Purificáis lo exterior, pero Dios está en el interior

Teresa de Jesús (de Ávila), Santa

Fiesta Litúrgica, 15 de octubre

Virgen Carmelita
Doctora de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden de los Carmelitas, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha, y en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado, y compuso libros en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia ( 1582).

Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, viene del griego

Breve Biografía

Nacida en Ávila el año 1515, Teresa de Cepeda y Ahumada emprendió a los cuarenta años la tarea de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada por Dios por medio de coloquios místicos, y con la ayuda de San Juan de la Cruz (quien a su vez reformó la rama masculina de su Orden, separando a los Carmelitas descalzos de los calzados). Se trató de una misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como la suya: desde el monasterio de San José, fuera de las murallas de Avila, primer convento del Carmelo reformado por ella, partió, con la carga de los tesoros de su Castillo interior, en todas las direcciones de España y llevó a cabo numerosas fundaciones, suscitando también muchos resentimientos, hasta el punto que temporáneamente se le quitó el permiso de trazar otras reformas y de fundar nuevas cases.

Maestra de místicos y directora de conciencias, tuvo contactos epistolares hasta con el rey Felipe II de España y con los personajes más ilustres de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte económica, porque, como ella misma decía: “Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia”. Por petición del confesor, Teresa escribió la historia de su vida, un libro de confesiones entre los más sinceros e impresionantes.

En la introducción hace esta observación: “Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir mi modo de oración y las gracias que me ha concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y con claridad mis grandes pecados. Es la historia de un alma que lucha apasionadamente por subir, sin lograrlo, al principio”. Por esto, desde el punto de vista humano, Teresa es una figura cercana, que se presenta como criatura de carne y hueso, todo lo contrario de la representación idealista y angélica de Bernini.

Desde la niñez había manifestado un temperamento exuberante (a los siete años se escapó de casa para buscar el martirio en Africa), y una contrastante tendencia a la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos veces se enfermó gravemente. Durante la enfermedad comenzó a vivir algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole la percepción de la presencia de Dios y la experiencia de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus libros: “El camino de la perfección”, “Pensamientos sobre el amor de Dios” y “El castillo interior”.

Murió en Alba de Tormes en la noche del 14 de octubre de 1582, y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia.

La actitud personal hacia las cosas de Dios

Santo Evangelio según san Lucas 11, 37-41. Martes XXVIII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, dame la gracia de preocuparme más por mis actitudes interiores para que así pueda amarte con lo más profundo de mi corazón.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 37-41

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó que Jesús no hubiera cumplido con la ceremonia de lavarse las manos antes de comer.

Pero el Señor le dijo: “Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior? Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hay cosas que nos son fáciles sea por nuestra forma de ser, carácter o hábitos; Dios nos bendice cuando somos capaces de hacer ciertas cosas que a Él le agradan, especialmente en el aspecto espiritual, las cuales son muestra de que hemos avanzado en nuestro camino de santificación personal. Pero Dios no quiere que nos quedemos ahí. Él quiere que sigamos avanzando en nuestro peregrinar terreno para alcanzar la felicidad y paz interior que tanto necesitamos, siempre pidiéndonos algo más.

Dios nos invita a examinar nuestra vida para saber si hemos dejado que nuestro egoísmo entre en nosotros, y nos hace esconder cosas para que los demás no se enteren de qué es lo que hago o que digan: Pensábamos que era intachable pero ahora nos damos cuenta de quién es en verdad. Hay que alabar a Dios haciendo lo que a Él le agrada, poniendo nuestro corazón en las cosas que hacemos por Él; que todo nuestro ser pueda alabar y glorificar al Señor, que, en lo público y exterior, como en lo privado e interior, pueda seguir a Cristo dándole lo que tengo para que experimente y sienta internamente el costo de la entrega.

Señor, que pueda dejarte entrar en mi vida, aunque sea difícil aceptar lo que tú me pedirás; ayúdame a reconocer cómo puedo amarte más y que me sirva de motivación para hacerlo.

«Hagamos un examen de conciencia para ver cómo acogemos la Palabra de Dios. El domingo la escuchamos en la misa. Si la escuchamos de forma distraída o superficial, esta no nos servirá de mucho. Debemos, sin embargo, acoger la Palabra con mente y corazón abiertos, como un terreno bueno, de forma que sea asimilada y lleve fruto en la vida concreta. Así la Palabra misma nos purifica el corazón y las acciones y nuestra relación con Dios y con los otros es liberada de la hipocresía. El ejemplo y la intercesión de la Virgen María nos ayuden a honrar siempre al Señor con el corazón, testimoniando nuestro amor por Él en las elecciones concretas por el bien de los hermanos».

(Ángelus de S.S. Francisco, 2 de septiembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer una visita a la Eucaristía pidiendo por toda la gente de Iglesia que no actúa con autenticidad.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Las 7 características de un Evangelizador

Para llevar a Cristo a los demás es necesario una experiencia con Él

El pintor, pinta, el escritor, escribe, el médico, medica. Siguiendo esta lógica podemos decir que el evangelizador, evangeliza. ¿Esto es verdadero? ¿Realmente el que evangeliza es un evangelizador? Para llevar a Cristo a los demás es necesario una experiencia con Él, ya que nadie da lo que no tiene y nadie ama lo que no conoce. Ser un auténtico evangelizador no llega de la nada, se va “cocinando” con el tiempo. Es un constante aprendizaje del discípulo hacia el maestro. Es el fruto de una relación cercana, de una amistad. Esa relación se ve reflejada en las obras de los evangelizadores. ¿Cómo puedo ser un auténtico evangelizador? ¿Cómo puedo dar testimonio al mundo de lo que creo y de lo que soy? Primero acrecienta tu relación con el Maestro; segundo, haz un examen personal y ve si estas 7 características están reflejadas en tu vida, vas por buen camino.

Características de un auténtico evangelizador:

1. Una sólida fe

Fundamental. Sin fe no podemos evangelizar. No hablo solo de la fe en Cristo, en el Padre y en el Espíritu Santo; sino también de la fe en la Iglesia y su Magisterio. He escuchado a algunos que dicen: «Yo evangelizo, llevo a Cristo a los demás… pero eso del papa, como que no estoy muy de acuerdo…». ¿Cómo que no estás muy de acuerdo? ¿Eres católico o no? Yo no debo creer solo en lo que me conviene, en lo que me gusta; debo creer aquello que Dios me ha revelado y ha dispuesto para mi salvación. Nuestra fe es íntegra, no puede ser una fe de supermercado donde tomo sólo aquello que me gusta y lo demás lo dejo. Por eso el auténtico evangelizador debe decirle al Señor: «¡Creo Señor, pero aumenta mi fe!» (Marcos 9, 24) y día a día renovar su opción por Cristo conociéndole y amándole más.

«La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece… fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe…» (Hebreos 11,1-3.12,2).

2. La coherencia de vida

El Padre Pío de Pietrelcina decía: «Haz el bien, en todas partes, para que todos puedan decir: “Este es un hijo de Cristo”». Pregúntate: ¿mis obras reflejan a Jesús? Quienes me ven, ¿pueden decir que soy un auténtico cristiano? (Piensa…) No pensemos que la coherencia de vida es una carga pesada, insoportable. Al contrario, es lo que nos da la felicidad y nos anima a continuar el buen camino que llevamos. La clave está en la humildad. En reconocer que soy un necesitado de Dios y que el quiere necesitarme. Yo no puedo evangelizar, no soy la luz verdadera; sino que mi misión es ser reflejo de la Luz de Dios. Es Cristo quien vive y evangeliza en mí. La humildad hay que pedirla a Dios, sólo así podremos ser un testimonio viviente de Jesús.

«Vino un hombre, enviado por Dios que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz. No era él la luz, sino testigo de la luz» (Juan 1:6-8).

3. Mucha humildad

Desarrollo aquí la característica ya vista en el punto anterior. ¿Qué significa ser humilde? «La humildad es andar en verdad», decía Santa Teresa de Jesús. Y es muy cierto. No podemos ser lo que no somos. Humildad es ser un verdadero hijo de Dios. Humildad es reconocerme pecador. Humildad es saber que sin Dios nada, ¡nada puedo! Humildad es no valorarme por encima de los demás, creyendo que soy mejor. La humildad tiene un efecto práctico en la vida de todo cristiano. Se es humilde siendo humilde, en gerundio. Y es esfuerzo también. Para mantenerme siempre humilde es necesario que practique la humildad. Es muy importante este punto en la Evangelización. Soy humilde cuando sé que la obra no es mía, sino de Dios. Cuando no me apropio de nada ajeno. ¿De quién es el Reino de Dios? ¿La Iglesia? Todo es de Dios, yo solo colaboro, pongo mi grano de arena. Humildad siempre, esa es la actitud cristiana. 

«No hagan nada por rivalidad o vanagloria; sean, por el contrario, humildes y consideren a los demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada uno su propio interés, sino el de los demás. Tengan, pues, los sentimiento que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (Filipenses 2, 3-5).

4. La fidelidad en lo pequeño

San José María Escrivá decía: «Convenceos de que ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo» (Amigos de Dios, 8). Así es. No podría haberlo dicho mejor. Lo normal, lo que es pequeño a nuestros ojos puede ser una gran ocasión para ser fiel a mi amor por el Señor. Por ejemplo: cuando estamos en el autobús podemos ceder el asiento, cuando estamos en la fila del banco poder ceder nuestro lugar a alguien mayor o más necesitado, cuando devolvemos el dinero de más que nos dan al pagar las compras… todo esto son “las cosas pequeñas de la vida” que, con amor, ¡se hacen grandes!

«El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho. Y el que es injusto en lo poco, lo es también en lo mucho. Pues si no fueron de fiar en los bienes de este mundo, ¿quién les confiará el verdadero bien?» (Lucas 16, 10-11).

5. Una sólida vida interior

¿Vida interior? Se trata sencillamente de la íntima unión con Cristo. Una unión real, natural, personal y constante. ¿Unión con Cristo? Sí, en el lenguaje espiritual estar unido a Cristo significa que Él esté presente siempre en mi vida. Lo está, efectivamente, pero yo puedo acrecentar esa unión a través de constantes diálogos con Él (oración), a través de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y a través de la participación activa de los sacramentos. En fin, es buscar que Dios sea parte de mi vida y hacer lo posible para que esta relación crezca cada día más. ¡Ojo que la vida interior se puede perder con facilidad! Sí, cuando preferimos otras cosas, cuando dejamos de ir a misa por comodidad, cuando ya no rezamos. La vida interior no nos garantiza que todo vaya bien, a veces es al revés, se nos dan más ocasiones para que crezca ese amor a Dios a través de tribulaciones y pesares. Lo importante es caminar siempre de la mano de Dios, unido a Él.

«Amen al Señor su Dios, sigan sus caminos, cumplan sus mandamientos y permanezcan unidos a Él, sirviéndole con todo su corazón y con toda su alma» (Josué 22, 5).

6. ¡Mucha alegría (un santo triste es un triste santo)

La alegría es de esas cosas que se contagian fácilmente. A veces cuando estamos tristes nos basta solo la sonrisa de otro para alegrarnos. La alegría va más allá del momento. San Francisco de Asís nos dice: «por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades», en esto precisamente está la verdadera alegría. No somos alegres cuando no tenemos problemas ni tristezas, sino cuando somos capaces de ver a Dios con nosotros, que carga con nuestra cruz y nos anima a seguir. La alegría es, en síntesis, el sabernos amados por Dios Padre Misericordioso. ¿Alguien puede aspirar a algo mejor? No. El amor de Dios es lo más grande, por eso vivo alegre.

«Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres. Que todo el mundo los conozca por su bondad. El Señor está cerca. Que nada los angustie; al contrario, en cualquier situación presenten sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias» (Filipenses 4, 4-6)

7. Formación continua  (Leer mucho, escribir)

La escuela, la universidad, el instituto, etc. son instituciones que nos ayudan a saber. La Iglesia como Madre y maestra también nos ofrece este espacio de formación en el ámbito cristiano, sí, le llamamos catequesis. Todo católico por lo menos ha pasado 3 años de catequesis. ¡3 años! Y, ¿qué he aprendido? Mmmm. A veces no sabemos cómo responder a las preguntas de nuestros hermanos separados (evangélicos). El problema es que no conocemos bien nuestra fe. Para esto existe la formación continua. No basta con saber “algo” sobre la fe, hay que escudriñar cada vez más hondo. Conocer la Biblia principalmente, los sacramentos, la gracia, el perdón, el amor, etc. etc. Leer, escribir, compartir la fe, hablar de ella con otros y crear círculos de estudio son buenas instancias para aprender siempre sobre Cristo y sus enseñanzas.

«Así dice el Señor: Que el sabio no presuma de su sabiduría, que el soldado no presuma de su fuerza, que el rico no presuma de su riqueza; el que quiera presumir que presuma de esto: de conocerme y comprender que yo soy el Señor; el que ejerce en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me complazco en ellas» (Jeremías 9, 22-23).

Luego de haber leído estos 7 puntos y haberte examinado, te invito a que hagas un compromiso al Señor. Siempre es bueno, como fruto, comprometernos a algo. Trabajar por mejorar algún defecto en mí, ser más constante en mi apostolado, ir todos los domingos a misa prestando mucha atención, orar todos los días media hora por la mañana o la tarde, etc. Así sabremos que lo reflexionado tiene un impacto real en mi vida. La vida cristiana es un constante trabajo. «El que no avanza en la vida espiritual, retrocede», porque la vida está en constante movimiento y nosotros vamos a contracorriente. Así que ponte en marcha y no dejes de caminar con Cristo, ayudando a tus hermanos con tu ejemplo de vida alegre y coherente, intercediendo siempre en la oración por quienes se encuentran más débiles en la fe y dejando que Jesús día a día vaya transformado tu vida.

Fuerza del Rosario

A lo largo de la historia, se ha visto como el rezo del Santo Rosario pone al demonio fuera de la ruta del hombre y de la Iglesia. Llena de bendiciones a quienes lo rezan con devoción. Nuestra Madre del Cielo ha seguido promoviéndolo, principalmente en sus apariciones a los pastorcillos de Fátima.

El Rosario es una verdadera fuente de gracias. María es medianera de las gracias de Dios. Dios ha querido que muchas gracias nos lleguen por su conducto, ya que fue por ella que nos llegó la salvación.

Todo cristiano puede rezar el Rosario. Es una oración muy completa, ya que requiere del empleo simultáneo de tres potencias de la persona: física, vocal y espiritual. Las cuentas favorecen la concentración de la mente.

Rezar el Rosario es como llevar diez flores a María en cada misterio. Es una manera de repetirle muchas veces lo mucho que la queremos. El amor y la piedad no se cansan nunca de repetir con frecuencia las mismas palabras, porque siempre contienen algo nuevo. Si lo rezamos todos los días, la Virgen nos llenará de gracias y nos ayudará a llegar al Cielo. María intercede por nosotros sus hijos y no nos deja de premiar con su ayuda. Al rezarlo, recordamos con la mente y el corazón los misterios de la vida de Jesús y los misterios de la conducta admirable de María: los gozosos, los dolorosos, los gloriosos y los luminosos. Nos metemos en las escenas evangélicas: Belén, Nazaret, Jerusalén, el huerto de los Olivos, el Calvario, María al pie de la cruz, Cristo resucitado, el Cielo, todo esto pasa por nuestra mente mientras nuestros labios oran.

¿Qué se logra en la oración?

Son incontables los filósofos, teólogos y santos que han escrito sobre el tema. Podríamos empapelar el mundo hablando de la oración

Lejos de intentar desarrollar aquí un tratado docente o pedagógico del asunto; lo que quiero contarles hoy es algo más personal, una parte de mi propia vida que ha girado en torno a la oración (no exclusivamente mía).

Si existe una lectura del evangelio con la que me puedo identificar absolutamente. Es el capítulo 2 de San Marcos, cuando nos habla de un paralítico al que llevan en camilla entre cuatro amigos con el único objetivo de ponerlo frente a Jesús. Leemos en la historia que había tanta gente en la casa que ni siquiera quedaba sitio frente a la puerta. Pero estos amigos no pensaron “bueno, volveremos en un tiempo mas oportuno” o “esperemos afuera a ver si Jesús sale al encuentro”. Nada de esto, ellos estaban empeñados en lograr su cometido. Con suspicacia y gran voluntad, “al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.”

¿Quién es el que consigue mover el corazón de Jesús?

El paralítico no hizo mas que dejar hacer. Al Señor lo mueve ver la fe de estos hombres, el cariño que le tienen a su amigo. “Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Con esto el Señor le había liberado del mayor de sus males, del dolor que más le pesaba; de todas esas cosas bajas y poco nobles que el pobre inválido no se atrevería ni a comentar. Muchos de los ahí presentes, con pocas luces y malas intenciones pensaban para sí: “¿Quién es este? Solo Dios puede perdonar los pecados.

Sus disposiciones internas no les permitían ver el gran milagro que se estaba realizando en el alma de aquel hombre… Jesús les reprende: “¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o levántate, toma tu camilla y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico. A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.”

Detrás de las historias

Esta es la oración y así se obran los milagros. Muchas veces pedimos algo muy concreto y vemos que Dios no nos responde como teníamos previsto. Este es el momento para pedir al Señor luces que nos ayuden a ver; como el telescopio con el que alcanzamos a ver las estrellas y los planetas que están a millones de kilómetros de distancia. Lo que estamos recibiendo en ese momento va mucho más allá de nuestra más loca imaginación. Es más grande, más importante. Es algo que supera nuestra propia capacidad de pedir…

Lo primero que se logra en la oración es estar más cerca de Dios. Y no de cualquier dios; sino  de un Hombre de carne y hueso que es tan Dios como Hombre, que siente como yo y se duele con las mismas cosas que me afligen. Alguien que con el trato diario puede llegar a ser mi Amigo; un Dios que no se sirve de sus criaturas sino que viene a servir. ¿Puede existir algo más loco y mas grande que esto?

Un paso más hacia Dios

Y el paralítico se levantó –continua el evangelio- “y al instante, tomando su camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: Jamás vimos cosa parecida.” Esta es la oración que nos aconseja el Papa Francisco cuando apunta que hemos de ser insistentes y perseverar en la oración.

“La oración –asegura el Papa- no es una ‘varita mágica’ para resolver problemas, sino un modo de acercarnos a Dios.” Y nos anima a que seamos insistentes, así como en la parábola de la viuda cuando ruega al juez que le haga justicia, o los amigos del paralitico que no se satisfacen con las circunstancias negativas y la muchedumbre que encuentran en su camino. ”Con Dios hay que hacer lo mismo; ser insistentes y perseverar en la oración, porque El nos escucha siempre.”

Este es mi evangelio: La paralítica soy yo hace casi seis años cuando me ingresaban a Stanford Hospital para esperar por un donante de corazón, pulmones y riñón. Los camilleros son mi gran familia y los miles de amigos –conocidos y por conocer– que de rodillas pidieron por mí incesantemente; sin pausa, si dar el caso por perdido, subiéndose al techo y arrancando las tejas con sus propias manos, hasta lograr descolgarme a los pies de Jesús para que Él terminase de perfeccionar el gran milagro que había comenzado a obrar desde el momento mismo que nací, cuando los médicos no me daban más de tres días de vida.

¿Sirven las intenciones en la Misa?

¿Realmente produce efectos en las personas por las que se ofrecen las intenciones de las misas?

Desde pequeño he visto como muchos en mi familia han ofrecido misas por diversos motivos, en su mayoría, aniversarios o por aquellos familiares que se nos han adelantado. Pero ¿qué valor tiene hacer este acto? ¿Realmente produce efectos en las personas por las que se ofrecen las intenciones de las misas?

Ofrecer la misa por algún motivo o persona es una tradición muy antigua, en especial cuando se hacía por los difuntos. Desde solicitar alguna gracia en particular, el éxito de una operación o simplemente como acción de gracias por un sinfín de razones.

Hay que destacar que cada Misa se ofrece en acción de gracias a Dios por todo lo que ha hecho. Así lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. “Eucaristía” significa, ante todo, acción de gracias” (CEC 1360).

Además, los efectos que tiene la Misa son purificadores y de reparación, esto lo encontramos en el mismo Catecismo: “En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales” (CEC 1414). Por lo tanto, estos motivos son por los que se ofrece cada Eucaristía que se celebra en el mundo.

Pero existe el llamado “fruto ministerial”, que propiamente son los beneficios que obtienen aquellos por quienes el Sacerdote ha ofrecido una Misa en particular. Por algún enfermo, difunto, alguna pareja de novios, por alguien que celebra su cumpleaños, etc. A través de ese ofrecimiento, el poder que tiene una Misa, por la misma gracia de Cristo que se ofrece por todos, se enfoca en especial hacia la intención que se presentó para gloria de Dios y en beneficio de toda la Iglesia.

En cada Eucaristía participamos todos de la oración colecta, ese momento en el que el Sacerdote recoge todas las intenciones presentes en la Misa. Cuando se ofrece por un motivo en especial, por un lado, pedimos a Dios que otorgue los frutos del sacrificio de Cristo a cada situación ya establecida por la Iglesia en cada Eucaristía y, por otro, pedimos incluir algunas en particular para que entre todos de los que participamos de ese momento nos unamos de manera especial a ellas.

El beneficio de este acto no es solamente para las personas por las que se ofrece, también es un consuelo para quien la ha encargado. Tal es el caso de la pérdida de un ser querido que, ante el dolor que produce su partida, se busca así su descanso eterno, por lo que, al encargar una Misa por ese motivo, conforta el alma. Asimismo, cuánto se agradece que alguien ofrezca una Eucaristía por una persona viva en razón de una ocasión especial.

Al pedir al Sacerdote que se tome nuestra intención en la Misa, es costumbre ofrecer un estipendio en agradecimiento y en apoyo al sustento de las necesidades que pudieran existir para la misma Parroquia o capilla“Los fieles que ofrecen una ofrenda para que se aplique la Misa por su intención, contribuyen al bien de la Iglesia, y con ella participan de su solicitud por sustentar a sus ministros y actividades” (Código de Derecho Canónico 946).

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