No temamos vivir de cara a Dios

Inés de Bohemia (de Praga), Santa

Abadesa, 2 de marzo
 
Martirologio Romano: En Praga, de Bohemia, santa Inés, abadesa, hija del rey Otokar, que, tras haber renunciado a nupcias reales y deseosa de desposarse con Jesucristo, abrazó la Regla de santa Clara en el monasterio edificado por ella misma, donde quiso observar la pobreza conforme a la regla († c. 1282).

Etimológicamente: Inés = Aquella que se mantiene pura, es de origen latino

Fecha de canonización: 12 de noviembre de 1989 por el Papa Juan Pablo II.

Breve Biografía

Inés, hija de Premisl Otakar I, rey de Bohemia y de la reina Constancia, hermana de Andrés I, rey de Hungría, nació en Praga en el año 1211. En 1220, prometida en matrimonio a Enrique VII, hijo del emperador Federico II, fue llevada a la corte del duque de Austria, donde vivió hasta el año 1225, manteniéndose siempre fiel a los deberes de la vida cristiana. Rescindido el pacto de matrimonio, volvió a Praga, donde se dedicó a una vida de oración más intensa y a obras de caridad; después de madura reflexión decidió consagrar a Dios su virginidad.

A través de los franciscanos, que iban a Praga como predicadores itinerantes, conoció la vida espiritual que llevaba en Asís la virgen Clara, según el espíritu de San Francisco. Quedó fascinada y decidió seguir su ejemplo. Con sus propios bienes fundó en Praga entre 1232 y 1233 el hospital de San Francisco y el instituto de los Crucíferos para que los dirigieran. Al mismo tiempo fundó el monasterio de San Francisco para las “Hermanas Pobres o Damianitas”, donde ella misma ingreso el día de Pentecostés del año 1234. Profesó los votos de castidad, pobreza y obediencia, plenamente consciente del valor eterno de estos consejos evangélicos, y se dedicó a practicarlos con fervorosa fidelidad, durante toda su vida.

La virginidad por el Reino de los cielos siguió siendo siempre el elemento fundamental de su espiritualidad, implicando toda la profunda afectividad de su persona en la consagración del amor indiviso y esponsal a Cristo. El espíritu de pobreza, que ya la había inducido a distribuir sus bienes a los pobres, la llevó a renunciar totalmente a la propiedad de los bienes de la tierra para seguir a Cristo pobre en la Orden de las “Hermanas Pobres”. El espíritu de obediencia la condujo a conformar siempre su voluntad con la de Dios, que descubría en el Evangelio del Señor y en la regla de vida que la Iglesia le había dado. Trabajó junto con santa Clara para obtener la aprobación de una Regla nueva y propia que, después de confiada espera, recibió y profesó con absoluta fidelidad. Constituida, poco después de la profesión, abadesa del monasterio, conservó esta función durante toda la vida y la ejerció con humildad, sabiduría y celo, considerándose siempre como “la hermana mayor”.

Amó a la Iglesia, implorando para sus hijos los dones de la perseverancia en la fe y la solidaridad cristiana. Se hizo colaboradora de los Romanos Pontífices, que para el bien de la Iglesia solicitaban sus oraciones y su mediación ante los reyes de Bohemia, sus familiares. Amó a su patria, a la que benefició con las obras de caridad individuales y sociales y con la sabiduría de sus consejos, encaminados siempre a evitar conflictos y a promover la fidelidad a la religión cristiana de los padres. En los últimos años soportó inalterable los dolores que la afligieron a ella, a la familia real, al monasterio y a la patria.

Murió santamente en su monasterio el 2 de marzo de 1282. El culto tributado desde su muerte y a lo largo de los siglos a la venerable Inés de Bohemia, tuvo el reconocimiento apostólico (confirmación de culto) con el decreto aprobado por el Papa Pío IX el 28 de noviembre de 1874.
 
Mirar al amado con ojos de fe

Santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12. Martes II de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, purifica mi mente y mi corazón para que cada uno de mis pensamientos, cada uno de mis actos, y cada palabra que diga, sean sólo para honra y gloria tuya.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame “maestros”.

Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Somos buscadores por naturaleza, y ante esto nos planteamos ciertas preguntas para encontrar aquello que buscamos. Pero ¿nos hacemos las preguntas correctas? Alguna vez nos hemos preguntado, ¿por qué hacemos las cosas día a día? ¿Qué nos mueve a actuar? ¿Qué buscamos tras cada uno de nuestros pensamientos, palabras y obras? ¿Acaso es dar gloria a Dios? ¿Es la llamada felicidad verdadera? O por el contrario, ¿es el tratar de agradar a los hombres, el querer ser reconocido ante los demás? ¿Pierdo mi coherencia de vida por actuar según los criterios del mundo? ¿Qué tanto vivo mi fe por amor a Dios?

Quizá sea que detrás de mucho de lo que hacemos, pensamos o decimos no se encuentra la verdadera intención que debe de brotar como agua en la fuente de nuestro corazón. Esa fuente de la cual debe de brotar como agua el amor, la compasión, la misericordia, la coherencia de vida, la verdad, el evangelio, el testimonio de un verdadero seguidor de Cristo. Jesús nos enseña que, precisamente, esta agua muchas veces debe de brotar sin ser vista o sin ser recompensada, pues es hermoso actuar y vivir de cara a Dios, pues Él es el único que puede dar paz a nuestro corazón.

Una paz que se encuentra en la vivencia de mi fe, solamente por amor a Aquel que me ha creado, que me acompaña y que cuida cada uno de mis pasos, procurando siempre mostrarme la felicidad y, más aún, el camino que he de seguir para poder pensar, actuar y hablar según su santa voluntad.

No temamos el preguntarnos miles de cosas; no temamos vivir de cara a Dios o de actuar de una manera coherente ya que, en esta vivencia, es en donde encontraremos la verdadera paz, la libertad y el amor.

«Decía san Francisco a sus hermanos: Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras. No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesita tantos maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo». (Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Me esforzaré por vivir coherentemente como un fiel seguidor de Cristo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Por qué Dios permite la tentación?

Las tentaciones tienen un objetivo en nuestra vida y hay que aprender a descubrirlo

Cuando rezamos el Padrenuestro decimos: “no nos dejes caer en la tentación”. Pero, ¿no parecería imposible evitar tener alguna tentación? ¿Es malo experimentarla? ¿Cómo hay que entender esto? Veámoslo.

Las tentaciones tienen un objetivo en nuestra vida y hay que aprender a descubrirlo. La palabra tentación procede de tentatio que significa prueba o test. Y bien sabemos que sólo ante las pruebas podemos descubrir cuánta resistencia podemos forjar. Por eso, debemos tener muy claro que experimentar la tentación no es pecado, lo que sí lo es, es consentirla, es decir, caer en ella.

Dios no es el autor de las tentaciones ni nos las manda, pero sí permite que seamos tentados para que podamos forjar las virtudes. De hecho, existe más mérito en ser tentado y resistir la prueba, que nunca experimentar alguna tentación. De tal modo que, las pruebas que vivimos, son una gran oportunidad para crecer en la santidad, que es la vocación universal de todos.

De hecho, Jesús tuvo momentos fuertes de tentación en su vida aquí en la tierra, tanto en el desierto como en el huerto de Getsemaní, antes de ser tomado preso. Por lo tanto, si Él fue tentado, con mayor razón nosotros también las tendremos; pero, así como Cristo logró vencerlas, así también debemos animarnos a luchar sin cansancio hasta dominarlas y salir victoriosos de ellas.

Ahora bien, hay que saber que, si Dios permite que la tentación llegue a nuestra puerta, también nos dará todas las gracias necesarias para salir victoriosos. Ya nos dice San Pablo: “De hecho, ustedes todavía no han sufrido más que pruebas muy ordinarias. Pero Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. En el momento de la tentación les dará fuerza para superarla” (1Cor 10, 13).

Una de las armas más eficaces para poder vencer las tentaciones es la oración, ya Jesús nos lo dejó muy claro: “Oren para que no caigan en tentación” (Lc 22, 40). El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice también: “Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (Cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya” (CEC 2849).

Entonces, en la oración del Padrenuestro ¿qué es lo que pedimos? El Catecismo nos responde: “[…] Pedimos a nuestro Padre que no nos “deje caer” en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa “no permitas entrar en” (cf Mt26, 41), “no nos dejes sucumbir a la tentación”. “Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie” (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate “entre la carne y el Espíritu”. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza” (CEC 2846).

No te desanimes si las tentaciones han llegado a tu vida, al contrario, velas como una motivación en donde tienes algo que ofrecerle a Dios. Para no caer en la tentación, debemos dejarnos conducir por el Espíritu Santo, ya que, si nos dejamos conducir por Él, sabremos reconocerla, y poner los medios adecuados para poder vencerla. Estemos siempre vigilantes, ya que el enemigo siempre nos ataca por donde más débiles nos mostramos.

Que nadie tenga que sufrir por falta de pan o soledad

Papa Francisco a la delegación del Centro Franciscano de Solidaridad de Florencia.

Después de mediodía el Santo Padre recibió en audiencia, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a una delegación del Centro Franciscano de Solidaridad de Florencia, compuesta por cincuenta personas. En su alocución, el Papa manifestó su complacencia por esta visita, a estos queridos hermanos y hermanas y agradeció a su presidenta, María Eugenia Ralletto, las palabras de saludo que le dirigió en nombre de todos.

Valioso servicio de escucha y cercanía

El Papa comenzó recordando que desde hace muchos años, en la ciudad italiana de Florencia, llevan a cabo un valioso servicio de escucha y cercanía a las personas que se encuentran en condiciones económicas y sociales difíciles: familias que tienen que afrontar dificultades de diversa índole y personas mayores o discapacitadas que necesitan apoyo y compañía. Por esta razón y, en primer lugar, el Pontífice les dio las gracias por esta labor, a lo que añadió:

“En un mundo que tiende a correr a dos velocidades, que por un lado produce riqueza pero por otro genera desigualdad, ustedes son una obra eficaz de asistencia, basada en el trabajo voluntario, y, a los ojos de la fe, están entre los que siembran las semillas del Reino de Dios”.

Jesús se acercó a los pobres, marginados y descartados

Después de recordar que Jesús, al venir al mundo y proclamar el Reino del Padre, se acercó a las heridas humanas con compasión, acercándose especialmente a los pobres, marginados y descartados, sin olvidar a los descorazonados, abandonados y oprimidos, el Papa les dijo:

“Cristo nos ha revelado el corazón de Dios: es un Padre que quiere salvaguardar, defender y promover la dignidad de cada uno de sus hijos e hijas, y que nos llama a construir las condiciones humanas, sociales y económicas para que nadie sea excluido o pisoteado en sus derechos fundamentales, nadie tenga que sufrir por falta de pan material o por soledad”.

Luminoso testimonio de San Francisco de Asís

Además, Francisco destacó que en esta obra se inspiran en el luminoso testimonio de San Francisco de Asís, que puso en práctica la fraternidad universal, sembrando en todas partes la paz y caminando junto a los pobres, abandonados, enfermos, rechazados y últimos, tal como él mismo lo ha escrito en su Encíclica Fratelli tutti.

Y añadió que “tratando de seguir su ejemplo, desde hace casi cuarenta años llevan a cabo este servicio, que es un signo concreto de esperanza y también un signo de contradicción en la ajetreada vida de la ciudad, donde tantos se encuentran solos con su pobreza y su sufrimiento:

“Es un signo que despierta las conciencias adormecidas y nos invita a salir de la indiferencia, a tener compasión por los que están heridos, a inclinarnos con ternura sobre los aplastados por el peso de la vida”.

Seguir adelante con valentía

Al despedirse el Papa invitó a estos queridos amigos a seguir adelante con valentía en su trabajo, y les dijo que pide al Señor que los sostenga, dado que las solas fuerzas humanas no son suficientes. Francisco les aseguró su oración para que el Señor, por intercesión de San Francisco, les conserve siempre la alegría de servir, a la vez que les pidió que también ellos recen por él mientras les recomendó:

“Antes de las cosas que hay que hacer y más allá de ellas, cuando estamos frente a un pobre estamos llamados a un amor que lo haga sentir como nuestro hermano, nuestra hermana; y esto es posible gracias a Cristo, presente precisamente en esa persona”.

Mi regalo de cumpleaños

Salió de la casa en silencio y sin decir si tomaría en cuenta mi consejo sacerdotal

En septiembre de 2008 un joven, feligrés de aproximadamente 20 años, me llamó llorando, pidiendo que lo atendiera urgentemente. A pesar de la fatiga de ese día, pues ya era de noche, le recibí en mi casa. Me dijo que su novia quedó embarazada de gemelos y que ya había tomado la decisión de abortar, porque ya tenía dos hijas de otra relación. Después de escucharlo, le pedí el teléfono de la chica para conversar con ella, aun a riesgo de escuchar algún insulto, porque sabía que ella no era practicante.

Tomé valor y la llamé para fijar una cita en mi casa al día siguiente. Ella vino con su hermana. El aborto estaba programado para el día después. Para salvar a los gemelos traté de sacar todos los argumentos bíblicos y también le hablé de los riesgos de la cirugía. Mi intervención no tuvo éxito. Entonces hice la siguiente propuesta: «Ten estos niños y yo me quedaré con ellos». Después de esto, ella se enfadó y dijo que nunca le daría su hijo a nadie.

Entonces, como un último intento, dije que comprendía todos sus sufrimientos y que quisiera hacer una oración por ella. Eso sí lo aceptó; se levantó y le impuse las manos sobre la cabeza e hice una oración silenciosa. Entonces, sin pedir permiso, puse las manos sobre su vientre y consagré en voz alta a los bebés al Corazón Inmaculado de María. En ese momento la joven comenzó a llorar y se sintió tocada por el Señor. Y le dije: «¡Tendrás estos niños y no vas a abortarlos, porque María ya es su madrina!».

Salió de la casa en silencio y sin decir si tomaría en cuenta mi consejo sacerdotal. Una semana después su novio me llamó diciendo, para la Gloria de Dios, que ella no abortó y que decidió tener a los niños.

Después de unos meses, el 20 de abril de 2009, recibí otra llamada de este muchacho contándome que acababan de nacer sus dos hermosas hijas. Yo me emocioné mucho y apenas podía hablar. Él me preguntó por qué lloraba tanto y simplemente le dije: «¡Hoy es mi cumpleaños!".

Este fue el regalo más grande que haya recibido jamás, y una señal del Señor en mi ministerio sacerdotal.

Esta historia y otras mil, fueron recopiladas durante el Año Sacerdotal. Las cien mejores están publicadas en el libro "100 historias en blanco y negro", que puede adquirirse en www.100sacerdotes.com

Tener un hermano, una hermana, es una experiencia fuerte, impagable, insustituible

Catequesis del Papa Francisco sobre la familia: los hermanos. 18 de febrero de 2015

Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro camino de catequesis sobre la familia, después de haber considerado el papel de la madre, del padre, de los hijos, hoy es el turno de los hermanos. “Hermano”, “hermana” son palabras que el cristianismo ama mucho. Y gracias a la experiencia familiar, son palabras que todas las culturas y todas las épocas comprenden.

El vínculo fraterno ocupa un lugar especial en la historia del pueblo de Dios, que recibe su revelación en lo vivo de la experiencia humana. El salmista canta la belleza del vínculo fraterno, y dice así: “¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos! (Sal 132,1).  Y esto es verdad, la hermandad es bella. Jesucristo ha llevado a su plenitud también esta experiencia humana del ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor trinitario y potenciándola para que vaya más allá de los vínculos de parentela y pueda superar todo muro de ajenidad.

Sabemos que cuando la relación fraterna se arruina, cuando se arruina esta relación entre hermanos, abre el camino a experiencias dolorosas de conflicto, de traición, de odio. El relato bíblico de Caín y Abel constituye el ejemplo de este resultado negativo. Después del asesinato de Abel, Dios pregunta a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gen 4,9 a). Es una pregunta que el Señor continúa repitiendo a cada generación. Y lamentablemente, en cada generación, no cesa de repetirse también la dramática respuesta de Caín: “No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9 b). Pero cuando se rompe la unión entre los hermanos, se transforma en una cosa fea, también mala para la humanidad. Y también en familia, ¡cuántos hermanos han peleado por pequeñas cosas o por una herencia y luego no se hablan más, no se saludan más! Pero esto es feo. La fraternidad es algo grande. Pensar que ambos, todos los hermanos han habitado en el vientre de la misma mamá durante nueve meses, ¡vienen de la carne de la mamá! Y no se puede romper la fraternidad. Pensemos un poco, todos conocemos familias que tienen hermanos divididos, que han peleado, pensemos un poco y pidamos al Señor por estas familias – quizás en nuestra familia hay algunos casos – para que el Señor nos ayude a reunir a los hermanos, a reconstituir la familia. La hermandad no se debe romper y cuando se rompe sucede lo que acaeció a Caín y Abel, cuando el Señor pregunta a Caín a dónde estaba su hermano: “No lo sé, no me importa de mi hermano”. ¡Esto es feo, es una cosa muy, muy dolorosa de escuchar! En nuestras oraciones recemos siempre por los hermanos que se han dividido.

El vínculo de fraternidad que se forma en familia entre los hijos, si sucede en un clima apertura hacia los demás, es la gran escuela de libertad y de paz.  En familia, entre los hermanos se aprende la convivencia humana, cómo se debe convivir en sociedad. Quizás no siempre somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia que introduce la fraternidad en el mundo! A partir de esta primera experiencia de fraternidad, nutrida por los afectos y por la educación familiar, el estilo de la fraternidad se irradia como una promesa sobre la sociedad entera y sobre las relaciones entre los pueblos.

La bendición que Dios, en Jesucristo, derrama sobre este vínculo de fraternidad, lo dilata en un modo inimaginable, haciéndolo capaz de superar toda diferencia de nación, de lengua, de cultura e incluso de religión.

Piensen en lo que se convierte el vínculo entre los hombres, aún muy diferentes entre sí, cuando pueden decir de otro: “¡Él es como un hermano, ella es como una hermana para mí!” Esto es bello, ¡es bello! La historia ha demostrado suficientemente, además, que incluso la libertad y la igualdad, sin la fraternidad, pueden llenarse de individualismo y de conformismo, también de interés.

La fraternidad en la familia brilla de modo especial cuando vemos la atención, la paciencia, el afecto del cual están rodeados el hermanito o la hermanita más débil, enfermos o discapacitados. Los hermanos y hermanas que hacen esto son muchísimos, en todo el mundo, y tal vez no apreciamos lo suficiente su generosidad. Y cuando los hermanos son muchos en familia – hoy saludé una familia, allí, que tiene nueve hijos: el mayor, o la mayor, ayuda al papá, a la mamá, a cuidar a los más pequeños. Y esto es bello, este trabajo de ayuda entre los hermanos.

Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. Lo mismo sucede con la fraternidad cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” a tomarnos el alma y el corazón. Sí, ellos son nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos. Cuando sucede esto, cuando los pobres son como de casa, nuestra propia fraternidad cristiana vuelve a tomar vida. Los cristianos, de hecho, van al encuentro de los pobres y de los débiles no para obedecer a un programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dice todos somos hermanos. Éste es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres. Les sugiero una cosa: antes de finalizar, me faltan pocas líneas, en silencio cada uno de nosotros, pensemos en nuestros hermanos, en nuestras hermanas, pensemos en silencio y en silencio desde el corazón recemos por ellos. Un instante de silencio.

He aquí, con esta oración hemos traído a todos los hermanos y hermanas, con el pensamiento, con el corazón, aquí a la plaza para recibir la bendición. Gracias.

Vivir como Cristo nos ha enseñado

Martes segunda semana Cuaresma. Ser coherentes con lo que pensamos, decimos y actuamos, por amor a Cristo.

Constantemente, Jesucristo nuestro Señor, empuja nuestras vidas y nos invita de una forma muy insistente a la coherencia entre nuestras obras y nuestros pensamientos; a la coherencia entre nuestro interior y nuestro exterior. Constantemente nos inquieta para que surja en nosotros la pregunta sobre si estamos viviendo congruentemente lo que Él nos ha enseñado.

Jesucristo sabe que las mayores insatisfacciones de nuestra vida acaban naciendo de nuestras incoherencias, de nuestras incongruencias. Por eso Jesucristo, cuando hablaba a la gente que vivía con Él, les decía que hicieran lo que los fariseos les decían, pero que no imitaran sus obras. Es decir, que no vivieran con una ruptura entre lo que era su fe, lo que eran sus pensamientos y las obras que realizaban; que hicieran siempre el esfuerzo por unificar, por integrar lo que tenían en su corazón con lo que llevaban a cabo.

Esto es una de las grandes ilusiones de las personas, porque yo creo que no hay nadie en el mundo que quisiera vivir con incongruencia interior, con fractura interior. Sin embargo, a la hora de la hora, cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que sentimos por dentro, acabamos por quedarnos, a lo mejor, hasta desilusionados de nosotros mismos. Entonces, el camino de Cuaresma se convierte en un camino de recomposición de fracturas, de integración de nuestra personalidad, de modo que todo lo que nosotros hagamos y vivamos esté perfectamente dentro de lo que Jesucristo nos va pidiendo, aun cuando lo que nos pida pueda parecernos contradictorio, opuesto a nuestros intereses personales.

Jesús nos dice: “El que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. ¡Qué curioso, porque esto parecería ser la contraposición a lo que nosotros generalmente tendemos, a lo que estamos acostumbrados a ver! Los hombres que quieren sobresalir ante los demás, tienen que hacerse buena propaganda, tienen que ponerse bien delante de todos para ser enaltecidos. Por el contrario, el que se esfuerza por hacerse chiquito, acaba siendo pisado por todos los demás. ¿Cómo es posible, entonces, que Jesucristo nos diga esto? Jesucristo nos dice esto porque busca dar primacía a lo que realmente vale, y no le importa dejar en segundo lugar lo que vale menos. Jesucristo busca dar primacía al hecho de que el hombre tiene que poner en primer lugar en su corazón a Dios nuestro Señor, y no alguna otra cosa. Cuando Jesús nos dice que a nadie llamemos ni guía, ni padre, ni maestro, en el fondo, a lo que se refiere es a que aprendamos a poner sólo a Cristo como primer lugar en nuestro corazón. Sólo a Cristo como el que va marcando auténticamente las prioridades de nuestra existencia.

Cristo es consciente de que si nosotros no somos capaces de hacer esto y vamos poniendo otras prioridades, sean circunstancias, sean cosas o sean personas, al final lo que nos acaba pasando es que nos contradecimos a nosotros mismos y aparece en nuestro interior la amargura.

Éste es un criterio que todos nosotros tenemos que aprender a purificar, es un criterio que todos tenemos que aprender a exigir en nuestro interior una y otra vez, porque habitualmente, cuando juzgamos las situaciones, cuando vemos lo que nos rodea, cuando juzgamos a las personas, podemos asignarles lugares que no les corresponden en nuestro corazón. El primer lugar sólo pertenece a Dios nuestro Señor. Podemos olvidar que el primer escalón de toda la vida sólo pertenece a Dios. Esto es lo que Dios nuestro Señor reclama, y lo reclama una y otra vez.

Cuando el profeta Isaías, en nombre de Dios, pide a los príncipes de la tierra que dejen de hacer el mal, podría parecer que simplemente les está llamando a que efectúen una auténtica justicia social: “Dejen de hacer el mal, aparten de mi vista sus malas acciones, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”. ¿Somos conscientes de que lo que verdaderamente Dios nos está pidiendo es que todos los hombres de la tierra seamos capaces de poner en primer lugar a Dios nuestro Señor y después todo lo demás, en el orden que tengan que venir según la vocación y el estado al cual hemos sido llamados?

Si cometemos esa primera injusticia, si a Dios no le damos el primer lugar de nuestra vida, estamos llenando de injusticia también los restantes estados. Estamos cometiendo una injusticia con todo lo que viene detrás. Estaremos cometiendo una injusticia con la familia, con la sociedad , con todos los que nos rodean y con nosotros mismos.

¿No nos pasará, muchas veces, que el deterioro de nuestras relaciones humanas nace de que en nosotros existe la primera injusticia, que es la injusticia con Dios nuestro Señor? ¿No nos podrá pasar que estemos buscando arreglar las cosas con los hombres y nos estemos olvidando de arreglarlas con Dios? A lo mejor, el lugar que Dios ocupa en nuestra vida, no es el lugar que le corresponde en justicia.

¿Cómo queremos ser justos con las criaturas —que son deficientes, que tienen miserias, que tienen caídas, que tienen problemas—, si no somos capaces de ser justos con el Creador, que es el único que no tiene ninguna deficiencia, que es el único capaz de llenar plenamente el corazón humano?

Claro que esto requiere que nuestra mente y nuestra inteligencia estén constantemente en purificación, para discernir con exactitud quién es el primero en nuestra vida; para que nuestra inteligencia y nuestra mente, purificadas a través del examen de conciencia, sean capaces de atreverse a llamar por su nombre lo que ocupa un espacio que no debe ocupar y colocarlo en su lugar.

Si lográramos esta purificación de nuestra inteligencia y de nuestra mente, qué distintas serían nuestras relaciones con las personas, porque entonces les daríamos su auténtico lugar, les daríamos el lugar que en justicia les corresponde y nos daríamos a nosotros también el lugar que nos corresponde en justicia.

Hagamos de la Cuaresma un camino en el cual vamos limando y purificando constantemente, en esa penitencia de la mente, nuestras vidas: lo que nosotros pensamos, nuestras intenciones, lo que nosotros buscamos. Porque entonces, como dice el profeta Isaías: “[Todo aquello] que es rojo como la sangre, podrá quedar blanco como la nieve. [Todo aquello] que es encendido como la púrpura, podrá quedar como blanca lana. Si somos dóciles y obedecemos, comeremos de los frutos de la tierra”.

Si nosotros somos capaces de discernir nuestro corazón, de purificar nuestra inteligencia, de ser justos en todos los ámbitos de nuestra existencia, tendremos fruto. “Pero si se obstinan en la rebeldía la espada los devorará”. Es decir, la enemistad, el odio, el rencor, el vivir sin justicia auténtica, nos acabará devorando a nosotros mismos, perjudicándonos a nosotros mismos.

Jesucristo sigue insistiendo en que seamos capaces de ser congruentes con lo que somos; congruentes con lo que Dios es para nosotros y congruentes con lo que los demás son para con nosotros. En esa justicia, en la que tenemos que vivir, es donde está la realización perfecta de nuestra existencia, es donde se encuentra el auténtico camino de nuestra realización.

Pidámosle al Señor, como una auténtica gracia de la Cuaresma, el vivir de acuerdo a la justicia: con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
 
PRECES
Jesús nos dice: «El primero entre vosotros será vuestro servidor». Con el deseo de aprender de él, que es manso y humilde de corazón, le decimos:
R/MSeñor, purifica nuestro corazón.
Para que los que predican el evangelio vivan conforme a lo que enseñan,
– y den testimonio del poder salvador de tu palabra.MR/
Para que quienes ocupan cargos de gobierno en la Iglesia lo hagan con espíritu de servicio,
– y sus decisiones sean guiadas por la prudencia y la caridad.MR/
Para que quienes han sido injustamente postergados no caigan en la amargura,
– y conozcan que en todas las situaciones se puede trabajar por el reino.MR/
Para que no dejemos de profundizar en las enseñanzas del evangelio,
– y estemos dispuestos a cambiar nuestra vida según lo que tú nos pides.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
ORACIÓN
Señor, vela con amor continuo sobre tu Iglesia, y, pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protégela siempre con tus auxilios en el peligro y dirígela hacia la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.

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