Hasta que toda la masa fermente

Narciso de Jerusalén, Santo

Obispo, 29 de octubre

Martirologio Romano: Conmemoración de san Narciso, obispo de Jerusalén, merecedor de alabanzas por su santidad, paciencia y fe. Acerca de cuándo debía celebrarse la Pascua cristiana, manifestó estar de acuerdo con el papa san Víctor, y que no había otro día que el domingo para celebrar el misterio de la Resurrección de Jesucristo. Descansó en el Señor a la edad de ciento dieciséis años.

Breve Biografía

La envidia es mala. Son temibles para los padres los "celos" que muestran algunos pequeños cuando viene al hogar un nuevo hermano. Llenan la casa de disensiones y discordias entre los niños, ante el cuidado normal que los padres dan a sus otros hermanos. Esta situación llega a ser, en ocasiones, mortificante para los padres cuando se dan en una casa. Lo bueno del asunto es que de ordinario pasa pronto, basta con adquirir un mayor grado de madurez natural. Lo malo del caso es no cuidar las pequeñas envidiejas y permitir que se asienten en el hombre tomando el cariz de pecado.

Narciso nació a finales del siglo I en Jerusalén y se formó en el cristianismo bebiendo en las mismas fuentes de la nueva religión. Debieron ser sus catequistas aquellos que el mismo Salvador había formado o los que escucharon a los Apóstoles.

Era ya presbítero modelo con Valente o con el Obispo Dulciano. Fue consagrado obispo, trigésimo de la sede de Jerusalén, en el 180, cuando era de avanzada edad, pero con el ánimo y dinamismo de un joven. En el año 195 asiste y preside el concilio de Cesarea para unificar con Roma el día de la celebración de la Pascua.

Permitió Dios que le visitara la calumnia. Tres de sus clérigos —también de la segunda o tercera generación de cristianos- no pudieron resistir el ejemplo de su vida, ni sus reprensiones, ni su éxito. Se conjuraron para acusarle, sin que sepamos el contenido, de un crimen atroz. ¡Parece fábula que esto pueda pasar entre cristianos!

Viene el perdón del santo a sus envidiosos difamadores y toma la decisión de abandonar el gobierno de la grey, viendo con humildad en el acontecimiento la mano de Dios. Secretamente se retira a un lugar desconocido en donde permanece ocho años.

Dios, que tiene toda la eternidad para premiar o castigar, algunas veces lo hace también en esta vida, como en el presente caso. Uno de los maldicientes hace penitencia y confiesa en público su infamia. Regresa Narciso de su autodestierro y permanece ya acompañando a sus fieles hasta bien pasados los cien años. En este último tramo de vida le ayuda Alejandro, obispo de Flaviada en la Capadocia, que le sucede.

El vicio capital de la envidia presenta un cuadro de tristeza permanente ante la contemplación de los bienes materiales o morales que otros poseen. En lo moral, es pecado porque la caridad es amar y, cuando se ama, hay alegría con los bienes del amado. Cuando hay envidia no hay amor, hay egoísmo, desorden, pecado.

El envidioso vive acongojado -casi sin vida- por el bien que advierte en el otro y que él anhela tener. En ocasiones extremas puede llegar a convertirse en una anomalía psíquica peligrosa ya que lleva a la ceguera y desesperación cuyas consecuencias van de la maledicencia al crimen, pasando por la calumnia y la traición: el envidioso se considera incapaz de alcanzar las cualidades ajenas; la estimación que los demás disfrutan es considerada como un robo del cariño que él merece; en la eficacia del trabajo ajeno, acompañado de éxito y merecidos triunfos, el envidioso ve intriga y apaño.

Ayer y hoy hubo y hay envidiosos. A los prójimos toca sufrir pacientemente las consecuencias. Sin olvidar que la envidia fue la causa humana que llevó al Señor al Calvario.

¡Gracias, San Narciso, porque me das ejemplo de paciencia ante la cruz!

Una fe que fructifica

Santo Evangelio según san Lucas 13, 18-21. Martes XXX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, auméntame la fe.

Evangelio del día (para orientar tu meditación
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 18-21

En aquel tiempo, Jesús dijo: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en sus ramas”.

Y dijo de nuevo: “¿Con qué podré comparar al Reino de Dios? Con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Nuestra fe debe ser como el grano de mostaza que, aun siendo pequeño, puede dar grandes frutos. Una persona con una fe que fructifica está cerca de la santidad, o ya la ha alcanzado, porque es capaz de confiar en Dios dejándole actuar en su propia vida.

La fe se fortifica con las cosas pequeñas que hacemos, una visita a una iglesia, un par de minutos de oración, un rosario, etc. Estas acciones pueden hacer la diferencia que nos ayuda a comprender cuál es el lugar de Dios en nuestras vidas. Como el árbol de mostaza que crece, así pasa en la vida de una persona que se deja guiar por Dios en las cosas cotidianas y, al final, termina siendo una persona que comunica la presencia de Dios y hace que la gente que la conoce pueda decir: ¡Qué bien se está contigo!, porque es una persona que irradia a Dios. Una vida de fe bien vivida da gusto verla y estar cerca de ella, pero qué difícil llegar a este nivel en nuestra relación con Dios.

Ante esta problemática, Jesús nos aconseja que tengamos paciencia porque el árbol da sus frutos al tiempo oportuno; confiando en Dios podemos esperar a que Él nos ayude a dar los frutos porque la semilla crece por sí sola, pero necesita de alguien que la cuide y la plante; así es, también en nuestro caso, Dios nos cuida para que podamos dar fruto.

«Parafraseando las palabras del Señor podríamos preguntarnos: ¿A qué es semejante un cristiano en estas tierras? ¿A qué se puede comparar? Es semejante a un poco de levadura que la madre Iglesia quiere mezclar con una gran cantidad de harina, hasta que toda la masa fermente. En efecto, Jesús no nos ha elegido y enviado para que seamos los más numerosos. Nos ha llamado para una misión. Nos ha puesto en la sociedad como esa pequeña cantidad de levadura: la levadura de las bienaventuranzas y el amor fraterno donde todos como cristianos nos podemos encontrar para que su Reino se haga presente. Aquí me viene a la mente el consejo que dio san Francisco a sus frailes, cuando los envió: “Id y predicad el Evangelio: si fuera necesario, también con palabras”. Queridos amigos: esto significa que nuestra misión de bautizados, sacerdotes, consagrados, no está determinada principalmente por el número o la cantidad de espacios que se ocupan, sino por la capacidad que se tiene de generar y suscitar transformación, estupor y compasión; por el modo en el que vivamos como discípulos de Jesús, junto a aquellos con quienes compartimos lo cotidiano, las alegrías, los dolores, los sufrimientos y las esperanzas».

(Discurso de S.S. Francisco, 31 de marzo de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer un examen de cómo vivo mi fe. ¿Atrae, convence, transforma a los demás?

Despedida Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El grano de mostaza

El ejemplo del grano de mostaza nos muestra la predilección de Jesús por lo pequeño.

San Ignacio de Loyola
Éxodo 32, 15-24. 30-34: “Este pueblo ha cometido un gravísimo pecado al hacerse un dios de oro”
Salmo 105: “Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo”
San Mateo 13, 31-35: “El grano de mostaza se convierte en un arbusto y los pájaros hacen su nido en las ramas”

Siempre sorprende Jesús en sus signos y en sus palabras. Hoy nos ofrece dos pequeñas parábolas, llenas de sentido y esperanza, donde nos muestra su predilección por los pequeños y por los pobres. Con un fuerte contraste explica a sus discípulos, y también a nosotros, la fuerza y el dinamismo que tiene su Reino. Nosotros estamos tan imbuidos de lo grandioso y espectacular, que acabamos despreciando lo pequeño. Llegamos incluso a caer en desalientos y pesimismos al confrontar lo poco que somos, lo poco que tenemos y lo poco que podemos hacer, comparado con la ingente tarea de anunciar el evangelio. El Papa Francisco cuando habla de las tentaciones de los agentes de pastoral insiste en esa actitud pesimista de muchos de nosotros, como un gran pecado. Dejar que las cosas sigan igual, no querer afrontar los riesgos, pensar que nada se puede. No es raro escuchar excusas para no comprometerse argumentando lo pequeño que somos, la escasez de los medios, o nuestra gran ignorancia, la falta de hombres sabios.

Los ejemplos del grano de mostaza y de la levadura que fermenta la masa nos llevan en dos direcciones: la primera nos muestra la predilección de Jesús por lo pequeño. De ellos es el Reino de los cielos: a los que no aparecen esta dirigida la buena Nueva; quienes necesitan del médico no son los sanos, sino los enfermos; la oveja perdida es el objetivo del buen pastor; los sencillos son los que  comprenden el Reino y no los sabios y entendidos. La segunda nos muestra que es importantísima cada una de nuestras acciones. No importa la grandeza sino que pongamos todo el corazón. Los grandes milagros requieren la aportación y la fe de quien los recibe o es la ocasión para que sucedan. Ningún acto nuestro queda sin resonancia, tendremos que mirar entonces qué es lo que estamos haciendo y analizar si nuestras acciones son positivas o negativas. ¿Cómo podremos aplicar a nuestras vidas estas parábolas de Jesús? Con mucha confianza y con mucho trabajo, sabiendo que Dios da el crecimiento.

¿Por qué los católicos debemos amar a nuestra patria?

Ni Dios, ni la Patria ni la Familia son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y debemos servirles con fidelidad hasta la muerte (J.B.Genta)

Si bien el concepto de amor a la Patria es algo que en la mayoría de los países es compartido por la casi totalidad de los ciudadanos, es un tema que en España sigue suscitando dudas, complejos, e incluso miedos infundados entre muchos católicos. Desde el punto de vista de la doctrina de la Iglesia, el amor y el servicio a nuestro país, no es solo un deber, sino una obligación. Así por ejemplo el Papa Pio XI nos dice:

“El buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el mejor ciudadano, amante de su patria” Papa Pio XI (Encíclica Divini illius magistri)

El Papa León XIII, fue incluso más allá a la hora de definir el compromiso que un católico debe tener hacia su patria, y nos recuerda que este compromiso implica incluso dar la vida por la misma.

“Por ley natural estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar aun la misma muerte por su patria” Papa León XIII (Encíclica Sapientiae Christianae).

¿Se opone el patriotismo con la concepción universal del catolicismo?

Muchos católicos, por un sentido mal entendido de la fraternidad universal, han adoptado una postura de indiferencia hacia la patria, o incluso de rechazo de la misma. No son pocos los católicos que se han adherido a posturas ideológicas internacionalistas  –muchos incluso desde la buena fe- o apátridas, incurriendo en una falta de caridad hacia la sociedad que les ha visto nacer, y que les ha dotado de derechos.

Sin duda, la obligación que tenemos los católicos del amor universal a todos los seres humanos por ser semejanza de Dios, y estar dotados de igual dignidad, no se contrapone con la obligación que tenemos de amar a los que nos están más cercanos y con los que estamos unidos con mayores vínculos. Así, el Papa Pio XII nos recuerda que también la caridad requiere un orden en su práctica:

“No hay que temer que la conciencia de la fraternidad universal, fomentada por la doctrina cristiana, y el sentimiento que ella inspira, se opongan al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria, e impidan promover la prosperidad y los intereses legítimos; pues la misma doctrina enseña que en el ejercicio de la caridad existe un orden establecido por Dios, según el cual se debe amar más intensamente y ayudar preferentemente a los que nos están unidos con especiales vínculos. Aun el Divino Maestro dio ejemplo de esta preferencia a su tierra y a su patria, llorando sobre las inminentes ruinas de la Ciudad santa” Papa Pío XII. (Summi Pontificatus).

El Papa San Pio X, también nos explica la comunión que existe entre el amor a la Iglesia y a la patria, y nos explica que esta no solo es digna de amor y servicio, sino que también lo es de predilección, por lo que preferentemente debemos rezar y trabajar por sus intereses respecto a otros intereses también legítimos, pero más alejados en el orden de la caridad.

“Si el Catolicismo fuera un enemigo de la Patria, no sería una religión divina. La Patria es un nombre que trae a nuestra memoria los recuerdos más queridos, y bien sea porque llevamos la misma sangre que aquellos nacidos en nuestro propio suelo, o bien debido a la aún más noble semejanza de afectos y tradiciones, nuestra Patria es no sólo digna de amor, sino de predilección. Sentimos, pues, veneración por la Patria, que en suave unión con la Iglesia contribuye al verdadero bienestar de la Humanidad. Y ésta es la razón porqué los auténticos caudillos, campeones y salvadores de un país han surgido siempre de entre las filas de los mejores católicos” Discurso pronunciado por Su Santidad Pio X el 20 de Abril de 1909.

También el Papa León XIII, nos explica más profundamente la comunión que existe entre el amor a Iglesia y a la patria, y que tiene en Dios a su denominador común.

“El amor sobrenatural de la Iglesia y el que naturalmente se debe a la patria, son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, puesto que de entrambos es causa y autor el mismo Dios; de donde se sigue que no puede haber oposición entre los dos”.  Papa León XIII (Encíclica Sapientiae Christianae).

Deshonrar o atacar a la patria, un pecado contra el cuarto mandamiento.

Como bien explica el Beato Juan Pablo II, deshonrar a la patria, o atacar los intereses legítimos de la misma, es un pecado contra el cuarto mandamiento.

“Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre.

Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber. Como sucede con la familia, también la nación y la patria siguen siendo realidades insustituibles”. Papa Beato Juan Pablo II (Memoria e identidad)

Por desgracia, hay quien confunde lo que es el patriotismo cristiano – que se basa en el amor y tiene un carácter unificador- , con el nacionalismo pagano – basado en el odio y promotor de la división-, y que tan certeramente condenó el Papa Juan Pablo II. Así pues, quien promueve la división, el odio, o la discordia entre los ciudadanos de un mismo país, debe saber que no solo comete un error político, sino que atenta contra un bien moral, y se pone en situación de pecado mortal.

Jesucristo ¿sintió miedo y tristeza?

Cristo, en cuanto Hombre tuvo verdadera pasi­bilidad, el mismo Evangelio lo atestigua

Pregunta:

Padre: Siempre me he preguntado si Jesús (siendo Dios), sintió tristeza y miedo. En caso de responder que sí, ¿cómo se explica esto?

Respuesta:

Estimado:

Jesucristo no sólo es verdadero Dios sino también verdadero Hombre. En cuanto Hombre su cuerpo tuvo verdadera pasi­bilidad, por lo cual no podían faltarle las pasiones; el mismo Evangelio lo atestigua: Con gran deseo he de­seado comer esta Pascua con vosotros (Lc 22, 15); Mi alma está triste hasta la muerte (Mt 26, 38), y muchos otros pasajes.

Sin embargo, las pa­siones de Cristo, a diferencia de las del resto de los hombres, estuvieron exentas de todo desorden y subordinadas a la razón, porque en Él no había pecado original, ni siquiera posibilidad de pecar (o sea, impecabilidad). Por eso los teólogos designan a las pasiones de Cristo con un término particular: propasiones, queriendo significar con esto que son irreprensibles. Santo Tomás precisa que las pasiones de Cristo difieren de las nuestras porque nunca pudieron incitar al mal, ni influir negativamente en manera alguna sobre la razón y sobre la voluntad­.

Por tanto, “propasiones” son las pasiones sensitivas de la Humanidad de Cristo (como el amor, el deseo, la esperanza, el temor, la tristeza, etc.), que son, por sí mismas, parte integrante de la naturaleza humana (funciones propias del apetito sensitivo concupiscible e irascible).

Para entender esta peculiaridad recordemos que las pasiones sometidas a la razón son fuerzas vivas que nos inclinan al bien de nuestra naturaleza; debido al pecado original las pasiones de todo descendiente de Adán se alzan en rebeldía hasta el punto de ofuscar la razón y debilitar la libre voluntad; sin embargo, esta rebelión no quita la libertad y la responsabilidad de los actos propios, como pretendía Lutero (por eso, contra él, el Concilio de Trento definió que la concupiscencia proviene del pecado y excita al pecado pero no es pecado por sí misma ni puede dañar a quien resiste con la gracia de Dios)[1].

Como ya hemos dicho, Jesucristo estuvo exento del aspecto desordenado de las pasiones en razón de que no tuvo ni la más mínima sombra del pecado.

Explicaba este adorable misterio el Beato Dom Columba Marmion, en uno de sus más célebres escritos: “El Hijo de Dios se hizo carne; continuó siendo lo que era, pero se unió a una Naturaleza humana, completa como la nuestra, íntegra en su esencia, con todas sus propiedades naturales; Cristo nació, como todos nosotros, de una mujer (Gál 4,4), pertenece auténticamente a nuestra raza. Con frecuencia se llama en el Evangelio El Hijo del Hombre; Ojos de carne le vieron, y manos humanas le tocaron (1Jn 1,1). Y aun el día siguiente de su resurrección gloriosa, hace experimentar al apóstol incrédulo la realidad de su naturaleza humana: Palpad y ved, porque los espíritus no tienen carne ni huesos como veis que yo tengo (Lc 24,39). Tiene, como nosotros, un alma creada directamente por Dios; un cuerpo formado en las entrañas de la Virgen; una inteligencia que conoce, una voluntad que ama y elige; todas las facultades que nosotros tenemos: la memoria, la imaginación; tiene pasiones, en el sentido filosófico, elevado y noble de la palabra, en un sentido que excluye todo desorden y toda flaqueza; pero estas pasiones se hallan en Él enteramente sometidas a la razón, sin que puedan ponerse en movimiento sin un acto de su voluntad [La Teología las llama propasiones, a fin de indicar con este término especial su carácter de trascendencia y de pureza.]. Su naturaleza humana es, pues, del todo semejante a la nuestra, a la de sus hermanos, dice San Pablo: Era preciso que se asemejase en todo a sus hermanos (Hb 2,17), excepto en el pecado (ib. 4,15), Jesús no conoció ni el pecado ni nada de lo que es fuente o consecuencia del pecado: la ignorancia, el error, la enfermedad, cosas todas indignas de su perfección, de su sabiduría, de su dignidad y de su divinidad.

Pero nuestro Divino Salvador quiso padecer durante su vida mortal nuestras flaquezas; todas las que eran compatibles con su santidad. El Evangelio nos lo muestra claramente, nada hay en la naturaleza del hombre que Jesús no haya santificado. Nuestros trabajos, nuestros padecimientos, nuestras lágrimas, todo lo ha hecho suyo.

Miradle en Nazaret: durante treinta años pasa su vida en un trabajo oscuro de artesano, hasta el punto de que cuando comienza a predicar, sus compatriotas se admiran porque nunca le han conocido más que como hijo del carpintero: ¿De dónde le vienen a éste todas estas cosas? ¿Acaso no es hijo de un carpintero? (Mt 13,55-56). Nuestro Señor quiso sentir el hambre como nosotros, después de haber ayunado en el desierto, tuvo hambre (ib. 4,2). Padeció también la sed: ¿Acaso no pidió de beber a la samaritana? (Jn 4,7), ¿acaso no exclamó en la cruz: Tengo sed (Jn 19,28)? Experimentó como nosotros la fatiga; los largos viajes a través de Palestina fatigaban sus miembros, cuando junto al pozo de Jacob pidió agua para calmar su sed, San Juan nos dice que estaba fatigado. Era la hora de mediodía, después de haber caminado largo tiempo, se sienta rendido al margen del pozo (ib. 4,6). Así, pues, según lo hace notar San Agustín en el admirable comentario que nos dejó de esta escena evangélica: ‘El que es la fuerza misma de Dios se halla abrumado de cansancio’. El sueño cerró sus párpados; dormía en la nave cuando se levantó la tempestad: Él en cambio dormía (Mt 8,24), y dormía verdaderamente, de tal manera que sus discípulos, temiendo que los tragasen las olas furiosas, tuvieron necesidad de despertarlo. Lloró sobre Jerusalén su patria a la que amaba a pesar de su ingratitud; el pensamiento de los desastres que después de su muerte habían de venir sobre ella le arranca lágrimas amargas y frases llenas de aflicción: ¡Si tú conocieses por lo menos en este día lo que puede atraerte la paz! (Lc 19,41 y ss.). Lloró a la muerte de su amigo Lázaro como nosotros lloramos por aquellos a quienes amamos, hasta el punto de que los judíos testigos de este espectáculo se decían: Ved cómo le amaba (Jn 11,36). Cristo derramaba lágrimas, no sólo porque convenía, sino porque tenía conmovido el corazón; lloraba a su amigo, y sus lágrimas brotaban del fondo de su alma. Varias veces se dice también en el Evangelio que su corazón estaba conmovido por la compasión (Lc 7,13; Mc 8,2; Mt 15,32). ¿Qué más? Experimentó también sentimientos de tristeza, de tedio, de temor (Mc 14,33; Mt 26,37).

En su agonía cuando estaba en el Huerto de los Olivos su alma quedó abrumada por la tristeza (Mt 26,38) y la angustia penetró en ella hasta el punto de hacerle lanzar grandes gritos (Hb 5,7). Todas las injurias, todos los golpes, todos los salivazos, todas las afrentas que llovieron sobre Él durante su Pasión, le hicieron padecer inmensamente; las burlas, los insultos, no le dejaban insensible, por el contrario, cuanto más perfecta era su naturaleza, más delicada y más grande era su sensibilidad. Vióse abismada en el dolor. En fin, después de haber tomado sobre sí todas nuestras debilidades, después de haberse mostrado verdaderamente hombre y semejante a nosotros en todas las cosas, quiso padecer la muerte como los demás hijos de Adán: E inclinada la cabeza entregó su espíritu (Jn 19,30).

Vemos, pues, que Jesucristo es nuestro modelo como Hijo de Dios y como Hijo del hombre al mismo tiempo. Pero lo es sobre todo como Hijo de Dios: esta condición de hijo de Dios es lo que en Él hay de radical y fundamental; en eso ante todo debemos parecernos a Él”[2].

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Bibliografía:

Dom Columba Marmion, Jesucristo, vida del alma, Ed. Gratis Date (esp. cap. “Jesucristo, modelo único de toda perfección. Causa exemplaris”);
Pietro Parente “Propasiones”, en: “Diccionario de Teología Dogmática”, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1963, p. 320.
[1] DS 1515.
[2] Dom Columba Marmion, Jesucristo, vida del alma, cap. 2.

Halloween ¿Un católico puede disfrazarse y participar?

Ante el cuestionamiento el P. Fortea precisó que "la respuesta no es simple"

A pocos horas de que en diversos países comiencen las celebraciones por Halloween, el famoso teólogo español y experto en demonología, P. José Antonio Fortea, se pronunció sobre si los fieles católicos pueden o no participar en las fiestas, disfrazarse y pedir dulces.

En diálogo con ACI Prensa, el P. Fortea precisó que “la respuesta no es simple”.

“En sí misma, la celebración de esta fiesta tal como era hace cien años, doscientos años, no tenía nada de malo, y mucho menos en una sociedad tan cristiana como era la norteamericana hace 50 años se reducía a disfrazarse y a visitar las casas, nada más”.

En esa época, dijo, “los disfraces eran muy inocentes y bondadosos. Uno se disfrazaba de zanahoria, otro de sheriff, otro de bombero, no había nada de malo”.

Sin embargo, precisó, “lo que pasa es que hace ya unos decenios, esta fiesta empezó poco a poco a tomar unos aspectos más relativos a la brujería, a cosa de tipo escabroso, y los disfraces ya no eran disfraces inocentes –uno de piloto y otro de médico–, sino que cada vez eran disfraces más sangrientos, que tenían que ver con lo gore o con la brujería”.

El gore es un género de cine que abunda en imágenes sangrientas y el sufrimiento físico extremo.

“Entonces sí que ha habido una evolución de esta fiesta que ha sido muy negativa”, señaló el sacerdote, y advirtió que en Halloween “cada vez más lo que tiene que ver con la brujería va cobrando preponderancia”.

Pero que los niños se disfracen en Halloween, dijo, “no podemos decir taxativamente que es demoniaco, porque hay padres que realmente creen en Jesús, buenos católicos, que se limitan a poner un buen disfraz a su hijo, a una pequeña celebración en el colegio y ya está”.

“Hay que usar el sentido común”, dijo, y recordó que una madre perteneciente al Opus Dei le hizo la misma consulta.

“Está en un colegio de Madrid. Simplemente van a hacer una fiesta en el colegio, su hija tiene 6 años, todos se van a disfrazar de algo. Me decía: ¿hay algún problema en que mi hija de 6 años se disfrace de algo?”.

Para el P. Fortea, la madre, “aunque tiene el derecho de negarse a ello, tampoco vería yo algún problema en una cosa tan inocente”.

“Claro, hay otros casos en los que el disfraz es tremendamente monstruoso, lleno de sangre, de vísceras, de cicatrices, eso es desagradable, eso no lo veo moralmente neutro”, precisó.

A esta situación, el sacerdote añade que “la fiesta de Halloween los medios de comunicación cada vez más están derivándola hacia la brujería”.

“Yo creo que el sentido común nos hace ver que la fiesta de Halloween hoy por hoy sigue unos derroteros muy negativos, que no sabemos dónde van a acabar”.

“Pero si una madre quiere no destacarse y que su hija lleve un disfraz, yo no lo vería tampoco eso negativo”, dijo, pidiendo una vez más recurrir al “sentido común”.

¿Las películas de terror atraen demonios?

Consultado por si las películas de terror pueden provocar actividad demoniaca, el teólogo español precisó que “yo hablaría más bien de lo pecaminoso más que de los demonios, porque los demonios están en torno a nosotros, vienen de vez en cuando, nos tientan. Pero no están siempre en cada momento a nuestro lado”.

“Todo lo que es pecado los atrae, pero todo pecado, sea del tipo que sea”.

El P. Fortea indicó que “sí que hay películas que son verdaderamente desagradables, porque son gore, son películas que cualquier persona normal no puede sentir más que desagrado”.

“Y esto es lo que desde hace tiempo cada vez más gente siente atracción por la sangre y las vísceras y cuanto más espantosas sean las escenas, más disfrutan. Es algo social, aquí no vale para solucionar el problema con que alguien dé un sermón”.

El sacerdote lamentó que “es una sociedad la que va derivando hacia allí”.

“Yo creo que al final los que creemos en el Evangelio debemos intentar llevar una vida lo más acorde a lo que es lo natural, lo que Jesús quiere. Pero desgraciadamente nuestra capacidad, en la mayoría de los países, para influir en el camino que lleva es limitada y cada vez va siendo más limitada”.

“Pero hay que dejarlo claro: hay películas que, por su contenido sangriento, su carácter tan antinatural, tan lesivo de la dignidad que tiene la naturaleza humana, no deberían ser vistas. Y ciertamente podemos entrar en lo que es pecado”, advirtió.

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