Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces

Hugo de Rouen, Santo

Obispo y Abad, 9 de abril

Abad y Obispo

Martirologio Romano: En el monasterio de Jumiéges, en Neustria, hoy en territorio de Francia, san Hugo, obispo de Rouen, el cual gobernó a la vez el cenobio de Fontenelle y las iglesias de París y Bayeux, y finalmente, tras renunciar a estos cargos, estuvo al frente del monasterio de Jumiéges ( 730).

Breve Biografía

La historia ha conservado pocos detalles sobre la vida de san Hugo de Rouen, cuya fama se debió principalmente a las nobles familias con las que estaba emparentado. Era hijo de Drogo, duque de Borgoña; nieto paterno de Pipino de Heristal y sobrino de Carlos Martel. Fue nombrado «primicerius» de la iglesia de Metz; más tarde la influencia de su tío Carlos le llevó a ocupar las sedes de París, Rouen y Bayeux, así como los cargos de abad de Fontenelle y Jumiéges. En aquellos tiempos, por desgracia, no era raro que una persona gozase de varios beneficios eclesiásticos; pero Hugo, en vez de enriquecerse con las rentas de sus beneficios, gastó su propia fortuna, que era muy considerable, en enriquecer las iglesias que gobernó. La crónica de Fontenelle, que es nuestra fuente principal, habla largamente de los generosos dones que el santo obispo hizo a la abadía. San Hugo murió en la abadía de Jumiéges, el año 730.

Un horizonte que es Cristo

Santo Evangelio según san Juan 21, 1-14. Viernes de la Octava de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, te pido que la experiencia de tu resurrección sea luz que dirija mi vida.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «También nosotros vamos contigo». Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron.

Jesús les dijo: «Muchachos, ¿han pescado algo?». Ellos contestaron: «No». Entonces él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces». Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: «Es el Señor». Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar». Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: «Vengan a almorzar». Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Voy a pescar» – dijo Pedro. Casi se puede escuchar el tono de alguien que regresa a la rutina, en donde se hace lo que se tiene que hacer porque se tiene que hacer y nada más.

Parece que Pedro experimentó el aburrimiento del hombre que ha estado en la cima de una montaña y ha contemplado el paisaje; y ahora se tiene que contentar con ver ese mismo paisaje en una fotografía.

Voy a pescar, es decir, vuelvo a mi trabajo, vuelvo a hacer lo que en sí me gusta hacer pero… ya no es lo mismo… no encuentra el sentido.

Pedro había conocido a Cristo. Vivió con Él, comió junto a Él; lo escuchó…, lo traicionó, lo amó; era su amigo. De repente se ve sin Él, se ve sin el amigo que a su vida le dio sentido; el amigo que alguna vez le dijo: «desde ahora ya no solo serás pescador sino que serás pescador de hombres…, uno de los apóstoles, mi discípulo, mi amigo».

«Es el Señor». Pedro no piensa nada, simplemente actúa y lo primero que hace es dirigirse hacia lo único que le hace falta, hacia lo único importante…, se dirigió hacia el Amigo.

De la nada, la rutina de la vida desaparece. El aburrimiento se olvida. No es una fotografía…, es el verdadero paisaje.

Esto es lo que significa la resurrección. La vida verdaderamente cobra un sentido; aparece un horizonte hacia dónde dirigir la vida. Un horizonte que tiene un nombre específico: Cristo.

«El relato se sitúa en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a “buscar” a sus discípulos. Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes vacías se presentan, en cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo por seguirlo, llenos de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado… Ha sido como un sueño…».

(Homilía de S.S. Francisco, 10 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer un pequeño examen de conciencia donde profundice en la pregunta: ¿hacia dónde estoy dirigiendo mi vida?

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Pesca para toda una vida

La decisión de hacer el bien vive fresca y fragante en nuestra memoria.

Tenía once años e iba a pescar cada vez que podía, desde el muelle de la cabaña de su familia ubicada en una isla en medio de un lago de Neuquén .

Un día antes de que se abriera la temporada del salmón, él y su padre fueron a pescar al caer la noche, atrapando truchas con gusanos. Luego puso una pequeña mosca plateada y practicó el lanzamiento. El anzuelo golpeaba el agua y hacía pequeñas olas de colores bajo el sol del crepúsculo, luego olitas plateadas cuando la luna se elevó sobre el lago.

Cuando su caña se dobló, supo que había algo enorme en el otro extremo. El padre observaba con admiración cómo el niño arrastraba con habilidad al pez a lo largo del muelle. Por fin, rápidamente levantó del agua al agotado pez.

Era el más grande que jamás había visto, pero era un salmón .

El niño y su padre miraron el hermoso pez, con las agallas moviéndose a la luz de la luna. El padre encendió un fósforo y miró su reloj. Eran las diez de la noche, dos horas antes de que se abriera la temporada. Miró el pez y luego al niño.

-Tendrás que devolverlo, hijo- dijo.

-¡Papá!- gritó el chico.

-Habrá otros peces- dijo su padre.

-No tan grandes como éste- gritó el chico.

Miró el lago. No se veía ningún pescador ni botes bajo la luna. Volvió a mirar a su padre. Aunque nadie los había visto, ni nadie podía saber a qué hora había pescado el pez, el chico advirtió por la firmeza de su padre que la decisión no era negociable. Lentamente sacó el anzuelo de la boca del enorme salmón y lo devolvió a las negras aguas.

El pez movió su poderoso cuerpo y desapareció. El niño sospechaba que nunca volvería a ver un pez tan grande.

Eso ocurrió hace treinta y cuatro años. En la actualidad el niño es un exitoso arquitecto de Chos Malal. La cabaña de su padre está siempre en la isla en la mitad del lago. Lleva a su propio hijo y a sus hijas a pescar desde el mismo muelle.

Y tenía razón. Nunca volvió a pescar un pez tan magnífico como el que atrapó esa noche de tantos años atrás. Pero ve ese mismo pez cada vez que se enfrenta con el tema de la ética. Pues, como su padre se lo enseñó, la ética es un simple asunto de bien o mal. Sólo la práctica de la ética es lo difícil.

¿Hacemos el bien cuando nadie nos mira? ¿Nos negamos a hacer las cosas de cualquier manera para entregar el plano a tiempo? ¿O nos negamos a comprar acciones basándonos en información que sabemos que no deberíamos tener?

No lo haríamos si nos hubieran enseñado a devolver el pez al agua cuando éramos chicos. Pues habríamos aprendido la verdad.

La decisión de hacer el bien vive fresca y fragante en nuestra memoria. Es una historia que le contaremos con orgullo a nuestros amigos y nietos. No sobre cómo tuvimos ocasión de burlarnos del sistema y aprovecharnos de él, sino sobre cómo hicimos lo correcto y nos llenamos de fuerza para siempre.

Finanzas al servicio del bien común

El papa Francisco se dirige a los participantes en las Reuniones de Primavera 2021 del Grupo del Banco Mundial.

Francisco, en la carta dice que la pandemia del Covid-19 ha obligado a la sociedad mundial a “afrontar una serie de graves e interrelacionadas crisis socioeconómicas, ecológicas y políticas.  Espero que sus debates contribuyan a un modelo de ‘recuperación’ capaz de generar soluciones nuevas, más inclusivas y sostenibles para apoyar la economía real, ayudando a los individuos y a las comunidades a alcanzar sus aspiraciones más profundas y el bien común universal”.

No volver al modelo económico desigual e insostenible

El Papa, en la carta, llama la atención sobre la noción de recuperación la cual “no puede contentarse con una vuelta a un modelo de vida económica y social desigual e insostenible, en el que una ínfima minoría de la población mundial posee la mitad de su riqueza”.

En este contexto, el Papa vuelve su mirada sobre la convicción de que todos los seres humanos “han sido creados iguales”, sin embargo, “muchos de nuestros hermanos y hermanas en la familia humana, especialmente los que están en los márgenes de la sociedad, están efectivamente excluidos del mundo financiero”.

Francisco recuerda que “la pandemia, sin embargo, nos ha recordado una vez más que nadie se salva solo.  Si queremos salir de esta situación como un mundo mejor, más humano y solidario, hay que idear formas nuevas y creativas de participación social, política y económica, sensibles a la voz de los pobres y comprometidas con su inclusión en la construcción de nuestro futuro común (cf. Fratelli Tutti, 169)”.

El Papa subraya que en el ámbito de las finanzas y de la economía, “la confianza, nacida de la interconexión entre las personas, es la piedra angular de todas las relaciones, incluidas las financieras.  Esas relaciones sólo pueden construirse mediante el desarrollo de una "cultura del encuentro" en la que todas las voces puedan ser escuchadas y todos puedan prosperar, encontrando puntos de contacto, tendiendo puentes y previendo proyectos inclusivos a largo plazo (cf. ibíd., 216)”.

Urgente un plan global de recuperación global
El Papa pone en evidencia que, aunque algunos países están impulsando planes particulares de recuperación, “sigue siendo urgente un plan global que pueda crear nuevas instituciones o regenerar las existentes, especialmente las de gobernanza global, y que ayude a construir una nueva red de relaciones internacionales para avanzar en el desarrollo humano integral de todos los pueblos”.

Para Francisco lo anterior se traduce en “dar a las naciones más pobres y menos desarrolladas una participación efectiva en la toma de decisiones y facilitar el acceso al mercado internacional”.  También en propiciar la reducción de la carga de la deuda de las naciones más pobres, lo cual, dice el Papa sería “un gesto profundamente humano que puede ayudar a las personas a desarrollarse, a tener acceso a las vacunas, a la salud, a la educación y al empleo”. La deuda ecológica es otro tema importante: “De hecho, estamos en deuda con la propia naturaleza, así como con las personas y los países afectados por la degradación ecológica y la pérdida de biodiversidad inducidas por el hombre.  A este respecto, creo que la industria financiera, que se distingue por su gran creatividad, se mostrará capaz de desarrollar mecanismos ágiles para calcular esta deuda ecológica, de modo que los países desarrollados puedan pagarla, no sólo limitando significativamente su consumo de energía no renovable o ayudando a los países más pobres a promulgar políticas y programas de desarrollo sostenible, sino también cubriendo los costes de la innovación necesaria para ello (cf. Laudato Si', 51-52)”.

Por un desarrollo justo e integrado
El papa resalta el objetivo y fin de toda actividad económica: “el bien común universal”. En este ámbito, desarrolla la idea de ‘compromiso con la solidaridad económica: "Significa pensar y actuar en términos de comunidad.  Significa que la vida de todos es anterior a la apropiación de los bienes por parte de unos pocos.  Significa también combatir las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales... La solidaridad, entendida en su sentido más profundo, es una forma de hacer historia" (Fratelli Tutti, 116).

Los mercados no se gobiernan a sí mismos
“Los mercados deben estar respaldados por leyes y regulaciones que aseguren que trabajan para el bien común, garantizando que las finanzas -en lugar de ser meramente especulativas o de financiarse a sí mismas- trabajen para los objetivos sociales tan necesarios en el contexto de la actual emergencia sanitaria mundial”, afirma el Papa.

Llamamiento
“En este sentido, reitero mi llamamiento a los gobernantes, a las empresas y a las organizaciones internacionales para que colaboren en el suministro de vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados (cf. Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 2020)”. Al mismo tiempo, expresa sus deseos para que las deliberaciones de estas instituciones produzcan soluciones inclusivas y sostenibles, “al servicio del bien común, en el que los vulnerables y los marginados se sitúen en el centro, y en el que la tierra, nuestra casa común, esté bien cuidada”.

¿Por qué Dios me creó si sabía que me iba a condenar?

Quién no se ha planteado alguna vez una pregunta acuciante: si sabía que me iba a condenar ¿por qué Dios me creó?¿Tiene sentido esta pregunta? ¿Cómo se responde?

Esta pregunta, planteada con aparente inocencia, desconcierta a algunos cristianos.  Se trata de una pregunta tramposa ya que encierra una grave acusación a Dios y hace muy difícil a quien se bloquea con ella, hacer lo necesario para alcanzar la salvación.  Hay quienes la repite ingenuamente: la escucharon, los impactó y no supieron qué responder. Pero también hay quienes la susurran en los oídos de cristianos con la intención de sembrar dudas, abrir grietas en su fe, confundirlos, etc.

I. El cuestionamiento

En primer lugar hay que decir que lo que aparenta ser una pregunta, en realidad es un cuestionamiento a Dios: se lo acusa de injusticia y perversidad.  Si me creó sabiendo que me condenaría, es evidente que no tengo chance de escapar al infierno. El lo sabe y lo sabía antes de crearme. De manera que Dios sería injusto al no dame la posibilidad de salvarme.  Dios sería cruel: si sabía que me voy a condenar, creándome me condenó a condenarme. Si fuera bueno, cuando sabe que alguien se condenará no lo crearía… de manera que nadie se condenaría.

Como se ve, la frase que analizamos en el fondo sugiere la maldad divina, y -yendo un poco más allá- el ateísmo. El planteo se parece bastante a la tentación del pecado original, en cuanto pretende poner en duda la bondad de Dios.

En efecto, pertenece a una línea de argumentos que intenta demostrar la no existencia de Dios: bastaría con demostrar que Dios carece de atributos divinos para demostrar que ese Dios no existe. Veamos de qué manera.

Por definición Dios tiene que ser bueno. Si se demostrara que ese que llamás Dios es malo, entonces estaría demostrando que sencillamente no es Dios... y al mismo tiempo que no existiría... ya que es contradictorio que un ser por esencia bueno sea malo: y lo contradictorio no puede existir.

II. Es una falacia.

La pregunta parte de algo falso y tiene varios presupuestos igualmente falsos. Además, veremos que carece de lógica, acabando por ser absurda. Y para peor de males, desvía de la verdadera ocupación por la salvación, llevando a preocupaciones estériles.

1. Es falso que Dios nos cree “sabiendo” cuál será nuestra respuesta libre.

El problema no es de «ignorancia», sino de falta temporalidad.  La eternidad es un presente absoluto. Por definición supone la no temporalidad: no hay ni pasado ni futuro. De manera que en la eternidad carece absolutamente de sentido pensar en un «antes» y un «después».

Por tanto, no cabe plantearse un conocimiento anterior a la creación, una creación posterior a ese conocimiento y una condenación sucesiva en el tiempo, por el sencillo motivo que de Dios está fuera del tiempo: para El no existe un antes y un después: todo es un continuo presente. De esta manera, el instante en que Dios crea y el momento de mi muerte son el mismo momento eterno. El «sabe» sin más, no hay un antes en el cual calcule mi respuesta, ni una previsión de la misma.

Dios no puede saber mi destino eterno antes de crearme sencillamente porque no existe ese antes.  De manera que el problema que la pregunta plantea no existe.

Esto no es fácil de entender. El misterio reside en la conjugación de nuestra temporalidad con la eternidad de Dios. No podemos imaginarnos la eternidad porque carecemos de experiencia de la misma. Pero para nuestro asunto basta entender que en la eternidad, no existe ni el pasado ni el futuro: todo es presente.

2. La sola posibilidad de que Dios pueda crear a alguien para que se condene no sólo es falsa sino también impensable.

Si Dios creara en previsión a la condenación aunque sea de una sola persona, sería perverso.  Dios es amor y toda su obra creadora y redentora es de amor. Quiere que todos se salven: no crea a nadie para que se condene, sino a todos para que tengan una vida eternamente feliz en la gloria. Que algunos no acepten el amor de Dios y lo rechacen, no hace malo a Dios... sino a quien lo rechaza... La Teología enseña que no hay predestinación al mal.

3. Supone un error en la consideración de la salvación o condenación como si fuese algo externo a nosotros: que viene de afuera, ajeno a mí.

Esto no es cierto: quien se condena, quiere condenarse. Nadie está en el infierno contra su voluntad. Esto es quizá lo más traumático del infierno. Basta leer el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1033):

«Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. (…) Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".»

4. Es absurdo acusar a Dios de mi posible condenación cuando Dios ofrece la salvación a todos y da todo lo necesario para salvarnos.

Frente a El sólo cabe el agradecimiento: me creó, se hizo hombre para redimirme, murió en la cruz por mí, se me da El mismo como alimento en la Eucaristía, está dispuesto a perdonarme todo lo que haga falta... Es decir, para salvarme ha hecho mucho más de lo que jamás podría haber esperado... Acusarlo de condenarme... es bastante caradura, desagradecido, hipócrita... Es como si el hijo pródigo, a su vuelta, en vez de acoger el perdón y gozar de la fiesta que le ofrece su padre, se volviera a ir, esta vez enojado con su padre porque lo dejó ir la vez anterior, lo culpara de sus pecados y rechazara la amorosa acogida. Como si hubiera vuelto sólo a insultar a su padre…

5. Es absurdo hablar de un futuro libre como si estuviera determinado.

Es ridículo hablar de mi posible condenación como un hecho por la sencilla razón de que ahora no estoy condenado y tengo todos los medios para salvarme. Si quiero me salvo, si no quiero no me salvo: depende de mí.

El cuestionamiento falla al presentar mi condenación como una fatalidad a la que estoy determinado haga lo que haga. Y esto no es cierto.

No es lógico hablar de un futuro que está en mis manos como de algo ya realizado y decidido por otro.

6. Es absurdo pretender poner en Dios la responsabilidad de algo que yo decido libremente.

El cuestionamiento pretende culpar a Dios de mi condenación, cuando en realidad yo soy el artífice de mi salvación o condenación. Supone desconocer la responsabilidad de mis propios actos y decisiones libre. Poner la responsabilidad de mi condenación en Dios es al menos irresponsable.

¿Qué sentido tiene culpar a Dios de algo que yo decido ahora libremente?

7. Supone el rechazo de nuestra libertad.

Hay quienes reniegan de su libertad. Dicen: ¿por qué Dios me creó libre? Preferirían no serlo... Hay un razonamiento implícito: "Dios me crea libre", "yo libremente me condeno", por tanto "Dios -al haberme hecho libre - es culpable de mi condenación".

Por el contrario la libertad es el mayor don que Dios nos ha dado en el plano natural, después de la vida (condición de todo don): ¡ser libre es muy bueno! La libertad es condición del amor: sin libertad no se puede amar. Dios nos hizo libres para que fuésemos capaces de amar. Quiso correr el riesgo de nuestra libertad: que al mismo tiempo fuésemos capaces de odiar… Pero la decisión es nuestra.

8. Supone la contradicción de querer salvarse y -al mismo tiempo- querer hacer lo necesario para condenarse.

Está implícito el deseo de salvación y el rechazo de los medios que conducen a ella. Como única solución se ve el "hubiera sido mejor no haber sido creado".

En el fondo se rechaza el proyecto de Dios para el hombre.

9. Supone rechazar la misericordia divina:

No podemos olvidar que Dios perdona siempre... de manera que sólo se puede condenar quien no acepte la misericordia divina.

Evidentemente el perdón divino exige que nos arrepintamos. Porque respeta nuestra libertad. No puede perdonarnos si nosotros rechazamos el perdón: no nos perdona en contra de nuestra voluntad. Para recibir el perdón hay que querer ser perdonado. Si yo no rechazo mi pecado, Dios «no me lo quita». Sin arrepentimiento (=rechazar mi pecado) no hay perdón posible, porque sería absurdo: yo querría conservar mi pecado y Dios me lo sacaría contra mi voluntad... Dios me obligaría a salvarme, cosa que yo no quiero.

10. Supone un error en la concepción de la conjugación de la libertad y la ciencia divina.

Que Dios «vea» como actúo no me quita libertad.

III. Paraliza y amarga

Un segundo problema con la pregunta que nos ocupa es que no conduce a nada, paraliza y amarga. Produce unos sentimientos que conducen a la condenación, al pretender dar por supuesta mi posible condenación, destruyendo la esperanza que es la que la hace posible.

Lleva a encarar mal la vida. Distrae del objetivo. Su principal gravedad es que desvía del camino de salvación.

Lo absurdo del planteo es que lleva a no poner los medios para la salvación. La hace parecer imposible.

La pregunta es ¿es tan difícil salvarse? La verdad que no. Conocemos el camino: está bien determinado. Cristo nos dejó los sacramentos, su palabra y hasta su cuerpo.

Es muy práctico. ¿Qué hacer para salvarse? Ir a Misa el domingo, confesarse de vez en cuando, rezar un poco todos los días, tratar de cumplir los mandamientos. Está al alcance de la mano. No es tan difícil. Además el premio es grandioso.

Hay que tener en cuenta que plantea las cosas fuera de su contexto real: conseguir la salvación no es fácil ni difícil: depende de la gracia de Dios y de nosotros.
El cauce está claro. Es accesible. Requiere esfuerzo.

Nos viene bien es este momento recordar una idea de C.S. Lewis: el demonio tiene interés en que nuestra atención se centre en lo que puede pasarnos, mientras que Dios quiere que la tengamos en lo que tenemos que hacer. Dejémos pues de pensar si nos condenaremos y comencemos a poner por obra lo que sabemos que nos conduce a la salvación.

Conclusión: el cuestionamiento falla por todos lados y por tanto no es sostenible racionalmente. No dejes que te robe el tiempo y la serenidad.

Lo verdaderamente importante no son las especulaciones rebuscadas. Por ese camino no alcanzaremos la salvación y nos llenaremos de angustias.

La salvación es posible para todos. Dios quiere que nos ocupemos de buscarla por los caminos que El nos ha mostrado y haciendo uso de los medios que El mismo nos ha dado.

Sería ridículo dejar de poner lo que está a nuestro alcance para ser santos y al mismo tiempo lamentarse de supuestas fatalidades condenatorias.

Nota final


Hay otros cuestionamientos semejantes que pretenden negar la omnipotencia divina. Es interesante analizarlos brevemente ya que hacen uso de la negación del principio de no contradicción:

¿Puede Dios hacer una piedra tan grande que no pueda levantar?
¿Puede Dios hacer un círculo cuadrado?
Evidentemente Dios no puede hacer lo contradictorio. Pero esto no es una imperfección ni una limitación. Sencillamente la contradicción no puede existir.
El principio de no contradicción es una ley del ser: "el ser es y el no se no es". "Es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto".
Si vas al núcleo de la pregunta, lo que se plantea es ¿puede Dios no poder? Y esto es absurdo.
Es como si se preguntara: ¿puede Dios crear algo que no exista? ¿puede crear la nada? No, Dios no puede hacer existir el no ser. Y esto es pura lógica. No existe ningún problema en que Dios no pueda ir contra la lógica.

De la misma manera Dios no puede pecar ni equivocarse, y esto no es una limitación sino perfección suprema.

P. Eduardo Volpacchio
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Completo la cuestión con un artículo de Louis de Wohl

El antidoto
Sobre saber divino, el tiempo humano, la predestinación y la Redención del hombre.
Louis de Wohl
ConoZe.com

Dios es omnisciente», aprendemos. Por tanto tuvo que saber que nosotros los hombres abusaríamos del don que nos hizo de la libre voluntad. O sea, que en definitiva es culpa suya el que haya sucedido así. En definitiva, es Dios quien tiene la culpa de todo.

Con esta lógica falsa intentamos cargar a Dios con nuestras propias culpas. Siempre hemos sido cobardes morales. Ya el propio Adán intentó echar la culpa de su pecado a Eva. El error básico consiste en que aplicamos de modo totalmente erróneo el concepto de omnisciencia. Y esto lo hacemos porque nos imaginamos a Dios como a un hombre omnisciente.

Nosotros los hombres vivimos en el tiempo, es decir en un continuo discurrir de las cosas. Dios, sin embargo, vive fuera del tiempo. Para nosotros existe el pasado, el presente y el futuro. Para Dios todo es un eterno ahora. Por tanto no tiene ningún sentido hablar de que Dios sabía (pasado) lo que pasaría (futuro). Dios sabe. Para nosotros el presente es un instante mínimo, ya se ha convertido en pasado. Para Dios todo es presente. Y precisamente por eso es omnisciente. El no prevé –como el profeta–. El ve. Para Él no existe ni antes ni después. El concepto de tiempo es, como todo lo demás, parte de su Creación. Pero Él está por encima de su Creación y por ello por encima de todo lo temporal. Él crea al hombre (nosotros decimos: creó). El sabe (nosotros decimos: sabía) que el hombre peca (ha pecado). El posee el antídoto ¿Cuál es el antídoto contra la debilidad y la maldad? Todas las madres lo saben. Precisamente para la oveja negra, para el hijo malo y perverso, ellas sienten el doble y el triple de amor. Dios responde a nuestra caída con un Amor inmenso. Su antídoto es hacerse hombre Él mismo soportando en la cruz nuestras culpas, todas las culpas de todos los hombres de todas las épocas.

Y este hecho es el que eleva al cristianismo por encima de todas las demás religiones. El inocente ha cargado con nuestras culpas. Al hacerse hombre Cristo se ha convertido en hermano nuestro. Por eso nos enseñó a llamar «Padre» al Creador del universo. De criaturas de Dios nos convertimos en hijos de Dios. Esta es la respuesta del Amor. Este es el antídoto.

¿Tiene sentido la vida?

El sentido se alumbra a través del riesgo de la creatividad.

¿Tiene sentido la vida?

Formulada así, de modo general, esta pregunta no admite una respuesta convincente. El sentido brota merced a la actividad creativa, y los seres humanos sólo somos creativos en cada situación concreta. Alguien sufre un accidente, y tú te rebelas al ver su mutilación. Tu irritación te lleva a pensar que la vida carece sentido. No pierdas el tiempo en hacer consideraciones generales sobre la vida. Ponte a ayudar a ese ser menesteroso, y verás cómo vuestras vidas concretas se van llenando de sentido. En el encuentro, el sentido se hace palpable, denso, sugerente, reconfortante.

Para captar el sentido, más allá del significado, hay que ampliar el horizonte vital, es decir, los criterios de interpretación de la vida, las pautas de conducta, las perspectivas desde las que podemos contemplar nuestra existencia y sus avatares. Un torero se quedó paralítico por un accidente, y, al verse incapaz de ejercer su carrera, se quitó la vida. No supo el infortunado ver su vida futura desde una perspectiva distinta a la que había acariciado anteriormente. No acertó a ensanchar su horizonte de creatividad, que no se limitaba al ejercicio del arte del toreo, sino que pudo haber adoptado otras formas no menos dignas y fértiles. De haberlo hecho, su vida no le hubiera parecido absurda, indigna de ser vivida, sino desbordante de posibilidades de adquirir sentido. Con un poco de imaginación creadora podía haber esbozado otras líneas de acción, sobre la base de sus capacidades actuales, y dar lugar a multitud de encuentros de diverso orden.

Cuando se sintió abatido hasta la muerte por el drama de la sordera, Beethoven recomendó a su hermano Carlos, en su testamento de Heiligenstadt, que no dejase de practicar la virtud, pues gracias a ella -y al amor a su arte musical- había superado la tentación de recurrir al suicidio(1). Por virtud entendía Beethoven la defensa de la libertad de los demás, la entrega al servicio del necesitado (Fidelio), la fidelidad a las raíces últimas del ser -que radican en "el Padre amoroso” que rige el universo. En definitiva, actitud virtuosa es la actitud solidaria en todas las vertientes de la vida.

Esta actitud acogedora suscita la honda alegría que nos eleva a cimas inigualadas en el último tiempo de la Novena Sinfonía. Según Bergson, la alegría "anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha reportado una victoria; toda gran alegría tiene un acento triunfal" (2). No hay triunfo mayor que el crear formas elevadas de unidad, porque en ellas reside el sentido más hondo de la vida.

El sentido se alumbra a través del riesgo de la creatividad

La creación de formas muy valiosas de unidad exige esfuerzo e implica riesgo, ya que para encontrarnos debemos abrirnos a los demás de forma generosa, confiada y sincera, y esta actitud puede no ser correspondida e incluso traicionada. De ahí la tentación de buscar el amparo y la paz interiores en modos de vida infrapersonales, infracreadores, infraresponsables, que no son capaces de encuentro pero tampoco de lucha programada. Desde la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se advierte en Europa un sentimiento de nostalgia por los estratos de ser infrahumanos. Se añora la soledad del árbol (Calígula, de A. Camus), la "veracidad" del animal y del vegetal (Franz Marc), los tiempos primitivos en que el hombre "era principalmente bestia" y tenía "instintos seguros" como el animal (José Ortega y Gasset); se siente temor ante la inteligencia y se busca la necesaria unidad con el entorno a través de modos de intuición empastante (Hermann Hesse); se acusa al espíritu de ser "contradictor del alma" (Ludwig Klages).

Estos intentos de vivir la vida con plenitud pero sin riesgo llevan en sí la garantía del fracaso, porque el ser humano está configurado para el encuentro con las realidades del entorno, no para la fusión o el alejamiento. Si me fusiono embriagadoramente, me pierdo como persona. Es la estación término del vértigo de la ambición de disfrutar. Si me alejo para dominar, bloqueo mi desarrollo personal. Es la última fase del vértigo de la ambición de poseer. En ambos casos, mi situación de desamparo espiritual se hace extrema. Si bajamos al nivel del animal, no logramos la peculiar forma de paz de quienes no necesitan programar su existencia porque sus instintos aseguran su ajuste al entorno y su pervivencia. El hombre no es un ser que tenga las características del animal y otras específicas, de modo que, abandonadas éstas, adquiera la condición de un mero ser de instintos y reflejos condicionados.

El hombre nunca puede renunciar a su condición inteligente, aunque su actividad creadora se halle bordeando el grado cero. Por el hecho de no ejercitar la capacidad de elegir en virtud de un ideal y asumir valores elevados, el hombre no adquiere "instintos seguros", instintos que aseguren su existencia. Sus instintos o tendencias no están de por sí orientados hacia la meta que marca el pleno logro del hombre. Se hallan indeterminados, de modo que pueden conducir al pleno desarrollo de la persona o a su asfixia total.

En aparente paradoja, la única vía que se ofrece al hombre para lograr amparo es despreocuparse de dominar la situación, y adoptar una actitud de entrega confiada. A través del riesgo que ello implica puede, en casos, lograr el auténtico encuentro y, en él, la plenitud de sentido. Esta se alcanza únicamente mediante la integración de todas las energías que alberga el ser humano, no mediante la renuncia a las más elevadas y exigentes(3).

Cuando el hombre supera la escisión interior e integra los distintos planos de realidad que confluyen en su ser, vive una experiencia sobremanera gozosa: descubre nítidamente las posibilidades eminentes que le abre la unidad y siente que su vida adquiere una dimensión inédita, una profundidad insospechada. Este modo profundo de ver y sentir la vida entraña una plenitud de sentido.

El logro de la forma suprema de sentido

Si una persona amplía su horizonte humano en dirección al Infinito, confiere un rango nuevo y superior al sentido de su vida. Esta experiencia excepcional de sentido la realizamos cuando respondemos activamente a la palabra que nos trae un mensaje de riqueza sobrehumana y fundamos una relación de encuentro con el Absoluto. El que haya vivido esta experiencia al menos una vez en la vida verá su existencia enriquecida con ese horizonte de sentido, que lo invitará constantemente a superar toda realización precaria de sí mismo y llevar a pleno desarrollo su vocación y su misión.

Ese horizonte supremo viene dado por la fe religiosa, entendida radicalmente no sólo como un frío asentimiento intelectual a ciertos dogmas, sino como la adhesión personal al Ser Supremo. El encuentro con la forma de realidad absolutamente perfecta eleva al hombre a lo mejor de sí mismo, al máximo despliegue de sus aspiraciones más nobles, y le produce sentimientos de entusiasmo y felicidad plena. Con razón afirma S. Kierkegaard, en su obra programática La enfermedad mortal, que el antídoto de la desesperación es la fe(4). Ésta implica entrega, vinculación, amor. Aquélla supone un encapsulamiento egoísta en sí mismo y la ruptura de todo vínculo amoroso.

La fe, vinculada a la confianza y la fidelidad, está en la base del proceso creador de encuentros que suelo denominar "éxtasis". La desesperación es la fase del proceso de vértigo que precede a la destrucción de la propia personalidad.

Responder activamente a toda invitación al encuentro -invitación que supone un gran valor porque hace posible la realización del ideal de la unidad- es condición ineludible para conferir sentido pleno a la vida, a la propia e incluso a la de otras personas, que están llamadas a dejar de sernos extrañas y convertirse en íntimas. Ese paso se da en la experiencia de participación. Al participar, el hombre se trasciende a sí mismo y descubre que "lo más profundo que hay en mí no procede de mí" (G. Marcel). El hombre alcanza su sentido cabal (plenificación) cuando orienta su vida en el sentido (dirección) que marcan las condiciones de la actividad participativa. Aprender a participar, en el pleno sentido de la palabra, es la meta de toda formación humana auténtica.

Lo antedicho nos permite concluir que al hombre no le viene dado de antemano el sentido de su propia existencia como un objeto que pueda ser poseído y retenido. Se le dan potencias y posibilidades para fundar relaciones de encuentro, que son otros tantos campos de juego en los que puede desarrollar su vida personal. El sentido constituye, así, para el hombre una meta y una tarea siempre renovada, un reto que lo insta a trascender en cada momento los hitos ya alcanzados(5)

Juegos de azar ¿son inmorales?

Las conductas adictivas o dependientes generan una situación problema con importantes implicaciones sociales

Desde que se ha permitido el juego en algunos países, éste se ha convertido en un vicio nacional. La ludopatía es una enfermedad social. Lo que se gasta en juegos de azar en un año es una atrocidad. España es el país del mundo que más gasta en juegos de azar, por persona, después de Filipinas.

De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales de la American Psychiatric Association: "La sintomatología esencial de este trastorno consiste en un fracaso crónico y progresivo en resistir los impulsos a jugar y en la aparición de una conducta de juego que compromete, rompe o lesiona los objetivos personales, familiares o vocacionales" (...) "Los problemas característicos suponen un aumento extraordinario de las deudas personales e incapacidad consiguiente para pagarlas y hacer frente a otras responsabilidades financieras, con lo que se alteran las relaciones familiares y la atención al trabajo, recurriendo a actividades financieras ilegales para poder pagar".

Estamos, pues, ante una enfermedad mental de carácter social. El juego patológico, al igual que el resto de conductas adictivas o dependientes, genera una situación problema con importantes implicaciones sociales.

La capacidad del jugador para el desenvolvimiento normal de su vida diaria se ve gravemente afectada, de tal manera, que se presentan alteraciones en las relaciones familiares, irregularidades en el trabajo y actividades financieras ilegales.

En mayor o menor grado, la desestructuración familiar está presente en el entorno de los jugadores patológicos, que se traducen en un deterioro progresivo de la convivencia, no sólo conyugal, sino también paterno-filial. Esto puede verse agravado por problemas de índole económica que aparecen en no pocos casos. Sin olvidar que un entorno conflictivo no es el lugar más adecuado para la formación en los valores humanos y cristianos de los miembros más jóvenes de la generación.

El ámbito laboral es otro espacio social a considerar. Cuando el nivel de adicción al juego es considerable, resulta fácil encontrar excusas para distraer parte del tiempo que debería dedicarse al trabajo, o simplemente, el estado anímico del sujeto le impide desarrollar su labor de manera satisfactoria y algo puede empezar a fallar. La situación puede complicarse si se delinque, accediendo de manera ilegal a bienes económicos de la empresa, o de clientes. Aparecen los problemas legales e incluso el despido laboral.

No podemos olvidar al ama de casa. La mujer jugadora que se dedica a las tareas domésticas también tiene su ámbito laboral: el hogar. Normalmente, el ama de casa está sola, los niños en el colegio, el marido en el trabajo... ¿quién le impide entonces dar una escapadita al bingo o a las máquinas de azar? ¿o la ciberadicción a jugar en la red?

Puede que no emplee grandes sumas de dinero, pero tendrá que hacer verdaderas maravillas para tener el trabajo a punto. El deterioro de la economía doméstica, las tensiones en el seno de la familia, discusiones, etc., terminan por desestabilizar la convivencia.

Respecto al ámbito grupal-relacional, es factible que sea afectado en un sentido u otro. No es raro que el jugador pida prestado dinero. Así es que los amigos pasan a ocupar el status de acreedores, por lo que se procura evitarlos, sobre todo, si las posibilidades de devolver el préstamo son escasas o nulas.

El jugador patológico no es un jugador social. Generalmente juega siempre solo. Por otra parte, cada vez emplea más tiempo en el juego, y consecuencia de ello es un aislamiento social cada vez mayor.

En definitiva, la vida del jugador patológico pierde calidad, abarcando un amplio espectro: desde el grave deterioro de la convivencia familiar, hasta el desarraigo familiar, laboral y social, que ya supone una verdadera marginación.

El juego en sí, no es nocivo. Resulta evidente que la actividad lúdica es importante para el equilibrio emocional del ser humano: el juego infantil, en su concepción evolutiva, los juegos de pasatiempos que favorecen la interacción social.

En vitud de la justicia social, gastar el dinero irresponsablemente es moralmente inaceptable. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2413) que:

Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo significativo.


La utilización de los juegos de azar o de apuestas en sí misma, no es inmoral. Sí lo es, el uso inadecuado de los mismos. Son actividades que necesitan de un riesgo, normalmente económico y es en ellas donde las personas que presentan conducta dependiente o adictiva, no tóxica, encuentran su infierno particular.

Hay personas que se gastan en el bingo lo que necesitan en su casa. Esto es una inmoralidad. Y si lo que gastan es lo que les sobra, que lo den de limosna a personas que lo necesiten. Pero el dinero no es para jugárselo a no ser que sea en pequeñas cantidades, aunque el juego es un vicio en el que se empieza por cantidades pequeñas y a veces se termina jugándose lo inconcebible. La ludopatía (adicción al juego) es un problema tan grave como las drogas. Los ludópatas experimentan una necesidad de jugar como la que tiene un heroinómano de pincharse. Es una enfermedad que esclaviza.

Preces

Jesús resucitado propició una nueva pesca milagrosa en la que se anunciaba también la futura acción misionera de la Iglesia. En la mañana de este día, pedimos:

R/M Señor, protege al pueblo que has redimido.

Tú que mandaste a los apóstoles que lanzaran de nuevo las redes al lago,

– fortalece a los ministros de tu Iglesia que se encuentran desanimados.MR/

Concediste a tus apóstoles una pesca abundante,

– haz que la Iglesia no deje de anunciar tu victoria sobre la muerte.MR/

Tú pediste a los apóstoles que te dieran de los peces que habían pescado,

– ayúdanos a mantener la rectitud de intención para buscar siempre tu gloria.MR/

Tú preparaste una comida a tus apóstoles en la orilla del lago de Galilea,

– que los misioneros y catequistas repongan fuerzas descansando junto a ti.MR/

Intenciones libres

Padre nuestro…

Oración

Dios todopoderoso y eterno, que por el Misterio pascual has restablecido tu alianza con los hombres, concédenos imitar en la vida lo que celebramos en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

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