Insiste para que entre la gente, hasta que mi casa esté llena

Guido Maria Conforti, Santo

Obispo y Fundador, 5 de noviembre

Martirologio Romano: En Parma, de Italia, San Guido María Conforti, obispo y buen pastor, siempre en vela por la defensa de la Iglesia y de la fe de su pueblo, el cual, movido por el anhelo de la evangelización de los pueblos, fundó la Pía Sociedad de San Francisco Javier (1931).

Etimologicamente: Guido = Aquel que pertenece al bosque, es de origen germánico.

Fecha de beatificación: 17 de marzo de 1996 por S.S. Juan Pabo II
Fecha de canonización: 23 de octubre de 2011 por el Papa Benedicto XVI.

Breve Biografía

GUIDO MARIA CONFORTI nació en Ravadese (Parma -Italia ) el 30 de marzo de 1865.

Era el octavo de los diez hijos de Rinaldo Conforti y Antonia Adorni.

La óptima educación cristiana recibida de su madre, la complementaron los Hermanos de las Escuelas Cristianas en cuya escuela de Parma realizó su primaria. Guido solía decir que su vocación se debía a la educación recibida de estos religiosos y, además, a una singular experiencia que tuvo contemplando el Crucifijo.

Venciendo la resistencia de su padre, en 1876 entró en el seminario, donde realizó brillantemente sus estudios, distinguiéndose por su diligencia, piedad y obediencia.

Durante sus estudios de teología, el Beato Andrés Ferrari fue su rector en el seminario., Sin haber sido aún ordenado sacerdote Guido fue nombrado vicerector del seminario, tarea que continuó realizando después de su ordenación sacerdotal que tuvo lugar el 22 de septiembre de 1888. En esta misión pudo mostrar sus elevadas dotes de educador siendo un modelo para los jóvenes seminaristas por su testimonio de santidad y caridad pastoral.

Su vocación sacerdotal y misionera había nacido a los pies del Crucifijo. "No es posible - escribió - fijar la mirada en este modelo divino sin sentirse empujado a cualquier sacrificio por grande que sea".

"El Crucifijo es el gran libro que ofrece a nuestros ojos horizontes infinitos". De hecho, a pesar de que la vida de Guido transcurrió en la región italiana de Emilia, su mirada abarcaba los horizontes de toda la humanidad, y nunca desfalleció en el deseo ardiente de anunciar el Evangelio a todos los hombres. El "espectáculo" de la cruz le hablaba "con la elocuencia de la sangre", manifestándoles el amor infinito de Dios hacia la humanidad.

En 1895, Guido funda una Congregación Misionera de hombres consagrados a Dios con el único fin de llevar el Evangelio a los no cristianos.

El 9 de junio de 1902, el Siervo de Dios fue llamado a regir la Arquidiócesis de Rávena. El día de su ordenación episcopal pronunció los votos religiosos junto con el voto de dedicarse sin reservas al anuncio del Evangelio "ad gentes".

En Rávena, la enfermedad le obligó a largos períodos de inactividad. Su profundo sentido de responsabilidad pastoral hacia el rebaño que le había sido confiado le llevó a presentar su dimisión que fue aceptada.

Regresó humildemente a su Instituto Misionero donde, recuperada algo su salud, se ocupó en la formación de los alumnos misioneros y a la redacción de las Constituciones de su familia misionera.

A finales de 1907, el Santo Padre confió al Siervo de Dios la diócesis de Parma. Durante 25 años él fue buen pastor, signo viviente de la "solicitud maternal de la Iglesia hacia todos los hombres, tanto fieles, como infieles, por su preocupación particular por los pobres y los más débiles".

La catequesis fue el punto principal de su tarea pastoral: instituyó las escuelas de la doctrina cristiana en todas las parroquias, preparó a los catequistas con apropiados cursos de cultura religiosa y pedagógica. Fue el primer obispo de Italia que celebró un congreso de catequética en su diócesis.

Cinco veces realizó la visita pastoral a las parroquias, celebró dos sínodos diocesanos, instituyó y promovió la Acción Católica, especialmente de los jóvenes. Cuidó de manera especial la cultura y la santidad del clero, la formación de los seglares, las asociaciones y la prensa católica, las misiones populares, los congreso eucarísticos, marianos y misioneros. Logró reconciliar a los ánimos divididos, se preocupó por llevar a los extraviados a la unidad del rebaño y fomentó el amor y el respeto incondicional hacia el Papa.

Su presencia en los momentos difíciles de la historia de aquellos años en la ciudad de Parma fue discreta, casi inobservada, pero eficaz y con resultados. Durante las huelgas de 1908, fundó un grupo de abogados dedicados a la defensa de los derechos de los campesinos y de los sacerdotes, Cuando una parte de la ciudad se opuso violentamente a la instauración del fascismo y se corría el peligro de un baño de sangre, la mediación de Conforti obtuvo la retirada de las milicias fascistas, evitando así una guerra civil.

La preocupación por la Iglesia local que le había sido confiada no le quitó la "preocupación por aquellos lugares del mundo donde la Palabra de Dios no ha sido anunciada". Creía firmemente que el anuncio del Evangelio "ad gentes" fuese el camino más seguro por la nueva evangelización de su pueblo. Se entregó incansablemente a la tarea de "la Evangelización ad gentes" ya fuese a través de su familia misionera, como colaborando con las varias iniciativas de animación misionera en Italia y en el resto del mundo.

Puso especial cuidado en colaborar en la fundación y en la difusión de la Pontificia Unión Misionera del Clero, de la que fue su primer presidente. "Fue providencial que, en la fundación de la Unión Misionera del Clero, al lado de P. Pablo Manna se encontrase Guido María Conforti, que no sólo ayudó excepcionalmente con su consejo y su colaboración a la naciente Unión, sino que con su autoridad logró para dicha Unión la aprobación pontificia" (Pablo VI ).

En 1928, Conforti viajó a China para visitar las comunidades y los lugares que habían sido confiados a la familia religiosa de la que él era Superior General. Su viaje fue signo de la comunión entre las Iglesias.

El 5 de noviembre de 1931, consumido por su incansable tarea pastoral, habiendo recibido devotamente el Sacramento de los Enfermos y el Santo Viático, después de haber profesado públicamente su fe y haber implorado la bendición de Dios para su clero y su pueblo, Guido María Conforti entró en la Casa del Padre.

El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 17 de marzo de 1996.

Dios no quita nada y lo da todo

Santo Evangelio según Lucas 14, 15-24. Martes XXXI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme la gracia de aceptar la invitación a entrar en tu corazón.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según Lucas 14, 15-24

En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: “Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios”.

Entonces Jesús le dijo: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: 'Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes'. Otro le dijo: 'Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes'. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir'.

Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: 'Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos'.

Cuando regresó el criado, le dijo: 'Señor, hice lo que ordenaste, y todavía hay lugar'. Entonces el amo respondió: 'Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete'”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Conocemos la máxima cristiana de morir para tener vida, y dejar todo para poder seguir a Cristo y ser perfectos. La repetimos algunas veces y, al momento, se nos estremece la garganta o se nos escapa un sudor frío. Para tener a Dios hay que dejarlo todo; lo sabemos y la perspectiva nos asusta. Puede que, movidos por el amor, nos acerquemos al Señor y le digamos algo así: «Aquí estoy Jesús, quiero ir a ti, haz de mí lo que quieras» y por dentro estemos diciendo «ojalá no me pida esto».

Todo esto es natural, forma parte de nuestra experiencia humana de todos los días. No es que amemos las cosas en sí mismas, sino que nos dan ciertas seguridades, o nos proporcionan ciertos gustos. Tenemos miedo, es normal. Todos, desde el hombre más hundido en el pecado hasta el más santo; todos: el sacerdote, el conductor de camiones, el ama de casa, el carnicero, el empresario y hasta el apóstol más entregado, pasamos por esta experiencia.

En el Evangelio hay muchos invitados al banquete, y todos pasaron por la experiencia de sentir que tenían algo mejor que hacer. Algunos aceptaron la invitación y otros no.

Cristo, en el Evangelio, mira con tristeza a estos hombres porque no probarán del banquete que tenía preparado para ellos. Aun así, lo comprende. No condena a los que no quieren venir a Él, aunque le duela no verlos. Todos alguna vez hemos pasado por esto; alguna vez hemos dicho que no al amor de Dios. Pero nuestra vida es una prueba de que Dios no se queda allí parado, sino que sale a buscarnos.

Hay tanto lugar en el corazón de Dios, en el banquete.

Dios nos invita todo el tiempo a que entremos en una relación personal con Él. No nos neguemos, no nos excusemos, confiemos; que Dios no quita nada y lo da todo. Qué diferente hubiera sido si los invitados del Evangelio se hubieran dado cuenta del amor de quien les invitaba: «¿Compraste un terreno?, ¡no se va a mover si tú vienes al banquete!». «¿Quieres probar tus cinco yuntas de bueyes?, hazlo otro día, así te das un descanso». «¿Te acabas de casar?, ¡tráete a tu esposa al banquete!». Dios quiere transformar toda nuestra vida.

Qué diferente es la respuesta de quienes saben que las cosas son pasajeras. Seguro los cojos, los lisiados y las personas de las calles también tenían excusas, pero lograron ver quién los invitaba. Ojalá nosotros también confiemos que es Dios mismo quien nos invita y quiere hacernos felices, y respondamos con amor a su llamada de amor.

«Jesús invita a la generosidad desinteresada, a abrir el camino a una alegría mucho mayor, la alegría de ser parte del amor mismo de Dios que nos espera a todos en el banquete celestial. Que la Virgen María, “humilde y elevada más que criatura”, nos ayude a reconocernos como somos, es decir, como pequeños; y a alegrarnos de dar sin nada a cambio».

(Ángelus de S.S. Francisco, 1 de septiembre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Repetiré varias veces al día al Señor que acepto su invitación a estar con Él.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Una clave para la felicidad: dejar que se haga la voluntad de Dios

Hemos de buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios de nuestra vida

Aún en las cosas que consideremos simples o pequeñas, tareas que podemos hacer en el hogar, en el trabajo, en los distintos caminos que transitemos o en los lugares que nos encontremos, siempre es importante pedir a Dios que su voluntad se haga en nosotros

La voluntad de Dios: clave para la felicidad

Jesús nos ofrece una de las claves más importante de nuestra vida para lograr la felicidad: ¡hacer la voluntad de Dios! Esto no es sencillo, por nuestra condición humana siempre queremos darnos riendas sueltas en todo y seguir nuestros propios deseos.

Para Jesús, los más cercanos a Él, son aquellos que realizan en sus vidas la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es que todos nos respetemos, nos ayudemos, nos amemos, nos valoremos y que no nos hagamos daño. Esto es un camino importante para la felicidad

Es importante proteger la familia, uno de los pilares fundamentales de la sociedad. Pero por encima de los vínculos familiares, tantas veces resquebrajados por intereses superficiales, hemos de buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios de nuestra vida.

Que se haga su voluntad

Una de las cosas que más nos preocupan en la vida cristiana, es saber cuándo responderá Dios a nuestras peticiones. ¿Cuándo responderá el señor? No lo sabemos, no lo sabremos, pero lo que sí sé es que prefiero que su voluntad se cumpla en mi vida y no la mía.

Cierra tus ojos allí donde estás, deja que Dios te abrace fuertemente, deja que Él te haga sentir lo importante que eres en su rebaño.

Oración de confianza

Padre celestial, gracias por amarme y por bendecirme cada día en mi proyecto hacia la felicidad.

Para Ti sólo tengo palabras de agradecimiento. Te entrego los pensamientos y acciones de este día, te suplico que me llenes de fuerzas para salir adelante.

Gracias, Dios mío, porque en medio de las dificultades, estoy seguro que extiendes tu mano para salvarme.

Tú actúas en mi vida en el momento que Tú consideras que es mejor para mi bienestar y sabes qué es lo que necesito.

El Papa y la misión: «Sin Jesús no podemos hacer nada»

Algunos extractos del libro-entrevista de Gianni Valente con el Papa.

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Este es el comienzo de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, publicada por el Papa Francisco en noviembre de 2013, ocho meses después del Cónclave que lo eligió Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. El texto programático del pontificado invitaba a todos a volver a sintonizar todo acto, reflexión e iniciativa eclesial “sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual”. Casi seis años más tarde, para este octubre de 2019 que acaba de terminar, el Pontífice llamó al Mes Misionero Extraordinario y, al mismo tiempo, convocó en Roma a la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos dedicada a la Región Amazónica, con la intención de sugerir también nuevas formas de proclamar el Evangelio en el “pulmón verde”, atormentado por la explotación depredadora que viola e inflige heridas “a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra” (Homilía del Santo Padre para la misa de clausura del Sínodo para la Región Panamazónica).

Durante este tiempo, el Papa Francisco difundió en su magisterio insistentes referencias a la naturaleza propia de la misión de la Iglesia en el mundo. Por ejemplo, el Pontífice ha repetido muchas veces que el anuncio del Evangelio no es “proselitismo”, y que la Iglesia crece “por atracción” y “por testimonio”. Es una constelación de expresiones, todas ellas destinadas a dar señales acerca de cuál es el dinamismo propio de toda obra apostólica y cuál puede ser su fuente.

De todo esto y mucho más habla el Papa Francisco en el libro-entrevista titulado «‘Sin Él no podemos hacer nada’. Una conversación sobre ser misioneros en el mundo de hoy». La Agencia Fides ofrece un avance de algunos extractos.

Usted ha contado que de joven quería ser misionero en Japón. ¿Se puede decir que el Papa es un misionero frustrado?

No lo sé. Me uní a los jesuitas porque me llamaba la atención su vocación misionera, su constante ir hacia las fronteras. Entonces no pude ir a Japón. Pero siempre advertí que anunciar a Jesús y su Evangelio implica siempre un cierto salir y ponerse en camino.

Usted siempre repite: “Iglesia en salida”. La expresión es reutilizada por muchos y, a veces, parece haberse convertido en un eslogan manoseado, a disposición de aquellos que, cada vez más, dedican su tiempo a dar lecciones a la Iglesia sobre cómo debe o no debe ser.

“Iglesia en salida” no es una expresión de moda que yo me inventé. Es el mandato de Jesús, que en el Evangelio de Marcos pide a los suyos que vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio “a toda criatura”. La Iglesia o es “en salida” o no es Iglesia. O está en el anuncio o no es la Iglesia. Si la Iglesia no sale, se corrompe, se desnaturaliza. Se convierte en otra cosa.

¿En qué se convierte una Iglesia que no anuncia y no sale?

Se convierte en una asociación espiritual. Una multinacional para lanzar iniciativas y mensajes de contenido ético-religioso. Nada malo, pero no es la Iglesia. Esto es un riesgo para cualquier organización estática en la Iglesia. Se termina por domar a Cristo. Ya no das testimonio de aquello que hace Cristo, sino que hablas en nombre de una cierta idea de Cristo. Una idea poseída y domesticada por ti. Tú organizas las cosas, te conviertes en el pequeño empresario de la vida eclesial, donde todo sucede según un programa establecido, es decir, solo para ser seguido según las instrucciones. Pero el encuentro con Cristo no vuelve a ocurrir. El encuentro que te había tocado el corazón al principio ya no se repite.

¿Es la misión en sí misma un antídoto contra todo esto? ¿Basta la voluntad y el esfuerzo de “salir” en misión para evitar estas distorsiones?

La misión, la “Iglesia en salida”, no son un programa, una intención que se realiza con el esfuerzo de la voluntad. Es Cristo quien hace que la Iglesia salga de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu Santo te empuja y te lleva. Y cuando llegas, te das cuenta de que Él ha llegado antes que tú, y te está esperando. El Espíritu del Señor ha llegado antes. Él se adelanta, también para preparar tu camino, y ya está trabajando.

En un encuentro con las Obras Misionales Pontificias, usted sugirió que leyeran los Hechos de los Apóstoles, como texto habitual de la oración. El relato de los comienzos, y no un manual de estrategia misionera “moderna”. ¿Por qué es eso?

Los protagonistas de los Hechos de los Apóstoles no son los apóstoles. El protagonista es el Espíritu Santo. Los Apóstoles lo reconocen y dan fe de ello primero. Cuando comunican a los hermanos de Antioquía las indicaciones establecidas en el Concilio de Jerusalén, escriben: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros”. De hecho, ellos reconocían con realismo que era el Señor quien añadía diariamente a la comunidad “aquellos que se salvaban”, y no los esfuerzos de persuasión de los hombres.

¿Y ahora es como entonces? ¿No ha cambiado nada?

La experiencia de los apóstoles es como un paradigma válido para siempre. Basta pensar en cómo en los Hechos de los Apóstoles las cosas suceden libremente, sin forzarlas. Es una trama, una historia de hombres en la que los discípulos siempre llegan en segundo lugar, siempre vienen después del Espíritu Santo que actúa. Él prepara y trabaja los corazones. Altera sus planes. Es él quien los acompaña, los guía y los consuela en todas las circunstancias que se encuentran viviendo. Cuando llegan los problemas y las persecuciones, el Espíritu Santo también actúa allí, de una manera aún más sorprendente, con su solaz, con sus consuelos. Como sucede después del primer martirio, el de san Esteban.

¿Qué sucedió entonces?

Comenzó un tiempo de persecución, y muchos discípulos huyeron de Jerusalén, fueron a Judea y Samaria. Y allí, mientras estaban dispersos y fugitivos, comenzaron a proclamar el Evangelio, aunque estaban solos y no estaban con ellos los apóstoles, que se habían quedado en Jerusalén. Son bautizados, y el Espíritu Santo les da el coraje apostólico. Allí vemos por primera vez que el bautismo es suficiente para convertirse en anunciadores del Evangelio. La misión es esa cosa de ahí. La misión es Su obra. Es inútil ponerse nervioso. No necesitamos organizarnos, no necesitamos gritar. No sirven trucos ni estratagemas. Solo sirve pedir que podamos rehacer hoy la experiencia que te hace decir:  “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros”.

Y si no existe tal experiencia, ¿qué sentido tienen las llamadas a la movilización misionera?

Sin el Espíritu, querer hacer la misión se convierte en otra cosa. Se convierte, diría yo, en un proyecto de conquista, la pretensión de una conquista que realizamos nosotros. Una conquista religiosa, o quizás ideológica, quizás también hecha con buenas intenciones. Pero es otra cosa.

Citando al Papa Benedicto XVI, usted repite a menudo que la Iglesia crece por atracción. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Quién atrae? ¿Quién es atraído?

Jesús lo dice en el Evangelio de Juan. “Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Y en el mismo Evangelio dice también: “Nadie viene a mí si el Padre que me envió no lo atrae”. La Iglesia siempre ha reconocido que esta es la forma propia de todo movimiento que acerca a Jesús y al Evangelio. No una convicción, un razonamiento, un tomar conciencia. No una presión ni una constricción. Siempre es una cuestión de atracción. Ya el profeta Jeremías decía: “Tú me sedujiste, y yo me dejé seducir”. Y esto es válido para los mismos apóstoles, para los mismos misioneros y para su trabajo.

¿Cómo ocurre lo que acaba de describir?

El mandato del Señor de salir y proclamar el Evangelio presiona desde dentro, por amor, por atracción amorosa. No se sigue a Cristo, y menos aún se llega a ser anunciador de él y de su Evangelio, por una decisión tomada en una mesa, por un activismo autoinducido. Incluso, el impulso misionero solo puede ser fructífero si acontece dentro de esta atracción y la transmite a los demás.

¿Cuál es el significado de estas palabras en relación con la misión y el anuncio del Evangelio?

Significa que si Cristo te atrae, si te mueves y haces las cosas porque eres atraído por Cristo, otros lo notarán sin esfuerzo. No hay necesidad de demostrarlo, y mucho menos de exhibirlo. En cambio, quien se cree protagonista o empresario de la misión, con todos sus buenos propósitos y declaraciones de intenciones, a menudo termina sin atraer a nadie.

En la Carta Apostólica Evangelii gaudium, usted reconoce que todo esto puede “producirnos cierto vértigo”. Como el de alguien que se sumerge en un mar donde no sabe lo que van a encontrar. ¿Qué cosa busca sugerir con esta imagen? ¿Estas palabras también se refieren a la misión?

La misión no es un proyecto corporativo ya bien probado. Menos es un espectáculo organizado para contar cuántas personas participan gracias a nuestra propaganda. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere. Y esto puede implicar un cierto vértigo. Pero el culmen de la libertad descansa precisamente en este dejarse llevar por el Espíritu, renunciando a calcularlo y controlarlo todo. Es precisamente en esto que imitamos al mismo Cristo, que en el misterio de su resurrección aprendió a descansar en la ternura de los brazos del Padre. La misteriosa fecundidad de la misión no consiste en nuestras intenciones, nuestros métodos, nuestros impulsos y nuestras iniciativas, sino que descansa precisamente en este vértigo: el vértigo que se siente ante las palabras de Jesús cuando dice: “sin mí no pueden hacer nada”.

A usted también le gusta repetir que la Iglesia crece “por el testimonio”. ¿Qué sugerencia busca dar con esta insistencia?

El hecho de que la atracción se hace testimonio en nosotros. El testigo da testimonio de la obra que Cristo y su Espíritu han realizado realmente en su vida. Después de la Resurrección, es Cristo mismo quien se hace visible a los apóstoles. Es él quien hace que ellos sean testigos. Además, el testimonio no es acerca de los propios actos, se es testigo de las obras del Señor.

Otra cosa que usted repite a menudo, en este caso en clave negativa, es que la Iglesia no crece a través del proselitismo y que la misión de la Iglesia no es el proselitismo. ¿Por qué tanta insistencia? ¿Es para salvaguardar las buenas relaciones con las otras iglesias y el diálogo con las tradiciones religiosas?

El problema del proselitismo no es solo el hecho de que contradice el camino ecuménico y el diálogo interreligioso. Hay proselitismo en todos aquellos lugares donde está la idea de hacer crecer la Iglesia, sin la atracción de Cristo ni de la obra del Espíritu, centrándolo todo en cualquier tipo de “discurso sabio”. Así que, como primera cosa, el proselitismo excluye a Cristo mismo de la misión, y al Espíritu Santo, aun cuando diga que habla y actúa en el nombre de Cristo, de una manera nominalista. El proselitismo es siempre violento por naturaleza, incluso cuando se oculta o se ejerce con guantes. No puede soportar la libertad y la gratuidad con que la fe puede ser transmitida, por gracia, de persona a persona. Por esta razón, el proselitismo no es solo el del pasado, de los tiempos del antiguo colonialismo, o de conversiones forzadas o compradas con la promesa de ventajas materiales. Puede haber proselitismo incluso hoy en día, incluso en parroquias, comunidades, movimientos, en las congregaciones religiosas.

Y entonces, ¿qué significa proclamar el Evangelio?

El anuncio del Evangelio significa entregar con palabras sobrias y precisas el testimonio mismo de Cristo, como lo hicieron los apóstoles. Pero no sirve inventar discursos persuasivos. El anuncio del Evangelio también se puede susurrar, pero siempre pasa por la fuerza abrumadora del escándalo de la cruz. Y sigue siempre el camino indicado en la Carta del apóstol san Pedro, que consiste simplemente en “dar razón” a los demás de la propia esperanza. Una esperanza que sigue siendo escandalosa e insensata a los ojos del mundo.

¿Qué identifica al “misionero” cristiano?

Un rasgo distintivo es el de actuar como facilitadores, y no como controladores de la fe. Facilitar, hacerlo fácil, no ponernos como obstáculos del deseo de Jesús de abrazar a todos, de sanar a todos, de salvar a todos. No hacer selecciones, no hacer “aduanas pastorales”. No jugar el rol de los que se ponen en la puerta para comprobar si otros tienen los requisitos para entrar. Recuerdo a los párrocos y a las comunidades de Buenos Aires que habían tomado muchas iniciativas para facilitar el acceso al bautismo. Se habían dado cuenta de que en los últimos años estaba aumentando el número de los que no eran bautizados por tantas razones, incluso sociológicas, y quisieron recordar a todos que el bautismo es algo sencillo, que todos pueden pedir, para sí mismos y para sus hijos. El camino tomado por esos párrocos y por esas comunidades fue uno solo: no añadir cargas, no poner reclamos, quitar del medio cualquier dificultad cultural, psicológica o práctica que pudiese empujar a la gente a posponer o abandonar la intención de bautizar a sus hijos.

En América, al principio de la evangelización, los misioneros discutían quién era “digno” de recibir el bautismo. ¿Cómo terminaron esas disputas?

El Papa Pablo III rechazó las teorías de aquellos que afirmaban que los indígenas eran por naturaleza “incapaces” de aceptar el Evangelio y confirmó la opción de aquellos que facilitaban su bautismo. Parecen cosas del pasado, pero aun hoy existen círculos y sectores que se presentan como “ilustrados”, iluminados, y que también encierran el anuncio del Evangelio en sus lógicas distorsionadas que dividen el mundo entre “civilización” y “barbarie”. La idea de que el Señor tenga entre sus predilectos también muchas “cabecitas negras” los irrita, los pone de mal humor. Consideran a una buena parte de la familia humana como una entidad de clase inferior, incapaz, según sus estándares, de alcanzar niveles decentes en la vida espiritual e intelectual. Sobre esta base se puede desarrollar un desprecio por los pueblos considerados de segunda clase. Todo esto también surgió en el Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía.

Varios tienden a colocar en clave dialéctica el anuncio claro de la fe y las obras sociales. Dicen que la misión no debe reducirse al apoyo a las obras sociales. ¿Es una preocupación legítima?

Todo lo que está en el horizonte de las Bienaventuranzas y de las obras de misericordia está de acuerdo con la misión, es ya anuncio, es ya misión. La Iglesia no es una ONG, la Iglesia es otra cosa. Pero la Iglesia es también un hospital de campaña, donde todos son acogidos, así como son, se sanan las heridas de todos. Y esto es parte de su misión. Todo depende del amor que mueve el corazón de quien hace las cosas. Si un misionero ayuda a cavar un pozo en Mozambique, porque se dio cuenta de que sirve a aquellos a quienes bautiza y a quienes predica el Evangelio, ¿cómo se puede decir que esa obra está separada del anuncio?

¿Cuáles son hoy las nuevas atenciones y sensibilidades que hay que ejercer en los procesos encaminados a hacer fecunda la proclamación del Evangelio en los diferentes contextos sociales y culturales?

El cristianismo no tiene un modelo cultural único. Como reconoció Juan Pablo II, «permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado». El Espíritu Santo embellece a la Iglesia con las nuevas expresiones de las personas y comunidades que abrazan el Evangelio. Así la Iglesia, asumiendo los valores de las diferentes culturas, se convierte en “sponsa ornata monilibus suis”, “la novia que se adorna con sus joyas”, de la que habla el profeta Isaías. Es cierto que algunas culturas han estado estrechamente vinculadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo del pensamiento cristiano. Pero en el tiempo que vivimos, se hace aún más urgente tener en cuenta que el mensaje revelado no se identifica con ninguna cultura. Y en el encuentro con nuevas culturas o con culturas que no han acogido la predicación cristiana, no se debe tratar de imponer una cierta forma cultural junto con la propuesta evangélica. Hoy en día, incluso en el trabajo misionero, es todavía más conveniente no llevar un equipaje pesado.

Misión y martirio. A menudo usted se ha referido al vínculo íntimo que une estas dos experiencias.

En la vida cristiana, la experiencia del martirio y el anuncio del Evangelio a todos tienen el mismo origen, la misma fuente: cuando el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo da fuerza, valor y consuelo. El martirio es la máxima expresión del reconocimiento y de testimonio dado a Cristo, que representan el cumplimiento de la misión, del trabajo apostólico. Siempre pienso en los hermanos coptos masacrados en Libia, que pronunciaban el nombre de Jesús en un susurro mientras eran decapitados. Pienso en las Hermanas de la Santa Madre Teresa asesinadas en Yemen, mientras cuidaban a pacientes musulmanes en una residencia para ancianos con discapacidades. Cuando las mataron, tenían sus delantales de trabajo sobre sus hábitos religiosos. Todos son vencedores, no “víctimas”. Y su martirio, hasta el derramamiento de sangre, ilumina el martirio que todos pueden sufrir en la vida diaria, con el testimonio dado a Cristo cada día. Es lo que se puede ver cuando se visitan las casas de reposo de misioneros ancianos, a menudo desgastados por la vida que llevaron. Un misionero me dijo que muchos de ellos pierden la memoria y ya no recuerdan nada del bien que hicieron. “Pero no importa -me dijo-, porque en cambio el Señor recuerda esto muy bien”.

¿La salvación está asegurada tan sólo por "aceptar a Cristo"?

Cristo dijo: “no todo el que me diga señor, señor, entrará en el reino de los cielos”

Sobre la base de Romanos 10,9 que dice:

“Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo”.

Muchos cristianos no católicos, creen que su salvación ya está asegurada, con el solo hecho de creer en Cristo, no hace falta nada más porque ya Él pagó por tus pecados en la cruz.

Pero esta enseñanza no es más que doctrina de hombres. No basta leer un solo texto de la Biblia y pretender que se ha llegado a la verdad, hay que ver qué dice toda la Escritura sobre ese tema.

En primer lugar Romanos 10,9 nunca dice “ya eres salvo” o “ya estás salvado”, sino que está en futuro (serás salvo), y si creer en Cristo es suficiente para salvarse, entonces Satanás y sus demonios están salvados, según la falsa doctrina “cristiana evangélica” pues el Apóstol Santiago dice:

“¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan”. Santiago 2, 19.

Tiemblan de miedo porque saben que no serán salvados aunque creen en Dios, pues lo conocen PERO NO LE OBEDECEN.

Todo Católico que celebra la Sagrada Eucaristía los domingos, al realizar su profesión de fe o credo, proclama a Jesucristo como su Señor y Salvador:

“Creo en un solo Señor Jesucristo...que por nuestra Salvación se hizo hombre…”

Así que también los Católicos según la doctrina “evangélica” somos salvos. Fácil puede verse la mentira de que aceptar a Cristo como tu Señor y Salvador te hará salvo en ese instante y para siempre.

La salvación es un proceso de toda la vida:

“Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará”. Mateo 10,22.

No importan tu fe ni tus obras, si no nos mantenemos fieles hasta el fin no nos salvaremos.

“Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano!”. 1 de Corintios 15,1-2.

El Apóstol San Pablo exhortaba a su discípulo Timoteo a luchar por su salvación. ¿Por qué si Timoteo ya había “aceptado a Cristo” muchos años atrás?

“Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen”. 1 de Timoteo 40,16.

No basta con creer, para salvarse se requiere:

AMOR - Mateo 25,1-46; 1 de Corintios 13,2.
SER JUSTOS - Mateo 5,20.
REALIZAR OBRAS - Mateo 16,27; Santiago 2,17.26; Apocalipsis 22,12.
LOS SACRAMENTOS - Juan 3,3-5; 6,53-55.
OBEDIENCIA - Mateo 28, 19-20; Juan 14,15.

No basta con aceptar a Cristo como Señor y creer en Él o realizar supuestos milagros en su Nombre, pues Él mismo nos dice:

“¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?” Lucas 6,46.

“«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!". Mateo 7, 21-23.

Charles Hoffman: de judío ortodoxo a católico fiel

En una Misa vio la Hostia en la elevación y dijo: "¡Creo! Señor y Dios mío"

Charles Hoffman nació en Berlín el año 1933, nueve meses después de que Adolf Hitler ascendiera al poder como Canciller de Alemania. Apenas había cumplido cuatro años y ya padecía las consecuencias de su origen… “Como niño judío estaba aterrorizado”, recuerda en un valioso relato -escrito en primera persona- recién publicado por The Coming Home Network. Sin embargo “por la gracia de Dios”, Charles logró huir junto a su madre abordando el 13 de mayo de 1939 en el trasatlántico MS St. Louis, con destino a Cuba, donde les esperaba su padre, según relata la web Portaluz.

Pero los cubanos les negaron el asilo a los casi 900 judíos del barco. Lo mismo sentenció luego el Congreso de los Estados Unidos y también el gobierno de Canadá. Tras refugiarse en Francia y Holanda, la mayoría de estas personas serían asesinados tiempo después por esbirros del régimen nazi. Charles y su madre salvaron la vida al refugiarse en Inglaterra. Cuatro años después lograron ser recibidos en los Estados Unidos. “Fue una bendición tremenda”, destaca Charles.

Cantor en la Sinagoga

El judaísmo moderno se divide en ramas ortodoxas, conservadoras y reformistas, representando un espectro teológico bastante amplio comenta Charles Hoffman. Ya situados en U.S.A., su madre decidió que fuese formado como judío ortodoxo. Con los años era el único miembro de su familia “que podía orar en hebreo y dirigir los cultos del sábado como cantor en la sinagoga”. Su madre, dice Charles, “estaba muy orgullosa de ello”.

Tras un tiempo de conocer a una joven, Irma, se casó en 1956, como era de esperar, bajo los ritos de la comunidad judía ortodoxa. Un año después todos celebraban que Charles obtuviera la licenciatura de Ingeniero Eléctrico en el Instituto Politécnico de Brooklyn (ahora parte de la New York University).

Tenía poco más de 23 años y nadie podía imaginar que este judío bien formado y fervoroso, al estudiar las raíces de su propia fe acabaría viviendo un auténtico terremoto existencial.

Las razones de la fe

Aunque había forjado amistad con algunos católicos en la universidad “nada de lo que decían estos amigos cristianos, ni la forma en que actuaban, me atraía a Jesús o al cristianismo”, comenta. Pero un proceso vital inesperado iniciaría cuando en un curso de literatura inglesa, le pidieron que analizara a un personaje histórico: Jesucristo. “Hasta ese momento -confidencia- no había leído el Nuevo Testamento (…) Sus enseñanzas me impresionaron; mi recelo era que Él (Jesús) reclamaba igualdad con Dios. Sentía que era importante defender la doctrina de la unidad de Dios. Además, Jesús no era el Mesías glorioso que me habían enseñado a esperar, sino un hombre que había sufrido y muerto. Como judío ortodoxo, sentí que no tenía más remedio que rechazarlo”.

Aun así, en los meses siguientes Charles no logró sacar a Jesús de su corazón; y se preguntaba cómo este judío, que le parecía respetuoso de su fe, podía declararse Hijo de Dios. Y que, “junto a 12 seguidores judíos”, pudo finalmente “comenzar una nueva religión llamada cristianismo”. Cuyos fieles, judíos y de otros pueblos, no temían morir defendiendo su fe en Jesucristo, Hijo de Dios, ¡llegando a ser más de mil millones de creyentes! ... “El Espíritu Santo me animaba a buscar respuestas investigando las creencias del cristianismo desde su fundación hasta el presente. En ese momento, no me di cuenta de que Dios convertiría esta investigación en un proceso de conversión”.

La verdad revelad

Como fiel judío ortodoxo -dice Charles- creía que la “fuente de la revelación” es tanto la palabra escrita (la Torá y otros escritos proféticos del Antiguo Testamento) como la no escrita de Dios (la Tradición, Talmud). Fue revelador constatar que los católicos -herederos de una primera comunidad de apóstoles y discípulos, nacidos judíos, seguidores de Cristo-, considerasen a la Sagrada Escritura y la Tradición como fuentes de la verdad revelada por Dios.

El trayecto en que buscó con pasión las respuestas le tomó años… “Había afirmaciones cristianas de peso que tuve que abordar: a saber, que el único Dios es una Trinidad de Personas; que Jesús, el Mesías, era Dios; que se hizo hombre; y que tenía que sufrir y morir. Empecé con el Dios único siendo una Trinidad ya que sentía que esta sería la clave para resolver los otros asuntos. Esta investigación me tomó varios años de estudio intensivo y oración mientras el Espíritu Santo y la abundante gracia de Dios me iluminaban gradualmente a la verdad. Teniendo el beneficio de haber sido criado en la Fe Judía, mientras más estudiaba las enseñanzas de Jesús, más me fascinaba, y más me desafiaba a descubrir quién era Él, qué hacía, y qué significaba para mi vida. Esto fue debido a que Jesús era un judío y por eso sus palabras me permitieron entender por qué Él era el Mesías que yo creía que aún no había llegado y aceptar a Jesucristo como mi Señor y Salvador. Siempre agradeceré a la Trinidad por permitirme comprender que el Dios de Israel estaba detrás del crecimiento del cristianismo, como lo había profetizado el rabino Gamaliel en Hechos 5:27-42”.

La autoridad dada por Jesús al Papa

La noche del 24 de diciembre de 1961, tuvo lugar un evento que cambió para siempre la vida de Charles Hoffman. Después de pasar un año tenso luchando con la posibilidad de convertirse al cristianismo y los efectos que esto podría tener en su familia, decidió ver la misa de medianoche por televisión. Transmitían desde la Catedral de San Patricio en la ciudad de Nueva York. “Fue durante la consagración, mientras el obispo elevaba la Hostia consagrada, la miré y dije: “¡Creo! Mi Señor y mi Dios”. Al instante, todas las tensiones dentro de mí desaparecieron, y me sentí en paz. Todo lo que había leído y estudiado sobre Jesús se reunió. ¡No más dudas ni deambular! Jesús es mi Salvador y mi Dios”.

De todas las iglesias cristianas que existían no tuvo dudas, señala, que sólo la Iglesia Católica tiene “la autoridad dada por Jesús, cuando le dio a Pedro las llaves del Reino, para ser el auténtico maestro de su Evangelio, junto con los demás Apóstoles. Desde los tiempos de Moisés, la autoridad que Moisés y Aarón recibieron de Dios se transmitió de generación en generación. De la misma manera, la autoridad dada por Jesús a Pedro se transmitió también a los sucesores de Pedro, a los obispos de Roma y a los obispos en comunión con él. Constituyen el Magisterio de la Iglesia Católica”.

El milagro de la fe al cuidado de María

Charles se bautizó en la Iglesia Católica Cristo Rey, en Commack (New York), el 23 de febrero de 1963, a la edad de 29 años. Su esposa, Irma, también judía, lo haría pocos meses después. Ella falleció en 1984 tras una larga enfermedad. Dos años después, Charles contrajo matrimonio con su actual esposa, Sara. “Hemos sido bendecidos con cinco hijos y diecinueve nietos”.

Hoy, junto al amor por la Eucaristía, reconoce que su modelo de fe es la Santísima Virgen María. Toda su vida, destaca, le habían enseñado a honrar a las grandes mujeres judías del Antiguo Testamento. Gracias a su conversión, dice Charles, se hizo “evidente que la Santísima Virgen María era el ser humano más grande jamás creado, superior incluso a los ángeles (…) María no puede ser nunca un obstáculo para Jesús. Ella sólo puede llevarnos a una relación personal más cercana con su Hijo. Después de todo, ¿quién lo conocía mejor que ella? Tengo dificultades para entender por qué María es casi totalmente ignorada por la mayoría de los protestantes y muchos católicos. Si ignoramos a María, es porque realmente no conocemos a Jesús, ni como Dios ni como Hombre”, finaliza.

Reflexión sobre la obediencia

La obediencia supone confianza en el que obedece y responsabilidad en el que manda; observancia y docilidad en el que acata y justicia y humildad en el que ordena. Obediencia y autoridad son virtudes en relación permanente.

“He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10, 9). Nada más repugna al hombre de nuestro tiempo que cumplir una voluntad que no sea la propia. En el fondo subyace esa actitud tan actual de rechazo a todo aquello que frene “la libertad”. En definitiva: que obedecer no está de moda.

Y sin embargo todos los días nuestra vida pasa girando en torno a la obediencia. Es más, desde que nacemos hasta que nos despedimos de este mundo vivimos en actitud constante de obediencia: obediencia a leyes del mundo que ordenan nuestra relación para con la naturaleza; obediencia a unas leyes del Estado que regulan las relaciones entre los hombres; obediencia a una ley interior que regula nuestra relación con Dios.

Ciertamente, para que se dé la obediencia como virtud hace falta mucho más que la simple vivencia inconsciente. Obedecer la ley de la gravedad no tiene mérito. Se vive y ya. Por mucho que alguno deseara omitirla, por más que mueva los brazos, no volará. Sí hay valor en el vivir la obediencia en relación a los demás hombres y en relación con Dios. Es aquí donde nos encontramos con maneras de obedecer que le darán el toque de virtud.

Se puede obedecer por miedo a un castigo, por el prurito de un premio o por amor. Durante el régimen de Hitler muchos se enrolaban en el ejército por temor a ser asesinados en caso de rehusarse: obedecían por temor. En la Edad Media muchos príncipes y caballeros se alistaban en los ejércitos convocados por los reyes y Emperadores pensando en el botín que alcanzarían en caso de ganar la batalla: obedecían por el prurito de un premio. En la guerra cristera mexicana los “soldados” se incorporaban a los regimientos por amor a su fe (que era amor a Dios).

¡He aquí la diferencia! ¡He aquí el detalle donde radica la virtud al obedecer! Y es que la obediencia supone confianza en el que obedece y responsabilidad en el que manda; observancia y docilidad en el que acata y justicia y humildad en el que ordena. Obediencia y autoridad son virtudes en relación permanente. En buena medida, si en el plano de las relaciones entre los hombres se ha dado una crisis en la obediencia es porque antes hubo una crisis en la autoridad. Todos obedecen con ecuanimidad donde hay personas dignas. Mas como todos ejercitamos el mando-autoridad en algún momento de nuestra existencia, en magnitudes y sobre números de personas distintos, no estamos como para echarle la culpa de esta crisis a los otros y sí para comprometernos en un buen desempeño de ella y en una mejora de su imagen.

En el plano de nuestras relaciones con Dios no tenemos nada que argüir. Ante Él no queda más que repetir aquello que decía Virgilio en la Eneida (5, 467): “Cede Deo” (“cede ante Dios”). ¿Y cómo saber ante qué debo ceder? ¿Qué modelos de obediencia puedo tomar de ejemplo? ¿Qué actitudes tomar cuando obedecer me cueste?

Sabemos qué debemos obedecer. Ya lo decía Jesús: “Ya sabes los mandamientos: no cometerás adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” (Lc 18, 20); y además nuestro interior nos lo dicta: hacer el bien y evitar el mal. Obedecer sólo tiene sentido y plenitud cuando de las intenciones se baja a los hechos. ¿Modelos? Abraham, Moisés, María… ¿Actitudes? Las del amor y la confianza. Dios jamás pedirá algo que esté fuera de nuestro alcance, algo que no podamos darle. Podrá parecernos humanamente imposible pero no será así en el fondo. Uno que ama sólo pedirá al amado más amor.

Obediencia también dice relación con la fe. ¿Cómo entender sino los modelos antes mencionados? A Abraham Dios le prometió una descendencia más grande que las arenas del mar y las estrellas del cielo. Y cuando tuvo a su hijo Isaac ¡Dios le pide sacrificárselo! ¿Cómo no imaginar la lucha interior, el humano pensamiento donde la razón no da para comprender aquellas palabras divinas, “multiplicaré tu descendencia”, y la petición de sacrificio del vástago prometido? Vamos, que si Abraham fuese un chavalito tendría tiempo de sobra para tener más hijos que ofrecerle a Dios y multiplicarse según aquellas promesa; pero era hombre anciano como su esposa Sara. Y qué decir de María: dijo que se hiciera en ella la voluntad de Dios, ¡obedeció libremente! Su sí no era uno cualquiera; no lo estaba dando a una orden de hamburguesas en el restaurante como quien no se entera de lo que está aceptando. Con su respuesta se jugaban muchas otras cosas…; tenía 15 años, era hija única, estaba comprometida… y de repente, ¡embarazada! “¿De quién es María?”, debieron preguntarle sus padres y el mismo José. Y qué iba a responder ella sino la verdad. Verdad verdadera –valga la redundancia- pero costosísima de creer. Y todo por obedecer porque amaba y confiaba en Dios.

Sabemos en qué terminaron aquellas historias: en la paz, en la serenidad de quien sabe ha obedecido. En Cristo hallamos el modelo más perfecto de obediencia -¡y qué obediencia!-. Y mirad qué beneficios nos dio su obedecer la voluntad de Dios al morir de la forma como lo hizo: la paz de sabernos redimidos. Como decía el lema del Papa Juan XXIII: “obediencia y paz”. La consecuencia de la obediencia es la paz. Tan sencillo y tan profundo como eso. Y no se puede olvidar.

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