Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito

Evangelio según San Juan 21,20-25. 


Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: "Señor, ¿quién es el que te va a entregar?". Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: "Señor, ¿y qué será de este?". Jesús le respondió: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme". 
Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: "El no morirá", sino: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?". Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.

Santa Teresa de Ávila (1515-1582), carmelita descalza y doctora de la Iglesia 
Poesía «Vuestra soy, para Vos nací»

«Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme»

Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
Vuestra, pues me redimistes,
Vuestra, pues que me sufristes,
Vuestra pues que me llamastes,
Vuestra porque me esperastes,
Vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

El discípulo a quien Jesús tanto ama


Juan 21, 20-25. Pascua. Sígueme. No pierdas tiempo en preguntas inútiles; no te entretengas en lo secundario, mira a lo esencial


Oración introductoria


Jesús, creo en Ti. Confío en que siendo fiel a tus inspiraciones, viviendo tu mandamiento del amor, responderé al llamado de seguirte, que hoy me haces en el Evangelio. Te ofrezco esta oración para crecer, apoyándome siempre, y en todo, en tu gracia.

Petición


Jesús, sin Ti, no puedo hacer nada. Dame la gracia de la perseverancia.


Meditación del Papa Francisco

El amor de Jesús debe ser suficiente para Pedro. Él no debe ceder a la tentación de la curiosidad, de la envidia, como cuando, al ver a Juan cerca de allí, preguntó a Jesús: “Señor, y éste, ¿qué?”. Pero Jesús, frente a estas tentaciones, le respondió: “¿A ti qué? Tú, sígueme”. Esta experiencia de Pedro es un mensaje importante también para nosotros, queridos hermanos.

El Señor repite hoy, a mí, a ustedes y a todos los Pastores: “Sígueme”. No pierdas tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira a lo esencial y sígueme. Sígueme a pesar de las dificultades. Sígueme en la predicación del Evangelio. Sígueme en el testimonio de una vida que corresponda al don de la gracia del Bautismo. Sígueme en el hablar de mí a aquellos con los que vives, día tras día, en el esfuerzo del trabajo, del diálogo y de la amistad. Sígueme en el anuncio del Evangelio a todos, especialmente a los últimos, para que a nadie le falte la Palabra de vida, que libera de todo miedo y da confianza en la fidelidad de Dios. Tú, sígueme.(Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2014).

Reflexión


Dios es universal, es para todos. Pero no en la forma en que nos podemos repartir un pastel en una fiesta de cumpleaños, conformándonos con una buena rebanada. No, Dios es tan de todos, que todos le podemos reclamar, y no sólo reclamar, sino tener la absoluta certeza de que es completamente nuestro.
En este evangelio, San Juan, nos deja claro cómo el Señor ama a cada persona en particular. Nada de genaralizaciones apresuradas. Nada de razas o clases sociales. Nada de familias o linajes ancestrales, y mucho menos, nada de colores. Todo esto está detrás del reproche que Jesús le hace a Pedro, cuando le pregunta por la suerte del discípulo amado.
Jesús le responde: Tú, ven y sígueme.
Si el Maestro utilizó la parábola del Buen Pastor, no fue para eneñarnos a ser borregos, y para que fuéramos siempre siguiendo la manada, sino para mostrarnos su interés en que cada una de sus ovejas encontrara pastos y agua donde retozar. No podemos pasarnos la vida esperando que los demás cambien, que el ambiente sea propicio, que no suba la marea y que soplen buenos vientos para comenzar a ser fieles cristianos. El día de nuestro bautismo el ministro derramó agua sobre nuestra cabeza y pronunció nuestro nombre. Era el mismo Jesús que nos decía: Tú, ven y sígueme.



Propósito


Hoy me olvidaré un poco de mí mismo para sólo buscar hacer felices a quienes me rodean.

Diálogo con Cristo


Jesús, ¿mi vida comunica a los demás que estás vivo? Ayúdame a ser congruente con mi fe, que mi único anhelo sea el crecer en el amor a Ti y a los demás. Hazme un cristiano auténtico, porque sólo los cristianos verdaderos pueden ofrecer un testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio y de la verdad de la Iglesia.


Oración para pedir los dones y frutos del Espíritu Santo.

Ven, Espíritu Creador, visita las almas de los fieles; e inunda con tu gracia los corazones que Tú creaste.
Espíritu de Sabiduría, que conoces mis pensamientos más secretos, y mis deseos más íntimos, buenos y malos; ilumíname y hazme conocer lo bueno para obrarlo, y lo malo para detestarlo sinceramente.
Intensifica mi vida interior, por el don de Entendimiento.


Aconséjame en mis dudas y vacilaciones, por el don de Consejo.


Dame la energía necesaria en la lucha contra mis pasiones, por el don de Fortaleza.


Envuelve todo mi proceder en un ambiente sobrenatural, por el don de Ciencia.


Haz que me sienta hijo tuyo en todas las vicisitudes de la vida, y acuda a Ti, cual niño con afecto filial, por el don de Piedad.


Concédeme que Te venere y Te ame cual lo mereces; que ande con cautela en el sendero del bien, guiado por el don del santo Temor de Dios; que tema el pecado más que ningún otro mal; que prefiera perderlo todo antes que tu gracia; y que llegue un día a aquella feliz morada, donde Tú serás nuestra Luz y Consuelo, y, cual tierna madre; enjugas “toda lágrima de nuestros ojos”, donde no hay llanto ni dolor alguno, sino eterna felicidad. Así sea.



ORACIÓN PARA PEDIR LOS FRUTOS 


Espíritu de Caridad, haznos amar a Dios y a nuestros semejantes como Tú quieres que los amemos.

Espíritu de Gozo, otórganos la santa alegría, propia de los que viven en tu gracia.

Espíritu de Paz, concédenos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar.

Espíritu de Paciencia, enséñanos a sobrellevar las adversidades de la vida sin indagar el por qué de ellas y sin quejarnos.

Espíritu de Benignidad, haz que juzguemos y tratemos a todos con benevolencia sincera y rostro sonriente, reflejo de tu infinita suavidad.

Espíritu de Bondad, concédenos el desvivirnos por los demás, y derramar a manos llenas, cuantas obras buenas nos inspires.

Espíritu de Longanimidad, enséñanos a soportar las molestias y flaquezas de los demás, como deseamos soporten las nuestras.

Espíritu de Mansedumbre, haznos mansos y humildes de corazón, a ejemplo del Divino Corazón de Jesús, obra maestra de la creación.

Espíritu de Fe, otórganos el no vacilar en nuestra fe, y vivir siempre de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, e iluminados por tus santas inspiraciones.

Espíritu de Modestia, enséñanos a ser recatados con nosotros mismos, a fin de no servir nunca de tentación a los demás.

Espíritu de Continencia, haznos puros y limpios en nuestra vida interior, y enérgicos en rechazar cuanto pudiera manchar el vestido blanco de la gracia.
Espíritu de Castidad, concédenos la victoria sobre nosotros mismos; haznos prudentes y castos; sobrios y mortificados; perseverantes en la oración y amantes de Ti, oh Dios del Amor hermoso.
 Así sea.


María y el Don del Espíritu

En la espera que reinaba en el Cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María? 
Por: San Juan Pablo II 


Si meditamos este hermoso texto de la Catequesis de Juan Pablo II, titulada "María y el Don del Espíritu" en compañía de María podremos experimentar que "...En la comunidad de los creyentes en oración, María está presente, no sólo en los orígenes de la fe, sino en todo tiempo. (Juan Pablo II, Ángelus 13-11-83).
Queridísimos hermanos y hermanas:


1. Recorriendo el itinerario de la vida de la Virgen María, el Concilio Vaticano II recuerda su presencia en la comunidad que espera Pentecostés: «Dios no quiso manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de enviar el Espíritu prometido por Cristo. Por eso vemos a los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseverar en la oración unidos, junto con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y sus parientes" (Hch 1, 14). María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra» (Lumen gentium, 59). La primera comunidad constituye el preludio del nacimiento de la Iglesia; la presencia de la Virgen contribuye a delinear su rostro definitivo, fruto del don de Pentecostés.


2. En la atmósfera de espera que reinaba en el Cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María con respecto a la venida del Espíritu Santo?
El Concilio subraya expresamente su presencia, en oración, con vistas a la efusión del Paráclito. María implora «con sus oraciones el don del Espíritu». Esta afirmación resulta muy significativa, pues en la Anunciación el Espíritu Santo ya había venido sobre ella, cubriéndola con su sombra y dando origen a la encarnación del Verbo.
Al haber hecho ya una experiencia totalmente singular sobre la eficacia de ese don, la Virgen santísima estaba en condiciones de poderlo apreciar más que cualquier otra persona. En efecto, a la intervención misteriosa del Espíritu debía ella su maternidad, que la convirtió en puerta de ingreso del Salvador en el mundo.


A diferencia de los que se hallaban presentes en el Cenáculo en trepidante espera, Ella, plenamente consciente de la importancia de la promesa de su Hijo a los discípulos (cf. Jn 14, 16), ayudaba a la comunidad a prepararse adecuadamente a la venida del Paráclito.
Por ello, su singular experiencia, a la vez que la impulsaba a desear ardientemente la venida del Espíritu, la comprometía también a preparar la mente y el corazón de los que estaban a su lado.


3. Durante esa oración en el Cenáculo, en actitud de profunda comunión con los Apóstoles, con algunas mujeres y con los hermanos de Jesús, la Madre del Señor invoca el don del Espíritu para sí misma y para la comunidad. Era oportuno que la primera efusión del Espíritu sobre Ella, que tuvo lugar con miras a su maternidad divina, fuera renovada y reforzada. En efecto, al pie de la Cruz, María fue revestida con un nueva maternidad, con respecto a lo discípulos de Jesús. Precisamente esta misión exigía un renovado don del Espíritu. Por consiguiente, la Virgen lo deseaba con vistas a la fecundidad de su maternidad espiritual.
Mientras en el momento de la Encarnación el Espíritu Santo había descendido sobre Ella, como persona llamada a participar dignamente en el gran misterio, ahora todo se realiza en función de la Iglesia, de la que María está llamada a ser ejemplo, modelo y Madre.


En la Iglesia y para la Iglesia, Ella, recordando la promesa de Jesús, espera Pentecostés e implora para todos abundantes dones, según la personalidad y la misión de cada uno.



4. En la comunidad cristiana la oración de María reviste un significado peculiar: favorece la venida del Espíritu, solicitando su acción en el corazón de los discípulos y en el mundo. De la misma manera que, en la Encarnación, el Espíritu había formado en su seno virginal el cuerpo físico de Cristo, así ahora en el cenáculo, el mismo Espíritu viene para animar su Cuerpo místico.
Por tanto, Pentecostés es fruto también de la incesante oración de la Virgen, que el Paráclito acoge con favor singular, porque es expresión del amor materno de ella hacia los discípulos del Señor.


Contemplando la poderosa intercesión de María que espera al Espíritu Santo, los cristianos de todos los tiempos, en su largo y arduo camino hacia la salvación, recurren a menudo a su intercesión para recibir con mayor abundancia los dones del Paráclito.


5. Respondiendo a las plegarias de la Virgen y de la comunidad reunida en el cenáculo el día de Pentecostés, el Espíritu Santo colma a María y a los presentes con la plenitud de sus dones, obrando en ellos una profunda transformación con vistas a la difusión de la buena nueva. A la Madre de Cristo y a los discípulos se les concede una nueva fuerza y un nuevo dinamismo apostólico para el crecimiento de la Iglesia. En particular, la efusión del Espíritu lleva a María a ejercer su maternidad espiritual de modo singular, mediante su presencia, su caridad y su testimonio de fe.


En la Iglesia que nace, Ella entrega a los discípulos, como tesoro inestimable, sus recuerdos sobre la Encarnación, sobre la infancia, sobre la vida oculta y sobre la misión de su Hijo divino, contribuyendo a darlo a conocer y a fortalecer la fe de los creyentes.
No tenemos ninguna información sobre la actividad de María en la Iglesia primitiva, pero cabe suponer que, incluso después de Pentecostés, Ella siguió llevando una vida oculta y discreta, vigilante y eficaz. Iluminada y guiada por el Espíritu, ejerció una profunda influencia en la comunidad de los discípulos del Señor.


Juan Pablo II Audiencia general del miércoles, 28 de mayo de 1997



San Crispín Viterbo 


Se llamaba Pedro y era zapatero remendón, un oficio hoy en desuso por arte y parte de la sociedad de consumo. Al entrar en el noviciado de los Capuchinos cambió su nombre por el del patrón de los zapateros: San Crispín.   Su carisma más original es el de la sonrisa y el canto. Como no tenía muchas letras, sus superiores lo colocaron en la cocina, la huerta y la portería; nada de sacristías ni, mucho menos, de bibliotecas: tan solo en los más humildes encargos de su convento, pero, eso sí, cantando y riendo.   Era tan de buen carácter que a algunos de sus hermanos les parecía poco monástico... su palabra discreta y oportuna, su sonrisa siempre amable y su alegría suavemente desbordante hicieron del buen Crispín un consejero exigente en la entrega y comprometedor en la más rigurosa observancia de la vida interior y el servicio al prójimo: "Fortiter in re, suaviter in modo"... O sea, tan serios por dentro para lo sustancial, como alegres por fuera para lo accidental.

Oremos

Tú, Señor, que concediste a San Crispín Viterbo el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

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