“Una doctrina nueva llena de autoridad”

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO  (Dt 18, 15-20; Sal 94; 1Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28)

CONSEJOS PARA EL CAMINO

Hoy se nos presentan tres ejemplos, que se convierten en referencia a la hora de avanzar por el camino del seguimiento de Jesús. La enseñanza que se desprende de los textos litúrgicos de este domingo nos invita a la escucha del mensaje, de la instrucción y a la obediencia. Desde antiguo el Señor suscitó profetas para que su pueblo anduviese por el camino recto. Así nos lo refiere el texto del Antiguo Testamento: “Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande” (Dt 18, 18). Ante las palabras de sabiduría que escuchamos en las Sagradas Escrituras, pero también ante las mociones interiores y ante los acontecimientos providenciales que nos sorprenden cada día, el salmista nos llama la atención, por si nuestro corazón permanece insensible y endurecido. “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto” (Sal 94). La travesía del Tiempo Ordinario se asemeja al tiempo que tardó el pueblo en alcanzar la Tierra de la Promesa, en el que no faltó el cansancio en la espera, la idolatría, la desesperanza, la crítica, la infidelidad, fiel reflejo de lo que nos sigue aconteciendo a los humanos, como si no aprendiéramos nunca la lección que nos da la historia.

San Pablo se atreve a dar un consejo para quienes desean avanzar ligeros por el camino. Se trata de la invitación a la virginidad y al celibato, valores que hoy quedan un tanto sumergidos en la cultura sensualista. “Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones” (1Cor 7, 35). Justamente el 2 de febrero se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo, a los cuarenta días de su nacimiento. Jornada para orar por la fidelidad de los que se han consagrado de manera especial al Señor, y también para pedirle que no falten en la Iglesia personas que sean signo profético de los valores que no acaban, especialmente del Amor de Dios.

Si desde antiguo Dios acompañó a su pueblo con los profetas, hoy nos acompaña de manera especial con su Hijo. El Emmanuel sigue entre nosotros de muchas maneras. Deberíamos tener la sagacidad de reconocerlo, tal como sucedió en los tiempos en los que Jesús se presentó en Cafarnaúm. -«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.» (Mc 1, 28).

Escuchemos la Palabra, sepamos leer los signos de los tiempos, estemos atentos a las sugerencias del Espíritu, obedezcamos a la llamada que recibimos en el corazón y la travesía de la vida estará colmada de sentido, de paz, y de fecundidad.

La fiesta de la Candelaria

Mañana, 2 de febrero, celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo por María y José. Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, celebramos esta fiesta, muy antigua y originaria de Jerusalén. Recordemos aquel hecho que narra el Evangelio de Lucas: cuando José y María fueron al templo para cumplir lo que mandaba la ley de Moisés para la purificación de las madres y la presentación de los hijos primogénitos a Dios, tuvo lugar el encuentro con el anciano Simeón, que proclamó que aquel niño era una luz para todos los pueblos, y con la profetisa Ana, que contaba a todos que aquel niño era el Salvador esperado por Israel. Esta es una fiesta del Señor, como lo expresa su título. Pero también es una fiesta de María. Bien podemos en ella recordar a la Virgen, que es quien nos da a Jesús para que sea nuestra luz. El elemento que caracteriza más esta fiesta es la bendición y la procesión con las candelas, con la que reafirmamos nuestra fe en lo que proclamó Simeón.

La candela es un símbolo; un símbolo bellísimo y muy expresivo. Ahora que, en muchos ámbitos culturales, se revaloriza el lenguaje simbólico como más polivalente y más emotivo y sugerente que el lenguaje meramente racional, deberíamos hacer un esfuerzo para dar todo su sentido a los símbolos cristianos. Gaudí nos dio un gran ejemplo en todo su templo de la Sagrada Familia, que impresiona por la genialidad de su técnica constructiva, pero también por la variedad y riqueza de sus símbolos. Leyendo el libro titulado Mente abierta, corazón creyente, que recoge las meditaciones de los ejercicios espirituales dirigidos por el papa Francisco cuando era arzobispo de Buenos Aires, me ha impresionado el valor que da al símbolo de la candela en la fiesta que celebramos cada año el 2 de febrero.

Explica que hay luz en el templo cuando entra Jesús, porque entra el que es la Luz: "Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

Y añade: "Es el día de la candela, de la luz tenue, que se convertirá en un gran cirio adornado la noche de Pascua -precisamente en la gran celebración de la Vigilia Pascual o de la Resurrección- y se hará sol resplandeciente al final la historia. Las personas que mañana llevan las candelas en las manos -dice el Papa- lumen requirunt lumine"; que quiere decir precisamente eso: que a través de una lucecita buscan al que es la Luz, es decir, a Jesucristo mismo, Dios y hombre verdadero.

De esta manera, la fiesta de la Candelaria es como un puente que une la Navidad, la Pascua y la manifestación de Jesucristo al final de los tiempos. Siempre, pero sobre todo este año, por voluntad del Papa dedicado especialmente a los religiosos y las religiosas -como Año de la Vida Consagrada-, debemos orar ese día y agradecer el servicio que hacen a la Iglesia y a nuestras sociedades los religiosos y las religiosas, tanto los de vida monástica como los de vida activa en los diversos campos del trabajo educativo, social y asistencial.

† Lluís Martínez Sistach Cardenal arzobispo de Barcelona

Domingo  Cuarto- Tiempo Ordinario    Dt 18,15-20; 1 Co 7,32-35; Mc 1,21-28

1. Un mal feo
No lo decimos por ganas de ridiculizar nuestros antepasados, especialmente los que lo pasaban mal en temas de salud, ni para ironizar sobre la religión, cuando de una enfermedad desconocida llamaban un mal feo, o un cólico miserere. Nada de todo esto. Y menos aún cuando se habla en las páginas del Evangelio que Jesús había enfrentado muchos veces, a menudo en el marco de la Sinagoga, con los endemoniados, que eran como la encarnación del mal, poseídos de una enfermedad desconocida y que evocaba más que ninguna otra, la presencia del Mal, físico, moral, religioso ...
Todo esto es demasiado serio. Y Jesús se lo tomaba en serio. Por eso, como dice el Evangelio, retomaba el mal, le increpaba muy fuerte, lo hacía callar, dejando escapar de sus ojos una mirada, entre rigurosa y triste.

2. El secreto de Jesús
Pero el evangelista Marcos resalta en este fragmento otro aspecto de la persona y personalidad de Jesús, como si fuera la clave de interpretación del talante de Jesús: su autoridad moral. Seguro que haciendo una ida a los años de nuestra niñez y adolescencia, recordaremos la figura de un maestro o educador / a que siempre nos captó por su capacidad pedagógica, una especie de aura y veneración que la acompañaba, la fiabilidad de sus palabras y decisiones. No era el "profe" temido ni al que le tomábamos el pelo y con el que nos lo pasábamos "bomba". Era la persona en la que intuíamos una autoridad moral, el peso de una vida testimonial. Después, ya más grandes, intuimos que en este marco habría que distinguir entre tener "la" autoridad o tener autoridad.

Así de claro lo dice Marcos. Jesús tenía una autoridad que le daba ser persona de una pieza: el que decía lo había pensado antes; lo que había pensado lo decía con toda la convicción; lo que pensaba y decía lo vivía, y TODO bien suavizado por una bondad y un calor que lo hacían bien cercano. No hablaba de memoria ni repitiendo maquinalmente los "rollos" interminables que colgaban de las filacterias, cargadas de pergaminos con textos del Pentateuco. Hablaba de la vida, del corazón humano, de la paz espiritual, de la necesidad de Dios, de lo más profundo que hay en nosotros. Era un faro cargado de luz que atraía la mirada hacia él. Una brújula, que no se desviaba más de la justicia, la verdad y la bondad de corazón. Pero antes había demostrado que era también un radar capaz de captar qué es la persona humana. Y con una energía que le venía de la presencia del Espíritu de Dios. Son demasiados argumentos para no dejar boquiabiertos a sus compañeros de sinagoga. Y decían: "¿Pero quién es este?"

Por ello, el grito que hizo después increpando el mal feo, no era más que la manifestación de esta autoridad. Y aún había otra razón. Estamos en este momento de la narración de Marcos en el inicio de la misión de Jesús. Y viene de la prueba del desierto, donde Jesús tuvo que "hacer todo un receso" para discernir el talante de su Reino, tan opuesto a los reinos de este mundo, los roles de una sociedad religiosa que nunca la había acabado de convencer, porque la veía vacía y falsa. Había que marcar territorio. Y cuando veía el peligro de ser manipulada la voluntad del Padre, la esencia del Reino, con alabanzas, entusiasmos halagadores y superficiales, entonces estallaba, como un volcán. No era eso lo que él quería. En una sociedad teocrática donde pululaban los mesianismos de bajo vuelo, politizados y violentos, cale decir "NO!" Aunque fuera gritando ... También esto forma parte de su autoridad moral.

3. Señor, envíanos hombres y mujeres de autoridad moral
Sí, porque nuestra sociedad (y, por tanto, también nuestra Iglesia) está enfermando en este tipo de confluencia que se llama "moral light", "cultura líquida", "sí, pero no," no pero sí ", "es lo que hay", "todo vale porque nada vale", "todo es relativo", "sin noticias de Dios" ... Y tantos eslóganes más ... Ya sabemos que no es justo ni verdadero generalizar. Por eso, cuando vemos que TODAVÍA hay personas fieles y sabias, capaces de diagnosticar 15 enfermedades espirituales, hipocresías y malos feos, entonces recordamos el Jesús de la Sinagoga ...

La Candelaria

La Candelaria es una fiesta que conmemora la presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén 40 días después de Navidad, el día 2 de febrero. Para celebrarlo en la misa se reparte candelas destinadas a orientar -nos por el camino de la vida. Cuando llega esta fecha, en casa deshacemos el pesebre que hicimos para la Purísima. Los abuelos dicen que la tradición así lo marca. Cuando vamos a misa y nos dan las candelas, a mí me parece un momento algo mágico; todo el mundo está en silencio, concentrado en la luz del fuego y parece como si Dios estuviera más cerca de todos nosotros. Jesús, tú eres la luz de nuestra vida. Siempre que me siento enfadado, cansado o triste y ruego, en mi corazón se enciende una lucecita que me ilumina y me calienta. Gracias por estar siempre cerca de mí, esperándome y con ganas de ayudarme y orientarme.

Domingo (4)-B)

“Se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto?” (Marcos 1,21-28). Pues claro, es la eterna pregunta, dicha de muchas maneras: ¿qué es esto de la religión, del cristianismo, de la fe? No sé, son preguntas que no me gustan porque no sabría responderlas; responderlas a la altura de lo que el interrogador querría sacar de su pregunta. A la luz de este domingo que nos viene mi respuesta se ciñe a una: la fe es una relación. Sencilla: por una parte Jesús; por la otra yo-nosotros. Qué condición añade además esta relación para ser única, no una más entre las muchas que tenemos, para ser “la” relación que sirve de base, fundamento, raíz, criterio, todo. Ese plus añadido es la novedad (eterna). Esa novedad pasa por el respeto a la esencia del punto que hace posible hoy un encuentro (relacional) entre Jesús y yo-nosotros: el dinamismo, la vitalidad, la independencia (que se busca), la separación (que nos empuja a buscar).

Este dinamismo se convierte en (eternos y legítimos porque verdaderos) interrogantes: Jesús, ¿quién eres?; y, yo-nosotros, ¿quién soy-somos?

Jesús se presenta hoy como el cumplimiento de la Profecía (Deuteronommio 18,15-20): “por ti, en medio a ti, entre tus hermanos” eran las condiciones de verdad de la vieja profecía, que se cumplen en Jesús. Es el profeta definitivo. En él se cumple la profecía: “Pondré en su boca mis palabras”; al menos dos:

- Palabra de enseñanza, es decir, el anuncio del Reino. Es una palabra que enseña lo que no se sabía. Por eso sorprende. Y sorprende porque tiene carácter, tiene autoridad, tiene el sabor de quien sabe y quiere lo que hace, cuando ni hay azar, ni duda, ni respetos humanos a quedar mal. No es la autoridad del que suple con fuerza de puños (o metralleta) lo que falta de creación de novedad a su palabra o acción. Es la autoridad de quien es autor, de quien crea, de quien suscita novedad. De quien siempre es novedad.

- Palabra de liberación: «¡Cállate! ¡Sal de él!». Libera de todo aquello que nos rasga, que nos rompe. El diablo siempre intenta dividir sutilmente nuestra voluntad –soberana por opción (y riesgo) de Dios–, y esta lucha entre dos posibilidades, entre dos caminos, es una lucha interior que tiene sus visibles consecuencias en nuestro aspecto físico. Sabemos leer las batallas interiores en el cuerpo de quien tenemos delante. También en el nuestro propio. Pero hay otra liberación. Nos libera también de todas las palabras que gritan dentro de nosotros, es decir, de todas esas palabras que a través de su alta voz pretenden mandar dentro de nosotros. Con sus gritos nos aturden y no nos dejan más opción que tirar para adelante, más por escapar de sus aullidos que por convencimiento.

Hasta aquí (por hoy) Jesús. Luego estoy yo-nosotros. ¿Cómo funciono, qué se me pide en esta relación? Lo primero es ser cada vez mejor “escuchador”, mejor oyente. “Si alguno no escuchase las palabras que él dirá en mi nombre, le pediré cuentas”, amenaza el Deuteronomio…, pero tiene razón, ¿no? Cuando alguien habla es con la intención de ser escuchado. Si dirigimos la palabra a alguien y no nos contesta, nos enfadamos, nos parece un antisocial, un tonto, un… Si Jesús habla es para ser escuchado. La condición de escucha es ésta: “No endurecer el corazón” (Salmo 94). Y, ¿cómo se hace? pues afrontando las preguntas que nos habitan, es decir: “¿Qué quieres de mí, Jesús Nazareno? ¿Has venido a arruinarme?" Sí, sí. Estas pueden ser las preguntas más sinceras que encontremos dentro de nosotros. Sí, esta impureza (en el análisis de quien tenemos delante con una pretensión tan alta como es el caso de Cristo), este espíritu de autodefensa, esta sospecha respecto a Dios nos habita, preparada para aparecer en el momento más inesperado, en el momento de desierto y aridez, de la falta de agua, cuando la vida (en sus muchas versiones) está amenazada. Es bueno que recordemos, contra lo que dice el dicho popular, que los demonios no tienen fe. No la tienen porque poseen certeza, visión de la realidad total: “Yo sé quién eres tú: ¡el santo de Dios!”.

Por lo tanto, de la escucha viene una consecuencia: tener un comportamiento digno y fiel al Señor, sin desviaciones (1Corintios 7,32-35). Una palabra (enseñanza) nueva exige un comportamiento nuevo (lo vemos muy claramente en los cambios del adolescente, cuando elige qué maestro, qué estilo, qué modo-moda seguir fielmente… hasta el siguiente cambio). Una palabra de autoridad (es decir, creativa, de autor, que manda incluso sobre quienes están arruinados por la impureza y la negación a escuchar, escuchar de Dios, ¿qué?: solo una cosa: tú eres mi hijo/a amado/a, mi predilecto/a) exige nuevos “actuadores”, nuevos actores, nuevos estilos, nuevos modos de vida centrados adecuadamente.

Este comportamiento digno y fiel, ¿cuál es? Difícil la respuesta. Dice Pablo: “quisiera que no tuvieseis preocupaciones”, es decir, que no edificásemos nuestra vida, nuestro orden vital, nuestras opciones, mirando constantemente (enfermizamente) al pasado, ni que tampoco nos dejemos atar por el presente (complacer a mi esposa-complacer a mi esposo). O sea que el diseño de este compartimiento leal y no desviado se confía a nosotros (y ojo a este nosotros, que no es solo fruto de la suma de independencias; es un nosotros orgánico, amante, lo que se conoce como Iglesia). ¿Por qué? Porque nuestra raíz es una palabra viva, dinámica: Jesús, profeta que tan solo mira y nos une al futuro (esa es la función del profeta, mirar al futuro), a la verdadera libertad de nuestra capacidad de amar, de entregarnos, de libremente amar y de amorosamente ser libres. Este es el camino, esta es la luz (palabra de enseñanza y de liberación) dada a un pueblo, a mí, que “camina en las tinieblas”, pero que ha visto una gran luz. Futuro. Siempre futuro.

Evangelio según San Marcos 1,21-28. 

Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. 

San Buenaventura (1221-1274), franciscano, doctor de la Iglesia 
Sermón “Christus unus omnium magíster”

“Una doctrina nueva llena de autoridad”

“Tenéis un solo maestro, Cristo” (Mt 23,10)... Cristo es, en efecto, “el reflejo de la gloria del Padre e impronta de su ser, que sostiene todo por su palabra poderosa” (cf  Hb 1,3) El es el origen de toda sabiduría. El Verbo de Dios en las alturas es la fuente de la sabiduría. Cristo es el manantial de todo saber auténtico. Es, en efecto, “el camino, la verdad y la vida”. (Jn 14,6)...En cuanto que es camino, Cristo es el maestro y principio del conocimiento según la fe...

Por esto, Pedro enseña en su segunda carta: “Tenemos también la palabra de los profetas, que es firmísimo, y hacéis bien en dejaros iluminar por ella, pues es como una lámpara que alumbra en la oscuridad.” (2Pe 1,19)... Ya que Cristo es el principio de toda revelación por su advenimiento en el espíritu, y la afirmación de toda autoridad por su advenimiento en la carne.

El viene, primero, en el espíritu como luz reveladora de toda visión profética. Según Daniel: “Revela lo que está escondido en las profundidades, conoce lo que está en las tinieblas y tiene consigo la luz.” (Dn 2,22) Se trata de la luz de la divina sabiduría que es Cristo. Según Juan, dice: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no caminará en las tinieblas sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn 8,12) y “Mientras tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz.” (Jn 12, 36)...Sin esta luz que es Cristo nadie puede penetrar en los misterios de la fe. Por esto, en el libro de la Sabiduría podemos leer: “O Dios, envía esta sabiduría de tu santo cielo y del trono de tu majestad para que esté siempre conmigo y trabaje conmigo. Así sabré lo que te es grato... En efecto ¿quién puede conocer el designio de Dios y quien puede conocer su voluntad?” (cf Sab 9,10-13) Nadie puede alcanzar la certeza de la fe revelada sino por la venida de Cristo en espíritu y en la carne.

Severo de Ravena, Santo. Obispo, 1 de febrero

Martirologio Romano: En Ravena, en la región de Flaminia, san Severo, obispo (c. 345)

SAN SEVERO DE RAVENA, del latín, "austero" (siglo IV). Obispo. Se carece de datos precisos anteriores a su edad adulta, cuando ejerció el oficio de tejedor de lana. Estaba casado.

Tenía Fama de honesto y era piadoso en la fe de Cristo. Por su ejemplo de vida y según la legislación de la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo (cuando los obispos eran varones laicos de notables cualidades), fue designado obispo de la diócesis de Ravena, Italia.

Por humildad, no quería aceptar el cargo; sin embargo, para obedecer la voluntad de Dios, lo hizo. Ejerció su misión con celo pastoral, se enfrentó con valor a las herejías de Arrio (280-336) -quien sostenía que Jesús era un alma excelsa, superior, pero carente de divinidad-, y participó en el concilio de Sárdica (Bulgaria), efectuado de 342 a 343.
Con fama de santidad murió en su sede episcopal hacia el año 389. Su veneración se pierde en la memoria de los tiempos.

La verdadera autoridad (1.2.15)

“Todos se quedaban asombrados viendo cómo Jesús enseñaba, no como los letrados, sino con autoridad”

La sinagoga era el lugar en que los judíos se reunían para leer la Biblia y hacer oración los sábados. Allí los letrados comentaban el sentido del texto. El problema era que esos letrados decían una cosa, pero ellos luego en la práctica hacían otra. La ambición de poder los alienaba, los hacía hipócritas; tenían dentro el demonio, esa fuerza del mal que divide y destruye a las personas. Por eso no eran creíbles para la gente pues lo que decían estaba en contradicción con su conducta autoritaria. En vez de ayudar al crecimiento de las personas sencillas, esa conducta ansiosa de dominar a los demás, aplastaba sometía irreverentemente a los sencillos.

Jesús entra en la sinagoga un sábado y denuncia esa conducta hipócrita. Cómo no es uno sino muchos los letrados que actúan así, los endemoniados protestan: “quieres acabar con nosotros” En efecto Jesús no es como los letrados que dicen una cosa y hacen otra. Curando enfermos, defendiendo a los pobres y denunciando a los arrogantes, no busca el poder sobre los demás, sino el crecimiento de vida y libertad para todos. Por eso enseña con autoridad descartando el autoritarismo que paraliza y empequeñece a las personas.

Todos llevamos dentro un letrado hipócrita. Con frecuencia pretendemos ejercer autoridad sobre los otros silenciando su voz e imponiendo nuestras opiniones. Damos la impresión de que buscamos la verdad cuando en realidad sólo intentamos disimular nuestros miedos a perder el prestigio y las seguridades. Hoy el evangelio nos invita a ser sinceros con nosotros mismos, a revisar nuestra conducta cristiana. Debemos expulsar muchos demonios –ansia de poder, apariencias sociales, aburguesamiento..- que tiran nuestra dignidad por los suelos e impiden un testimonio creíble, la verdadera autoridad que atrae y hace crecer a las personas.

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