III DOMINGO DE PASCUA

III DOMINGO DE PASCUA (Act 3, 13-15. 17-19; Sal 4; 1Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48)

TEXTOS A CONTEMPLAR

“Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es victima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1Jn 2, 1-2). “El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24, 47-48).

EL PERDÓN DE LOS PECADOS

No quieras soportar injustamente la sombra de tu historia malversada. No intentes huir de la voz que en lo más profundo de ti te dicta tu conciencia. No te justifiques aplicando sobre tu zona oscura el argumento de tus obras buenas, incluso generosas. No eres juez y parte de tus días, necesitas que otro te responda, te acoja, te disculpe, te escuche, te objetive, te perdone. Es muy fácil creernos hasta héroes, cuando lo que somos en verdad es solo humanos, vulnerables y frágiles. ¡Cómo descansa el alma cuando sabe que no arrastra las heridas incurables de manera clandestina, sino que alguien las comprende y hasta echa sobre ellas el aceite bueno de la misericordia! ¡Qué distinto es recordar los hitos del camino en los que se gustó el descanso, a la sombra de la posada samaritana, de mantener la larga travesía del desierto, sin tregua ni alivio, sino solo sacando por esfuerzo las etapas! Hoy tienes a tu alcance la oferta generosa, la que acontece en el puerto franco del perdón, donde no se te pide otra cosa que el deseo de iniciar de nuevo la andadura. No temas que te impongan el pago de aranceles portuarios, tan solo se te pide que vacíes tus bodegas del peso clandestino y dejes el lastre que te oprime y dificulta continuar la singladura de la vida. Aquel que dio su vida por nosotros permanece con los brazos abiertos, con sus palmas heridas, para demostrarnos que comprende, por experiencia propia, nuestras llagas. No es bueno el disimulo, ni el aparentar que se es invulnerable. Si Jesucristo resucitado se muestra con las señales de su Pasión, ¿cómo tú vas mostrarte exento de arañazos?

No hay mejor posibilidad de curación que cuando se conoce la dolencia, y no hay mayor dificultad de tratamiento, que cuando no se acepta la debilidad. Alguien cree que no existe la enfermedad si se silencia, y se engaña. Hoy, si te dejas curar, echar aceite en tu herida, gustarás el gozo de la Pascua, el que acontece cuando se recibe el beso de la misericordia divina por el que se renace.

Creer por experiencia propia

No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que solo puede ser captado y comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.

Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar.

Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: "Paz a vosotros"». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.

El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».

Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?

Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».

Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.

José Antonio Pagola. 3 Pascua – B. (Lucas 24,35-48). 19 de abril 2015

Francisco en Lampedusa

"Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor"
El Papa ante la tragedia del Mediterráneo: "Buscaban la felicidad"
Pide a "la comunidad internacional actúe con decisión, para evitar que semejantes tragedias se repitan"

José Manuel Vidal, 19 de abril de 2015 a las 11:48

Que la solemne ostensión de la Sábana Santa nos ayude a encontrar el rostro misericordioso de Dios en los hermanos más sufrientes

(José M. Vidal).- No cabe un alfiler en la Plaza de San Pedro, para escuchar al Papa Francisco en el regina coeli. Un Papa triste y dolido por la nueva "tragedia" del Mediterráneo, con cientos de inmigrantes desaparecidos. Bergoglio explica que son "hermanos nuestros, que buscaban una vida mejor". Y pide a la comunidad internacional que "actúe con rapidez y decisión", para que tragedias así no se vuelvan a repetir.

Algunas frases del Papa
"En las lecturas de hoy resuena por dos veces la palabra testimonio"
"Los apóstoles no podían callar su extraordinaria experiencia de la resurrección"
"La Iglesia tiene la obligación de prolongar en el tiempo esta misión"
"Todo bautizado es llamado a testimoniar con palabras y vida que Jesús ha resucitado, está vivo y en medio de nosotros"
"Todos estamos llamados a testimoniar que Jesús está vivo"
"El testigo es uno que ha visto, recuerda y cuenta"
"Tres verbos que describen la identidad y la misión"
"El testigo es el que ha visto una realidad"
"El testigo cuenta no de una forma fría, sino como alguien que se ha dejado cuestionar y, desde entonces, ha cambiado su vida"
"La testimonianza cristiana no es una teoría ni una ideología ni un moralismo, sino un mensaje de salvación"
"El cristiano debe ser humilde, valiente y misericordioso"
"Comunicar la potencia liberadora del Jesús vivo"

Texto íntegro de las palabras del Papa antes de la oración del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy resuena dos veces la palabra "testigos". La primera vez es en los labios de Pedro: él, después de la curación del paralítico en la puerta del templo de Jerusalén, exclama: " Mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos". (Hechos 3,15). La segunda vez es en los labios de Jesús resucitado: él, la noche de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: "Ustedes son testigos de todo esto." (Lc 24,48). Los Apóstoles, que vieron con los propios ojos al Cristo resucitado, no podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; todo bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.

Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que recuerda y que relata. Ver, recordar y relatar son los tres verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado involucrar por el evento. Por esto recuerda, no sólo porque sabe reconstruir en modo preciso los hechos sucedidos, pero también porque aquellos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo relata, no en manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado vida. El testigo es uno que ha cambiado vida.

Testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz

El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un evento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su constante conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios, todo cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, alegre, valeroso, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano se deja llevar por la comodidad, por la vanidad, por el egoísmo, si se vuelve sordo y ciego a la pregunta sobre la "resurrección" de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita?

María, Madre nuestra nos sostenga con su intercesión para que podamos volvernos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz. 

Palabras tras la bendición
"Llegan en estas horas noticias relativas a una nueva tragedia en las aguas del Mediterráneo. Un barco, cargado de emigrantes, se hundió la pasada noche...con cientos de víctimas"

"Expreso mi más sentido dolor ante tal tragedia y aseguro para los desaparecidos y sus familias mi recuerdo y mi oración"

"Dirijo un llamamiento para que la comunidad internacional actúe con decisión y prontitud, para evitar que semejantes tragedias se repitan"

"Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor, hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras...buscan una vida mejor"

"Buscaban la felicidad"

"Os invito a rezar en silencio primero y, después, todos juntos, por estos hermanos y hermanas".

Saluda a ls peregrinos de Brasil, Berlín, Munich, Colonia y Sant Feliu de Llobregat, asi como a los polacos, a la Acción Católica, a los fieles de Milán y Bérgamos, a los jóvenes de Turín...

"Hoy comienza en Turín la solemne ostensión de la Sábana Santa...Tamibén yo iré...Que nos ayude a encontrar el rostro misericordioso de Dios en los hermanos más sufrientes"

¡Cristo ha resucitado!
Lucas 24, 35-48. 3o. Domingo Pascua B. Cristo ha vencido a la muerte para siempre y con su resurrección nos ha traído la paz, la alegría, la vida eterna.

Oración introductoria
Jesús, qué difícil es dejar a un lado las dudas, los temores, las inquietudes, para lograr el silencio interior necesario para escucharte en la oración. Por eso hoy, que me pongo ante tu presencia, confío en que me ayudarás a quitar todo lo que pueda ser factor de distracción. Tú mereces toda mi atención, agradecimiento y adoración.

Petición
Señor Resucitado, dame la gracia de tener un encuentro transformador contigo.

Meditación del Papa Francisco
El mismo Señor se aparece en la sala y les dice: “Paz a ustedes”. Varios sentimientos irrumpen en el corazón de los discípulos: miedo, sorpresa, duda y, por fin, alegría. Una alegría tan grande que por esta alegría “no alcanzaban a creer”. Estaban atónitos, pasmados, y Jesús, casi esbozando una sonrisa, les pide algo de comer y comienza a explicarles, despacio, la Escritura, abriendo su entendimiento para que puedan comprenderla. Es el momento del estupor, del encuentro con Jesucristo, donde tanta alegría nos parece mentira; más aún, asumir el gozo y la alegría en ese momento nos resulta arriesgado y sentimos la tentación de refugiarnos en el escepticismo, “no es para tanto”. Es más fácil creer en un fantasma que en Cristo vivo.

Es más fácil ir a un nigromante que te adivine el futuro, que te tire las cartas, que fiarse de la esperanza de un Cristo triunfante, de un Cristo que venció la muerte. Es más fácil una idea, una imaginación, que la docilidad a ese Señor que surge de la muerte y ¡vaya a saber a qué cosas te invita!  Ese proceso de relativizar tanto la fe que nos termina alejando del encuentro, alejando de la caricia de Dios. Es como si “destiláramos” la realidad del encuentro con Jesucristo en el alambique del miedo, en el alambique de la excesiva seguridad, del querer controlar nosotros mismos el encuentro. Los discípulos le tenían miedo a la alegría… Y nosotros también. (Homilía de S.S. Francisco, 24 de abril de 2014).

Reflexión
Se cuenta que, durante la revolución francesa -época amante de las novedades y de los cambios arbitrarios, como la mayoría de las revoluciones- un filósofo llamado Reveillère trazó las pautas para fundar una nueva religión, pues él consideraba que esto beneficiaría grandemente a la humanidad. Acudió a Barras, entonces miembro del Gobierno, y le pidió un consejo sobre la mejor manera de extender esta nueva religión. "Bueno, -le dijo Barras- mi consejo es que te dejes asesinar un viernes y resucites de la muerte al domingo siguiente". ¡Le dio en toda la torre con su respuesta!

San Pablo, en la primera carta a los Corintios, dedica un capítulo entero a disertar sobre la resurrección de Jesús para convencer a aquellos cristianos helenistas sobre la importancia capital de esta verdad del cristianismo. "Si Cristo no ha resucitado -llega a decir con gran energía- vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe. Y somos falsos testigos de Dios porque testificamos contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó" (I Cor 15,14s). La resurrección de Jesucristo es la piedra fundamental sobre la que se asienta todo el edificio de nuestra fe y del cristianismo. El que no acepta la resurrección no puede llamarse cristiano.

Hace unos días estaba leyendo un libro del padre Raniero Cantalamessa -un sacerdote capuchino– y me encontré unas reflexiones muy interesantes que me voy a permitir compartir hoy con mis lectores. Él decía que no se trata sólo de creer que Cristo resucitó de entre los muertos, sino que tenemos que conocer y experimentar el poder de la resurrección del Señor en nuestra vida. La resurrección de Cristo es la nueva creación de la que tanto hablan los profetas y el Apocalipsis.

Y, para ayudarnos a comprender mejor la dimensión profunda de la Pascua, hacía enseguida un hermoso paralelismo de la Iglesia católica con la Iglesia ortodoxa. Los ortodoxos -como bien se sabe- son cristianos, pero "separados" de Roma. Tienen la misma fe que los católicos con la única excepción de que no aceptan el Primado y la autoridad del Papa. Para nuestros hermanos ortodoxos -explica el P. Cantalamessa- la resurrección de Cristo es todo. El carisma propio de la Iglesia ortodoxa es el sentimiento fuertísimo que tiene de la resurrección. El puesto central que ocupa el Crucifijo en las iglesias y basílicas católicas, lo ocupa en las iglesias ortodoxas la imagen del Cristo Resucitado, a quien ellos llaman -desde tiempos bizantinos- el Pantocrátor, es decir, el Señor Todopoderoso. Durante el tiempo de Pascua -continúa explicando el padre- si alguien encuentra a otro amigo por la calle, lo saluda diciendo: "¡Cristo ha resucitado!", y el otro responde: "¡En verdad ha resucitado!". Y está tan arraigada esta costumbre en el pueblo, que se cuenta esta simpática historia que sucedió a los inicios de la revolución bolchevique:

«Se organizó en una ocasión un debate público sobre la resurrección de Cristo. Habló primero el comunista ateo y con su discurso había demolido para siempre -según él- la fe de los cristianos en la resurrección. Cuando éste bajó, le tocó el turno al sacerdote ortodoxo, que debía defender el dogma de la resurrección. El humilde sacerdote miró a la muchedumbre que, a su vez, lo veía con gran expectación. Y comenzó su discurso con el habitual saludo, diciendo: "¡Cristo ha resucitado!". Y todos respondieron en coro, instintivamente: "¡En verdad ha resucitado!". Al escuchar esta respuesta, el sacerdote bajó del podio en silencio». Allí estaba la respuesta. No había necesidad de añadir ya nada más.

El mismo P. Cantalamessa cuenta que en una ocasión tuvo la oportunidad de celebrar la Pascua ortodoxa en Iasi, una ciudad de Rumania, no mucho tiempo después de la caída del régimen comunista, y se quedó maravillado. La Pascua es algo que la gente lleva en la sangre. Toda la ciudad, por la tarde, corre a reunirse en torno a la catedral para escuchar al obispo que da el anuncio solemne de la resurrección. Y cuando el obispo ha hecho la proclamación, cada uno de los fieles enciende una vela y comienza a cantar una melodía que se saben de memoria, hasta los más pequeños, y que se repetirá al infinito durante todo el tiempo pascual: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, con su muerte ha destruido la muerte y ha dado la vida a los muertos en los sepulcros». La resurrección del Señor ha dejado su impronta indeleble no sólo en la liturgia, sino también en la literatura, en la música, en el arte y en el folklore de los pueblos ortodoxos. Uno de los pasos más vibrantes y bellos de la música rusa es, en efecto, la Gran Pascua rusa de Rimskij-Korsakov.

En una palabra, no basta con "creer" sólo en la resurrección del Señor -diríamos con una fe teórica y nominal-, sino de vivirla en la práctica y de hacer una profunda experiencia de ella en nuestra vida de todos los días: en la oración, en la caridad, en nuestro trato con las demás personas.

Propósito

A lo largo del día, a través de jaculatorias y oraciones expresar mi gratitud y confianza en Dios.

Diálogo con Cristo

Cristo venciste a la muerte para siempre y con tu resurrección nos has traído la paz, la alegría, el gozo, la vida eterna.

Éste es el mensaje del Evangelio de hoy y de todo el período pascual: ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

Que no pase el Tiempo de Pascua sin haber conectado con Cristo vivo
¡Ha resucitado y vive para siempre! Levantemos el corazón...demos gracias al Señor nuestro Dios.

Lo que tengo que decirles lo han oído otras veces, pero me gustaría que no pareciera lo de siempre. Es necesario que les suene a nuevo, que les de la impresión de que no lo han oído nunca. Olviden un momento la rutina: esas reflexiones a veces tan monótonas que apenas les rozan la piel. Olviden un momento la vida diaria: las discusiones caseras, los huesos que duelen, las jaquecas, las rabietas de los niños, los pelmazos que no dejan vivir.

Hoy quisiera que mis palabras sonaran a nuevas.

Si creen mi palabra de hoy, si de verdad toman en serio lo que hoy les voy a decir... su vida será nueva, empezarán a vivir de una forma distinta, la rutina diaria tendrá una profundidad desconocida, las celebraciones religiosas les traspasará el alma, la alegría que nadie puede quitar será su huésped, incluso la muerte será una puerta llena de posibilidades, la vida será una ruta acompañada por la esperanza, la misma enfermedad tendrá una cara desconocida. Para que entiendan bien lo que voy a decirles, es necesario que el Señor esté con ustedes... que levantemos el corazón... que demos gracias al Señor nuestro Dios...

Hermanos, esto es lo que hoy tengo que decirles: Jesús de Nazaret, el hijo de José y de María, el muerto injustamente y sepultado, ¡¡Ha resucitado y vive para siempre!!! La muerte ha sido vencida: el muro impenetrable, la oscuridad existencial, el mal constante que nos envuelve, la queja permanente... no son verdad del todo.

Alguien ha roto el misterio, ha trocado la noche en aurora luminosa, ha iniciado una nueva creación. Oiganlo todos: ¡Cristo ha resucitado!

Ustedes jóvenes, que les asusta la dureza de la vida: Cristo resucitado fortalece su rebeldía contra la injusticia.

Ustedes padres y madres de familia, Cristo vivo resplandece en el amor fiel que se tienen, ilumina y sostiene la entrega generosa a los hijos.

Solteros y solteras, Cristo resucitado los hace fecundos, pone en sus manos otro modo de crear vida, construye otra familia no según la carne y la sangre, sino en el Espíritu de hijos y hermanos.

Hombres y mujeres de la tercera edad, Cristo resucitado vive con ustedes, no permite que se reseque su alma, con Él hasta el final llegarán llenos de vida.

Ustedes, enfermos, Cristo vivo está con ustedes en la cruz de su dolor, con ustedes se pone en las manos del Padre, con ustedes cruza la frontera de la vida sin fin.

Ustedes, pobres de la tierra, únanse a Cristo resucitado, Él está animando su lucha por salir de la miseria, por lograr que los respeten y los escuchen; Él está dentro de ustedes y se identifica con ustedes.

Ustedes, los que luchan por la justicia, libertad, amor, y dignidad de todo ser humano, sepan que Cristo resucitado los está sosteniendo, les patrocina la tarea, les asegura que resucitarán y su vida será todo un éxito.

Hermanos: Cristo, el amigo de los niños, el que perdona a la adúltera, el cercano a los enfermos, el que se sienta con los pecadores, el que quiere a las prostitutas, el que acepta a todo hombre... resucitado, sigue haciendo lo mismo. No dejen de acercarse a su presencia; crean en él, enciendan las velas en su vida resucitada. Vengan y vean, experimenten una vida nueva.

¿Cómo rezar cuando has pecado? 
Cuando has pecado la mejor oración es un espíritu contrito, humillado y confiado a los pies de Cristo crucificado

Señor, he pecado.

Con el corazón hecho pedazos vengo a pedirte perdón. Sé que no hay maldad tan mala capaz de impedirte amarme. Me da vergüenza verte crucificado y encima pedirte favores, pero, te necesito, Señor: por tu inmensa compasión ¡borra mi culpa! Mírame, soy débil, vulnerable, pecador. Yo, miseria. Tú, misericordia. Tú que puedes sacar bien del mal, levántame, Señor. Sáname. Restáurame. Hazme un hombre nuevo. Desde la altura del cielo nos viste sufrir y con el estandarte del amor  viniste al encuentro del hombre que sufre. Una y otra vez he comprobado que lo que atrae tu mirada misericordiosa sobre mí es mi estado de miseria. No son mis méritos los que me hacen agradable a tus ojos, sino la omnipotencia de tu misericordia. La incomprensible gratuidad de tu amor. No debe haber pecado capaz de tenerme alejado de ti. Por más vergüenza y dolor que sienta,  siento también la confianza de venir a pedirte perdón con la certeza de que siempre, siempre, encontraré la mirada del Buen Pastor. Tus ojos están puestos en los que esperan en tu misericordia (Sal 32). Por eso estoy aquí, una vez más de rodillas ante ti, Cristo crucificado.

Vengo a declararme débil, miserable, pecador. Vengo a pedirte perdón. (Guarda silencio, escucha que te absuelve y que te dice: Te sigo amando igual. Déjate amar.) Gracias, Jesús.

Cuando hago oración contemplándote en la cruz te me revelas como Misericordia.  Tu amor crucificado es una invitación a la confianza. Te lo suplico, Señor, que hoy y cuando tenga la desgracia de perder la gracia, no olvide jamás que tú, Dios, moriste crucificado para salvarme; que no pierda nunca la esperanza de tu misericordia. Como el ladrón que paga sus culpas en el Calvario,  también yo te suplico: acuérdate de mí a la hora de mi muerte y consérvame a tu lado para siempre. Y luego, con el espíritu bien dispuesto, acudir al sacramento del perdón. Una buena práctica que aprendí al entrar a la vida religiosa es el rezo del Salmo 50 todas las noches, de rodillas junto a la cama, ante Cristo crucificado, tratando de adoptar las actitudes del Rey David: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado, contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con hisopo: quedaré limpio, lávame, quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso; enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios Salvador mío y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén;

Entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.

PAXTV.ORG