Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo


Faustina Kowalska, Santa

Apóstol de la Divina Misericordia, 5 de octubre

Martirologio Romano: En Cracovia, en Polonia, santa María Faustina (Elena) Kowalska, virgen de las Hermanas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia, solícita de anunciar el misterio de la divina misericordia (1938).

Fecha de beatificación: 18 de abril de 1993 por S.S. Juan Pablo II
Fecha de canonización: 30 de abril de 2000 también por el Papa Juan Pablo II.

Breve Biografía

Sor Faustina nació en el año 1905 en la aldea de Glogowiec, cerca de Lodz, como la tercera de diez hermanos en la familia de Kowalski. Desde pequeña se destacó por el amor a la oración, laboriosidad, obediencia y sensibilidad ante la pobreza humana. Su educación escolar duró apenas tres años. Al cumplir 16 años abandonó la casa familiar para trabajar de empleada doméstica en casas de familias acomodadas. A los 20 años entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde  como Sor María Faustina  vivió 13 años cumpliendo los deberes de cocinera, jardinera y portera. Su vida, aparentemente ordinaria, monótona y gris, se caracterizó por la extraordinaria profundidad de su unión con Dios. Desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. Los años de su vida conventual estuvieron marcados, pues, por el estigma del sufrimiento y las extraordinarias gracias místicas.


La misión de sor Faustina consiste en 3 tareas:

•    Acercar y proclamar al mundo la verdad revelada en la Sagrada Escritura sobre el amor misericordioso de Dios a cada persona.

•     Alcanzar la misericordia de Dios para el mundo entero, y especialmente para los pecadores, por ejemplo a través de la práctica de las nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, presentadas por el Señor Jesús: la imagen de la Divina Misericordia con la inscripción: Jesús, en ti confío, la fiesta de la Divina Misericordia, el primer domingo después de la Pascua de Resurrección, la coronilla a la Divina Misericordia y la oración a la hora de la Misericordia (las tres de la tarde). A estas formas de la devoción y a la propagación del culto a la Divina Misericordia el Señor Jesús vinculó grandes promesas bajo la condición de confiar en Dios y practicar el amor activo hacia el prójimo.



•    La tercera tarea es inspirar un movimiento apostólico de la Divina Misericordia que ha de proclamar y alcanzar la misericordia de Dios para el mundo y aspirar a la perfección cristiana siguiendo el camino trazado por la beata sor María Faustina. Este camino es la actitud de confianza de niño hacia Dios que se expresa en cumplir su voluntad y la postura de caridad hacia el prójimo. Actualmente este movimiento dentro de la Iglesia abarca a millones de personas en el mundo entero: congregaciones religiosas, institutos laicos, sacerdotes, hermandades, asociaciones, distintas comunidades de apóstoles de la Divina Misericordia y personas no congregadas que se comprometen a cumplir las tareas que el Señor Jesús transmitió por sor María Faustina.

•    Sor María Faustina manifestó su misión en el Diario que escribió por mandato del Señor Jesús y de los confesores. Registró en él con fidelidad todo lo que Jesús le pidió y describió todos los encuentros de su alma con Él. Secretaria de mi más profundo misterio ‹dijo el Señor Jesús a sor María Faustina‹ tu misión es la de escribir todo lo que te hago conocer sobre mi misericordia para el provecho de aquellos que leyendo estos escritos, encontrarán en sus almas consuelo y adquirirán valor para acercarse a mí (Diario 1693). Esta obra acerca de modo extraordinario el misterio de la misericordia Divina. Atrae no solamente a la gente sencilla sino también a científicos que descubren en ella un frente más para sus investigaciones. El Diario ha sido traducido a muchos idiomas,por citar algunos: inglés, alemán, italiano, español, francés, portugués, árabe, ruso, húngaro, checo y eslovaco.

El 18 de abril de 1993 el Papa Juan Pablo II beatificó a nuestra Sor Faustina Kowalska en la Basílica de San Pedro en Roma. Fue en el primer domingo de Pascua, en el cual, según el pedido expreso de Jesús a Sor Faustina, debía celebrarse la Fiesta de la Misericordia. Y la beatificó precisamente Juan Pablo II, quien siendo aún arzobispo de Cracovia, llevó adelante el proceso arquidiocesano como paso previo a los procesos romanos.

El 30 de abril de 2000, el Santo Padre Juan Pablo II, canonizó a Sor Faustina, en la Basílica de San Pedro, frente a 200.000 devotos de la Divina Misericordia.


Oración para alcanzar gracias por medio de la beata Sor Faustina

Oh Jesús, que hiciste de la beata Faustina una gran devota de tu infinita misericordia,
concédeme por su intercesión, si fuere esto conforme a tu santísima voluntad, la gracia de .............................., que
te pido. Yo, pecador/a, no soy digno/a de tu misericordia, pero dígnate mirar el espíritu de entrega y sacrificio de Sor Faustina
y recompensa sus virtudes atendiendo las súplicas que a través de ella te presento confiando en tí.
Padre nuestro...
Ave María...
Gloria...

Santa Faustina, ruega por nosotros.

El mayor regalo que podemos recibir

Santo Evangelio según san Lucas 10, 17-24. Sábado XXVI del Tiempo Ordinario


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Señor, dame la alegría para ser tu discípulo y abre mi corazón para poder recibirte en este momento de oración.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 10, 17-24



En aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.

Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.

En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.



Palabra del Señor.




Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



El Evangelio que llevamos hoy a nuestra oración nos presenta desde el inicio la actitud más propia del discípulo que ha sido enviado por Jesús y ha recibido la bendición de Él, la alegría.

En el momento donde salimos de nosotros mismos y tenemos una experiencia personal con Jesús, queremos llevarlo a los demás. No nos podemos quedar de brazos cruzados y Dios bendice esta iniciativa apostólica con sus proezas. No obstante, el éxito humano y la misma felicidad que se produce por esto no deben ser los principales motores por los cuales entregamos nuestro tiempo y nuestras fuerzas a vivir una vida cristiana auténtica. El principal motor de esto es que recibimos la gracia, y Dios mismo ha escrito nuestros nombres en su corazón. Este es el mayor regalo que podemos recibir. ¡Cuánta bondad de Dios permitirnos ser sus manos y sus pies y su corazón en esta tierra!

Esto Dios lo ha querido revelar a la gente de corazón sencillo. La verdadera experiencia de Dios no se puede hacer a base de libros, miles de retiros o cosas por el estilo. Es abrir el corazón a la gracia con humildad, sintiéndonos necesitados de quien puede absolutamente todo. Él infunde en nuestras mentes y corazón su Santo Espíritu para transformarnos desde dentro y, así, poder ser semilla para la transformación de quienes nos rodean.

¿Cuántos han deseado tener realmente a Dios? ¿Cuántos desean tener una experiencia real, cercana y fuerte del Señor? Muchos lo han querido, pero el Señor nos lo concede cuando somos humildes, con corazón abierto, y transmitimos esa alegría propia de quien sabe que su esperanza está en Cristo vivo.

«“Vuestros nombres están escritos en el cielo”. Con esta expresión, él se refiere a la alegría interior, la alegría indestructible que proviene de la conciencia de ser llamados por Dios a seguir a su Hijo. Es decir, la alegría de ser sus discípulos. Hoy, por ejemplo, cada uno de nosotros, aquí en la Plaza, puede pensar en el nombre que recibió el día del Bautismo: ese nombre está “escrito en los cielos”, en el corazón de Dios Padre. Y es la alegría de este don lo que hace de cada discípulo un misionero, uno que camina en compañía del Señor Jesús, que aprende de él a entregarse sin reservas a los demás, libre de sí mismo y de sus propias posesiones. Invoquemos juntos la protección materna de María Santísima, para que sostenga en todo lugar la misión de los discípulos de Cristo; la misión de anunciar a todos que Dios nos ama, quiere salvarnos y nos llama a ser parte de su Reino».
(Ángelus de S.S. Francisco, 7 de julio de 2019).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.



Propósito



Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy intentaré vivir la alegría sobrenatural de quien se ha encontrado con Cristo en cada persona.



Despedida



Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El cielo: ¿qué es? y ¿qué hay?

¡TENEMOS que llegar al cielo! Es el sentido último de nuestra vida



Esta es la pregunta que no puede faltar en ninguna clase de catequesis o grupo juvenil o – por supuesto – reunión familiar. Alrededor de este tema la gente ha dejado volar la imaginación a niveles a veces insospechados, suponiendo que habrá una fuente inagotable de chocolate y donde evidentemente nadie engordará, como para otros el cielo puede ser emborracharse en la mesa de Odín… en fin, nada más lejano de la realidad. Honestamente, nadie puede realmente decirnos cómo será el cielo o qué haremos en él. Por otro lado, sí que se puede dar cierta descripción que hará que cualquiera quiera estar allí, aunque no podamos dar el lujo de detalles.

Como primera aclaración hay que decir que la vida eterna comienza desde nuestro bautismo y no después de nuestra muerte como muchos piensan, en otras palabras, la vida eterna la hemos empezado a vivir desde ya (si es que somos bautizados), dado que a partir del sacramento del bautismo hemos empezado a participar de la vida divina.

¿Qué sabemos sobre el Cielo?

Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha[1]

Primero que nada, debemos recordar la razón por la cual Dios nos ha creado. Desde la eternidad, Dios es una comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A Dios no le falta nada. Sin embargo, por alguna razón (y ésta razón es el amor), Dios decidió libremente crearnos para luego invitarnos a compartir lo que Él es por naturaleza. Es decir, Dios nos ha creado para que compartamos la vida y el amor de la Trinidad. El Cielo es, en última instancia, el cumplimiento de esa meta. En el Cielo habremos de participar de la misma vida divina, es decir, que hemos de compartir la verdad, bondad, belleza, paz y amor de la Trinidad. Viviremos para siempre con El y gozaremos todo de Él. Ya que ésta es la razón única de nuestra existencia, el hecho de llegar el Cielo, habrá de ser el cumplimiento pleno y total de nuestros más profundos anhelos y deseos.

La Biblia nos explica que en el cielo veremos a Dios “cara a cara”[2]. En otras palabras, podremos verlo de una manera íntima y única sin nada que nos nuble la visión o que nos impida experimentarlo tal como en verdad es. Dado que siempre hay una forma de hacer que algo suene complejo e importante, esta realidad no es la excepción, así que la definición teológica para esto es la visión beatífica, y aquí dejaré que el Catecismo hable por mí nuevamente (comprenda mi incapacidad para describirlo mejor…):

A causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia “la visión beatífica”[3].

Hay que aclarar también, que el cielo no está ubicado propiamente “arriba” ni el infierno “abajo”, sino que son formas humanas que tanto las Escrituras como el arte cristiano nos han ayudado a comprender en base a alegorías y analogías, dado que nosotros estamos limitados por el tiempo y el espacio. Realidades que tanto Dios, como el cielo y el infierno, trascienden de manera absoluta.

¿A quiénes me encontraré allí?

Esta suele ser la pregunta que muchos nos hacemos al momento de pensar tanto en aquellas personas que han partido, como en aquellas que dejaremos en esta tierra cuando partamos nosotros. La Iglesia enseña que en el cielo experimentaremos un sentido profundo de comunión con todos nuestros hermanos. Por la fe sabemos claramente que la muerte no es el final de la historia; aquellos que han muerto con Cristo también vivirán con Él en la gloria. En el cielo, nos reuniremos con todos aquellos que han vivido el camino de la fe a través de la historia… sólo piénsalo por un segundo: imagínate el poder ver a nuestros seres queridos, nuestro ángel guardián y los grandes santos del Antiguo Testamento. En el cielo estaremos unidos a ellos como resultado de nuestra unión con Dios. Esa comunión será mucho mayor que cualquier amistad o amor que hemos experimentado en esta vida.

¿Cómo seremos? ¿Qué haremos?

Este es el momento para aclarar una creencia muy común: NADIE se convierte en ángel en el cielo, de modo que expresiones como “tengo un angelito en el cielo” no sólo que no son correctas, sino que reducen por completo la belleza del significado de la Encarnación. Recordemos que Dios se hizo hombre y asumió nuestra naturaleza, dándonos una dignidad mayor que la de los ángeles, es así que Dios ha puesto a ciertos ángeles a nuestro servicio. Como lo prometió Cristo (y como lo demostró resucitando Él mismo), habremos de gozar de un cuerpo glorioso como el Suyo. Sin embargo, al respecto Juan dice lo siguiente…

Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es.[4]

Aunque pareciera que san Juan se queda corto… bueno no les mentiré, no sólo él sino cualquiera se quedaría corto. Parafraseando el Catecismo, en la alegría del cielo continuaremos cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con respecto a nuestros hermanos y a la Creación entera. Es decir que habremos de reinar con Cristo por los siglos de los siglos[5]. Allí no habrá ya más dolor, cansancio, hambre ni insatisfacción alguna sino solamente felicidad plena y verdadera. ¿Han experimentado el grito de gol del equipo de nuestro país en un mundial de fútbol?… bueno, esa sensación de sentimientos encontrados de euforia y alegría suelen durar unos minutos, en el cielo – y me perdonarán los teólogos por el ejemplo un tanto inadecuado –  durarán por toda la eternidad y serán mil veces más profundo y verdadero.

Todo esto, sólo para llegar a la conclusión lógica: TENEMOS que llegar al cielo. Es el sentido último de nuestra vida y definitivamente sería un fracaso total de la existencia el no haber llegado. Que Dios nos dé la gracia de alejarnos y eliminar todo aquello que nos aleja de Su amor.
 

El Papa consagró el Sínodo para la Amazonía a San Francisco de Asís

También se llevó a cabo la plantación de un árbol como símbolo de la ecología integral.


En la fiesta de San Francisco de Asís se llevó a cabo en los Jardines Vaticanos una celebración en la que se consagró el Sínodo sobre la Amazonía a la intercesión del Santo de Asís, “ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral”, tal como lo definiera el Papa Francisco en su Encíclica sobre el cuidado de la Creación, Laudato Si’.

La ceremonia estuvo marcada por cantos, danzas y gestos simbólicos de representantes de los pueblos originarios de la Amazonía, y por las reflexiones del cardenal Peter Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, y del relator General del Sínodo, el Cardenal Claudio Hummes.

Con tierra tomada de lugares simbólicos - tierra del Tiempo de la creación del mundo, tierra de la Amazonía rica en cultura y tierra de la Amazonía bañada en la sangre de los mártires,  tierra proveniente de la India para recordar a las comunidades mundiales más vulnerables a la crisis climática y tierra que representa a los millones de refugiados y migrantes, con tierra representativa de los proyectos de desarrollo sostenible en el mundo y tierra “sedienta de justicia y paz”, con tierra proveniente de lugares donde hay tráfico de personas y de los lugares del “Fridays for Future” en representación de los jóvenes católicos de la generación de la Laudato Si’, y también con la tierra de lugares franciscanos –tras la entonación del “Cántico de las criaturas”, el Santo Padre Francisco acompañado por dos representantes de pueblos originarios, Ednamar de Oliveira Viana y José Cristo de Oliveira, y por el Card. Claudio Hummes y el Card. Lorenzo Baldisseri, procedieron a plantar un árbol de Asís en el corazón de la Iglesia Universal, como símbolo de la ecología integral.

En la conclusión de la elocuente celebración, el Romano Pontífice rezó un Padrenuestro y se despidió de los señores cardenales y de todos los presentes.

¿Qué es la Iglesia? 4 conceptos que todo católico debe conocer

Conceptos importantes que te ayudarán a responder a esta pregunta de una manera clara y sencilla


Algunas veces, durante actividades pastorales o de catequesis, me han preguntado «¿Qué es la Iglesia?». Cuando a uno le hacen esta clase de preguntas generalmente hay dos opciones, responder de una manera larga y tediosa o más bien sencilla. Depende del público al que te dirijas y de sus conocimientos o experiencias previas.

Hoy quiero explicar algunos conceptos importantes que te ayudarán a responder a esta pregunta de una manera clara y sencilla. Empecemos por entender cuál es el significado de la palabra «Iglesia».

¿Qué significa la palabra Iglesia?

La Iglesia (en griego: Ekklésia: Asamblea de personas), es el Pueblo de Dios reunidos en torno a Él. Cristo comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia (Evangelio), llevando el Reino de Dios a la tierra. El inicio de la Iglesia brotó del corazón traspasado de Cristo, muerto en la cruz en el monte Gólgota.

La Iglesia, de una manera análoga a Jesús, posee una dimensión humana (organización interna, procesos, composición de la Curia) y Divina (dimensión espiritual, la presencia del Espíritu Santo que guía, etc).

Como dimensión humana, fue organizada por el mismo Cristo. Pedro fue constituido primado de los apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia: «Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt, 16,18). Como leemos en las Escrituras, el mismo Jesús constituyó a los apóstoles y a sus sucesores los obispos, que junto al sucesor de Pedro, gobiernan a la Iglesia.

La cita de San Pablo a los Colosenses nos ayuda a comprender de una manera gráfica, el significado de la Iglesia como cuerpo, «Cristo es también la Cabeza del cuerpo, que es la Iglesia».

El cuerpo místico de la Iglesia lo conforman todos aquellos que han recibido el Sacramento del Bautismo. A lo largo de la vida, todo cristiano, está llamado a responder a la vocación que Dios llama, puede ser al matrimonio o a cualquier otra vocación perteneciente a la familia de la vida consagrada (sacerdocio, religioso, consagrado).

Estas son las cuatro propiedades de la Iglesia que todo católico debe tener presente.

1. La Iglesia es una

Comparte la misma fe, la celebración de los sacramentos, y contiene la sucesión de los apóstoles (obispos). Cada obispo es sucesor ininterrumpido de uno de los apóstoles.

2. La Iglesia es santa

El Hijo de Dios funda a la Iglesia, porque posee los sacramentos como medios plenos de la salvación de los hombres, y como finalidad, ya que canoniza a personas que han vivido durante su vida, las virtudes de fe siguiendo los caminos del Nuestro Señor Jesús.

3. La Iglesia es católica

Significa universal, porque ha sido enviada por Cristo a toda la humanidad para que se salve. La Iglesia es católica en doble sentido, pues posee en plenitud los medios de salvación (los sacramentos), y porque fue enviada por Cristo para la salvación de todos los hombres, sin importar, raza, cultura, o edad.

4. La Iglesia es apostólica

Fue fundada sobre las columnas de los apóstoles, «Llamó a los que Él quiso y vinieron donde Él. Instituyó Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-14). Los Apóstoles al ser testigos de la resurrección del Señor, confiaron el depósito de la Fe (depositum fidei) contenido en las Sagradas Escrituras y la Sagrada Tradición a toda la Iglesia.

Los sucesores de los Apóstoles, los obispos, tienen el deber de guardar, interpretar y transmitir en unión con el sucesor de Pedro, la Revelación Divina (escrita y oral).

Espero que estos elementos te ayuden a entender un poco mejor, el gran misterio que representa la Iglesia. Nosotros somos miembros de la ella y pertenecientes al Pueblo de Dios. Sigamos caminando con Jesús y de la mano de María, Madre de la Iglesia.

8 consejos prácticos para rezar mejor el Rosario

El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad- (JPII, 29 oct 78)


El Papa Juan Pablo II dijo: "El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad." (JPII, 29 oct 78) Comenzó a rezarlo desde joven y nunca lo dejó. Él mismo nos cuenta que el Rosario le acompañó en momentos de alegría y de tribulación, y que en él encontró consuelo y le confió sus preocupaciones.



No tan sólo el testimonio de Juan Pablo II y de muchos otros Papas y Santos nos exhortan a rezar el Rosario todos los días, sino la misma Virgen María se ha ocupado en diversas ocasiones de pedirnos recurrir a esta forma de oración contemplativa, especialmente para pedir por la paz del mundo.



Desde mi adolescencia tengo el hábito de rezar el Rosario todos los días, pero debo confesar que a veces caigo en la rutina: no siempre lo rezo bien. A aquellos a quienes les pasa lo mismo que a mí, quisiera compartirles algunos elementos que me ayudan para tratar de rezarlo mejor cada día.

8 consejos para rezar mejor el Rosario



Entre los 8 consejos hay actos, actitudes y reflexiones. Los he ido extrayendo de documentos de la Iglesia, sobre todo del Papa Juan Pablo II, de conversaciones con personas que disfrutan mucho el rezo del Rosario y de mi propia experiencia.



1. Antes de iniciar el Rosario es provechoso guardar unos segundos de silencio para tomar conciencia de lo que vas a hacer y así rezarlo con devoción, no mecánicamente. Adoptar la actitud del hijo que se acerca con mucho cariño a su Madre del cielo y decirle algo así: Aquí me tienes de nuevo, María, quiero estar un rato contigo, mostrarte mi afecto, sentir tu cercanía; quiero que me ayudes a conocer mejor a Tu Hijo, que me enseñes a rezar como Él y a parecerme cada día más a Él.



2. Durante unos minutos o durante todo el rezo del Rosario puedes tener delante una imagen de la Santísima Virgen que te recuerde a la que está en el cielo. A partir de la imagen perceptible con los sentidos, trae a la memoria a tu Madre del cielo y ponte espiritualmente en Sus brazos.



3. Recuerda que el Rosario consiste en meditar y contemplar los principales episodios de la vida de Cristo para conocerlo, amarlo e imitarlo. Mientras rezas las diez Avemarías de cada misterio como si fueran una melodía de fondo que tranquiliza y serena, centras tu oración en Cristo, su vida, sus enseñanzas. Los misterios del Rosario son como un compendio del mensaje de Cristo. Cada misterio tiene sus gracias especiales, grandes temas en qué meditar, grandes enseñanzas. Meditar en los misterios de la vida de Cristo nos ayuda a crecer en nuestra configuración en Él. No es un simple ejercicio intelectual, sino un encuentro vivo con Cristo, pues por las virtudes teologales podemos entrar en contacto real con Cristo.



4. "Contemplar con María el rostro de Cristo" (RVM, 3). Ponte al lado de María junto con Ella recuerda a Cristo. Si rezas así el Rosario, verás que algo sucede en tu alma mientras lo rezas. Experimentas la presencia de María que te dice que Ella está allí, siempre a tu lado, te abraza, te enseña a contemplar a Jesús. Durante el Rosario, María trabaja de manera especial en tu alma, modelándola conforme a la imagen de Jesús. Ella es quien nos conduce de modo más seguro a Cristo y lo hace no sólo con su ejemplo sino con una acción espiritual, profundamente eficaz. Cuando María y el Espíritu Santo trabajan juntos, forman una mancuerna realmente poderosa.



5. Rezar el Rosario es rezar desde el corazón de María. "Aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y la profundidad de su amor". (RVM 1) María es modelo insuperable de contemplación. A partir de la experiencia de María, el Rosario es oración contemplativa; es entrar a la escuela de oración de la Virgen María. Nos enseña mostrándonos a Jesús y permitiéndonos ver cómo ella los vive interiormente.



6. Ten siempre presente que el Rosario es un arma poderosa. Rezándolo con esta certeza de fe, obtenemos abundantes gracias a través de las manos de María. La paz del mundo es una intención particularmente querida por María. Otra intención muy especial y que, como dice Juan Pablo II, requiere hoy "urgente atención y oración", es la familia.



7. Es una oración que ayuda a unificar e integrar toda la vida y a ponerla en manos de Jesús y María, pues a lo largo de los misterios del Rosario podemos ir poniendo en sus manos las personas que más llevamos en el corazón, la familia, los amigos, la Iglesia, la nación, la humanidad, la misión, el trabajo, las preocupaciones e intenciones personales.



8. El hábito de rezar el Rosario todos los días es un modo de asegurar un contacto diario con la Virgen María, de expresarle todo tu afecto, veneración y gratitud. Es bueno tratar de rezarlo cada día mejor, con más atención, disponiéndote con las actitudes correctas, meditando mejor, poniendo más amor.


6 formas de cultivar la humildad

La humildad es la base de la vida espiritual completa. Sin esta virtud, nunca avanzaremos en la santidad


Si ustedes leen CatholicGentleman.net de vez en cuando, sabrán que frecuentemente el autor habla allí acerca de la importancia de la humildad. Los santos aclaran muy bien que la humildad es el fundamento de todo crecimiento espiritual. Si no somos humildes, no somos santos. Es así de sencillo.

Pero por muy sencillo que se diga que debemos ser humildes, no siempre resulta fácil ponerlo en práctica. De manera que, quiero hablar acerca de seis métodos para cultivar la virtud de la humildad.

1.- Ora por la gracia de la Humildad

Se puede decir con seguridad que ninguna virtud se formará en nuestras almas si no es por medio de la oración frecuente. Si realmente deseas ser humilde, ora cada día por esta gracia, pidiéndole a Dios ayuda para sobreponerte a tu amor propio.

“Debemos pedirle humildad diariamente a Dios y con todo nuestro corazón, pedir también la gracia de saber que somos nada, y que nuestro bienestar corporal y espiritual proceden de Él únicamente”. (San Juan María Vianney)

2.- Acepta humillaciones

Tal vez la manera más dolorosa pero más efectiva de aprender a ser humildes sea el aceptar humillaciones y situaciones vergonzosas. El padre Gabriel de Santa María Magdalena explica:

"A muchas almas les gustaría ser humildes, pero muy pocas desean la humillación; muchas le piden a Dios que las haga humildes y oran fervientemente por esto, pero pocas quieren ser humilladas.

Sin embargo es imposible ganar humildad sin humillación; de la misma manera en la que estudiando se adquiere conocimiento, así por medio de la humillación obtenemos humildad.

Mientras solamente deseemos esta virtud de la humildad, pero no estemos dispuestos aceptar los medios para llegar a ella, ni siquiera estaremos en el camino adecuado para adquirirla. Aún si en algunas ocasiones logramos actuar humildemente, esto podría ser el resultado de una humildad superficial y aparente en lugar de una humildad real y profunda.

Humildad es verdad; por lo tanto, digámonos que dado que no poseemos nada de nosotros mismos sino solamente el pecado, es precisamente por eso que recibimos solamente humillación y desprecio.

3.- Obedece a superiores legítimos

Una de las manifestaciones más claras del orgullo es la desobediencia (irónicamente, la desobediencia y la rebelión son reconocidas como virtudes en la sociedad moderna occidental). Satanás cayó por su orgullo, Non serviam: “No serviré”.

Por otro lado, la humildad siempre es manifestada por medio de la obediencia a la autoridad legítima, ya sea tu jefe o el gobierno. San Benedicto dice “el primer grado de humildad es la pronta obediencia”.

4.- Desconfía de ti mismo

Los santos nos dicen que cada pecado que cometemos se debe a nuestro orgullo y autosuficiencia. Si desconfiamos de nosotros mismos y depositamos toda nuestra confianza en Dios no pecaremos jamás.

Dom Lorenzo Scpuoli fue más lejos y dice:

“La desconfianza de sí es un requisito en el combate espiritual y sin esta virtud no podemos esperar vencer nuestras pasiones más débiles, ni mucho menos ganar la victoria completa”.

5.- Reconoce tu insignificancia

Otra manera muy efectiva de cultivar la humildad es meditar en la grandeza de Dios, mientras simultáneamente reconocemos nuestra propia insignificancia en relación a Él. San Juan María Vianney lo pone de esta manera:

¿Quién puede contemplar la inmensidad de Dios sin humillarse a sí mismo hasta hacerse polvo ante el pensamiento de que Dios creó el cielo de la nada, y que con una palabra puede convertir el cielo y la tierra en nada nuevamente?

Un Dios tan grande, y cuyo poder es inagotable; un Dios lleno de perfección; un Dios con una eternidad interminable; su inmensa justicia, su providencia, que reina sobre todo de manera sabia, y que cuida todo con tal esmero, ¡y nosotros somos nada!

6.- Piensa mejor de otros que de ti mismo

Cuando somos orgullosos, inevitablemente pensamos que somos mejores que los demás. Oramos como el Fariseo, “Señor, te agradezco porque no soy como otros hombres”. Este farisaísmo es increíblemente dañino para nuestras almas, y es detestable para Dios.

Tanto las Escrituras como los santos afirman que el único camino seguro es considerar a todos como mejores que nosotros mismos. San Pablo dice:

“No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo.” (Filipenses 2:3)

Thomas de Kempis resume esta enseñanza en el Capítulo 7 de su clásico La Imitación de Cristo:

"No te estimes por mejor que los demás, porque no seas quizás tenido por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre.

No te ensoberbezcas de tus obras buenas, porque son muy distintos de los juicios de Dios los de los hombres, al cual muchas veces desagrada lo que a ellos contenta.

Si algo bueno hay en ti piensa que son mejores los otros, pues así conservarás la humildad.

No te daña si te pospones a los demás, pero es muy dañino si te antepones a solo uno. Continua paz tiene el humilde; más en el corazón del soberbio hay emulación y saña muchas veces".

Conclusión

No hay duda: la humildad es la base de la vida espiritual completa. Sin esta virtud, nunca avanzaremos en la santidad. Sin embargo, la humildad no es simplemente una idea abstracta que debe ser admirada, es una virtud que debe ser aprendida y practicada en las circunstancias dolorosas de la vida diaria. Esforcémonos en ser humildes a imagen de Cristo que “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres”.



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