Les doy mi paz

Elena, Santa

Reina, 18 de agosto

Martirologio Romano: En Roma, en la vía Labicana, santa Elena, madre del emperador Constantino, que tuvo un interés singular en ayudar a los pobres y acudía a la iglesia piadosamente confundida entre los fieles. Habiendo peregrinado a Jerusalén para descubrir los lugares del Nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración ( c. 329).

Breve Biografía

En un mesón propiedad de sus padres en Daprasano (Nicomedia) nació pobre en el seno de una familia pagana. Allí pudo, en su juventud, contemplar los efectos de las persecuciones mandadas desde Roma: vió a los cristianos que eran tomados presos y metidos en las cárceles de donde salían para ser atormentados cruelmente, quemados vivos o arrojados a las fieras. Nunca lo entendió; ella conocía a algunos de ellos y alguna de las cristianas muertas fueron de sus amigas ¿qué mal hacían para merecer la muerte? A su entender, sólo podía asegurar que eran personas excelentes.
San Ambrosio, que vivió en época inmediatamente posterior, la describe como una mujer privilegiada en dones naturales y en nobleza de corazón. Y así debía ser cuando se enamoró de ella Constancio, el que lleva el sobrenombre de Cloro por el color pálido de su tez, general valeroso y prefecto del pretorio durante Maximiano. Tenía Elena 23 años al contraer matrimonio. En Naïsus (Dardania) les nació, el 27 de febrero del 274, el hijo que llegaría a ser César de Maximiano como Galerio lo fue de Diocleciano.

Pero no todo fueron alegrías. Elena fue repudiada por motivos políticos en el 292 para poder casarse Constancio con la hijastra de Maximiano y llegar a establecer así el parentesco imprescindible entre los miembros de la tetrarquía. Le costó mucho saberse pospuesta al deseo de poder de su marido, pero esto lo aceptó mejor que el hecho de verse separada de su hijo Constantino que pasó a educarse en el palacio junto a su padre y donde se reveló como un fantástico organizador y estratega.

Muerto Constancio Cloro en el 306, Constantino decide llevarse a su madre a vivir con él a la corte de Tréveris. En esta época aún no hay certeza histórica de que su madre fuera cristiana. Sí, cuando -por testimonio de Eusebio de Cesarea- aparezca sobre el sol el signo de la cruz con motivo de la batalla de Saxa Rubra y la leyenda "con este signo vencerás" que dio el triunfo a Constantino y lo hizo único Emperador de Roma, en el 312.

Aunque el emperador retrasará su bautismo hasta la misma muerte, es complaciente con la condición de cristiana que tiene su madre que daba sonados ejemplos de humildad y caridad. Incluso parece descubrirse la influencia materna tras el Edicto de Milán que prohibía la persecución de los cristianos y los edictos posteriores que terminan vetando el culto a los dioses lares.

Agasaja a su madre haciéndola Augusta, acuña monedas con su efigie y le facilita levantar iglesias.

En el 326 Elena está con su hijo en Bizancio, a orillas del Bósforo. Aunque se aproxima ya a los setenta años alienta en su espíritu un deseo altamente repensado y nunca confesado, pero que cada día crece y toma fuerza en su alma; anhela ver, tocar, palpar y venerar el sagrado leño donde Cristo entregó su vida por todos los hombres. Organiza un viaje a los Santos Lugares en cuyo relato se mezclan todos los elementos imaginables pertenecientes al mundo de la fábula por tratarse del desplazamiento de la primera dama del Imperio a los humildes a lejanos lugares donde nació, vivió, sufrió y resucitó el Redentor. Pero aparte de todo lo que de fantástico pueda haber en los relatos, fuentes suficientemente atendibles como Crisóstomo, Ambrosio, Paulino de Nola y Sulpicio Severo refieren que se dedicó a una afanosa búsqueda de la Santa Cruz con resultados negativos entre los cristianos que no saben dar respuesta satisfactoria a sus pesquisas. Sintiéndose frustrada, pasa a indagar entre los judíos hasta encontrar a un tal Judas que le revela el secreto rigurosamente guardado entre una facción de ellos que, para privar a los cristianos de su símbolo, decidieron arrojar a un pozo las tres cruces del Calvario y lo cegaron luego con tierra.

Las excavaciones resultaron con éxito. Aparecieron las tres cruces con gran júbilo de Elena. Sacadas a la luz, sólo resta ahora la grave dificultad de llegar a determinar aquella en la que estuvo clavado Jesús. Relatan que el obispo Demetrio tuvo la idea de organizar una procesión solemne, con toda la veneración que el asunto requería, rezando plegarias y cantando salmodias, para poner sobre las cruces descubiertas el cuerpo de una cristiana moribunda por si Dios quisiera mostrar la Vera Cruz.

El milagro se produjo al ser colocada en sus parihuelas sobre la tercera de las cruces la pobre enferma que recuperó milagrosamente la salud.

Tres partes mandó hacer Elena de la Cruz. Una se trasladó a Constantinopla, otra quedó en Jerusalén y la tercera llegó a Roma donde se conserva y venera en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén.

No han faltado autores que atribuyan a la fábula el hecho de la invención por Elena basándose principalmente en que no hay noticia expresa de tamaño acontecimiento hasta un siglo después. Ciertamente es así, pero lo resuelven otros estudiosos afirmando que la fuente histórica que relata los acontecimientos es el historiador contemporáneo Eusebio de Cesarea al que en su Vita Constantini sólo le interesan los acontecimientos realizados por Constantino, bien porque sigue los cánones de la historia contemporánea, o quizá porque sólo le interesa adular a su anfitrión.

Murió Elena sin que sepamos el sitio ni la fecha. Su hijo Constantino dispuso trasladar sus restos con gran solemnidad a la Ciudad Eterna y parte de ellos se conservan en la iglesia Ara Coeli, dedicada a Santa Elena, la mujer que dejó testimonio tangible y visible en unos maderos del paso salvador por la tierra de Jesús, el Hijo de Dios encarnado

¡Que te conozcan Señor!

Santo Evangelio según san Lucas 12, 49-53. Domingo XX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Que hoy pueda convencerme un poco más del amor que Tú me tienes, Señor, enciende en mí el fuego de tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 49-53

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir uzsawan bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega!

¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”. Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús es el enviado de Dios Padre y como tal nos vino a revelar lo que significa el amor que Dios tiene por nosotros. En este sentido el fuego de Cristo es su deseo de que los hombres se den cuenta de cómo es el amor de Dios, la tarea de anunciar a Cristo se resume fácilmente en esto: hacer que la gente conozca al Dio que desde un principio los amó hasta el extremo.

Esta es la misión de todo cristiano porque como sus seguidores estamos llamados a compartir la buena nueva que nos vino a revelar y hacer nuestro mayor esfuerzo en acercar a la gente a Dios.

Parte del amor que Dios nos muestra es ayudarnos a comprender que no todo en la vida es fácil y que si confiamos en Él aprenderemos a sobrellevar el sufrimiento.

«Para participar en la edificación de una sociedad abierta, plural y solidaria, es esencial desarrollar y asumir constantemente y sin flaquear la cultura del diálogo como el camino a seguir; la colaboración, como conducta; el conocimiento recíproco, como método y criterio. Este es el camino que estamos llamados a recorrer sin cansarnos nunca, para ayudarnos a superar juntos las tensiones y las incomprensiones, las máscaras y los estereotipos que conducen siempre al miedo y a las contraposiciones; y así abrir el camino a un espíritu de colaboración fructífera y respetuosa. En efecto, es indispensable oponer al fanatismo y al fundamentalismo la solidaridad de todos los creyentes, teniendo como referencias inestimables de nuestro actuar los valores que nos son comunes».

(Discurso de S.S. Francisco, 30 de marzo de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hablarle de Dios a una persona, no teóricamente, sino me experiencia de amor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Los ojos de Cristo

Artículo en donde se busca a partir de una contemplación de la mirada del mismo Cristo, y de la contemplación del trato que Él tuvo y tiene con los hombres de todos los tiempos, avivar en nosotros el deseo de ver a Cristo

Contemplar a Cristo
Los ojos son las ventanas del alma.

Por lo tanto al contemplar las miradas de nuestro redentor podremos penetrar en su interior y ver, hasta donde Él nos permita, por medio del fuego de sus ojos, el fuego de su alma, el fuego de su interior, de su bondad, de su misericordia, de sus entrañas divinas.

Nuestro gran deseo debe ser querer ver como Cristo y querer ver a Cristo en todo

Querido lector, es mi gran anhelo que se avive en tu interior el deseo de querer ver a Cristo en todo y en todos a partir de una contemplación de la mirada del mismo Cristo, de la contemplación del trato que Él tuvo y tiene con los hombres de todos los tiempos.

Conocer a Cristo es todo el problema
Debemos estar convencidos que todo se reduce al conocimiento del misterio de Cristo. Como dice San Alberto hurtado: Conocer a Cristo es todo el problema”. También Dom Columba Marmion, hablando sobre la importancia del conocimiento de Cristo como la actividad más importante del cristiano, dice: Cristo es Dios que alterna con los hombres y conversa con ellos en Judea y les muestra con su vida humana cómo vive un Dios entre los hombres para que éstos sepan cómo deben ellos vivir para ser gratos a Dios. Así que todas nuestras miradas deben enderezarse y converger en Cristo . Conocer a Cristo tiene que ser todo nuestro problema, toda nuestra tarea.

Mi vida en torno a Cristo

La vida del cristiano debe girar en torno a Cristo. Él da sentido a nuestra vida, sin él nada cobra valor. En esto han insistido mucho los santos de todos los tiempos, y nos exhortan los documentos pontificios actuales de mil maneras diversas.

Entre muchos documentos pontificios me viene a la mente el Concilio Vaticano II, y sobre todo la Gaudium et Spes: Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse” (G.S. nº 10). En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona (G.S. nº 22).

También la Lumen Gentium Nos habla de la Unión Con Cristo: Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado (1 Cor. 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención. Al propio tiempo, en el sacramento del pan eucarístico se representa y se produce la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Cor., 10,17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos .

Penetrar en su mirada

Sin duda que para que Cristo pase a ser el centro y el culmen de toda nuestra vida debemos conocerlo cada vez más en profundidad. Debemos penetrar cada vez más en su mirada, descubrir qué hay en sus ojos, meditar y contemplarlo en su trato con los hombres, para descubrir qué hay en su interior y qué pide de nosotros.

Pido disculpas al lector si soy repetitivo, pero quiero que estas verdades se nos graben a fuego y para que quede bien claro, quiero decir que he titulado este escrito “Los ojos de Cristo” para que partiendo de una contemplación de la mirada de Cristo, de esa mirada llena de misericordia, podamos penetrar cada vez más en su vida íntima hasta llegar a su corazón divino, a sus entrañas misericordiosas, y podamos también nosotros tener un trato íntimo con Él y un trato divino con las almas. Es decir, podamos tratar de buscar en todo la voluntad del Padre y querer ver en todas las almas la Imagen de Cristo resplandeciente. Es mi deseo de que quien lea estas páginas tenga un vivo deseo de ver a Cristo en todas las almas y de ver a Cristo en todos y Cristo en todo y de fundarse siempre en Cristo y sólo en Cristo.

El ver a Cristo y el ver como Cristo es una gracia que hay que pedirla todos los días:

Que el fuego de tus ojos Señor
encienda fuego en los míos,
que al ver a cada niño,
a cada hombre, a cada mujer,
a ti te vea Señor.
Que al mirar a los hombres
y mujeres
de este siglo
me alegre con los que en ti se alegran,
me entristezca con los
que en ti se entristecen,
me alegre con los que llevan
tu rostro incandescente y resplandeciente,
me entristezca con los que
llevan tu rostro oscuro y desfigurado.
Que el fuego de tu alma
encienda fuego en mi alma.
Señor, que tu madre,
la gran Virginizadora,
cubra mi alma, mi mente,
mis ojos con su manto y pueda ver
tras él la realidad de este mundo
y con el fuego de mis ojos
y de mi alma que tú me has dado
y que tu madre ha protegido,
pueda , Señor, ayudar a que brille
en este mundo, en tantos niños,
jóvenes, hombres y mujeres,
el fuego de tu ojos, el fuego de tu alma,
el fuego de tu amor.
Te ofrezco Señor mis sacrificios y mis oraciones,
mis miradas según tu corazón,
para suscitar vocaciones a la pureza,
vocaciones al fuego, vocaciones al amor.

Cristo en todo y en todos

Cristo tiene que ser nuestro centro, debemos verlo formado en todas las almas, tenemos que querer verlo en todo y en todos. Debemos ir a Cristo y a todos debemos llevar a Cristo, este es nuestro interés principal, nuestro fuego y nuestro ardor más grande.

Nuestro contacto con Cristo

Basta un simple contacto con Cristo para que Él nos cure, nos purifique, nos santifique.

Me llenan de entusiasmo las páginas del evangelio en donde se ve cuántas almas que no aman a Cristo o se apartan de Él, empiezan a amarlo, o se arrepienten, o empiezan a seguirlo después de un mínimo recuerdo de Cristo, después de un mínimo contacto real, pero profundo con Cristo mismo. Pensemos en San Pedro que después de negarlo tres veces le bastó un mínimo recuerdo de Cristo para arrepentirse y llorar amargamente. Pensemos en el buen ladrón que primero insultaba a Cristo, pero le bastó poco tiempo para convertirse a Cristo y empezar a amarlo y decirle frases hermosas como ésta: Acuérdate de mi cuando estés en tu reino.

También nosotros necesitamos un contacto con Cristo, necesitamos conocer cómo amó, cómo miró, cómo trató a los hombres, cómo nos trata a nosotros para enamorarnos de Él y entrar en contacto con Él, y así animarnos a amar como Él nos amó, ya que este es el mandamiento principal.

"Que nuestro rostro sea el de Cristo resucitado"

Papa al Obispo de Rimini, Franceso Lambiasi, con ocasión del XL Encuentro de Amistad entre los Pueblos

Con ocasión del XL Encuentro de Amistad entre los Pueblos, el Papa Francisco envió un mensaje en el que saluda a los organizadores, voluntarios y participantes.

El Papa resaltó que el tema escogido para este año, "Tu nombre nació de lo que viste", está tomado de un poema de San Juan Pablo II, que hace referencia a la Verónica, que se abre paso entre la multitud para secar el rostro de Jesús en el camino de la cruz (K. Wojty?a, "III. El nombre", en Id, Tutte le opere letterarie, Milán 2001, 155).

Amar es afirmar al otro

También hizo memoria del Siervo de Dios Don Luigi Giussani  quien comentaba este versículo poético de la siguiente manera: "Imaginemos la multitud, Cristo pasando con la cruz, y ella mirando a Cristo y abriendo un hueco entre la multitud al mirarlo. Todo el mundo la mira. Ella que no tenía rostro, era una mujer como las demás, adquirió un nombre, es decir, rostro, personalidad en la historia, por lo que todavía la recordamos, por lo que miraba. Amar es afirmar al otro" (La convenienza umana della fede, Milán 2018, 159-160).

Cultura de los residuos: discrimina y explota

El Papa Francisco profundiza su reflexión afirmando: “Cristo nos amó, dio su vida por nosotros, por cada uno de nosotros, para afirmar nuestro rostro único e irrepetible. Pero, ¿por qué es tan importante que esta proclamación resuene de nuevo hoy? Porque muchos de nuestros contemporáneos caen bajo los golpes de las pruebas de la vida, y se encuentran solos y abandonados. Y a menudo son tratados como números en una estadística. Piensa en los miles de personas que huyen de las guerras y la pobreza todos los días: ante los números, son rostros, personas, nombres e historias. Nunca debemos olvidar esto, especialmente cuando la cultura de los residuos marginados discrimina y explota, amenazando la dignidad de la persona”.

El Cardenal Parolín suma a las palabras del Papa Francisco: “He aquí, pues, el secreto de la vida, el que nos hace salir del anonimato: fijar la mirada en el rostro de Jesús y familiarizarnos con Él. Mirar a Jesús purifica nuestra vista y nos prepara para mirar todo con ojos nuevos. Cuando se encuentran con Jesús, cuando miran al Hijo del Hombre, los pobres y los sencillos se encuentran a sí mismos, se sienten amados en lo más profundo por un Amor sin medida”.

El Secretario de Estado, citando la homilía del Papa Francisco, del 21 de septiembre en Cuba, cuando se refiere a la figura de Zaqueo, dice: “Qué fuerza de amor la mirada de Jesús tuvo que mover a Mateo como lo hizo él! ¡Qué fuerza deben tener esos ojos para que se levante! Jesús se detuvo, no pasó de largo, lo miró sin prisa, lo miró en paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada le abrió el corazón, lo liberó, lo sanó, le dio esperanza, una vida nueva" (Homilía, Plaza de la Revolución, Holguín[Cuba], 21 de septiembre de 2015).

Que nuestro rostro sea el rostro de Cristo resucitado

Esto es lo que hace que el cristiano sea una presencia en el mundo diferente de todos los demás, porque trae consigo el anuncio de que -sin saberlo- los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen más sed: es entre nosotros quien es la esperanza de vida. Seremos "originales" si nuestro rostro es el espejo del rostro de Cristo resucitado. Y esto será posible si crecemos en la conciencia a la que Jesús invitó a sus discípulos, como en aquel tiempo después de enviarlos a la misión.

El Santo Padre Francisco espera, afirma el Secretario de Estado, que el Encuentro sea siempre un lugar acogedor, donde la gente pueda "fijar rostros", experimentando su propia identidad inconfundible. Es la manera más bella de celebrar este aniversario, mirando hacia adelante sin nostalgia ni miedo, siempre sostenida por la presencia de Jesús, inmerso en su cuerpo que es la Iglesia. Que el recuerdo agradecido de estos cuatro decenios de compromiso altruista y de trabajo apostólico creativo suscite nuevas energías, para el testimonio de fe abierto a los vastos horizontes de la emergencia contemporánea.

Papa Francisco: Cristiano, ¿estás dispuesto a pagar el precio de ser coherente?

Antoine Mekary | ALETEIA | I.Media

Vatican Media | Ago 18, 2019

Las palabras del Papa hoy en el rezo del Ángelus

Jesús les dice a sus discípulos:

“Vine a prender fuego a la tierra, ¡y desearía que ya estuviera encendida! (Lc 12,49) ”

Recordando estas palabras, el Papa en el Ángelus indica una opción que no se puede posponer: la opción para el Evangelio. “La adhesión al fuego del amor que Jesús trajo a la tierra envuelve toda nuestra existencia y requiere la adoración de Dios y también la voluntad de servir a los demás”.

Debemos abandonar “toda actitud de pereza, apatía, indiferencia y cierre para acoger el fuego del amor de Dios”. Jesús, explica el Santo Padre, “nos llama a difundir este fuego en el mundo, gracias al cual seremos reconocidos como sus verdaderos discípulos. El fuego del amor, encendido por Cristo en el mundo a través del Espíritu Santo, es un fuego sin límites, un fuego universal “.

El evangelio es fuego que salva

Desde los primeros tiempos del cristianismo, agrega Francisco, “el testimonio del Evangelio se ha extendido como un fuego beneficioso, superando todas las divisiones entre individuos, categorías sociales, pueblos y naciones”.

“El testimonio del Evangelio quema toda forma de particularismo y mantiene la caridad abierta a todos, con preferencia por los más pobres y los excluidos”. La adoración de Dios y la disponibilidad para los demás, enfatiza el pontífice, son esenciales para adherirse al fuego del amor de Jesús.

El primero, adorar a Dios, también significa aprender la oración de adoración que generalmente olvidamos. Es por eso que invito a todos a descubrir la belleza de la oración de adoración y a ejercitarla con frecuencia.

La segunda forma fundamental es la voluntad de servir a los demás:

Pienso con admiración en tantas comunidades y grupos de jóvenes que, incluso durante el verano, se dedican a este servicio en favor de los enfermos, los pobres y las personas con discapacidad.

Para vivir de acuerdo con el espíritu del Evangelio es necesario que, ante las nuevas necesidades que se avecinan en el mundo, haya discípulos de Cristo que sepan responder con nuevas iniciativas de caridad. Así, el Evangelio se manifiesta verdaderamente como el fuego que salva, que cambia el mundo a partir del cambio del corazón de cada uno.

La otra afirmación de Jesús, reportada en el Evangelio de hoy, puede ser desconcertante:

“¿Crees que vine a traer paz a la tierra? No, te digo, pero división. (Lc 12,51) ”

En realidad, observa el Papa, esta es una división salvífica:

Él vino a “separar con fuego” lo bueno de lo malo, lo correcto de lo injusto. En este sentido, llegó a “dividir”, a poner en “crisis”, pero de manera saludable, la vida de sus discípulos, rompiendo las ilusiones fáciles de aquellos que creen que pueden combinar la vida mundana cristiana, la vida cristiana y compromisos de todo tipo, prácticas religiosas y actitudes contra los demás. Combine, algunos piensan, la verdadera religiosidad con prácticas supersticiosas: ¡cuántos, cuántos cristianos autodenominados van del adivino o de los adivinos para que le lean las manos! Y esto es superstición, no es de Dios. Se trata de no vivir hipócritamente, sino de estar dispuesto a pagar el precio por elecciones consistentes con el Evangelio. Es bueno llamarnos cristianos, pero sobre todo debemos ser cristianos en situaciones concretas, dando testimonio del Evangelio, que es esencialmente amor por Dios y por nuestros hermanos.

¿Se pueden salvar los no bautizados?

Sí, pero aún así es mediante la unión sacramental a Cristo

Cada vez hay más personas sin bautizar en los países occidentales. Muchas veces padres que fueron bautizados de niños pero nunca desarrollaron la fedeciden no bautizar a sus hijos. Otras veces se debe a que llegan a Occidente personas de culturas no cristianas(de países islámicos, excomunistas o asiáticos).

Estas personas son amigos y vecinos de los cristianos y recordamos las palabras de Jesús: “El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16,16). También gracias a las nuevas tecnologías podemos tratarnos con socios, amigos o conocidos en Singapur o Dakar, en una cultura muy distinta a la nuestra, que estén sin bautizar.

Por supuesto, el cristianismo es una religión misionera y Jesús ordenó "id y anunciad el Evangelio, bautizad y haced discípulos, enseñar a guardar lo que os he enseñado".

Pero ¿es posible que la gracia del bautismo llegue a las personas que están sin bautizar? Este es uno de los temas más interesantes que trata José Granados García en su nuevo manual Tratado general de los sacramentos (BAC, 2017), una completa exploración de la eficacia de los sacramentos en 350 páginas.  Granados, profesor de Dogmática en el Instituto Juan Pablo II de la Universidad Lateranense en Roma,insiste en la importancia de lo corporal en la fe católica… eficaz incluso cuando no es aparente.

El Buen Ladrón: al Paraíso sin bautizarse
“La Iglesia entenderá que el bautismo es necesario para la salud [salvación], pero sabrá también que cuando el bautismo no se puede realizar por razones ajenas al sujeto, Dios lo cuenta por hecho. San Agustín pone el ejemplo del Buen Ladrón, que llegó al paraíso sin bautismo. Aunque más adelante duda si se bautizó o no (¿le salpicaría el  agua derramada del costado de Cristo?) opina que, aún no bautizado, alcanzaría la salud”, escribe Granados, citando la catequesis “De Baptismo” XXII, 29 del santo de Hipona.

“El Buen Ladrón se salvaría no por el bautismo de agua, sino por su fe y su conversión. Lo mismo se dirá de los catecúmenos que mueren antes del bautismo y de los mártires no bautizados”, añade Granados.

El judío que se autobautizó: inválido, pero salvífico
En una carta del año 1206, el Papa Inocencio III comenta el caso de un judío que se bautizó a sí mismo. Aunque el Papa considera que como tal bautismo no sería “válido” (el bautismo lo ha de impartir una persona a otra distinta) pero afirma que esta persona iría al Cielo al morir, puesto que aunque no tenía “el sacramento de la fe” tenía “fe en el sacramento”.

Pedro Lombardo, teólogo del siglo XII muy influyente durante muchos siglos por su Libro de Sentencias, ya consideraba que hay quienes sin celebrar el sacramento reciben la gracia (Sent IV, d4, c1, n1). Y San Buenaventura y otros medievales hablaban de que además del bautismo de agua (el habitual), y del de sangre (el de los mártires, aunque no hubieran sido bautizados con agua) está uno "de llama" (flaminis) que se recibe "por tener la caridad o por la contrición del corazón".
 
Hay que dejar claro que los medievales insisten en que esto es así sólo si queriendo celebrar el sacramento hay imposibilidad de ello. Citaban a San Agustín: "lo que quieres hacer y no puedes, Dios lo computa como hecho" (aunque parece que San Agustín se refería a obras malas, en Enarrationes in Psalmos LVII, 4).

Los sacramentos son necesarios... para el hombre, no para Dios
"En todo caso, el efecto de la gracia pasa por el sacramento, en cuanto se exige el afán por recibirlo. Si tal requisito se rechazara, la gracia no nos alcanzaría. Por eso el Concilio de Trento [en el siglo XVI] definirá que los sacramentos son necesarios para la salvación, al menos 'in voto' [en deseo]", añade Granados.
 
El autor detalla que "cuando se habla de la necesidad de los sacramentos esta se entiende no en cuanto obligación que constriñe a Dios, sino por parte del hombre que debe ser salvado, 'ex parte subiecti' [por parte del sujeto]. Son necesarios no solo porque Dios los manda, sino porque son el medio adecuado por el que él transmite su gracia, para salvar al hombre modelado del barro".
 
Cuando ni siquiera se conoce a Cristo
Pero, ¿y si no ha habido ni siquiera bautismo de deseo, y si ni siquiera la persona ha llegado a conocer a Cristo ni su bautismo?
 
Granados afirma que esa gracia podría llegar "también a aquellos que sin culpa de su parte no han encontrado a Cristo ni se han acercado al bautismo y a los demás sacramentos, pero que lo habrían hecho de haberle conocido. Dios les puede salvar al margen de la celebración sacramental, en cuanto se supone que habría existido este deseo si les hubiera llegado noticia del bautismo".

Estar sin rito no estar sin sacramento
Después Granados matiza que "la posibilidad de salvarse sin cumplir el rito no implica que la redención sea extrasacramental. El significado del rito brota del lenguaje del cuerpo de Cristo, al que se incorpora el cristiano. La salvación del hombre no sucede en lo recóndito del alma, sino siempre en modo corporal, es decir, a través de nuestras relaciones con el mundo y los hombres. Puede faltar el rito, lo que no puede faltar es la asimilación corporal a Jesús y a sus hermanos. Si todo hombre de buena voluntad logra salvarse es porque el Espíritu le concede que se vincule de algún modo al misterio pascual para agregarle al Pueblo de Dios" (citando aquí Gaudium et Spes 22).

Unidos al cuerpo de Cristo para entrar al Cielo 
Los que entran en el Reino (en el Cielo) lo harán participando en un cuerpo sacramental configurado al de Cristo, dice el autor. "Y ya en esta vida, por tanto, participan en cierta forma del modo de relacionarse de Jesús, presente en semilla en las experiencias originarias de todo hombre y en las diferentes culturas.
 
Granados detalla luego que "la lógica de los sacramentos, o sea, la comunicación de la gracia por las relaciones arraigadas en la carne de Jesús, es la única escogida por Dios para llevarnos a sí". Es conveniente "para  la santidad y justicia del hombre, criatura corporal llamada a la glorificación en su carne. Se trata de una necesidad absoluta por parte del hombre en lo que toca no a la ejecución del rito sino a la entrada en el espacio relacional de Jesús. El rescate de Dios a los suyos, aún sin que ocurra el sacramento, sigue siempre una lógica sacramental", concluye.

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