La paz esté con ustedes
- 08 Abril 2021
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Obispo, 8 de abril
Martirologio Romano: Conmemoración de san Dionisio, obispo de Corinto, el cual, dotado de admirable conocimiento de la palabra de Dios, no sólo enseñó con la predicación a los fieles de su ciudad y de su provincia, sino también a los obispos de otras ciudades y provincias mediante sus cartas (180).
Etimológicamente: Dionisio = Aquel que mantiene la fe en Dios, es de origen griego.
Breve Biografía
Los menologios griegos dan noticia de su condición episcopal cuando lo incluyen en las listas de obispos, mencionando su óbito alrededor del año 180. También Eusebio de Cesarea nos relata algo de su actividad al recogerlo en la Historia Eclesiástica como uno de los grandes hombres que contribuyeron a extender por el mundo el Evangelio.
Pertenece a las primeras generaciones de cristianos. Es uno de los primitivos eslabones de la larga cadena que sólo tendrá fin cuando acabe el tiempo. Por el momento en que vivió, resulta que con él entramos en contacto con la antiquísima etapa en que la Iglesia está aún, como aprendiendo a andar, dando sus primeros pasos; su expresión en palabras sólo se siente en la tierra como un balbuceo y la gente que conoce y sigue a Cristo son poco más que un puñado de hombres y mujeres echados al mundo, como a voleo, por la mano del sembrador y desparramados por el orbe.
Dionisio fue un obispo que destaca por su celo apostólico y se aprecia en él la preocupación ordinaria de un hombre de gobierno. Rebasa los límites geográficos del terruño en donde viven sus fieles y se vuelca allá donde hay una necesidad que él puede aliviar o encauzar. En su vida resuena el eco paulino de sentir la preocupación por todas las iglesias. Aún la organización eclesiástica -distinta de la de hoy- no entiende de intromisiones; la acción pastoral es aceptada como buena en cualquier terreno en donde hay cristianos.
Posiblemente el obispo Dionisio pensaba que si se puede hacer el bien, es pecado no hacerlo. Todas las energías se aprovechan, porque son pocos los brazos, es extenso el campo de labranza... y corto el tiempo. Siendo la labor tan amplia, el estilo que impera es prestar atención espiritual a los fieles cristianos donde quiera que se encuentren sin sentirse coartado por el espacio; la jurisdicción territorial vino después. Él se siente responsable de todos porque todos sirven al mismo Señor y tienen el mismo Dueño.
Los discípulos -pocos para lo que es el mundo- se tratan mucho entre ellos, todo lo que pueden; traen y llevan noticias de unos y de otros; todos se encuentran inquietos, ocupados por la suerte del "misterio" y dispuestos siempre a darlo a conocer. Las dificultades para el contacto son muchas, lentas y hasta peligrosas algunas veces, pero por las vías van los carros y por los mares los veleros; lo que sirve a los hombres para la guerra, las conquistas, la cultura o el dinero, el cristiano lo usa —como uno más— para extender también el Reino. Se saben familia numerosa esparcida por el universo; tienen intereses, dificultades, proyectos y anhelos comunes ¡lógico que se sientan unidos en un entorno adverso en tantas ocasiones!
Y en este sentido tuvo mucho que ver Corinto, —junto al istmo y al golfo del mismo nombre— que en este tiempo es la ciudad más rica y próspera de Grecia, aunque no llega al prestigio intelectual de Atenas. Corinto es la sede de Dionisio; fue, no hace mucho, aquella iglesia que fundó Pablo con la predicación de los primeros tiempos y que luego atendió, vigiló sus pasos, guió su vida y alentó su caminar. Tiene una situación privilegiada: es una ciudad con dos puertos, un importante nudo de comunicaciones en donde se mezcla el sabio griego con el comerciante latino y el rico oriental; allí viven hermanadas la grandeza y el vicio, la avaricia, la trampa, la insidia y el desconcierto; todas las razas tienen sitio y también los colores y los esclavos y los dueños. El barullo de los mercados es trajín en los puertos. Hay intercambio de culturas, de pensamiento.
Entre los miles que van vienen, de vez en cuando un cristiano se acerca, contacta, trae noticias y lleva nuevas a otro sitio del Imperio. ¡Cómo aprovechó Dionisio sus posibilidades! Porque resalta su condición de escritor. Que se tengan noticias, mandó cartas a los cristianos Lacedemonios, instruyéndoles en la fe y exhortándoles a la concordia y la paz; a los Atenienses, estimulándoles para que no decaiga su fe; a los cristianos de Nicomedia para impugnar muy eruditamente la herejía de Marción; a la iglesia de Creta a la que da pistas para que sus cristianos aprendan a descubrir la estrategia que emplean los herejes cuando difunden el error. En la carta que mandó al Ponto expone a los bautizados enseñanzas sobre las Sagradas Escrituras, les aclara la doctrina sobre la castidad y la grandeza del matrimonio; también los anima para que sean generosos con aquellos pecadores que, arrepentidos, quieran volver desde el pecado. Igualmente escribió carta a los fieles de Roma en tiempos del papa Sotero; en ella, elogia los notables gestos de caridad que tienen los romanos con los pobres y testifica su personal veneración a los Vicarios de Cristo.
La vida de este obispo griego —incansable articulista— terminó en el último tercio del siglo II.
Sin moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar que no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo fueron sus cómplices generosos en la difusión de la fe.
Mi historia con Dios
Santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48. Jueves de la Octava de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Tóquenme y convénzanse»… Dame la gracia de tocarte, Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48
Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Ellos desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero Él les dijo: «No teman; soy Yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy Yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo Yo». Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?». Le ofrecieron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.
Después les dijo: «Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba Yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos».
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: «Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Tantas cosas me vienen a la imaginación cuando pienso en Dios. Tantas cosas me vienen a la mente cuando escucho y leo algo sobre Él. Algunas de esas cosas me gustan; otras no. Algunas cosas sólo me dan una imagen, una idea de quién es Dios…
Escucho la historia de un Dios que vino al mundo; un Dios que se hizo hombre, que murió y resucitó… Una historia que ya la sé. Algunos la cuentan con ciertos matices que la hacen más interesante, pero al final del día… ya la sé.
No puedo negar que es una historia hermosa. No puedo negar que mueve mi corazón… No puedo negar que creo en ella… No puedo negar que no es suficiente sólo conocerla.
No es suficiente conocer la historia, mi historia con Dios se necesita vivirla. Tú sabes esto, Señor. Tú sabes que no es suficiente que en mi vida sepa algo de Ti… Me doy cuenta que la vida es vida cuando la vivo por ti.
Te muestras…; me dejas contemplar tus heridas como aquel tesoro encontrado que da sentido a la vida. Te muestras tan real, tan humano, como para pedir un trozo de pescado para comer, y tan divino como para ascender a lo alto. Te metes en mi vida y me gritas ¡¡Mírame!! ¡Aquí estoy! ¡¡¡ Estoy vivo!!! Aquella cruz que ves… aquellos clavos que ves en mis manos y en mis pies no son historia; no son reclamos…, son una realidad que da sentido a tu vida… son un TE AMO.
Gracias, Señor, por invitarme a contemplarte. Gracias por invitarme a alzar los ojos al cielo con una mirada de esperanza. Gracias, pues al contemplar tu vida, muerte y resurrección me doy cuenta que la vida sólo tiene sentido, con el dolor y la alegría que la acompañan; sólo a la luz de «Aquel que me amó y se entregó por mí».
…No quiero saber de ti sólo en la teoría sino saber de ti en mi hoy; en la experiencia de tu amor, en mi día a día.
«Queridos hermanos, les pido sobre todo que mantengan el coraje en medio de sus angustias, para conservar la alegría de la esperanza. Que esa llama que habita en ustedes no se apague. Porque nosotros creemos en un Dios que repara todas las injusticias, que consuela todas las penas y que sabe recompensar a cuantos mantienen la fe en Él. En espera de aquel día de paz y luz, su contribución es esencial para la Iglesia y para el mundo: ustedes son testigos de Cristo, son intercesores ante Dios que escucha, de modo particular, sus oraciones». (Homilía de Papa Francisco, 6 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicar un momento de mi día para ponerme frente a un crucifijo y meditar un pequeño instante en el amor de Dios hacia mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Emaús: ida y vuelta
Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra
Debemos a San Lucas el conocimiento amplio de lo sucedido el mismo día de la Resurrección a Cleofás y su compañero en el camino de Emaús. Andan entristecidos por una esperanza perdida. Cuando Jesús resucitado se hace el encontradizo con ellos, no salen de su asombro ante la pregunta del Señor sobre la conversación que traen. Al tratar de explicar lo sucedido al que se ha sumado como compañero de viaje, ellos mismos confiesan su desesperanza: "nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas".
Esperábamos, afirman en un pasado que suena a fiasco. Tal vez no esperaban nada, o no esperaban rectamente porque su idea de la redención de Israel era muy otra. No nos extraña porque, en demasiadas ocasiones y a demasiados cristianos, nos viene a suceder lo mismo cuando pensamos que Dios no está a nuestro lado, o no nos escucha o, si nos escucha, no atiende a nuestras necesidades. No tenemos en cuenta aquello de San Pablo a los Romanos: "el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza: porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables". Nuestra oración ha de ser guiada por el mismo Dios, porque no siempre pedimos bien.
Y esto hace Jesús con aquellos dos desesperanzados, también impacientes y poco comprensivos con los tiempos de Dios porque se van a Emaús cuando ya tienen bastantes rumores acerca de la Resurrección o, mejor dicho, más que rumores tienen el testimonio de las mujeres y de alguno de los suyos, pero como a Él no lo han visto, no les basta. Una vez más nos encontramos pensando con criterios exclusivamente humanos y, seguramente por eso, de vuelo corto.
Por fortuna -como a aquellos dos caminantes desalentados- Jesús se nos acerca mucho más de lo pensamos y de variadísimas maneras. Con Cleofás y su amigo empleó la misma paciencia que con nosotros. En su caso, para explicarles desde Moisés a los Profetas a fin de que comprendieran que todo había sucedido como estaba previsto.
En nuestras situaciones hará también cuanto necesitemos para calentar nuestro corazón o dar luz a nuestra mente. La luz es enseñarnos a ver nuestra vida y lo que nos sucede con los ojos de la fe, tan distintos de nuestras miradas cortas. Estamos habituados a razonar de modo que comprendamos todo con silogismos bien construidos, pero con frecuencia nos olvidamos de la premisa mayor: Dios, que ve las cosas de otro modo, sub especie aeternitatis, con la vista puesta en la eternidad. Las cosas son como las ve Dios. Y nos caldeará el corazón, como hizo con aquellos dos hombres de modo casi imperceptible, porque acaban de darse cuenta al final: "¿no es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?".
Hemos de tener el oído atento para escuchar al Señor, que nos habla también a través de las Escrituras, en la Eucaristía, a través de un amigo, en el acompañamiento o dirección espiritual, en una homilía u otros medios de formación, en un rato de oración ante el Señor sacramentado o en otro lugar cuando no es posible acercarse a un sagrario, en las incidencias de la vida corriente o siendo nosotros ese cristiano que "debe hacer presente a Cristo entre los hombres, debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi (Cfr. 2 Cor II, 15), el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro". Así lo afirmaba San Josemaría Escrivá, comentando este pasaje de Lucas en la homilía Cristo presente en los cristianos.
Así, un camino de ida para quienes parecen "estar de vuelta" se convirtió, por la misericordia de Jesús, en el camino del encuentro, un sendero en el que, por obra de Dios, el desaliento se convierte en luz y calor. A pesar de nuestras debilidades, todos tenemos la posibilidad de ser el amable compañero de viaje que haga pronunciar a nuestros familiares, amigos, compañeros, vecinos... las mismas palabras de los discípulos de Emaús que, como se lee en Camino, "debían salir espontáneas, si eres apóstol, de labios de tus compañeros de profesión, después de encontrarte a ti en el camino de la vida".
Esa vía de ida, que facilita el camino de vuelta a nuestro sitio, a la casa del Padre, está en nuestra manos para cada uno de nosotros y para los demás. Antes cité algunos medios. Quiero ir finalizando recordando algo capital: la confesión sacramental, el sacramento de la misericordia y el perdón, que quita nuestras costras y durezas para que la voz del Espíritu resuene más clara en nuestra conciencia, ese sagrario de nuestra intimidad en el que escuchamos la voz de Dios siempre que nuestras auto-disculpas no la conviertan en el sonido de la propia subjetividad.
Se levantaron de la mesa que habían compartido con el Señor y regresaron a Jerusalén, volvieron a su sitio, al redil de Dios, donde encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos. Volvieron para ser cada uno apóstol de apóstoles. Termino con otras palabras de San Josemaría tremendamente animantes: "Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra" (Amigos de Dios, 314).
El Papa de joven fue un adorador nocturno en la Basílica del Santísimo Sacramento
Carta que el Papa Francisco envió a Alfa y Omega.
El Semanario Católico de Información, “Alfa y Omega”, en su número 1.209 – editada por la Fundación San Agustín, que está vinculada al Arzobispado de Madrid, España – dio a conocer la Carta que el Papa Francisco envió al periodista Lucas Schaerer tras recibir una foto de un registro de los años 50 con su nombre y un número. «Me emocionó la fotocopia del libro sobre la adoración nocturna», asegura el Pontífice en su misiva. Es la primera vez que el Papa habla de este detalle de su vida, y lo hace conmovido tras recibir una foto sobre el registro, con su nombre manuscrito junto al de su hermano, que aún se conserva en la Basílica que no dejó de visitar durante su tiempo en Buenos Aires.
«Venite adoremus»
«Venite adoremus». Esta es la frase que, 65 años después, recuerda con «emoción» el Papa Francisco; se la decía un compañero de la antigua cofradía de los adoradores nocturnos. Desde su casa en el barrio de Flores, en la periferia de Buenos Aires – se lee en la nota – el joven Jorge Mario se iba en autobús hasta el centro porteño para llegar a la basílica del Santísimo Sacramento. El segundo de sus hermanos, Óscar, y un vecino del barrio, fueron con él durante los años 1954 y 1955. En aquella Basílica, los jóvenes Bergoglio pasaban la noche del sábado rezando, concretamente en el santuario situado al lado derecho de los confesionarios. Aunque también descansaban algunas horas. Eso lo hacían en el primer piso del templo, en un gran cuarto – que aún sigue vigente – con unos compartimentos con camas. Fue allí donde el actual Pontífice escuchó la frase que le despertaba y nunca olvidó: «Venite adoremus».
Su confesor y ejemplo de misericordia
En la carta, el Pontífice también explica que, «se comenzaba la adoración alrededor de las nueve de la noche, después de la predicación del padre Aristi». El principal impulsor de la cofradía que integró el joven Jorge Mario con 18 años fue el sacerdote español José Ramón Aristi. En aquel momento Bergoglio ya había vivido la llamada de Dios o, como él la define, «la experiencia de san José de Flores», la iglesia que lo vio crecer. Pero fue este padre Aristi quien marcó la vida del Papa, tanto que fue su confesor y es su principal ejemplo de misericordia. Así lo explicó Francisco en el 2014, durante una reunión con sacerdotes en Roma. «Aristi era un confesor famoso en Buenos Aires. Casi todo el clero se confesaba con él. Fue provincial de su orden [sacramentinos], profesor… pero siempre confesor, y siempre había cola en la iglesia del Santísimo Sacramento».
El Papa lleva consigo el rosario de Aristi
Alfa y Omega también señala el impactó del sacerdote vasco Aristi, impulsor de la adoración nocturna, en la vida del joven Bergoglio, que lleva desde hace 25 años su rosario. Ocurrió que en la Vigilia Pascual de 1996 falleció el confesor y Bergoglio, en ese momento Obispo auxiliar, se acercó a la cripta, en el subsuelo de la basílica del Santísimo Sacramento, donde estaban velando el cuerpo. Mientras colocaba unas flores tomó «la cruz del rosario y la arranqué con un poco de fuerza. En ese momento miré al sacerdote y le dije: “Dame la mitad de tu misericordia”», explicó el Papa a los curas. «Sentí algo fuerte que me dio el valor para hacerlo», continuó el Papa, «Y luego esa cruz me la metí aquí, en el bolsillo» Las camisas del Papa no tienen bolsillos, pero yo siempre llevo una bolsita de tela pequeña, y desde entonces hasta ahora, y mi mano se dirige aquí siempre. ¡Siento la gracia! Hace mucho bien el ejemplo de un sacerdote misericordioso, de un sacerdote que se acerca a las heridas…».
Un adorador nocturno, como nosotros
El Semanario Católico de Información, “Alfa y Omega”, también recuerda a otro adorador nocturno, Eduardo Fernández Rojo, quien llevaba a las personas sin hogar a la adoración nocturna. «Venían ataviados con las bolsas en las que metían sus escasas pertenencias», recuerda Fernández Rojo. «Además de rezar ante el Santísimo, podían usar el baño y descansar un poco», recuerda. El adorador, en conversación con este semanario, alude a un recuerdo imborrable: «El padre Leopoldo Jiménez Montenegro [que falleció por COVID-19 hace unas semanas] un día me dijo que Bergoglio era un santo». Este sacerdote fallecido contaba cómo el Papa, recién ordenado como Obispo y siendo alguien aún desconocido en la diócesis, «destacaba en los corrillos por su austeridad». Se decía «que ayudaba mucho a los curas jóvenes, que se levantaba a las cuatro de la mañana para rezar, y que había sido desde joven adorador nocturno, como nosotros».
12 consejos para portarse y vivir mejor la Misa
Para poder aprovechar al máximo los grandes frutos espirituales que se recibe en la Misa se debe participar en ella con reverencia.
Por: Redacción | Fuente: ACI Prensa
Para poder aprovechar al máximo los grandes frutos espirituales que se recibe en la Misa se debe participar en ella con reverencia.
Aquí 12 reglas de oro o consejos prácticos que servirán para aprovechar la Misa al máximo y participar, activa y reverentemente, en la Eucaristía.
1. No usar el celular: No lo necesitas para hablar con Dios
Los teléfonos celulares nunca deben utilizarse en Misa para hacer llamadas o enviar mensajes de texto. Es posible contestar una llamada de emergencia, pero fuera del templo. Por otro lado, sí es posible usar el teléfono para lecturas espirituales u oraciones, aunque se debe ser discreto.
2. Ayunar antes de la celebración eucarística
Consiste en abstenerse de tomar cualquier alimento o bebida, al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción del agua y de las medicinas.
Los enfermos pueden comulgar aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior. El propósito es ayudar a la preparación para recibir a Jesús en la Eucaristía.
3. No comer ni beber en la iglesia
Las excepciones serían: alguna bebida para niños pequeños o leche para los bebés, agua para el sacerdote o para los miembros del coro (con discreción) y para los enfermos.
Llevar un bocadillo a la iglesia no es apropiado, porque el templo es un lugar de oración y reflexión.
4. No mascar chicle
Al hacer esto se rompe con el ayuno, ocurre una distracción, se es descortés en un entorno formal, y no ayuda en la oración.
5. No usar sombrero
Es descortés usar un sombrero dentro de una iglesia. Si bien esta es una norma cultural, debe cumplirse. Así como nos sacamos el sombrero cuando se hace un juramento, igual debe hacer en la iglesia como un signo de respeto.
6. Santiguarse con agua bendita al entrar y salir del templo
Este es un recordatorio del Bautismo, sacramento por el que renacemos a la vida divina y somos hechos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Es necesario estar plenamente consciente de lo que sucede al santiguarse, y debe hacerse diciendo alguna oración.
7. Vestir con modestia
A los católicos se les invita a asistir vestidos adecuadamente ya que, si es algo que se suele hacer comúnmente para una fiesta o algún otro tipo de compromiso, no hay razón para no hacer lo mismo al asistir a Misa.
8. Llegar algunos minutos antes del inicio de la Misa
Si por alguna razón no se puede llegar a tiempo, es recomendable sentarse en la parte de atrás para no molestar a las demás personas. Llegar a la Misa temprano permite orar y prepararse mejor para recibir a Cristo.
9. Arrodillarse hacia el Sagrario al entrar y salir del templo
Al permitir que nuestra rodilla toque el piso, se reconoce que Cristo es Dios. Si alguien es físicamente incapaz de hacer la genuflexión, entonces un gesto de reverencia es suficiente. Durante la Misa, si se pasa delante del altar o del tabernáculo, se debe inclinar la cabeza con reverencia.
10. Permanecer en silencio durante la celebración
Al ingresar al templo se debe guardar silencio. Si se tiene que hablar, hágalo de forma silenciosa y breve. Recuerde que mantener una conversación puede molestar a alguien que está orando.
Si tiene un niño o un bebé, puede sentarse cerca de alguna salida ante cualquier contratiempo.
Recuerde que no hay razón para sentir vergüenza por tener que calmar o controlar a su hijo, dentro o fuera de la iglesia. Enséñeles a comportarse, especialmente con su propio ejemplo.
11. Inclinarse al recibir la comunión
Si es Dios, entonces se puede mostrar respeto inclinando cabeza como reverencia. Si lo desea puede hacer una genuflexión. Esta es una práctica antigua que ha continuado hasta el día de hoy.
12. Espere a que la Misa termine
Debemos permanecer en la Misa hasta la bendición final. Recuerde que uno de los mandamientos de la Iglesia es oír Misa entera los domingos y fiestas de guardar.
Es una buena costumbre, aunque no requerida, ofrecer una oración de acción de gracias después de la celebración.
Finalmente, la salida debe ser en silencio a fin de no molestar a otras personas que deseen permanecer en el templo rezando.
El Padrenuestro, la oración que nos enseñó Jesús
Explicaciòn del Padre Nuestro. Cardenal Norberto Rivera.
Primera Parte del Padrenuestro
Vosotros, pues, orad así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal”. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas (Mateo 6, 9-15).
El Padrenuestro es la oración que nos enseñó Jesucristo y es, seguramente, una de las primeras oraciones que aprendimos de memoria. Es una invitación a orar con sencillez, desde lo más profundo del corazón, sin falsos pietismos ni apariencias buscadas. Es una oración llena de autenticidad donde se reconoce la grandeza de Dios y las propias debilidades. En este año de preparación del jubileo del año 2000, dedicado precisamente a la persona divina del Padre, resulta muy útil volver a meditar en el Padrenuestro, esta oración que frecuentemente decimos de memoria, pero sin pensar muchas veces en los profundos contenidos que encierra.
A primera vista se perciben dos partes bien diferenciadas en el Padrenuestro:
• una donde predomina la alabanza y la petición referida a lo que podríamos llamar “los intereses de Dios”,
• y una segunda que comienza con la petición del pan y presenta peticiones más dirigidas a nuestras necesidades.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica a fondo esta maravillosa oración nacida de los labios de Jesucristo. Le dedica los números 2777 a 2865 y ofrece un contenido muy rico que nos puede ser muy útil si queremos profundizar en lo que decimos cuando hacemos esta oración que comienza con una interpelación a la caridad: “Padre nuestro”. Padre nuestro quiere decir padre de todos; quiere decir que todos somos hermanos y que nuestro destino en la vida no es indiferente a los demás como tampoco tiene que serlo a nosotros el de ellos. El Padrenuestro comienza con la afirmación de la comunión de los hijos y el reconocimiento de la insondable grandeza de un Padre amoroso que no podemos ver porque mora más allá del alcance de nuestros sentidos (“en el Cielo”). En esta carta vamos a reflexionar juntos sobre la primera parte de esta oración.
“Padre”. Sería un verdadero atrevimiento llamar “Padre” a Dios si no hubiera sido porque el Hijo nos invitó a hacerlo. A sus contemporáneos esto les parecía algo blasfemo porque significaba hacerse igual a Dios (Cf Juan 5, 18), pero es que el Hijo realmente era Dios y hombre a la vez. Desde entonces, hemos dejado de preocuparnos por el nombre de Dios porque tenemos la seguridad de poder llamarle “Padre”. Padre significa amor, preocupación por los hijos, entrega generosa a ellos. Aquí nos traiciona nuestra inteligencia. Cuando pensamos en Dios como Padre, le atribuimos generalmente las mejores cualidades que podemos encontrar en un padre humano. No caemos en la cuenta de que Dios las supera infinitamente. La inteligencia funciona así, adapta todo a nuestra medida. Por eso no resulta fácil llegar al conocimiento del Padre sólo con la inteligencia; hace falta echar mano del amor. El amor tiene un dinamismo diferente, se “hace” a la persona amada, se identifica con ella. Produce un conocimiento más intuitivo, seguramente menos científico, pero más profundo y experimental. El amor lleva a gustar a ese Padre en la entrega confiada a Él, en la valoración interna de sus gestos de amor por el hombre, de la creación, de la salvación, de la redención.
“Nuestro” significa posesión: Dios nos pertenece, se ha hecho a nosotros, es nuestro Creador. Pero también implica una confianza en Él. Es Padre nuestro porque se ha entregado a nosotros. Es Padre nuestro porque constituye nuestro premio futuro, la salvación eterna cuando lo “veremos cara a cara” (Cf I Corintios 13, 12). Es nuestro porque es de todos. Es nuestro porque nos entrega a su Hijo como hermano que muere por amor para redimirnos de nuestros pecados. Padre nuestro; estas dos primeras palabras tocan profundamente el corazón elevándolo hacia el sentimiento de la filiación divina de todos y cada uno, y hacia la fraternidad de todos los hijos del mismo Dios. Santa Teresa de Jesús dedica unas frases maravillosas a la explicación del “Padrenuestro”. Allí encontramos unas reflexiones muy valiosas sobre estas primeras palabras en las que la Santa Doctora se dirige a Jesucristo -el texto se ha retocado acomodando el lenguaje-: ¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo das tanto junto desde la primera palabra? Ya que te humillas a Ti mismo tanto que te juntas con nosotros al pedir y hacerte hermano de cosa tan baja y miserable, ¿cómo nos das en nombre de tu Padre todo lo que se puede dar, pues quieres que nos tenga por hijos, y cuando das tu palabra, nunca falla? Le obligas a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a El, como al hijo pródigo nos tiene que perdonar, nos tiene que consolar en nuestros trabajos, nos tiene que sustentar como lo haría un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en Él no puede haber sino todo bien cumplido, y después de todo esto hacernos participantes y herederos contigo (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, capítulo 27). El hecho de que Jesucristo nos haya enseñado esta oración lo ve Santa Teresa como un compromiso que Él toma compartiendo con nosotros su filiación divina. Es como el niño que le pide a su padre que adopte a un amigo suyo. El Padre nos adopta como hijos por haber sido adoptados como hermanos por Jesucristo. Santa Teresa le reprocha a Jesús que ha comprometido a su Padre con hijos que serán muy desagra-decidos con Él. Una oración que comienza con semejante regalo, no puede pedir después cosas malas para nosotros.
“Que estás en el cielo”. Cuando decimos esta frase, no estamos hablando de un dios de la naturaleza que mora en el espacio celeste. Cielo no significa un lugar, no significa espacio y tiempo. Tampoco significa que Dios se aparta de nosotros y se mantiene alejado. El Cielo significa el más allá donde nos espera la posesión absoluta de Dios. Significa la imposibilidad del hombre para poseerlo completamente desde esta vida en una relación directa si no es por un don suyo. Significa que está más allá de todos nuestros pensamientos sobre Él. Fray Luis de León ha comparado el cielo con la misericordia de Dios en su libro “De los nombres de Cristo”. Así, dirigiéndose a Dios, le dice: Cuan lejos de la tierra está el cielo, tan alto se encumbra la piedad que usas con los que por suyo te tienen. Ellos son tierra baja, mas tu misericordia es el cielo. Ellos esperan como tierra seca su bien, y ella llueve sobre ellos sus bienes. Ellos, como tierra, son viles; ella, como cosa del cielo, es divina. Ellos perecen como hechos de polvo; ella, como el cielo, es eterna. A ellos, que están en la tierra, los cubren y los obscurecen las nieblas; ella, que es rayo celestial, luce y resplandece por todo. En nosotros se inclina lo pesado como en el centro; mas su virtud celestial nos libra de mil pesadumbres. “Cuanto se extiende la tierra y se aparta el nacimiento del sol de su poniente, tanto alejaste de los hombres sus culpas” (Fray Luis de León, De los nombres de Cristo, libro III, Jesús). La misericordia nos viene del cielo, el lugar donde habita la misericordia. Es eterna y divina. La misericordia es el mismo Dios que se define como amor.
“Santificado sea tu nombre”. Con esta frase comienzan las siete peticiones del Padrenuestro, y dentro de ellas, la serie de tres que se refieren a Dios usando el “tu”: “tu nombre”, “tu reino”, “tu voluntad”. En la primera carta ya hemos reflexionado sobre lo que significa este “nombre” de Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica muy bien el contenido de esta petición: El término "santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (sólo Dios santifica, hace santo), sino sobre todo en un sentido estimativo; reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción de gracias (Cf Salmo 111, 9; Lucas 1, 49). Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en "el benévolo designio que él se propuso de antemano" (Cf Efesios 1, 9) para que noso-tros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Cf Efesios 1, 4) (Catecismo de la Iglesia Católica 2807). Sólo Dios santifica pues sólo Él es santo y sólo Él puede comunicar su santidad. La santidad era el atributo por excelencia de Dios, que los israelitas consideraban el “Santísimo” (kadós, kadós, kadós: el muy santo -el superlativo absoluto se construía con la triple repetición del adjetivo-). La santidad es propiedad sólo de Dios que la transmite a los que ama. La santidad es presencia de Dios. Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (Cf Éxodo 3, 5-6) delante de la Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!" (Isaías 6, 5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lucas 5, 8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de él: "No ejecutaré el ardor de mi cólera... porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Oseas 11, 9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (I Juan 3, 19-20) (Catecismo de la Iglesia Católica 208). Esta santidad de Dios es garantía de la fidelidad de su amor y de su perdón continuo que no busca revanchas porque ama a los hombres y quiere que todos se salven, y esta santidad es también signo de lo que será su justicia absoluta en el respeto a la libertad del hombre y sus consecuencias. Jesucristo es el que manifiesta el nombre de Dios: Dios es Padre. El Espíritu Santo nos pone en relación con ese Padre llevándonos a llamarle “Abbá” (Cf Romanos 8, 15; Gálatas 4, 6) como Cristo lo llamaba (Cf Marcos 14, 36). Y Jesús recibe el nombre que está sobre todo nombre (Cf Filipenses 2, 9-11) con lo que se afirma la divinidad de Jesucristo que se hizo hombre.
“Venga a nosotros tu reino”. La espera del Reino de Dios nos puede llenar muchas veces de impaciencia, quisiéramos que ya estuviera presente en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestras sociedades. Deseamos que venga ese reino de paz y justicia (Cf Romanos 14, 17), pero ese reino sufre violencia y los violentos lo arrebatan (Cf Mateo 11, 12). Hay que esforzarse por sumarse a ese Reino (Lucas 16, 16) que está ya muy cerca, que está dentro de nosotros (Lucas 17, 21). Sólo en ese reino encuentra el hombre su felicidad, la realización del ideal para el que fue creado por Dios. Es un reino que tenemos que anunciar porque Dios nos lo ha confiado a nosotros y sólo se va a extender con nuestro testimonio unido a la acción del Espíritu Santo. Es un Reino que se basa en lo que Jesucristo nos reveló y que se construye con nuestra respuesta generosa en la conversión y en la fe (Cf Mateo 4, 17; Marcos 1, 15). El pecado nos aleja de él y nos cierra la entrada (Cf Gálatas 5, 19-21; I Corintios 6, 9-10; Efesios 5, 3-5). Toda la vida pública de Cristo fue una predicación del Reino de Dios anuncia-do a todos los hombres. El Reino de Dios representa la victoria absoluta sobre el mal que será derrotado para siempre (Cf Mateo 12, 26-28) y se inicia con la Iglesia dirigida por el Papa, Vicario de Cristo, que ha recibido las llaves del Reino (Mateo 16, 19). El Reino de Dios se alcanza con la vivencia de las bienaventuranzas (Cf Mateo 5, 1-12; Lucas 6, 20-26). Encontrarás una mejor explicación de lo que significa el Reino de Dios en los números 541 a 556 del Catecismo de la Iglesia Católica.
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. La voluntad de Dios sobre el hombre, sobre cada hombre, es que se salve y goce eternamente de Él (Cf I Timoteo 2, 3-4). Todo en la vida de Cristo va orientado a conseguir este fin, su vida sobre la tierra tiene sentido sólo como redención del género humano. Lo que es un plan de Dios para el hombre en el cielo tiene un inicio en la tierra. La respuesta a la voluntad de Dios sobre la tierra, expresada en el mandamiento del amor, se prolonga en el amor perfecto de la vida eterna, en el cielo. Hacer la voluntad de Dios sobre la tierra es amar a Dios sobre todas las cosas: Únicamente preocupados de guardar el mandato y la ley que os dio Moisés, siervo de Yahvéh: que améis a Yahvéh vuestro Dios, que sigáis siempre sus caminos, que guardéis sus mandamientos y os mantengáis unidos a Él y le sirváis con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma (Josué 22, 5); y al prójimo como Cristo nos amó: Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Juan 15, 12) (Cf Juan 13, 34; 15, 17). El mundo es un lugar de paso que no puede ser objeto final de nuestro amor (Cf I Juan 2, 15), pero muchas veces nos distrae en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Amamos al ser humano que vive en el mundo, pero reconocemos desde la fe que este ser humano está llamado a una vida más plena. Vivir el mandamiento del amor es adelantar la salvación eterna. Cuando rezamos el Padrenuestro le pedimos a Dios que se viva el mandamiento del amor sobre la tierra y que se realice la salvación eterna de todos los hombres.
Segunda Parte del Padrenuestro
Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos”. El les dijo: “Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación” (Lucas 11, 1-4).
En la actual situación de nuestro país, esta oración se hace más acuciante, más sentida. Dios sabe lo que nos hace falta ese pan cotidiano como sabe también cuánto necesitamos perdonarnos entre nosotros para poder implorar su perdón. Muchos de nuestros hermanos pasan hambre y viven en condiciones inhumanas. Somos más frágiles que nunca ante cualquier conflicto y más propensos al odio. Vivimos quizá demasiado encerrados en nosotros mismos y en nuestros problemas como para construir un nuevo modelo de nación donde reine la auténtica solidaridad y se den las necesarias posibilidades de desarrollo para todos. Nos resulta imprescindible el apoyo de Dios para no caer en las tentaciones y permanecer siempre libres del mal.
Esta segunda parte del Padrenuestro con sus cuatro peticiones, las peticiones del “nos”, frente a las tres anteriores del “tu”, nos muestran lo que debemos pedir para nosotros, para mejorar nuestra vida personal y la vida de las sociedades humanas.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Esta petición toca uno de los grandes problemas del hombre desde que mora sobre la tierra, el problema de la repartición de un pan entre muchos. Dios hizo el mundo con los suficientes recursos para alimentar a todos y creó al hombre con la suficiente inteligencia y capacidad para generar más pan, no sólo para repartir el que ya había. Pero el ser humano, desde el inicio de su paso por este mundo, quiso acaparar para sí más de lo que podía disfrutar, quiso emplear esos dones de Dios para adquirir poder o subyugar a los demás. La historia ha sido testigo de muchos intentos del hombre para remediar esto. El marxismo se presentaba como la panacea para solucionar estas continuas tensiones entre el hombre y el dominio de la creación, pero se quedó en un proyecto que supeditaba todo (hombres y productos de la tierra) a los intereses del estado y coartaba la libertad del ser humano, querida por Dios como un don maravilloso para que el hombre pudiera llegar hasta Él. El capitalismo, sistema más basado en la naturaleza del hombre, no ha sido capaz todavía de eliminar la pobreza que sufren muchos hombres. Los grupos de poder que controlan los mercados actúan con intereses egoístas, y el capital no parece emplearse en proyectos que ayuden a la superación de los rezagos sociales. Quizá por ello, en este momento de nuestra historia, esta petición de “danos hoy nuestro pan de cada día” se hace más angustiosa, más dolorosa. En medio de este dolor ante el hambre que padecen millones de seres humanos, no podemos perder la confianza en Dios ni renunciar a nuestra propia responsabilidad para remediar las cosas. Jesucristo nos enseñó a pedir al Padre con la certeza de que todo nos lo dará “En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado” (Juan 16, 23-24). Por eso repetimos con fe el Padrenuestro. Sabemos que la solución al problema vendrá de Dios que tocará los corazones de los hombres. Dios siempre actúa a través de medios humanos. Él es un Padre que ama a sus hijos y hace salir el sol sobre buenos y malos (Mateo 5, 45). No puede permanecer indiferente ante este drama humano. Pedimos con un “nuestro” en solidaridad con aquellos que no tienen, acercándonos a sus necesidades y a sus sufrimientos, conscientes de que somos hijos del mismo Padre. Los números 2830 y 2831 del Catecismo de la Iglesia Católica pueden servir de materia para reflexionar a fondo sobre este tema.
Pero hay otro pan que necesita el hombre de hoy. La Madre Teresa de Calcuta lo señalaba en su testamento espiritual. Hay un hambre física que sacude al mundo, pero hay otro tipo de hambre que se ve menos y, sin embargo, afecta más gravemente a nuestros semejantes: el hambre de amor. El ser humano necesita, hoy más que nunca, saber que tiene un Padre que le ama y sentirse amado de sus hermanos. Si la petición que nos enseñó Jesucristo se refiere al “hoy”, no hay que olvidar que en ese “hoy” encontramos este drama humano de hombres y mujeres que viven solos, olvidados de todos y esperando su muerte. Cuando oigo debates sobre la eutanasia y constato el ansia de morir de muchos enfermos, descubro detrás esta angustia que nace de no sentirse amados. Los cristianos tenemos que repartir este pan del amor de Cristo a los hombres de hoy, un amor real de entrega, comenzando por los más próximos, por nuestra familia, por nuestros padres, por nuestro cónyuge, por nuestros hijos, por nuestros abuelos. Nuestra fe, nuestra certeza del amor de Dios, no puede quedarse sólo en nuestro corazón o en nuestra mente, tiene que llegar a los corazones de todos los seres humanos. El “pan de cada día” es también el sacramento de la Eucaristía, el mayor signo del amor de Dios. Cada cristiano tiene que hacerse eucaristía, entrega, donación incondicional de amor.
“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El Catecismo de la Iglesia Católica centra muy bien las reflexiones que deben acompañar esta oración: Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separamos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volve-mos a Él, como el hijo pródigo (Cf Lucas 15, 11-32), y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (Cf Lucas 13, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (Colosenses 1, 14; Efesios 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (Cf Mateo 26, 28; Juan 20, 23). Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano y a la hermana a quienes vemos (Cf I Juan 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confe-sión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia (Catecismo de la Iglesia Católica 2839-2840). En el centro del Sermón de la Montaña se encuentran la misericordia y el perdón (Cf Mateo 5, 23-24; 6, 14-15; Marcos 11, 25), un perdón que llega incluso a los enemigos (Cf Mateo 5, 43-44) y que no tiene límites (Cf Mateo 18, 21-22; Lucas 17, 3-4). Este es el signo del cristiano, la misericordia. Es una virtud que nace del conocimiento objetivo del corazón humano y de su debilidad y del conocimiento objetivo del “corazón” de Dios y de su generosidad y fidelidad a toda prueba. Por ello, la misericordia se apoya en la fe que nos descubre la bondad de Dios y en la constatación de la pobre respuesta del ser humano. El cristiano es portador de misericordia, así hace presente a Dios en el mundo y predica que el amor es más fuerte que el pecado.
“No nos dejes caer en la tentación”. La constatación de nuestra debilidad nos lleva a acudir a Dios para que no nos deje de su mano. Somos muy conscientes de que hay cientos de tentaciones que buscan alejarnos del amor de Dios y de su plan de salvación para nuestras vidas. El mismo Jesucristo experimentó estas tentaciones y las venció apoyándose en su amor al Padre y a los hombres, sus hermanos (Cf Mateo 4, 1-11; Marcos 1, 12-13; Lucas 4, 1-14). En estos pasajes evangélicos, Cristo nos enseña la importancia de Dios en nuestra vida por encima de los atractivos que nos presenta lo que San Juan llama “el mundo”: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo -la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas- no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre (I Juan 2, 15-17). Las tentaciones nos invitan siempre a quedarnos con lo pasajero y desarraigarnos de Dios.
Una y otra vez, Jesucristo nos pide que recemos para no caer en la tentación (Mateo 26, 41; Marcos 14, 38; Lucas 22, 40; 22, 46). Él sabe que necesitamos de Dios para librarnos de ellas, que sólo con su apoyo, con la ayuda de la gracia, podremos vivir sin dejarnos arrastrar por tantos elementos que nos llevan a romper el plan de Dios para nuestra vida, la alianza de amor que Él ha establecido con nosotros por el Bautismo. Él nunca falla a esta relación porque Dios es fiel, pero nosotros, cuando no estamos unidos a Él, corremos el riesgo de seguir el camino de nuestra infelicidad. Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito (I Corintios 10, 12-13). Dios no nos quita las tentaciones, pero nos da la ayuda para superarlas y expresarle nuestro amor prefiriéndolo a Él sobre todas las cosas. La tentación es el camino que conduce al pecado, rotura de la relación de amor entre Dios y el hombre. Cuando le pedimos a Dios que no nos deje caer en ellas, estamos afirmando la opción por Él, la voluntad de amarlo sobre todas las cosas.
“Líbranos del mal”. Jesucristo ya ha vencido el mal que reinaba en el mundo. Ahora, Él nos apoya en esta lucha, Él es quien vence en nosotros. El orden de la obediencia al designio de Dios roto por el diablo, por Satanás, el ángel rebelde a Dios, su Creador, volverá a restaurarse en Cristo cuando llegue su venida final. Hasta entonces, la Iglesia ora a Dios para que nos libre de las acechanzas del Maligno. En efecto, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquel que “tiene las llaves de la Muerte y del Hades”: (Apocalipsis 1, 18), “el Dueño de todo, Aquel que es, que era y que ha de venir” (Apocalipsis 1, 8; Cf Apocalipsis 1, 4) (Catecismo de la Iglesia Católica 2854).
¿Quiénes eran los llamados hermanos de Jesús?
Hay pasajes difíciles de entender, y el tema aquí tratado es, sin lugar a dudas, uno de ellos.
Por: Dr. Jorge Rodríguez | Fuente: www.EducarEsAmar.mx.gs
El error de nuestros hermanos separados sobre este tema, parte de su desconocimiento del significado del término HERMANO, como se usa en la Biblia (Sobre el significado de este término, trataremos más adelante). Si leemos con cuidado, veremos que hasta los doce años en que Jesús fue hallado en el Templo de Jerusalén, no se menciona en ninguna parte de la Biblia que Jesús haya tenido más hermanos (en el sentido que nosotros entendemos, es decir, hijos del padre y/o la madre).
Si analizamos detenidamente, llegamos a la conclusión de que resultaría ilógico – si es que María hubiese tenido más hijos – que, durante doce años, ella y José no tuvieron ningún hijo además de Jesús, y sin embargo, en 18 años (hasta que Jesús cumplió treinta años e inició su vida pública), procrearon un mínimo de 7 hijos, pues si así consideramos a los mencionados en Mateo y Marcos, diríamos, equivocadamente, que así fue:
Mt 13.55-56 ‘¡Sus hermanos son Santiago, José, Simón y Judas! Sus hermanas también están todas entre nosotros’ (Mc 6.3).
Si asumimos, según dicen los protestantes, que aquí se refiere a hermanos de padre y/o madre, es lícito preguntarse, entonces: ¿es razonable pensar que María y José, tuvieron 7 hijos en 18 años, mientras que en los 12 años previos, no?. Por supuesto que suena irracional. Y aún más, vemos que cuando se hace referencia a los “hermanos de Jesús” se les llama con nombre propio, es decir se les trata como personas conocidas, personas ADULTAS. Conviene recordar que los judíos consideran la mayoría de edad a los 12-13 años. Pues bien, si aquí se les llama por su nombre propio, deberíamos asumir que estos “hermanos” eran ya adultos, por lo cual debían de tener un mínimo de 12 años. Entonces: Si Jesús ya tenía 30 años y sus “hermanos” un mínimo de 12 años, debemos restar estos 12 años de la edad de Jesús, con lo cual nos queda 18, pero como ya vimos anteriormente, de esos 18 años, durante sus 12 primeros años no se habla de ningún “hermano”, que era la edad que Jesús tenía cuando fue encontrado en el Templo. Por lo mismo debemos restar otros 12 años de los 18, con lo cual nos quedan 6 años. Por último, llegaríamos a una conclusión, lógicamente errada, porque es imposible:
Si José y María, no tuvieron otros hijos aparte de Jesús, durante sus primeros 12 años de vida, y tampoco los tuvieron en los 12 años previos a los 30 años de Jesús (por lo explicado anteriormente, sobre la condición necesaria de que estos supuestos “hermanos” debían de ser adultos), entonces; si tuvieron un mínimo de 7 hijos más, los debieron tener en únicamente 6 años, es decir a un ritmo de un parto cada aproximadamente 10 meses. ¿Es esto aceptable? Pues sinceramente no creo que alguien en su sano juicio podría aceptar semejante barbaridad. Todo por una sencilla razón: María y José no tuvieron más hijos que Jesús.
Lc 2.48 ‘Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados’.
Pero veamos otro punto: cuando María responde al ángel, tras el anuncio de éste de que iba a ser madre del Salvador: “¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?”, notamos claramente que no puede haber más que una sola explicación y que es la siguiente: María pensaba permanecer virgen perpetuamente, es decir, ser célibe. Si no fuera así, no hubiera hecho la pregunta mencionada, puesto que si hubiera pensado tener relaciones con José, como cualquier otra mujer casada, al anuncio del ángel de que iba a ser madre, no habría reaccionado con esa sorpresa, ya que habría asumido que el ángel se refería a un hijo que tendría con José, su esposo. Pero, como María pensaba conservar la virginidad, tuvo que sorprenderse y preguntar de esa forma al ángel, pues no estaba en sus planes el tener relaciones carnales con José.
Lc 1.34 María entonces dijo al ángel: ‘¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?’.
Además, Jesús, antes de morir, entregó a su madre al apóstol más amado, puesto que sabía que si no lo hacía, ella quedaría sola, ya que era viuda y no contaba con otros hijos, más que el mismo Jesús, lo cual demuestra una vez más que El fue su único hijo. Si María hubiese tenido otros hijos no habría sido necesario que Jesús la encomendase con su apóstol Juan.
Jn 19.27 Dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.
Por otro lado, para aclarar mejor el tema, veamos quiénes eran realmente estos hermanos de Jesús, utilizando lo que la misma Palabra de Dios nos dice al respecto, y veremos que todos ellos, no eran más que familiares o parientes, y no hermanos de padre y/o de madre, como equivocadamente piensan algunos que están fuera de nuestra Iglesia:
Santiago y Judas, son parientes o “hermanos” como los llama la Escritura; incluso de Judas se dice en el libro de los Hechos que era hijo de Santiago, pero, en el sentido bíblico, sigue siendo su “hermano”. Ninguno de los dos, al comenzar sus Cartas se llama a sí mismo: hermano de Jesús, sino mas bien, servidores de Cristo Jesús, además, Judas mismo se reconoce como “hermano” de Santiago al iniciar su Carta. Ninguno de los dos refiere ser hermano de Jesús, en el sentido de ser hijos del mismo padre y/o madre, por una sencilla razón: Jesús fue hijo único de María. No debemos confundir a este Santiago, hijo de Alfeo, con Santiago, hermano de Juan, hijo de Zebedeo. Por otro lado, este Judas (o Tadeo) es diferente al Iscariote, que traicionó a Jesús.
Lc 6.15-16 Santiago, hijo de Alfeo, … Judas, hermano de Santiago.
Hch 1.13 Santiago, hijo de Alfeo, … y Judas, hijo de Santiago.
Stgo 1.1 Santiago, servidor de Dios y de Cristo Jesús el Señor.
Jd 1 Judas, servidor de Jesucristo y hermano de Santiago.
Tanto Santiago y Judas, “hermanos de Jesús”, son del grupo de los doce apóstoles. Alguno podrá objetar que no existe prueba de que así sea, pero si revisamos lo que dice Pablo en una de sus cartas, concluiremos que efectivamente fueron del grupo de los doce, al menos Santiago:
Gal 1.19 Pero no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, hermano del Señor.
Por último, vemos que tanto Santiago como José (otro “hermano” del Señor), son hijos de la misma madre María. Aquí se le llama Santiago el Menor, para diferenciarlo del otro Santiago, el Mayor, hermano de Juan.
Mc 15.40; Mt 27.56 María, madre de Santiago el Menor y de José.
Y para terminar, alguno que no se quiere convencer podría insistir que la María mencionada, es María, madre de Jesús; pero, como vemos en la siguiente cita, Juan el evangelista, la distingue de la Madre de Jesús, mencionándola a continuación y haciendo referencia que era pariente suya, debido probablemente a lo cual sus hijos eran parientes o “hermanos” de Jesús.
Jn 19.25 Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás.
El significado del término “hermano” en la biblia.
Para completar el sentido del tema anterior sobre María, veamos que la Biblia utiliza la palabra “hermano” no solamente para referirse a los hijos de uno o ambos progenitores, sino también a los parientes, a los miembros de una misma tribu, a los integrantes de un mismo clan, una misma raza, de la misma religión, a las personas que tienen un mismo oficio, a pueblos vecinos; entre otros sentidos. Por lo tanto, no se puede argumentar que como en la Biblia se habla de hermanos de Jesús se refiere a que El tuvo más hermanos de padre y/o madre, sino mas bien se hace referencia a sus parientes.
Comencemos por mostrar algunas citas bíblicas, que utilizan el término “hermano” para referirse a parientes y no a hijos del mismo padre y/o madre, con sus respectivos textos explicativos:
Gn 13.8 Abram le dijo a Lot: ‘Mira, es mejor que no haya peleas entre nosotros, ni entre mis pastores y los tuyos, ya que somos hermanos’
Gn 14.14 En cuanto oyó Abram que los cuatro jefes habían llevado prisionero a su hermano Lot, escogió trescientos dieciocho de sus hombres.
Gn 11.27-28 Terá fue padre de Abram, de Najor y de Harán. Harán fue padre de Lot.
Gn 11.31 Terá tomó consigo a su hijo Abram, a su nieto Lot, hijo de Harán, y a su nueva Saray, esposa de Abram.
Gn 12.5 Abram tomó a su esposa Saray y a Lot, hijo de su hermano, con toda la fortuna que había acumulado.
Gn 14.12 Se llevaron también con ellos a Lot, hijo del Hermano de Abram.
Gn 29.15 Labán le dijo (a Jacob): ‘¿Acaso porque eres hermano mío vas a trabajar para mí de balde?’
Gn 29.10 Apenas Jacob vio a Raquel, hija de Labán, hermano de su madre.
Gn 29.13 Apenas supo Labán que Jacob era el hijo de su hermana, corrió a su encuentro.
2 Sm 13.1 Absalón, hijo de David, tenía una hermana muy bella llamada Tamar.
2 Sm 14.27 (Absalón) tuvo tres hijos y una hija que se llamaba Tamar y era muy bella.
Para reforzar lo dicho anteriormente, veamos otros textos bíblicos que muestran los diversos sentidos de la palabra “hermano” en la Biblia:
Gn 24.60 Y bendijeron a Rebeca, diciendo: ‘Hermana nuestra, ojalá des vida a multitudes’.
Gn 25.18 sus descendientes permanecieron en la región que se extiende desde Hevilá hasta Sur… Se mantienen a distancia de todos sus hermanos.
Gn 27.37 Respondió Isaac: ‘Lo he hecho tu señor y señor de todos tus hermanos’.
Gn 29.4 Jacob dijo a los pastores: ‘Hermanos, ¿de dónde son ustedes?’.
Gn 31.54 Jacob ofreció un sacrificio en el monte y convidó a comer a todos sus hermanos.
Ex 2.11 Siendo Moisés ya mayor, se preocupó por sus hermanos …Le tocó ver cómo un egipcio golpeaba a un hebreo, a uno de sus hermanos.
Lv 25.35 Si tu hermano pasa necesidad y ves que no puede salir del apuro, ayúdalo aunque sea forastero o huésped, para que pueda vivir junto a ti.
Lv 25.36 Teme a tu Dios y haz que tu hermano pueda vivir junto a ti.
Lv 25.46 Pero tratándose de tus hermanos israelitas, no actuarás en forma tiránica, sino que los tratarás como a tus hermanos.
Lv 25.47 Si el extranjero o el forastero que vive contigo adquiere bienes, y en cambio tu hermano se empobrece al lado de él…
Lev 25.48-49 Después de haberse vendido le quedará el derecho de rescate; uno de sus hermanos podrá rescatarlo. Lo rescatará su tío paterno, o el hijo de su tío, o algún otro pariente cercano suyo dentro de su familia.
Nm 8.26 En adelante podrán ayudar a sus hermanos en la Tienda de las Citas, pero ya no tendrán funciones. Así harás con los levitas.
Nm 20.14 Desde Cadés, Moisés mandó a decirle al rey de Edom: ‘Así habla tu hermano Israel’.
Dt 15.7 Si se encuentra algún pobre entre tus hermanos, que viven en tus ciudades, …, no endurezcas el corazón ni le cierres tu mano.
Dt 15.11 Nunca faltarán pobres en este país, …te doy yo este mandato: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre.
Dt 15.12 Si tu hermano, hebreo, varón o mujer, se vende a ti, te servirá durante seis años y al séptimo lo dejarás libre.
Dt 17.15 Pondrás a tu cabeza un rey elegido por Yavé de entre tus hermanos. No pondrás a tu cabeza un rey extranjero que no sea hermano tuyo.
Dt 18.15 Yavé hará que se levante para ti, de en medio de tus hermanos, un profeta como yo.
Dt 18.18 ‘Yo haré que se levante de en medio de sus hermanos un profeta, lo mismo que hice contigo’.
Dt 19.4 Mira en qué caso el que dio muerte a un hombre podrá refugiarse allí para salvarse: si hirió involuntariamente a su hermano al que no tenía odio.
Dt 19.19 Le impondrán a él la pena que pretendía imponer a su hermano.
Dt 20.8 ‘¿Hay aquí algún hombre que tenga miedo …? Regrese inmediatamente a su casa para que no contagie con su miedo a sus hermanos’.
Jos 17.3-4 Selofjad, …., no tenía hijos, sino solamente hijas… Ellas se presentaron … diciendo: ‘Yavé ordenó por medio de Moisés que se nos diese posesión en medio de nuestros hermanos’. Se les dio entonces una herencia en medio de los hermanos de su padre.
Jue 21.6 Los hijos de Israel se compadecieron de su hermano Benjamín.
2 Sm 1.26 Por ti estoy apenado, Jonatán, hermano mío … Tu amistad era par mí más maravillosa que el amor de las mujeres.
1 Cr 5.13 Sus hermanos, por casas paternas, fueron: Miguel, Mesulam, Seba, Yoraim, Yacán, Zía y Héber.
1 Cr 7.5 Sus hermanos, de todas las familias de Isacar, eran ochenta y siete mil esforzados guerreros.
1 Cr 9.6 De los hijos de Zéraj: Seuel y sus hermanos: seiscientos noventa.
1 Cr 9.9 Y sus hermanos, según sus genealogías: novecientos cincuenta y seis.
Todos estos eran jefes de familias.
1 Cr 9.13 Y sus hermanos, jefes de sus casa paternas: mil setecientos sesenta hombres aptos para los ejercicios del culto.
1 Cr 23.22 Hijos de Majlí: Eleazar y Quis. Eleazar murió sin tener hijos; sólo tuvo hijas, a las que los hijos de Quis, sus hermanos, tomaron por esposas.
Esd 7.12,18 Artajerjes, rey de reyes, a Esdras: …‘Con el resto de la plata y el oro, harás lo que mejor te parezca ti y a tus hermanos’.
Esd 8.24 Escogí a doce de los jefes de los sacerdotes y, además, a Serebías y a Jasabías, y con ellos a diez de sus hermanos.
Neh 3.1 El sacerdote principal Eliasib y sus hermanos, los sacerdotes, se encargaron de construir la Puerta de las Ovejas.
Neh 3.17,18 A continuación trabajaron los levitas … ; después sus hermanos: Binuy, hijo de Jenadad, jefe de la mitad del distrito de Queilá.
Neh 5.5 Sin embargo, somos de la misma raza que nuestros hermanos.
Neh 5.7 Llamé la atención a los notables y a los consejeros, diciéndoles: ‘¿Por qué ustedes no tienen lástima de sus hermanos?’.
Neh 5.8 Y les dije: ‘Nosotros hemos rescatado en la medida de nuestras fuerzas a nuestros hermanos judíos que eran esclavos’.
Neh 12.7 Salu, Amoq, Jilquías, Jedaías. Estos tenían el mando entre los sacerdotes, sus hermanos, en tiempos de Josué.
Neh 13.13 Los nombré a ellos porque eran considerados personas responsables. Su trabajo consistía en distribuir los alimentos a sus hermanos.
1 Mac 2.40 Se dijeron: ‘No podemos hacer como nuestros hermanos, sino que debemos luchar contra los paganos para defender nuestra vida’.
1 Mac 5.25 Allí encontraron a los nabateos, que los recibieron … y los pusieron al tanto de lo que ocurría a sus hermanos de la región de Galaad.
1 Mac 5.32 (Judas) dijo a los de su ejército: ‘Luchemos hoy por nuestros hermanos’.
1 Mac 9.10 Judas les contestó: ‘Líbreme Dios de huir ante ellos. Si ha llegado nuestra hora, moriremos como valientes por nuestros hermanos’.
1 Mac 10.18 ‘El rey Alejandro, a nuestro hermano Jonatán, paz’.
1 Mac 12.6 ‘Jonatán, sumo sacerdote, el senado de la nación, los sacerdotes y todo el pueblo de los judíos, a los ciudadanos de Esparta, sus hermanos: paz’.
1 Mac 14.20 ‘Los jefes y el pueblo de Esparta, a Simón, Sumo Sacerdote, a los ancianos, a los sacerdotes y a todo el pueblo de los judíos, sus hermanos’.
1 Mac 14.40 Pues sabía que los romanos consideraban a los judíos amigos, aliados y hermanos, y habían recibido con honores a los mensajeros de Simón.
2 Mac 1.1 ‘A los hermanos judíos que viven en Egipto, los saludan sus hermanos judíos que están en Jerusalén y en la región de Judea’.
2 Mac 5.23 Sí, este hombre tenía odio enorme a sus hermanos judíos.
2 Mac 15.14 Había dicho a Judas: ‘Este es el que ama a sus hermanos, el que ruega sin cesar por el pueblo judío’.
Is 9.18 Nadie se compadece de su hermano, cada uno se come la carne de su vecino.
Jer 34.9 Cada uno debía dejar libres a sus esclavos de raza hebrea, hombres o mujeres. Nadie debía mantener en esclavitud a uno de sus hermanos judíos.
Zac 7.9 ‘Tomen decisiones justas, actúen con sinceridad, sean compasivos con sus hermanos’.
Am 1.11 ‘Mi sentencia en contra de Edom por sus muchos crímenes será sin apelación. Porque ha perseguido con espada a su hermano Israel’.
Abd 10 A causa de tu violencia contra tu hermano Jacob quedarás cubierto de vergüenza y desaparecerás para siempre.
Jb 17.14 Al sepulcro le dije: ‘Tú eres mi padre’, y a los gusanos: ‘Mi madre y mis hermanos’.
Jb 30.29 Me he hecho hermano de chacales, compañero de avestruces.
Tob 5.14 Tobit exclamó: ‘Que te conserves sano y salvo hermano. Eres de nuestra parentela, de clase buena y honrada’.
Tob 6.10,13 Rafael dijo al joven: ‘Hermano Tobías… Tú tienes derecho de obtenerla; así que escúchame hermano’.
Tob 6.14,15 ‘Hermano Azarías, he oído decir que esta joven ya ha sido dada a siete maridos …’ … Respondió el ángel: ‘Hermano, no te preocupes …’
Tob 7.1 Tobías dijo: ‘Hermano Azarías, vamos … a casa de nuestro hermano Ragüel’… Lo saludaron y él respondió: ‘Bienvenidos sean, hermanos’.
Tob 7.3 Edna les respondió: ‘Hermanos, ¿de dónde son?’.
Tob 8.4 Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: ‘Levántate, hermana, y pidamos a nuestro Señor que tenga misericordia’.
Tob 8.7 ‘Ahora, Señor, tomo a mi hermana con recta intención y no buscando el placer’.
Cant 4.9 Me robaste el corazón, hermana mía, novia mía, me robaste el corazón con una sola mirada tuya.
Cant 4.10,12 ¡Qué amorosas son tus caricias, hermana mía, novia mía!. Un jardín cercado es mi hermana, mi novia, huerto cerrado.
Cant 5.1 He entrado en mi huerto, hermana mía, novia mía.
Cant 5.2 Oí la voz de mi amado que me llamaba: ‘Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, preciosa mía’.
Prv 18.9 El que flojea en su trabajo es hermano del que demuele.
Sal 15.3 El que no daña a su hermano ni al prójimo molesta con agravios.
Sal 133.1 ¡Qué bueno y qué tierno es ver a esos hermanos vivir juntos!
Mt 5.22 Pero yo les digo: Si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado …
Mt 5.23 Por eso, si tú estás para presentar tu ofrenda ante el altar, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar y vete antes a hacer las paces con tu hermano.
Mt 7.3 ¿Qué pasa? Ves la pelusa en el ojo de tu hermano, … ¿Y dices a tu hermano: Déjame sacarte esa pelusa. Hipócrita, saca primero el tronco que tienes en tu ojo y así veras mejor para sacar la pelusa del ojo de tu hermano.
Lc 17.3 Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente perdónalo.
Jn 20.17 Jesús le dijo: ‘Suéltame, pues aún no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre, que es Padre de ustedes’.
Hch 9.17 Salió Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo: ‘Hermano Saulo, el Señor Jesús, el que se te apareció …’
Hch 21.20 Dieron gloria a Dios por lo que escuchaban, pero luego le dijeron: ‘Bien sabes, hermano, cuántas decenas de millares de judíos …’
Rom 14.21 Mejor es abstenerse de carne, vino o de cualquier otra cosa, si eso puede ser causa de tropiezo para tu hermano.
Rom 16.14 Saluden a Asíncrito, a Flegón, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos.
1 Cor 7.12 ‘Si algún hermano tiene una esposa que no es creyente, pero acepta vivir con él, que no la despida’.
2 Cor 1.1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo saludan a la Iglesia de Dios.
Ef 6.21 Si quieren noticias de mí y de lo que hago, se las dará Tíquico, nuestro hermano querido y ministro fiel en el Señor.
Fil 2.25 Me pareció necesario devolverles a nuestro hermano Epafrodito, que trabajó y luchó a mi lado, y al que ustedes enviaron.
1 Tes 4.6 Que nadie ofenda a su hermano o hermana en esta materia o se aproveche de él.
Flm 1-2 Carta de Pablo, preso de Cristo Jesús, y Timoteo nuestro hermano, a Filemón nuestro querido compañero de trabajo, a nuestra hermana Apia.
Heb 8.11 Nadie tendrá ya que enseñar a su compatriota o a su hermano diciéndole: ‘Conoce al Señor’.
Stgo 1.9 El hermano de condición humilde debe alegrarse cuando su situación mejora.
1 P 5.12 He recurrido a Silvano, nuestro hermano, para escribirles estas breves líneas.
1 Jn 2.9 Si alguien piensa que está en la luz mientras odia a su hermano, está aún en las tinieblas.
3 Jn 3 Grande ha sido mi alegría al oír alabar tu verdad a los hermanos que llegaron, puesto que vives en la verdad
Yo creo, Señor; en Ti
que eres la Verdad Suprema.
Creo en todo lo que me has revelado.
Creo en todas las verdades
que cree y espera mi Santa Madre
la Iglesia Católica y Apostólica.
Fe en la que nací por tu gracia,
fe en la que quiero vivir y luchar
fe en la que quiero morir.
PRECES
Jesús resucitado abrió el entendimiento de sus apóstoles para que pudieran comprender las Escrituras. Le decimos:
R/MQue tu palabra ilumine nuestros pasos.
Señor fortalece nuestra fe,
– y ayúdanos a buscar alimento en tu Palabra para saber qué deseas de nosotros.MR/
Señor, enriquece a tu Iglesia con personas sabias y santas,
– para que nos ayuden a comprender mejor lo que nos has enseñado.MR/
Señor, muévenos a buscarte en la oración,
– para que nuestros pensamientos sean conformes a los tuyos.MR/
Señor, no permitas que tomemos decisiones precipitadamente,
– y concede la prudencia necesaria a los que han de procurar el bien de otros.MR/
Señor, enséñanos a descubrirte presente en los acontecimientos diarios,
– y a mantener la paz de corazón en los momentos de dificultad.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
ORACIÓN
Oh, Dios, que has reunido pueblos diversos en la confesión de tu nombre, concede a los que han renacido en la fuente bautismal una misma fe en su espíritu y un mismo amor en sus obras. Por nuestro Señor Jesucristo.