“Jesús les prohibió severamente de contar nada de lo que habían visto hasta que hubiera resucitado de entre los muertos.”
- 01 Marzo 2015
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Cómo rezar bien el Avemaría
La fórmula del avemaría es un excelente vehículo, para tener un encuentro filial con nuestra Madre del cielo
Cuando queremos hablar con la Virgen María podemos decirle lo que queramos de manera sencilla y natural, lo que brote del corazón, y cuanta más devoción pongamos, mejor. La fórmula del avemaría es un excelente vehículo, probado millones de veces durante siglos, para tener un encuentro filial con nuestra Madre del cielo. El avemaría nos ofrece palabras y actitudes adecuadas para venerarla, invocarla, decirle algo que sabemos que a ella le agrada y que a nosotros nos hace bien.
Propongo algunos pasos para rezar bien el avemaría o para renovar el modo en que lo hacemos. Rezando esta oración con la debida calma y con viva conciencia, poco a poco el Espíritu Santo irá afinando la sensibilidad de nuestra relación filial con Ella, de tal modo que apenas pronunciemos las primeras palabras del avemaría, brotarán del corazón profundas resonancias que favorecerán el contacto de fe y amor con la Santísima Virgen.
La recordamos
Lo primero es acordarse de élla. Simplemente con la memoria o con la ayuda de una imagen nos colocamos espiritualmente en su presencia. Se trata de ponerse delante de la Virgen María que está en el cielo, no de una estampa o de una estatua de mármol o de yeso, sino de su persona; las imágenes sólo nos hacen presente a la persona, como las fotografías de los grandes momentos o de nuestros seres queridos.
Acto de fe, amor y confianza filial
Teniéndola ya presente, establecemos un contacto de fe y amor con María; si no, la oración mariana por excelencia no será oración. Nos acercamos a ella con la confianza y el cariño con los que todo buen hijo se acerca a su madre, con el deseo de darle afecto, mostrarle gratitud y también de obtener de ella lo que necesitamos, seguros de que nos mirará con amor y nos escuchará con atención.
La veneramos
Le decimos que estamos aquí para expresarle afecto, respeto, admiración. Adoramos sólo a Dios, a María la veneramos como Madre de Dios, esposa del Espíritu Santo, Madre de Cristo, Su cooperadora en la Redención y también madre nuestra. Ella nos lleva siempre a Jesús, que es "el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de Él: María muestra el Camino, es su Signo" (Catecismo 2674)
La Constitución Dogmática Lumen Gentium, nos enseña que: "ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador."
Te propongo que antes de seguir leyendo, te prepares de esta manera y reces luego un avemaría. Verás cuánto ayuda. Y esto vale igual para las personas más avanzadas en la vida de oración.
La alabamos
En la primera parte del avemaría la exaltamos, la elogiamos, celebramos a la humilde esclava del Señor por las maravillas que ha hecho Dios en ella y por medio de ella, en todos los seres humanos. Usamos las palabras del arcángel Gabriel, las de santa Isabel, y nos unimos a su asombro, a su admiración llena de afecto, al contemplar un alma tan bella y dócil al Espíritu Santo, tan humilde esclava del Señor.
Dios te salve, María.
Llena eres de gracia.
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres.
Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Le suplicamos
En la segunda parte del avemaría la invocamos. María dio su sí a Dios en la Anunciación, lo sostuvo durante la infancia y la juventud de Jesús en su vida oculta en Nazaret, y al acompañarlo discretamente en la vida pública, y lo renovó en silencio manteniéndose en pie hasta el final junto a su Hijo crucificado. Desde entonces, Ella se ha ocupado de proteger e interceder como la mejor de las madres por los hermanos de su Hijo. La Lumen Gentium lo explica así: "Una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora."
Santa María, Madre de Dios. Ruega por nosotros pecadores. Ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
II DOMINGO DE CUARESMA (Gén 22, 1-2. 9a. 15-18; Sal 115; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 1-9)
LOS PATRIARCAS DE LA FE. La vida diaria se puede iluminar con la luz de la Palabra, y es posible que cada vez descubramos aspectos muy diferentes de los que hemos captado en otros momentos. La lectura que otras veces me había sugerido la llamada que sintió Abraham -“En aquel tiempo Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: -¡Abrahán! El respondió: -Aquí me tienes. Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moría y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré” (Gén 22, 1-2)-, que yo interpretaba como invitación al despojo de lo más amado, esta vez me inspira una moción distinta. Textos cuya interpretación parece agotada o su sentido demasiado acostumbrado, se convierten en manantial de vida, en referente constante. Con ello se demuestra que la Palabra es viva y eficaz.
Este segundo domingo de Cuaresma se ofrece el relato de la Transfiguración del Señor, con claro sentido pascual. Señala la dirección del camino del seguimiento, cruz y luz. “En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús” (Mc 9,4). Se puede observar que en las lecturas se cita explícitamente a Abraham, Isaac, Moisés y Elías, patriarcas y testigos de la historia de Dios con su pueblo. Esta observación me lleva a valorar a quienes se han convertido en los testigos de la fe, ancianos fieles que, a pesar de los cambios culturales, son ejemplo de fidelidad, como reza el salmo: “Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo” (Sal 115). Si entre nosotros tenemos ejemplos venerables de hombres y mujeres que nos acreditan con su fidelidad la razón de la fe, san Pablo apela a la fidelidad de Dios. “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? (Rom 8,32).
SANTA TERESA DE JESÚS
Por estas concurrencias, deseo reconocer a quienes nos preceden y son referentes que acreditan como verdaderos patriarcas y matriarcas la verdad de Dios y su amor a Jesucristo, muerto y resucitado, como lo hace Santa Teresa con los suyos. “Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos. Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad” (Vida 1, 1.2). Siempre objetiva la experiencia contrastar con lo que han vivido los santos. “De aquí debían venir las grandes penitencias que hicieron muchos santos, en especial la gloriosa Magdalena, y aquella hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios y tuvo Santo Domingo y San Francisco de allegar almas para que fuese alabado” (Moradas VII, 4, 11). “… otros santos que se van a los desiertos por poder pregonar lo que San Francisco estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara. ¡Oh, qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas!” (Moradas VI, 6, 11).
Segundo domingo - Cuaresma Gn 22,1-2.9a.10-13.15-18; Rm 8,31-34; Mc 9,2-10
Primera aproximación
Oí decir a un especialista de iconos, que en Grecia en un tiempo y en un lugar determinado, para ser pintor de iconos te había de dar permiso de un tribunal, y éste pedía como primera pintura la "transfiguración de Jesús". El pintor tenía que juntar dos cualidades: ser un buen pintor y empaparse del misterio tal como lo presentan los evangelistas sinópticos. Tenía que meditar, contemplar y orar ante la imagen del Señor transfigurado. Es decir, tenía que poner alma y sentido a su obra. Cuando después de un tiempo largo se presentaba al tribunal con su obra, el criterio de aprobación que tenía era este: si en el rostro humano de Jesús se transparentaba su divinidad, le daban permiso para ser pintor de iconos . San Ignacio, los Ejercicios, en el tiempo que decimos de segunda semana, en la que se pide "conocimiento interno del Señor, para más amarlo y seguirlo", pretende lo mismo, que empezando a contemplar la figura humana de Jesús , llegamos a contemplar su divinidad, porque el rostro de Jesús es como el sacramento de Dios.
Segunda aproximación
En la Eucaristía, como sacramento pasa algo parecido, tanto en las palabras del sacerdote como en el trasfondo del misterio. El presbítero, cuando prepara la presentación de las ofrendas, hecha un poco de agua en el vino, y esta agua participa de la condición del vino. Entonces dice el celebrante que así como Cristo participó de nuestra condición humana, y pide -como el agua se diluye en el vida que nosotros participamos de su condición divina.
Y presenta las ofrendas. Las ofrendas, pan y vino, representan la naturaleza humanizada. En la tierra cultivamos el trigo y las viñas, que es lo que aporta la naturaleza, pero nosotros la elaboramos para que sirvan para la vida de las personas, como alimento y bebida. Hemos humanizado la naturaleza. Lo que nosotros humanizamos, el Señor lo puede divinizar y hacer suyo. Lo que nosotros no humanizamos, Dios no lo puede divinizar. Esto aplicado a la vida de las personas es muy importante, porque nos dice que las acciones que no humanizan la vida, o peor, las que la información humanizan no se pueden divinizar. Por ejemplo, la injusticia, la falta de respeto, la soberbia, la intolerancia, el abuso, el odio, el egoísmo, etc .; esto no entra en el ámbito de Dios. En cambio, la justicia, la paz, la solidaridad, el trabajar por el bien común, la generosidad, la atención a los pobres, etc., estas realidades humanas si que son valores de Jesús y de Dios. Entonces, para participar de la Eucaristía debemos presentar en las ofrendas nuestros sencillos actos de humanización de la vida. Lo que decía François Varillon, "hacer acciones humanamente humanizadoras".
La transformación eucarística del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo es una aproximación sacramental al misterio de la transfiguración.
Tercera aproximación.
En el centro del Evangelio de Marcos, cuando comienza el camino hacia Jerusalén, se presenta el pasaje de la Transfiguración. Camino de formación de sus discípulos, camino de anuncio de la pasión y resurrección, camino que llevará al Calvario y a la Pascua. Como Moisés y Elias van a ser llevados por Dios en la montaña santa y fueron testigos de su presencia y de su gloria (Ex 33, 10, 18 y 1 Re 19, 9), así los tres discípulos son llevados por Jesús, en la montaña santa y les manifiesta su gloria. Con ellos el pasado y la historia del pueblo habla con Jesús, y es como si dejaran en sus manos -en actitud de acatamiento y homenaje- la Ley y la Profecía. En adelante "la gracia y la verdad" de Jesús suple la Ley, y la palabra de Jesús suple la Profecía. La voz del Padre nos dice que escuchamos al Hijo amado.
La experiencia de la gloria de Jesús por parte de los discípulos contrasta con el Señor pobre y humilde de antes de la Muerte y Resurrección, que baja con ellos de la montaña en la vida cotidiana para seguir juntos el camino. Nuestra vida es también caminar con Jesús en el tiempo que nos ha tocado vivir, y parar de vez en cuando para reencontrar el sentido de nuestro caminar y nuestra vida. También nosotros tenemos que transformar y debemos revestir de Cristo, de su palabra (enseñanza) y su vida (el actuar).
Evangelio según San Marcos 9,2-10.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos".
San León Magno (¿-c.461), papa y doctor de la Iglesia
Homilía 51/38, sobre la Transfiguración
“Jesús les prohibió severamente de contar nada de lo que habían visto hasta que hubiera resucitado de entre los muertos.” (cf Mt 17,9)
Jesús quería infundir en sus apóstoles una gran fortaleza de ánimo y de una constancia que les permitirían coger su cruz sin temor, a pesar de su aspereza. También quería que no se avergonzaran de sus suplicios, que no consideraran como una vergüenza la paciencia con la que aceptaría su pasión tan cruel, sin perder nada de la gloria de su poder. Jesús “tomó a Pedro, Santiago y Juan y los llevó a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos.” (cf Mt 17,2ss) Aunque habían comprendido que la majestad divina estaba en él, ignoraban todavía el poder que quedaba velada por el cuerpo... El Señor manifiesta su gloria delante de testigos que había escogido, y sobre su cuerpo, parecido al nuestro, se extiende un resplandor tal “que su rostro parecía brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz.” (cf Mt 17,4ss) Sin duda, esta transfiguración tenía por meta quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz, no hacer tambalear su fe por la humildad de la pasión voluntariamente aceptada... Pero esta revelación también infundía en su Iglesia la esperanza que tendría que sostener a lo largo del tiempo. Todos lo miembros de la Iglesia, su Cuerpo, comprenderían así la transformación que un día se realizaría en ellos, ya que los miembros van a participar de la gloria de su Cabeza. El mismo Señor había dicho, hablando de la majestad de su venida: “Entonces, los justos brillarán como el sol en el reino de mi Padre.” (Mt 13,43) Y el apóstol Pablo afirma: “Los sufrimientos del mundo presente no pesan lo que la gloria que se revelará en nosotros.” (cf Rm 8,18)... También exclamó: “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en dios; cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.” (Col 3,3-4)
La subida a la montaña: itinerario cuaresmal. Marcos 9, 2-10. 2o. Domingo de Cuaresma. El monte, lugar de oración, es donde Dios te quiere dar muchas gracias.
Oración introductoria
Jesús, ¡qué a gusto me siento contigo en la oración! Tontería de mi parte es no acrecentar estos momentos en que puedo experimentar tu presencia. Te suplico que me lleves contigo al monte de la oración, ayúdame a guardar silencio para escuchar tu voz y salir de este encuentro dispuesto a transformar mi vida.
Petición
Dios Padre, ayúdame a no dejarme encandilar por lo exterior y pasajero de esta vida.
Meditación del Papa Benedicto XVI
La Transfiguración no es un cambio de Jesús, sino que es la revelación de su divinidad, la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en pura luz. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz. Pedro, Santiago y Juan, contemplando la divinidad del Señor, son preparados para afrontar el escándalo de la cruz, como se canta en un antiguo himno: "En el monte te transfiguraste y tus discípulos, en cuanto eran capaces, contemplaron tu gloria, para que, viéndote crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tu eres verdaderamente el esplendor del Padre".
Queridos amigos, participemos también nosotros de esta visión y de este don sobrenatural, dando espacio a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios. Además, especialmente en este tiempo de Cuaresma, os exhorto, como escribe el Siervo de Dios Pablo VI, "a responder al precepto divino de la penitencia con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida cotidiana". Invoquemos a la Virgen María, para que nos ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria. (Benedicto XVI, 20 de marzo de 2011).
Reflexión
¿Has tenido alguna vez en tus manos un diamante o una perla preciosa? Brilla por todas las partes por donde la mires. Pues así es el Evangelio de hoy.
Podríamos mirarlo desde muchísimos ángulos y descubriríamos una belleza y un brillo muy singular en cualquier dirección. Pero hoy tenemos que contentarnos con una sola mirada.
La semana pasada meditábamos en la realidad del desierto como imagen y camino de la vida cristiana. Hoy, el Evangelio nos ofrece un escenario distinto, pero que es como otro símbolo paradigmático de nuestro itinerario cuaresmal: la montaña.
En el lenguaje bíblico y espiritual, la montaña, al igual que el desierto, es un lugar privilegiado para la oración y para el encuentro personal con Dios. El Sinaí, el Horeb, el Tabor son nombres de las montañas más sagradas que nos recuerda la Biblia. En ellas tuvieron lugar acontecimientos decisivos del diálogo de Dios con los hombres. Eventos de alianza, de salvación, de revelación divina y de redención.
En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel ofrecía sacrificios a Yahvéh en la cima de las montañas: Abraham, en la tierra de Moriáh, sube a un monte para ofrecer a Dios en sacrificio a su hijo Isaac; el Horeb es el lugar elegido por Dios para manifestarse a Moisés y luego también a Elías; en el monte Garizín los israelitas solían adorar y elevar oraciones al Señor. Los mismos paganos preferían los picachos y las cumbres de los montes para ofrecer allí el incienso a sus dioses. Y en nuestras culturas americanas nos basta sólo recordar ciudades sagradas como Machu-Pichu o Tajín, o las elevadas cumbres de las pirámides para comprobar su predilección por los lugares altos para sus sacrificios. Lo mismo sucede en la espiritualidad cristiana oriental y occidental de todos los tiempos: sobre las montañas se yerguen grandes monasterios, abadías, templos, ermitas y santuarios: Subiaco, Montecassino, el monte Athos, el monte Carmelo, el cerro del Cubilete, el Cristo del Corcovado y una infinidad más de lugares santos.
Jesucristo nuestro Señor también solía ir al monte a orar, en donde pasaba noches enteras a solas con su Padre. Quiso escoger un monte para anunciar la carta magna de su Evangelio: las bienaventuranzas; en el monte de los Olivos sufrió aquellas horas terribles de su agonía, y en la cima de un pequeño montículo derramó la última gota de su sangre para redimirnos: el Calvario. Y, una vez resucitado, escogió también un monte, en Galilea, para despedirse de sus discípulos antes de ascender al cielo.
La montaña, al igual que el desierto, es un lugar de silencio, de soledad, de apartamiento del mundo y de las cosas de la tierra. Exige un esfuerzo fatigoso de "subida" hacia Dios. Allí arriba se está más cerca del cielo. Quizá por eso nuestro Señor quiso escoger también una montaña para realizar los eventos maravillosos de su transfiguración: el Tabor. Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan a la cima de la montaña. Y allí -nos dice el Evangelio- "se transfiguró delante de ellos". ¡Quién pudiera haber estado en ese momento con Cristo! ¿Qué fue lo que vieron, lo que experimentaron, lo que oyeron esos tres discípulos predilectos en esos momentos dichosos? ¡Fueron testigos presenciales de la gloria de Dios! Sí. Vieron a Cristo en todo el resplandor y en la belleza de su divinidad. Por unos instantes Jesús dejó brillar toda la pureza y hermosura de su condición de Hijo de Dios. Como hombre, siempre mantuvo oculta su divinidad. Ahora es como si dejara “explotar” toda su gloria de Dios por unos segundos. No hay palabras para expresarlo. Era mucho más que un éxtasis o cualquier otra revelación. Era un arrebato momentáneo al cielo. Era... ¡el paraíso en la tierra! Por eso Pedro no se contiene y, extasiado: "Maestro –exclama– ¡qué bien se está aquí!". Y quiere de pronto hacer tres tiendas, para quedarse para siempre en ese lugar bienaventurado.
"Y enseguida se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús". Los representantes máximos de la Ley y los Profetas se presentan al lado de Cristo, en quien toda la revelación divina llega a su culmen y a su perfección. Ellos, los más grandes del pueblo elegido, vienen a rendir veneración a Cristo y a dar testimonio de Él como Mesías e Hijo de Dios. Pero, ¿sabemos de qué hablaban? Sí. De la muerte de Cristo, que tendría lugar en Jerusalén. En medio de su gloria, habla Cristo de su muerte en la cruz. Ésa sería su "glorificación". ¡Paradojas divinas! Y en medio de la visión se deja oír la voz del Padre: "Éste es mi Hijo amado; escúchenlo". Imposible comentar en espacio tan escaso algo tan sublime. Pero al menos quedémonos con este mensaje: en esta Cuaresma Jesús nos invita a subir con Él a la montaña para encontrarnos a solas con Él y para descubrirnos los secretos inefables del misterio y de la gloria de su divinidad. Pero se necesita hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios. Y necesitamos también "subir" y dejar abajo las cosas de la tierra: el egoísmo, la vanidad, la sensualidad, nuestros propios vicios y pasiones; en una palabra, todo aquello que nos estorba para ir hacia Dios. Todo esto es parte imprescindible del camino cuaresmal. Sólo dejando el peso insoportable del pecado podemos subir. Y, una vez arriba, en la montaña, contemplaremos el rostro bendito de Cristo y escucharemos la voz del Padre, que nos invita a seguir a su Hijo. ¿Por cuál camino? Por el de la cruz. No hay gloria si no viene precedida antes por la pasión y la muerte. Sólo así, muriendo al hombre viejo y pecador que hay en nosotros, tendremos vida eterna. Por la cruz llegaremos a la resurrección.
Propósito
Hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios.
Diálogo con Cristo
Gracias, Jesús, por darme la oportunidad de poder subir contigo al monte de la oración. Totalmente inmerecido pero grandemente deseado es este momento en que puedo llegar a contemplar tu divinidad y tu paternidad. No más palabras, reflexiones, peticiones u ofrecimientos… sólo contemplarte, sentir, experimentar tu cercanía, tu amor... ¡Qué maravilla y qué felicidad!
Transfiguración, lo que Cristo es
Segundo domingo Cuaresma. ¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo?
La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.
Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad. Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice
Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.
Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?
Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.
La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.
Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.
Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.
Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.
01 de marzo 2015 Domingo II de Cuaresma Gn 22, 1-2.9a.10-13.15-18
Parece, a primera vista, que Dios pide a Abraham hacer una locura con su hijo único: matarlo para ofrecerlo como sacrificio, pero el texto nos enseña que Dios mismo a través del ángel impide hacer una barbaridad semejante . Los estudiosos dicen que desde entonces se entendió que no era necesario sacrificios humanos. Pero el texto subraya que Dios elogia y bendice Abraham: «Por haber hecho esto de no rechazar me tu hijo único, juro por mí mismo que te llenaré de bendiciones ...». Abraham es tenido por padre de los creyentes por su capacidad de saber escuchar a Dios. A ti, ¿qué te parece que te pide Dios? El escuchas en el fondo de tu corazón? Señor, enséñame a escuchar-Te.
No confundir a nadie con Jesús
Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión. Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.
La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.
Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.
Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Este es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección.
Solo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Solo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.
Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.
José Antonio Pagola. 2 Cuaresma – B. (Marcos 9,2-10). 01 de marzo 2015
Sugerencias para la homilía del Domingo 2o. de Cuaresma (ciclo b)
Primera: Gén 22, 1-2.9.10-13; Salmo 116; Segunda: Rom 8, 31-34; Evangelio: Mc 9, 2-10
Sagrada Escritura: Gén 22, 1-2.9.10-13; Salmo 116; Rom 8, 31-34; Mc 9, 2-10
Nexo entre las lecturas
El amor, sea de Dios al hombre, sea del hombre a Dios, compendia la liturgia de hoy. El amor de Dios a los discípulos que, después del primer anuncio de la pasión, les revela el esplendor de su divinidad (Evangelio). Amor misterioso, paradójico, de Dios a Abraham, al infundirle una absoluta confianza en su providencia, frente al mandato de sacrificar a su hijo Isaac (primera lectura). Amor de Dios que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros (segunda lectura). Amor, por otra parte, de Abraham a Dios, al estar dispuesto a sacrificar a su hijo único en obediencia amorosa (primera lectura). Amor de los discípulos en la disponibilidad para obedecer al Padre que les dice: Éste es mi Hijo muy amado. Escuchadlo (Evangelio). Amor de Jesús que nos salvó mediante su muerte e intercede por nosotros desde su trono a la derecha de Dios (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Las paradojas del amor. Dios es un misterio infinito. Su modo de actuar y de amar está también lleno de misterio. Los misterios para nuestra mente y para nuestra lógica humana resultan ininteligibles. Sólo el corazón puede entreabrir la puerta del misterio y vislumbrar una mínima parte de su sobrecogedora grandeza. En efecto, a la lógica humana resulta paradójico que Dios haya dado un hijo a Abraham, única esperanza de la promesa que Dios le ha hecho, para que luego le pida sacrificarlo sobre el monte Moria. Como nos parece igualmente paradójico que Dios ame a su Hijo Jesucristo con un amor de Padre y luego le pida sufrir la máxima ignominia de los hombres muriendo en una cruz como un esclavo. Y no es menos paradójico el que el hombre haya recibido la salvación de Jesucristo y luego se encuentre en el afán de cada día con tremendas fuerzas hostiles que le hacen dudar de dicha salvación. No deja, sin embargo, de ser verdad que Dios supera las paradojas y une los extremos aparentemente contradictorios con lazos inseparables de amor. No es que Dios ame menos en un caso que en otro. Más bien habrá que decir que su amor es diferente. El hombre, por su parte, no tratará de racionalizar los caminos de la actuación divina, pues fracasará siempre con toda seguridad, sino más bien de dilatar el corazón y buscar "entender" con el amor, pues ´el corazón tiene sus razones que la razón no comprende´ (Pascal), tanto si se trata del hombre como si se trata de Dios.
2. Tres formas de amar. En las relaciones humanas el amor adopta infinitas formas. En las relaciones entre el hombre y Dios sucede lo mismo. La liturgia de hoy nos presenta tres de estas formas de expresar el amor.
A) Ver. Sobre el monte Moria "Dios pro-vee" y de esta manera manifiesta su amor a Abraham. Por su parte, Abraham "vio" un carnero enredado en un matorral y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Así mostró su amor agradecido al Señor. En el texto evangélico, Pedro, Santiago y Juan vieron a Jesús transfigurado con el esplendor de la divinidad y por los ojos les prendió el deseo de morar allí contemplando y gozando amorosamente de esa experiencia inefable. Los ojos son las ventanas del amor: por ellos entra el amor como el rayo de luz por el cristal, y por los ojos pasa transparente y luminoso el rayo del amor desde el corazón hacia el exterior para incidir en la persona amada. Esto que acaece con el amor humano, sucede por igual en las relaciones de amor entre el hombre y Dios.
B) Escuchar. Es dulce al oído escuchar la voz de la persona amada. Por eso, Abraham que ama a Dios, escucha su voz que le llama y enseguida responde: "Aquí estoy", en un gesto de disponibilidad desde el amor. Por eso, el Padre invita a los discípulos a escuchar a Jesús para que a través de sus palabras lleguen a sus oídos las revelaciones del amor hasta la locura de la cruz. Escuchar la voz del amado entraña una actitud de obediencia. De ahí que la auténtica obediencia cristiana coincida con la escucha de la voz divina, que pone en movimiento el deseo de hacer lo que quiera el amado.
C) Experimentar. Sólo cuando el amor baja al terreno de la experiencia vital es amor poderoso y eficaz. Un amor que no pase por la experiencia corre el peligro de degenerar en egoísmo, en abstracción, o en puro sentimentalismo. Abraham experimentó el amor fiel de Dios, por eso su amor permaneció enhiesto y firme en el momento de la prueba. Jesús experimentó el amor del Padre y el amor a los hombres, por eso pudo abrazar la cruz con decisión y libertad. Y a Pablo, que ha experimentado de modo fuerte el amor de Cristo, ¿quién le podrá separar de ese amor?
Sugerencias pastorales
1. Amor-dolor: una difícil relación. Amar a una persona cuanto todo va bien, cuando el amor parece vivir en una eterna primavera, cuando los frutos del amor son dulces, cuando la reciprocidad en el amor hace bella la vida y se mira el futuro con gozo y esperanza, es fácil y hasta agradable. Pero en las historias de amor, no todo ni siempre es así. En las reales historias de amor el dolor, el sufrimiento, la prueba, la incomprensión llaman de vez en cuando a la puerta de los amantes. Y se asoma al alma la tentación de dudar del amor, de ver en el dolor un destructor del amor, de sentir que el amor se va enfriando e incluso puede llegar a congelarse. ¿Por qué suceden estas cosas, si el dolor en los designios de Dios no es sino un rostro diferente del amor? ¿No hemos experimentado acaso que el dolor y la prueba son profundizadores del amor, fuerzas ingentes que purifican y potencian la capacidad de amar del corazón humano? El amor y el dolor son como los dos polos (positivo y negativo) necesarios para que se produzca energía psíquica y espiritual en el ser humano. ¿No nos dice la misma sabiduría de los hombres que una persona que no ha sufrido, ni ha sido probada, difícilmente llegará a ser persona madura? Me he puesto también a pensar ¿por qué el hombre de hoy mira con mal ojo al dolor y lo odia con tanta pasión? ¿No será porque se está enfriando entre los hombres el verdadero amor: a Dios, a los hombres, a la vida?
2. Miedo a escuchar. El hombre contemporáneo es quien sin duda ha escuchado y escucha más palabras en toda la historia desde sus orígenes. Muchas de esas palabras le halagan y las escucha con gusto. Otras le aburren, y entonces simplemente cierra el canal de comunicación o busca otra conversación más agradable. Hay palabras también que le causan miedo, a veces mucho miedo. Palabras de los papás que no transigen con sus caprichos, palabras de los educadores que requieren atención y reflexión, palabras de las leyes que ordenan la convivencia humana, palabras de la Iglesia que enseñan el sentido de la vida, transmiten los valores humanos y cristianos, ponen delante de nuestros ojos el destino de la existencia. Esas palabras no pocas veces despiertan el miedo que yacía agazapado en nuestra psiche. En verdad, no es miedo a las palabras, sino miedo a nosotros mismos, miedo a elevarnos al nivel de existencia que nos corresponde como seres humanos y como discípulos de Jesucristo. Esta cuaresma puede ser un "momento de Dios" para arrancarnos el miedo, todo miedo y cualquier miedo.
Texto completo del ángelus del domingo 1 de marzo
El papa Francisco destacó la dramática situación de Irak y Siria y también de Venezuela
El papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus en la ventana de su estudio que da hacia la Plaza de San Pedro, donde se encontraban miles de personas, fieles y peregrinos.
A continuación el texto completo
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El domingo pasado la liturgia nos ha presentado a Jesús tentado en el desierto por Satanás, y victorioso sobre la tentación. A la luz del este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria sobre el mal ofrecida a todos los que toman el camino de conversión y como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre.
En este segundo domingo de cuaresma, la iglesia nos indica la finalidad de este itinerario de conversión, o sea la participación a la gloria de Cristo, en quien resplandece su rostro de Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.
La página evangélica nos cuenta el evento de la Transfiguración, que se coloca en el ápice del ministerio público de Jesús. Él está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del 'Siervo de Dios' y se consumará su sacrificio redentor. Las multitudes que no entienden esto, y delante a la perspectiva de un Mesías que contradice sus expectativas terrenas, lo han abandonado.
Ellos pensaban que el Mesías habría sido un liberador del dominio de los romanos, un liberador de la patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y lo dejan.
También los apóstoles no entienden las palabras con las cuales Jesús anuncia la finalidad de su misión en la pasión gloriosa. No entienden. Jesús entonces toma la decisión de mostrarle a Pedro, Jacobo y Juan, una anticipación de su gloria. La que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlo en la fe y animarlos a seguirlos en la vía de la prueba, en la vía de la cruz. Así en otro monte, inmerso en la oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz fulgurante. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube blanca los envuelve y resuena desde lo alto -como en el bautismo en el Jordán- la voz del Padre: 'Este es mi Hijo el amado: escuchadlo'.(Mc 9,7).
Y Jesús es el Hijo que se hizo Servidor, enviado en el mundo para realizar a través de la cruz el proyecto de la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su plena adhesión a la voluntad del Padre, vuelve su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es el Amor.
Jesús se revela así, como la imagen perfecta del Padre, la irradiación de su gloria.
Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elía, que representan la Ley de los profetas. Significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria.
La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: 'Escuchadlo'. Escuchen a Jesús. Es él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a 'perder la propia vida', donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna. (cfr Mc 8,35)
El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrán en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús non nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino.
Con Pedro, Jacobo y Juan, subimos también nosotros hoy, en el monte de la Transfiguración y nos detenemos en contemplación del rostro de Jesús, para recoger el mensaje y aplicarlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el amor. En realidad el amor es capaz de transfigurar todo, el amor transfigura todo. ¿Creemos en esto?, ¿creemos en esto? ...Pero me parece que no tanto, de lo que escucho. ¿Creen que el amor transfigura todo? (los fieles responden: sí) ha sí, escucho. Nos sostenga en este camino la Virgen María, que ahora invocamos con la oración del ángelus».
(Angelus domini...)
«Queridos hermanos y hermanas, lamentablemente no dejan de llegar noticias dramáticas desde Siria e Irak, relativas a violencias, secuestros de personas y abusos contra los cristianos y otros grupos. Queremos asegurar a los que son afectados por esta situación que no los olvidamos, sino que estamos cercanos a ellos y rezamos insistentemente para que lo antes posible se ponga fin a la intolerable brutalidad de la cual son víctimas.
Junto a los miembros de la Curia Romana he ofrecido con esta intención la última santa misa de los ejercicios espirituales que realicé el viernes pasado. Y al mismo tiempo pido a todos, de acuerdo a sus posibilidades, de ocuparse para aliviar los sufrimientos de los hermanos que están en la prueba, muchas veces solamente debido a la fe que profesan. Recemos por estos hermanos y hermanas que sufren debido a su fe en Siria y en Irak. Recemos en silencio... (instantes de silencio).
Deseo recordar también a Venezuela, que está viviendo nuevamente momentos de aguda tensión. Rezo por las víctimas, y en particular por el joven asesinado pocos días atrás en San Cristobal. Exhorto a todos a que rechacen la violencia, al respeto de la dignidad de cada persona y de la sacralidad de la vida humana. Y animo a que retomen un camino común para el bien del país, reabriendo espacios de encuentro y de diálogo sincero y constructivo. Confío a esta querida Nación a la materna intercesión de Nuestra Señora de Coromoto”.
Dirijo un cordial saludo a todos: familias, grupos parroquiales, asociaciones, peregrinos de Roma y de Italia, y de los diversos países.
Saludo a los fieles que vienen de San Francisco, California, y a los jóvenes de las parroquias de Isola di Formentera. Saludo a los grupos de Fontaneto d’Agogna y Montello; a los bomberos de Tassullo; y a los jóvenes de Zambana.
Saludo cordialmente a los seminaristas de Pavía, juntos a su rector y al padre espiritual que han apenas terminado los ejercicios espirituales y que hoy regresan a su diócesis. Pidamos por ellos y para todos los seminaristas la gracias de volverse buenos sacerdotes.
Y a todos les deseo un buen domingo. No se olviden de rezar por mi. '¡Buon pranzo e arrivederci!'.