia sobre el papel del sufrimiento en la vida de los hombres, en cuanto condición indispensable para la digna representación de la majestad y la sacralidad. Y defendía que el dolor bien aceptado es por su vez, generador de una alegría festiva, característica de las almas que se entregan a Dios sin nada reservar para sí... El perfecto amor a la Cruz. Y decía:

"El verdadero dolor tiene en sí la misteriosa fiesta del ofrecimiento llevado al efecto" 1. Y haciendo alusión a las palabras del Divino Salvador en la cruz, comentaba en seguida: "Es propio del holocausto haber sido dado con tan buena voluntad que, en la hora del "Consummatum est" (Todo está consumado), florece una sonrisa".

Poco tiempo después, cuando este varón verdaderamente católico apostólico y romano cruzó los umbrales de la eternidad, al contemplar su rostro en el ataúd, sus hijos espirituales pudieron comprobar, que sus sabias enseñanzas no eran mera poesía... eran realidad. Y vieron florecer una sonrisa que permanecerá en la eternidad.

Los milagros de Lourdes son algo inexplicable

Así lo confiesa Luc Montagnier, Nobel de Medicina y declarado agnóstico

Danila Castelli es una mujer italiana que sufría una grave hipertensión y que tras visitar Lourdes en 1989 quedó totalmente sanada. Este caso supuso el milagro oficial número 69 que ha reconocido la Iglesia Católica en este santuario mariano desde la aparición de la Virgen a la joven Santa Bernadette en 1858.

Desde aquel momento se han registrado más de 7.000 curaciones "inexplicables" en Lourdes aunque sólo unas decenas se han considerado milagros. Y ello es debido a las rigurosas condiciones establecidas para el estudio de estas curaciones.

Sin embargo, el debate sobre las apariciones y las curaciones en Lourdes lleva décadas produciéndose y las burlas y críticas de los ateos más beligerantescontrastan con el respeto y consideración de profesionales de reconocido prestigio ante un fenómeno religioso que no deja indiferente a nadie.

Es el caso del Premio Nobel en Medicina y Príncipe de Asturias, Luc Montagnier. Este médico francés es conocido por haber descubierto el virus del VIH así como por otras importantes aportaciones a la ciencia.

Y resulta muy interesante conocer la opinión de este reconocido científico y exdirector del Instituto Pasteur precisamente sobre Lourdes, un lugar que exige tener una gran fe. Este hecho quedó acreditado en un libro que recogía los diálogos entre Montagnier y el monje cisterciense, Michel Niassaut, titulado el Le Moine et le Nobel.

"No hay necesidad de negar nada"

En un momento dado de la conversación salió a relucir las curaciones inexplicables en Lourdes. ¿Qué opinaría un Nobel de Medicina no creyente sobre este asunto? Su respuesta significaría un ejemplo de coherencia para el mundo de la ciencia. "Cuando un fenómeno es inexplicable, si realmente existe, no hay necesidad de negar nada", afirmaba de manera tajante Luc Montagnier. En este sentido, el Nobel de Medicina aseguraba que "en los milagros de Lourdes hay algo inexplicable".

Además, Montagnier afeaba la conducta de algunos compañeros suyos y decía en este libro que "muchos científicos cometen el error de rechazar lo que no entienden. No me gusta esta actitud. A menudo cito esta frase del astrofísico Carl Sagan: ´la ausencia de prueba, no es prueba de ausencia´".

"Los milagros son inexplicables"

En este sentido, agregó que "en cuanto a los milagros de Lourdes que estudié, creo en realidad que es algo inexplicable (…) No me explico estos milagros pero reconozco que hay curaciones que no están incluidos en el estado actual de la ciencia".

Como descubridor del virus del VIH, Montagnier ha tenido una relevancia muy importante en la segunda mitad del siglo XX y pese a las tradicionales críticas del mundo anticatólico por el posicionamiento de la Iglesia en cuanto al SIDA, este científico alaba el papel del mundo católico ante estos dramas.

Su colaboración con la Iglesia

De hecho, relata que "con mi colega estadounidense Robert Gallo obtuve una audiencia con el Papa (Juan Pablo II) sobre la forma en la que podíamos aumentar nuestra colaboración con el personal que trabaja en la sombra en las misiones católicas en África. Ellos tratan a las personas afectadas por el SIDA y hacen prevención contra la propagación del virus".

Esta importante, y muchas veces olvidada labor, es muy destacada por este Premio Nobel. "Las órdenes religiosas cristianas han jugado un papel muy positivo en el cuidado de los enfermos. Reconozco que, en el ámbito de la atención hospitalaria, la Iglesia ha sido pionera".

La vital labor de la Iglesia contra el SIDA

"Pude ver de cerca en mis largos años de investigación del SIDA, sobre todo al principio, cada día a pacientes condenados a una muerte inevitable. A menudo la fe y la cercanía de la Iglesia les ayudaron a hacer frente a la enfermedad y a que no se sintieran abandonados. Es a través de esta experiencia por lo que siempre he reconocido la contribución pionera e inestimable de la Iglesia en el campo de la atención hospitalaria", afirmaba este científico francés

La estima del agnóstico Montagnier por la Iglesia es grande. Incluso se ofreció, y ayudó a Juan Pablo II a la hora de frenar el avance del Parkinson que sufría. En su opinión si los valores del cristianismo prevalecieran en el mundo, el planeta ganaría mucho. "Hay 2.000 millones de cristianos, de los cuales 1.100 son católicos. Sus buenos sentimientos están presentes" pero no son los que gobiernan el mundo. Ojalá, considera, el amor al prójimo condujera el mundo.

La relación de otro premio Nobel con Lourdes

Sin embargo, Montagnier no es el único Premio Nobel que tiene una relación con Lourdes. Mucha más profunda fue la de Alexis Carrel, Nobel en Medicina en 1912.

De hecho, su relación con estas curaciones le llevó incluso a la conversión al catolicismo.

En 1903 Carrel era un joven médico ateo. Un compañero que iba a acompañar como doctor a un grupo que peregrinaba a Lourdes no pudo asistir y le pidió que fuera él quien le sustituyera. Accedió a ir para comprobar personalmente la falsedad de los milagros que se atribuían a aquel lugar. Pero allí justamente asistió personalmente a uno de ellos, hecho que le cambió la vida.

Visitó a una mujer moribunda a causa de la tuberculosis. Observó y analizó todos los síntomas. Sin duda, moriría pronto. El milagro se produjo ante sus ojos. Salió de las piscinas y todo había desaparecido. Ese hecho produjo su conversión, la cual narró en un libro que supuso un escándalo para el naturalismo escéptico dominante en aquel momento en Francia.

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