Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida
- 07 Marzo 2015
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Cantalamessa, en la predicación de Cuaresma
Segunda predicación de Cuaresma
"Es hora de dejar de insistir obsesivamente en las diferencias"
"Cristianos de Oriente y Occidente, favoreced el proceso de la unidad"
RV, 06 de marzo de 2015 a las 18:54
• Cuaresma, parábola de la Iglesia en salida
La primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad
(RV).- "Oriente y Occidente frente al misterio de la Trinidad". Así se titula la Segunda Predicación de Cuaresma del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, quien ofreció esta mañana al Papa y a la Curia Romana, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico, algunas reflexiones en torno a este tema, basándose en la exhortación del Patriarca ortodoxo Bartolomé I y en el deseo del Santo Padre Francisco, y de toda la cristiandad, de compartir plenamente la fe común del Oriente cristiano y el Occidente latino.
El Padre Cantalamessa resumió esta amplia reflexión en cuatro puntos titulados: "Poner en común lo que nos une"; "Unidad y Trinidad de Dios"; "Dos caminos para mantener abiertos" y "Unidos en la adoración de la Trinidad".
El Predicador comenzó recordando, precisamente, que en la reciente visita del Papa Francisco a Turquía - que culminó con el encuentro con el Patriarca ortodoxo Bartolomé I, y sobre todo su exhortación a compartir plenamente la fe común del Oriente cristiano y el Occidente latino - lo convencieron acerca de la utilidad de usar las meditaciones cuaresmales de este año para secundar este deseo del Obispo de Roma, que es también el de todos los cristianos.
De hecho, recordó que este deseo de compartir no es nuevo y que ya el Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Unitatis redintegratio, instó a una consideración especial de las Iglesias Orientales y sus riquezas; mientras San Juan Pablo II, en su carta apostólica Orientale lumen de 1995, escribía:
"Dado que creemos que la venerable y antigua tradición de las Iglesias Orientales forma parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad" .
El Predicador explicó al respecto que el mismo Pontífice formuló un principio fundamental para el camino de la unidad: "La puesta en común de tantas cosas que nos unen y que son ciertamente más que las que nos separan". Y destacó que ambas Iglesias comparten la misma fe en la Trinidad; en la Encarnación del Verbo; en Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre en una persona, que murió y resucitó por nuestra salvación, que nos ha dado el Espíritu Santo; creemos que la Iglesia es su cuerpo animado por el Espíritu Santo; que la Eucaristía es "fuente y culmen de la vida cristiana"; que María es la Theotokos, la Madre de Dios; y que tenemos como destino la vida eterna.
De ahí su pregunta:
¿Qué puede ser más importante que esto? Las diferencias intervienen en la manera de entender y explicar algunos de estos misterios, así que son secundarias, no primarias.
Teniendo en cuenta que en el pasado las relaciones entre la teología oriental y la teología latina estuvieron marcadas por un notable tinte apologético y polémico el Predicador dijo que "es hora de invertir esta tendencia y dejar de insistir obsesivamente en las diferencias - que a veces se basan en una deformación del pensamiento del otro- y en su lugar juntar lo que tenemos en común y nos une en una única fe.
Por eso recordó que hasta el momento, en un esfuerzo por promover la unidad entre los cristianos, se impuso una línea que puede formularse como: "Resolver primero las diferencias, y luego compartir lo que tenemos en común"; a la vez que la línea que prevalece cada vez más en los ambientes ecuménicos es: "Compartir lo que tenemos en común y luego resolver, con paciencia y respeto mutuo, las diferencias".
El Predicador también afirmó que la Iglesia debe encontrar el modo de anunciar el misterio de Dios uno y trino con categorías apropiadas y comprensibles a los hombres del propio tiempo.
Por último, el Padre Cantalamessa dijo que hay un punto en el que nos encontramos unidos y concordes, sin ninguna diferenciación entre Oriente y Occidente, y es el deber y la alegría de adorar a la Trinidad.
Adorar - dijo es - es reconocer a Dios como Dios, y a nosotros mismos como criaturas de Dios. Es "reconocer la infinita diferencia cualitativa entre el Creador y la criatura" ; reconocerla sin embargo libremente, con alegría, como hijos y no como esclavos. Adorar dice el apóstol, es "liberar la verdad prisionera de la injusticia del mundo" (cfr. Rm 1, 18).
Concluyamos rezando juntos la doxología, que desde la más remota antigüedad, se eleva idéntica a la Trinidad, desde Oriente y desde Occidente: "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén".
II SÁBADO DE CUARESMA (Miq 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lc 15, 1-3. 11-32)
AMOR ENTRAÑABLE
Es posible que cada uno sienta impresiones diferentes ante las diversas imágenes con las que la Revelación describe a Dios. Sin embargo, algunas no solo se encuentran en la Antigua Alianza, sino que el mismo Jesús se identifica con ellas. Así sucede con la imagen del pastor, que hoy nos recuerda el profeta: “Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo” (Miq 7, 14).
La Biblia describe al pastor bueno haciendo gestos entrañables, y algunos de ellos sobrepasan nuestra imaginación si pensamos que se refieren a Dios. Nos sorprende la figura de quien lleva en brazos los corderos y cuida de las madres.
Quien tenga presente la revelación sagrada, por la que se nos comunica el amor divino, no podrá sino agradecer tanta bondad, como hace el salmista: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios” (Sal 104).
Si la figura del pastor de la primera lectura es entrañable, no se queda a la zaga la del padre que nos ofrece el Evangelio en la parábola llamada del “Hijo pródigo”. En ella el padre abraza, besa, reviste, convida al hijo perdido, que ha retornado, humilde, a casa y se detallan signos muy elocuentes. Dice el padre: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete” (Lc 15, 22-24).
Siguiendo la contemplación acerca de la túnica que hacíamos ayer, hoy el hijo no aparece con una simple túnica, sino con el vestido de fiesta, el mismo que Rebeca puso a Jacob cuando fue bendecido por su padre Isaac, el vestido del primogénito, y que lleva también el personaje celeste en el sepulcro, la mañana de Pascua.
Desde estas concordancias, el abrazo del padre y su mandato de traer el vestido de fiesta para el hijo que ha vuelto a casa, simbolizan el amor de Dios, que nos reengendra como hombres nuevos en el Primogénito, revestidos con su túnica.
SANTA TERESA DE JESÚS
Santa Teresa vive la sacramentalidad del hábito como revestimiento sagrado: “Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora, cuyo hábito por la bondad del Señor traigo” (Vida 28, 35). Aunque la túnica sagrada que llevamos y que nos puso el Señor, es la naturaleza humana, la misma que Jesús tomó de la Virgen María.
Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados. (Vida 33, 14)
Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".
San Pedro Crisólogo (c.406-450), obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia Sermones 2 y 3; PL 52, 188-189 y 192
“Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre.” (Lc 15,18)
El que pronuncia estas palabras estaba tirado por el suelo. Toma conciencia de su caída, se da cuenta de su ruina, se ve sumido en el pecado y exclama: “Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre.” ¿De dónde le viene esta esperanza, esta seguridad, esta confianza? Le viene por el hecho mismo que se trata de su padre. “He perdido mi condición de hijo; pero el padre no ha perdido su condición de padre. No hace falta que ningún extraño interceda cerca de un padre; el mismo amor del padre intercede y suplica en lo más profundo de su corazón a favor del hijo. Sus entrañas de padre se conmueven para engendrar de nuevo a su hijo por el perdón. “Aunque culpable, yo iré donde mi padre.” Y el padre, viendo a su hijo, disimula inmediatamente la falte de éste. Se pone en el papel de padre en lugar del papel de juez. Transforma al instante la sentencia en perdón, él que desea el retorno del hijo y no su perdición... “Lo abrazó y lo cubrió de besos.” (Lc 15,20) Así es como el padre juzga y corrige al hijo. Lo besa en lugar de castigarlo. La fuerza del amor no tiene en cuenta el pecado, por esto con un beso perdona el padre la culpa del hijo. Lo cubre con sus abrazos. El padre no publica el pecado de su hijo, no lo abochorna, cura sus heridas de manera que no dejan ninguna cicatriz, ninguna deshonra. “Dichoso el que ve olvidada su culpa y perdonado su pecado.” (Sl 31,1)
Santa Perpetua y Felicidad
Santas Perpetua y Felicidad
Fueron martirizadas en Cartago, en la persecución de Septimio Severo, el año 203.
Perpetua era una joven matrona romana que acababa de dar a luz y Felicidad era una esclava.
Se conserva una conmovedora narración de este encarcelamiento y martirio, escrita en parte por los mismos mártires antes de morir y en parte por un escritor de la época; este testimonio impresionante manifiesta el rigor de las persecuciones romanas y el heroísmo de quienes las sufrieron por fidelidad a Cristo.
Oremos
Dios todopoderoso, que con la fuerza de tu amor hiciste a las santas mártires Perpetua y Felicidad intrépidas ante el perseguidor e invencibles ante los tormentos de la muerte, concédenos, por su intercesión, perseverar firmes en la fe y crecer siempre en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
El Papa Francisco entre manos
"Como Jesús, Francisco es más 'pastoral-cercano' a la gente que teólogo"
José María Castillo: "El Papa debe resultar desconcertante y a la vez 'punto de encuentro'"
"Cuando la Iglesia era sinodal, tenía su centro más en la comunidad del pueblo creyente que en el clero"
Lo más seguro es que la Iglesia que tenemos, dentro de una o dos décadas, será muy distinta
(José María Castillo, teólogo).-El profesor Alvaro Restrepo, jesuita colombiano, compañero mío en los años de estudio en la universidad Gregoriana de Roma, escribió esto en el Anuario de los jesuitas del año 2014: "El Vaticano es una isla. Por eso, cuando tanta gente de buena voluntad dice que la Iglesia necesita un buen Papa, no se refiere a que el nuevo Pontífice sea conservador o progresista, de derechas o de izquierdas".
Y añadía : "Lo que importa es que sea un hombre libre y decidido. Necesita un hombre tan apasionado por el Evangelio, que desconcierte a todos cuantos en el papado buscan un hombre de poder y mando. El Papa debe resultar desconcertante. El día en que el Vaticano sea el "punto de encuentro" de todos los que sufren, ese día la Iglesia habrá encontrado el buen Papa que necesita" (José María Castillo antes de la elección del Papa Francisco)".
Han transcurrido dos años desde el día en que el jesuita Jorge Mario Bergoglio fue elegido para suceder al dimitido Benedicto XVI. Y todo el mundo está viendo que el nuevo papa no se ajusta al modelo convencional y tradicional de ejercer el papado que se había impuesto en la Iglesia desde tiempo inmemorial. Como es lógico, cuando se produce un cambio tan importante, en una institución tan enorme como la Iglesia, hay gente que está de acuerdo con el cambio. De la misma manera que hay también muchísimas personas que no están de acuerdo con ese cambio. En cualquier caso, hay algo que resulta incuestionable. Me refiero a que, si el papa Francisco dura unos años más, y si logra configurar el número de cardenales electores de forma que el futuro papa prolongue las incipientes reformas, que Francisco está poniendo en marcha, lo más seguro es que la Iglesia que tenemos, dentro de una o dos décadas, será muy distinta de como es ahora mismo.
No se trata de que, ni este papa ni los que vengan después, vayan a cambiar lo que ningún papa puede cambiar. Un papa no puede modificar a su antojo los dogmas de fe, las verdades de "fe divina y católica", sobre las que descansa la estabilidad y el ser mismo de la Iglesia. Eso no va a suceder. Pero lo que sí sucede es que en la Iglesia hay mucha gente que, por ignorancia o por fanatismo, piensa que son dogmas de fe muchas cosas que no lo son. Y si se trata de cosas que no son dogmas de fe, un papa las puede cambiar. Todo lo que son costumbres, tradiciones (no la "Tradición"), normas, cuestiones jurídicas y legales, etc, etc, un papa puede modificarlas. Y algunas (o bastantes) de ellas, no sólo "puede", sino que "debe" hacer lo que esté a su alcance, en los asuntos que van a redundar en bien para la Iglesia y para muchas gentes en el mundo.
Por poner un ejemplo. Puede ocurrir que un papa sea menos "teológico-especulativo" que sus antecesores. Pero, si ese déficit se suple con el hecho de que el papa es más "pastoral-cercano" a la gente, sobre todo a la gente sencilla (enfermos, ancianos, niños, pobres...), ¿por qué vamos a hacer un problema de semejante cambio en la forma de ejercer el papado? Es más, ¿no se podría pensar que un papa cercano a los más sencillos y gente humilde es, por eso mismo, un hombre evangélico? ¿Y nos vamos a escandalizar de eso? Es más, ¿se puede asegurar tranquilamente que Jesús - el Jesús que presentan los evangelios - no hizo teología? Lo que pasa es que en el Nuevo Testamento nos encontramos con dos modos (o modelos) de hacer teología. Una cosa es la "teología especulativa" de Pablo. Y otra cosa es la "teología narrativa" de los evangelios.
Esto supuesto, lo que está ocurriendo ahora mismo en la Iglesia es que el papa Francisco está recuperando, con su sencilla espontaneidad y su forma de vivir, la fuerza enorme que tiene el relato (la teología narrativa). Sobre todo cuando ese relato responde a los anhelos, carencias, necesidades y búsquedas de la gente más sencilla, la que no sabe de teologías ni alcanza a seguir las especulaciones de los grandes maestros del pensamiento.
Pues bien, como es lógico, lo que acabo de apuntar tiene tantas y tantas aplicaciones a lo que viene ocurriendo en la Iglesia y en el mundo, que resulta imposible abarcar todas las consecuencias que de lo dicho se siguen. Por eso, yo me voy a limitar a una de esas posibles consecuencias. Porque me parece que así tocamos uno de los temas más importantes (y más urgentes) en el empeño por renovar la Iglesia. Me refiero al tema de la "sinodalidad de la Iglesia".
Y es que, en los ambientes cercanos a la Curia Vaticana, se habla ahora con frecuencia de un proyecto capital que está resultando determinante en el gobierno de la Iglesia, tal como lo entiende el papa Francisco. Se trata de la "reforma del papado" o, para decirlo con más precisión, de la llamada "conversión del papado" (Marco Politi, Francesco tra i lupi. Il segreto di una rivoluzione, Bari, Laterza, 2014, 146). Esta reforma tendrá, como componente esencial, el proyecto de recuperar para el gobierno de la Iglesia, la "sinodalidad". Así lo había ya indicado el mismo Francisco en la entrevista que concedió al director de "la Civiltà Cattolica" (19. 09. 2013).
¿Qué es una Iglesia sinodal? Como es bien sabido, esta expresión no se refiere al hecho de que, cada dos años, el papa convoque un sínodo en Roma para debatir un tema teológico más o menos importante. "Iglesia sinodal" fue la Iglesia de los siglos III al IX, que estuvo gobernada de tal manera que las Iglesias locales (o nacionales) se auto-gobernaban por sí mismas mediante los sínodos o concilios locales o nacionales. Sínodos que eran presididos por los obispos de cada región o de cada país. La teología de esta forma de gobierno de la Iglesia fue sabiamente formulada por san Isidoro de Sevilla en elOrdo de celebrando concilio, redactado por el mismo Isidoro, para el IV concilio de Toledo (a. 633), un texto que tuvo una amplia difusión en Occidente (Y. Congar, L'ecclésiologie du Haut Moyen-Age, Paris, Cerf, 1968, 131-138). Es más, sabemos que hubo obispos y teólogos, ampliamente reconocidos en la Iglesia de aquellos siglos, como es el caso de Hinkmaro, Benedictus Levita o el autor de las Seudo-Decretales, para quienes el papa incluso estaba obligado a observar los cánones de los sínodos y a ejercer su autoridad de acuerdo con las decisiones de dichos sínodos (K. F. Morrison, The two Kingdoms. Ecclesiology in Carolingian political thought, Princeton, 1964, 71-98).
Lo que acabo de indicar puede parecer extraño o incluso escandaloso a no pocos católicos, que sólo conocen de la Iglesia y del papado lo que se ve y se oye en los últimos tiempos. Pero las cosas no fueron siempre así. Voy a poner un solo ejemplo que es elocuente por sí mismo. En el otoño del año 254, el gran obispo de Cartago, que fue san Cipriano, tuvo que resolver, en un sínodo, reunido en el mismo Cartago, el problema que habían planteado los fieles de tres diócesis españolas. Se trataba de las diócesis de León, Astorga y Mérida. En estas diócesis, los obispos había flaqueado en la persecución de Diocleciano. Los tres prelados no habían confesado su fe y, ante tal cobardía, las comunidades los habían depuesto de sus cargos. Uno de estos obispos, un tal Basílides, acudió a Roma, al papa Esteban, seguramente con una información no del todo objetiva. El papa lo repuso en su cargo. Lo que indignó a los fieles, que acudieron a Cipriano. Éste reunió un concilio local para resolver el asunto. La resolución está perfectamente documentada y nos ha llegado en la carta 67 de Cipriano, que además está firmada por los 37 obispos que asistieron al concilio. Parece, por tanto, esta forma de gobierno de la Iglesia estaba ya bastante extendida y aceptada en el s. III.
Así las cosas, lo que aquí interesa es saber que la carta sinodal de aquel concilio de Cartago afirma tres cosas: 1) El pueblo tiene poder para elegir a sus ministros, concretamente al obispo (Cipriano, Epist. 67, IV, 1-2). 2) El pueblo tiene poder para quitar al obispo cuando éste se comporta de manera indigna (Cipriano, Epist. 67, III, 2). 3) El recurso a Roma no debe cambiar la situación, porque ese recurso se ha hecho sin atenerse a la verdad y sinceridad que requieren estas decisiones (Cipriano, Epist. 67, V, 3) (cf. José M. Castillo, La alternativa cristiana, Salamanca, Sígueme, 1978, 192-193).
Es evidente que todo esto indica una mentalidad según la cual la Iglesia tenía su centro, más en la comunidad del pueblo creyente, que en el clero y en la jerarquía. Es importante saber que, en el tiempo de los Padres y en toda la alta Edad Media, los sínodos repetían frecuentemente el criterio que formuló el papa Celestino I: "nullus invitis detur episcopus":"ningún obispo se les imponga a quienes no lo aceptan". Para nombrar a un obispo se requería la aceptación y el deseo del clero y del pueblo: "Cleri, plebis et ordinis, consensus ac desiderium requiratur" (Celestino I, Epist. IV, 5. PL 50, 434 B). Y conste que este criterio estuvo en vigor hasta el s. XI, como consta en el Decreto de Graciano (c. 13, D. LXI. Friedberg, 231. Cf. J. A. Estrada, La identidad de los laicos, Madrid, Cristiandad, 1990, 128).
Por supuesto, la Iglesia nunca perdió la idea y el sentimiento del primado papal. De forma que el obispo de Roma intervenía en la solución de los asuntos más graves o que no podían decidirse a nivel local. Además, siempre se tuvo el convencimiento según el cual"el papa tiene la autoridad de Pedro si tiene la fe, la justicia y las costumbres de Pedro". Una convicción mantenida y difundida por los papas, obispos y teólogos del Alto Medievo (Y. Congar, o. c., 162-163).
A partir de estos criterios, y mediante eta forma de gobierno, la Iglesia de aquellos siglos se mantuvo fiel a la fe en Jesús el Señor, fiel al Evangelio y fiel a su misión en el mundo. Y mientras se mantuvo así, pudo influir decisivamente en la cultura, en las costumbres y en la vida de los pueblos y las gentes de aquellos tiempos. Fue una Iglesia que tuvo una presencia y una fuerza que hoy ya no tiene. Una presencia y una fuerza que el papa Francisco quiere, a toda costa, recuperar. No para ganar poder y prestigio, sino para ayudar a humanizar el "mundo desbocado" (A. Giddens) que tenemos en este momento.
Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida
Lucas 15, 1-3. 11-32. Cuaresma. El amor desinteresado del Padre no puede dejarnos indiferentes. Esforcémonos por amar como el Padre nos ama.
Oración Introductoria
Señor, quiero pedirte que me abra a tu gracia. Ayúdame a ver con los ojos de la fe y a dejar de lado todo orgullo y soberbia que me impidan estar junto a ti. Te ruego que no te olvides de mi familia y amigos, que les ayudes a amarte más y mejor. Por favor, no permitas que nos separemos de ti.
Petición
Señor, haz que nos abramos al amor incondicional del Padre.
Meditación del Papa Francisco
En estos meses, más de una vez he hecho referencia a la parábola del hijo pródigo, o mejor del padre misericordioso. El hijo menor deja la casa del padre, despilfarra todo y decide regresar porque se da cuenta de haber errado, pero ya no se considera digno de ser hijo y piensa que puede ser acogido de nuevo como siervo. Sin embargo el padre corre a su encuentro, le abraza, le restituye la dignidad de hijo y hace fiesta. Esta parábola, como otras en el Evangelio, indica bien el proyecto de Dios sobre la humanidad.
¿Cuál es el proyecto de Dios? Es hacer de todos nosotros una única familia de sus hijos, en la que cada uno le sienta cercano y se sienta amado por Él, como en la parábola evangélica; sienta el calor de ser familia de Dios. En este gran proyecto encuentra su raíz la Iglesia, que no es una organización nacida de un acuerdo de algunas personas, sino que es —como nos recordó tantas veces el Papa Benedicto XVI— obra de Dios, nace precisamente de este proyecto de amor que se realiza progresivamente en la historia. La Iglesia nace del deseo de Dios de llamar a todos los hombres a la comunión con Él, a su amistad, es más, a participar como sus hijos en su propia vida divina.»(Audiencia de S.S. Francisco, 29 de mayo de 2013).
Reflexión
El amor desinteresado del Padre no puede dejarnos indiferentes. Esforcémonos por amar como el Padre amó, sin importar que nuestro orgullo se sienta herido, y que la justicia humana no se cumpla. Porque en esto consiste el verdadero amor, en amar a los que no corresponden, aún más, a los que nos hacen injusticias. Llevemos este mensaje gozoso a los demás, y empecemos a instaurar la civilización del amor a partir de hoy en nuestro día ordinario.
Propósito
Hoy me esforzaré por hablar con una persona que no me llevo bien.
Diálogo con Cristo
¡Jesús, gracias por permitirme gozar un poco de lo que es tu caridad! Espero que me ayudes a llevar a la práctica este hermoso y difícil mandamiento que es el amor. Nunca permitas que yo te falle. Y si te llegara a fallar, nunca me abandones a mi suerte. Por tanto, es el amor misericordioso de Dios el que une firmemente, hoy como ayer, a la Iglesia y hace de la humanidad una sola familia. Benedicto XVI, 19 de abril de 2009.
Confiar en Dios es ponernos en sus manos
Sábado segunda semana Cuaresma. La conversión del corazón, requiere que estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Confiar en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Cada uno de nosotros, cuando busca convertir su corazón a Dios nuestro Señor y busca acercarse a Él, tiene que pasar por una etapa de espera. Esto puede ser para nuestra alma particularmente difícil, porque aunque en teoría estamos de acuerdo en que la santidad es obra de la gracia, en que la santidad es obra del Espíritu Santo sobre nuestra alma, tendríamos que llegar a ver si efectivamente en la práctica, en lo más hondo de nuestro corazón lo tenemos arraigado, si estamos auténticamente listos interiormente para soltarnos en confianza plena para decir: "Yo estoy listo Señor, confío en Ti" Desde mi punto de vista, el alma puede a veces perderse en un campo bastante complejo y enredarse en complicaciones interiores: de sentimientos y luchas interiores; o de circunstancias fuera de nosotros, que nos oprimen, que las sentimos particularmente difíciles en determinados momentos de nuestra vida. Son en estas situaciones en las que cada uno de nosotros, para convertir auténticamente el corazón a Dios, no tiene que hacer otra cosa más que confiar. Qué curioso es que nosotros, a veces, en este camino de conversión del corazón, pensemos que es todo una obra de vivencia personal, de arrepentimiento personal, de virtudes personales.
Estamos en Cuaresma, vamos a Ejercicios y hacemos penitencia, pero ¿cuál es tu actitud interior? ¿Es la actitud de quien espera? ¿La actitud de quien verdaderamente confía en Dios nuestro Señor todos sus cuidados, todo su crecimiento, todo su desarrollo interior? ¿O nuestra actitud interior es más bien una actitud de ser yo el dueño de mi crecimiento espiritual? Mientras yo no sea capaz de soltarme a Dios nuestro Señor, mi alma va a crecer, se va a desarrollar, pero siempre hasta un límite, en el cual de nuevo Dios se cruce en mi camino y me diga: "¡Qué bueno que has llegado aquí!, ahora tienes que confiar plenamente en mí". Entonces, mi alma puede sentir miedo y puede echarse para atrás; puede caminar por otra ruta y volver a llegar por otro camino, y de nuevo va a acabar encontrándose con Dios nuestro Señor que le dice: "Ahora suéltate a Mí"; una y otra vez, una y otra vez. Éste es el camino de Dios sobre todas y cada una de nuestras almas. Y mientras nosotros no seamos capaces de dar ese brinco, mientras nosotros no sintamos que toda la conversión espiritual que hemos tenido no es en el fondo sino la preparación para ese soltarnos en Dios nuestro Señor, no estaremos realmente llegando a nada. El esfuerzo exterior sólo tiene fruto y éxito cuando el alma se ha soltado totalmente en Dios nuestro Señor, se ha dejado totalmente en Él. Sin embargo, todos somos conscientes de lo duro y difícil que es. ¿Qué tan lejos está nuestra alma en esta conversión del corazón? ¿Está detenida en ese límite que no nos hemos atrevido a pasar? Aquí está la esencia del crecimiento del alma, de la vuelta a Dios nuestro Señor. Solamente así Dios puede llegar al alma: cuando el alma quiere llegar al Señor, cuando el alma se suelta auténticamente en Él. Nuestro Señor nos enseña el camino a seguir. La Eucaristía es el don más absoluto de que Dios existe. De alguna forma, con su don, el Señor me enseña mi don a Él. La Eucaristía es el don más profundo de Dios en mi existencia. ¿De qué otra forma más profunda, más grande, más completa, puede dárseme Dios nuestro Señor? Hagamos que la Eucaristía en nuestras almas dé fruto. Ese fruto de soltarnos a Él, de no permitir que cavilaciones, pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías, circunstancias, estén siendo obstáculos para ponernos totalmente en Dios nuestro Señor. Porque si nosotros, siendo malos, podemos dar cosas buenas, ¿cómo el Padre que está en los Cielos, no les va a dar cosas buenas a los que se sueltan en Él, a los que esperan de Él? Pidámosle a Jesucristo hacer de esta conversión del corazón, un soltar, un entregarnos plenamente en nuestro interior y en nuestras obras a Dios. Sigamos el ejemplo que Cristo nos da en la Eucaristía y transformemos nuestro corazón en un lugar en el cual Dios nuestro Señor se encuentra auténticamente como en su casa, se encuentra verdaderamente amado y se encuentra con el don total de cada uno de nosotros.
Perpetua y Felicidad, Santas Mártires en Cartago
Memoria Litúrgica, 7 de marzo
Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo († 203).Patronazgo: de las madres, de las madres embarazadas que dan a luz en condiciones difíciles (Felicidad), de las madres lactantes (Perpetua)
Etimológicamente: Perpetua = Aquella que siempre ayuda a los demás, es de origen latino. Etimológicamente: Felicidad = Aquella a quien la suerte le acompaña, es de origen latino.
Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”.
Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos. A los cinco se unió su catequista Saturno y, gracias a él, todos pudieron recibir el bautismo antes de ser echados a las fieras y decapitados en el circo de Cartago, el 7 de marzo del año 203. Felicidad estaba para dar a luz a su hijo y rezaba para que el parto llegara pronto para poder unirse a sus compañeros de martirio. Y así sucedió, el niño nació dos días antes de la fecha establecida para el inhumano espectáculo en el circo: fue un parto muy doloroso, y cuando un soldado comenzó a burlarse: “¿Cómo te lamentarás entonces cuando te estén destrozando las fieras?” Felicidad replicó llena de fe y de dignidad: “¡Ahora soy yo quien sufro; en cambio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que lo sufrirá Jesús por mí!”. Ser cristianos en esa época de fe y de sangre constituía un riesgo cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante la morbosa curiosidad de la muchedumbre. Perpetua tenía un hijito de pocos meses. Su padre, que era pagano, le suplicaba, se humillaba, le recordaba sus deberes para con la tierna criatura. Bastaba una palabra de abjuración y ella regresaría a casa. Pero Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy cristiana”. Los escritos de Perpetua formaron un libro que se llama Pasión de Perpetua y Felicidad, que después completó otra mano, tal vez la de Tertuliano, que narró cómo las dos mujeres fueron echadas a una vaca brava que las corneó bárbaramente antes de ser decapitadas. La frescura de esas páginas ha llenado de admiración y conmoción a enteras generaciones. Precisamente los hermanos en la fe fueron quienes pidieron a Perpetua que escribiera esos apuntes para dejar a todos los cristianos por escrito un testimonio de edificación. Nuestras santas son representadas normalmente en la arena, embestidas por una vaca, algunas veces abrazándose para darse fuerzas y en otras dándose el beso de la paz, estas representaciones han sido mal interpretadas en la actualidad por algunos colectivos con opiniones sesgadas sobre la amistad, con intención explícita de hacerlas símbolo de algo que no fueron: amantes.
Oración: Señor y Dios nuestro, las santas mártires Perpetua y Felicidad, movidas por tu amor, vencieron los tormentos y la muerte y superaron la furia del perseguidor, concédenos, por su intercesión, crecer siempre en ese mismo amor divino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que contigo y el Espíritu Santo vive y reina en unidad, y es Dios, por los siglos de los siglos.