“Mi Padre os da el verdadero pan bajado del cielo.”

Presencia de Dios

Me detengo un momento y pienso en el amor y la gracia que Dios ha derramado sobre mí, creando hacerme a su imagen y semejanza, haciéndome templo de su Espíritu.

Libertad

Esta semana puedo pedir ser liberado de los «falsos absolutos», de las «necesidades creadas" para aspirar a una vida más pobre y sencilla.

Conciencia

Tomo conciencia de la cantidad de oportunidades que cada día Dios pone en mi vida para poder amar. Repaso con agradecimiento las últimas horas.

Palabra de Dios

Juan 6,30-35

La gente dijo a Jesús:

- Y tú, ¿qué señal haces para que viéndola creamos? ¿Qué puedes hacer? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio pan del cielo para alimento.
Jesús les dijo:
- Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.
Ellos le piden:
- Señor, danos siempre de ese pan.
Jesús les dice:
- Yo soy el pan de vida: el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.

Algunos pensamientos sobre el pasaje de hoy

"Nuestros padres comieron el maná en el desierto ... Los dio pan del cielo para alimento". El maná era un prodigio grande; con él vivían los del pueblo de Israel.

Gran regalo del Señor.

Juan nos ha hablado, hace poco, en su texto, de la multiplicación de los panes y de los peces a la gran multitud que lo seguían. La compasión de Jesús hizo el milagro. Casi están a punto de proclamarlo rey. Jesús se va a la montaña. Desaparece.

Ahora, Jesús, les hace ver que es Dios Padre quien les dio el maná. En el tiempo actual, es Él quien les da vida. Quien está con Jesús y recibe el Pan, tiene vida, no pasa hambre. Tampoco tiene sed. Cómo conseguirlo? La FE nos abre el camino al Pan y al agua de Vida. Nos damos cuenta de que Jesús es el Pan?

No es difícil actualmente pensar en la falta de alimentos, en los que pasan hambre, en los que sufren tantas enfermedades, o guerras. Desde la Vida que nos da Jesús, abrimos a los hermanos. Generosos. Sin hacer diferencias.

Conversación

Lo que he aprendido, lo que aún no veo claro ... todo lo comparto con Jesús, que a mi lado no deja un solo momento de escucharme y acogerme con un amor infinito.
Conclusión

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en un principio, ahora y siempre,
los siglos de los siglos.
Baudoin de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo 

El Sacramento del Altar III, 3; PL 204, 768-769

“Mi Padre os da el verdadero pan bajado del cielo.”

Dios, cuya naturaleza es bondad, cuya sustancia es amor, cuya vida es benevolencia, queriendo mostrarnos la dulzura de su naturaleza y la ternura que siente hacia sus hijos, envió a su Hijo a este mundo, el pan de los ángeles (Sal 77,25) “por el amor extremo con que nos amó” (Ef 2,4) “Porque Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único.” (Jn 3,16)

Este es el verdadero maná que el Señor hizo llover del cielo como alimento de los hombres...éste el que Dios en su bondad ha preparado para sus pobres. (Sal 67,9ss) Porque Cristo, que descendió por todos los hombres y hasta el lugar concreto de cada hombre, atrae a todos hacia si por su bondad inefable. No rechaza a nadie y admite a todos los hombres a la conversión. Para todos los que le reciben es dulzura deliciosa. Únicamente él puede colmar todos los anhelos del hombre... y se adapta de manera diferente a unos y a otros, según sus tendencias, sus deseos y apetitos...

Cada uno encuentra en él un sabor distinto...Porque no tiene el mismo sabor para el que se convierte y comienza el camino como para el que avanza en él o está ya llegando a la meta. No tiene el mismo sabor en la vida activa que en la vida contemplativa, ni para el que usa de este mundo como el que vive apartado de él, para el célibe y el hombre casado, para el que ayuna y distingue los días como para el que considera todos iguales. (cf Rm 14,5)...Este maná cura las enfermedades, alivia los dolores, anima en los esfuerzos y fortalece la esperanza... Aquellos que lo han saboreado “siempre tendrán hambre” (Ecl 24,29) Los que tienen hambre serán saciados.

Los dones del Espíritu Santo y la oración (3) La piedad 
El don de piedad lleva a perfección el abandono confiado en la providencia amorosa del Padre. 
 
Para una buena oración ayudan mucho las actitudes del corazón. Una de estas actitudes es la del hijo, y es la que vamos a reflexionar ahora a la luz del don de la piedad.

¿Qué es un corazón filial? A veces uno encuentra almas de verdad "filiales". En la vida, significa una persona muy a gusto con sus papás, atenta, agradecida, considerada, "que se siente como en casa" junto a ellos. Por el contrario, entendemos lo triste que es carecer del buen corazón filial, el hijo malagradecido o sencillamente egoísta.

¿Cómo tener un corazón filial con Dios?

En la vida espiritual, la persona con corazón filial tiene una relación muy "fresca" con Dios, muy abierta a Él, confiada en Él. Esta persona también disfruta acudir con la Santísima Virgen María. Se siente hijo de la Iglesia, del Papa. Si pertenece a una congregación religiosa, vive una relación confiada con los superiores. Normalmente un alma así tiene una vida de oración fervorosa, y se palpa la presencia del don de la piedad.

Y en relación a nosotros, ¿cómo puede ser nuestro corazón filial delante de Dios? Ya somos hijos de Dios por el bautismo. Al designar a Dios con el nombre de "Padre", la revelación acoge la experiencia de la paternidad y maternidad humanas para revelar quién es Dios Padre. Más aún, Dios transciende también la paternidad y la maternidad humanas, con sus valores y fallos. Nadie es padre como lo es Dios. Y nadie es huérfano de Dios.

¿Qué es el don de piedad?

El don de la piedad perfecciona esta experiencia de la fe. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura como actitud sinceramente filial para con Dios se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. (Cfr. Juan Pablo II, 28 de mayo de 1989). Santo Tomás lo explica así: "los dones del Espíritu Santo son ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu Santo, hay una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!" (ST II II 121 1).

Frutos de la piedad

Esta moción nos permite "sentir" a Dios como Padre buenísimo y amoroso casi de modo inmediato, se podría decir con "una primariedad sobrenatural". El corazón se dilata de amor y de confianza para con Dios. La oración ya no es la búsqueda penosa de un ausente, sino el despertarnos a la mirada amorosa del Presente: un Dios que ya está esperándonos en la oración, escudriñando nuestro corazón, el padre que "ve en lo secreto y recompensará". Es cierto que muchas veces entrar en la presencia de Diosnecesita un trabajo nuestro, y debemos hacerlo. Con el ejercicio de la virtud, se hace más fácil, pronto.

Pero cuando el Espíritu Santo nos dona la piedad podemos espontáneamente aclamar "Abba". Los ejercicios de piedad dejan de ser una carga pesada y se hacen una verdadera necesidad del alma, un suspiro del corazón hacia Dios. Incluso cuando la sequedad turba la facilidad sensible de la comunicación con Dios, el don de la piedad es capaz de recibir esta privación penosa con paciencia, y aun con alegría, porque viene de un Padre que no se oculta sino para que el alma le busque. Y, como no desea sino darle gusto, goza en padecer por Él. Así Cristo en medio de oración sufrida en Getsemaní no dejó de decir "Abba. Padre"

Pidamos este don al Padre, pidiéndole que escuche la oración de Jesucristo mismo: "Rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito" (Jn 14, 16).

San Conrado  Birndorfer

San Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham 

El testimonio de vida de este humilde capuchino nuevamente pone de relieve que la santidad se alcanza en cualquier misión por sencilla que sea. El dintel del convento y la campanilla que avisaba de la presencia de alguien era el escenario cotidiano de Conrado. Ante todo recién llegado al claustro de la ciudad bávara de Altötting con su cálida sonrisa y sencillez dibujaba seductoras expectativas aventurando las bendiciones que podían derramarse sobre ellos en el religioso recinto. Para un santo las contrariedades son vehículos de insólita potencia que les conducen a la unión con la Santísima Trinidad. Él sobrenaturalizó lo ordinario en circunstancias hostiles. Y conquistó la santidad. No hicieron falta levitaciones, milagros, ni hechos extraordinarios, sino el escrupuloso cumplimiento diario de su labor realizada por amor a Cristo. En la portería que tuvo a su cargo durante más de cuatro décadas no olvidó que franqueaba el acceso a su Divino Hermano, especialmente cuando los pobres llegaban a él y les atendía con ejemplar caridad. Con virtudes como la amabilidad, caridad y paciencia, fruto de su recogimiento, forjaba su eterna corona en el cielo, aunque ni sus propios hermanos de comunidad podían sospecharlo.

Nació en Venushof, Parzham, Alemania el 22 de diciembre de 1818 en el seno de una acomodada familia de labradores que tuvieron diez hijos, de los cuales fue el penúltimo. Estos generosos progenitores, con sus prácticas piadosas diarias realizadas en familia, le enseñaron a amar a Cristo, a María y a conocer la Biblia. No era extraño que con ese caldo de cultivo siendo niño le agradase tanto orar y sentirse feliz al hablar de Dios. Su madre advertía en el pequeño una chispa especial cuando narraban las historias sagradas, y le preguntaba: «Juan, ¿quieres amar a Dios?». 

La respuesta no se hacía esperar: «Mamá, enséñeme usted cómo debo amarle con todas mis fuerzas». Creció aborreciendo las blasfemias y el pecado. Poco a poco se vislumbraba su amor por la oración. A esta edad fue manifiesta su inclinación por el espíritu franciscano. A los 14 años perdió a sus padres y se convirtió en punto de referencia para sus hermanos. Todos siguieron ejercitando las prácticas que ellos les enseñaron. Juan, en particular, aprovechaba la noche para rezar y realizar penitencias que muchas veces solían durar hasta el alba.

En 1837 inició su formación con los benedictinos de Metten, Deggendorf. Pero se ve que lo suyo no era el estudio. En una visita que efectuó al santuario de Altötting tuvo la impresión de que María le invitaba a quedarse allí. Sin embargo, en 1841 se vinculó a la Orden Tercera de Penitencia (Orden franciscana seglar). Dios le puso otras cotas que no supo interpretar y las expuso a un confesor después de haber orado ante la Virgen de Altötting. El sacerdote le dijo: «Dios te quiere capuchino». Repartió sus cuantiosos bienes entre los pobres y la parroquia para ingresar en el convento de Laufen en 1851. Tenía 33 años. Allí tomo el nombre de Conrado. Su noviciado estuvo plagado de pruebas y públicas humillaciones que, pese a ser de indudable dureza, aún le parecían nimias para lo que juzgaba merecía: «¿Qué pensabas? –se decía–, ¿creías que ibas a recibir caricias como los niños?». En esos días escribió esta nota: «Adquiriré la costumbre de estar siempre en la presencia de Dios. Observaré riguroso silencio en cuanto me sea posible. Así me preservaré de muchos defectos, para entretenerme mejor en coloquios con mi Dios». Tras la profesión fue destinado a la portería del convento de Santa Ana de Altötting, noticia que le llenó de alegría. Era un lugar donde la afluencia de peregrinos exigía la atención de una persona exquisita como él. En aquel pequeño reducto se santificó durante cuarenta y tres años, viviendo el recogimiento en medio de la algarabía creada por el constante ajetreo de los peregrinos. «Estoy siempre feliz y contento en Dios. Acojo con gratitud todo lo que viene del amado Padre celestial, bien sean penas o alegrías. Él conoce muy bien lo que es mejor para nosotros […]. Me esfuerzo en amarlo mucho. ìAh!, este es muy frecuentemente mi único desasosiego, que yo lo ame tan poco. Sí, quisiera ser precisamente un serafín de amor, quisiera invitar a todas las criaturas a que me ayuden a amar a mi Dios».

Un día advirtió una celdilla casi oculta debajo de la escalera. Tenía una pequeña ventana que daba a la Iglesia. Y su corazón palpitó de gozo: ¡desde allí podía ver el Sagrario! Era un lugar oscuro y reducido. A fuerza de insistencia consiguió que le dejaran habitarla y en esa morada siguió cultivando su amor a Cristo crucificado y a María. Ayudaba a la sacristía y en las primeras misas en el santuario. Sus superiores le autorizaron a comulgar diariamente, algo excepcional en esa época. Nadie le oyó quejarse ni lamentarse. Trataba con auténtica caridad a todos, especialmente a las personas que intentaban incomodarle y socavar su admirable y heroica paciencia. Nunca perdió la mansedumbre. «La Cruz es mi libro, una mirada a ella me enseña cómo debo actuar en cada circunstancia». Fue un gran apóstol en la portería, el hombre del silencio evangélico: «Esforcémonos mucho en llevar una vida verdaderamente íntima y escondida en Dios, porque es algo muy hermoso detenerse con el buen Dios: si nosotros estamos verdaderamente recogidos, nada nos será obstáculo, incluso en medio de las ocupaciones que nuestra vocación conlleva; y amaremos mucho el silencio porque un alma que habla mucho no llegará jamás a una vida verdaderamente interior». Logró convertir a personas de baja calaña, hombres y mujeres, que después se entregaron a Dios en la vida religiosa. En sus apuntes espirituales se lee: «Mi vida consiste en amar y padecer […]. El amor no conoce límites». Sintiéndose morir, tocó la puerta del padre guardián, diciéndole: «Padre, ya no puedo más». Tres días más tarde, el 21 de abril de 1894, falleció. Pío XI lo beatificó el 15 de junio de 1930, y lo canonizó el 20 de mayo de 1934.

oración:
Señor Dios, que has concedido a tu obispo san Anselmo el don de investigar y enseñar las profundidades de tu sabiduría, haz que nuestra fe ayude de tal modo a nuestro entendimiento, que lleguen a ser dulces a nuestro corazón las cosas que nos mandas creer. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

El martirio de San Esteban

Francisco recuerda en Santa Marta a "esos inmigrantes que en altamar fueron lanzados por ser cristianos"
"La Palabra de Dios molesta, cuando tienes el corazón duro, porque te pide seguir hacia delante"

Denuncia el "martirio de la calumnia y la persecución por ser fieles a Jesús"

Redacción, 21 de abril de 2015 a las 12:23

Pensemos en nuestros hermanos degollados en la playa de Libia; pensemos en ese chico quemado vivo por sus compañeros por ser cristiano; pensemos en esos inmigrantes que en altamar fueron lanzados por ser cristianos

(RV).- "Nuestra Iglesia es la Iglesia de los mártires". En la Misa matutina de Casa Santa Marta, deteniéndose en el relato del martirio de San Esteban, Papa Francisco recuerda con palabras conmovidas a todos los que hoy son perseguidos y asesinados por ser cristianos. Y destaca que hay mártires "escondidos" que buscan formas nuevas para ayudar a los hermanos y por eso son perseguidos por los "Sanedrines modernos".

La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, muestra el juicio del Sanedrín contra Esteban y su lapidación. De esta escena dramática se desarrolla la homilía de Francisco que, en el corazón, lleva los rostros y las historias de muchos que hoy, como el primer mártir de la Iglesia, son perseguidos y asesinados por su fidelidad a Jesús. Los mártires, observa el Papa, no necesitan "otros panes", su único pan es Jesús. Y destaca que Esteban "no necesitaba negociar o comprometerse"

Su testimonio es tal que sus detractores "no podían resistirse a la sabiduría" y al espíritu "con el que hablaba". Como Jesús, también Esteban debe enfrentarse a falsos testimonios y la sublevación del pueblo que lo lleva a juicio. Esteban les recuerda cuántos profetas han sido asesinados por ser fieles a la Palabra de dios y cuando "confiesa su visión de Jesús" sus perseguidores se escandalizan, se tapan las orejas para no escucharle y lo empujan fuera de la ciudad para lapidarlo".

"La Palabra de Dios siempre enfada a ciertos corazones. La Palabra de Dios molesta, cuando tienes el corazón duro, cuando tienes el corazón pagano, porque la Palabra de Dios te pide seguir hacia delante, alimentándote con ese pan del que hablaba Jesús. En la Historia de la Revelación,muchos mártires fueron asesinados por su fidelidad a la Palabra de Dios, a la Verdad de Dios".

¡Cuántos Estebanes en el mundo por ser cristianos!

El martirio de Esteban, prosigue, es similar al de Jesús: muere "con esa magnanimidad cristiana del perdón, de la oración por los enemigos". Estos que perseguían a los profetas, como también a Esteban, evidencia Francisco, "creían que daban gloria a Dios, creían que con esto eran fieles a la Doctrina de Dios". Hoy, retoma, "quisiera recordar quela Historia de la Iglesia, la verdadera Historia de la Iglesia, es la Historia de los Santos y de los mártires: perseguidos los mártires, muchos asesinados, por los que creían dar gloria a Dios, por aquellos que pensaban que tenían la ‘verdad'. Corazón corrupto, pero ‘la verdad'".

"En estos días, ¡cuántos Estebanes en el mundo! Pensemos en nuestros hermanos degollados en la playa de Libia; pensemos en ese chico quemado vivo por sus compañeros por ser cristiano; pensemos en esos inmigrantes que en altamar fueron lanzados por ser cristianos; pensemos, anteayer, en esos etíopes, asesinados por ser cristianos... y muchos más. Y muchos más que no sabemos, que sufren en las cárceles, por ser cristianos... Hoy la Iglesia es Iglesia de Mártires: ellos sufren, ellos dan la vida y nosotros recibimos la bendición de Dios por sus testimonios".

Hay, añade, "mártires escondidos. Esos hombres y mujeres fieles" a la "voz del Espíritu, que hacen camino, que buscan nuevos caminos para ayudar a los hermanos y amar más a Dios y son puestos bajo sospecha, calumniados, perseguidos por estos "sanedrines modernos" que se creen dueños de la verdad: ¡muchos mártires escondidos".

"Y también mártires escondidos que por ser fieles en su familia sufren mucho por su fidelidad. Nuestra Iglesia es Iglesia de mártires. Y ahora, en nuestra celebración será para nosotros el primer mártir, el primer que ha dado testimonio y más: es salvación a todos nosotros. Unámonos a Jesús en la Eucaristía, y unámonos a tantos hermanos y hermanas que sufren el martirio de la persecución, de la calumnia y del asesinato por ser fieles al único pan que sacia, es decir a Jesús".

Yo soy el pan de vida
Juan 6, 30-35. Pascua. La Eucaristía nos está esperando a todos los que sentimos hambre y sed en nuestras almas.

Oración introductoria
Señor Jesús, hoy me preguntas, -como a Pedro-, si realmente te amo. Junto con el apóstol te repito que ¡te quiero y te amo más que nada en el mundo! Tú lo sabes porque me conoces y siempre me estás buscando para mostrarme el camino que me puede llevar a la santidad.

Petición
Señor, acrecienta mi amor por medio de este momento de oración.

Meditación del Papa Francisco
Además del hambre físico, el hombre lleva en sí otro hambre, un hambre que no puede ser saciado con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad.

Y el signo del maná —como toda la experiencia del éxodo— contenía en sí también esta dimensión: era figura de un alimento que satisface esta profunda hambre que hay en el hombre. Jesús nos da este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el verdadero alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida bajo la especie del vino. No es un simple alimento con el cual saciar nuestro cuerpo, como el maná; el Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la esencia de este pan es el Amor.

En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre de sí mismo; un amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y necesitada de regenerar las propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe significa dejarse alimentar por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.» (Homilía de S.S. Francisco, 19 de junio de 2014).

Reflexión
Jesús quiso dejarnos como señal para creer en él (y sobretodo para amarle) la Eucaristía. Es lo más precioso que tenemos en la Iglesia: es Cristo mismo. No es sólo un símbolo, un adorno, un rito: es la presencia real del Señor entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Jesucristo quiso quedarse bajo forma de pan, pero dejó claro que ése es el verdadero pan del cielo. La Eucaristía es el alimento que elimina eficazmente el hambre más profunda del hombre, le comunica con Dios y le hace partícipe de su felicidad. Si deja en el alma algo de hambre, ésta sólo es de repetirlo de nuevo.
En la vida de los santos encontramos como denominador común un gran amor hacia la Eucaristía. Ellos encontraron allí, por la fe, a Jesús, el Señor de sus vidas. Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí... Jesucristo habló con suma claridad, no hay espacio para interpretaciones ambiguas. Él está en el pan eucarístico y nos está esperando a todos los que sentimos hambre y sed en nuestras almas.

Propósito
Hacer una visita a Cristo Eucaristía para agradecerle su comprensión, misericordia y amor.

Diálogo con Cristo
Señor, no permitas nunca que te llegue a negar. Que ante todos y ante cualquier circunstancia sepa ser fiel a mi fe. Para lograrlo no me canso de pedirte que me llenes con tu amor, para que siempre pueda responderte con generosidad y firmeza, especialmente en los momentos de más dificultad.

El Dios en quien no creo
Los que no oyen a Cristo, los que sienten indiferencia por Él, no son malos, simplemente, no lo conocen.

Mucha gente dice, o por lo menos piensa, algo como esto: "Soy cristiano, pero ni Cristo ni el Cristianismo me llenan, creo que no me dan lo que necesito, esa religión no da sentido a mi vida, no me resuelve los problemas, no me hace feliz. Se me hacen tan pesados, aburridos e ininteligibles sus rezos, sus misas, sus sermones, tan tétricos sus confesionarios. El Dios de los cristianos es algo tan lejano, etéreo, tan inflexible en sus mandamientos y castigos y los cristianos seres tan aburridos, tan tristes, tan iguales a los otros, que para ser como ellos, yo prefiero cualquier otra cosa".

Estoy de acuerdo contigo. Si Cristo es un aburrido, un aguafiestas, un tipo tan exigente y poco simpático, yo tampoco lo quiero. Si la religión católica no es capaz de dar un sentido a mi vida, no da respuesta a mis dudas y problemas, si no me hace feliz, no me interesa. Yo no soy cristiano para dedicar mi vida a un Cristo de cartón, incapaz de hacerme feliz. Pero Cristo no es aburrido. El sí convence, el cristianismo sí da solución a los problemas, a todos los problemas, y sobre todo hace felices, muy felices a los hombres.

Cristo es la felicidad de los hombres, y puede por lo tanto ser también la tuya. ¿Dónde está el secreto? Esta frase lo puede indicar: "Aunque Cristo naciese mil veces en Belén, si no nace en ti seguirás eternamente perdido". Dicho de otra manera: hay que conocerlo, conocer al Cristo verdadero. Pero Cristo no se da regalado. Vale mucho, demasiado, y hay que luchar por merecerlo. Yo podría decirte, pero de memoria, que Cristo es el camino, la verdad y la vida. Que es tu salvación, que es la persona que tiene en su mano el secreto de tu felicidad, que es la persona que más te quiere del mundo, pero prefiero que no te lo digan de memoria, sino con su experiencia otros.

Tomemos cuatro ejemplos. El primero es Agustín de Tabaste, un hombre que buscaba, ansiosamente, apasionadamente, la verdad, la felicidad, pero siempre en sus propios caminos y nunca la encontró. Llegó a tal punto que un día caminando con sus amigos por una calle de Milán, encontraron a un borrachito haciendo eses, y uno comentó: "ese hombre es más feliz que nosotros"; nadie le contradijo. Nunca pensó encontrar aquella verdad y aquella felicidad, hasta que por fin un día a la fuerza tuvo que reconocer, que la única felicidad de su vida y de la vida de cualquiera era Cristo. Lo expresó con aquellas palabras: " Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti".

Tomemos el segundo caso: Pablo de Tarso, que odiaba a Cristo y a los cristianos y que los persiguió hasta la cárcel y la muerte. Pero aquel Cristo le hizo ver que era duro dar coces contra el aguijón, y le hizo caso. Cuando le preguntó, ¿Pablo porqué me persigues?, ¿qué quieres que haga? le respondió Él. Andando el tiempo, este hombre, antiguo perseguidor de Cristo y de cristianos, llegó a decir: "Para mi el vivir es Cristo, Cristo me amó y se entregó a la muerte por mi".

Ignacio de Loyola, para quien lo único importante en este mundo, eran las damas, la guerra y su reina, una bala de cañón le dijo la verdad cuando sitiaban la ciudad de Pamplona. Este hombre es el que compuso aquella oración tan conocida, "Alma de Cristo- santifícame, Cuerpo de Cristo- sálvame, No permitas que me aparte de ti".

Un cuarto ejemplo, Francisco de Borja, aquel guerrero, que estaba entusiasmado por defender a su Reina, la Reina de España, famosa por su belleza.

Mientras guerreaba en Italia le avisaron que había muerto su Reina, y a uña de caballo, regresó, para ver si podía dar el ultimo adiós a quien había sido su ídolo de nobleza.

Alcanzó a llegar en el momento de la sepultura y pidió permiso para abrir la caja y por última vez ver el rostro de su Reina. Aquel rostro tan hermoso en otro tiempo, estaba ya muy desfigurado y ante él dijo aquellas famosas palabras: "No volveré a servir a un Señor, que se me pueda morir".

Los que no oyen a Cristo, los que sienten indiferencia por Él, no son malos, simplemente, no lo conocen, como no lo conocían, Agustín de Tajaste, Pablo de Tarso, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Ávila y tantos otros.

El Dios que muchos rechazan también yo lo rechazo. Pero a mi Dios no lo rechaza nadie. Porque nadie rechaza el amor, la felicidad, la plenitud. Dios es la Plenitud, la Felicidad, porque Dios es el Amor.

Anselmo, Santo
Obispo y Doctor de la Iglesia, Abril 21

Martirologio Romano: San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia, que, nacido en Aosta, fue monje y abad del monasterio de Bec, en Normandía, enseñando a los hermanos a caminar por la vía de la perfección y a buscar a Dios por la comprensión de la fe. Promovido a la insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó denodadamente por la libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y destierros (1109).

Etimológicamente: Anselmo=Aquel que tiene la protección divina, es de origen germánico.

San Anselmo nació en Aosta (Italia) en 1033 de noble familia. Desde muy niño se sintió inclinado hacia la vida contemplativa. Pero su padre, Gandulfo, se opuso: no podía ver a su primogénito hecho un monje; anhelaba que siguiera sus huellas. A causa de esto, Anselmo sufrió tanto que se enfermó gravemente, pero el padre no se conmovió. Al recuperar la salud, el joven pareció consentir al deseo paterno. Se adaptó a la vida mundana, y hasta pareció bien dispuesto a las fáciles ocasiones de placeres que le proporcionaba su rango; pero en su corazón seguía intacta la antigua llamada de Dios.

En efecto, pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía enseñaba el célebre maestro de teología, el monje Lanfranco.

Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las huellas del maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo.

Su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios cristianos: "Haz, te lo ruego, Señor—escribía—, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia".

Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre de la Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín.

Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Los contrastes, al principio velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, a tal punto que sufrió dos destierros.

Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud suya terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.

21 de abril 2015 Martes III de Pascua Hch 7, 51-8, 1ª

Si te fijas bien, el martirio de Esteban que nos es descrito hoy, recuerda la misma pasión y muerte de Jesús: los ancianos y los escribas se corroen de rabia; se tapan las orejas (no quieren escuchar); Esteban perdona: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado»; ya la hora de morir dice: "Jesús, Señor, recibe mi espíritu.» Todavía hoy, como Esteban, hay quien muere por la causa de Jesús. Señor, que en los momentos de dificultad por tu causa, tenga el coraje de las personas como Esteban, y lo viva haciendo en mí el memorial de tu cruz.

PAXTV.ORG